8. Cicatrices por sanar, heridas por abrir.
En el momento en que el vals terminó, Julián y la pequeña Sasha hicieron una reverencia elegante. El mayor ofreció su mano y la escoltó de vuelta con sus padres, sonriendo al ver a la niña radiante y muy emocionada por la experiencia vivida.
Al llegar con Dégel y Kardia, Sasha agradeció con una inclinación de cabeza a su compañero y fue agasajada con otro beso en el dorso de su mano. Entre nubes, la pequeña de cabellos lila, corrió a abrazar a sus papás prodigando besos con entusiasmo.
Mientras Dégel mimaba a su pequeña y platicaban alborotadamente en francés sobre lo sucedido en la pista de baile, Kardia se interpuso entre su familia y el magnate del océano. No estaba contento de que Julián se acercara demasiado a su pequeña y la mirada que le obsequió, tenía impregnada una advertencia muy clara.
Prácticamente decía: "Tocas a mi hija otra vez y te castro".
El de cabellos azules no se inmutó ante esa aura agresiva. Al contrario, una sonrisa sórdida se dibujó en sus labios. Le divertía ver al Scorpio listo para el ataque. Si Julián se despidió de todos, fue porque tenía asuntos qué resolver con Saori, no por miedo a lo que Kardia pudiera hacerle.
En el camino fue interceptado por un mesero que le pidió seguirlo. Uno persona importante le esperaba en el salón del extremo noreste y era urgente que se entrevistara con él.
Por más que Julián deseara dejar al otro empresario con un palmo de narices, tenía obligaciones que cumplir, sobre todo al ver la tarjeta que le entregaron.
Era de un socio importante de una de sus empresas y se dirigió a su encuentro, sin saber que el destino le tenía preparada una sorpresa mayúscula que cambiaría su vida de forma radical.
A lo lejos, Kanon seguía cada paso del Emperador del mar. Se convirtió en su sombra y en cuanto Sorrento apareció en su rango de vista, fue a su encuentro atrapando al secretario por la cintura. Lo llevó sin mucho esfuerzo a un rincón donde lo presionó contra la pared y su cuerpo. Los ojos rosados del más bajo parecían aturdidos por el mini secuestro.
— ¿Kanon, sucede algo? — su voz sonaba nerviosa.
El de cabellos azules mostró una sonrisa radiante y llena de promesas. No respondió, sólo atrapó el rostro entre las palmas de sus manos entremezclando sus alientos. El aroma del menor, esos lirios impregnados por la marea del mar, era embriagante y Kanon lo devoró con un beso que paralizó a su presa por unos instantes.
Los labios del mayor se movieron contra los otros con pasión, deleitándose en las sensaciones que se originaron desde esa unión de pieles y recorrieron el resto de su ser como impulsadas por una corriente eléctrica. La lengua de Kanon repasó la unión de la boca del otro pidiendo un permiso que le fue concedido con un suspiro trémulo.
A pesar de la fogosidad desbordada, fue delicado al introducirse por primera vez en esa cueva largamente anhelada. Sorrento largó un gemido que le dio la bienvenida, elevando la temperatura de su cuerpo. Kanon jugueteó con la lengua de su compañero, descubriendo que bailaban bien juntos. El menor se acopló al ritmo que marcaba y eso le llenó la cabeza de fantasías donde una cama tuviera el protagonismo.
Sus caderas buscaron un refugio en medio de las piernas del otro. Sus manos bajaron delineando el contorno del más bajo hasta llegar a sus redondas nalgas que apretó con lascivia. Apoderándose de ellas, hizo fuerza para levantarlo y pegarlo más indecente contra su entrepierna.
Un jadeo fue su recompensa. Sorrento pronunció su nombre arqueando el cuello que fue atacado a besos y mordiscos suaves por el mayor. Sus caderas se movieron inclementes, arrastrándose contra las otras, apreciando entre gemidos cómo el pantalón contrario era insuficiente para la erección que apreciaba bajo la tela.
— T-tengo que ir c-con mi señor — rogó Sorrento con voz ronca por el placer, las mejillas rojas, los labios hinchados y las pupilas dilatadas.
Kanon nunca lo vio tan hermoso y mordisqueó el pliegue inferior de la boca para dejarlo más grueso aún.
— Tu señor Julián y mi señor Hades se están reencontrando por fin. Quizá estén en este momento imitando lo que nosotros hacemos ahora...
— ¿Estás loco? — estaba asustado. — ¡Si son hermanos! — se le bajó la pasión de golpe.
Kanon soltó aire con frustración y le acomodó en el piso arreglándose el traje con fastidio.
— Hermanastros — aclaró el punto. — El padre de Julián se casó con la madre de Hades cuando tu señor tenía 14 y el mío 24. ¿No lo sabías? Por eso Hades es Olympus y Julián tiene el apellido Solo. Es conocido por todos, que no comparten sangre.
El de cabellos lilas se intentó recomponer lo mejor posible prestando atención a las palabras. Era un gran trabajo teniendo a Kanon frente a él. ¡Estaba tan guapo! Y le correspondía, cuando pensó que el otro jamás le haría caso.
— A-aún así, ¿No es como inmoral? Vivieron como hermanos durante muchos años.
— Y vivieron juntos hasta que mi señor Hades se casó por voluntad de su madre — Kanon cruzó los brazos contra su pecho. — De eso ya hace siete años... Inmoral o no, mi señor dice que si te metes en su camino, te mandará al Tártaro de un corte de espada y yo... — paseó su índice por la bragueta hinchada del menor, que respingó sorprendido. — Tengo mejores planes para nosotros — sus ojos viridianos se fijaron en los rosados.
Levantó el mentón bajando su cabeza hasta que sus alientos se volvieron a entremezclar. Tardó en separarse para que Sorrento apreciara la tensión sexual entre ellos y estuviera ansioso por unirse a él.
—Cuando mi señor Hades salga de aquí con tu señor Julián, tendremos lo que resta del fin de semana libre. Eso significa que no me importa lo que quieras hacer, te quedarás conmigo en el hotel porque tengo órdenes explícitas de no quitarte la vista de encima — sonrió con lascivia paseando su mano por la curva de las nalgas. — Y yo siempre cumplo mis órdenes...
Dos figuras aparecieron en el marco de la puerta atrayendo irremediablemente las miradas.
Una de ellas, tenía los cortos cabellos rizados de un rojo tan vibrante, que parecían llamas de fuego en pleno movimiento, hipnóticos e impactantes. En su frente, lucía una tiara de oro amarillo con grabados de un sol en su plenitud. Su aura era poderosa, arrogante y se sabía dueño del mundo, pues brillaba como la áurea estrella.
Detrás de él, un hombre de cabellos azabaches le seguía con paso tranquilo, majestuoso e imbatible. Sin prisa, pero sin pausa, sabiendo que el mundo le esperaba. Su porte era el de un rey legendario, a quien los dioses otorgan dones diversos para ser su campeón y alcanzó las más grandes proezas que siguen siendo transmitidas en cantares.
Eran diametralmente opuestos, podía sentirse la soberbia de uno y la neutralidad del otro. El fuego contrastó con la ecuanimidad de la hoja filosa de la espada.
Si bien el pelirrojo fue el primero en entrar, el azabache se colocó a su derecha sin temer ocupar ese sitio, como si le perteneciera.
Un rey legendario a la vera del astro rey.
— No parece que tu hermana esté esperándote, Apolo — la voz del azabache se hizo notar.
Sus ojos analíticos recorrían el sitio de forma efectiva, reparando en dos figuras que se tensaron en cuanto se percataron de su presencia. Una parecía una calca suya, pero más joven. La otra, era un león que lucía enjaulado, queriendo rugir para proteger a su compañero del mal trago que pasaba con la presencia de los recién llegados.
— No me sorprende, Saori no sabía que vendría — Apolo no se dignó a posar la mirada demasiado tiempo en alguien. No merecían siquiera un poco de su atención. — Tu hermano está aquí. ¿Acaso tendremos otro enfrentamiento vulgar o esta vez podrás cerrarle la boca antes de que me ofenda, El Cid?
El azabache no reflejaba emoción alguna en su rostro. Desvió la mirada de los dos jóvenes y fue a posicionarse cerca del pelirrojo que no pareció inmutarse por esa presencia que traspasaba su espacio personal.
— ¿Por qué lo preguntas, Apolo? — su voz seca se magnificaba con la acerada mirada. — ¿Acaso te es imprescindible ver cómo pongo a Shura en su lugar para sentirte satisfecho esta noche? — dejó fluir su aliento hasta el oído de su compañero.
Los ojos de zafiro implacables del cabellos de fuego, se desviaron hacia los azules pálidos de su interlocutor. Apolo medía unos cuatro o cinco centímetros más que El Cid y a pesar de la diferencia diametral de auras, el rey legendario no parecía desmeritar un ápice ante la presencia del rey sol.
Al contrario, ambos se potenciaban.
Mientras más fuerte era Apolo, más se engrandece El Cid.
No se sabía quién era más imponente a pesar de las primeras apariencias. Sin embargo, El Cid llevaba una gran ventaja por su experiencia, pues cinco años le separaban del menor Apolo. Y la aprovechaba a su conveniencia.
— Irreverente — su tono tomó matices peligrosos. — Debería castigarte por tu osadía, El Cid — sus ojos lanzaron explosiones solares.
— Ten cuidado, no vayas a llevarte una sorpresa nada grata... otra vez — un paso más del azabache los llevó casi nariz contra nariz. — ¿Olvidas quién lleva ganando todas las contiendas desde que nos conocimos, Apolo?
La mano izquierda del azabache se apoderó de la cintura del pelirrojo y lo acercó a él hasta que no hubo un rincón de su cuerpo que no se uniera.
— No quieras quemarme, — prosiguió El Cid. — Sabes lo que me gusta, sé lo que te gusta. ¿No te bastó lo de anoche?
El enfrentamiento formaba un remolino de fuego a su alrededor, que era golpeado por cortes de viento. El Cid susurró esas palabras que sólo cayeron en oídos de Apolo. Dicho esto, se despegó de su lado, como si una vez dejado claro su punto, se aburriera de la actividad bélica.
No le dio importancia a las reacciones del sol. Su cabeza giró repasando de nuevo el sitio, en tanto Apolo blasfemaba en griego, temblando de rabia contenida.
El azabache no tenía dudas de que así como lo insultaba, en lo profundo, el Efebo estaba encantado por la posibilidad de volverse a enfrentar y le haría una jugarreta cuando llegaran a la mansión, sólo para pelear de nuevo.
Apolo ya era adicto a la contienda contra el vetusto rey; tanto o más como El Cid, de sentir la adrenalina al romper su careta de dios.
Fuego y Acero. Nunca antes se encontraron a alguien tan poderoso que pudiera detenerlos. Separados eran enemigos mortales. Juntos, formaron una mancuerna formidable, a pesar de sus constantes roces.
— La encontré, Apolo — hizo una señal con su cabeza.
Los ojos de zafiro del griego se fijaron en su hermana. A su lado, se encontraba una mujer con cabellos de plata. Estaban demasiado compenetradas y el sol dibujó una expresión de fastidio en su hermoso rostro de Adonis.
— No empecemos de nuevo, Apolo — reprendió el azabache. — Si tu hermana decide quedarse con esa mujer, ¿No dijiste que con cualquiera estaría bien, siempre que no fuera Seiya? — le inyectó sus palabras con una habilidad envidiable.
— Cualquiera es mejor que ese burro impertinente y vulgar — el sol avanzó con ese paso digno e implacable.
Las personas se quitaron de su camino como si supieran que acercarse demasiado a él, las dejaría carbonizadas.
El Cid tomó su posición tras él, no le quitaba el sueño seguir sus pasos. Apolo atraía la atención, el azabache aprovechaba para tantear el terreno. Hacían una dupla perfecta en ataque y defensa.
Por un momento, su cortante mirada se posó en su hermano y saludó con un simple levantamiento de ceja. Lo vio tensar sus músculos de inmediato, lo que no le sorprendió.
Shura no podía comprender qué le hacía gravitar alrededor de Apolo. No entendería su dinámica de pareja, ni la dicha que su hermano mayor sentía, al compartir su vida con el más caprichoso magnate de la industria que aprovechaba la energía solar y por otro lado, tenía la reputación de ser el mayor coleccionista de arte en el mundo.
Porque para analizar bien su relación, debería probar una sola vez la cama de Apolo y si bien El Cid era un rey legendario, poseedor de una espada tajante y ecuánime, que no falto de sentimientos; seguía siendo un hombre en lo profundo de su careta y como tal, no tenía la menor intención de permitir que alguien le quitara su lugar entre las piernas del Efebo que se consideraba dios.
Su hermano podría seguir rumiando y El Cid no se arrepentiría de nada estando al lado de Apolo, ni siquiera de haber enterrado su amor por Aioros para siempre.
Milo no podía creer su mala suerte. Maldecía a las Moiras una y otra vez por ponerlo en el mismo lugar que ese bastardo de Kardia. Lo odiaba con cada ápice de su pecho y corazón, no podía posar sus aguamarinas en él, sin sentir que le subía la bilis y necesitaba de todo su autocontrol para no molerlo a golpes hasta que suplicara su perdón besando sus pies.
Apretó tanto las manos en puños, que se le encajaron las uñas en las palmas dejando huellas. Debía controlarse o no lograría su cometido y que le mandaran al Tártaro, de rodillas ante el dios Hades, pero no iba a dejar ir a Camus sin que esta noche sellara su destino.
Y ese, tendría lugar en su cama, donde el pelirrojo le entregaría absolutamente todo o se quedaría sin nada. Milo tenía que planear bien su estrategia y rápido; si no, perderá su oportunidad dorada y quién sabe cuándo sus caminos volverían a encontrarse.
Encontró la respuesta a sus plegarias cuando Camus se separó del nutrido grupo y se alejó con rumbo desconocido. Milo hizo gala de habilidad, desapareciendo de las miradas indiscretas, aprovechando que éstas se fijaban en dos recién llegados. Por un momento, juró que el de cabellos de fuego le recordaba a alguien a quien tenía ganas de patear el trasero.
Desterrando esas tumultuosas ganas de golpear, siguió al pelirrojo hasta los aseos. Le preocupó que hubiera demasiados testigos dentro, pero rogaba que se fueran rápido. De cualquier forma, sólo necesitaba atraer su atención y de ahí, lo llevaría a una zona segura para hablar largo y tendido.
Se introdujo al aseo y un olor característico, le hizo jurar que olía a semen.
Nah, ¿Quién sería tan idiota de usar el baño para desfogar las ansias sexuales? Ni Kardia sería capaz porque su noviecito parecía de esos remilgados que no se desabrochaba el botón del pantalón, por miedo a contagiarse de algo venéreo.
Cerró la puerta tras él con sigilo. No quería alertar a su presa y se fue acercando agradeciendo que no había nadie. Y un sanitario estaba cerrado. El de discapacitados, cuya puerta tenía algunos golpes. Quizá alguien tuvo una pelea aunque le intrigaba que las marcas estuvieran a la altura de las caderas.
Camus estaba de espaldas a él, usando un urinario. Si la acción no fuese en sí desagradable, Milo no dudaría en llegar por atrás y aprovecharse de la situación. En cambio, recargó el hombro en una de las paredes. En el instante que el otro terminó su actividad fisiológica, sonrió de lado.
— Nunca he tenido sexo en un baño, ¿Tú sí?
El respingo del francés le hizo sonreír. La cabeza giró de golpe hacia él y apreció con deseo esas mejillas tan rojas como sus cabellos. Era fascinante cómo se avergonzaba cuando estaban a solas y frente a los demás, mantenía una careta de cubo de hielo.
— ¡Milo! ¿Qué... qué...? ¡No me mires! — exigió moviéndose un poco más para que no viera a su amiguito libre en el descampado.
El rubio soltó la carcajada. Se mantuvo en silencio hasta que el otro bajó la palanca y se movió hacia los lavabos con gesto de incordio.
— ¿Qué haces aquí? ¿No te fue suficiente con esas cantidades ridículas que pujaste en la subasta? ¿Acaso estás podrido en dinero? — reprendió como un padre a su hijo despilfarrador.
— Nah, es el dinero de mi hermano, así que no me molesta apostarlo — no mentía, que era lo peor.
Se acercó a Camus mirando interesado su proceso de aseo. Era metódico y se lavaba hasta mitad del antebrazo. Eso le causó curiosidad.
— ¿Eres así con todo tu cuerpo? ¿Lo tallas tan suave y delicado? — dijo contra su oído, escuchando complacido el respingo del otro.
— ¡Milo! No te acerques tanto, pareces un bicho en la oscuridad — comparó con desdén.
— Oh, ya quisieras que este bicho te encaje su aguijón para que pruebes lo mucho que duele, pero descubras que te encanta el ardor de su veneno — ronroneó.
Milo no se movió de su sitio, dejaba caer su aliento en la oreja del otro y cuando Camus quiso separarse, le atrapó la cintura sobando su entrepierna contra los bien formados glúteos del otro.
— Basta, degenerado — refunfuñó el pelirrojo sacudiéndose con fuerza.
Era en vano. A diferencia de Camus que tenía las manos mojadas e intentaba en vano quitar el jabón de ellas, Milo las tenía sujetando su cintura y cada roce ponía más a tono al francés, aunque se lo negase.
— No te voy a dar lo que quieres — remarcó furioso el pelirrojo por saberse tan débil con este desconocido.
Una parte de su alma se sublevó porque se sentía muy cercano a él y otra, la sensata, le decía que no era normal.
— Si quieres seguir teniendo el control de tu empresa, Camus, me darás exactamente lo que quiero... — sentenció.
Eso descontroló al pelirrojo. Volteó su rostro a él con ojos perplejos porque no entendía cómo es que Milo sabía eso.
¿De qué estaba hablando este bastardo con darle lo que quiere?
— Supongo que tu estrategia era entregarte a ese imbécil ruso porque tiene las acciones que son medulares para mantener el control de Diamond, Inc. ¿Correcto?
Camus no supo de dónde sacó fuerzas, pero se deshizo del abrazo y se alejó de él con las manos húmedas. El grifo seguía abierto y Milo lo cerró con movimientos perezosos.
Fuego y hielo se enfrentaron en una mirada, golpeándose con el afán de controlar y dominar al otro.
— Yo soy quien tiene el cuarenta por ciento de tus acciones, Camus — sacó su celular, lo desbloqueó mientras el pelirrojo asentaba en su cabeza esas palabras y le mostró la pantalla.
El francés sintió que la tierra se abría y lo tragaba entero al ver los inconfundibles diseños de las hojas de acciones de su empresa. Quiso tomar el aparato para revisar bien y Milo se lo quitó de las manos.
— Puedes preguntar a tu Tesorera, pero mi empresa tiene la propiedad de las acciones del legado de tu madre — el rubio se relamió con la punta de la lengua el labio inferior. — Fue increíblemente fácil hablar con tus accionistas y comprarles todo...
Dégel iba a matar a Camus si se enteraba que por una noche de sexo fallida, Milo se había adueñado de la empresa que su madre levantó con sudor y trabajo. El pelirrojo se restregó los cabellos de la nuca.
— ¿Cuánto quieres por ellas? — si vendía algunas cosas, podía llegar al precio.
Milo soltó la carcajada y Camus sintió que volvía a ser golpeado por la realidad. El estómago le dolía y los oídos le zumbaban. Se le estaba generando una cruel jaqueca.
— No quiero tu dinero, Camus — canturreó el otro.
La mirada que le dedicó, fue suficiente para que el francés entendiera lo que pretendía.
¿Sexo a cambio de las acciones?
— Eres tan vulgar — estaba asqueado por la expectativa.
— Oh, lo dice quien estaba en una subasta con un chiquillo que le quería meter una mísero rábano en lugar de una berenjena. Al menos, Camus, tú y yo sabemos que somos compatibles en la cama, siempre y cuando no te pongas de nena a decir que tu culito es virgen.
La bofetada que Camus le prodigó a Milo, dejó su mano húmeda marcada en su mejilla. El rubio dio un par de pasos atrás antes de que sus aguamarinas se tornaran oscuras y llevó una mano al cuello del francés apretando con fuerza. Lo estampó contra la pared detrás y se acercó como un escorpión ante su presa.
Los ojos de rubí miraban inexplicablemente fascinados esa aura depredadora del rubio, sentía que lo abrumaba con su simple vista y no necesitaba siquiera de su mano para mantenerlo en su lugar. Bastaban sus aguamarinas para dominarlo.
— Te quiero a ti, Camus. Quiero tu cuerpo en mi cama, quiero tu boca en mi piel. Deseo tus gemidos en mis oídos — se acercó hasta hundir su cara en el cuello del otro.
El francés se sintió abrumado por ese aroma propio de Milo, esa madera de cedro, las notas de lavanda y lo picante de la bergamota. Estaba mareado y nada tenía que ver con esa mano que seguía apretando su garganta.
— Te deseo bajo mi cuerpo, con tu trasero redondo y exquisito coloreado del mismo tono de tu cabello por la acción de mis palmadas, con tus estremecimientos y jadeos cuando llegas al orgasmo — mordió la piel de su cuello soltando el agarre manual contra su garganta. Raudo, le sujetó por la cintura. — Estoy obsesionado contigo y es tu culpa... No puedo sacarte de mi mente y vas a ser mío. ¿Entendiste?
Camus no quería aceptar su derrota ni sellar su destino. Era terco como ninguno, pero otra mordida le hizo claudicar demasiado rápido. Sentía un subidón de adrenalina que se acumuló en su entrepierna con fiereza.
— Aquí no... — le cayó la lucidez.
Dégel podía perdonarle el que arriesgara la empresa por una estupidez sexual si lo solucionaba. Incluso, que recuperara las acciones prostituyéndose como le dejó ordenado con Surt, pero ser encontrado teniendo sexo en un sanitario...
¡Nunca!
Su muy metódico hermano diría que eso es de gente vulgar y sin decencia. Lo repudiaría y Camus no podía resistir la idea de ser visto con desdén por su hermano por cometer una estupidez como tener sexo en el baño.
Milo se detuvo fijando sus aguamarinas en los rubíes buscando si era una trampa. Al comprobar la certeza de la determinación de Camus, relajó los ánimos.
— Vamos a tu casa, Camus... La quiero conocer y hacerte mío entre tus sábanas — su morbo era intenso. — Me encanta la idea de que te acuestes todas las noches donde nuestras simientes se derramaron en tu colchón y no importa si cambias tu cama, sé que nunca podrás sacar de tu mente el hecho de que me hundí en tus entrañas y te quité el virgo — salivó con lascivia.
El pelirrojo palideció e hizo un rápido recuento mental. Exhaló con alivio al recordar que era un sitio seguro esta noche.
— De acuerdo, esta noche en mi casa — claudicó a sabiendas de que por más que se lo negara, esas palabras lo habían estremecido hasta la médula derritiendo el hielo de su corazón.
— No sólo hoy — dejó caer Milo su aguijón en la tierna piel de la oreja de su futuro amante. — Estarás conmigo una noche por cada acción, Camus... y cuando todos nuestros encuentros sexuales estén completos, con la condición claro, de que me hayas satisfecho adecuadamente, te devolveré tu preciosa compañía.
Camus volvió a sentir que la tierra se lo tragaba. Parecía ser una constante con este maldito alacrán.
— No antes, ni después — continuó Milo en su oreja. — Y cuarenta por ciento, son muchas, — ronroneó con voz grave y excitada. Afianzó el agarre para culminar su discurso con un aguijón envenenado — muchas acciones y por ende, sesiones de intensos encuentros hurgando con mi pene tu interior hasta tocar tu punto dulce y llevándome al orgasmo con tus calientes gemidos de doncella de hielo...
https://youtu.be/QzCCQZFDkJk
Entre Hades y Julián, no importaba el tiempo, ni la distancia, porque su amor era infinito y eterno.
Los sentimientos no se apagan presionando el interruptor, ni se terminan obedeciendo una orden. Son un ser vivo que se ilusiona, se alimenta con gestos y sonrisas, se enoja con los desplantes y muere con la traición de los actos o la partida de este mundo terrenal.
Y entre ellos, apenas sus ojos volvieron a unirse, todo volvió a ser igual o mucho mejor que cuando vivieron juntos de jóvenes.
Las emociones se potenciaron, las esperanzas tomaron cuerpo, las sonrisas se multiplicaron, las lágrimas se derramaron, pero esta vez, tenían un regusto a felicidad.
Sí, ahora era mejor, mucho mejor.
Hades podía demostrar su amor hacia el joven de cabellos azules sin límites, ni reproches. Sin la presión de lo que debía ser. Todo quedó atrás, la amargura de la inminente separación; la decepción y el dolor en los ojos del mar cuando se casó; la obligación de ser fiel a alguien que se ama, pero no de la forma en que el amor se presenta con la pareja ideal.
Eran su peor pesadilla en las noches de tormenta.
El mayor vivió estos últimos siete años, con la bendición de haber conocido el máximo sentimiento, indescriptible y basto, por un apenas un joven inocente e inexperto, que se presentó ante él como un familiar autoimpuesto por la ley y le conquistó con un arrebol de mejillas y una mirada tímida. Lo reafirmó con la convivencia al lado de una mente aguda, de risas taimadas, gustos compartidos y besos apasionados protegidos por la luz de la luna.
Sin embargo, le fue arrebatado por la maldición de un error, de la hecatombe sobre su apellido y la herencia de su padre. Por una madre débil e histérica, que no encontró otra forma de solucionar el conflicto que amenazaba con desaparecer su apellido, más que obligar a Hades a contraer matrimonio "porque eso esperaba tu padre de ti, que cumplieras con su palabra, porque el honor, es lo único que queda de los Olympus".
Tras siete años de cargar con una condena ajena, de vivir con una mujer maravillosa, pero que por desgracia, no amaba con la misma intensidad; de verla marchitarse con la agridulce sensación de que todo terminaba y de sentirse feliz y culpable por ello cuando la sepultó...
Hoy, después de guardarle luto debidamente a la memoria de Perséfone y resolver sus conflictos emocionales por la pesadilla vivida; por fin, estaba libre... ¡Libre!
Libre de buscar esos labios carnosos y entregados a sus besos. De encontrar esa lengua que prometía los Campos Elíseos con un roce. De deslizar sus manos por un cuerpo que ya no estaba prohibido. De entrelazar sus alientos faltos de aire con los rostros sonrojados por la pasión compartida, sintiendo su frente unida a la suya y saber que era el momento de estar juntos para siempre.
Sí, para siempre, porque Hades era un hombre temerario y retaba a la muerte a acercarse a sus dominios, seguro de que esta vez, no se llevaría a quien tanto amaba.
No a él, no cuando podía tomar su mano y sonreír saliendo a su vera para encarar al mundo y que se condenase en la prisión del Tártaro, porque él tenía lo único que le faltaba en la vida y no iba a desperdiciarlo.
Tenía al hombre, a Julián Solo, al único ser que calmaría sus noches solitarias y le daría fuerzas para enfrentar lo que se presentase ante ellos.
El mar había cumplido su promesa. Le había respondido a sus plegarias de permanecer a su lado y en esa tesitura, le dio al varón que lo encarnaba a la perfección.
Julián, su dios del mar falso, su Poseidón iba de su mano y ni siquiera la presencia de Sorrento fue capaz de alejarlo de su vera. Al contrario, fue rechazado y condenado a no molestar el resto del fin de semana hasta el lunes.
— Martes — dijo Hades con sonrisa enigmática. — Que no aparezca hasta el martes. Después de ese día, organizaremos agendas sincronizadas — sentenció a la vida.
La sonrisa de Julián fue la respuesta a la pregunta implícita de si quería estar a su lado tanto, que tuvieran los mismos horarios para coincidir en los tiempos libres.
Hades sólo le dedicó una mirada a Kanon para saber si necesitaba algo. El subordinado se limitó a negar con la cabeza y sin más, el azabache partió hacia el vehículo estacionado en el área designada, con la dirección del hotel en el GPS, esperó a que Julián se acomodara y empezó la marcha.
No hubo intercambio de palabras durante el camino. No era necesario. Sus manos unidas en la palanca de velocidades, se comunicaban en silencio. Se acariciaron, se provocaron, se disfrutaron. En ocasiones, Hades llevaba la de Julián a sus labios, necesitado de sentir en su boca su piel y de oler el océano en ella.
La distancia fue corta, ambos magnates salieron del vehículo y Hades entregó las llaves al encargado. Ni siquiera necesitó presentarse en recepción. Kanon mandó su ubicación al gerente del hotel y les esperaban para llevarlos sin interrupciones molestas, hasta la suite presidencial.
La puerta se cerró por fin y los aisló del mundo terrenal.
Hades paseó su mirada por la figura anhelada, vistiendo ese blanco traje que acentuaba su cabellera y su tez de pecado. Deseaba ir a por él y atraparlo para no dejarlo ir jamás. Sin embargo, habían esperado demasiado para culminar su soledad con un acto ordinario y vulgar de lascivia y lujuria.
Tras un suspiro prolongado, el azabache se acercó al bar, sirviendo las copas de champagne rosado Dom Pérignon. Se acercó a su amor entregando una copa que golpearon suavemente antes de beber con los ojos fijos en el otro, atraídos por la gravedad de sus presencias.
— Sabes que lo quiero todo de ti y entregaré todo por ti — susurró dejando la copa en la mesa de apoyo, acercándose a él, deslizando su palma por la cintura, invadiendo su espacio personal, dejando un suave beso en su sien.
Lo arrulló entre sus brazos, hundiendo el rostro en los cabellos azules, absorbiendo cada pequeña partícula de su olor, en tanto su cuerpo se relajaba al sentirlo tan cerca de él.
— Eres mi dios falso, mi Poseidón — repitió como cuando eran jóvenes y vivían en casa de sus padres.
La diferencia de edades se reflejaba también en las estaturas. Hades era más alto por cinco o seis centímetros y su cuerpo era un poco más ancho que el de Julián y es que...
¡Había crecido demasiado!
Ya no era el joven delgado y dulce. Su madurez se veía en sus facciones, en sus actitudes y en las líneas rectas de su cuerpo, con los hombros anchos y las caderas afiladas. Sólo una curva poseía, aquella donde la espalda perdía su nombre y caía tentadora hasta sus piernas. Lo demás, era músculo y masculinidad. No podía ser diferente en el Emperador del mar.
— Te extrañé demasiado — confesó el azabache exhalando con fuerza en sus cabellos azules.
— Siempre te pedí que me hicieras tuyo al menos, por una sola vez, Hades — reprochó el menor acomodando su cabeza en el hombro del mayor.
— ¿Y después? — su voz sonaba enronquecida. — ¿Qué iba a hacer sin ti, Julián? — sujetó su mentón y lo obligó a mirarlo. — ¿Crees que me bastaría una vez para resignarme a no estar a tu lado? — su cabeza negó — ¿Crees que eres el amor de una noche y ya? — posó sus labios en su frente.
— Yo al menos quería saber lo que se sentía, para recordarte en mis noches solitarias, Hades — la ira se asomaba en su voz.
Lo vio alejarse, el frío se asentó en donde antes estaba su cuerpo. Julián bebió el resto de su copa de un solo trago como si con eso apagara el fuego del abandono y la traición.
— ¿Querías que pintara con una vulgar brocha gorda sobre el lienzo que era sinónimo de perfección? — contraatacó Hades recuperando su copa para juguetear con ella.
— ¡YO DECIDÍA SI ERA UNA BLASFEMIA O NO, EL PERDER LA VIRGINIDAD CONTIGO! — el mar enfurecido bramó iracundo.
— Y yo tenía la responsabilidad de cuidarte, de saber lo que era adecuado para ti cuando tus emociones te gobernaban, Julián — dio un trago sintiendo las dulces burbujas en su paladar tan amargas como la hiel.
Un golpe resonó en la estancia. Julián aplastó con su puño la madera de la barra del bar y el recipiente con la champagne saltó en su sitio. La copa a su lado, cayó estrellándose, tal como su corazón cuando se separaron.
— Era mi vida, Hades... y quería al menos tener una noche contigo. Una sola... conocer tus besos, tatuar tus caricias en mi piel, te amaba...
— Hablas en pasado — reflexionó el mayor. — ¿Acaso no me amas ahora?
— No es el punto...
— Lo es todo — interrumpió el azabache aspirando profundo para no perder el control.
Acercó sus pasos al menor. Supo cuándo lo dominó sólo con su presencia.
Los ojos del mar se abrieron y sus pupilas brillaron con deleite al notar que, no importaba cuánto hubiera crecido, seguía siendo más bajo que él. Eso le llenó de arrebol las mejillas y desvió su mirada, avergonzado.
Julián seguía sintiéndose un joven inexperto ante la presencia magnífica del señor del Inframundo, como le decían en los medios. Lo había extrañado de formas inexplicables porque cada parte de él, se rebeló ante la realidad, ante la vida que vivieron y les obligó a separarse.
Para él, en aquél momento, no había persona más importante que Hades. Vivía para él, respiraba para él, soñaba con él...
Y lo traicionó.
No hablaba de la elección de una mujer como su consorte, de su boda o su partida. Eso quedó superado esa noche que lo escuchó discutir a Hades con su madre.
En ese momento, Rea le arrojó a la cara su egoísmo al amar a un chiquillo estúpido e inexperto, que le encadenaría por un corto tiempo. Lo llevaría a la ruina, antes de que Hades reaccionara y viera lo que Julián era: un capricho y nada más. Debía entrar Hades en razón y seguir sus responsabilidades contrayendo matrimonio con quien sí le convenía.
En ese tiempo, teniendo sólo veinticuatro años, Julián se veía al lado del hombre en que Hades se había convertido y se sentía insignificante. Lo reconocía, siempre estuvo bajo la sombra del dios del Inframundo y eso le pesaba. Se sentía vulnerable y tímido ante su presencia.
Saber que él era el grillete que le impedía desarrollarse al azabache, lo hirió como nunca.
No podía saber, mucho menos entender, que Rea en su perversidad, obligaba a su hijo a hacer lo que ella no estaba dispuesta. Unir las familias en un vínculo matrimonial, llevaría a los Olympus a la gloria y al mismo tiempo, pagaría las deudas que Cronos dejó al morir. Eso no significaba que Hades lo considerara así, como un capricho o un amor sin futuro.
Julián se vio obligado noches después, a rogarle a Hades que lo hiciera suyo; que tomara su virginidad para tener consigo lo que siempre deseó, un vínculo inquebrantable. El más joven sabía que la primera vez jamás se olvida y él deseaba grabar al azabache a fuego en su piel.
Y Hades se negó rotundamente con el mismo argumento de ahora. No quería imprimir una huella tan profunda en su joven alma, a sabiendas que Julián lo adoraba. Si se separaban, el mayor deseaba que el menor buscara a alguien que pudiera hacerlo feliz, que le diera una ilusión para seguir viviendo.
No entendía que para Julián, era una despedida absoluta con brotes de romanticismo. Era su manera de decir adiós y levantarse destruido ante la vida, para recomponerse en pos de lograr tener un lugar en el mundo. Uno alejado de su amor, pero con la satisfacción de conocer el placer de dormir entre sus brazos.
Decir que fue difícil aceptar su negativa, es una nimiedad. Julián tuvo que soportar el rechazo a todas sus súplicas. Verlo después, partir a su departamento para no caer en la tentación después de que el más joven se deslizó entre sus sábanas cuando dormía.
Fue la ruptura completa.
Hoy, Julián sentía el alma partida. La alegría de recuperarlo no se comparaba con la furia que tenía por ese rechazo. Sí, había crecido como ningún otro hombre estos siete largos y solitarios años. Había buscado consuelo en brazos ajenos, en bocas amargas y frías, en camas insulsas y faltas de emoción.
Conoció el placer por el placer. La lujuria, la obscenidad, la ordinariedad de otros cuerpos que no le daban lo que necesitaba.
Faltaba él...
Y cuando se enteró de la enfermedad de Perséfone, conoció su lado oscuro. Deseó con gran fervor que ella muriera, que sufriera el mayor de los tormentos por haberle arrebatado lo que era suyo. El día de su muerte, Julián organizó una enorme fiesta.
Sin embargo, su fantasía de reencontrarse con Hades al otro día, fue eso, una ilusión. El señor del Inframundo no se dignó a buscarlo y cuando él hizo amago de querer verlo, sólo recibió a Kanon ante él diciendo que estaba de luto.
¿De luto? ¿Por esa mujer?
Tuvo que tragarse su bilis y empezar a creer que sí, fue un capricho. Vivió en esa realidad e incluso, estaba tanteando terreno para entablar una relación amorosa con su sobrina Saori, la única que le llamaba la atención lo suficiente.
¿Por qué ahora aparecía de golpe y quería que lo recibiera con los brazos abiertos? Esa incógnita lo hizo separarse de Hades poniendo distancia entre ellos para serenar su mente.
Mejor aún, ¿Por qué Julián lo había estrechado y besado desde que lo encontró en la subasta?
La respuesta era sencilla: porque su alma enamorada sólo podía aceptarlo. Al menos, hasta que entró la razón.
Y ésta última, es un látigo que golpea y mancilla la piel dejándola al rojo vivo.
— El joven que una vez fui, te ama, pero el hombre que ahora soy, no puede perdonar que tu egoísmo me alejara de tu lado, que no me dejaras siquiera el consuelo de conocerte entre las sábanas y cuando ella, cuando esa perra...
— ¡TE PROHÍBO QUE MANCHES SU MEMORIA ASÍ! — el grito golpeó cada pared, objeto y célula viva.
Fue lo último que Julián pudo soportar. Esa malnacida hizo algo para que Hades no volviera a su lado en cuanto la sepultó. Era igual de manipuladora que Rea y ahora lo veía. Si el azabache no quería que la insultara, entonces no había más qué decir.
— Bien, será como el señor Olympus quiera — se irguió en toda su altura. — Ahora si me disculpa, me retiro de su presencia.
Este nuevo Julián, forjado a partir de la separación forzosa entre ellos, que enfrentó solo al mundo y golpe a golpe fue sacando carácter, no estaba dispuesto a ceder.
— ¿Por qué entonces llegaste hasta acá? — Hades dio un paso al frente.
Julián dio otro atrás.
— Porque mi juventud marcada por tu presencia me hizo nublar la razón, pero la he recobrado. ¿Crees que sólo es venir, cantarme en el oído, abrazarme, darme unos besos y con eso olvidaré siete años de sufrimiento por ti?
Hades tuvo la decencia de bajar el rostro.
— Exacto, Hades. Me dejé llevar, lo reconozco y te ofrezco una sentida disculpa por ello. Por hacerte creer lo que no es.
— Entonces ¿Ya no me amas, Julián? — su voz sonaba afectada.
— Te amé, Hades... Te amé con cada fibra de mi ser hasta que me negaste un consuelo y tu ausencia sólo ayudó a que te recordase con frustración — fue duro y tajante.
No sólo era un capricho, él tuvo que vivir siete años intentando olvidarse de él, sacarlo de su mente, de su alma y corazón. Ahora... después de todo ese tiempo viviendo así, no sabía qué sentía por él.
— ¿No hay forma de que puedas amarme de nuevo? — dejó una ventana abierta Hades a la vida.
Julián se quedó callado, sopesando las palabras. Comprendiendo que un amor no deja de sentirse por desconectar lo que le alimenta. Aún en esos momentos, sigue sobreviviendo.
— Trabaja en eso, Hades. Trabaja en alimentar mi amor moribundo por ti y a diferencia de ti, yo sí te daré un consuelo... Voy a poner todo mi empeño en sincronizar nuestras agendas porque no puedo negar que siento algo por ti, pero ahora no sé qué es mayor. Si mi amor o mi odio por tu partida.
¡Hola! ¿Cómo va?
Reconozco que fue un capítulo muy sorpresivo porque yo planeaba que Julián y Hades tuvieran noche de sexo y...
Y nada, ya leíste lo que pasó.
Hasta yo me quedé sorprendida con Julián, pero si él quiere que lo conquiste Hades, yo estoy de acuerdo.
¡Que haya dignidad, por favor!
¿Y qué te pareció El Cid y Apolo?
Esa fue otra pareja que no terminaba de conformarse, pero lo logré.
Pues lamento haber tardado un día más en actualizar, sin embargo, me gustó el resultado.
Por cierto, créditos de la imagen de cabecera: Masami Kurumada y a Helma (eerifaerie.devianrart.com).
¡Nos vemos este jueves si todo sale bien xD!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro