
5. La vida te da sorpresas.
Sábado - 8:35 p.m.
Salón Les Olimpiques, París.
Saori no podía quejarse. La asistencia al evento de caridad era todo un éxito. El salón estaba al máximo de su capacidad y tenía completos los lotes para la subasta.
Lo recaudado sería donado a un par de hospitales infantiles que se especializaban en enfermedades degenerativas. Se utilizaría para renovar las instalaciones y conseguir aparatos de alta gama. La Fundación Kido se haría cargo de contratar a algunos especialistas y pagarlos para dar oportunidad de que niños de bajos recursos, fueran tratados adecuadamente.
En algún momento previo, uno de los nenes de estos nosocomios, quiso asistir al evento cuando se enteró que estarían presentes un par de estrellas de fútbol, así como algunos actores y cantantes de renombre. Por supuesto, al correrse la voz, pronto eran varios los chiquitos que estaban entusiasmados con acudir.
Si bien a Saori no le gustaba esto de exhibir la desgracia ajena, fue incapaz de negarles la entrada. Además, los nenes parecían realmente felices al pedir autógrafos y tener contacto con sus ídolos, eso ayudaba a su recuperación.
De cualquier forma, con el consejo de expertos, la joven ordenó que se instalara un área de juegos para que los pequeños pudieran seguir disfrutando en compañía de sus padres, en el lapso que durara la subasta. Después, vendría la cena y el baile.
— Parece que todo va viento en popa, Saori — escuchó la voz de Julián que parecía tan complacido como ella.
— Afortunadamente. Sin embargo, espero que la subasta sea un éxito. Necesitamos reunir mínimo 200 millones — susurró nerviosa tomada del brazo del hombre.
Si bien era una cantidad ridícula de acumular para las personas que eligió como asistentes, pocos invertían si no tenían demasiados beneficios.
— Lo lograrás, confío en ti — la voz del hombre era cálida y la miraba como si en realidad creyera en ella.
Julián Solo era todo un enigma para Saori. De más joven, ella fantaseaba con la hipotética idea de tener un romance con él, pero al ser mayor por cerca de 7 años, se sabía una niña para el peliazul. Por ende, todo quedaba en el mundo de los deseos.
Sin embargo, Julián esta noche parecía muy diferente de como lo conocía. No era distante y estaba siendo muy atento a lo que ella necesitara, como cambiar su copa de agua mineral cuando estaba vacía o cuidar de ayudarla a tratar a las personas más difíciles de la política y los negocios.
Saori no sabía si era el magnetismo personal del multimillonario el que hacía orbitar a los demás conforme a sus deseos o quizá, el hecho de ser un hombre que podría destrozar toda una vida con una simple llamada.
Aunque no quisiera aceptarlo, la joven estaba pasando una noche bastante agradable del brazo de su amor platónico. Tan así, que ni siquiera se acordaba del fiasco con Seiya.
Es más, ¿Quién era Seiya?
El "burro", como Apolo le llamaba, decidió de última hora largarse con Shiryu y la dejó sola a sabiendas de lo mucho que trabajó para este evento y cuánto apoyo moral necesitaba. Eso sin contar con que era uno de los organizadores del evento.
Si era sincera, Saori sabía que la culpa era completamente suya, pues le daba demasiadas prerrogativas queriendo que fuera más que un amigo.
¿Debería ser tiempo de tener amor propio?
Meditaba esa opción cuando vio a Surt entrar por la puerta principal. El rictus de la joven cambió a uno de preocupación. No quería que Camus lo pasara mal y por más que las palabras de Julián tuvieran sentido, Saori sabía que su amigo no merecía un trago amargo como el que seguramente le esperaba.
Sólo le quedaba rogar a los dioses porque al menos, el plan de Julián diera resultado. Y si no... que los Titanes les hicieran un lugar en el Tártaro, porque esto iba a ponerse muy caliente.
✧✧✧✧
Camus eligió para esa noche, un esmoquin en negro azabache con el que se sentía a gusto y que contrastaba con su cabello de fuego. El moño de lazo era un toque personal, pues tenía la tonalidad de sus ojos y discrepaba con la etiqueta exigida. Era una advertencia velada de que hoy, no estaba de buen humor.
Sin embargo, se había esmerado en el resto de sus prendas, así como también en su arreglo corporal. Se rasuró hasta dejarse la piel de terciopelo, limó al ras las uñas esmaltadas en rojo escarlata, se puso una loción que resaltara con su aroma personal, en fin...
Y con cada actividad que realizaba en su departamento para alistarse, nunca dejó de rogar de todo corazón, que Surt se rompiera una pierna o tuviera cualquier accidente que le impidiese asistir al evento.
Habían sido grandes amigos durante su niñez, pero la adolescencia trajo consigo cambios hormonales que no supieron manejar.
Tuvieron una relación si bien fugaz, demasiado intensa y tóxica. Los celos de Surt y la intolerancia de Camus, destruyeron cualquier buen sentimiento y hasta su amistad se derrumbó al final.
El último recuerdo de Surt teniendo contacto físicamente con él, fue tras ese pleito tan intenso, en el que ninguno de los dos salió ileso.
Después, se alejaron durante largo tiempo hasta reencontrarse ya de adultos. Aún así, Surt se comportaba como un completo connard. Por supuesto, Camus no se quedaba atrás, cuando perdía la paciencia, le hacía una trastada en los negocios de forma sutil, pero con su sello personal.
Por eso, Surt adquirió acciones de Diamond sólo para sacarlo de quicio. Camus no tenía dudas de que las vendería a ese intermediario a la primera oportunidad y no podía darse el lujo de perder su empresa por un berrinche.
Lo que fue un pleito de chiquillos, seguía siendo una piedra en el zapato de los adultos. Y ésta, sería una muy larga noche. Camus estaba a disposición de Surt y si llegaba al precio, le haría la vida imposible sólo para desquitarse de todo lo sucedido en el pasado.
El pelirrojo se dio un masaje en la nuca agotado y sintió una mirada pesada sobre él. Buscó a su alrededor y se encontró con los ojivioleta de su hermano bajo las gruesas gafas que el mayor acostumbraba usar en estos eventos y le daban un aire más intimidante.
Camus restregó la punta de la lengua contra su paladar sabiendo que no tenía escapatoria. Dégel venía sólo para asegurarse de que hiciera lo que le pidió y sin fallar. Por supuesto, el peliverde no venía solo. Su mascota le acompañaba.
A veces, Camus deseaba mandar a su hermano mayor a Siberia de una patada...
Con una copa de champaña en la mano, se dirigió a la zona reservada a los subastados. Quería tener un momento a solas para resignarse a lo que vendría a continuación. La espera y la expectativa lo estaba matando.
✧✧✧✧
Saori revisó la lista de los ausentes al evento que afortunadamente eran un puñado y después de verificar la hora, le avisó a Julián que empezaría la subasta.
Mientras el peliazul le daba órdenes a Sorrento (su secretario personal) para que se hiciera cargo del resto, la joven fue tras bambalinas avisando a los demás que iba a iniciar.
Saori se obligó a relajarse, acomodó su vestimenta y caminó por la tarima del escenario hasta donde estaba el estrado.
— Buenas noches a todos, bienvenidos a... — empezó a hablar frente al micrófono con una gran sonrisa. Era hora del show.
En otro lugar, Camus miraba su rostro en el espejo. Un par de maquillistas le ponían polvo para evitar el brillo facial por las luces. Estaba acostumbrado al procedimiento porque era el encargado en Diamond, de dar entrevistas ante los medios de comunicación para informar los avances tecnológicos de su empresa.
Hoy, el motivo era completamente diferente.
El pelirrojo deseaba salir de ahí a toda velocidad sin mirar atrás. Tenía el estómago hecho un nudo sin forma y por más que intentaran las mujeres ponerle algo de color a sus mejillas, estaba más pálido que un papel.
Odiaba esto, maldito Dégel, ojalá se congelara en Siberia...
✧✧✧✧
Dégel estornudó.
— Ah, alguien está pensando mal de mí — dijo pasándose un pañuelo por la nariz.
Estaba sentado en una de las mesas circulares dispuestas a lo largo del salón para disfrutar del evento. A su lado, su amante como Camus le llamaba, daba un pequeño trago a su naranjada mineralizada mientras Saori presentaba el primer lote de subasta.
Dégel se desprendió de sus gafas para limpiarlas con esmero. Ahora más que nunca, necesitaba concentrarse en lo que sucedería. Ya tenía a la vista a Surt. En cuanto el ruso miró a Dégel, le sonrió con arrogancia pensando que tenía en sus manos todas las cartas.
Si supiera que todo es una trampa de los Roux, seguramente ni siquiera habría asistido.
— ¿Cuántos faltan para tu hermano? — indagó su acompañante.
— Ah — Dégel revisó rápido el listado. — Como diez más...
— Ok, diez por cinco minutos aproximadamente cada uno, menos 5 de ida y 10 de venida, son... 35 minutos. Sí, perfecto... — dijo el otro poniéndose en pie y tirando de la mano a Dégel para que lo siguiera.
El peliverde dejó sobre la mesa la propaganda con el listado de personas que estarían subastándose según los lotes y siguió al hombre que iba caminando delante de él. Apenas tuvo tiempo de recolocarse las gafas para evitar golpearse bochornosamente contra alguien.
— Espera, ¿A dónde me llevas? — no entendía las intenciones de su pareja.
— Necesito enseñarte algo atrás tuyo y no quiero que seas demasiado obvio — sonrió el otro.
— ¿Eh? ¿Cómo? ¿Me manché? — preguntó el peliverde intentando en vano ver dónde estaba el problema, mientras se dejaba llevar.
La pareja salió del salón y avanzó por un pasillo. Había muy poca gente afuera y eran básicamente los niños que estaban jugueteando en el área recreativa con sus padres y meseros que llevaban bebidas del bar al salón.
El amante comprobó a su alrededor, entró a los sanitarios y se asomó en todos los cubículos.
Dégel se dirigió a los espejos para revisarse. Al levantar la chaqueta, quedó a la vista su bien redondo y apretujable trasero. No parecía estar manchado.
Por el rabillo del ojo, vio al otro ir a la salida. No le dio mayor importancia mientras pasaba su mano por la carnosa nalga derecha.
¿Y si era una arruga en la chaqueta? Estaba comprobando cuando escuchó que la puerta principal se cerraba firmemente...
— ¡Ah, no! — el peliverde sospechó el truco. — ¡No te atrevas! — ahora entendía qué era eso de "enseñarte algo atrás tuyo..."
— Ah, sí, Dégel... ¡Sí! — susurró el otro contra sus labios atrapando su cuerpo con sus fuertes brazos sin darle espacio para escapar.
— ¡Kardia! — fue lo último que pudo decir.
El peliazul lo tomó de la nuca para inmovilizarlo y le declaró la guerra con un tórrido beso que derrumbó todas las murallas del peliverde.
Aprovechando la debilidad de Dégel, Kardia lo introdujo en el cubículo de discapacitados que era el último y más grande de todos, mientras le sostenía por la cintura y no dejaba de poner entusiasmo a la batalla de lenguas desatada entre sus bocas.
Un gemido de Dégel fue sinónimo de rendición. Sus manos se hundieron debajo de la americana de Kardia para acariciar su espalda. Estaba a punto de caramelo.
El peliazul quería comerse todo el dulzor que derrochaba su pareja. Por ello, cerró la puerta del cubículo rápidamente y la atrancó. A continuación, giró a Dégel de cara a la pared.
— ¡Kardia, no quiero perderme la subasta! — alertó al sentir que le desabrochaba la hebilla del cinturón y del "entusiasmo", terminaba perdiendo el botón de su pretina que salió disparado quién sabe a dónde.
— Bla, bla, bla... no decías lo mismo hace un momento cuando me devorabas la boca, Dégel — dijo el otro abriendo la cremallera de su pareja de par en par. — Además, — prosiguió acariciando la virilidad cubierta por el bóxer provocando una mancha, emitiendo un siseo de satisfacción, — la subasta de tu hermanito será en treinta minutos. En ese tiempo, te correrás mínimo dos veces — prometió mordiendo el cuello dejando una marca que relamió con placer.
Dégel blasfemó en ruso. Sintió un golpe en sus corvas y separó las piernas por inercia. Eso bastó para que sus pantalones terminaran hasta las rodillas y su bóxer a mitad de sus muslos con el impulso de las falanges inquietas del bichejo impertinente. Su miembro saltó libre, ya húmedo por sus atenciones y la adrenalina del momento.
El de gafas sintió tres atrevidos dedos del peliazul hundirse en su boca. Los succionó y remojó sabiendo a dónde iban a parar. No se equivocó. Al quedar bien lubricados, fueron extraídos de su húmeda caverna bucal y pronto, los sintió jugando a los exploradores entre sus glúteos. Por instinto, intentó quitarse las gafas y Kardia se lo evitó.
— Déjate los lentes, me encanta romper tu imagen remilgada — siseó emocionado el peliazul.
— En un vulgar baño — rezongó Dégel fingiendo indignación. Se apreció tembloroso al sentir cómo acariciaba su entrada sabiendo cómo le gustaba y aprovechándose de ello.
— No veo que pongas mucha resistencia — canturreó Kardia en su oído adentrando la primera falange en su rosada entrada fácilmente. — Y no sería la primera vez... ¿Ya olvidaste cuando nos conocimos?
El de lentes lanzó un profundo gemido al sentir un segundo intruso. Su hombría estaba brillante por las gruesas gotas de presemen. La mano libre del peliazul le dio lo que necesitaba cuando, tras un rápido atrape, movió los dedos a lo largo de su virilidad. Dégel jadeó con fuerza y apreció excitado, el sonido de la respiración de su amante junto al oído.
El "remilgado" volteó la cabeza necesitado de esos besos y volvieron a trenzarse en una disputa oral. Las sinhueso se recorrían con vehemencia, con la misma pasión con que un tercer dedo lo preparaba para el evento principal y esa mano lo masturbaba haciendo un tándem con sus testículos hasta que lo hizo gruñir con impaciencia.
No tuvo que esperar mucho. Kardia ya estaba más que listo y después de unos movimientos donde escuchó el bajar de la cremallera, ese puñal de carne se adentró profundamente en las entrañas del peliverde de dos cuchilladas. A la tercera, alcanzó su punto dulce.
Dégel largó un gemido profundo pegando la frente en la pared y buscó a su compañero, echando atrás las caderas hundiéndolo hasta el tope. Pronto, fue correspondido con el inicio de un vaivén desenfrenado. Dégel dio un par de golpes con la mano en el muro con la fogosidad con que Kardia lo tomó.
— Estás tan prieto, que podrías arrancármelo — se mofó el desgraciado. El peliverde molesto, le prodigó una mordida en la barba. — Adoro cuando te pones agresivo — ronroneó incrementando la potencia de las embestidas.
Por un momento, el movimiento se detuvo. Kardia buscaba algo entre sus bolsillos.
Dégel volteó a mirarlo por encima del hombro comprobando que el otro no se había desprendido de los pantalones. Tenía toda la ropa puesta a diferencia de él. No supo por qué eso le encendió más...
El peliverde buscó la cintura del pantalón contrario y lo atrajo hacia él recibiéndolo con más fuerza. Sus bocas volvieron a encontrarse a mitad de camino. Fue el turno de sus dientes de participar en la contienda mordisqueando los labios hinchados por los besos y las respiraciones se agitaron hasta obligarlos a separarse.
No era suficiente... Nunca lo era entre ellos. La mano derecha de Kardia se afanó en introducir un objeto de cabezal pequeño, unido a un extremo delgado y muy alargado, de textura gelatinosa aún teniendo su falo dentro.
— Por Hades y todo el Inframundo junto. ¿Qué estás haciendo ahí, Kardia? — fue callado con un mordisco en su oreja.
— Algo que nos va a gustar. Te prometí "enseñarte algo atrás" — le recordó con voz ronca. — Y que tendrías mínimo dos orgasmos en treinta minutos, my lemon ice cream...
El de gafas se removió inquieto sin saber qué estaba planeando el otro, hasta que sintió una nueva sensación que le dejó mortalmente pasmado. Tembló por lo que desataba en él, pero antes de hacer nada, Kardia colocó mejor el aparato hasta que un gemido profundo y agudo escapó de la garganta del ahora pasivo.
Había alcanzado su próstata y esas sensaciones in crescendo, lo estaban desquiciando al tiempo que le hacían estremecer las piernas y el abdomen.
— Sabía que te gustaría — dijo en su oído su amante resoplando al sentir las ondas artificiales sobre el largo de su falo mientras entraba y salía de él. — Quiero que te derritas, Dégel.
— ¡¡¡Un... p-puto... vibra-doooohhh...!!! — alcanzó Dégel a decir con los ojos como platos y su compañero activó el ritmo a la mitad para torturarlo. — ¡Kardiaaahhh!
El peliverde alcanzó a insultarlo de nuevo en ruso por la increíble cadena de pulsaciones que se ensañaban desenfrenadamente contra su punto dulce, provocando gemidos guturales en él, una avalancha de precum y más risas del otro.
— Sabes que adoro cuando te pones tan soez — dijo el peliazul mordiendo la nuca de su amante, cuidando que el delgado y largo objeto no perdiera su posición privilegiada sobre el órgano más sensible del otro.
El de gafas quiso responder, pero sólo salían sonidos ininteligibles porque el placer era inmenso. Ni siquiera necesitó masturbarse. Dégel estaba en la gloria mientras sentía las fuertes penetraciones y esa pequeña protuberancia de jelly.
Estaba perdiendo la cabeza.
Tenía la boca tan abierta, que salivaba constantemente. Unos pequeños hilos de ese líquido oral resbalaron por sus comisuras. El vibrador era perfecto e insolente. Dégel sentía que no tardaría demasiado en venirse y sus palmas a veces golpeaban la pared por lo lujurioso del momento.
Las gotas de su lubricación caían al piso sin control. Sentía temblores incontrolables en el abdomen que lo hacían delirar. Su cabeza sólo podía concentrarse en lo que sucedía en sus entrañas y la reacción lasciva de su cuerpo.
Los pantalones y el bóxer del peliverde ahora estaban en sus tobillos. Kardia aprovechó para rasguñar sus muslos con la mano libre hasta darle una fuerte palmada en los glúteos. Ese movimiento hizo que la ondulación se sintiera diferente y el placer se potenció. El puño del ojivioleta volvió a rebotar contra la pared y más risas emanaron de la garganta del peliazul.
— ¡Ay, no pellizques, Dégel!
— T-te lo mereces, K-Kardia... Eres un m-maldito... — reprendió con frustración.
Ahora entendía por qué prometió tantos orgasmos en tan corto tiempo. Ese artilugio lo dejaba como mantequilla derretida. Tenía que poner todo su empeño no sólo en resistir para disfrutar más tiempo y que Dégel alcanzara el orgasmo, sino que era un suplicio permanecer en pie. La tortura era indescriptiblemente deliciosa y convertía sus piernas en gelatina misma.
El peliazul se sintió encantado al ver que su pareja tenía espasmos continuos por su perversión. Mordió el cuello del otro sintiendo cómo también lo sensibilizaban las constantes pulsaciones del aparato. En consecuencia, las arremetidas fueron inclementes, sucesivas, cuidando que no se escapara ese plus artificial.
Los sonidos del choque del pubis y los testículos contra los glúteos se incrementaban, los jadeos se sucedían, los besos eran interminables y pronto, Dégel empezó a arquearse y a apretar tan fuerte su esfínter que ambos emitieron un pequeño grito ardiente con pocos segundos de diferencia.
El de gafas sintió una opresión indescriptible que explotó poderosamente dejándolo sin aliento. La energía de ese clímax lo recorrió de pies a cabeza y encajó las uñas en el brazo de su compañero. Su miembro expulsó vigorosa y abundantemente su simiente en el piso entre quejidos profundos.
Segundos después, apreció la morbosa sensación de ser llenado con el esperma de su amante y eso completó su satisfacción. Buscó la boca del peliazul para terminar con un beso trémulo y húmedo por las sensaciones y las respiraciones agitadas, antes de reír débilmente.
Kardia apagó el vibrador para darle un minuto de paz a su amante. Se apresuró a recoger el cuerpo contrario, cuando Dégel se recargó sobre él buscando contención por los temblores incontrolables que lo dominaban.
Aún sentía cómo lo prensaba en esas entrañas de vez en vez, provocando que su hombría se resintiera por lo reciente de su eyaculación. A pesar de eso, fue renuente a sacar su pene y el jelly de su refugio, mientras paseaba sus dedos por el tórax del peliverde.
— Te amo, Dégel... — besó la huella de la última mordida que le dispensó a su cuello durante el estallido de pasión. Dejaría marca por varios días y sonrió exultante por eso.
— Y yo a ti t-te amo, K-Kardia — resopló incrédulo y sudoroso por el tremendo esfuerzo de no desplomarse con las sensaciones tan sublimes. — E-eso fue muy bueno — se rio entrecortadamente y llevó la mano atrás para acariciar los cabellos de su amante. Lo besó mientras movía las caderas demostrando que podía con más. — Vuelve a encenderlo...
El peliazul exhaló con fuerza, moviéndose en consecuencia. Una de sus manos se apoderó del pezón izquierdo de Dégel por debajo de la camisa y lo apretó hasta provocar un quejido.
— Me prometiste dos orgasmos, Kardia... — el peliverde aún debilitado, exigía más guerra de su compañero.
— Y te los daré — se sonrió el peliazul complacido, mordiendo el mentón de su amante. — Siempre cumplo lo que prometo, mi amor — le dio un beso pasional, restregando la punta de su sinhueso contra la saliva que había quedado impregnada en las comisuras del peliverde. — ¿O hay quejas sobre mi desempeño sexual? — sonrió con altanería al tiempo que un tremendo choque de cadera profundizó su penetración y subió al máximo el nivel del salvaje juguete sexual.
Kardia blasfemó en ruso arqueándose por completo, dejándose llevar...
✧✧✧✧
— Sigue usted, señor Roux — dijo una de las asistentes.
Camus miró su reflejo por última vez concentrándose en mantener la calma. Arregló bien su corbata de lazo carmesí, aplanó las arrugas inexistentes de su camisa de seda con su palma, se puso en pie y caminó con paso regio al escenario.
Las miradas le seguían con deseo y admiración. Era un hombre que desataba pasiones y anhelos prohibidos. Sin embargo, el pelirrojo ignoró estas reacciones. Estaba acostumbrado a ellas desde su despertar a la pubertad.
El personal le hizo esperar tras el telón a que fuera su turno y cuando Saori le dio la indicación, se obligó a salir.
Los reflectores se posicionaron en su figura. Camus avanzó hasta la marca en el piso donde debía aguardar. La luz era directa e impedía ver con claridad las mesas dispuestas, aunque sí notó algo: su hermano y su mascota no estaban en su lugar.
¿Dónde estaba ese par? ¿Qué era más importante que asegurarse de que Camus hacía lo "correcto"?
— Continuando con esta noche — escuchó decir a Saori. — Tenemos ya en el pozo la cantidad de ciento cuarenta millones y nuestra meta son doscientos. Nos faltan cuatro voluntarios más y en esa tesitura, el siguiente en esta subasta, es Camus Roux — la mujer extendió una mano hacia su figura. — El señor Roux es CEO de Diamond, Inc., la empresa de innovación tecnológica en sistemas de purificación de agua para su uso empresarial y doméstico. Tiene 27 años y sus gustos son el tenis, el polo y tomar una copa de vino en compañía de un buen libro. Empezaremos la subasta con un millón de euros.
Camus sentía cómo un par de gotas de sudor resbalaban por su nuca y se perdían por el cuello de su camisa y más abajo.
— Un millón.
Camus buscó entre la multitud a la dueña de esa voz. Su sorpresa le obligó a apretar las mandíbulas para que no cayeran al piso. Era la señora ganadora de su compañía en la primera subasta a la que asistió hace cuatro años atrás. Estaba más arrugada, pero con la misma cara de pervertida. De pronto, Camus se escuchó mentalmente rogando porque alguien subiera la postura.
— Dos millones.
Esta vez, la voz pertenecía a una joven que no pasaría de los veinte años y parecía dispuesta a tocarlo más que la anciana. Otra gota de sudor recorrió la espalda de Camus. No podía ser posible.
— Cinco millones.
Conocía la voz y si bien era lo que esperaba, ver a Surt levantar la paleta con esa sonrisa torcida, le daban ganas de bajar del escenario y darle un puñetazo.
— Cinco millones y medio — dijo la vieja molesta por la intervención.
— Cinco millones setecientos mil — dijo la joven sorprendida porque fuera otro hombre quien pujara.
— Diez millones — sentenció Surt.
Las dos mujeres se quedaron calladas. Parecía que las había aplastado.
— Diez millones al número veintiocho. ¿Alguien da más? — dijo Saori.
— Diez millones y medio.
Camus volteó y encontró a Hilda de Polaris levantando la paleta. Se conocían de varios negocios que el francés tenía en Suecia. Cualquiera era mejor que Surt e Hilda tenía gustos parecidos.
— Quince millones — soltó Surt.
— Diecisiete — insistió Hilda.
Camus casi sonrió porque la mujer parecía entender que esto era más por una revancha, que por dejar un buen beneficio a los chicos.
— Veinte millones — la voz de Surt estaba cargada de rabia.
— Veintiuno.
— Veinticinco.
— Veintiséis.
— ¡Treinta millones! — subió de pronto Surt.
Era la máxima cantidad ofrecida hasta el momento por alguien. Hilda pareció revisar su celular, seguramente calculando lo que podía ofrecer.
— Treinta millones y medio.
En el rostro de la peliplateada había una mueca de disculpa. Seguramente estaba llegando a su límite y Camus lo comprendía. No cualquiera podía soltar tales cantidades sin que fueran un golpe a su bolsillo.
— Treinta y un millones — insistió Surt midiendo cuál era la postura máxima de la mujer.
— Treinta y uno y medio.
— Treinta y cinco millones — volvió a tantear el hombre.
— Treinta y cinco y medio.
— Treinta y ocho millones — subió Surt.
Hilda bajó la paleta. Camus se sintió desesperar. Él mismo le hubiera prestado a Hilda lo que le faltaba, pero suponía que Surt todavía podía llegar más alto y si Dégel se enteraba de que intervino para contradecir sus órdenes, perdería sus testículos y Camus tenía mucha predilección por ellos.
Se resignó a terminar con el ruso pensando que al menos, eran treinta y ocho millones para los pequeños que lo necesitaban, gracias a la obsesión de Surt. Por un lado, tendría un buen final.
— Treinta y ocho millones a la una — empezó Saori a marcar la hora de su muerte. — Treinta y ocho millones a las dos... — no parecía que alguien fuese a ofrecer más. — Treinta y ocho mill...
— ¡Cincuenta millones!
La sorpresa generalizada tomó voz. Incluso Camus se quedó boquiabierto con esa oferta. ¿Quién enloquecía para apostar tanto? Las luces le impedían vislumbrar hasta que por fin, la mirada de rubí enfocó a quien sostenía la paleta.
Camus se descubrió deseando que fuera Surt el que le hubiera comprado...
✧✧✧✧
Mientras tanto, en los sanitarios.
Diez minutos antes de que Camus saliera a subasta...
Kardia sonrió besando el cuello de Dégel con dedicación después de su tercer orgasmo. La pareja jadeaba fuerte intentando recuperarse después de la maratón de casi treinta minutos, prodigándose caricias y besos dulces mientras se miraban a los ojos.
El peliazul había guardado el vibrador entre el segundo y tercer combate porque veía la dificultad con que su amante apenas se sostenía. Aún así, ambos estaban tan sensibles, que un roce cualquiera, les hacía gemir.
El jelly había sido una perfecta adquisición para sus juguetes personales.
— ¿Tenemos tiempo para llegar? — preguntó el de gafas acariciando el tórax del otro.
— Por... — Kardia revisó su reloj — supuesto. Tenemos cinco minutos para vestirnos. Aunque son cinco minutos, Dégel porque te comiste el tiempo hace rato, cuando te decidiste a juguetear con mi miembro y el jelly, según tú para vestirme — su sonrisa fue elocuente para provocar el sonrojo del otro.
— Cállate, no vi que te quejaras — rezongó muy digno.
— Me quejé con gemidos y diciéndote: "Dégel, Dégel, no, no" — se burló.
El peliverde le dio a su amante una mordida en el labio inferior hinchado y rojizo por los besos. Kardia se rio aún más.
— No lo niego, fue una indescriptible experiencia verte eyacular con tal fuerza — guiñó el ojo bajo las gafas a su pareja. — Aunque reconozco mi error. Creí que te habías vaciado suficiente y casi me atraganté... — recordó relamiéndose todavía los labios, guardando el vibrador en el bolsillo interno de su chaqueta para que Kardia no se atreviera a usarlo durante lo que restaba del evento.
Porque lo conocía demasiado bien...
Estaban terminando de vestirse cuando escucharon la puerta abrirse y casi inmediatamente, cerrarse de porrazo. El de gafas por inercia, tapó la boca de su amante sabiendo lo que salía a veces por ella y no quería que los vieran salir juntos del mismo aseo.
Cualquiera adivinaría lo que sucedió ahí dentro porque tenían el rostro sonrojado y el cabello alborotado. Sin contar con los labios hinchados y el sudor aún perlando sus rostros.
Kardia arqueó una ceja y juguetón, le mordisqueó la palma que le callaba.
No supieron qué fue primero. Si el siseo de Dégel o el poderoso choque en la puerta de aluminio del cubículo donde ellos estaban metidos.
La pareja volteó al unísono sin comprender qué estaba pasando hasta que...
— ¡Oh sí! — se oyó una voz del otro lado, en el pasillo de los sanitarios. Era urgente, necesitada, excitada...
Dégel vio asustado cómo su amante estaba a punto de soltar una carcajada. Sobre la mano que tenía en la boca del bicho, puso otra más para reafirmar el agarre.
Ambos entrelazaron miradas y tenían los mismos ojos tremendamente abiertos por descubrir que alguien más había tenido la grandiosa idea de aprovechar mejor el tiempo que en la aburrida subasta. Y justo, se escuchó afuera un...
— ¡Penétrame ya, Shura!
¡Hola! ¿Cómo va?
¿Y qué te digo? Reconozco que tenía pensado un Shura-quién-sabe-quién para después, pero como ganó la trivia Lucia_Simarik, ella me dijo que era su crack ship.
Así que... nada, llegaron pisando como gigantes porque confieso que no esperaba que su entrada fuera así... tan "triunfal".
J-O-D-E-R
O.O
Tan fuerte entraron, que no quedó más opción que partir la actualización en dos porque si no, no entra.
¡Lo siento! Pero eran más de 7,000 palabras, así que tendrás que esperar al lunes para saber qué pasó.
Sorry-not-sorry xD
¿Opiniones? ¿Qué te pareció?
¿Te esperabas que fuera Kardia el amante de Dégel? Si fue así, ya lo sé, es que shippearlos es muy tentador.
¿Sospechas quién interrumpió la subasta con los 50 millones?
¿Debo seguir con los juguetitos sexuales?
¿Quién será el que quiere jugar con Shura?
Desde ya, muchas gracias por todo y nos vemos el próximo Lunes :D
¡Hasta pronto!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro