3. La unión del fuego y hielo.
El oscuro Rolls Royce Ghost devoraba la autopista una vez salieron de la zona conurbana. Milo movió la palanca de velocidades para tomar una de las curvas con experticia y el vehículo de cuatro puertas obedeció como una adiestrada mascota.
En el asiento del copiloto, Camus se concentraba en mandar varios mensajes para repartir instrucciones aprovechando que toda la atención del otro, se encontraba en el camino.
Fall Out Boy llenaba el ambiente con sus acordes pop punk. Si bien ese género distaba de la música que escuchaba el pelirrojo, encontró interesantes las letras. Sobre todo, agradeció que los acordes no fueran estridentes o lo aturdieran.
Milo llamaba poderosamente su atención sobre todo, por sus ademanes. Si la autopista iba en línea recta, el rubio colocaba el codo izquierdo sobre la ventanilla con el cristal abajo. A veces, ponía los dedos en el mentón o bien, acariciaba con su pulgar el filo de sus otras uñas.
Descubrió que de vez en cuando, el rubio cantaba en voz baja algunas letras con buen timbre y sin desafinar, como cuando empezó The Phoenix. También sus falanges diestras alternaban en la palanca de velocidades o el volante y mientras descansaban, golpeteaban al ritmo de la batería.
A Camus no le costó imaginarlo tocando ese instrumento de percusión por la buena coordinación que tenía. Ese ritmo lo llevaba con la cabeza, que se movía como si estuviera bailando o cantando ante una multitud. Parecía una estrella de rock. Ese pensamiento lo hizo sonreír un poco y rodar los ojos.
El francés no podía quejarse. A pesar de lo que parecía ser un ritual para conducir, Milo era excelente en ello y no jugaba a mostrar qué tan macho era siendo temerario con el acelerador, quitando las manos o mirándolo como puberto sin cerebro.
De cualquier forma, lo macho ya lo había demostrado en el cóctel cuando tomó la mano de Camus y lo llevó a la salida sin pronunciar palabra. El francés se limitó a seguirlo porque comprendía que era inútil la terquedad y la estupidez. Además, que no hablaran al respecto era un alivio porque no se veía explicando nada.
Ambos sabían lo que deseaban, negarlo sería infantil.
Milo tomó la salida hacia Bolougne, con rumbo a la zona boscosa aledaña a la metrópoli. Eso le gustó al pelirrojo. La paz le inundaba sólo con pasear la mirada por los gruesos árboles y el verdor de sus copas agitadas levemente por el viento otoñal. Incrementaba la sensación el aroma a madera y musgo que percibía, esa combinación le encantaba.
— Confieso que esperaba algo menos... tradicional en tu auto — empezó la conversación el francés habiendo terminado de dar instrucciones, bloqueando el celular y guardándolo en el bolsillo interno de su saco.
— Ah, el auto... — cambió de velocidad, — no es de mis vehículos favoritos. Es difícil de estacionar, gasta mucha gasolina y se atasca más rápido en el tráfico. Si esperabas uno deportivo o de carreras... paso. Prefiero ir al autódromo para conducir uno, que atascarme en la hora pico de París. Me caracterizo por tener poca paciencia.
— ¿Y entonces qué prefieres? — no dudaba que Milo tenía poca paciencia. Ya lo había visto en acción y daba testimonio de su inquieto proceder.
— Las motocicletas, por supuesto — desvió la mirada hacia el pelirrojo y le sonrió guiñando el ojo izquierdo. — Es cierto lo de la inseguridad física y que si vas a 110 km/h gastan más gasolina, pero si le tienes el respeto debido y conduces con prudencia, es perfecta. Además, si llevas alguien contigo, en un auto no puedes sentir la misma experiencia erótica. En la moto aprecias todo su cuerpo pegado al tuyo mientras aceleras. Más cuando tomas una curva. No hay forma de que encuentre escapatoria, tiene que adherirse a ti...
Esas palabras pronunciadas con la ronca voz de Milo, obligaron a Camus a mirar por la ventanilla. Podía imaginarse perfectamente sujetando con fuerza la cintura del otro, uniendo por esta razón sus piernas, su tórax contra la espalda y sus caderas contra los glúteos del rubio mientras debajo de ellos, el poderoso potro mecánico ronroneaba. Nunca pensó en que una motocicleta podría ser usada como un juguete sexual.
— Se te antojó — escuchó la risa del otro.
— Cállate y conduce — no quiso que su timbre sonara afectado, pero lo estaba. Maldito rubio, le producía corto circuito.
— Eso estoy haciendo, Roux...
Ronroneaba esa última palabra y Camus no podía saber si se refería a su apellido o al significado de la misma. Era un provocador insufrible. Estaba realmente molesto y no sólo por él, sino porque alguien bajo su bragueta, le jugaba en contra.
— ¿Y a dónde vamos, Milo? — miró por el espejo retrovisor por décima vez. Tras ellos, venía el chofer de Milo, que conducía el vehículo de Camus. El rubio fue categórico al pedirle las llaves y decirle que sería más fácil para el ojirubí volver al siguiente día si tenía su auto a la mano.
Parecía que pensaba en todo o quizá, era demasiada experiencia en el ramo. El francés no sabía qué le molestaba más y no quería ponerse a meditarlo.
— Nuestro destino final es... — detuvo el Rolls Royce en una zona de aparcamiento antes de llegar a una desviación a la derecha donde continuaba un camino de terracería en bajada, — ahí — señaló hacia una construcción en madera a cien metros de distancia de donde estaban. — Es mi cabaña de verano.
A Camus le gustó el sitio. Estaba rodeado por el bosque y podía verse, desde su posición privilegiada a varios metros de altura, un pequeño lago detrás.
— No sabía que tan cerca de París hubiera un lago. ¿Y si vamos para allá, por qué te detuviste, Milo?
El rubio no respondió. Bajó del vehículo e hizo una señal al auto que les seguía. El chófer se detuvo a su lado y el rubio habló con él. El Bugatti Veyron azul medianoche de Camus, enfiló hacia la cabaña. Milo volvió al poco, colocándose de nuevo el cinturón.
— Ya te dije, es el destino final. Antes quiero enseñarte algo y como sé que te pondrás tenso, te lo voy a decir — sonrió porque Camus ya parecía listo para negarse. — Iremos a un mirador porque quiero compartir contigo una panorámica espectacular. ¿Estás de acuerdo? De cualquier forma, tu auto tiene encendido el GPS, cualquier cosa que suceda, vendrán a por mí... No te preocupes, Camus, no voy a matarte si puedo pasara una muy salvaje jornada de sexo y pasión no sólo hoy, sino todas las veces que se te antojen...
Veinte minutos después, Camus seguía en silencio revisando sus correos en su celular. Castigaba a Milo con el látigo de su desprecio por no tener freno en esa lengua.
¡Decir que quería más noches de... de...!
El pelirrojo sabía que la culpa era suya. A finales de cuentas, eran sus palabras. Aún así, debía aprender a controlar sus reacciones porque el problema era suyo. A él le disgustaban sus respuestas físicas cada que hablaban del futuro sexo entre ellos.
Sus pensamientos se interrumpieron cuando sintió que se detenía el auto. Al levantar la cabeza, tuvo que darle la razón al Milo. Apenas estacionó, a Camus le faltó tiempo para quitarse el cinturón. Bajó rápido del vehículo acercándose maravillado a la pequeña cerca que delimitaba la zona.
No tuvo palabras para describir lo que sentía ante semejante espectáculo.
La luna llena de septiembre brillaba esplendorosa. Redonda y fulgurante, adornaba con su marco el cielo nocturno plagado de estrellas que sólo lejos de la polución, podían verse a simple vista. Si bajaba la mirada, sobre el peñasco en que estaba parado, se vislumbraba el lago debajo de ellos que era el lienzo perfecto de esta imagen. Era como si concentrándose sólo en la vista frontal, Camus estuviera sumergido en el mismísimo espacio exterior.
— Es... fantástico — susurró con reverencia. No quería romper la atmósfera.
— Te equivocas, Camus — escuchó en su oído y volvió a estremecerse. — El único fantástico aquí, eres tú...
Los labios se apoderaron del lóbulo de su oreja. Lo atrapaba con sapiencia, lo succionaba y paseaba la punta de la lengua por su contorno causando escalofríos. El pelirrojo sentía las terminaciones nerviosas alteradas. Esos labios descendieron por su cuello, palpando con cuidado su piel. Sintió cómo Milo aspiraba su aroma alojado en su yugular.
Las manos del rubio rodearon su cintura atrayendo su espalda al tórax firme. Los labios se abrieron y la punta de la lengua de Milo delineó la vena que sobresalía en su cuello. Camus soltó una pequeña exhalación cerrando los ojos y rindiéndose al momento.
El rubio hincó con cuidado sus dientes en su yugular provocando el escape de un gemido profundo de la garganta del pelirrojo. Esas piezas dentales apretaron su piel enviando señales inequívocas a su entrepierna. Camus llevó la mano derecha a la salvaje cabellera dorada para sostenerse, disfrutando de su suavidad, como el pelaje de un felino.
— Tan ansioso que estás...
La voz de Milo, ronca por la pasión, golpeó su mandíbula con su cálido aliento. Fue dejando pequeñas succiones al tiempo que subía hasta su boca. Unos dedos obligaron al francés a desviar el rostro hacia su compañero. Las aguamarinas estaban oscurecidas cuando bajó la cabeza para atrapar sus labios con los suyos.
Camus soltó el primer gemido contra esa boca estremecido hasta la médula. Su mano apretó la nuca del rubio y se sintió correspondido con las falanges que lo sostuvieron contra las caderas ajenas. Sus labios se rozaban, se provocaban.
— Abre tu boca para mí, Camus — ordenó jugueteando con su lengua en medio de los labios franceses.
El pelirrojo obedeció y sintió esa sinhueso colarse. Su sabor le aturdió por lo extrañamente familiar que se sentía. Sabía a manzana y hierbabuena. A fuego y provocación pura.
Los besos se tornaron tímidos al inicio, explorándose y buscando las zonas donde más provocaban sonidos de gusto en el otro. Instantes después, se fundieron en un fogoso y erótico ósculo en el que danzaban sus lenguas y acariciaban sus labios en un afán de compartir su saliva con el otro hasta crear un coctel de sabores fusionados que los enloqueció.
Mientras la batalla acontecía sin tregua entre sus sinhueso, las manos de Milo se abrieron paso por el tórax de Camus, aprovechando la apertura del largo abrigo y deshaciéndose de los laterales de su americana. Sus dedos desesperados desabrocharon tres botones de la camisa para sentir su piel contra las palmas callosas y afiebradas.
El pelirrojo no separó su boca del otro, le sostenía los cabellos con un puño dominando esa caricia, escuchando los sonidos sensuales de su intercambio de alientos. Su otra mano ayudó a desprender el resto de los molestos botones, sacando la camisa de sus pantalones, hasta que el rubio pudo recorrerlo sin obstáculos.
Sintió esas falanges delinear cada uno de sus músculos con voracidad. Los apretaba, rasguñaba y pellizcaba con avaricia. Después de abrumadores instantes, Milo rompió el beso para jadear aire desesperado.
Camus tenía idéntica estampa. Sus pulmones a duras penas funcionaban y perdió la cordura -si le quedaba algo de ella- cuando vio a Milo pasear la lengua por los dedos de la mano diestra y bajar para tomar uno de sus pezones. Lo delineó dejándolo húmedo utilizando el brazo para hacer a un lado la ropa para que no estorbase y dejar a la vista del francés sus acciones.
Nunca entendió Camus lo erótico de observar esas acciones hasta que se fijó en el brillo del líquido transparente que cubría su botón. Cuando lo atrapó entre el índice y el pulgar, el pelirrojo echó la cabeza atrás arqueando la columna para darle mejor acceso.
— Merde! — blasfemó sintiendo el hombro del rubio sirviendo de apoyo en su nuca. Tembló cuando su compañero apretó con sus dientes la piel de su cuello y succionó sin abandonar su pezón que rasguñaba con fuerza. — Milo — ronroneó a sabiendas de que dejaría una marca con tanta presión y ahora mismo, no le importaba.
Sólo estaba atento al placer que se desperdigaba por su cuerpo y que lo hacía anhelar más. Era adictivo... y no quería parar por nada del mundo.
Y como si leyera su mente, el rubio dirigió ambas manos al cinturón del pelirrojo. Con habilidad, desabrochó la hebilla y abrió el botón que sostenía su prenda. Tomó los laterales de la bragueta y tiró con un sonido metálico. El bóxer azul medianoche del más bajo quedó al descubierto. La mancha en la prenda por su presemen, era un anuncio de neón del nivel de excitación en que lo tenía.
— Maldito e impactante Camus, me vas a volver adicto a ti — siseó en su oído, mordisqueando su lóbulo de nuevo cuando llevó sus dedos a palpar esa mancha. Los movió sobre su largo, de arriba hasta llegar a sus testículos provocando un gemido fuerte en Camus y no conforme con eso, elevó esa mano hasta esa humedad y movió en círculos las yemas de sus dedos sobre ella.
El pelirrojo se sentía en la gloria con la presión y el roce. Reprochó con un gruñido al sentir el abandono, bajó la mirada y siguió la dirección de esa mano hasta que se sumergió en la boca de Milo, que dejó su lengua pasear por una de yema de sus dedos mirándolo intensamente. Parecía un depredador que probaba la esencia de su presa.
El francés sintió cómo su manzana de Adán se movía con dificultad por su garganta. Era muy erótico verlo lamer su precum. La forma en que lo degustaba, succionando primero uno y luego un segundo dedo con las aguamarinas fijas en sus rubíes, lo hacía imaginar esa lengua en su miembro. Lanzó un gemido necesitado que provocó la sonrisa del más alto.
— Lo sé, también yo... — susurró Milo mientras lo besaba de nuevo con fogosidad, sin dejarse nada por explorar en el interior de su boca, guerreando con su lengua, dominando a su paso, conquistando sin dudar mientras lo cargaba al estilo princesa y caminaba a otro sitio.
Camus se aferró a los hombros del otro y no desaprovechó la oportunidad de cumplir su fantasía. Quería conocer si el hombre reaccionaba como un gatito o no y para ello, se tomó el tiempo para delinear con su lengua el labio inferior de Milo, atraparlo con su boca para libarlo con ritmo y después, al tenerlo hinchado y saturado de sangre, apretar la piel con sus dientes ardiendo en deseo.
El sonido que emanó del rubio, fue una sinfonía que desencadenó sus más bajos instintos. Milo respondía con un gruñido gutural que erizó cada terminación nerviosa y rebotó en su miembro. Otra gota de presemen abandonó su refugio y su dueño desesperó por liberar su pene y dar paso a la locura.
Una superficie plana le recibió y fue de apoyo para su espalda. Camus abrió los ojos sin saber de dónde había salido, ni dónde estaba ahora.
— ¿Qué diablos? — estaba recostado en el asiento trasero del auto. Sus ojos de rubí fueron hacia el rostro de Milo, que sonreía divertido. Era tal el nivel de excitación en que le tenía, que no supo cuándo le llevó.
— ¿Pensabas que tendríamos sexo en el frío y duro suelo, Camus? ¿Entre piedras y polvo? — se agachó hacia él, abriendo bien sus ropas para apoderarse con besos del pezón que había quedado olvidado en la primera exploración. — No quiero darte ese trato. Y sí, Camus... voy a cumplir mi fantasía contigo — relamió el botón antes de succionar con ahínco desatando sonidos eróticos en su pareja. — Vamos a tener sexo en el auto, como dice la canción — rio antes de mordisquear el botón sin separar sus ojos del rostro de su amante.
Camus sólo atinaba a gemir, dominado al completo por el mayor. Obedeció cuando las manos de Milo presionaron abriendo sus piernas para encontrar el cálido refugio entre ellas. El rubio seguía vestido y la tela de su abrigo friccionó contra el bóxer del pelirrojo que gruñía con las atenciones combinadas entre su pezón y su entrepierna.
— Merde! Maldito y sexy Milo — gimoteó restregando su mano derecha contra su rostro, en tanto la izquierda presionaba la cabeza del rubio para que no desatendiera sus acciones en su pecho.
No fue suficiente, perdió el aire cuando esa boca lo abandonó y fue dejando un camino de besos, pequeñas mordidas y succiones por su tórax, bajando hacia el sur. Camus apoyó el codo izquierdo en el asiento, sin querer perderse esta nueva panorámica.
Agradeció haberlo hecho. El sensual rubio relamió su ombligo y mordisqueó sus tabletas de chocolate hasta llegar a la orilla de su bóxer. Los dientes tomaron el elástico con sus ojos aguamarinas fijos en su rostro. Camus boqueó con el abdomen apretado al verlo bajar poco a poco la tela hasta que su miembro saltó fuera, completamente feliz de ser liberado.
Se sorprendió de la visión de su virilidad. Nunca estuvo tan erecta, ni sus venas tan bien definidas. El silencio se rompió con el ronroneo de Milo. Esa lengua traviesa acarició las zonas húmedas por su líquido preseminal haciéndolo perder la cabeza y cerrar los ojos.
— Tan malditamente dulce — se admiró el rubio relamiendo sus labios. — ¡Hey, Camus! Cierra los ojos y me detengo. Tus ojos fijos en mi cara, ten un poco de respeto a lo que hago — ordenó sonrojando más a su amante.
Decir que fue difícil acatar la instrucción, es un eufemismo. El pelirrojo sufrió la tortura en carne y hueso. Lo veía lamer sus venas en tanto sus manos lo masturbaban con una maestría soñada. Había zonas que succionaba y el pelirrojo boqueaba echando la cabeza atrás por lo erótico de la sensación. Milo no le daba tregua. Así como Camus cerraba los ojos demasiado tiempo, se detenía alejando el frío colándose en su piel.
El francés debía controlarse para mantener esta práctica angustiante. Estaba llevándolo muy rápido a la cima y no podía creer con cuánta habilidad. Esa boca sólo lamía y besaba su largo, a veces su glande, bajaba a sus testículos. Eran sus manos las que le llevaban al cielo con una habilidad sublime.
— ¡Deja de hacerme sufrir, bâtard* y cómetelo bien o no te lo comas! — estaba al límite, desesperado y ansioso por llegar a su orgasmo. — Tengo casi un año sin tener sexo, Milo, necesito acabar ya... — no supo cómo es que empezó a regañarlo y después, casi llegó a rogarle. Estaba frustrado e inquieto, restregando sus cabellos con la diestra y apretando el asiento con la otra mano.
— Joder, con que soy un bastardo. Nadie diría que eres tan malhablado cuando estás inquieto... — se rio el maldito hijo de puta y lo sostuvo a base de fuerza cuando Camus intentó separarse enfurecido. — Me encanta verte así rogándome por más, Roux, tus deseos son órdenes — bajó la cabeza tan lento, que Camus pensó no llegaría jamás.
Cuando lo hizo, hundió su virilidad por primera vez en su aterciopelada y ardiente boca. Eso fue el inicio de una intensa felación. El francés había tenido varias mujeres hábiles en estos menesteres siendo que sus compatriotas se jactaban de ser las mejores amantes del mundo, pero este rubio...
Lo hacía alucinar.
Las succiones eran precisas, las dejaba caer con maestría, con habilidad endemoniada. Lo hundía hasta que su nariz tocaba el pubis del pelirrojo que lo miraba incrédulo de que tuviera tal capacidad. En su glande, podía sentir la glotis del otro y lo enloquecía de lujuria.
La boca de Camus estaba tan abierta, que se resecó entre tantos jadeos y gemidos profundos. Entendió por qué quería que lo mirara: Milo se excitaba al sentirse observado y él, aprendió lo que un vouyerista siente con una escena tan bien ejecutada. El rubio aceleraba la felación jugueteando con su lengua y apretando con sus dientes de forma tal, que el dolor se convertía en un plus con el placer.
Además... Merde! Cada que analizaba las facciones de Milo, sentía que se derramaba. Sus ojos estaban tan oscurecidos, que parecían zafiros. Sus mejillas tan rojas, los cabellos de su rostro se pegaban a su piel por la transpiración que empañaba los vidrios del vehículo. Y los hilillos de saliva que dejaba escapar por las comisuras de sus labios o uniendo su virilidad a la lengua cuando lo soltaba antes de volver a la faena, eran lo más erótico que en su vida había visto.
El rubio pareció decidido a llevarlo de una vez a los Campos Elíseos. Incrementó el ritmo de sus succiones y su mano derecha se paseó por su largo con presiones delirantes. La izquierda, se afanó en atormentar sus testículos. Camus no podía aguantar demasiado y mucho menos cuando lo escuchó ronronear, pues ese sonido parecía provenir de otro tiempo, de otro lugar y sensibilizó su alma al grado tal, que las intensas emociones se concentraron en su falo, que empezó a llorar.
Los gruesos goterones se perdieron en la boca del rubio que los engulló con gruñidos y suspiros de satisfacción. Camus gemía sin control, completamente vulnerable y expuesto ante los morbosos zafiros. Su cuerpo colapsó en el asiento, esforzándose en recuperar el aliento sin mucho éxito. Era inexplicable cuándo lo había hecho gozar, fundiendo su cuerpo con otra parte de su ser, haciendo de la experiencia un momento sublime.
— Tan dulce, tan delicioso, Camus... quiero más.
En brumas por su liberación, a duras penas escuchó a Milo. Sentía una gruesa presión en sus oídos, los párpados le pesaban. No entendía cómo un simple coito había sido tan... bueno. No, "bueno" no era la palabra. Delicioso, estupendo, maravilloso, fantásti...
— ¡Hey! ¿A dónde vas? — la sorpresa le llevó a sentarse de golpe con los ojos como platos.
Durante su búsqueda de adjetivos para halagar a Milo, el bâtard aprovechó el tiempo y paseó su lengua por su entrada trasera. Tras la interrogación, lo vio encoger los hombros y rascarse la nuca al parecer sorprendido por el enojo de Camus.
— Pues a prepararte para tener también mi liberación, Roux... estoy demasiado duro después de tu increíble espectáculo lujurioso y esos gemidos indecentes — se burló con arrogancia sabiendo que él había provocado todas esas reacciones. Se acercó para besar sus labios y recuperar el ambiente.
— ¡Idiota! — intentó serenarse un poco desviando el rostro porque no quería sentir ese beso aún. Sabía que lo derretiría de nuevo y empezaba a sentirse descolocado por su proceder. —¿Y por qué en...? — cayó en la cuenta y volteó rápido para analizar el rostro de Milo. — No querrás que yo sea el pasivo, ¿Verdad?
— Yo soy activo, Camus. Así que... — su sonrisa fue lánguida mientras besaba la mejilla de su amante queriendo encenderlo de nuevo.
— Pues estás jodido — Camus lo empujó para que le prestara atención. — Cada que tuve relaciones homosexuales, fui activo.
— No me jodas, Camus — pareció asustarse y se le bajó la erección de golpe. — ¿Eres virgen por allá?
— ¿Acaso tienes retraso mental? Si cada que tuve sexo homosexual fui activo y no pasivo. ¡Claro que soy virgen!
Notas del Autor:
¡Hola de nuevo!
¿Cómo estás? Pues yo acalorada después de esta actualización.
Aclaraciones:
*Bâtard* significa "bastardo" y me parece que lo utilizaré mucho de ahora en adelante xD.
Desde ya, gracias por sus comentarios que los leo todos y también gracias por sus estrellitas.
¡Hasta pronto!
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