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32. Desesperación

Advertencia: Como el título de este capítulo indica,
puede no terminar bonito.
Lea bajo su propio riesgo de terminar con un 14 de Febrero... Triste.


—Hola, soy Dohko, el abogado de Aioros. Mucho gusto, Saga.

El azabache devolvió el saludo con un apretón de manos, desconfiando del oriental desde el momento en que lo distinguió sentado en el bar y lo reconoció como el tipo al que Aioros besó en aquel restaurante.

     »¿Son tus abogados?

—No, ella es Katya Nothern-Crown, una amiga mía, y su pareja, Odysseus Ophiuchus.

—Ophiu...chus. ¿De la farmacéutica?

—Es correcto —aseveró el aludido—. Soy uno de los socios mayoritarios.

—¿De casualidad tu abogado no es...?

—Aioros, sí.

Saga giró raudo la cabeza hacia Odysseus y se mareó por el escenario puesto ante sus ojos. ¿El médico conocía a Aioros? ¿Por eso su afán de venir hoy?

—¿Vienes a asegurarte de que no cometa una trastada? —se interesó Dohko.

—Por supuesto —aseguró el médico sonriendo, pero la alegría nunca le llegó a los ojos—. Y también estoy valorando el futuro de mi empresa con tu firma de abogados.

Dohko exhaló con resignación y encogió los hombros.

—Lo entiendo. Aioros es un genio en su profesión, pero su vida personal es complicada...

—Más bien es un desastre —aseveró Odysseus—, y hablo sin afán de buscar conflicto al decirte que yo puedo dar una oportunidad, pero mi socio no.

Si las intenciones del médico consistían en presionar al abogado, dieron muy buenos resultados.

—He escuchado mucho de tu socio y su carácter intransigente —comentó Dohko rascándose la nuca—. De cualquier forma, mi intención aquí es establecer pautas sanas para la convivencia de Regulus con sus dos padres. El niño ya sufrió bastante y merece una vida mejor. ¿Estamos de acuerdo?

—Sí —tomó la palabra Saga—, quiero que mi niño esté en un ambiente armónico. ¿Por qué no vino Aioros?

—Porque yo me haré cargo de confeccionar el convenio.

Katya y Saga se comunicaron con miradas. Ambos tenían sus dudas sobre esto.

     »Tengo un poder notarial donde Aioros me da las facultades para firmar el convenio y ratificarlo en tribunales.

El abogado se lo entregó a Saga. Éste lo leyó con incredulidad.

—¿Por qué otorgaría un documento así?

—Tengo mis métodos de persuasión bien afinados.

—¿Lo amenazaste?

De otra manera, el poder jamás hubiera sido firmado de buena gana por Aioros.

—Hay momentos en que la vida te devuelve con creces el karma —respondió Dohko sin arrepentimientos.

Saga sintió el impulso de repudiar el chantaje hacia Aioros y negarse a este acuerdo. Le detuvo la promesa hacia Regulus. A regañadientes reconoció que éste era el único camino a tomar. Sin la presencia de su ex en la mesa de negociación, su niño pronto estaría a su lado y dejaría de sufrir el acoso permanente de su otro padre.

Con un malestar generalizado al sentirse deshonorable por abusar de la debilidad de Aioros, Saga tomó asiento y en compañía de los otros adultos, se enfocaron en el acuerdo con suma concentración.


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—Entonces, Aioros tendrá al niño siempre y cuando esté bajo terapia psicológica —comentó Dohko tiempo después, asentando las bases en unas hojas.

—También quiero que tenga terapia psiquiátrica —negoció Saga revisando en su celular los comentarios favorables de Radamanthys al respecto del poder notarial—. Me es indispensable.

¿Por qué psiquiátrica? ¿No basta con la psicológica?

—Verás, Dohko —intervino Odysseus—. Ayer hicimos una interconsulta con un psicólogo y le expusimos el caso de Aioros. Él nos comentó que, debido a los comportamientos del paciente, sería conveniente un tratamiento psiquiátrico, lo que permitirá el suministro de medicamentos para controlar su química cerebral y así, evitar sus múltiples excesos violentos.

Dohko hizo una mueca contrariada y tamborileó los dedos sobre la mesa.

—Pues si eso quieren...

—Sí, eso quiero —aseguró Saga—. ¿Qué pasa si en un arranque de emociones decide llevarme otra vez a juicio o sucede como ayer, que me golpeó sin pensarlo un instante? Llevándolo más lejos, van dos veces que quiere golpear a Regulus en mi presencia, imagínate a solas cómo debe comportarse con el niño. En definitiva, quiero un acompañamiento adecuado para Aioros.

El abogado bebió un trago de su agua mineral con nerviosismo.

—Me va a ser difícil convencerlo de ir a un psiquiatra. Aunque le tengo fe porque me mostró que tiene cita con un psicólogo para este Viernes, si no mal recuerdo.

Los otros tres mostraron de diversas formas su sorpresa. Saga con los ojos abiertos de par en par, Katya con una mano sobre la boca y Odysseus con una sonrisa torcida.

—¡Eso es maravilloso! —celebró ella con sincera alegría—. ¿Él hizo la cita?

—Así fue y sin presiones.

—¿El psicólogo es competente? —quiso saber Odysseus.

—Sí, es el hermano mayor del que atiende a Regulus y es muy reconocido en el país. Ahora que recuerdo, también es psiquiatra.

—Espera, espera —le pidió el médico—. ¿Es psiquiatra y psicólogo? ¿O sólo psicólogo?

—No tengo la menor idea, deja lo busco.

Dohko sacó el celular y eso dio pie a que los otros hicieran lo mismo.

—¿Cuál es su nombre? —indagó Odysseus.

—El terapeuta de Regulus es Shaka Spica... —murmuró deslizando su pulgar por la pantalla táctil—. Acá está, su hermano mayor es Asmita y es... uh, es psiquiatra, no psicólogo.

—¿Quién dices que le recomendó ir con este hombre?

—Shaka, pero no entiendo, Odysseus. ¿Por qué le pediría ir con un psiquiatra?

—No sé, pero me preocupa. Como Aioros descubra la verdadera profesión de este tipo, puede ser que lo tome como un ataque.

—Maldita sea, me va a joder todo el plan —rumió Dohko rascándose la nuca.

—¿Puede revocar el poder? —interrogó Saga.

—Sí, pero no creo que lo haga.

—¿Por qué estás tan seguro?

—Porque fue una de las tres condiciones que le puse para no despedirlo del despacho.

—¿Y además de esto, lo chantajeaste? —jadeó Katya.

—Después de enterarme de la triquiñuela usada para quitarle la patria potestad a Saga, decidí que no puede estar en el despacho. Ya escuchaste a Odysseus, él puede perdonar, pero hay otros clientes que, al enterarse de esto, optarán por largarse de la firma.

—Lo haces por conveniencia —gruñó Saga.

—Lo hago porque tengo una plantilla laboral a la cual pagarle y no arriesgaré la credibilidad de mi despacho sólo por un abogado. ¿No harían ustedes lo mismo?

Odysseus levantó la mirada del celular, dejando en segundo término la lectura del currículum vítae de Asmita.

—¿Si mi farmacéutica tuviera a un empleado mentiroso con problemas legales?

—Así es.

—Yo no hago nada —encogió los hombros—, el que le cortará la cabeza será mi socio. Él no se anda con medias tintas y odia las mentiras.

—Pues ahí lo tienen, señores. Me parece que éste es el camino correcto. Además, creo conocer a Aioros y hasta ahora, ha sido incapaz de establecer una conversación coherente con Saga. ¿No es así?.

—Sí, así es —respondió el interpelado.

—Entonces no hay más que discutir y como tenemos el tiempo contado, firmemos antes del viernes. De esa forma, a Aioros le faltará tiempo para boicotear esto.

—De acuerdo —susurró Saga revisando el listado de ítems a resolver—, entonces veamos quién tendrá al niño durante las vacaciones...



Milo llegó al hospital con un dolor de cabeza tremendo. Pasaban de las ocho de la noche y seguía resolviendo los pendientes de su trabajo. ¿Cómo podían acumularse tantos en poco tiempo? ¡Era inverosímil!

Por eso nunca tomaba vacaciones.

Le mandó un mensaje a Dégel para informarle de su llegada y aguardó afuera de la puerta principal. En tanto, le entró una llamada de Camus. Su corazón se saltó un par de latidos y una sonrisa estúpida le adornó el rostro.

—Hola, Camus —saludó de inmediato—. ¿Cómo estás pasando el día sin mí?

—Lo estoy sobreviviendo.

La voz de su pelirrojo favorito sonaba ocupada. Milo sonrió pensando en lo atareado que estaría y se alegró de que el otro sacara tiempo para hablar con él.

—Yo también te extraño mucho. ¿Qué haces?

—Estoy viendo qué voy a cocinar mientras los niños se bañan.

El estómago del rubio se revolvió de preocupación al imaginar a Camus aún convaleciente, atareado en la elaboración de la comida.

—¿Vas a cocinar con la computadora? —indagó esperanzado.

—Por supuesto, ¿hay otra forma de cocinar?

El alivio impregnó cada parte del rubio y sonrió divertido. Adoraba ese rasgo en el francés. Le parecía muy tierno. ¿Sabría cocinar sin el aparato?

—No, claro que no. Amo tu sazón en la cocina cibernética.

Las risas del otro lado de la línea hicieron saltar su corazón. Este pelirrojo le ponía la vida de cabeza y eso que apenas llevaban un día de noviazgo. Joder, esto sería una montaña rusa de emociones y rogaba por terminar mañana sus ocupaciones para ir a comerse esos labios y quizá, sólo quizá, algo más de esa anatomía de pecado.

La simple idea le complicó la postura por la hinchazón en la zona de la bragueta.

—¿Gracias? Amm... Milo.

—¿Sí?

—¿Sabías que el Hada de los dientes le dejó una moneda a Écarlate?

—Obvio, cumplió con el detalle.

—Entonces sí le dejaste una moneda.

El tono le apretó el estómago, la hinchazón se esfumó de golpe y porrazo.

—¿Por qué presiento que ahí cometí un error?

—Te explicaré las condiciones del Hada cuando vengas.

—¿Perdón?

—No, no te preocupes, sólo quería asegurarme de que no se había escapado algún billete entre las sábanas.

—No, no, le dejé una moneda.

—Bueno, perfecto. Así que... ¿mañana nos vemos?

La sonrisa volvió a su rostro.

—Ten eso por seguro, nada me impedirá ir contigo y darte los besos que deseo. Aprovecharemos de nuevo el baño de los niños para bañarte de leche.

—¡Y en el Tártaro los Titanes quieren libertad! —resonó el soponcio del otro lado.

—Ash, ¡qué terco te hizo tu papá!

—¿Cómo dices?

Tarde se dio cuenta de sus palabras y su reclamo se convirtió en carcajadas. ¡Habló igual que Krest!

—Básicamente eso. Tu papá te hizo muy terco.

—Jajaja, pues te aguantas, así me elegiste. De cualquier forma, nos hablamos después. Así termino y me encargo de sacar a los niños de la tina. Te veo mañana.

—Te veo mañana, cariño.

—Jo...der.

—Te mando besos, muchos... Acomódalos todos en tu bragueta Camus y en la noche, cuando te duches, quiero que te toques esa verga que...

Se cortó la comunicación.

Milo parpadeó incrédulo y revisó su celular. Volvió a marcar.

—¿Sí?

—Se cortó la llamada.

—No, yo te corté antes de que sigas diciendo más barbaridades. Adiós, Milo.

—Pe...

Llamada terminada.

El rubio soltó la carcajada. ¡Cómo adoraba a este pelirrojo!

Acomodó los auriculares en su funda revisando los alrededores. Meditó con buen humor cuánto había cambiado en el transcurso de una semana. Camus y sus niños resultaron ser una revolución extraordinaria y virulenta en su vida, trayendo consigo unos aires de libertad absoluta y felicidad sin límites.

—¿Todo bien, Milo? —indagó Dégel acercándose mientras arreglaba su abrigo.

—Hola, sí, todo bien —saludó con una sonrisa—. ¿Estuvo pesado hoy?

—No, para nada. Tanta tranquilidad en Kardia me asusta.

Los dos intercambiaron un rápido saludo de manos. Al notar el agotamiento en las facciones del ruso, se felicitó internamente por ayudarlo y quedarse esa noche con Kardia.

—Pues ya vete a tu casa que tu nena te espera. No te preocupes, sé cuidar de enfermos y traigo la chancla por si se porta mal.

—¿La chancla?

La cara de Dégel era un poema de extraordinaria belleza y estupefacción.

—¿A ti nunca te amenazaron con ella?

—No. Camus y yo fuimos retados por nuestros padres en contadas ocasiones. Éramos hijos ejemplares.

—¡Qué aburridos!

A pesar de su aparente crítica, valoró muchísimo esa información. Saber sobre la vida de su adorado pelirrojo le era importante y que fuera un niño incapaz de una travesura, le llevó a idear varios escenarios para sacar al otro de su zona de confort.

—Tienes razón, era un aburrido —dijo con una pequeña sonrisa ladeada—. Quizá por eso decidí darle entrada en mi vida a tu hermano.

—¿Cómo fue eso? ¿Algún día me contarás?

El de cabellos verdes perdió la mirada en el cielo con nostalgia y hundió sus manos en los bolsillos del abrigo. Milo tuvo la prudencia de esperar sin presionar.

—La verdad, tu hermano fue una calca de tu comportamiento: directos al sexo.

—¡Hey! —saltó riendo.

—Es cierto, no me dejó en paz hasta meterse entre mis piernas —comentó con una sonrisa desdeñosa—. Después de ello... descubrí en él a un tipo bastante coherente y noble. Tan así, que se hizo a un lado al saber que estaba casado.

—Explícame eso de que estabas casado. Creí que Kardia odiaba a los infieles.

—Sí, los odia y yo... —exhaló recordando—, tenía a Seraphina en ese entonces... Tu hermano llegó como un torbellino y jamás me permitió dar un paso al costado y mucho menos, uno atrás. Cuando todo terminó y pudimos hablar...

—O sea, ni hablaban de tanto beso y caricia —bromeó cizañoso.

Dégel lo congeló con la mirada. Milo soltó la carcajada detectando y capeando el temporal helado. Tenía vasta experiencia con Camus.

     »No te enojes, cuñado.

—Sabes a lo que me refiero.

—Sí, lo entiendo —se obligó a comportarse seriamente—. Entonces, cuando por fin pudieron sentarse a hablar decentemente... ¿qué pasó?

—Le repetí sobre mi matrimonio. Tu hermano pensó que era una broma la primera vez que se lo dije y cuando lo confirmé, se quedó helado —comentó hundiéndose en sus recuerdos—. Me pidió perdón por meterse en mi relación y ahí me di cuenta de cuánto valía Kardia. Incluso, prometió alejarse de mí y no volverme a ver. No fueron palabras vanas... lo cumplió.

—¿Se dejaron de ver?

Le parecía imposible esa determinación de su hermano. El amor por Dégel se derramaba en los ojos de Kardia y separarse de él, seguramente fue cruel. Milo no lo habría soportado de estar en su lugar.

—Sí y una vez que nos cruzamos, Kardia de inmediato tomó otro camino sin titubear.

El rubio comprendió lo poco que conocía a su hermano. Su carácter era más firme de lo que imaginó.

—¿Entonces cómo te enamoraste de él?

—Justamente por eso —sonrió un poco—. Me enamoró el cumplimiento de su palabra, a pesar del dolor en su faz. Sí, ya desde entonces lo noté: Kardia se moría por hablarme. Su anhelo por mí era infinito y al mismo tiempo, se obligó a largarse rapidito y sin escalas.

—Vaya... ¿qué pasó después?

—Seraphina nos reunió.

Otro sobresalto. Milo se rascó la nuca. Dégel permaneció quieto en su sitio, sumido en sus pensamientos.

—¿Tu... esposa?

—Sí, a mi llegada a París después de conocer a Kardia en Rusia, no tuve cara para mentirle a Seraphina y se lo dije. Tras ello, decidimos continuar nuestro matrimonio por un tiempo y ver qué sucedía. Las cosas fueron tranquilas durante meses, pero el día que me topé a Kardia en París, todo se fue al caño. Su huída evitó que pasara a mayores, pero quedé muy afectado con ese encuentro.

—Ella se dio cuenta...

—Sí —susurró con la mirada perdida en los recuerdos—, Seraphina siempre fue mi mejor amiga. Nada en mí le era desconocido y no había secretos entre nosotros. Le dije de la llegada de Kardia y esa noche fue... angustiante. Estoy seguro que ninguno de los dos pudo dormir y pareció que nos hubiéramos distanciado kilómetros y kilómetros del otro, aunque estuviéramos acostados en la misma cama.

     »Una noche, cuando llegué a casa, ella me dijo que había contratado a alguien para que le diera una visión sobre un negocio que quería establecer. Me pareció rarísimo porque ella jamás mencionó su interés en volverse comerciante, pero si ella lo quería, yo la apoyaría. El contratado resultó ser tu hermano.

—¿Kardia? —graznó por inercia, para asegurarse de haber escuchado bien.

—Exacto.

—¿Y qué hiciste?

—Me quedé paralizado, mirándolo como idiota —sonrió con amargura—. Tu hermano hizo el amago de largarse y Seraphina nos dijo que debíamos de encarar la situación. Ambos sentíamos algo y debíamos solucionarlo o siempre sufriríamos por la ausencia del otro. En ese momento me pidió el divorcio y se fue a cenar con sus amigas, dejándonos solos.

Milo se quedó sin palabras. Él jamás le entregaría a su esposo a otra persona. Jamás... y mucho menos si éste fuera Camus.

—¡Qué ovarios!

Dégel paseó su pulgar por la alianza de matrimonio decorando su dedo anular.

—Seraphina nos permitió iniciar una relación y Kardia siempre fue directo, brutal y sin anestesia. Supe a qué atenerme con él a cada paso. Mis únicas objeciones fueron, en su momento, su relación contigo y hoy, esto de su enfermedad. Nunca me arrepentí de estar con él y aún ahora, no lo hago. Sólo...

—Quieres matarlo.

—No, quiero darle una lección por jugar al vivo... —rechinó los dientes con disgusto—. Se le acabó el sexo por seis meses.

—¡Auch! ¿No eres muy duro con él?

—¿Yo? —dijo poniéndose una mano en el pecho—. Oh, no. Es el doctor Manigoldo el que lo decidió. Yo sólo obedeceré la prescripción médica.

Milo guardó silencio con los ojos puestos en Dégel, llegando a una conclusión.

—Eres tan cruel como Kardia. Son tal para cual.

—Se lo tiene merecido, ¿qué harías tú en mi lugar?

Se rascó la nuca. Le fue imposible ponerse en los zapatos del otro.

—Presiento que Camus sería incapaz de ocultarme algo así...

—Cierto, él te lo dirá todo aunque les duela a ambos. Mi hermano es sincero y a veces peca de eso... En cierta forma, es como Kardia. Sólo recuerda algo: Camus es medio cabezota. Ten paciencia porque si te subes a la montaña de improviso, no esperes que te reciba un sol espléndido.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Si lo haces enojar, te enfrentarás a las ventiscas y los hielos primigenios. Ten cuidado con él.

Por alguna razón inexplicable, en lugar de asustarse, una presión intensa se acumuló en su pecho. Se parecía a la típica sensación de la adrenalina que lo invadía, antes de subirse a la montaña rusa

—Te escucho decir eso y mientras mi mente toma la advertencia en serio, mi verga se pone durísima.

Dégel rodó los ojos dentro de sus cuencas.

—¡Eres un idiota redomado como Kardia! ¡Con razón son hermanos!



La mañana del miércoles encontró a Milo con los músculos hechos nudos de diversos tamaños, tipos y sabores.

—¿Estás bien, hermano?

—Me duele hasta el culo —se lamentó sobándose la nalga derecha—. Odio este maldito sillón del Tártaro.

Kardia se burló en su cara. El descarado descansaba en un camastro del tamaño adecuado para estirarse mientras que el sillón donde Milo pasó la noche, resultó un instrumento de tortura para la complexión física del rubio.

—Lo lamento, la próxima vez que te quedes...

—¿Yo? ¿Volver y quedarme contigo? Oh, ¡y en el Tártaro los Titanes quieren libertad!

Las risas de Kardia alegraron la mañana. Milo se dirigió al baño para vaciar la vejiga y lavarse las manos. Al mirarse en el espejo, optó por echarse agua en los cabellos para aplacar el frizz. Se anotó la tarea de ir a bañarse antes de ver a Camus, así no lo asustaría con su melena salvaje e hirsuta.

O evitaría incitarlo a agarrar el peine y hacerlo sufrir las de Atlas mientras lo peinaba, como hizo con Écarlate.

     »Hey, Kardia, ¿necesitas ir al baño?

—Sí, por favor.

Ayudó a su hermano con las labores y le dio intimidad. Aprovechó el tiempo para arreglarle un poco la cama y después, lo depositó con cuidado en el lecho.

     »Gracias, Milo. Lamento ser una puta molestia.

—No hay por qué. Algún día lo harás conmigo —se burló guiñando un ojo.

—Por ti, sí...

—¿Hubo alguien por quien no lo hiciste?

—El viejo.

Sus ojos se abrieron como platos. Kardia notó su azoro y se tomó su tiempo para decir algo.

     »Él nunca fue bueno como padre, esposo, amigo... vamos, ni siquiera era decente en los negocios. Me heredó un lío tremendo y muchísimas deudas. Zafé de ir a prisión por malversación de fondos y blanqueo de dinero.

—¿Blanqueaba dinero?

—¿Por qué lo dudas? Por fortuna, tengo un excelente contador y se dio cuenta rápido de lo sucedido. De lo contrario, hubiera celebrado el nacimiento de mi Sasha en prisión.

—Joder con el tipo.

Tomó la manta para cubrir al enfermo. Éste se puso la tela contra su pecho.

—Tal cual, pero bueno, ya pasó y las empresas ahora gozan de unas finanzas saludables dentro del marco legal. Por cierto, lamento mucho la muerte de tu madre, Milo —susurró por lo bajo—. No lo digo de dientes para afuera, sé cuánto duele perder a la mujer que te dio la vida.

El rubio aguantó el inesperado golpe al estómago. Le fue difícil escuchar acerca de Trivia, su madre, sin romperse.

—Gracias... —dijo a regañadientes y para salir del bache, se obligó a decir algo, cualquier cosa—. Ella sólo me heredó recuerdos y una cuenta de banco en ceros.

El silencio los cubrió con su manto. Luego de unos momentos, Kardia tuvo la fuerza para proponer:

—Si quieres, cuando me recupere, te acompaño a Grecia para que puedas dar cierre a esa etapa.

La garganta de Milo se cerró con la idea de regresar a ese lugar. Desde la muerte de su madre, encontró cualquier pretexto para negarse a volver. ¿Y a qué? Quizá la investigación de Shura le dé motivos para una vuelta más amable.

—Hace unos años puse las pertenencias de mi madre en una bodega. En algún momento de este año o quizá, el que viene, me tomaré el tiempo para decidir con qué me quedo y qué objetos donaré, venderé o tiraré.

—¿Lograste despedirte de ella?

—Sí, claro. Me despedí e hice las paces con ella cuando estuvo en su lecho de muerte. Es sólo que, después de su entierro, no me sentí con fuerzas para decidir el destino de esos objetos —confesó con una carga en el pecho—. Lo metí todo sin ver. Prácticamente esos días fue como realizar una tarea rutinaria y en piloto automático.

     »Además, esos objetos... —calló y se miró las manos entrelazadas—, detentan una carga sentimental muy fuerte, como por ejemplo su computadora. Están sus fotos y sus mensajes, pero además, ella escribía un diario... y aunque quisiera, no puedo animarme a leerlo. No aún.

—Fue muy sorpresiva su muerte.

—Sí, ese accidente automovilístico fue brutal. Aunque estuvo en coma, decidí desconectarla. Un par de médicos se opusieron, pero... ¿alguna vez viste a alguien y supiste con seguridad que había partido de este mundo?

Kardia bajó la cabeza y asintió.

—Sí, el viejo. Supe el momento exacto en que Thánatos se acercaba a él. Nadie me cree, pero estoy seguro de lo que presencié. Esa sombra acercándose para llevárselo...

Un escalofrío recorrió la piel del rubio. Creía en las palabras de Kardia. De alguna manera, ambos compartían el mismo lazo con la muerte.

—¿Atendiste al viejo en su agonía?

—Por mera casualidad porque se encargaban los enfermeros —respondió dubitativo—. Quien estuvo al pendiente de él desde el día en que descubrí la procedencia de los recursos, fue Dégel y...

—¿Yo qué?

Milo se sobresaltó al oír la voz del aludido y le dirigió una reprobadora mirada mientras acomodaba los almohadones tras Kardia.

—Rayos, hombre, ¿acaso no sabes que si yo me quedo, debes llegar después de las 10?

—No —respondió con voz átona—. Además, me sabe un poco mal que vengas a quedarte con él y yo llegue miles de horas después.

—¿Y entonces cómo quieres que Kardia y yo generemos un vínculo si estás metido entre nosotros todo el tiempo?

Esas palabras desarmaron a Dégel. Se le cayó la mandíbula y dirigió una mirada de auxilio a Kardia.

—Ya lo escuchaste, te convertiste en un me-ti-che —dijo el enfermo entre risas.

—No soy un metiche —alegó ofendido poniendo la mano en el pecho.

—Lo eres —afirmó Milo—. Un puto metiche. Estoy hablando con mi hermano, confiado en que llegarás después de dejar a Sasha y tú apareces antes de tiempo y escuchas lo que decimos. Me-ti-che.

Las cejas bifurcadas del ruso se encontraron en el centro y cruzó sus brazos sobre el tórax. Kardia sonrió complacido por el giro de los acontecimientos.

—¿Sugieres que debería llegar más tarde?

—No sólo lo sugiero, lo demando, cuñadito. Si me quedo, no sólo es para pasar la noche. Es para que aproveches y realices ciertas actividades como desayunar con tu hija y llevarla a la escuela. Dale a la niña un poco de normalidad a pesar de las circunstancias, joder. En cambio, cuando vienes acá corriendo, quien está pagando los platos rotos no soy yo, Kardia o tú... es Sasha. Mi sobrina. ¿Escuchaste, remedo de idiota?

—¡Óyeme, no insultes a mi remedo de idiota! —intervino Kardia belicoso—. ¡Sólo yo puedo decirle idiota al idiota!

—No me ayudes tanto, mi amor.

—¿Por qué no, idiota mío? Si yo te amo —aclaró con una sonrisa dulce y una mirada cargada de burla.

Dégel se tomó su tiempo para reflexionar lo dicho por Milo. Incluso, se desprendió de las gafas, sacó un pañuelo y se dedicó a limpiarlas con parsimonia. Al devolverlas al rostro, las empujó con el dedo medio sobre el puente de la nariz.

—¡Qué sexy se ve tu marido, hermano!

—Por supuesto —atajó Dégel cualquier respuesta cortante de Kardia—, el embrujo de mi marido inicia cuando se desprende de la camisa y yo lo contrarresto y le compito al ponerme los lentes —aseguró Dégel con sonrisa torcida.

—Eso, eso —apoyó el convaleciente—, pero no lo mires tanto, que me lo desgastas.

—¡De ahí sacó la frase Tenecito! —reconoció el rubio.

—Por supuesto, ese niño es una esponja de tonterías —afirmó Dégel—. Atrapa todo lo que no es conveniente.

—¡No insultes a mi niño guapo! —renegó Kardia—. Ay, los extraño mucho a todos. Ven, Dégel, dame un beso.

—Ni loco.

—¿Por qué no? Sabes que me encanta cuando te pones los lentes.

—Lo sé, pero estás a dieta, mi amor.

—¡Qué dieta, ni qué tus narices! Ven y dame mi beso.

—Que no, que no.

—Milo, dile a Dégel que...

—Ni loco, a mí no me meten en líos de matrimonio —sacudió la cabeza.

Kardia se enfurruñó y cruzó de brazos. Su estampa recordaba la de Krest después de enterarse del noviazgo de Milo y Camus.

     »Por cierto, Dégel. ¿Camus usa mucho los lentes?

—Cuando lee, padece de vista cansada.

—Ah...

—¡Ni se te ocurra!

—¿Qué hice ahora?

—Conozco esa mirada en ustedes, alacranes de cuarta.

—¿Cuál mirada?

—¡Tu intención de cogerte a Camus usando los lentes! —acusó—. Te informo que su oftalmólogo se encuentra fuera del país hasta noviembre. Así que cuida sus malditas gafas porque como se le rompan, se transformará en un Jötunn.

—¿A qué te refieres que se pondrá como un YouTube?

Kardia estalló en carcajadas y se sujetó la panza con fuerza.

—¿You...? —repitió extrañado Dégel y a continuación, se sostuvo la frente con la mano—. ¡Jö-tunn! Un gigante de hielo de la mitología nórdica, imbécil.

—Ah, ya decía yo que no me sonaba nada lo de YouTube con Camus —murmuró Milo mientras se rascaba la nuca.

—¡Me muero! ¡Un YouTube! ¡Me muero!

—¡No tienes derecho a morirte, bicho de pacotilla! —refutó Dégel—. Al menos, debes recobrarte para que pueda darte tres buenas nalgadas y entonces sí, te mueres.

—¿Me vas a nalguear? —indagó el enfermo con ojitos brillantes.

—Eres un idiota, cuñado. ¡¿Cómo se te ocurre decirle eso a un adicto al sexo?!

—¿Lo dices porque te identificas con él? —le devolvió Dégel.

—¡Hey, qué ataque más gratuito!

—No sé por qué te metes donde no te llaman, hermano —exhaló Kardia—. Éste tiene para dar y repartir. ¿De verdad te gusta Camus cuando usa las gafas?

—Oh, sí. Parece uno de esos profesores duros de la universidad.

—Yo le compré unas gafas sin aumento a Dégel para jugar a la escuelita —ofreció como alternativa.

Eso alegró el humor del rubio.

—¡Qué buena idea! Gracias, hermano, iré a conseguir unas en cuanto salga de aquí.

—¿Pueden dejar de tramar orgías frente a mí, remedo de idiotas?

—No quiero tener una orgía con Camus —aseveró Milo.

—Eso ni tú te lo crees —acusó Dégel.

—Es verdad porque ese pelirrojo es sólo mío —aseguró posesivo—. No lo comparto con nadie, ni siquiera contigo.

—¿Por qué querría cogerme a mi hermano? —indagó asqueado con la idea—. ¡Eres un bicho depravado!

—Hey, hey, para depravados, Kardia, que sigue en cama y sólo piensa en que le pongas una mano en las nalgas.

—Ay sí, sería maravilloso —se relamió el aludido.

—No tienes remedio.

—Lo tengo, amorcito. Tócame las nalgas y me remedio todo.

—¡Imbécil!

—¿Qué traes en el bolso? —se interesó el rubio para cambiar de tema.

Dégel acostumbraba traer una mochila pequeña y un maletín con su computadora. Esta vez, lo acompañaba un bolso de dimensiones rectangulares.

—El Monopoly, lo jugamos tu hermano y yo.

—Más bien, Dégel juega a patearme el culo con eso.

—Ah, a mí me gusta —comentó Milo—. Me encantaría jugar con ustedes.

—Uh, ¿quieres ver a Camus desquiciado?

—Cállate, Kardia.

—Dime cómo —picó el anzuelo el rubio.

—Desordénale los billetitos o las propiedades. Pon unos de cabeza, voltea otros, arruga uno. Verás que se pone histérico. Tiene un tic con que todo esté en orden, del mismo lado, iguales y lisos.

La estampa se dibujó perfectamente en la mente del rubio. Pudo ver el disgusto absoluto de su pelirrojo y la frustración en cada una de sus facciones.

—Interesante, lo tomaré en cuenta.

—¡No hagan renegar a mi hermano, por favor!

—Sólo es un juego, Dégel.

—No, para Camus no es un juego. De verdad puedes hacerlo disgustar, Milo.

—Ah, claro, el gigante de hielo —se relamió complacido, sintiendo la erección manifestarse—. Bien, ahora tengo una excusa para provocarlo.

—Eres un idiota, después no quiero quejas de que Camus te congeló el culo.

—No, no las habrá.

—O de que te dejó en veda de sexo.

—Tu hermano no es como tú...

—¡Ja! No, no es como yo... —sonrió malicioso Dégel.

—Es peor —afirmó Kardia.

Milo puso en duda la veracidad de esas palabras. De cualquier forma, no tuvo mucho tiempo para dedicarle porque el celular de Dégel vibró. El ruso lo revisó y puso cara de circunstancias.

—¿Pasa algo? —se interesó Milo.

—Sí, Seraphina tuvo un imprevisto y no podrá recoger a los nenes —informó moviendo los dedos sobre las teclas escribiendo otro mensaje.

Kardia chasqueó la lengua contrariado. Milo levantó la mano.

—¿Te refieres a Krest y Sasha?

—Sí, tu pesadilla y mi princesa —confirmó pensativo.

—Bien, avisa a la escuela que voy yo.

Dégel arqueó una ceja sorprendido.

—¿Estás seguro?

—Claro, de cualquier forma, me queda de paso. Quedé de ir con Camus hoy y supongo que puedo llevar a tu hija a casa de tu hermano.

—Sí, por supuesto. Así lo hacemos cuando cambiamos de asignaciones. Igual, Seraphina llegará como a las 2 para quedarse con Sasha.

—Entonces resuelto, llamaré a Bãrao y nos iremos a por los chicos. ¿Está bien?

—Gracias, Milo —dijo Dégel aliviado.

—No hay de qué, Sasha también es mi familia.



Esa mañana de miércoles, Aioros se ocupó de ir personalmente a Tribunales, presentándose a un par de audiencias y revisando otros casos. Bien o mal, tenía decidido el camino. En caso de que Dohko le exigiera su renuncia, usaría varios expedientes escandalosos en contra de la firma. Esperaba no llegar a esos extremos, pero en la guerra y en el amor...

Pondría a Dohko de rodillas y le haría repensar su estupidez de entablar un convenio con Saga. De esa forma, nadie le recriminaría su apatía con los psicólogos. Deberían darle el crédito y dejar de joderlo. Él hizo el intento, pero Asmita era un imbécil. Ese individuo fingió estar de su parte mientras le hacía diversas preguntas.

Al final, resultó que Aioros tenía una enfermedad mental y requería medicación. ¿Él? ¿Medicarse? ¡Ni loco!

Para colmo, le recomendó un acompañante terapéutico por las noches. ¿Cómo se le ocurría que iba a meter a su casa a un completo desconocido con su hijito viviendo ahí?

Con el brazo lleno de documentos, llegó a su camioneta mirando disgustado la defensa golpeada. Para su fortuna, su hijo y él salieron ilesos del percance sucedido el día de ayer, pero Regulus le restregó en la cara lo del psicólogo.

"Como si él pudiera entender mis necesidades" pensó malhumorado, metiendo los documentos en el asiento trasero.

Una llamada le detuvo con la puerta abierta del vehículo. Revisó la pantalla y se resignó a responderle a su secretaria.

—Dime...

—Oiga, licenciado, fíjese que...

—¡Hey, Aioros!

Volteó hacia la voz llamándole y recibió el golpe en la mejilla. El celular salió volando y se estrelló contra el piso. Aioros se pegó en la nuca con el toldo del vehículo y la espalda contra la puerta. Enfocó a su agresor.

     »¡Te dije que no te metieras en mi relación con Shaina, abogado de mierda!

El siguiente golpe le rompió la nariz. Aioros bramó de ira y cerró los puños con la adrenalina del momento.

"Aquí te mueres, hijo de puta" pensó preparándose para deshacerse de esa escoria que torturaba a sus clientas.



—Regulus, ¿no han venido todavía por ti?

—No, Kagaho —respondió con expresión ceñuda—. Y ojalá no venga.

Era extraño, su padre se distinguía por su excesiva puntualidad y ya pasaban cuarenta minutos de la hora de salida. Tiempo bien aprovechado por él para terminar su tarea y estar libre para jugar Saint Seiya en cuanto tuviera oportunidad.

El rubio se rascó la nuca contrariado entre el disgusto con su padre por enojarse con Asmita y la preocupación de desconocer su paradero.

Su compañero de salón aguardaba acompañado de su hermano menor, Teneo. Ambos eran agradables, a pesar del carácter taciturno de Kagaho, quien era de los menos aceptados en la escuela porque tendía a ubicar a los insolentes o abusivos de un puñetazo, a diferencia de Teneo, que dialogaba con inteligencia y una madurez impresionante para sus siete años. Los hermanos eran polos opuestos, pero se amaban sin lugar a dudas.

Regulus llevaba una relación cordial con Kagaho y se respetaban. Podría decirse que era su único casi-amigo. Eso hacía las cosas fáciles y los llevaba a hacer equipo en las clases. Además, en un par de veces, Kagaho salió a defenderlo de los abusivos que se burlaban por los métodos aprensivos de su padre. Y hablando del ruín de Roma...

—¿Otra vez tienes problemas con tu papá?

—¿Cuándo no tengo problemas con él? —gruñó molesto.

—Lo lamento, ojalá hallaras un punto de encuentro con él.

—¡Ja! Eso pasará cuando el Tártaro se congele.

—¿Qué es el Tártaro, Ka? —intervino Teneo con curiosidad.

—Es una zona del Inframundo y se dice que ahí es donde los Titanes fueron confinados después de enfrentarse a los dioses —respondió el mayor con cariño.

Lo dicho, Kagaho con su hermanito era diametralmente opuesto al resto de la humanidad. El mayor acarició el cabello azul y lacio de Teneo con ternura y el pequeño le correspondió con una sonrisa alegre.

—¡Sabes mucho, Ka!

—Claro, soy el mayor, tengo que saber mucho para enseñarte —le guiñó un ojo.

Regulus se preguntó si, de no haber sido secuestrado, tendría la misma relación con Aeris. Desechó la idea, el mero recuerdo de ese nombre lo ponía de malas.

—¿Y ese milagro que ustedes también esperan?

—Ah, pues papá sigue trabajando como toro en Pamplonada y mamá me mandó un mensaje avisando que mi hermanita enfermó y la llevó al médico. Están saliendo de allá.

—Ah, cierto, que tienes otra hermana.

—Sí, Medusa —informó Teneo risueño—. Y es la hermanita más linda del mundo.

—Obvio, es nuestra hermana —confirmó Kagaho con sonrisa torcida y ufana.

Los tres niños rieron divertidos. Regulus se alegró de esperar con ellos y no solo como el uno.

—¿No es raro?

—¿El qué, Regulus?

—Es decir, tu mamá se llama Athena, ¿no?

—Sí.

—Y tu hermana Medusa... ¿No se supone que Athena transformó en un monstruo a Medusa?

Teneo se asustó y abrazó a Kagaho. Éste rodeó los hombros de su hermano y lo protegió sin desviar la atención de Regulus.

—Eso le pregunté yo cuando ella decidió el nombre de mi hermanita y mamá dijo que era un ajuste de cuentas.

—¿Cómo?

—Así como oyes —encogió los hombros—. Me dijo que llegó un momento en que los griegos se dieron cuenta que habían hecho el mito de Athena como una diosa intachable y, para darle un rasgo humano, decidieron ponerle esta cosa fea de que transformó a Medusa. En realidad ella dice que jamás haría algo tan feo como dañar a un inocente y que por eso cuidará de mi hermanita ahora que ha vuelto a la tierra.

Regulus se rascó la cabeza confundido. Teneo se concentró en buscar algo en su mochila bajo la mirada atenta de Kagaho.

—¿Tu mamá se cree la diosa Athena?

—Ella bromea mucho con eso y papá también.

—Sí —apoyó Teneo—, él dice que fue un dios guerrero en otra vida y como murió muy joven en una batalla, en esta vida los dioses le permitieron encontrar a mamá y casarse.

—¡Qué raro! —señaló Regulus—, se supone que Athena es una diosa virgen.

—¿Qué es virgen, Ka?

—Recuerda lo que papá nos dijo: que no tiene marido, ni hijos.

—Oh, gracias, Ka.

—De nada y no te vayas a comer ese chocolate, Teny.

El menor se detuvo con el paquete en la mano e hizo un dulce puchero.

—Pero Ka~

—No. Mamá dice que te arruina el apetito.

—Pero Ka~ —le puso ojitos de gato de Shrek—, un pedacito. ¿Sí?

—Teny~.

—Uno así —le enseñó el dedo pulgar e índice muy juntitos como señal de poquito—. ¡Por favor~!

Kagaho exhaló con fuerza y sacudió los rebeldes cabellos azabaches con sus dedos. Regulus sonrió divertido al verlo dudar y sospechó la pronta victoria de Teneo.

—Uno chiquito, pero le compartes a Regulus.

—¡Sí! —aceptó risueño y le ofreció la tableta al otro—. Ten, Regulus, come un pedacito o te arruinarás el apetito.

El rubio emitió una risita contenta y cortó un pedazo no tan pequeño. Sin embargo, lo volvió a partir a la mitad y le ofreció uno de ellos a Kagaho.

—Chiquito o te arruinarás el apetito —aleccionó el león al azabache.

Kagaho arqueó una ceja y sonrió de lado. Aceptó la ofrenda y mientras los otros dos comían lo suyo, él partió otra vez lo suyo a la mitad y ofreció un cuarto de chocolate a cada chico.

     »¿Y esto? —se interesó recibiendo el pedazo.

—Por ser tan lindos —le guiñó un ojo al rubio.

Teneo dio saltitos de felicidad. En cambio, Regulus se quedó sin palabras y sus mejillas ardieron. Agradeció con la voz ronca por las emociones y se concentró en sus zapatos. Eran tan bonitos en esta época del año.

—¡Mamá!

Regulus agradeció la intervención divina y carraspeó aclarándose la garganta.

—Pues... nos vemos mañana, Kagaho.

—Sí —concordó el azabache colgándose su mochila y la de su hermano—. ¿Estarás bien? Siempre puedo decirle a mamá que esperemos a tu papá.

—No, váyanse. Recuerda que tu hermana está enfermita y... —carraspeó—, gra-gracias por el chocolate.

—De nada, Regulus.

Kagaho dio un par de pasos y se detuvo. Volteó hacia el rubio y le sonrió.

     »Si mañana traigo Oladyi, ¿querrás desayunar conmigo?

El corazón de Regulus se fue de paseo y no volvió.

En su lugar, miles de mariposas ocuparon el espacio y después, viajaron a su estómago aleteando con vigor. Se acomodó nervioso un mechón de cabello tras la oreja.

Los oladyi eran pequeños panqueques rusos y gruesos. La mamá de Kagaho los acompañaba con pequeños botecitos de chocolate derretido y la fruta de temporada. En la escuela eran famosos por su delicioso sabor y el rubio lo sabía porque Teneo los compartía con generosidad, pero Kagaho era muy egoísta con los suyos.

Compartir el desayuno sería novedoso porque cada uno desayunaba en una mesa por separado. Regulus con los chicos nerds y Kagaho, con Teneo y su grupo de amiguitos, con el pretexto de cuidarlos de los abusivos.

Esta oferta de los oladyi era rara. Un raro bien, no un raro mal.

—Ah, s-sí, los oladyi me g-gustan mucho.

—Lo sé, por eso lo elegí.

—¿De verdad los compartirías conmigo? —miró sus manos unidas con timidez.

—Claro que no los compartiré —aseveró con fiereza—. Le pediré a mamá que te haga tu propia dotación. ¿Me crees tan bonachón? —sonrió cambiando diametralmente su rostro ceñudo a uno con rastros de ¿ternura?—. ¿Te gustan con fresas, verdad?

—S-sí...

—Bien —sonrió feliz—, ya quiero que sea mañana. ¡Cuídate, Regulus!

Dicho esto, se fue corriendo para alcanzar a su hermano. El rubio se quedó ahí, viéndolo partir y rascándose la nuca con nerviosismo. Las niñas decían que Kagaho era muy guapo, pero el azabache no se interesaba en nadie aunque, a últimas fechas, decían las malas lenguas que le gustaba una persona.

Regulus se descubrió triste por saber que Kagaho se fijaba en alguien y también enojado por no ser el elegido del azabache. Ante la potencia de esas dos emociones, desvió la mirada con turbación y sus ojos detectaron algo.

—¡KAGAHO! —llamó con fuerza.

El azabache volteó en la puerta de la salida, con el abrazo de su madre a medias. Regulus agitó su mano llamando su atención y sujetó la prenda olvidada en el banco, ajustó su mochila y corrió hacia la salida.

     »¡Olvidaste tu chaqueta! —avisó mostrándola.

Los guardias de la entrada le permitieron ir con ellos sólo para entregar la prenda. El azabache buscó a su alrededor, rascó su nuca con incordio e hizo el amago de ir en búsqueda de Regulus, pero la pequeña Medusa le abrazó la pierna y le impidió el cometido.

El rubio llegó hasta la familia y sonrió a la mujer.

     »Buena tarde, señora. Mucho gusto, mi nombre es Regulus Cheírôn-Dioskouroi.

—Hola, Regulus, buena tarde —le respondieron con un tono señorial—. Mi nombre es Athena Taurus y el gusto es mío. ¿Cómo estás?

—Bien, gracias. ¿Y usted?

Por alguna razón, la madre de Kagaho le parecía preciosa. Era una mujer delgada, con ojos grandes y muy azules, de facciones delicadas y un cabello larguísimo de color violáceo. Las gafas sobre su rostro le daban una apariencia muy sobria y un aire inteligente.

—Estoy muy bien. Eres muy amable.

—Ya no lo acapares, mamá —rezongó Kagaho ceñudo—. Gracias, Regulus, no debiste molestarte. Hubiera ido por ella, pero alguien... —echó una mirada elocuente a la pequeña niña que seguía pegada a su pierna—, cree que soy un muñeco abrazable.

—Hola, soy Medusa —saludó la niña sin soltar a su hermano mayor con una sonrisa tremenda—. ¿Tú eres Regulus?

Los ojos verdes de la cría eran increíblemente expresivos y tiernos. En conjunto con su cabello violáceo y sus facciones delicadas, era una niña con belleza prometedora.

—Sí, mucho gusto, Medusa.

—¿Eres el niño que le gusta a...? —preguntó o intentó preguntar, pues alguien le tapó la boca con la mano—. Mmffjjh..

El azabache sonrió nervioso mirando a todos lados mientras apretaba más el agarre.

Creo que... que... que... Ah, Medusa, ¡te traje un zumo! Está en mi mochila. ¿No quieres?

Ella asintió de inmediato, su debilidad eran los zumos. Kagaho la soltó y la niña se dirigió feliz a la espalda de su hermano para buscar su preciado regalo en uno de los compartimentos. Kagaho se hincó para permitir el acceso de la menor con facilidad respirando con alivio.

—Me encanta cómo sobornas a tu hermana con un zumo, hijo mío.

—¡No la soborné, mamá! —respingó asustado.

—¿Acaso no le diste un jugo para callar a Medusa quien iba a decir, que en cada cena, tu tema favorito es Regulus?

El rubio abrió los ojos como platos.

¿Él?

¿Él era el chico que le gustaba a Kagaho? ¿De verdad?

—¡Mamá! —reclamó el azabache.

—Eso es soborno, Ka y te pido por favor, evites esas acciones —aleccionó agitando los cabellos azabaches—. Pues mucho gusto, Regulus, pero debemos irnos, fue un placer conocerte, cariño. Les doy espacio para despedirse, con permiso.

—¡El placer fue todo mío, señora Taurus!

—No, por favor, la señora Taurus es mi suegra, yo soy Athena. Dime señora Athena.

—Sí, gracias, señora Athena.

—Hasta pronto.

Kagaho le dedicó una mirada suplicante. Su madre sonrió y le acarició la cabeza al rubio antes de alejarse, con su hija de una mano y Teneo de la otra. Kagaho tragó saliva y se rascó la nuca.

—P-pues... p-pues... —carraspeó el azabache—, mañana, ¿no?

—S-sí, m-mañana.

—¿Con los... oladyi? ¿No?

—S-sí, p-por favor.

—Bueno y... pues... adiós. ¿No?

—Adiós.

—Adiós, Regulus —le gritó Teneo.

El rubio se despidió de la familia y, antes de subir al vehículo, la señora Athena le gritó:

—¡No se le ocurra escaparse, señorito! ¡No sea travieso!

Los vio irse y se rascó la nuca, pero... la despedida de la señora Athena le hizo pensar bien las cosas. Miró atrás, los guardias seguían ocupados entregando al resto de los niños. Sonrió con malicia.

"Lo lamento, Kagaho, romperé mi promesa, pero ya no quiero vivir con mi papá".

Y caminó alejándose de ahí.



—Aquí tienes las acciones, Saga.

La voz de Camus salió quebrada. El pelirrojo carraspeó para aclararla mientras extendía la carpeta. El azabache se ocupó de apoderarse de los documentos.

—¿Con quién te peleaste para recuperarlas?

El pelirrojo entrecerró los ojos intentando comprender la connotación de la pregunta. Frente a él, sentado plácido sobre la silla de su despacho, Saga analizó al detalle cada una de las acciones. Al notar el silencio, levantó la mirada. Camus se perdió en la profundidad de esa mirada entre azul y verde.

     »Me refiero a tu voz ronca y la venda en tu cabeza.

Por inercia, el francés tocó la tela blanquísima y esbozó una pequeña sonrisa.

—Tuve un accidente automovilístico.

—Oh, por todos los rayos del padre Zeus —exclamó dejando sobre el escritorio las acciones para concentrarse en su interlocutor—. ¿Qué pasó? ¿Te ayudo con algo? ¿Estás bien?

—Sí, Saga —se apresuró a aclarar y al ver la innegable preocupación en el rostro del griego, ahondó en el asunto—, tuve un ataque anafiláctico mientras manejaba el auto. Lo más preocupante fue que traía a mis niños. Sin embargo, estamos bien. Con pequeñas secuelas, pero los médicos que nos atendieron nos dieron el alta.

—¿De verdad? ¿No me mientes sólo para distraerme?

El francés se rió y se concentró en mantener la respiración estable. Odiaría ahogarse frente a Saga y preocuparlo más.

—No, por favor, no haría algo tan vil.

Saga le sonrió a su vez y se aseguró de que realmente estuviera en condiciones apropiadas. Satisfecho con el resultado, recogió la carpeta de nueva cuenta. Se acomodó en el asiento y detalló los sellos de las acciones.

     »Más bien, debería ser yo el que te preguntara con quién te peleaste al venir acá.

Le tocó el turno a Saga para mirar al otro con gesto de incomprensión. Camus señaló la mano vendada del azabache y éste rodó los ojos dentro de sus cuencas.

—Algún día, cuando termines de pagar el préstamo y dejemos atrás esta relación tan estricta de negocios, te invitaré a una copa en un bar y nos sentaremos a platicar largo y tendido de nuestras vidas.

—Me tomaré tus palabras en serio.

—Me harías un favor, así tendré al menos a alguien conocido en París.

—¿Insinúas que te mudarás acá?

Saga se obligó a morderse la lengua o terminaría contándole todo. Necesitaba a alguien confiable para pedirle su opinión y Camus siempre le pareció un personaje muy maduro.

—Repito, termina de pagar el préstamo, Camus.

—Hecho, igual me falta poco. ¿Dos años? ¿Tres?

—Si todo sale como preveo y la Bolsa lo permite, quizá en menos de lo que te piensas.

El pelirrojo se permitió sonreír ilusionado. Sería algo maravilloso salir de este atolladero. Le daría la oportunidad de realizar un par de cambios que ansiaba con desesperación y el Banco se negaba por motivos de seguros.

—Los dioses te oigan, Saga.

—Siempre me escuchan y cuando abro la boca, lo hago con bases. Sigue así y seguramente estaremos tomando esa copa el próximo año.

La sonrisa del francés se ensanchó dándole una apariencia que a Saga se le antojó fabulosa. Maldecía las circunstancias en que se conocieron porque el pelirrojo era de su tipo. Muy de su tipo...

"Si no fuera mi cliente, hubiera intentado algo con él desde hace años" meditó extendiendo la mano para entrelazarla con la del otro y despedirse antes de cometer una locura.

—Gracias, Saga.

—De nada y no vuelvas a arriesgarte así, Camus. Esta vez sí me preocupaste, pon más atención a tus accionistas.

—Lo haré. Igual, ahora somos un puñado y casi todos de confianza.

—¿A qué te refieres?

—Estamos Dégel, Julián Solo, el nuevo inversor que compró estas acciones y Surt.

—Surt, sí, lo recuerdo... Ese tipo te puso el pie hace dos años. Yo que tú, resolvía los asuntos con él y pronto.

Camus meditó esas palabras. En algún momento, debería ponerse el traje de adulto y encarar a Surt de una vez y para siempre.

—Sí, tendré cuidado.

—¿Y quién es Milo Antares?

—¿Ah?

—El que te compró las acciones —dijo señalando las mismas.

—Ah, pues... —sonrió—, lo hablaremos el próximo año.

—Ya veo, pues... nos vemos, Camus. Le avisaré al Banco que todo sigue perfecto.

—Gracias, Saga.

Ambos se despidieron y Saga salió del despacho revisando su celular. Le mandó un mensaje a Katya para verla en el restaurante acostumbrado y almorzar juntos.

Le dio un último vistazo al empresario antes de meterse en el ascensor.

"Maldita mi suerte, me parece que Camus ya consiguió a alguien. Ese tal Milo Antares... ¿por qué me suena conocido? ¿Será que los dioses me sonríen y lo convierten en un imbécil que no sabe valorar a Camus para que siga libre cuando termine de pagar el préstamo? De verdad el pelirrojo me gusta".

La campana del elevador le indicó su llegada a la Planta Baja. Saga salió del cubículo y exhaló dirigiéndose a su auto.

"¡Maldito Zeus y sus rayos! Nunca tengo buena suerte".

Se propuso resignarse a seguir solo y concentrarse en su pequeño Regulus. Sólo recordar esa carita infantil le puso una sonrisa en los labios. Se subió al vehículo y se dirigió al restaurante para verse con Katya mientras recordaba el hablarle a Dohko para ver si los acuerdos del día anterior ya habían sido plasmados en papel y así, firmar el convenio de tutela compartida de Regulus.

Lo deseaba en su hogar pronto, de preferencia, la próxima semana.



Aioros detuvo la camioneta con un odio visceral marcándose en sus facciones. Bajó del vehículo con premura renegando por el tiempo perdido en la trifulca. Gracias a ello llegaba una hora y treinta y cinco minutos después de la salida de los niños. Sin embargo, eligió esta escuela por sus políticas y una llamada previa le aseguró que su hijo sería retenido hasta su llegada.

Llegó a la puerta de entrada y buscó al guardia. La caseta de vigilancia cerrada le picó la incertidumbre. Tocó a la puerta desesperado y fue atendido por un hombre del personal de limpieza.

—Buena tarde, vengo por el alumno Cheírôn-Dioskouroi.

—¿Cómo dice?

—Vengo por mi hijo Regulus Cheírôn-Dioskouroi, está cursando el cuarto grado y...

—No, señor. Ya no hay ningún niño en la escuela.

Aioros sacudió la cabeza, este tipo era un imbécil.

—No, yo llamé y me aseguraron que mi hijo estaría aquí.

—No hay nadie en la escuela más allá del personal de vigilancia —explicó con el mayor aplomo—. Cuando un alumno se queda, el Director Arietis permanece cerca de la puerta con el niño y él ya se fue hace como veinte minutos, así que...

El dolor de cabeza se le transformó en migraña. Aioros vio todo borroso, pero logró controlarse.

—¿Qué está diciendo? ¡Claro que no! Llame ahora mismo al Director o traeré a la policía. ¡La secretaria me prometió que cuidarían de mi hijo hasta mi llegada! ¡¿Cómo que ahora no está?!

El miedo clavó sus espeluznantes garras en su corazón ante la expectativa dibujada por el hombre.

—Y yo ya le dije que todos los alumnos han abandonado el recinto, a veces pasa esto y el niño está con los familiares. Quizá alguno vino por el niño y se lo llevó. Pregunte a su casa porque aquí ya no hay niños.

¿Sería así? Quizá Aioria llegó antes de Grecia y como en la trifulca perdió el celular, le fue imposible al león localizarlo. Aioros se restregó el rostro con las manos. Conociendo a Aioria, permanecería en la escuela a sabiendas de que él llegaría y no estaba por ningún lado.

—¿Puede llamar al Director? —intentó de nueva cuenta.

—No tengo su teléfono, está en la Secretaría.

—Entonces vaya a buscarlo —ordenó lo obvio, con la rabia burbujeando en su garganta y engrosando su voz.

—Señor, pregunte a su familia. El Director no se iría sin comprobar que la entrega de los niños fue satisfactoria. Seguro está con sus familiares autorizados, hable con ellos.

—No tengo mi celular —confesó cada vez más nervioso.

Su niño se fue, ¿a dónde? ¿Con quién? Los únicos autorizados para recogerlo eran Aioria, Shura y él.

—En la tienda de la esquina permiten hacer llamadas telefónicas, consulte en su casa y si no está, venga y hablaré con el de seguridad.

Quiso agarrarlo del cuello y ahorcarlo ahí mismo. Quizá el hombre notó sus intenciones porque se alejó cerrando la puerta y sin mirar atrás, ignorando los gritos de Aioros exigiendo su vuelta.

El abogado se quedó solo. Corrió a la acera y buscó entre los autos el de Aioria.

Su hermano se quedaría en las inmediaciones y quizá él se despistó. Quizá Aioria seguía en el vehículo.

Encontró el auto de Aioria a cien metros más allá. Se apresuró hacia él con el estómago destrozado y las náuseas formando un nudo espantoso. Al llegar, el carro estaba vacío y para colmo, descubrió su error. El vehículo era idéntico al de su hermano. Sin embargo, las placas diferentes dejaban constancia de la verdad.

Enloqueció de espanto. Su niño, su Regulus desapareció. ¡Alguien se lo llevó y no fue Aioria!

Cayó de rodillas siendo dominado por sollozos histéricos y desesperados. Se arrancó la coherencia a base de golpes a sus piernas, rasguñando sus brazos protegidos por la chaqueta americana. La cabeza le estallaba con la fuerza de mil Big Bangs.

—Mi niño, mi niño...

Repitió sin cesar, con el pánico aferrándose a su pecho, impidiendo la respiración.

¡Se llevaron a Regulus! ¿A dónde? ¿Por qué? Por eso eligió esa escuela, ¡maldición!

¡Y lo entregaron a un sujeto cualquiera!

Perdió a su niño, de nuevo perdió a su niño. ¡Era un imbécil! Debió matar al ex de Shaina ahí mismo y correr a la escuela para llegar a tiempo, en lugar de contenerlo hasta la llegada de la policía.

Ahora...

Por su culpa...

     »Mi niño, mi Aeris... volví a perderte, mi niño... mi vida, mi amor... te perdí de nuevo, te perdí de nuevo —gimoteó entre lágrimas y risas histéricas.

Queriendo en ese mismo momento tener algo en las manos y matarse para evitar esa locura amenazando con tragárselo entero. Así dejaría de sufrir.

Así, dejaría de martirizarse con esta vida ridículamente tortuosa.



¡Hola, mis Paballed@s!

¡Feliz día de la Amistad!

Y como no quería dejar pasar el día sin darte algo que te hiciera feliz, pues decidí apurar y apurar a mi Beta (gracias como siempre, comadrita Ms_Mustela) y publicar este capítulo.

Claro, no fue como lo esperabas. El final resultó ser... y bueno, como es. Ya venía avisando  desde el inicio del capítulo y en capítulos anteriores, que el leoncito daría una sorpresa y pues... ¡la dio!

Sólo me apena Kagaho con los oladyi.

Eeen fin.

Te mando un beso, un abrazo y gracias por tanta fidelidad a este fic al leerlo, comentar y regalar estrellitas.

Espero que te haya gustado y quede constancia de que seguimos al pie del cañón hasta que este fic se termine.

¡Hasta prontito!

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