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9. Sube a los Campos Elíseos y cae en el Tártaro.

Camus abrió su hogar a la tentación que vestía de esmoquin y se adornaba de cabellos rubios y ojos aguamarinos.

En algún recóndito lugar de su ser, se sintió en calma, como si supiera que éste era su destino y no había en el mundo algo que lo pudiera evitar.

Ese sentimiento se regó por todo su cuerpo, borró sus dudas y serenó su mente. Su alma se sentía en paz y siendo sincero, había extrañado tanto a Milo desde que lo dejase atrás, que esta vez no tenía intenciones de dudar.

Quería entregarse a él y sentía que era lo correcto, lo idóneo.

Milo y solo él...

Apenas atravesó el umbral y cerró la puerta detrás, una mano buscó la de Camus. El calor de esos dedos contra la frialdad de los suyos, le recordó al pelirrojo lo diferente que eran. Sin embargo, sus falanges se entrelazaron rápidamente con las otras ansiando la unión y su pulgar se deslizó por la piel contraria indicando en silencio su predisposición.

Una pequeña flexión de ese brazo fue suficiente y Camus acortó las distancias entre ellos, quedando frente a frente.

El pelirrojo aspiró ese aroma tan masculino de nuevo y dejó caer los párpados, cerrando su mente a la realidad, concentrándose en este extraño hombre que lo hacía sentir tanto. Unos dedos levantaron su mentón y ante la pequeña presión de éstos, se obligó a enfocar el rostro contrario.

Los orbes aguamarinas parecían brillar en la oscuridad antes de bajar la cabeza para buscar sus labios.

Esperó impaciente, pero Milo no parecía tener prisa. Era como si una vez hubieran caído las defensas del francés, disfrutara cada pequeño detalle de su rendición. 

Primero, el aliento a hierbabuena del rubio cayó sobre su boca y después, las pieles se tocaron.

De poco en poco, ambos fueron afianzando el roce, como si temieran que el hacer una leve presión, pudiera romper al otro.

Los pliegues de sus bocas se abrieron después de recorrer exhaustivamente cada parte de ellos y dieron paso a sus lenguas que primero se encontraron con timidez, más al reconocer el gusto del otro, se confiaron y entregaron a la pasión.

Las respiraciones fueron agitándose y las manos se alcanzaron para estrecharse con vehemencia sabiendo que sólo así, podían calmar la desesperación de sus almas.

Camus apretó con sus dientes el labio inferior de Milo. De la boca del rubio escapó un jadeo inquieto y excitado. Volvió a atraparlo y esta vez, lo fue soltando lento y pausado, desatando una exhalación pesada en el otro.

Unas manos empezaron la búsqueda de la desnudez. Otras le siguieron el ritmo. Las americanas cayeron sin pena ni gloria, los lazos del cuello que formaban el moño se desataron, entre risas apagadas por la boca del otro.

El pelirrojo fue el que rompió el contacto. 

Milo quiso detenerlo y al ver la sonrisa que le dedicaba, entendió las intenciones de su futuro amante. Se tomó el tiempo para levantar las americanas por mero masoquismo y las llevó con él, persiguiendo esa estela de fragancia con una emoción extraña en su pecho.

Sentía como si le hubiese buscado durante eras y por fin, podía darle alcance.

La habitación era espaciosa, pero en lo único que Milo podía concentrarse, era en el hombre que iba acercándose al lecho. 

Los sacos quedaron en el respaldo de una silla, en tanto sus ojos se pasearon por el pelirrojo que llevaba sus manos a los botones de su camisa.

No, por favor, Roux, dame el gusto de ser yo el que te desnude.

Sabía qué hacía tan receptivo al pelirrojo y falto de inhibiciones. Sin embargo, no sentía vergüenza por usar tal artilugio.

En el último trago de champaña que compartieron, Milo deslizó previamente y sin que el otro le viera, unas gotas de una droga en particular.

No haría daño si sólo se usaba una vez y permitiría que Camus se dejara llevar sin frenos. Incluso, en su oportunidad, que sintiera poco dolor. Y si de algo estaba seguro el rubio, es que deseaba al pelirrojo dispuesto a seguir compartiendo las noches con él. Si para ello tenía que acudir a los más bajos métodos, lo haría.

No estoy seguro de permitirte nada — se acercó el francés al griego. — Tardas demasiado — deslizó la palma por su mejilla.

Sus labios volvieron a unirse. Milo correspondió quemándose en la necesidad de hundirse en esa boca, en morder esa lengua y acariciar cada parte de él en un intercambio de sabores y líquidos frenético.

Camus hundió las falanges en su camisa y le fue desprendiendo botón a botón con soltura. Al empujar su ropa a los lados, se relamió fascinado. No duró demasiado tiempo sin hacer. Esa boca se aferró al primer pezón que encontró, succionando como un recién nacido a la fuente que lo alimenta. Repasó la punta de la lengua levantando los párpados. Los ojos de rubí brillaban increíblemente.

Los labios dejaron paso a los dientes que atormentaron el botón hinchado del griego. Las manos de Camus no se mantuvieron quietas, no podía. El cinturón fue desabrochado, el botón traspasó el ojal. El francés llevó los besos por el abdomen succionando un par de abultados músculos antes de suspirar cuando llegó a la cremallera.

Muy cliché — criticó sonriendo, atrapando la punta del cabezal de la cremallera con los dientes.

Milo soltó el aire contenido y le dio la razón con la cabeza. Era muy típico que en cualquier lectura o película, ya se hiciera esto. Lo que no podía comprender era el cómo lo calentaba ver que Camus iba bajando de poco en poco los dientecitos del cierre frontal. Emitió un corto gemido conforme fue descubriéndose su calzoncillo y sintió la punta de la nariz del pelirrojo y después, su frente, acariciando esa zona.

Sexy, erótico, caliente, estimulante...

Ah, maldición.

El griego llevó su mano a los rizos de fuego sintiendo su sedosidad, la inexplicable sensación de que esta textura era suya desde alguna vida pasada y hoy la recuperaba.

Tembló visiblemente.

Y Camus no había terminado...

Milo se vio atacado entre besos, succiones suaves y lamidas en el textil de su bóxer negro. No parecía tener prisa en hacerlo piel con piel y lo estaba enloqueciendo. Un par de gotas resbalaron desde su frente hasta sus sienes mientras arqueaba el cuerpo para dar mayor espacio de maniobra al francés.

Un gemido entrecortado fue la recompensa a la lengua inquieta que encontró la humedad de su líquido preseminal y por ende, la punta de su miembro. Milo se vio castigado de la misma forma en que le hizo a Camus en el auto. Estaba casi desnudo y el otro, tenía toda su ropa menos la americana.

Mira ahí — le señaló a la derecha.

Entre nubes, el rubio lo hizo encontrándose un espejo de cuerpo completo en el que ambos se reflejaban. Tener a Camus de rodillas extrayendo su virilidad, que emergió con la fuerza de su propia lascivia; mirándolo jugar con ella con sólo la yema de sus dedos mientras los aguamarinas no se despegaban de ese objeto, le elevó la temperatura de forma increíble.

Te prometo que un día lo haremos en una cama con techo de espejos — ronroneó el rubio mordiendo su labio inferior desesperado cuando su glande se introdujo en la caliente, húmeda y deliciosa boca del francés. — ¡Camus!

Milo le sostuvo hundiendo la mano en esos cabellos, intentando no empujar para que el pelirrojo resistiera mejor. Odiaría golpear la campanilla de su amante y arruinar el momento con alguna inoportuna arcada.

Bajó la mirada porque necesitaba ver de primera mano esa entrega absoluta cuando das el placer más íntimo. La forma en que ese hombre en apariencia frío e inalterable, se mostraba gozando de su felación, lo aturdía. 

Los ojos de rubí estaban clausurados por los párpados, las cejas de fuego se unían en el centro y cada parte de su rictus estaba tenso, concentrado en las sensaciones, en atender cada palmo de su sexo enterrado en esa caverna bucal.

Un roce más lánguido le causó un cortocircuito. La lengua se unía a la batalla acariciando el bajo de su miembro, las paredes orales se contrajeron constriñendo el espacio. Milo tuvo que hacer gala de todo su autocontrol para no derramarse ahí. Sobre todo, cuando Camus empujó de poco en poco hasta que en su glande, sintió la glotis de su compañero y en su pubis, la nariz respirando agitada.

Quiso exclamar el nombre del otro, quiso decirle cuánto le gustaba y sólo emitió sonidos desesperados, acuciantes y apasionados. El abdomen se le contrajo al instante en que el pelirrojo fue expulsando su largo, dejando sentir la punta de los dientes tan delicado, que sólo proporcionaba una pequeña pizca de placer doloroso sin abrumar. 

Y cuando dio un pequeño pellizco en su glande...

Milo se obligó a encajar sus dedos en la base para evitar la eyaculación.

Ven... — Camus invitó poniéndose en pie.

Milo tuvo la morbosa visión de un par de hilos de saliva unidos a su miembro al inicio de su separación. Para cualquier otro sería repelente, para él, era la máxima expresión de entrega y devoción. Tuvo que tragar fuerte ante las intensas sensaciones que le causaban espasmos aleatorios en su cuerpo. 

Fue tras él y lo vio poner una rodilla en el lecho e ir gateando mientras miraba por encima del hombro con cara coqueta.

Sensual y tentador, con la ropa pegándose a los músculos, con el pantalón bien estrecho en ese magnífico trasero. Milo salivó de hambre por él.

Camus se apoderó de una de las almohadas en la cabecera que hacían juego con los diversos almohadones y el edredón en color azul medianoche. Recargó la cabeza en él, levantando el trasero y quedando completamente expuesto a los deseos del rubio.

¿Quieres venir a complacerme o tendré que hacerlo solo? — provocó bajando la mano entre las piernas separadas, acariciando la cremallera de los pantalones.

Milo se arrepintió un momento de haberle dado la droga. No se sentía capaz de soportar tanta sensualidad junta y hacerle justicia. Era hermoso, incitante y tentador. 

Se desprendió del resto de su ropa, la camisa cayó muerta, las mancuernillas terminaron en el mueble al lado de la cama, sus pies salieron de sus calzoncillos. Se acercó a su americana sacando un par de objetos del bolsillo interno y fue a por él.

Se acomodó en la espalda del otro dejando lo que había sacado al lado suyo, a la mano.

Entre besos dulces y caricias suaves que intentaban calmar más su fuego que impresionar al otro, Milo fue descubriendo el cuerpo de su compañero. La tela de la seda de la camisa ayudó a sensibilizar la piel mientras prodigaba pequeños mordiscos en la columna que le soltaba jadeos y gemidos cortos al pelirrojo.

Dedicó parte de su tiempo a martirizar la nuca, tan sensible que era, entre ósculos y succiones leves que inquietaban más al francés. El trasero divino se restregaba contra su virilidad y pronto, la tela de ese pantalón estuvo manchada del líquido preseminal del rubio.

Nunca le pareció algo tan excitante. Bajó a lamer esas zonas, a mordisquear los glúteos redondos y bien rellenos con lujuria, apretando sus manos, hincando las uñas sobre el pantalón. Cuando recibió un reclamo, fue a buscar los candados que envolvían ese decadente sexo y los fue abriendo. El cinturón primero, el botón después, la cremallera en el glorioso final.

De un rápido movimiento, bajó ambas prendas inferiores hasta las rodillas. Carecía de paciencia para juguetear con el bóxer ahora mismo. Ansiaba ver la piel de sus redondeadas sentaderas y resopló al complacer su capricho.

Atacó sin piedad.

Creó caminos de saliva y marcas de dientes y labios. Atrapó pedazos de piel y los llevó de un blanco inmaculado, a un rosado y cuando la locura le gobernó, a trozos casi violáceos. Los sonidos que escapaban de la boca de Camus lo llevaban a un nivel superior de lujuria.

Su palma hormigueó tanto, que no la pudo controlar. El primer azote resonó en las paredes y Milo se sintió poderoso al ver la zona enrojeciendo.

Eres adictivo, Camus Roux. Tu piel, tus gemidos, tus jadeos, tus reacciones, todo tú...

Se lamentó por no tener cuatro manos o dos bocas, bajando a comer ese platillo tan desvergonzadamente servido y sin barreras. Bajó su lengua por la línea dibujada entre los glúteos. Empujó éstos a los lados para darse mayor espacio y lubricó la entrada con paciencia. No hubo resistencia al jugar con el pulgar en círculos por la rosada zona estriada.

Voltea — le dio otra palmada escandalosa, — boca abajo — le acomodó como quiso.

Él mismo se posicionó para su juego favorito. No tuvo que explicar mucho al francés que en cuanto lo vio arriba de él, con su miembro en el rostro, comprendió rápido lo que quería. 

Esas manos volvieron a su virilidad con pasión. Milo casi se arrepintió del 69, pues conforme la droga hacía más efecto, Camus era menos medido con las acciones y más entregado al erotismo.

El rubio arqueó la espalda cuando su glande volvió a ser atendido por esa prodigiosa boca. Sacudió su cabeza concentrándose en lo que seguiría y algo en su rango de visión, le hizo gruñir de molestia. Había una diferencia de cuando se vieron la primera vez.

¿Te depilaste para...? — respingó con una buena succión. — ¡Hey! — le palmeó el muslo para que le prestara atención. — ¿Para quién te depilaste sino me esperabas?

Para Surt — respondió en el acto, sin frenos, paseando la lengua por su largo. — No me gusta tener sexo sin estar en condiciones estéticas — aclaró besando su glande.

Milo maldijo la droga por enésima vez, éste no tenía tapujos cuando de responder se trataba. Y saber que lo hizo para una noche tórrida con el pelirrojo desabrido, le llenó de celos y una extraña sensación de posesividad.

Nunca más, ¿Entendiste? — exigió encajando sus uñas en el muslo.

Camus gimió por la incomodidad, sin embargo, soltó una pequeña carcajada que hizo eco en su miembro sumergido en su cavidad oral. Milo volvió a refunfuñar.

¿Entendiste? Sólo para mí...

Sí, amo, sólo para usted — escuchó la voz risueña y calló al comer de nuevo su virilidad entre gemidos de pasión desbordados.

Milo aspiró fuerte. Si el 69 era su posición favorita, Camus la estaba convirtiendo en una increíble tortura sexual. Su mano atrapó el objeto que sacó de la americana, lo abrió y vertió un poco en su palma. 

Se humedeció bien los dedos en el lubricante y empezó el juego aún tembloroso porque el francés tenía una maravillosa técnica para la felación, que iba sacando como un as bajo la manga en un juego difícil.

El rubio hizo su parte con algunos besos abriendo las aguas, pequeñas lamidas dejando caminos de saliva y apretones de sus labios causando temblores, que se intercalaban con sus dedos que iban dilatando la zona corrugada despacio y con maestría. 

Hundió el miembro de su amante en la boca, disfrutando de ese excitante sabor, escuchando el sonido de los dioses en los gemidos de su pareja. Se afanó con saña hasta que Camus necesitó de todos los sentidos para concentrarse en lo que el rubio hacía.

Eso hizo sonreír al griego con petulancia. 

Introdujo por fin, el tercer dedo cuando el miembro de Camus empezó a temblar y sus piernas tenían espasmos descontrolados. Estaba a punto de caramelo y el griego lo sabía mejor que nadie. 

Hacía un rato que el pelirrojo apenas y podía dedicar caricias dactilares en su miembro, pues cada que lo introducía a esa boquita de pecado, Milo relamía ese largo como una dulce y helada paleta de crema de leche y buscaba el relleno con ahínco al hundirla en su boca.

Esas acciones del rubio, volvían a perder al pelirrojo y los gemidos se volvían quejidos. Varias veces arqueó las caderas, Milo puso una mano frente a él para contener el impulso de su compañero y que no tocara su campanilla. 

Sus succiones se hicieron más ávidas, quería exprimir ese líquido lechoso que le obsesionara desde la primera vez que lo tuvo en la boca. Sus dedos hacían tijeras y se extendían por toda la zona.

Procuraba no tocar su punto dulce, quería que el otro alcanzara un orgasmo mundano, antes de ir al que lo elevaría a los Campos Elíseos. Aún así, por un par de roces exploradores, tenía conciencia de dónde se encontraba ya para estos momentos. 

Las caderas del pelirrojo se desquiciaron. Una mano jaló de sus cabellos rubios y Milo se lo entregó.

Un espasmo fue la apertura de la compuerta, el líquido se derramó con fuerza en su boca y el griego se concentró en cerrar la garganta concentrándose en mantenerlo entre sus paredes orales. El sabor salado y levemente dulce característico de Camus, le hizo gemir de placer. 

Aspiró por la nariz fuertemente. Fue retirando la virilidad hasta que salió con un sonido de succión, exhaló por las fosas nasales con la mandíbula temblando al ver el rojizo glande aún lechoso.

Se levantó sentándose en la cama, fue a por Camus y tomó su cabeza con la mano limpia, lo elevó suavemente y compartió su eyaculación en un beso que hizo gemir al otro en cuanto sus lenguas se encontraron. Lo disfrutaron de poco en poco, estrechándose cuando Milo se acomodó a su lado, apretando su cuerpo, acariciando sus glúteos mientras seguían jugueteando con los restos del orgasmo francés.

Después de un largo rato, el rubio volvió a su adicción. La piel del pelirrojo fue cubierta de besos desde el mentón, con dirección al sur, pasando por el cuello, aferrándose en una de las tetillas. 

Los gemidos del francés volvieron a romper el silencio, las caderas se elevaron y Milo atendió la súplica silenciosa. Bajó a ese miembro que volvía a adquirir vigor.

Milo jaló el segundo objeto, rasgó la envoltura y lo deslizó por su virilidad con eficacia. Levantó la cabeza y vio la mirada ardiente de Camus. Ambos sabían por qué lo hacía y lo cerca que estaban del momento cumbre.

Bajó de nuevo a esa virilidad francesa. La limpió con su lengua con mimo, la sumergió en su boca y movió la cabeza imitando el vaivén. Un quejido le indicó que hacía bien. 

Los ojos de rubí se posaron en él cuando un par de dedos encontraron su caliente refugio trasero y esta vez, Milo sabía dónde buscar. Presionó un par de veces escuchando esos jadeos desenfrenados, mirando ese rostro ser cubierto por las manos desesperado.

Lo siguió llevando lento a la cima, apretando la base de ese miembro para no perderse y arruinar el momento. Cuando su amante lanzó el primer grito de placer y sus dedos fueron constreñidos al máximo, Milo se colocó. Aprovechó el orgasmo de Camus y lo reforzó con una masturbación mientras utilizaba más lubricante en su esfínter y echaba a su largo.

La entrada le recibió a duras penas, estaba tan poco elástico, tan apretado, que gimió extasiado. Bajó sus aguamarinas a la unión de sus cuerpos y se sintió perder el piso. Era hermosa la diferencia en la coloración de sus pieles y con esa apreciación, empujó una segunda vez con el cuidado que no le tuvo a nadie.

Camus era extrañamente importante para él. Y si deseaba engancharlo al sexo para tenerlo consigo siempre, esta primera vez sería su reto máximo. Si él disfrutaba aunque fuera un poco, lograría su objetivo. 

La droga haría una parte para que el pelirrojo no se sintiera estresado por la primera intrusión y calmaría el dolor un poco, pero no concedía milagros.

El griego no era un estúpido romántico. Sabía bien que no era cierto que la primera vez hubiera fuegos artificiales. Si los hay, no son necesariamente de los que dan placer a manos llenas; al contrario, puede ser un dolor extremo. 

Un primerizo tiene miedo, por ende, se tensa. Desconoce lo que va a sentir y no está dispuesto a tener dolor. Por más que trabajes su mente, el cuerpo es traicionero. Y si se empieza a doler, todo se va al caño.

Y eso quería lograr Milo, que Camus se relajara hasta empezar a disfrutar. De ahí, lo demás era pan comido, pero había que llegar a ese punto con paciencia. Su mano subía y bajaba por la virilidad, alargando el orgasmo lo más que podía, hasta que su propio miembro iba por la mitad.

Eres demasiado grande — se quejó el pelirrojo, — duele...

Oh, vamos Roux. ¿Ibas a permitir que el pelos de zanahoria te metiera su piruleta tamaño mini y a mí no me dejas siquiera meterte la puntita? — soltó con toda intención.

Idiota — le dio un puñetazo en el brazo entre risas.

Objetivo cumplido, distraerlo del dolor. 

Se inclinó para cubrir esos labios con besos apasionados, dejando tiempo para que se acostumbrara a él. Intercambiando sabores, jugueteando con sus lenguas, mordisqueando zonas.

Camus gimió cuando Milo empezó a salir un poco, una mano atrapó los mechones dorados al sentir que lo recibía de nuevo, esta vez un par de centímetros más profundo.

Eso no es la puntita — reprochó el francés entre gruñidos.

Es que no sabes el Kraken que me cargo entre las piernas — besó el lóbulo de su oreja, sabiendo de la sensibilidad de esa zona.

Eres imposible — renegó y encajó las uñas en su espalda para sostenerse, también para soportar el dolor.

Me equivoqué contigo, Roux — distrajo de nuevo la mente de su amante mientras empezaba un delicado vaivén. — No eres un cubo de hielo — relamió sus labios con coquetería. — Eres un tierno gatito que saca sus uñitas y las enca... ¡Ay!

Camus hizo justo eso. Le apretó las uñas en la piel y las arrastró hasta mitad de su espalda con saña.

Eso dejará marca — ronroneó feliz el rubio. — Más, Roux, dame todo de ti — rogó poniendo énfasis en su apellido sabiendo cómo descolocaba al otro por ello, callando sus palabras con sus besos.

Después de momentos difíciles, el estrés empezó a remitir con los besos y caricias prodigadas. Milo apreció con alegría, los espasmos propios de un receptivo amante. Y ni por eso, se dejó llevar a lo bruto. Siguió con la dulzura y la paciencia, con el movimiento lento y amable. 

Sus besos se tornaron más apasionados conforme el pelirrojo iba arqueando las caderas y apresaba su cintura con las piernas haciendo más profunda la penetración.

El rubio jadeó fuerte pensando en Kardia desnudo para no irse tan rápido. Era algo difícil. Camus apretaba tanto sus paredes que sentía sus ganas de exprimirlo con vehemencia. Su mano acudió rauda al miembro francés, lo tocó como ahora sabía que lo ponía muy a punto mientras se ocupaba de golpear ese punto dulce.

Funcionó.

Camus empezó a largar gemidos que eran música de las mismas musas en los oídos del griego. El pelirrojo se dejó llevar, las uñas pintadas de carmesí dejaron caminos rojizos en su espalda y las sintió empujando con vigor sus glúteos. 

Milo sintió morir de placer, pero no le bastaba.

Mírame, Camus Roux — intentaba ordenar, pero le salió una súplica desesperada. — Pon esos ojos de rubí sobre mí, déjame ver cómo llegas a los Elíseos...

Cuando lo obedeció, supo que no había nada más perfecto en el mundo. Esas pupilas dilatadas, los irises destellando, la increíble belleza de sus gestos inmersos en el placer, catapultó el suyo.

Milo lo vio llegar al Olimpo entre gemidos y gritos donde su nombre tuvo el protagonismo y no quiso quedarse atrás, se elevó con él sellando un pacto que se materializó en un intenso beso y abrazo..

Daría todo de sí para seguir a su lado, absolutamente todo, hasta que Thanatos los separara...



Saori sintió que el alma le volvía al cuerpo cuando despidió a los últimos empleados.

No sólo bastaba con terminar el evento y ya. Por supuesto que no, se requería como organizadora, asegurarse de que todo lo utilizado estuviera en buen estado y que los proveedores se lo llevaran. Sin contar con que debía pagar lo adeudado e incluso, la cristalería rota por algún invitado.

Era un trabajo pesado y reconocía que, tras la partida de Julián, la ayuda de Hilda había sido un milagro caído del cielo. La nórdica conocía tan bien la labor como ella y pronto, se deshicieron de todos los pendientes juntas.

Aunque después de pagar a los encargados de la luz y el sonido, la de cabellos plateados había desaparecido.

De cualquier forma, Saori fue a por sus pertenencias y caminó rumbo al estacionamiento. Estaba físicamente destruida y los pies los tenía tan hinchados, que podían compararse con las patas de un elefante.

Un hombre no entenderá lo que significa para una mujer caminar en un par de zapatos de tacón y parecer una modelo durante horas y horas, si nunca lo hicieron.

Ellos sólo miran qué tan bien se les ven las piernas y hasta algunos, disparan críticas sin compasión porque la fémina usa calzado más cómodo o de piso.

Ahora mismo, Saori daría todo el dinero donado en el evento, sólo por hacerles probar sus zapatos al menos dos horas, para que aprendieran y se dejaran de criticar o comprendieran cuando las mujeres a su alrededor, les decían que fueran más despacio o que las mataban los pies.

Ya por lo menos, con estar en su casa y subir las piernas a la pared, sería suficiente para alejar el dolor de sus extremidades inferiores.

En su dramática cabeza, seguramente producto del agotamiento, se sonrió al pensar que si en la siguiente media hora, la gangrena no se desarrollaba, era porque las diosas del Olimpo se compadecieron de ella.

¿Terminaste? — apareció Hilda a su lado.

Sí, por...

Saori vio lo que la otra le ofrecía y por supuesto, no dudó en abrazarla casi a punto del llanto mezclado con risas de felicidad.

¡Mi heroína! ¡Mi salvadora!

Supuse que necesitarías algo así.

La risa de la nórdica era genuina al entregarle unas crocs de color rosa. Saori asintió sentándose en el borde de una jardinera y se desprendió de los zapatos del Inframundo con un quejido intenso.

En cuanto se calzó la primera croc, largó un gemido de felicidad y tras la segunda, levantó sus pies mirando lo bonitas que se veían porque ella ya no sentiría las piernas como mordidas por cientos de hormigas.

Mis pies te lo agradecerán de por vida — exhaló con alivio y una sonrisa enorme en su rostro.

Lo sé, yo nunca salgo sin un par de esas por cualquier eventualidad y mis favoritas...

Se levantó el bajo del vestido que ahora arrastraba y le mostró sus converse de color violeta. Ambas se rieron sabiendo que sólo otra mujer podría entender el sacrificio que hacían en pos de la belleza.

El mundo masculino es una completa aberración y es cierto que tenemos la culpa por seguir sus estándares — comentó Saori. — Sin embargo, que Zeus me fulmine con su rayo si me presento en una fiesta de gala con pantuflas.

Hilda celebró el comentario porque pensaba igual. A finales de cuentas, también era su propia vanidad la que se mezclaba con la expectativa masculina.

Por supuesto, pero hablando de rayos de Zeus — empezó la nórdica con un tono malicioso. — ¿Viste con quién se fue tu amigo el pelirrojo?

¿Camus? — Saori sacudió la cabeza. — ¿Con quién?

Segundo pecado femenino: el amor por el chismorreo.

Con el rubio ese guapo, que ofreció cincuenta millones y le dio un palmo de narices a Surt.

Saori boqueó y se ayudó de su mano para subir su mandíbula.

¿Con ese rubio impresionante? — la otra asintió. — Ay, esto se va a poner tremendo — se mordió el labio inferior.

Huy, ahora me cuentas el chisme, Saori.

Hilda se frotó las manos, se sentó a su lado en la jardinera y sacó de un bolsillo de su abrigo, una cajetilla de cigarros. Le compartió uno a la de cabellos lilas y pronto estaban soltando el humo con un gemido de placer por su oscuro secreto que ni Apolo sabía.

¡Qué bueno era fumar cuando se terminaba el trabajo!

Pues ese rubio guapetón, es Milo Antares — dio otra profunda succión Saori soltando el secreto.

¿De dónde me suena Antares, de dón...? — Hilda volteó a mirarla sorprendida. — ¡No! — dijo encantada por la bomba. — ¿Ese Antares?

Sí, mi tío Julián me lo dijo.

¿El que está comprando las acciones de Diamond? — Hilda se abanicaba el rostro por lo picante de la conversación.

¡Sí! El mismo — soltó el humo la de cabello violeta.

¿Y están teniendo sexo? — quería saberlo todo.

Pues creo que sí, pero ya no estoy segura — resopló Saori. — No pude hablar con él porque estaba el tío Julián y no quería que le dijera a Camus, que Milo era el tipo que le estaba boicoteando su empresa.

Ay, el idiota de tu tío arruinando todo — refunfuñó incordiada. — ¿Quién diría que ese sujeto sería el que estuvo prometiendo la luna y las estrellas por las acciones? — soltó la carcajada encantada de saberlo.

Ya veo que a ti también te hicieron la oferta.

Claro, pero yo ya no tengo acciones de Diamond — resopló. — Tu maldito tío Julián me hizo una jugarreta hace un par de años y me quitó las acciones como pago de daños y perjuicios según él.

¿Mi tío te hizo eso? — se le cayó la boca.

¡Por supuesto! ¿Por qué crees que no lo puedo ver ni en pintura? — sacudió Hilda la cabeza. — Y cuando pueda, le voy a regresar el favor... — prometió con oscura determinación.

Sólo ten cuidado, Hilda — exhaló con fuerza. — Entiendo que estés enojada, pero hoy Sorrento me dijo que se había ido con Hades Olympus.

¿Hades? ¿No es su hermano? — ay, esto cada vez se ponía mejor.

Hermanastro.

¿Y tú crees que ellos dos...? — cerró la mano izquierda con un puño y lo penetró con el índice de la derecha.

Saori le dio un golpecito en el hombro.

¡Las cosas que dices, Hilda! ¿Acaso sólo piensas en eso?

Oh, vamos, Saori. ¿A qué vendría Hades Olympus a la subasta sin aparecer ante nadie y se lleva a su hermanastro sin hacer aspavientos? — dijo con cizaña. — Además, es sano imaginar a dos hombres atractivos teniendo sexo, cariño.

La otra se quedó pensando y resopló.

Ay, pues la verdad, qué bueno que hoy te me declaraste porque de verdad que tengo malos gustos en cuestión de hombres. Primero el burro de Seiya que no da una y luego, me estaba interesando en el tío que, aparte, es gay.

Bisexual — aclaró Hilda. — Tu tío Julián, es como tu hermano Apolo, le gusta dar y que le den. Es defecto de familia.

¡Hildaaaa! — se asustó Saori y escuchó las risas de la otra. — Ay, pero tienes razón, se nota que les gustan los dos lados de la balanza — exhaló con resignación. Pues nada, al menos corté una flor de su jardín — dijo pervertida.

Explícame eso — ya estaba Hilda interesada.

Pues el tío Julián y yo — empezó a contar entre risitas nerviosas, — cuando yo tenía unos diecisiete años...

Un sonido tremendo aturdió los oídos de ambas. Casi de inmediato, una ola expansiva las empujó hacia adelante y las obligó a caer de rodillas. Ambas voltearon asustadas hacia atrás y vieron un auto encendido en fuego.

¿Qué fue eso? — preguntó la nórdica cuando por fin pudo controlarse casi un par de minutos después, aunque seguía teniendo un pitido en los oídos.

Para esos momentos, los que estaban en el salón, corrieron a ver lo sucedido. Hilda se levantó cuidando de Saori, mientras un hombre les preguntaba si estaban bien. Ambas movieron la cabeza afirmativamente porque sólo estaban asustadas.

Eso era... — dijo la de cabellos lilas mirando a su compañera y tragando saliva — el auto de Camus.



Shura abrió la puerta del chalet, dejó que Aioria entrase primero y lo siguió. Se encargó de poner la contraseña de la alarma, verificando que siguiera activa en el perímetro exterior.

Luego de ello, tomó rumbo a la habitación quitándose la chaqueta del esmoquin y la pajarita; las acomodó en la percha con el pantalón y les puso una bolsa de envío a la tintorería.

Después de eso, siguieron su camiseta interior, los calcetines y el bóxer.

El rubio le imitaba hasta quedarse en calzoncillos y después fue al aseo para darse un regaderazo. Pronto, eran dos los que compartían el espacio de la ducha, entre suaves caricias y besos lentos.

No podía ser de otra forma, el intento de Shura por asearse los dientes, desapareció al sentir el llamado a la pasión sólo con ver a Aioria desnudo y el agua resbalando por cada músculo de ese tonificado cuerpo. Sus labios pasaban por la morena piel encontrando las zonas donde su león gruñía o bien, ronroneaba como un tierno cachorro.

Pronto, los gemidos inundaron el lugar. Shura de espaldas a la pared, sentía la invasión de sus entrañas. Recorría el cuello del rubio con besos ardientes y gemidos guturales mientras las descargas de la presión en su próstata, le dejaban con las piernas flojas y el corazón desbocado.

No duraron demasiado esta vez y tampoco era necesario después del despliegue impúdico en el aseo.

Ambos gimieron al alcanzar la cima con instantes de diferencia y siguieron unidos en su post clímax, entre besos y caricias suaves, susurros donde el amor tenía el protagonismo y las sonrisas adornaban sus rostros.

Una vez sus respiraciones se tranquilizaron, la ducha fue más eficiente. Saciados los ímpetus sexuales, Aioria tallaba la blanca espalda de Shura jugueteando con él, mientras el azabache pasaba la manopla por su tórax, criticando lo infantil que era el otro y comentando lo sucedido en la fiesta.

Al terminar, Aioria soltó una gruesa palmada en los glúteos de Shura con picardía y tomaba la toalla cuando el timbre de su celular se escuchó. Se miraron con curiosidad porque era raro que alguien los buscara tan tarde.

Fue el león quien salió primero, secándose el cuerpo y poniéndose la tela alrededor de las caderas. Respondió al teléfono mientras Shura se quitaba el exceso de agua antes de tomar la mullida toalla y absorber el resto de humedad de su piel.

Es Aioros — informó el rubio oscuro quitando la alarma y en cuanto vio a su hermano por la pantalla, abrió la puerta a distancia, hablando por el intercomunicador — Pasa, nos estamos terminando de bañar, espéranos en la cocina, por favor.

Aioria con paso raudo, fue al vestidor para ponerse un bóxer, unos pantalones deportivos y una camiseta que se ajustó como segunda piel a su bien formado tórax.

Es extraño que llegue tan noche — comentó Shura, entrando con más tranquilidad a su recámara.

Lo sé, ya me ocupo — se calzó unas zapatillas de deporte y salió aún peinándose.

El azabache no se apresuró. Tras los cuidados posteriores a la ducha, como el desodorante, crema humectante y colocarse su fragancia, vistió su pijama de seda y aún abotonando la camisa azul oscuro, salió para saludar a su cuñado que estaba cómodo, sentado en una de las sillas dispuestas frente a la encimera de la cocina.

Hola, Shura — sonrió Aioros con gesto apenado. — Le decía a mi hermano que lamento venir a horas inapropiadas, pero estaba trabajando cuando vi las luces encendidas y mañana salgo temprano.

No te preocupes, cuñado, ¿Está todo bien? — le saludó.

El español se pasó las manos por sus cabellos para peinarse un poco, de cualquier forma, era de noche y todos pronto irían a la cama a dormir. El arreglo no necesitaba tanto esmero.

Sí, mañana tengo una cita y quería ver si podían ayudarme a cuidar a Regulus — el mayor se rascó la nuca. — Su niñera definitivamente no me respondió, supongo que le dije muy tarde o quizá es porque tenía planes para el domingo — encogió los hombros.

Aioria estaba preparando café y servía en las tazas. Shura le ayudó a traer servilletas, azúcar y cucharas.

Uhhh, — el león miró a su pareja que rápido asintió — claro que sí, me encantará pasar tiempo con mi sobrino. ¿Podemos llevarlo al acuario?

Por supuesto, estoy seguro de que le encantará la propuesta — respondió el mayor.

¿Y de qué es tu cita? — investigó Shura.

Era un defecto de su profesión el interesarse en lo que pasaba a su alrededor. Dejó todo en su sitio y esta vez, fue a por un plato en el que sirvió algunos panecillos y galletas que sabía, le gustaban a los hermanos.

Aioros se quedó callado. Su piel morena adquirió un tono bermellón en sus mejillas y desvió la mirada. La pareja intercambió mensajes silenciosos por medios de gestos faciales y tomaron asiento.

Ammm... — el mayor no sabía cómo empezar. — Dohko me invitó a acompañarlo a una reunión de negocios como el socio que soy y esta vez no quise negarme.

Los ojos de los menores se abrieron de par en par, voltearon a mirarse y regresaron con Aioros. Ambos se removieron inquietos.

Aioria porque no le terminaba de cuadrar que el tal Dohko estuviera rondando a su hermano y Shura, porque aún esperaba que Aioros pudiera convencer a El Cid de regresar con él.

Dos suspiros resignados se escucharon atrapando la atención del castaño.

Ya veo que siguen esperando que El Cid y yo volvamos — les leyó la mente, bebiendo un poco de su café después de endulzarlo.

Eso me gustaría — confesó el español con tristeza. — Mi hermano estaba feliz contigo.

Además, Aioros, no estoy seguro de que Dohko sea una buena pareja para ti — el león se rascó la nuca.

El castaño eligió un panecillo de mantequilla y arándanos. Lo partió en dos y dio un mordisco masticando con paciencia.

Entiendo sus posturas. Sin embargo, El Cid está contento con quién eligió y yo lo apoyo.

Aioria hizo una trompetilla y simultáneamente, Shura resopló. El mayor se mordisqueó el labio inferior para no soltar la carcajada por lo infantiles que se veían a sus 27 años.

Es un presumido, soberbio e impertinente maleducado — empezó la cantaleta Shura.

Sin contar con que no sabe meter las manos y cuando le dices algo, se pone tras El Cid para que lo defienda como si fuera nenito — chasqueó la lengua el gato.

El castaño soltó el aire retenido con resignación. Eran difíciles de convencer, pero de las veces que vio a su ex novio de juventud con su pareja, parecía realmente contento y tenía un brillo en la mirada que nunca le vio antes.

Podrán decir lo que quieran, pero insisto, El Cid es feliz — calló dando otro bocado. — Además, Apolo sabe defenderse solo, pero entiende que si se pelea con ustedes, El Cid no se lo va a perdonar.

No mientas por él — pidió el azabache. — Ambos sabemos que mi hermano interviene porque el otro es tan snob, que no quiere ensuciarse con nosotros.

Me sorprende que tú, Shura, siendo investigador profesional, no hayas removido cielo, mar y tierra para enterarte de todo sobre Apolo — bebió su café tranquilo. — El punto es, que no voy a tener una relación amorosa con El Cid y mucho menos voy a entrometerme en su noviazgo. Y ustedes ni siquiera tienen cara para juzgarlo.

Los jóvenes se miraron entre sí y se concentraron en sus cafés con muecas insatisfechas.

Al contrario, El Cid debería ser el que opinase sobre su relación escandalosa — dijo Aioros con censura en sus ojos. — Sobre todo, después de que hicieran ese revuelo en la Alhambra — exhaló recordando el mal momento.

Aioria al menos tuvo la decencia de mirar a otro lado; Shura por supuesto, se puso más rojo que la grana.

Fue un... — empezó el azabache — un error que...

Fue muy bueno y no me arrepiento — soltó Aioria. — Aunque desde entonces, me aseguro de llevar el cartel de "Fuera de servicio" a todos lados y lo uso sin escrúpulos.

Shura — le sonrió Aioros conteniendo las palabrotas — dale un zape de mi parte.

El azabache le dio tal golpe en la nuca a Aioria, que casi le hunde la cara en la taza.

¡Hey! — reclamó el rubio sobándose la zona. — Podrán decir lo que quieran, pero todos sabemos que la vida se vive sólo una vez. No sabes si mañana ya no estás porque no tienes la vida comprada.

Gilipollas — le insultó Shura y cuando Aioria quiso reclamar, los ojos del azabache se posaron en Aioros.

El mayor apretaba la taza con mucha fuerza con el rostro ensombrecido por el dolor. Aioria resopló rascándose la nuca, sabiendo que había metido la pata hasta el fondo.

Lo siento, Aioros, no quise hacerte recordar eso...

No importa — su voz sonaba quebrada. — De cualquier manera, ya pasó y no hay nada que pueda arreglar. Ya agoté todas las instancias.

Deberíamos iniciar de nuevo todo — propuso Aioria.

Aioros sacudió la cabeza, se puso en pie y se acercó al ventanal de la cocina que daba al patio.

No, no voy a iniciar de nuevo nada. Ya me resigné — sacó una cajetilla de cigarrillos y encendió uno.

Su semblante quedó oculto bajo el humo que soltó al exhalar. El silencio sólo fue interrumpido por los sonidos de la ciudad. La tensión se cortaba con cuchillo.

Aioria jugueteó con su galleta y no pudo contener su carácter. Se puso en pie con un impulso leonino y las manos en la encimera, empujando su cuerpo unos centímetros en dirección a su hermano.

¡Yo no me voy a resignar! — gritó escupiendo las palabras. — ¡¡¡Él también era mi familia, Aioros!!!

¡Basta, Aioria! — le gritó a su vez y los ojos de Aioros advertían que no iba a permitir ninguna desobediencia. — ¡Dije que no y es no!

Pero...

¡Aioria Cheírôn-Neméas! — zanjó Aioros.

El menor golpeó frustrado la encimera con los puños, temblando de rabia y los ojos acuosos de la impotencia.

No sé por qué le permitiste al bastardo de tu ex marido seguir con vida. Es más, no sé por qué no lo metiste a la cárcel cuando fue todo su culpa — reprochó el león con voz quebrada.

Mi ex esposo ya pagó por su error cuando el juez le quitó la patria potestad de Regulus y no quiero seguir hablando del tema, por favor, chicos — Aioros se pasó una mano por los cabellos con cansancio.

El cigarrillo volvió a su boca, la inhalación fue profunda en su afán de calmar sus nervios. Desde ese traumático evento, el tabaco se convirtió en su muletilla emocional. Era lo único que se permitía porque el alcohol no era recomendable cuando tenías un hijo al cual cuidar.

¿Está bien si les dejo las llaves y mañana van por Regulus o quieren que vaya por él ahora? — cambió de conversación.

Es mejor traerlo ahora, así lo instalo en la habitación de invitados — propuso Shura dando una palmada en el hombro a su pareja esperando que se tranquilizara. — ¿Te parece bien, Aioria?

El león se encogió de hombros desviando la mirada dolido. Resopló porque no podía seguir un momento más mirando la cara de su hermano sin darle un buen golpe y se puso en pie caminando hacia la puerta.

Lo haré yo, ya vuelvo.

Aioria salió de su hogar para cruzar el jardín hacia el chalet contiguo donde vivían Aioros y Regulus. Se metió las manos dentro de los bolsillos del pantalón deportivo para no dar rienda suelta a su desesperación y asustar al pequeño Regulus. Se limpió las lágrimas de rabia con fastidio.

En la cocina, Shura y Aioros seguían en silencio.

Sabes que tampoco lo ha superado — explicó Shura apesadumbrado. — Si bien era muy joven, todo eso lo cambió por completo.

Lo entiendo, Shura. Créeme que no soy insensible a sus emociones, pero tampoco estoy dispuesto a enloquecer de nuevo cuando Regulus me necesita más — golpeó con el pulgar la boquilla del cigarrillo, para hacer caer la ceniza en el recipiente dispuesto para ello. — Ya lo hice por cuatro largos años y el único que pagó las consecuencias fue mi niño. Sabes que a pesar de ser tan pequeño, quedó muy afectado y todavía sigue en terapia.

Aioros se refregó el rostro con la mano impotente. Sentía que la vida era una gran hija de puta que lo golpeaba cada vez que intentaba levantar cabeza.

Creo que es justo dejar todo por la paz — susurró el mayor con un nudo en la garganta. — Creo que todos deberíamos por fin descansar de la incertidumbre y la esperanza rota con cada negativa — soltó un jadeo y una vez que se permitió flaquear, no pudo controlarse.

El dolor volvió a desbordarse con la potencia de un golpe que rompe estrellas. Se cubrió el rostro con la mano libre soltando el llanto y Shura no pudo dejarlo solo. Se levantó para abrazar su cuerpo tembloroso, dando su apoyo incondicional y cuidando de él.

No podía comprender el dolor de su cuñado, pero sí empatizar y sostenerlo mientras ese cuerpo tenía espasmos sin control.

Vamos, sácalo, Aioros. A ti tampoco te hace bien aparentar tanta entereza, cuando por dentro estás tan roto — dijo con pesar el azabache.

Shura sentía en su pecho un dolor indescriptible sólo con ver cómo el fuerte de Aioros se deshacía en lágrimas como un infante. El abrazo se estrechó y pronto sintió el hombro mojado, mientras el sufrimiento seguía su marcha caótica en el cuerpo del castaño.

No fue justo... No es justo, Shura — volvía a maldecir al destino, a echarle en cara todo lo bastardo que había sido con él, cuando sólo deseó ser feliz. — Si un niño pierde a su padre, es un huérfano. Si un esposo pierde al otro, es un viudo... pero no hay nombre que puedas ponerle a un padre que pierde a su hijo... ¿Por qué? ¿Por qué mi nene?

El azabache no tenía respuestas a ello, sólo se limitó a escucharlo y dejar que pudiera desahogarse mientras la luna creciente los iluminaba con su pálido reflejo.

Sólo ruego a la diosa Artemisa, que si ella todavía sigue mirándolo, lo acune y lo proteja aunque ya no esté a mi lado... — rezó Aioros con todas las fuerzas de su alma y su ser — Por favor, cuida a mi niño en los Campos Elíseos...



¡Hola de nuevo! ¿Cómo va?

Yo ya no me fijo en el número de palabras porque por más que intento acortar, no lo logro. Así que me dejo llevar...

Tengo que agradecerte porque este fic llegó a más de 450 vistas. ¡Estoy que salto por las paredes!

Y... empezamos la parte menos linda del fic, donde todo lo que puede salir mal, saldrá peor.

Vienen los dramas, las lágrimas (ya viste al pobre de Aioros), las peleas, las reconciliaciones (prometido, prometido) y al final, insisto, habrá final feliz.

¿Te imaginas quién es el ex marido de Aioros?

¿Te imaginabas a Aioros siendo papá?

Pues más sorpresas habrá por aquí.

Siéntate, acércate los pañuelitos y disfruta.

Te mando un abrazo de oso que espero, no hayas llorado mucho con Aioros.

¡Hasta el lunes! (Si lo logro porque hoy no quería salir esto, sobre todo lo de Aioros, buaaa.)

*Crédito de la imagen a sus autores, yo sólo las edité.

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