6. ¡Camus Roux es mío!
Salón Elysium.
10:47 pm
— ¡50 millones de dólares!
Los rostros voltearon hacia el que había puesto en la mesa esa cantidad escandalosa y apreciaron la figura atlética que lucía un soberbio esmoquin negro. Las líneas del atuendo eran muy sencillas y le daban un aspecto elegante y sofisticado que contrastaba de forma impactante, con la larga cabellera de oro que caía sobre su espalda.
Era su cuerpo firme y bien constituido lo que despertaba el deseo sexual. Su rostro motivaba al suspiro y las fantasías. Los inteligentes ojos aguamarinas detenían corazones.
En conjunto, Milo sabía que pocos podían resistirse a sus encantos y como si fuera una gran ironía, el único que le interesaba, tenía justamente la voluntad de ignorarlo.
Milo mantuvo la paleta número 69 en el aire. Ese era su número favorito sin duda alguna. Tenía mucho qué ver con un toma y daca sexual que podía convertirse en una locura extrema si se sabía jugar adecuadamente. Dar y recibir en iguales circunstancias era un capricho que todavía no veía cumplido en la figura de ese pelirrojo esquivo. Sin embargo, utilizaría su número de la suerte para ganar.
Oh sí, esta noche todo iba a cambiar. Se aseguraría de ello. Y empezó a disfrutar como nunca de la expresión del subastado que pareció tragar ajenjo puro en grandes cantidades cuando pudo posar sus ojos rubíes en su figura. Por un momento, sus miradas se encontraron y magnetizaron ignorando los cuchicheos de los demás y a la mujer en el micrófono.
Sólo importaban ellos y los demás, que se pudrieran por completo. Ambos orbitaban en la gravedad del otro, sintiéndose atraídos de forma irrefrenable.
— Ah, entonces. Cincuenta millones a la una — la anfitriona llamaba al orden. — Cincuenta millones a las dos...
Milo sonrió hacia Camus. Quería que el objeto de su capricho entendiera que iba a por él y absolutamente nada le detendría...
— Cincuenta y un millones — dijo un hombre que justo, se entrometió irreflexivamente.
Nuestro postor soltó un largo suspiro exasperado mirando su paleta en silencio y luego, giró hacia el otro pelirrojo que no entendía que sólo Milo merecía un lugar cerca de Camus.
De acuerdo, si eso quería...
— Sesenta — subió la apuesta mirando al de la paleta 41 con un reto en lo profundo de sus aguamarinas.
El otro coloreó sus mejillas del tono de sus cabellos. Podría ser atractivo, pero el rubio sentía predilección por Camus.
Si bien los dos pelirrojos eran parecidos, el francés poseía cabellos de un color carmesí que parecían lanzar reflejos de fuego que traspasaban el hielo que lo cubría. Al contrario, el de la paleta 41 lucía un rojo castaño que a Milo se le antojaba opaco, aburrido y hasta artificial.
Quizá tuviera que ver también, con las personalidades que mostraban al mundo. Camus con su larga cabellera incitaba a la seducción y el otro, a mandarlo a la escuela para ver si maduraba.
Por otro lado, algo que le fascinaba de su Camus, eran esas pequeñas pecas muy delicadas que jugueteaban por sus mejillas y nariz que lo hacían más glamuroso y muy en el fondo, hasta tierno. En cambio, este intruso si bien las poseía, estaba tan juntas, que más bien parecían el resultado del mal pulso de un pintor novato.
No había punto de comparación. Milo tenía muy matizado lo que quería, a quién deseaba y ese cara de flamenco, no le arruinaría la noche.
— Sesenta y un millones — dijo el terco del 41.
— ¿Es todo lo que sabes hacer? ¿Subir de uno en uno? — criticó Milo sin pudores.
— Pues... pues... sesenta y cinco.
— Ochenta — se cruzó de brazos ladeando la cabeza.
No lograba comprender hacia dónde iba este afán de ganar hasta que todo se le iluminó. Así que no era el único al que Camus humilló en su vida. Este flamenco también tenía sus puntos por desquitar. Milo desvió sus aguamarinas hacia el ojirubí.
— De verdad que te afanas en minar tu existencia — criticó al francés sacudiendo la cabeza.
— Ochenta millones quinientos mil — dijo el otro a duras penas y no sin antes revisar sus fondos.
Milo sabía que el flamenco no podría subir más. De alguna manera, había llegado a su límite, pero ¿Camus merecía deshacerse de él?
Quizá sería bueno que recibiera una dosis de su propio chocolate...
— Ochenta millones quinientos mil a la una — dijo la mujer en el micrófono.
Los ojos aguamarinas se fijaron en los de rubí y lo que encontró, le revolvió el estómago. El bastardo de Camus parecía entender lo que pensaba y bajó la cabeza aceptando su destino.
— Ochenta millones quinientos mil a las dos...
El rubio encogió los hombros dejando la paleta a un lado. Le parecía justo que Camus resolviera solo sus problemas con el tipo del 41.
Además, Milo tenía un as bajo la manga...
— Ochenta millones quinientos...
— ¡YO DOY UN EURO MÁS DE LO QUE TODOS DIGAN!
¿Un euro? Milo sacudió la cabeza volteando para ubicar a quien había dicho semejante barbaridad. Lo que encontró, fue una figura diminuta de pie en una de las sillas cuya mesa estaba vacía y que alzaba la mano poniéndose de puntitas para hacerse más visible a pesar de su pequeña altura.
Era una niña que no rebasaría los seis añitos. De cabello lila, lacio hasta su barbilla y adornado con un lacito de terciopelo que rodeaba su cabecita, con una pequeña mariposa en el costado derecho de color morado.
Poseía la tez muy blanca, con sus mejillas sonrojadas. Sus ojos eran de color verde esmeralda adornados con unas pestañas largas y rizadas. Su mirada era inteligente y se notaba que era voluntariosa.
No se iría sin librar una guerra.
Si bien Milo pensó que era una de las niñas enfermas que estaban afuera con sus padres, su vestimenta le hizo pensar lo contrario, pues denotaba su estrato social alto.
La pequeña traía un vestido de confección de diseñador de un blanco inmaculado entallado hasta la cintura. De ahí, caía en cascada amplia con dos capas de tela de tul debajo para darle la forma de copa invertida y de estilo princesa, que le llegaba a mitad de la pantorrilla.
Los detalles del atuendo estaban elaborados en terciopelo morado al igual que la cinta en su cabeza y constaban de un cinturón anudado en su espalda, así como pequeñas flores cosidas y colocadas estratégicamente en su falda y corpiño para que no fuera demasiado recargado, dándole un aire romántico.
En sus pies, lucía unas calcetas blancas arriba del tobillo con una flor de terciopelo y unos zapatitos de charol. La flor y el calzado, también en morado.
Tenía como toque final unos aretes, una pequeña cadenita y una pulsera en su muñeca derecha, elaborados en oro con pequeñas rosas lilas. Asimismo, un pequeño bolsito en forma de mariposa que le colgaba del hombro y descansaba en su cadera.
Era sin duda alguna, una pequeña princesita y propiedad de alguien de los presentes, pero ¿De quién?
— ¿De qué estás hablando, chiquilla? — dijo el de la paleta 41 con tono cortante. — ¿Por qué no te vas a jugar a las muñecas y dejas esto a los adultos?
Esas palabras provocaron a la niña. Sus pequeños ojos verdes lanzaron chispas y se incendiaron en fuego.
— Dije que yo doy un euro más de lo que todos digan y eso le incluye a usted. Así que voy ganando...
Un euro más... Milo recordó esa jugarreta de nenes y sonrío divertido cruzando los brazos. Esto se estaba poniendo divertido.
— Esto no es un juego, niña. Y necesitas una paleta para pujar — perdió el tiempo el 41 en explicarle.
— Ah, entonces... — la pequeña buscó en su bolsito que le colgaba en la cadera y sacó una lollipop de fresa. — Aquí está mi paleta — la mostró triunfante.
Milo estalló en carcajadas por la ternura que le provocó su ingenio y con él, varios de los presentes lo imitaron.
— ¡Paleta de éstas! Con números, niña — dijo frenético el 41 señalándole la suya.
La pelilila parpadeó y miró a todos lados.
— Ah, pues... ¿Alguien me presta la suya, por favor? — pidió muy educadamente con una sonrisa radiante.
— ¿Y con qué vas a pagar, chiquilla? — ya estaba histérico el 41.
Milo no entendía cómo es que el tipo se ponía al tú por tú con una pequeña. Y ahí comprendió lo que en verdad lo motivaba. Era un adulto en apariencia, pero emocionalmente, era un infante caprichoso, berrinchudo y egoísta.
Quizá Camus no tuviera tanto la culpa en esta ocasión.
— Ah, yo... — la niña se quedó pensando rápidamente poniéndose un índice en su barbilla. — Yo tengo una pulsera de rosas que cuesta muchísimo, así que... ¡La vendo! ¿Alguien la compra? — la ofreció con inocencia.
El 41 volteó hacia Saori frenético.
— ¡Creí que ésta era una subasta seria, no un jardín de niños! — exigió a la mujer.
Saori suspiró profundamente y asintió.
— Lamento mucho lo sucedido, me disculpo ante todos los presentes. La pequeña seguramente escuchó, le causó curiosidad y pensó que era un juego, así que quiso venir a participar. Entonces...
— Lo siento, pero la niña viene conmigo — dijo una voz fuerte en el lugar. — Y lo que ella diga, yo lo respaldo...
Hasta Milo sintió su mandíbula desencajarse.
Al lado de la pequeña llegó el mismísimo Julián Solo. El peliazul le extendió galantemente la mano para que la tomara y la ayudó a bajar de la silla con delicadeza cuidando de que no se tropezara.
— Ten, pequeña... — hincó una rodilla ante la pelilila y le entregó su paleta marcada con el número 7 con una sonrisa. — Me parece que ya conoces el juego, pero si no, la dinámica es ofrecer más dinero que el otro. Cada que lo hagas, levanta la paleta. Sé inteligente porque yo te voy a dar el dinero que prometas, pero hay un límite. ¿Está bien? — aleccionó con una sonrisa dulce.
La nena asintió vehemente con su cabecita, emocionada hasta las lágrimas y le ofreció su pulsera.
— Tenga usted, cuesta muchísisisisimo — dijo con alegría.
Julián tomó lo que le entregaban y volvió a colocarla en su muñeca. Le sujetó su manita y le besó gallardamente el dorso haciendo que la pequeña se pusiera roja como las fresas.
— Consérvala, me pagarás concediéndome tu primer baile cuando la música suene más tarde — le sonrió y ella asintió rápidamente, muy emocionada. — Ahora, recuerda: astucia e inteligencia. ¿En cuánto está la postura, señorita Kido?
Saori revisó rápido.
— En ochenta millones quinientos mil euros, a favor del señor Surt Eikschnir.
— No — refutó la pequeña. — Yo dije desde que llegué, que daba un euro más de lo que todos dijeran. Así que serán ochenta quicinto... — se quedó pensando — bueno, lo que usted dijo señorita, más uno... — volteó a ver a Julián. — Yo sólo sé contar del 1 al 300 — confesó abochornada.
El peliazul asintió con solemnidad y la invitó a dirigirse a la mesa que le correspondía, llevándola de la manita.
— No te preocupes, pequeña. Te ayudaré si veo que se te complica — prometió para tranquilizarla.
— Ah, entonces... ochenta millones quinientos mil uno — repitió Saori. — ¿Alguien ofrece más?
— Esto es ridículo — gruñó Surt sintiéndose frustrado. — ¡Ochenta y un millones!
Julián la acomodó paradita en una silla al lado suyo. La pequeña le agradeció educadamente tomando el bajo de su vestidito para hacer una pequeña reverencia encantadora, pero aún endeble por su corta edad. Una vez que la terminó, volvió a la guerra.
— Te sigo ganando — dijo la nena con voz dulce. — Dije que un euro más de lo que tú digas — canturreó.
— ¿De qué estás hablando? Yo... — y entonces entendió la trampa infantil. Cada cantidad que él dijera, siempre sería superada por ella. — ¡Entonces dos euros más de lo que tú digas, chiquilla! — intentó remediar.
— No-o — canturreó la pequeña mientras negaba con su cabeza y tenía en sus labios una sonrisa endemoniada. — Sigo ganando...
— ¿Por qué, si yo dije dos?
— ¡PORQUE YO LO DIJE PRIMERO! — su tono era condescendiente. No entendía cómo un adulto no captaba la estrategia. — Así que diga lo que usted diga, yo sigo ganando por un euro — zanjó con su voz infantil mostrando su dedito índice.
Milo no pudo ocultar su sonrisa. Era tan sagaz como cualquier chiquillo que buscaba ganar y si no podía, arrebataba con candor. Ese era el peligro de una niña tan bien aleccionada como ella. ¿De quién sería hija?
Surt blasfemó. Intentó de nuevo decir algo y se notaba su frustración en el rostro.
El rubio lo entendía. El otro estaba siendo aplastado por una nena y todos a su alrededor le dejaban hacer porque era respaldada por Julián Solo y nadie quería ir en su contra.
— Yo que tú mejor me callaba — interrumpió Milo con indulgencia. — No estás apostando contra cualquiera de nosotros, sino contra Julián Solo. ¿Estás seguro de que puedes llegarle al precio? Y por más que subas la postura, ella te sigue ganando con un euro... — sonrió jocoso mostrándole su índice como la niña hiciera hace unos instantes.
Surt quería partirlo en dos ahí mismo.
Mientras tanto, Julián le hizo una señal con el dedo índice a la pequeña para que se acercara y le cuchicheó algo al oído, poniendo una mano para que nadie viera lo que le decía. La niña abrió los ojos tremendos y lo miró. El hombre asintió.
— ¿De verdad? Bueno, si usted lo dice... — volteó hacia Saori. — Ofrezco... — miró a Julián que volvió a asentir. — Ofrezco noventa miii-llones de euro...
— Libras esterlinas, pequeña — corrigió Julián muy bajito.
— Ah... bueno, este... — intentó recordar ese número — noventa millo-ones del signo libra de Esther y Lina — dijo muy feliz confundiendo todo.
Las risas volvieron y Surt se quedó pálido. La pequeña no entendía por qué se reían y Julián sólo le acomodó un mechón de cabello tras su orejita felicitándola.
— Bien, señor Eikschnir ¿Iguala o supera la postura? — zanjó Saori y todas las miradas se pusieron en él.
— ¡Sí, la subo a noventa...!
— Ah, qué terco te hizo tu mamá — lo interrumpió iracunda. — ¡CIEN MILLONES Y UN EURO! — gritó dando un taconazo en la silla. — Y como sigas subiendo, te voy a acusar con tu padre, tu madre y el perrito que te ladre — señaló toda sulfurada a Surt con su dedito y esta vez, se olvidó de hablarle de usted.
— ¡VENDIDO POR CIEN MILLONES Y UN EURO! — resolvió Saori porque veía que se avecinaba una pelea tremenda.
La niña dio saltitos de emoción y efusivos grititos al escuchar que había ganado mientras Surt lanzaba la paleta a su mesa y salía de ahí humillado.
— ¡Sííííí! — celebró la nena echándose a los brazos de Julián que la acomodó sobre su regazo felicitándola.
— Camus Roux es vendido por cien millones y un euro a... ¿Cuál es tu nombre completo, pequeña? — indagó Saori intrigada.
— Mi nombre es Sasha Scorpio-Roux y ¡Camus Roux es mío! — dijo entre risas de felicidad.
Mientras tanto, en los sanitarios...
— ¡Penétrame ya, Shura! — la voz tenía tintes de exasperación.
Al sonido de los cinturones siguió el de las braguetas. Unos pantalones cayeron al piso y después, el restregar de tela contra el metal de la puerta demostró que elevaban a alguien y pronto, el sonido inconfundible de unas caderas encontrándose fuertemente con unas nalgas, rompió el silencio.
Por si había dudas de lo que pasó, dos gemidos profundos sonaron del otro lado.
— Oh sí, estás tan duro, tan grande... ¡Maldición, cómo me llenas! — se oía fascinado al chico que el tal Shura estaba empalando con fuerza y vigor, pues el cerrojo temblaba con cada choque que daban contra la hoja de metal. — Dame con todo, Shura. Más duro... — exigía entre guturales ronroneos.
Dégel no sabía si reír, llorar, advertir que estaban ahí, callarse para que la otra pareja disfrutara o qué. El peliverde se veía en corto circuito.
Estaban encerrados dentro, obligados a escuchar y ser testigos de lo que acontecía del otro lado de la puerta.
Kardia en cambio, encogió los hombros y se decidió por seguir el juego de: "al país que fueres...". Luego entonces, volteó a Dégel y aunque este intentó detenerlo, el peliazul fue más rápido. Lo desprendió de los pantalones, aprovechó la humedad de su simiente que aún resbalaba pecaminosamente por el ahora, rojizo orificio y se hundió en él de una sola estocada.
Dégel llevó de inmediato una mano a su boca para no soltar un sonido que los descubriera sonrojándose al máximo por lo morboso de la situación.
— ¿E-escuchaste eso? — se oyó la voz del pasivo.
El peliverde hincó las uñas de su mano libre en el muslo de Kardia culpándolo en silencio de todo.
Los movimientos de afuera se detuvieron un instante, parecían afinar el oído. Los de adentro se quedaron quietecitos y ni respiraron.
La adrenalina fluía a raudales en las venas de los cuatro pervertidos.
— Si es un plan macabro para distraerme, te salió mal — le reprendió el tal Shura con tono duro. El pasivo recibió una cuchillada tan fuerte, que casi tiró abajo la puerta.
— ¡Shura! — gruñó el otro fascinado y su voz se opacó por unos gemidos bajos, seguramente se comían las bocas porque no había otra forma de interpretar esos sonidos tan guturales.
Los encontronazos de caderas continuaron.
Kardia aprovechó para empezar muy sigilosamente su propio vaivén. Ni siquiera los intentos de asesinato en forma de rasguños de su compañero le importaron. Sabía que el otro no deseaba ser descubierto y por ese motivo, golpeó su próstata con ahínco y malicia, provocándolo con sadismo.
Sincronizó los asaltos contra las entrañas de su pareja al ritmo que el tal Shura marcaba y, de alguna manera, pasar desapercibidos. Era definitivamente caliente y morboso profanar a Dégel mientras afuera escuchaba los sonidos eróticos de los dos desconocidos.
El peliazul respiraba pesado con los ojos bien fijos en su peliverde que tenía una mano en la pared para no golpearse accidentalmente y otra en su boca para no gemir, con las mejillas ardiendo por el bochorno, la adrenalina y sí, la excitación que lo incineraba mucho mejor que el vibrador.
Y es que esto era más caliente que una película porno. Y Kardia se reprendió por no haber puesto al menos el celular en modo micrófono y grabar todo.
— ¡Estoy... a punto, Shura...! — anunció el pasivo exasperado entre gemidos entrecortados.
El peliazul contuvo el resoplido regañando mentalmente al idiota que no tenía resistencia. Él necesitaba un poco más y por las medianas contracciones sobre su miembro, Dégel también.
— Soporta o te mato — sentenció el dominante y Kardia le aplaudió en su mente. — No te atrevas a correrte tan rápido, joder — tenía un acento muy español y por el modismo usado, era indudable su procedencia.
Dentro, Dégel estaba en el aprieto de controlar sus gemidos con cada acometida tremenda que su amante le prodigaba en su punto dulce. Sus uñas se encajaban en los muslos del peliazul deseando matarlo porque seguía, pero no dudaba en mandarlo al Tártaro si se detenía.
— Haz el edging... — pidió el pasivo. — Apriétalo, porque tampoco quiero venirme sin ti — exigió con molestia.
Era desquiciante la locura que envolvía al peliverde. Sin embargo, abrió los ojos al entender lo que el otro pasivo le estaba pidiendo al tal Shura. Si los otros practicaban el edging, el orgasmo que tendría cuando se liberara, sería mucho más fuerte. No eran novatos entonces, parecían saber lo que hacían.
Eso le hizo apretar con violencia su esfínter sólo de imaginar el placer de que su ponzoñoso compañero jugara así con su miembro.
Pronto, se escuchó un gemido de dolor proveniente del pasivo tras la puerta, seguido por la respiración agitada y bronca.
— Así, un poco... más fuerte — rogó el pasivo. Le siguió otro quejido y una exhalación fuerte. — Pon el cockring — se rio divertido y adolorido. — Porque aún apretándolo, no lo resistiré mucho. Me tienes muy caliente, fueron demasiados días sin ti... — un gruñido exasperado del que rogaba, dominó el lugar.
Si era un anillo para el pene, Kardia ahora estaba más atento... Tenía sus razones académicas. Le encantaría saber qué tan bien funcionaba para probarlo en Dégel. Le encantaba la idea de llevarlo al límite y más allá, como justo ahora, donde ninguno daba tregua al otro enfrascados en este tóxico y cuasi voyerista acto sexual.
— Es tu culpa por largarte. ¿Dónde tienes el anillo? — se detuvieron, el tal Shura parecía buscar nervioso entre las ropas.
— Aquí lo tengo, Shura — se rieron simultáneamente.
— Siempre a la mano... — susurró encantado. — Eres un pervertido, tío.
— Sí, pero soy tu pervertido — ronroneó el otro entre risas.
Más movimientos se escucharon afuera y después de un sonido de cierre metálico, otro respingo de molestia se oyó en el pasivo. Dos manos se agarraron del marco superior de la puerta, una a cada extremo.
Kardia sospechó que el pasivo se mantenía en el aire mientras el tal Shura le acomodaba el juguete. Temió que por la fuerza puesta, echara abajo la hoja de metal y menudo espectáculo que montarían los cuatro...
— Aprieta un poco más... — pedía el pasivo.
Al peliazul le parecía la experiencia sexual más loca de su vida. Estar escuchando cómo le hacían un edging y ajustaban un cockring a un chico que ni conocía, mientras él entraba y salía despacio de Dégel para no enfriarse y no hacer ruido.
La experiencia era alucinante.
De vez en cuando, Kardia besaba el cuello o la nuca del peliverde, acariciando el abdomen con suavidad. No podía ir más fuerte o rápido sin ser escuchado, pero eso no rebajaba un ápice su excitación.
Por la forma en que Dégel lo apretaba, él también estaba encantado con lo que estaba pasando. Era demasiado morboso y siniestro estar a escondidas escuchando sobre técnicas sexuales mientras se daban placer sin que los otros lo supieran.
— Así está perfecto. Como siempre, mi amo — se escuchó al pasivo con un tono muy sumiso y dulce. Muy diferente a como hablaba normalmente.
Apenas el pasivo dijo eso, se escuchó un bofetón y simultáneamente, un quejido de dolor del que había hablado.
Hasta Kardia abrió la boca y se puso más duro. Uh, eso le gustaba... Miró a Dégel con elocuencia. Le encantó ver cómo el peliverde se mordía el labio inferior y apretaba su virilidad con ganas. Se conocían demasiado bien para entender los deseos del otro. Si pudieran hacerlo, ellos también aderezarían el acto sexual con algunas buenas palmadas.
Esto cada vez se ponía mejor.
—Cállate — se escuchó afuera la voz de Shura. — Así que ahora te convertiste en mi sumiso. Bien, pero no te permito que me limites, sólo que me alientes... — remató con otra embestida salvaje.
Era un contraste exquisito entre esa voz filosa y fría, con los encuentros de cadera tan impulsivos y pasionales. El tal Shura debía ser una quimera en la vida diaria.
— Ah, sí amo... lo que usted quiera — esa voz seguía siendo deliciosamente dócil.
— Joder, sabes cómo me calienta ese tono y más lo usas, tío... — la voz de Shura era impaciente y levemente frustrada.
Por arriba del borde de la puerta, se vio una mano sujetando los cabellos de la coronilla del pasivo y cómo golpeaba la cabeza contra la puerta. No era exagerado el choque, sólo tenía la fuerza necesaria para caldear los ánimos sin lastimar.
— Adoro ese culo maravilloso que tienes... — exigió con embestidas más violentas.
— Sí amo, ¿Así le gusta? — pareció levemente nervioso el pasivo.
— ¡Cállate! — siseó deteniendo sus penetraciones. — Sabes que no debes preguntar nada, gilipollas — otro bofetón se escuchó. — Ahora apriétame más, sumiso... Convénceme de que te penetre de nuevo o te quedarás empalmado y te dejaré el anillo puesto el resto de la noche.
— Sí, amo — respondió obediente.
Kardia se movió lentamente torturando a Dégel y a sí mismo. Su amante aprovechó para prodigar besos por su mejilla hasta llegar a su cuello y succionar hasta dejar rojiza la zona. Necesitaban desahogarse pronto. Estaban demasiado sensibles y esta espera ponía en tela de juicio su fuerza de voluntad. Sin embargo, les encantaba el reto.
Las acometidas de Shura empezaron de nuevo.
El peliazul se volvió a adaptar su cadencia al ritmo de los trompazos de cadera contra la puerta. Kardia besó la boca de su amante, disfrutando de la saliva que perlaba sus labios, mientras sus sinhueso se enfrentaban sin cuartel.
Después de unos cuantos minutos, los gemidos del pasivo volvieron a ser incontrolables, las manos que se sujetaban de la puerta se pusieron blancas por la fuerza que ponía en ello.
— ¡Amo, estoy a punto! — gimoteó desesperado.
Dégel apretó su muslo y Kardia lo interpretó correctamente. También ellos estaban en la línea del orgasmo, así que debían aprovechar ahora.
— Córrete entonces, te doy permiso — autorizó Shura empujando con mayor vigor.
El peliazul aceleró las acometidas y fue un suplicio cuando el de gafas eyaculó sofocando los sonidos en las manos sin demasiado éxito. Las entrañas parecían dispuestas a triturar su falo y Kardia maldecía por no poder emitir sonido. Al final, se le escapó un largo y grueso suspiro cuando su virilidad empezó a derramarse con fuerza en la profundidad del otro.
Era increíblemente erótico y hasta masoquista.
Del otro lado de la puerta...
El pasivo emitió un gruñido de satisfacción que más bien parecía un rugido. No le importaba al parecer quién le escuchara, hasta que el sonido quedó sofocado demostrando que el tal Shura, en cambio, opinaba diferente y prefería el silencio o al menos, un poco de él.
Al poco tiempo, unos gemidos cortos fueron emitidos por el español. Tras dos cuchilladas muy fuertes y profundas que levantaron la cabeza de su amante por encima del borde de la puerta y un resoplido brutal de Shura, se dio fin a la contienda.
Los de afuera se mantuvieron quietos hasta que unos momentos después, se oyó cómo resbalaba el cuerpo del pasivo por la puerta y muy pronto, lo sostuvieron antes de que tocara el suelo. Permanecieron así durante unos instantes, recuperando el aliento.
— ¿Estás bien? — la voz de Shura parecía preocupada. — Me excedí demasiado, lo siento, pero usas ese tono de sumiso y automáticamente sólo pienso en metértela más duro y profundo, joder — reconoció muy angustiado.
— ¿Mhm...? — la voz del pasivo parecía muy afectada por la falta de aire. — Oh sí, estoy de puta madre — resopló con fuerza. — No te preocupes, estuvo... fantástico — su risa entrecortada fue la guinda. — Adoro cuando te tomas muy en serio tu papel y... — jadeó — te portas increíblemente avasallador.
— Eres idiota, tío, te encanta que te domine al máximo. Sabes que estallo y luego, me arrepiento — se le oía a Shura un poquito más relajado, pero no dejaba de tener ese tono apenado.
— Pero soy tu idiota, tío — el pasivo imitó el acento español.
Las risas estallaron en la pareja de afuera y fueron cortadas por sonidos dulces de besos, suspiros, jadeos, susurros cariñosos y caricias por encima de la ropa.
Dentro, Kardia también abrazaba fuerte a Dégel contra él para que no le fallaran las piernas. Lo sentía tembloroso después de cuatro orgasmos. Se les hizo muy tarde para la subasta y ni sabían el resultado, pero el peliazul no se lamentaba.
Había sido una noche digna de recordar.
Kardia paseó sus labios por la piel de la mejilla del otro con cariño. El de gafas correspondió, acariciando los cabellos del peliazul con suavidad. Se obligaron a mantener la calma y el silencio por respeto al otro par. Sobre todo por el pasivo, que seguramente se abochornaría de saber que tenían público cautivo.
El peliazul besó la frente de su amor, arreglando en silencio las ropas de su compañero.
Un golpeteo en la puerta con los nudillos, les hizo respingar de nuevo.
— ¡Hey! — era la voz del tal Shura. —Ya pueden salir, estamos vestidos — algo en su timbre de voz sonaba divertido.
— ¡¡¡¿QUÉ?!!! — era el pasivo. — ¿Hay alguien ahí? — casi se atraganta y después, estalló a carcajadas que fueron calladas de pronto.
Los sonidos eran indiscutiblemente producto de un tórrido beso plagado de risas mutuas.
Kardia miró a Dégel sorprendido y el peliazul soltó también una risotada. Esto era tan absurdo, que no podía más que seguir riendo.
Cuando ambos estuvieron decentemente vestidos, Kardia abrió la puerta asomando la cabeza. Vio a un hombre de cabello negro en los lavabos y a otro recargado contra una de las paredes, cerca del dispensador de toallas desechables.
El primero, estaba terminando de usar el agua para acomodar sus azabaches hebras. El segundo, tenía la chaqueta abierta dejando a la vista su blanca camisa semi arrugada, los pulgares metidos en la pretina de sus pantalones, los tobillos cruzados uno contra el otro y los labios rojos de tanta fricción.
Los "de afuera" parecían más jóvenes que los de "adentro". Tendrían sus veintilargos a comparación de ellos, que estaban en sus treinta y seis. Los trajes no ocultaban la buena constitución física que tenían y curiosamente, los cuatro tenían la misma altura.
Mientras el azabache tenía una mirada inteligente, un porte majestuoso y una figura sofisticada; el otro, era puro peligro y magnetismo salvaje. Aún descansando contra la pared, podía sentirse increíblemente su aura de depredador. Los acechaba sólo con la mirada.
La pareja de jóvenes hacía un contraste más que interesante.
— Supongo que... Shura — Kardia señaló al pelinegro que asintió. — Y la pasiva... — dijo mirando elocuente al otro porque reconocía sus cabellos de tantas veces que superó el límite superior de la puerta con las embestidas del azabache.
— Eh, eh, nada de "la pasiva" — se negó a ser catalogado como tal, — prefiero el término "sumiso". Y mi nombre es Aioria — se presentó con dignidad aunque sus cabellos estaban alborotados y sus mejillas aún rojas por el par de bofetones y el momento de lujuria vivido. Sus pupilas tenían el brillo de quien lo disfrutó al máximo y no le importaba lo que pensaran de él.
— Mucho gusto. ¿Y ustedes son? — indagó Shura que ahora secaba sus manos con paños de papel, cediendo el espacio para que Aioria se lavara también.
— Él es Dégel y yo soy Kardia — pronunció el peliazul señalando a cada uno, tomando un sitio al lado del rubio oscuro para abrir la perilla del agua y meter las manos.
— ¿Cómo te diste cuenta de nuestra presencia? — indagó Dégel intrigado luciendo ese porte altivo que acostumbraba, usando el lavamanos al lado de Kardia.
— La puerta cerrada por dentro sin el cartel de fuera de servicio — sonrió como un demonio Shura. — Imposible que cierren un baño en este tipo de reuniones sin informar. Por otro lado, escuché el respingo dentro cuando azoté a esta bestia la primera vez contra la puerta y un par de sonidos fuertes en el orgasmo — sus ojos recorrieron las figuras de los mayores.
Eran un par de ejemplares masculinos intrigantes, de esos por los que detienes el paso para voltear a mirarlos porque llaman tu atención para acciones menos respetables. Tenían porte, carisma y una mirada que anunciaba tórridas experiencias en el plano sexual.
No parecían estar incómodos ante la presencia de los jóvenes, al contrario. Mientras el peliazul tenía un aura irresistible y casi hipnótica, que advertía de su seductor dominio sobre los demás; el otro era una mezcla entre el erudito y el glamour, conformando un perfecto e inalcanzable Adonis.
Y la forma en que se movían sincronizados, denotaba que llevaban años juntos. Se acoplaban demasiado bien cuidándose el uno al otro. Prueba de ello fue que Shura ni siquiera pudo escuchar un susurro que lo alertara mientras estaba en pleno coito.
Por eso, el azabache pensó en un inicio, que eran imaginaciones suyas.
Sin duda, eran una pareja intrigante y su sex-appeal era indiscutible, se mirara desde cualquier arista de su composición física y química.
— Me convencí al agacharme para subir los pantalones de Aioria, — prosiguió Shura encogiendo los hombros sin perder esa sonrisa. — Sus pies se veían por abajo de la puerta... Uno más uno, fuimos cuatro pervertidos teniendo sexo en el baño
— Oh, desbloqueé el logro de exhibicionista nivel dios sin proponérmelo... — se mofó Aioria mientras terminaba de lavarse la cara.
Shura sonrió a su pareja censurando un poco su proceder con la mirada, mientras negaba con la cabeza y le entregó atento unas toallas de papel para secarse. El rubio le guiñó un ojo como reconocimiento.
— Fue mejor así. Disfrutamos al máximo y tu cara al enterarte, fue maravillosa — zanjó Shura con pupilas brillando de erotismo y Aioria se rio más arreglándose los cortos cabellos con agua.
El azabache caballerosamente también dejó unas cuantas toallas al lado de los mayores para que se secaran con mayor rapidez. Ambos le agradecieron el gesto amable.
— Pues... mucho gusto — dijo Dégel cuando terminó de secarse cara y manos. Inmediatamente, sacó su pañuelo y limpió escrupulosamente las gafas manchadas por el sudor y el vaho.
— Quizá en algún momento podríamos reunirnos para tomar una copa y no para... esto — propuso Kardia hilarante tomando las toallas de Dégel y las suyas después de limpiar la superficie del mueble y echarlas al cesto de basura.
— O quizá, podríamos tomar una copa y reunirnos para... esto — declaró Shura con otra sonrisa mientras paseaba los ojos por el peliverde de forma apreciativa. — ¿Qué piensas, Dégel? Tus gafas son sexys y tienes un aire helado que me incita a cortarlo de tajo — devoraba ese rostro con lujuria pura y directa.
— Que... — el aludido se acomodó los lentes con indiferencia y miró a Kardia que ya estaba evaluando a Aioria con una ceja arqueada. Los mayores intercambiaron miradas y eso fue suficiente para que el peliverde respondiera. — Suena interesante ver qué tanto puede tu cuchillo penetrar mi coraza de hielo. ¿Por qué no?
— Una acotación — Aioria sonreía como un león adrenalínico a punto de comerse una peligrosa presa mientras sus ojos esmeralda colisionaban con brío, contra los zafiros del ponzoñoso hombre. — Nos gustan mucho los juegos de sumisión y no nos asusta llegar a nuevos límites — resaltó lo evidente mientras paseaba la punta de su lengua por sus labios hinchados y rojizos por el sexo vivido anteriormente. — Y tengo un logro de un cuarteto por desbloquear — mencionó juguetón.
— Por otro lado, somos versátiles, sukes, como lo quieran ver — aclaró Shura sintiendo cómo la atracción de Dégel lo hacía orbitar a su alrededor ahora que las cartas fueron mostradas. De pronto, el témpano de hielo era una irresistible ventisca que invitaba a sumergirse en ella. — No hay activo ni pasivo. Si algo nos apetece, recibimos y damos sin problemas.
Aioria atrapó el cuerpo de Shura contra él, poniendo su tórax contra la espalda del azabache. Sus labios tomaron una sección de piel del cuello del español y la succionó provocando un estremecimiento en su compañero. Como sincronizados, ambos emitieron un corto gemido mientras cada uno de ellos seguían con los ojos fijos en el hombre mayor que les había llamado la atención.
— Así que, podemos intercambiar teléfonos — remató Shura sintiendo cómo Aioria repasaba con la punta de la lengua la marca que había dejado en su cuello.
— Por cierto, siempre jugamos en equipo — dejó claro Aioria sujetando posesivo a Shura prodigando un par de besos más por el mentón. — No hay forma de que uno vaya sin el otro.
Kardia se relamió con placer con las acciones del rubio y volteó hacia Dégel que miraba la escena con su típica pose de párpados entornados como si no le importara un poco. No necesitaba hablar con el de gafas para saber que lo habían provocado de inicio a fin y estaba dispuesto a regresar afrenta por afrenta satisfactoriamente.
Dégel se acercó a Kardia y sin disimulo, sacó del bolsillo de su chaqueta, el pequeño vibrador delgado y sin prisa, pero sin pausa, se lo fue introduciendo al peliazul en el bolsillo de su pantalón dejando dentro su mano.
Por supuesto, sus movimientos eran bien observados por el par de jóvenes que ya salivaban al reconocer el objeto con el que habían estado jugando los mayores.
— Me encantan sus reglas. La última sobre todo, porque la compartimos — comentó Dégel y Kardia no dudó en sujetar su cintura dejando constancia de su celo posesivo hacia el de gafas. — Y aceptamos su propuesta indecente de desbloquear límites... — continuó Dégel llevando su mano dentro del pantalón acariciando con sus dedos la virilidad del peliazul sin temores y una sonrisa retadora hacia el par de chiquillos.
— ¿Para cuándo quieren jugar en las ligas mayores, chicos? Establezcamos fecha — zanjó Kardia, enterrando el aguijón sin más.
¡Hola! ¿Cómo va?
Volví a excederme con las palabras, por eso es que se queda aquí la actualización. *Facepalm*
No me gusta maltratar mucho a un personaje, pero Surt hoy se la ganó bien y bonito. Además, Sasha me encanta y tenía que meterla con redoble de tambores.
Ahora, necesito tu opinión:
¿Tuviste algún problema al leer la acción de los pervertidos en el baño?
¿Entendiste quién hacía qué?
Porque eso de manejar a cuatro sin decir el nombre de uno, me obligó a golpear la cabeza en el teclado, jajaja. Y me gustaría tu opinión para mejorar o entender que así voy bien.
¿Deberé meter otro capítulo de este cuarteto indecente?
¿Mejor les hago un fic a ellos cuatro y los saco sexualmente de aquí?
¿Crees que se me pasó la mano shippeando a los chicos con los mayores?
Un Dégel x Shura y un Kardia x Aioria me apetece... pero no sé si variar a un Shura x Dégel y un Aioria x Kardia.
Total, te advierto que esos cuatro son versátiles, así que si no te gusta y lees que van a entrar en acción, mejor lee otro capítulo xD.
Sorry-not-sorry.
No digo más y nos vemos el próximo... jueves.
Un beso y gracias por tus comentarios porque me alientan a seguir escribiendo con estos locos.
Sobre todo a Lucia_Simarik y a WiliamGSanchez que tenían ganas de leer y como ya tenía esta actualización, la subí horas antes de la fecha prometida.
¡Hasta pronto!
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