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24. Where are you, my little boy?

🅰🅳🆅🅴🆁🆃🅴🅽🅲🅸🅰


𝐄𝐬𝐭𝐞 𝐜𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐜𝐨𝐧𝐭𝐢𝐞𝐧𝐞 𝐝𝐞𝐬𝐜𝐫𝐢𝐩𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐚𝐥𝐭𝐚𝐦𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐩𝐞𝐫𝐭𝐮𝐫𝐛𝐚𝐝𝐨𝐫𝐚𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐩𝐮𝐞𝐝𝐞𝐧 𝐡𝐞𝐫𝐢𝐫 𝐥𝐚 𝐬𝐮𝐬𝐜𝐞𝐩𝐭𝐢𝐛𝐢𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝, 𝐬𝐞 𝐫𝐞𝐜𝐨𝐦𝐢𝐞𝐧𝐝𝐚 𝐝𝐢𝐬𝐜𝐫𝐞𝐜𝐢ó𝐧.



𝗥𝗘𝗦𝗧𝗔𝗨𝗥𝗔𝗡𝗧𝗘 𝗗𝗜𝗢𝗦𝗞𝗢𝗨𝗥𝗢𝗜
𝗟𝗨𝗡𝗘𝗦 - 𝟲:𝟭𝟱 𝗔.𝗠. 𝗘𝗡 𝗔𝗧𝗘𝗡𝗔𝗦
(𝟱:𝟭𝟱 𝗔.𝗠. 𝗘𝗡 𝗣𝗔𝗥𝗜𝗦)



El reloj marcaba las seis y quince minutos de la mañana. Siguiendo la senda ordinaria de los lunes propios al mes de Septiembre, el aire frío denotaba la partida del calor. La temporada del chocolate caliente se acercaba ligera, para alegría de los más pequeños.

En Atenas, cuatro individuos avanzaban por las calles con premura. Tres encabezaban la marcha. Sus nombres eran Abel, Caín y Aioria. Platicaban o más bien, se quejaban de las corrientes de aire, de los aromas del otoño, de las hojas perdidas de los árboles.

Tras ellos, un español de elegante estampa caminaba precavido. En sus manos cargaba un celular y sus dedos se movían rítmicos, redactando un mensaje a su nuevo contratante, Milo Antares. Le informaba de su llegada a Atenas y respondía un par de cuestionamientos hechos durante la noche.

Un pinchazo de culpabilidad le sometió a un escrutinio de sus labores. Su ética profesional le reprochó utilizar la investigación del rubio para su propio beneficio. Desechó los pensamientos de la misma forma en que metió el móvil en el bolsillo interno de su chaqueta americana, cortando de tajo las distracciones.

Ahora, su obligación era concentrarse en la labor y hacer su mejor esfuerzo, para que Milo Antares por un lado, y su familia por el otro, tuvieran resultados satisfactorios.

Se arregló la corbata azul oscuro y alisó los cabellos azabaches del costado derecho. Se acercó a las inmediaciones del restaurante Dioskouroi, el sitio designado para su entrevista con el detective Misty Lizard.

El hombre los aguardaba en la esquina del negocio, lo identificó por el uniforme reglamentario de la policía. La belleza del detective quedó relegada a segundo término en la mente de Shura. El objetivo era sacarle el mayor provecho posible y después, continuar con las pesquisas.

El resto de sus compañeros llegaron primero y él no apresuró el paso.

—Hola, Misty.

El aludido hizo un barrido visual por los presentes, deteniéndose más en Shura. El español los alcanzó y se colocó a la diestra de su pareja.

—Hola, Abel, ¿todo bien? ¿El viaje tranquilo?

—Sí, sólo nos desmañanamos con esto de llegar antes de las seis y cuarto. Mira, ellos son mis compañeros.

La presentación fue rápida, las manos se estrecharon, las sonrisas se alargaron por formalidad.

—Lamento que se hayan despertado tan temprano, pero creo que lo agradecerán —les dijo el detective con una sonrisa de absoluta satisfacción—. Conseguí que dos de los jueces de la Corte Internacional con sede en Grecia les brinden unos minutos de su tiempo.

El misterio del motivo por el que se les exigió vestimenta formal, fue resuelto con esa aclaración. A Shura le complació el buen gesto del detective al saltar pasos sin que se le hubiera requerido.

—Agradecemos el detalle y por curiosidad, ¿a qué se debe el cambio de parecer? Pensé que nos veríamos sólo con usted —se interesó acomodándose la chaqueta.

—Pensé en lo que podía aportarles y en realidad, no es mucho. Aunque les permita ver el expediente, éste describe una parte de los delitos, pero no les dará un panorama general —hundió las manos dentro de los bolsillos.

     »Así que ayer dialogué con uno de ellos y si bien su agenda estaba llena, aceptaron venir a esta hora. Aproveché la reserva que ustedes solicitaron en el restaurante para nuestra entrevista y la utilicé con ellos. Los están esperando.

Una sonrisa pequeña apareció en el rostro de Shura. Se alegró por la astucia del detective y su buena disposición a ayudar.

—Muchas gracias. Nos viene de maravilla conocer a alguien que entienda más sobre el asunto.

—Me alegra estar en la misma sintonía, así que ¿vamos?

Shura accedió y a su lado, el alivio se tornó generalizado en sus compañeros. Enfocó la vista en su pareja. Acarició con discreción la mano del leonino y le guiñó un ojo. Era una oportunidad de oro y tenía la esperanza de que los llevara a puerto seguro.

En la entrada del restaurante, se entretuvo con el maître para dejar claros algunos puntos de su cita e hizo hincapié en los requerimientos del servicio. Al terminar, se acercó a los otros y Misty aprovechó para informarles.

—En ocasiones, los jueces tienden a hablar en un idioma que todavía nadie sabe cuál es. No se preocupen y no lo tomen a mal. Es parte de su conducta.

—De acuerdo, Misty y gracias por el aviso —dijo el español con la espinita clavada.

Conocía ese tipo de personas, usaban idiomas extraños para que los demás no supieran de lo que hablaban y mantener la intimidad de sus conversaciones. Rogó porque fuera uno de los lenguajes que conocía y así, presenciar el funcionamiento de sus mentes.

Por supuesto, aún de saberlo, se mantendría callado y no los haría conscientes de ello. Tenía experiencia en ver más allá de las barreras, aguardando el momento para sacar la espada y realizar el corte preciso para obtener los resultados que necesitaba.

Avanzaron por los pasillos hasta llegar a un reservado, el detective tocó la puerta y abrió cuando se le permitió la entrada. Shura alcanzó a vislumbrar a dos hombres con una taza de café y un plato con tostadas agonizantes frente a cada uno de ellos.

—Buenos días, Sus Señorías —saludó Misty con una inclinación de cabeza desde el marco de la puerta.

Los jueces le dedicaron su completa atención. Shura analizó a los dos hombres curtidos en el fuego del litigio. Hizo hincapié en su juventud y más aún, en la presencia imponente que advertía, de forma velada, sobre el cuidado a tener con ellos.

     »Les agradezco mucho la amabilidad al abrir su agenda de forma tan abrupta.

—Está bien, detective —dijo uno de ellos—. ¿Son los interesados?

—Sí, Su Señoría.

—Acérquense, por favor.

Misty dirigió su mirada a Abel, quien era su contacto primario. Con un ademán les invitó a traspasar el umbral.

El gemelo volteó de inmediato hacia Shura y con una mirada elocuente, le mandó primero. El español se contuvo las ganas de reclamar el cambio de tornas, tomando la estafeta con la elegancia y frialdad que lo caracterizaban.

Mientras los cuatro hombres entraban al sitio, los jueces se levantaron de sus asientos. Fiel a sus costumbres, Shura los detalló para crear su propia opinión de ellos.

Uno poseía una larguísima cabellera que de tan gris, parecía argenta. El flequillo impedía admirar en su totalidad, los ojos azules bañados en plata y cargados de aburrimiento. El otro, era su completo contraste. Empezando por la melena de mediano largo, negrísima con reflejos violáceos y el rostro atractivo al descubierto. Se completaba la disparidad con los orbes de color lila brillando desafiantes, llenos de vida.

Eran tan altos como los recién llegados y, al pormenorizar su vestimenta, Shura comprendió el por qué el detective se preocupó por hacer hincapié en la de ellos. Los jueces usaban trajes impecables de tres piezas y de primerísima calidad. En el caso del hombre de cabellos plateados, en un opaco negro y el de su compañero era de color gris perla.

Como si se hubieran coordinado para combinar a su vez, con la cabellera del otro.

—Buenos días, mi nombre es Shura Díaz de Vivar. Me acompañan Aioria Cheírôn-Neméas, y los gemelos Caín y Abel Dioskouroi, mucho gusto.

—El gusto es nuestro —habló el juez que intercambió palabras con el detective—, él es Minos de Griffon y yo soy Aiacos de Garuda.

Se prestaron a los saludos protocolares y estrecharon sus manos. Al hacer contacto con ellos, Shura percibió la tranquilidad que irradiaban, equiparable a los que se consideran amos y señores de las vidas de los mortales.

Sin embargo, por primera vez en sus vidas, Shura y los otros presentaban un frente común en el afán de encontrar a Aeris y para ello, deberían convencer a dos jueces tan imponentes de prestarles auxilio.

—Es cuanto menos... irónico —acotó Minos—, entrevistarse con los gemelos Dioskouroi en el restaurante del mismo nombre. ¿No lo creen?

Cada uno tomó asiento. Los jueces en el que habían abandonado y los demás, a su alrededor. Misty fue el único que se mantuvo de pie.

—Ah no, éste no es negocio de la familia —aclaró Abel con tranquilidad—, que se llame Dioskouroi es una casualidad, no una causalidad.

—Ya veo —dijo Aiacos intercambiando miradas con Minos.

Un camarero se apresuró a presentarse, entregar las minutas y preguntar al resto, qué podría ofrecerles del menú.

—Yo me despido, tengo que irme a trabajar.

—¿Está diciendo, detective, que nos deja con cuatro hombres para que nos muelan a preguntas? —indagó el azabache fingiendo estar ofendido.

—Debería agradecerme que esta vez, todos son atractivos y no les huele la boca, Juez Garuda —se mofó el otro—. Yo sigo en servicio, vine rápido para presentarlos y debo reportarme de nuevo. ¿Nos vemos después?

—Nos vemos después... y te cobraré el favor —amenazó Minos utilizando las palabras a su conveniencia.

—Será un honor, Su Señoría. Con permiso y éxito, Abel, caballeros —les dijo a los demás y partió.

Shura comprendió el proceder del detective. Ayudaba sin entrometerse y al mismo tiempo, se lavaba las manos en caso de que las cosas no salieran como se esperaban. Ahora dependía de su propia habilidad para manejar a los jueces y obtener resultados.

—¿Quieren ordenar? —propuso Aiacos—. Nosotros llegamos demasiado temprano y nos adelantamos al desayuno. Consideramos que sería mejor prestar toda nuestra atención al asunto que el detective Lizard catalogó de "delicado".

—Muchas gracias —musitó Shura con amabilidad—. De cualquier forma, somos nosotros los que nos inmiscuimos en sus hábitos.

—No, por favor, que no le incomode eso. En lo que podamos ayudar, será un placer.

—Pues, ordenemos —opinó Abel—. Un café y unas tostadas con mermelada de higos, estarían bien para mí.

—Que sean dos, las mías con mermelada de ciruelas, muchas gracias —apoyó Caín.

—Huevos revueltos con jamón, tostadas, jugo de naranja y café para mí, por favor —ordenó Shura después de una revisión rauda y pragmática del menú.

—Empezaremos fuerte —comentó Aioria mordisqueando el labio inferior—. Yo quiero café, un plato de yogur con frutas de temporada y... sí, las tostadas están bien. Gracias. Ya si se me antoja o me falta un espacio, te robo un poco, Shura.

—Como siempre... —susurró con desgana.

Sentía algo de repelús cada que alguien le picoteaba la comida. Era una reacción natural e imposible de descartar. Ni Aioria se salvaba de llevarse una muestra de su incomodidad, a pesar de ser su pareja. Detalle que el gato ignoraba o podría ser que el desvergonzado fingiera no darse cuenta.

El camarero tomó las comandas y se alejó de ahí.

Los seis hombres comentaron sobre el clima, el tráfico de la mañana, el viaje de París a Atenas. Banalidades previas, con las que hacían tiempo para asegurarse de que nadie los molestaría.

En cuanto el camarero trajo la comida y se retiró, Shura decidió que era tiempo de pasar a lo importante y meter presión. Le dedicó una mirada intensa a Abel. Éste entendió el mensaje implícito y abrió la plática.

—Sé que esta entrevista les fue solicitada por el detective Lizard y les agradecemos mucho la pronta respuesta y su disponibilidad de tiempo, señores jueces. El motivo de la misma es para obtener información, que para nosotros es medular, sobre un asunto relacionado con la banda criminal denominada Sunion.

—Sunion —repitió Aiacos paladeando la palabra con notas amargas—, ya veo. Misty no nos dijo eso cuando nos propuso que les diéramos un espacio durante nuestro desayuno.

—Comprenderán que ese no es un tema a tratar en un sitio público, donde cualquiera puede escuchar —musitó Minos.

Shura vio venir esa excusa y mantuvo una expresión serena.

—Por eso reservamos este espacio y los aledaños para mantener la privacidad. En sintonía, solicitamos que absolutamente nadie nos interrumpa, sin antes llamar al número del maître —aclaró.

Acto seguido, extrajo la tarjeta del restaurante que descansaba en el bolsillo de su chaqueta y la colocó frente a los dos jueces. En ella, escrito a mano, se podía leer el número de teléfono del servicio.

Los dos jueces platicaron en un idioma extraño para los demás. Shura recordó lo dicho por Misty y lamentó no reconocer ninguna palabra. Distaba de ser una lengua romance y supuso que podría ser alemán por el tipo de pronunciación. Al desviar el rostro hacia sus compañeros, la incomprensión le comunicó en silencio sus sospechas: nadie sabía de qué hablaban.

Se resignó a ignorar la conversación de los otros y dio el primer bocado a sus huevos.

—De acuerdo —interrumpió Aiacos el silencio—, tienen quince minutos para preguntar.

—Que sea media hora —pidió Caín—, por favor.

—Si son rápidos con las preguntas, terminaremos más pronto —cortó de tajo Minos con un carácter más crudo—. Están desperdiciando el tiempo en lugar de invertirlo.

"Son más duros de lo que supuse" pensó más serio que de costumbre.

—Deseamos que nos ayuden a encontrar a un miembro de nuestra familia —apuró Caín, quizá espoleado por el silencio de Shura—. El diecisiete de junio de hace siete años, secuestraron a mi sobrino Aeris, que en aquél entonces tenía dos añitos y medio, en las puertas de la casa de mi hermano mayor.

     »Dormía en el interior de una camioneta y mientras mi cuñado metía las compras a su casa, un par de sujetos se la robaron y en consecuencia, se llevaron al niño.

Aiacos arqueó una ceja, colocó los antebrazos sobre la mesa en posición meditabunda. Minos bebió un sorbo de café con expresión pasiva. Los dos jueces se complementaban incluso en estos momentos. Uno en la ofensiva, otro a la defensiva. A primera vista, Aiacos llevaba la batuta. Minos se mantenía a la retaguardia, sin opinar.

—¿Qué tiene que ver eso con Sunion? —dijo el juez azabache.

—Algunos miembros de esa organización pidieron un rescate millonario por el niño.

—Creo que recuerdo el evento —intervino Minos—. Fue uno de los casos más publicitados durante la caída de Sunion. Se dice que el niño murió, ¿no es así?

Shura tomó nota de la memoria de elefante de ese hombre.

Al mismo tiempo, fue consciente de la tensión que atacó a los gemelos. Caín incluso desvió el rostro y apretó los labios, mientras que Abel mordió una de las tostadas, en la búsqueda de actividad. A su lado, Aioria apretó los puños tembloroso.

El español se vio obligado a poner una mano en el muslo del leonino para darle apoyo. La de su pareja buscó la suya y se entrelazaron sus dedos dándose consuelo.

En el otro lado de la mesa, ninguna de esas acciones pasó desapercibida. Con seguridad, ellos podían comprender lo mucho que el tema los afectaba.

—No tenemos nada claro. Si bien se encontró una camisa ensangrentada con el ADN de mi sobrino, no hubo un cuerpo, un... algo tangible —tragó saliva un intranquilo Caín—, que nos asegurara su muerte. Sólo la amenaza de que, por haber desobedecido las instrucciones...

Caín se atragantó ante la horrible promesa. Ninguno de los jueces interrumpió. Shura dejó crecer la pausa, a sabiendas de que estas muestras de emociones, podrían conmover a los otros y así, darle a ellos mayor rango de acción.

—Lo encontraríamos en las alcantarillas desmembrado —completó Abel—. Para colmo, el treinta de junio, en la franja de tiempo en que se pagó el rescate, la policía atacó a Sunion.

—Tenemos la esperanza de que Aeris pudo haber escapado con ayuda de alguien en pleno caos —intervino Aioria con voz ronca—. Lo suponemos porque en el mismo sitio donde se encontró su camisita, apareció un hombre muerto de un balazo en la frente. El forense comentó que la sangre que este tipo tenía en los puños, coincidía con el ADN de nuestro sobrinito.

Ya era suficiente de emoción, era su turno para evitar que los jueces descartaran el asunto por falta de practicidad.

—Suponemos que alguien intervino antes de que mataran al niño —les hizo saber Shura, apoyando los antebrazos en el borde de la mesa para gesticular—. De lo contrario, ¿por qué tomarse la molestia de quitarle la camisa y dejarla en el piso? No había otro rastro del nene, además de esa prenda.

—Lo entiendo —aseguró Minos—, pero como se mencionó antes, fue un trabajo arduo desmantelar esa organización delictiva.

El de cabellos plateados se acomodó en su silla para seguir la narración. Shura se dispuso a prestarle toda la atención, ahora que, por fin, intervenía activamente en la plática.

    »Se inició con un operativo masivo, donde participaron todas las unidades disponibles de la fuerza policiaca. Se establecieron toques de queda en Tavros y otros lugares estratégicos. Incluso, un par de días después se declaró zona de guerra y la milicia se vio obligada a participar en las redadas, con apoyo de ciertos servicios de seguridad internacionales.

Shura se enfocó en aprender. Desconocía esos detalles, puesto que su hermano El Cid no le dijo nada al respecto, y le ayudarían en sus investigaciones futuras.

     »Muchos de los miembros de Sunion escaparon, no sin antes deshacerse de las pruebas. Hubo incontables incendios, explosiones, destrucción de propiedades, cuerpos que no se pudieron identificar porque los hundieron en ácido, los desfiguraron o les cortaron las huellas dactilares. Fueron muy metódicos y muchas posibles víctimas desaparecieron como si el Inframundo se las tragara.

Minos ofrecía demasiados detalles, el español no tuvo la menor duda de que Lizard los había elegido bien. Estos jueces sabían más de lo que aparentaban. Presintió que sus conocimientos eran vivenciales más allá de cualquier anécdota o investigación al respecto.

—Estamos conscientes de eso. Sin embargo, seguimos buscando a nuestro sobrino —terció Caín—. En tanto no encontremos algún indicio que nos asegure su muerte, insistiremos hasta el final.

—Y a nosotros nos importa una mierda que hayan participado los dioses mismos en esas redadas —desdeñó Abel—. Nos interesa que la policía ocultó muchas pruebas y nos impidió una investigación en tiempo y forma cuando fue requerida por los medios legales. Ellos decían que no debíamos meter las manos por miedo a que, según ellos, borráramos rastros.

—Por su culpa, las pistas de Aeris se enfriaron y después, se desvanecieron —gruñó Caín.

La impotencia hacía mella en las palabras de los gemelos. Sonaban ariscas, tensas e incluso, irrespetuosas. Así de grande era la ansiedad que los gobernaba.

Shura les dedicó una mirada de advertencia. Le preocupaba que el proceder de los gemelos ofendiera a los jueces y dieran por terminada la entrevista.

Desconocía que los dos impartidores de justicia acostumbraban escuchar este tipo de argumentos convulsivos a diario y para fortuna de la familia, desestimaron las emociones virulentas que los invadían, concentrándose en el reclamo principal.

—Ustedes entenderán que las pruebas no son contundentes —asentó Shura encaminando la conversación a un sitio seguro—. El escenario dejó mucho qué desear y las hipótesis se dispararon. Nosotros tomamos las que nos dejan la esperanza de que Aeris haya escapado con ayuda de alguien.

Otra conversación entre los jueces se enmarcó en ese idioma extranjero. No le pasó desapercibida a Shura la conducta de Aiacos, quien parecía pugnar por algo. Minos guardaba la compostura bajo capas y capas de grueso flequillo. Sus ojos no eran mostrados en ningún momento y su rostro era una máscara inexpresiva.

—¿Por qué no buscan en los archivos de los infantes llevados a los orfanatos? —sugirió Aiacos—. Muchos de los niños recuperados fueron enviados a varios de éstos, quizá lo encuentren ahí.

Aioria sacudió la cabeza con ímpetu y encajó sus ojos esmeralda en los lilas de su interlocutor. Los suyos imploraban ayuda y comprensión. Shura le apretó el muslo para contener los ánimos de su pareja.

—Nuestro sobrino tenía dos años —aseveró—, dudamos que pudiera decir su nombre completo a tan pequeña edad y desconocemos las secuelas psicológicas que cargó, después de los tratos que sufrió con sus secuestradores.

—Por otro lado —intervino Caín—, cuando usted habla de "muchos", en realidad son dieciocho infantes, el resto fueron literalmente... —se interrumpió con un dolor en el pecho—, ustedes saben lo que les hacían para el tráfico de órganos.

—Es cierto —gruñó Minos—, me olvidé que también esos bastardos se atrevían a perpetrar esas atrocidades con los más pequeños.

¡Por fin una emoción en el tipo!

Se grabó el tema que lo sacó de su estoicismo y frialdad. Podrían espolear más para que Minos tomara las riendas y decidiera ayudarlos de una vez por todas.

—Insisto, los archivos del caso en los orfanatos se complementaron con fotos de los niños.

—Señor Garuda... —empezó Abel.

—Todos pueden decirme Aiacos, por favor. El señor Garuda es mi padre —terció con disgusto—, o en el peor de los casos, dime juez Garuda.

—De acuerdo, Aiacos. También puedes tutearnos, por favor.

—Bien, ¿decías?

Abel aspiró aire recuperando el rumbo de sus ideas que más bien parecían aves revoloteando asustadas ante la presencia de un halcón.

Esto discrepó de la imagen que Shura tenía de él, más orientada al desdén de las emociones y se regodearse en el caos de las acciones malintencionadas. Entendió cuánto lo afectó la desaparición de Aeris.

—Ya revisamos los expedientes de los orfanatos. Es más, mi hermano, el padre del niño, hizo investigaciones cada determinado tiempo y siempre contrató a diferentes detectives privados para que cada uno buscara su propia información, en el afán de descubrir algo que a los anteriores se les hubiera pasado por descuido o desconocimiento.

     »Todo lo que usted propone ya se hizo y fue infructuoso.

—Hemos llegado a callejones sin salida —agregó Aioria—. Mi hermano, el otro padre del niño, hizo lo mismo. Investigó por su cuenta, de forma independiente a mi ex-cuñado. Por eso queremos acceder a los expedientes judiciales, en la esperanza de tener más suerte.

—Para eso necesitarían convertirse en parte querellante —asentó Minos.

Los gemelos rumiaron con impotencia ante la mera mención de esa última palabra en boca del juez. Shura intervino rápido antes de perder la oportunidad y se quedaran con las manos vacías.

—Estamos impedidos de seguir esa vía debido a que nuestro sobrino no aparece en las listas de los desaparecidos. Hace más de seis años, se hizo el intento de incluirlo en ese expediente y el juez lo desestimó alegando que, por no haber levantado la denuncia a tiempo con la policía, no existía un antecedente legal que nos vinculara con Sunion.

Aiacos se rascó la nuca con evidente molestia y desprecio por su colega. Shura aprovechó esa franja que anunciaba la oportunidad perfecta.

     »Entenderán que en ese estresante momento, donde pende de un hilo la vida de un pequeño, mis cuñados obedecieron las órdenes de los miembros de Sunion. Estos sujetos tenían fama de inhumanos y asesinos. En la angustia, no llamaron a la policía creyendo que al pagar el rescate, lo soltarían. Después, eso nos jugó en contra.

El juez azabache asentía con la cabeza, alargando la mano para tomar un sobre de edulcorante que jugueteó entre los dedos.

     »Hemos intentado todo lo que estuvo a nuestro alcance en estos largos siete años y no encontramos la salida. Por eso acudimos a ustedes.

Tomó aire buscando los mejores argumentos para conmover el corazón de Aiacos, que empezaba a reaccionar. Al parecer, no era duro como la piedra.

Los jueces hablaron de nueva cuenta en ese idioma extranjero, estableciendo pautas y discutiendo algunos puntos. Minos no parecía convencido, Aiacos era más inquisitivo y de vez en vez, su voz adoptaba mayor ímpetu.

Shura deseó que ambos resolvieran a favor suyo. Las cartas estaban sobre la mesa y no tenían más de dónde jalar.

El juez de cabellos plateados se acarició el mentón después de una acalorada diatriba y asintió con desgana.

—Hay otro camino por seguir, pero no será agradable para ustedes.

—¿Y cuál es, Minos? —esta vez tomó la iniciativa.

Por alguna extraña razón, su espíritu le clamaba ser él, quien esgrimiera la espada para organizar la defensa de los otros tres que le acompañaban. Minos no abría la boca por abrirla, ya lo tenía muy claro.

Minos la abría cuando tiraba a matar.

Se preparó para contrarrestar cualquier ataque.

—Verás, Shura —se concentró en su manicura con mucho interés—. Ustedes parten de la premisa de que su sobrinito escapó hace siete años, sosteniendo la idea de que Sunion fue desmantelado en ese momento. ¿Verdad?

—Sí, por supuesto —musitó con amargura.

Entendió que por ahí venía el conflicto y rogó porque el daño fuera menor del que esperaba.

—Ahí está el error y por ende, se abren las posibilidades, pero éstas son macabras.

Esas palabras inyectaron un veneno poderoso en los jóvenes. Éste se extendió desde su corazón y corrió por el resto de su cuerpo a la velocidad de la luz.

Los pulmones fallaron, el estómago se comprimió, los intestinos se revolvieron. Las náuseas se generalizaron en cada uno de ellos, las extremidades se volvieron tan pesadas como la piedra misma.

Shura tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no caerse. Aeris dependía de él, pues sus tíos habían perdido el habla. Se presionó para continuar mientras una parte de él, le rogaba que primero sacara a Aioria de ahí.

Él no tenía por qué escuchar todo...

Al mismo tiempo, una mirada a su pareja le hizo sabedor de que Aioria lo odiaría por excluirlo.

Se percibió parado en una espantosa encrucijada.

Aspiró aire y se dio valor para seguir adelante y también, sostener a Aioria sin escatimar esfuerzos, en caso de que su pareja se desplomara en los futuros eventos.

—¿En dónde está mi error? ¿Dónde están las posibilidades? —logró articular con gran esfuerzo.

—Sunion no se desmanteló en un día —informó clavando sus ojos azules impregnados en plata en el español—. El treinta de junio de hace siete años, las autoridades le dispararon a quemarropa y ahí, inició el desangramiento y la agonía de Sunion, que tardó setenta meses en morir...

—Casi seis... años... —musitó Shura, sintiendo que el suelo se abría y se lo tragaba.

Eso no se lo esperaba.

¡Por eso llegaban a callejones sin salida!

Las fechas eran erróneas por más de un lustro. Abrió la boca jalando aire y lo soltó por intervalos, desvió la mirada por el rabillo del ojo y captó las expresiones impregnadas en los rostros de su pareja y los gemelos.

La consternación los invadía, el terror les abría las bocas e impedía una respiración adecuada. Literalmente, Aioria hiperventiló. Shura se dedicó a poner un brazo sobre él y recargarlo contra su pecho.

Un beso en la frente del leonino le transmitió su calor y acompañamiento. Lo sostuvo para que recobrara fuerzas.

—Lo siento, pero tenían que saberlo —aseveró Minos—. Es un error pensar que los juicios se abrieron hace siete años y se cerraron en ese mismo tiempo. No sucede así con una asociación tan cruel y despiadada como Sunion.

     »Los juicios siguen recibiendo pruebas que incrementan los cargos en contra de los integrantes de la organización delictiva.

     »Por eso suena sospechoso que el juez de hace seis años, les negara la solicitud de agregar a su sobrino a los listados. Tuvo que estar coludido con Sunion. Hubo muchos así, policías incluidos.

     »Quizá esos policías fueron los que les impidieron buscar en su oportunidad, con la esperanza de entorpecer sus pesquisas. Meter a su sobrino en los expedientes, quizá ya sea demasiado tarde. Es desaconsejable iniciar desde cero.

El español se mordió el labio inferior con la desazón gobernando cada ápice de su espíritu. De ser esto así, sería el cuento de nunca acabar.

Tendrían que volver a revisar todo y ellos tenían un impedimento: la sentencia de aquel juez corto de vista o como decía Minos, compinche de Sunion.

Era encontrar una aguja en un pajar del tamaño del planeta.

—Todavía el mes pasado —comentó Aiacos con tristeza—, recibí una pericial mecánica que, aunado a una testimonial, establece la causalidad en el corte de los frenos del vehículo y el accidente, en el que la conductora perdió el control de su auto y mató a dos personas. Una de ellas era una bebé de tres meses.

Por un momento, Shura deseó pedirle que se callara. No le interesaba escuchar nada sobre otras personas, ni prestar atención a lo que el juez quería compartirles. Sin embargo, al notar la desazón de los gemelos y la de Aioria, quienes seguían en shock, terminó por agradecer el diálogo.

     »No sólo estoy obligado a deslindar de responsabilidad a esa mujer que se señaló como asesina imprudencial. A esa mujer que recibió múltiples condenas morales de la sociedad y hubo médicos que, según su abogado, se negaron a atenderla en el hospital.

     »A esa mujer que estuvo en coma dos meses y por lo que leí en el informe del forense, jamás se recuperó. Su hijo se vio obligado a pedir que la desconectaran.

     »Ahora debo informar no sólo a ese hijo que sufrió lo indecible, que su madre murió libre de culpa y sin cometer delito alguno, para que exija la restitución de los bienes que entregó para compensar los daños y perjuicios por la muerte de la bebé y la otra persona que venía en el auto.

     »También estoy obligado a convocar a los familiares de esa bebé de tres meses a mi juzgado, para explicarles que quien creían era la asesina, en realidad no mató a su bebé por olvidarse de llevar el auto al taller mecánico, como el fiscal les hizo creer.

     »No, el que mató a esa nena fue el que le cortó los frenos al auto, en pos de callar a esa mujer y ni siquiera sé cuáles fueron las razones para cortar esos frenos. Desconozco qué deseaban obtener con la muerte de esa simple contadora.

     »¿Qué hizo esa mujer en su contra? ¿Qué error cometió esa contadora que trabajaba dentro del marco de la ley y no tenía ni un solo antecedente penal? ¿Por qué decidieron cortar sus frenos hace seis años? ¿Con qué intención?

Shura fijó su mirada en su taza. Era la taza más bonita de todo Atenas y agradeció no ser juez. La amargura en la voz de Aiacos era... contagiosa.

En algún lugar de su mente, una voz le susurró que esa historia le era conocida. Sin embargo, él tenía mejores cosas por hacer, entre ellas, enfocarse en Aeris.

Él era quien apremiaba y no la mujer muerta a manos de Sunion, por más buenas obras que hubiera hecho en su vida, por más que dejara un hijo huérfano.

Se obligó a mantener la calma y hablar para, al menos, tener una oportunidad de seguir una línea que les permitiera...

Les permitiera...

¡Bah! Ya ni sabía qué buscaba.

Todo se limitaba a que los jueces no se fueran, en tanto organizaba sus ideas. El tiempo prometido se esfumaba y no sabía si volverían a tener oportunidad de verles las caras otra vez.

—Lamento mucho lo sucedido —expresó Shura con voz solemne—, y agradezco que se tomen el tiempo para presentarnos todo el panorama. Ahora tenemos mayor entendimiento de las razones por las cuales han fallado mis cuñados todos estos años.

—Ustedes eran muy jóvenes cuando todo pasó —musitó Minos acariciando su mentón—, y no sé si esto les pueda ayudar de alguna manera, pero...

Cuatro hombres prestaron completa atención. Uno de ellos se aferró a su fuerza de voluntad para levantar la cabeza con la melena ondeando. Aioria apretó la mano de Shura y éste le devolvió el gesto con firmeza, complacido de ver que su león volvía a la batalla. Herido, pero listo para rugir para proteger a su manada.

    »En una de las causas, se siguen los delitos sexuales a los menores de edad. Por supuesto, no se publicitó por lo delicado del tema. Tomen en cuenta que muchos fueron muertos y desfigurados post-mortem para evitar que los identificaran —frunció los labios.

No era lo que esperaban. En realidad, ninguno de ellos tenía la menor intención de buscarlo en esas causas, por el miedo lógico de encontrarlo y descubrir un destino mil veces peor que la muerte. Los ánimos se esfumaron, como los árboles golpeados por el viento huracanado.

¿Esto entendía Minos por brindar ayuda?

     »Puedo hablar con alguien para que les enseñe las periciales médicas para ver si logran identificar a su sobrino. ¿Quieren eso?

Caín fue el primero en agitar los cabellos y le siguió Aioria sacudiendo el índice, imposibilitados a hacer otra cosa con las gargantas, que no fuera tragar saliva en un ciclo sin fin.

—También están los códigos genéticos de los órganos que lograron recuperarse. Se han hecho algunas pesquisas con los padres que se atrevieron a rascar esas instancias —murmuró con desgana Aiacos y un disgusto absoluto en su semblante.

Shura fue testigo de cómo Aioria volvió a ocultarse, esta vez en el refugio de sus manos que cubrieron su rostro. Lizard había sido muy amable al contactarlos con los jueces, sí.

Pero también los dejó solos.

Ahora entendía el por qué. Ese hombre sabía bien con quién los dejaba y la cloaca que abrían con esta cita. Una cloaca en que la mierda salía y salía sin control.

—Piensen si eso es lo que quieren como último recuerdo de su sobrino —hizo hincapié Minos—, saber que lo usaban como juguete sexual o que lo mataron para hacer negocio con sus órganos.

     »Su argumento de que su sobrino seguía vivo después de que mataran a ese tipo, también puede significar que lo llevaron a otro confinamiento a seguir con las prácticas ilegales.

El español empezó a detestar que Minos abriera la boca. Cada que lo hacía, era para traer el castigo divino sobre sus espíritus.

A su derecha, Caín se restregó el cabello con impotencia. Por otro lado, Abel se cruzó de brazos y desvió el rostro cerrándose a la plática. Aioria sonreía con amargura, sacudiendo la cabeza incrédulo por tanta maldad en esos hombres y todo por... dinero.

Shura lo comprendía. Los cuatro habían llegado con la esperanza de que aquel treinta de julio hubiera acabado el martirio de Aeris, tras morir ese hombre de un balazo. Ahora mismo, con cada intervención, el juez les abría un escenario más espantoso que el anterior.

—Las pruebas siguen llegando —aseveró Aiacos—. Seguirán llegando porque el último de los cabecillas de la banda cayó hace catorce meses y cantó como pajarito para disminuir su castigo. Los departamentos forenses siguen trabajando, los inspectores siguen revisando. Hay mucho todavía por escarbar.

Lo comprendía ahora al detalle. Ésos eran los datos que ni Aioros ni Saga previeron o quizá, el último lo supo y por eso se negó a reiniciar la investigación este año. Lo que ahora sabían, debía seguir en el desconocimiento de Aioros. Él no soportaría estas alternativas tan...

Sacadas de las peores pesadillas.

—Obviamente —abrió la boca Minos y Shura deseó cortarle la lengua—, durante estos siete años su sobrino creció y no sabemos qué pudo ser de su destino. Va a cumplir diez años en diciembre, estuvo en el rango de chicos para ser usados como proveedores de órganos, dependiendo de su tipo de sangre.

La temperatura caía en el habitáculo. Minos era brutal, frío y calculador, no tuvo piedad en sus palabras.

Aioria se restregó el rostro apesadumbrado, Shura le apretó de nuevo contra él con las lágrimas quemándole en los ojos.

No sólo por el destino del pequeño, sino por el sufrimiento de su pareja.

¿Dónde estaban los dioses? ¿Por qué Athena los había abandonado?

Se negó a derramar una sola gota de sal. En su interior, una luz tímida adquirió la fuerza y cortó la oscuridad con el filo de Excalibur. Se concentró en ese brillo que le silbaba con vehemencia.

Aeris seguía vivo, debía aferrarse a eso.

     »Lamento si esto no les trae paz —siguió Minos—, pero debemos ser lo más sinceros posible para que comprendan en qué sitio se encuentran.

     »Sunion era una organización criminal muy vasta, tenía puntos en todo Grecia. Todavía siguen cayendo miembros, ayudantes de los cabecillas que ya han sido atrapados. Algunos están en otros países y no se han logrado extraditar a Grecia.

—Ustedes vieron sólo la punta del iceberg —dijo Aiacos resignado.

—Incluso, uno de mis compañeros jueces está haciendo lo imposible por extraditar a uno de esos bastardos, hijo de uno de los jefes que controlaba el tráfico en Lesbos y que fue apresado en Toulouse, Francia.

Aiacos le habló a Minos, éste le respondió provocando que el azabache restregara los dientes con rabia. La cara de Minos estaba marcada por el asco.

Aioria bajó la cabeza parpadeando feroz para no soltar las lágrimas que le picaban con insistencia. Abel blasfemó muy bajo. A su lado, Caín se mordió el nudillo del dedo índice de su mano izquierda dejando una marca.

Shura ya tenía su objetivo firme y decidió ir a por todas. Se preparó para cortar este ambiente y traer una mediana paz.

—Les agradecemos la sinceridad, eso es mucho mejor que palabras vanas —les dijo concentrándose en la estructura y siguiéndola a rajatabla—. Yo lo veré todo. Soy el único con el estómago y la paz mental para analizarlo sin alterar más los ánimos.

Quería confiar en eso y de cualquier forma, podía echar mano a El Cid. Su hermano tenía esa fuerza para dar y repartir, a diferencia de los Dioskouroi o Aioria.

De esa forma, se aseguraba de volverlos a ver, mientras organizaba sus pensamientos y encontrara una vía para seguir la investigación.

     »En cuanto a los códigos genéticos, les agradecería si me hacen el favor de cotejar con los registros. Prometo pagarles con cualquier cosa que prefieran.

Los dos jueces se removieron incómodos en sus lugares. Aiacos fue el que desvió el rostro a Minos y parecieron entenderse con ese simple intercambio silencioso.

—No queremos nada —fue tajante en sus palabras el juez de cabellos plateados—. La paz de una familia es suficiente pago. Cerrar ciclos de forma tangible, con información verídica y asentando bases, es lo mejor que le puede suceder a una familia que padeció este atroz acontecimiento —explicó con sapiencia.

     »Lo único que necesitaremos para cumplir con las formalidades, será que los padres firmen la solicitud para hacer las comparaciones del código genético.

En esta ocasión, tocó a los otros moverse incómodos en sus asientos. Ninguno de los familiares se atrevió a abrir la boca. El único terco y organizado de todos, hizo los honores.

—Ahí lo tenemos complicado, Minos —asentó Shura con seriedad—. Los padres no soportaron este traumático suceso y se divorciaron. Ambos están muy afectados a tal grado, que uno de ellos necesita atención terapéutica y no sólo del tipo psicológico. Hablo del acompañamiento psiquiátrico, debido a su actual comportamiento.

     »En conclusión, no buscamos alterar más el endeble equilibrio de mi cuñado con una solicitud de esta índole. No sé si la madre del niño acceda a firmar algo...

Dirigió una mirada a los gemelos. Ahora entendía que la madre de Aeris podía ser contactada a través de ellos.

—No lo sé —dijo Abel—, sería cuestión de hablar con mi hermano y dudo que quiera saber más del tema. Kanon prometió mantener esta búsqueda en silencio para no alimentar falsas esperanzas y después de lo que nos acaban de decir, será mejor no alterar los ánimos y provocar una Explosión de Galaxias...

El juez azabache soltó un pequeño sonido de inconformidad. Minos por su parte, seguía inalterable. Ese maldito soltaba las balas y no hacía nada por aligerar los ánimos.

Aioria tiró por descuido su servilleta. Shura se agachó para ayudarlo a levantarla y fue testigo de la forma en que los jueces tenían entrelazadas sus manos por debajo de la mesa, fuera de los ojos ajenos.

La manera tan desesperada con la que Minos apretaba la de Aiacos, le hizo consciente de que el hombre tenía sangre en las venas.

Su apariencia era una fachada.

No era tan hijo de puta como parecía. La situación hacía mella en él, le afectaba tanto o quizá más que a Aiacos, pero sabía disimular ante los ojos de los demás, refugiándose en el azabache.

—Entiendo —tomó la palabra justamente Minos—, desgraciadamente el noventa por ciento de los matrimonios que han sufrido un caso de secuestro, termina así. La situación se agrava cuando es un niño tan pequeño —comentó con datos fríos y conocidos por su actividad laboral.

Shura se reincorporó en su silla, dejó a un lado la servilleta para analizar la expresión del juez con el nuevo conocimiento que tenía sobre él y esta vez, hizo hincapié en sus actos.

Minos acariciaba la oreja de la taza de su café a medio consumir. La detalló con cuidado y detenimiento. Eran tics, pequeños impulsos físicos que hablaban por sí mismos. Sus manos decían lo que él callaba.

     »Entonces —prosiguió con gesto concentrado—, consigan el material genético. Arreglaré todo para que puedan seguir las pesquisas.

—Eso ya lo tenemos —aseguró Shura.

—No, no lo tenemos.

—Sí, Aioria, lo tenemos —insistió, al ver a su novio extrañado, le guiño un ojo—. Kanon no dudará en conseguir el de su gemelo. Por otro lado, me traje cabellos de Regulus y de Aioros. Me aseguré que fueran de ellos, los tengo desde que hablamos de venir, en caso de necesitarlo.

—¡Qué hijo de...!

Aioria le dio un golpecito en el hombro jugueteando. Shura se alegró de haberle sacado al menos esa sonrisa.

—Ah, eso me gustó —sonrió Aiacos complacido—. Hombre prevenido, vale por dos.

—Ustedes no saben nada de lo que acaban de escuchar —le pidió Shura.

—Estamos acá en calidad de consejeros, no hay títulos —aseguró divertido—. En boca cerrada no entran moscas.

La atmósfera se aligeró. Se agradecía después de tantas emociones oscuras y tristes.

—Cuando quieras empezar, sólo avísame, aquí tienes mi número privado —Minos sacó su tarjeta y se la ofreció con resolución—. Por supuesto, esto quedará entre nosotros y el Juez de la causa. Te advierto que, sin la querella firmada por los padres, vamos a pisotear muchas leyes, así que te pido discreción. Sin embargo, soy de los que piensan que prima la paz emocional sobre los procedimientos jurídicos.

Eso era nuevo y significaba el desdén por las normas con tal de obtener la justicia. Shura asintió con respeto, agradecido porque les diera la oportunidad de ayudar sin la terquedad típica de los jueces por obedecer la ley.

—Y yo te apoyo incondicionalmente —aseveró Aiacos con vehemencia—. ¡Quiero ver que algún Juez del Inframundo se atreva a sentenciarme por esto!

—A esos tres Jueces, les provocaremos una jaqueca monumental —prometió Minos con sonrisa torcida.

La primera sonrisa que le vieron en toda la entrevista.

     »A ver qué hace mi tocayo cuando me tenga frente a frente. Va a ser un juicio digno de ser protagonizado.

Shura no tenía la menor de las dudas, ese sujeto seguramente sacaría de sus casillas al juez del mito si seguía usando la lengua como arma de destrucción masiva.

     »Si eso es todo... —retiró su taza.

Un corte en su cabeza le abrió las aguas y le permitió ver algo que se le había olvidado con tantas emociones.

—No, perdón Minos, pero tengo algo más —levantó la mano para detenerlo.

—Tú dirás —se mantuvo en su sitio con paciencia.

Aiacos revisó su reloj y por reflejo, Shura hizo lo propio. Habían transcurrido treinta y tres minutos, con seguridad les preocupaba su llegada al Juzgado antes de que abriera sus puertas. El español se metió prisa comprendiendo el mensaje críptico del juez.

Se les acababa el tiempo.

—No sólo buscamos a nuestro sobrino. Esto se enlaza con otro caso que me fue solicitado por un cliente. Él busca a una mujer embarazada que estuvo en Sunion.

—Hubo muchas —hizo hincapié Minos con voz gutural—. Es como buscar una aguja en un pajar.

—Lo dice por experiencia, él lleva esos casos —les cotilleó Aiacos con más confianza e ignoró la mirada de advertencia que le dedicó el otro—. Los niños eran vendidos a padres sin hijos.

El español se armó de paciencia. Comprendía que para los jueces era un dato extra. Después de ver tantos casos, llegaban a perder la empatía. Aún así, iban por buen camino, tenían la atención de ese par y Minos era más empático de lo que parecía.

—Sí, pero ella estuvo en Tavros y tengo su nombre: Clío Papadopoulos.

—Ah... ¡¿Qué?! —ladró Aiacos pasmado por la sorpresa.

—Repite eso —exigió Minos con premura.

Shura no supo cómo interpretar las reacciones de los jueces. Por primera vez, titubeó.

—Clío, Clío...

—¡No, no! —lo interrumpió Minos con impaciencia y lo señaló con el índice—. El apellido, repite el apellido.

Algo se gestaba. Shura tuvo el presentimiento de que había dado en el blanco. Se apresuró a sacar sus notas.

—Papa-do-poulos —dijo con lentitud revisando su cuaderno.

—¿Papadopoulos y estaba en Tavros? —hizo hincapié Aiacos.

—Sí.

—¡Ja!

El azabache sacudió con frenesí el sobrecito de edulcorante que sujetaba con sus dedos índice y pulgar, sólo por hacer algo que sacara la energía acumulada.

Le dedicó una larga mirada compungida a su compañero. Éste frunció los labios.

—¿Pasa algo? —presionó el español arqueando una ceja.

Ahora no se iban de ahí sin decirle la verdad. Su cliente se pondría feliz de saber que dio en la diana al primer intento.

—Estás bien jodido —aseveró un incordiado Minos.

Eso no se lo esperaba.

La educación absoluta que caracterizó el comportamiento del juez, fue rota por esa palabra tan... vulgar. El aburrimiento volvía a abandonarlo, esta vez por un malestar generalizado y llevó la mano bajo la mesa.

Shura deseó asomarse de nuevo para ver cuál era su reacción tras bambalinas.

¿Habría apretado la mano de Aiacos o hizo algo más?

     »Desde ya, olvídate de esa mujer —insistió Minos—. En tribunales no encontrarás dato alguno sobre ella.

Fue tajante. Tanto, que Shura se negó a abandonar la senda.

¡Claro que no! Aquí había algo. No sabía el qué y quería encontrar el fondo. Decidió mostrar una de sus cartas, adornada con una mentirilla piadosa.

—Imposible, tenemos la sospecha de que ella supo algo de Aeris, de nuestro sobrino y de primera mano.

Rogó a Aeris que lo disculpara, pero en la guerra todo se vale. Además, durante su estudio del caso descubrió un dato que quizá, sólo quizá, podría servir.

—¿Por qué deduces eso?

—Porque el rescate se solicitó en Tavros y ella trabajaba ahí. Mi cliente me aseguró que la conoció en el taller mecánico Tártarus y...

—¿En Tártarus? —boqueó Aiacos.

—Skit! [1]blasfemó el platinado—. Hubieran empezado por ahí.

Cada palabra y actitud, le dejó claro que conocían a esa mujer y eso sólo podía significar que era alguien importante en Sunion.

¿Milo Antares sabría de la clase de tipa con la que se enredó? ¿Sabría que por culpa de ella, muchas personas inocentes sufrieron, como esa bebé de tres meses y la mujer que murió después de estar en coma?

Algunos no terminaban de conocer a las personas de las que se enamoraban...

Dio un trago a su café casi frío. Su comida seguía casi intacta.

Entre tanto, Minos se acarició el labio inferior con el pulgar, lento y suave. Una absoluta capa de insatisfacción permeó sus rasgos. Aiacos sólo tenía ojos para el otro juez, susurrando palabras incomprensibles. Minos de vez en vez, asentía.

—¿Por qué es tan importante Clío Papadopoulos? —presionó el español.

Más alicientes para su intuición eran innecesarios. Habiendo visto la conducta anterior de Minos, supo que no habría perdido los papeles por nada.

Los jueces intercambiaron miradas. La elocuencia les embargó y los cuatro ojos demostraron ofuscación.

—Lo tiene, ¿no es cierto? —se interesó el platinado.

Shura se vio obligado a morderse la lengua para no alterar el delicado balance y esperó que Aiacos le diera más luces al respecto. Él era, de los dos, quien más mostraba sus emociones.

—¡Por supuesto que lo tiene! —dijo con una absoluta pérdida de prudencia—. ¿Por qué tienes dudas de que ese exasperante y retintín inglés consiguió el mejor de los casos?

Shura sintió un tic en el ojo izquierdo. Un inglés, el caso.

¿Hablarían de un juez?

¿Otro aparte de ellos?

—¿Cómo pueden tener tan terrible suerte...? —acarició su entrecejo platinado calmando los ánimos revueltos—. Sin duda, ella es uno de los caminos más cortos para llegar al centro del laberinto, pero el Minotauro es demasiado hábil para vencerlo.

—¿De qué hablan?

Minos se sumió en un mutismo absoluto, bajó la cabeza y sus ojos desaparecieron bajo el espeso flequillo. Lo único que se veía de él, era el rostro cincelado en mármol duro e inescrutable.

Shura deseó tener la personalidad de Aioria y sacudirlo para obligarlo a abrir la boca.

—Hablamos de... —empezó Aiacos y guardó silencio en mitad del camino.

El juez dio un trago más de café. Su risa despectiva lo puso en guardia. Había un profundo aire de frustración en ella, aunado a su propia impresión de que aquél inglés distaba de ser un aliado de los dos jueces.

Más aún, tenía atributos para convertirse en un mortal enemigo para Milo Antares.

     »Ni siquiera deberíamos conocer ese apellido, de no ser porque alguien de su equipo abrió la boca. Y escuchen bien: más tardó ese chico en pronunciar cuatro de las cinco sílabas del apellido, que en terminar de cabeza en Latinoamérica haciendo mandados.

—Es sencillo, Shura —musitó Minos recuperando el temple y esos aires de aburrición que lo caracterizaban—. Lo que buscas sí está en un expediente, pero para llegar a él, deberás conseguir las mejores rodilleras del mercado.

—¿Y las rodilleras para qué? —se escandalizó el español por lo incomprensible del comentario.

Aiacos apretó los párpados para no poner los ojos en blanco y mostrarse irreverente. Lo cual contrastó con sus siguientes palabras.

—Para chupar vergas, por supuesto...

—¡¿Cómo dices?!

Casi se cae de la silla. Su rostro se puso pálido y le latía el corazón desbocado. De todo lo que pudo imaginarse, esto era...

Lo único que no accedería a hacer.

—Lo que escuchaste —al ver que el otro seguía pasmado, Aiacos continuó con impaciencia—. Para chupar vergas hasta que encuentres a uno que tenga los huevos gigantes y quiera darte una mano. Sin embargo, mientras lo encuentras, te arriesgas a que se te destrocen las comisuras de los labios y te duelan los músculos de la boca por más de un año —le restregó en la cara.

—¡Ah no, primero lo mato antes de que se la chupe a alguien más! —rugió el más joven de todos.

Shura giró la cabeza tan rápido, que se mareó. Los jueces prestaron atención al chico corto de coherencia. Ése que les gritaba sin pudor.

Aioria tenía las mejillas rojas de la indignación. Éstas contrastaban con las del español, ruborizadas producto de la timidez y el bochorno. Se habían convertido en un dúo... interesante.

El menor confirmó sin más palabras, cualquier sospecha que tuvieran los jueces. Ese rugido marcó al español como de su "propiedad".

Aiacos esbozó una sonrisita picarona que alebrestó más (sí, más), los ánimos de Aioria.

Pero...

Shura deseó que mejor guardara silencio, lo último que le faltaba, era que su león le marcara con orines.

—¡Ya lo dije! ¡Shura no se mete a la boca nada que no sea mío! ¡Por eso le doy de comer todos los días carne de la buena!

Y sucedió...

Bajó la cabeza contrito, resignado a la hecatombe. Le parecía inverosímil la forma en que un asunto tan serio, había cambiado de giro y se convirtió en una completa humillación a su persona.

—Ya entendí, hombre, ya entendí. No tienes por qué rugir tanto —se burló Aiacos complacido por los eventos—. Y sin embargo, si su intención es conseguir ese expediente, alguien va a tener que chuparlas. ¿Te ofreces tú en su lugar?

¡Ah, no! —refutó airado—. ¡Esa boquita sólo limpia una espada! ¡La mía! —golpeó la mesa con la palma.

Un momento, un momento.

¿Esa fue su voz?

Al ver los cinco rostros girados hacia él y sobre todo el de Aiacos, mostrando una picante sonrisa...

Lo supo.

Sí, era su voz. Se había cercenado la garganta con su propia espada.

"Tierra, ¡trágame!".

—¿Cómo pueden ser jueces y expresarse así? —les recriminó Caín—. ¡Están sugiriendo una prostitución!

Shura le agradeció la ayuda incondicional, así tendría tiempo para recomponerse y volver a la senda de la rectitud.

—Sí y no. Jugar con las palabras es parte de la gracia que conlleva el trabajar en la Corte Internacional —comentó Minos analizando con aburrimiento su manicura—. Estamos haciendo notar que, para encontrar a alguien que les ayude, deberán rebajarse a la más ínfima potencia y suplicar desde la postura más grotesca. De otra forma, no van a lograrlo.

Los otros cuatro se miraron comprendiendo las dinámicas de los jueces y lo que decían sus palabras. Aiacos sonrió con un colmillo brillante mostrándose entre sus labios.

Aun así, Shura no tenía la menor intención de suplicar en ninguna postura que no fuera la vertical.

—El expediente que buscamos lo tiene este... sujeto, que ¿es...? —se aventuró a poner todo en orden.

—The Honourable Radamanthys of Wyvern —respondió Minos imitando un acento inglés plagado de arrogancia y altanería.

Aiacos resopló y sacudió la cabeza con repelús. Shura arqueó una ceja, como oliendo algo desagradable con tan sólo escuchar tan rimbombante nombre.

—¿Por qué ese tratamiento protocolar me suena a realeza? —susurró entornando los párpados.

—Porque lo es —aseveró Aiacos con fastidio—. Es el Vizconde del condado de Feroe en Inglaterra.

—¿Un Vizconde? —sacudió la cabeza—. ¡¿De cuándo acá, un Vizconde ejerce como Juez en Grecia?!

Esa idea le parecía sacada de un maldito fic.

—Desde que The Honourable consiguió, en la Corte de su país, el escandaloso derecho de ejercer su carrera de Abogado en cualquier sitio de la Unión Europea, sin perder su título nobiliario —asentó Aiacos con una risita despectiva.

—Con que le tienen envidia —musitó Abel queriendo meter el caos.

Los jueces le sonrieron con placidez. Eso desarmó al gemelo menor. Sin duda, buscaba meterlos en aprietos y se encontró con la horma de su zapato.

—Error, no le tenemos envidia —le aclaró Minos—. Deberás decir más bien, que es mucha la envidia que nos provoca y no te confesaré los motivos de la misma.

     »De cualquier forma, recuerden que nuestra dialéctica es producto del glamour en los tribunales. No se les obliga a nada, sólo se vislumbran aquellos escenarios en los cuales, es plausible lograr lo que desean.

—Saber lo que puede suceder, evitará que alguno de ustedes dispare a quemarropa y muera por su propia bala —asentó Aiacos muy tranquilo.

El español comprendió hacia dónde iban las palabras de los jueces y qué estaban enseñándole.

—La mejor defensa es el ataque, pero para atacar, es imprescindible conocer a tu rival.

––Así es, Shura.

—Recapitulando, tengo que convencer a los que están alrededor de este juez para que me den los datos que requiero.

Eso no era un buen panorama. Al contrario, era el peor de todos...

     »¿Si se lo pido personalmente al Vizconde y le explico nuestra situación?

—¡Ja! —se burló Aiacos—. Ése no te prestará la esquina de una cuartilla, ni porque seas el campeón de las mamadas o tengas secuestrado a sir Tobias III.

—¿Quién es Tobias?

—Su traicionero gato persa... —respondió de forma inconsciente.

El español se acarició los ojos con las yemas de los dedos de su índice y pulgar. Sentía ganas de matar a alguien.

—Me estás bromeando con el gato, ¿verdad?

Minos censuró al otro juez con un brillo en sus orbes. Aiacos encogió los hombros sin la menor de las vergüenzas.

A finales de cuentas, ¡ya había abierto la bocota!

—No bromeamos, lo del gato es cierto y es con lo único que podrías meterle presión —comentó Minos con desgana—. Ese juez es un guiverno mordaz, agresivo, arisco y solitario. Nadie lo altera...

—No me puedo tomar en serio a un tipo que sólo tiene a un gato como compañero.

—En algún momento te lo tomarás —confió Aiacos—, sobre todo cuando lo tengas enfrente y puedas apreciar en carne propia que la bestia hace honor a su apellido. El Wyvern cobra vida en el momento menos esperado y te lanza una bocanada de fuego para después morderte y masticarte...

—Y regurgitarte —añadió Minos—. Te va a regurgitar porque no estás al nivel de la calidad que exige en sus alimentos.

—Ya no sé si bromean o no...

—Eso queda a tu arbitrio —dejó muy claro Minos—. Sin embargo, debes tener en cuenta dos cosas: la primera, que sí hay un expediente donde puedas encontrar ese apellido, pero está en manos de Radamanthys of Wyvern.

El juez de cabellos platinados dio un trago al asiento de su café para tomar una pausa necesaria en su diálogo. Shura esperó la segunda indicación con intriga.

     »En cuanto a la segunda, que él jamás de los jamases hará una excepción a la regla y te permitirá ver una esquina del expediente a menos que tengas interés jurídico y eso significa que hayas sufrido directamente un agravio producto del tráfico ilegal de armas o bien, la trata de blancas, que son los dos delitos que él está dirimiendo en su juzgado.

—¿Él no nos ayudaría fuera de ese esquema?

A finales de cuentas, Minos y Aiacos parecían dispuestos a pisotear algunas leyes.

—No, no lo hará aunque le ruegues, te gastes diez mil rodilleras, le lleves a tu cuñado muerto en vida y mucho menos, le enseñes todas las fotografías de tu sobrino. Wyvern es un inglés y eso significa que es frío, inalterable y obstinado. Sobre todo, con las leyes...

—Por eso le dan los juicios más controversiales —acotó Aiacos con una exhalación—. Dura lex sed lex...

—Dura es la ley, pero es la ley —tradujo Minos—. Y Radamanthys es la figura encarnada de la impartición de la justicia neutral. Aquí sí chocamos con la pared de la absoluta terquedad y ni un terremoto la moverá.

—Joder... —musitó Shura apesadumbrado.

Los demás tenían una expresión parecida. La esperanza que había escalado en emoción al saber que conocían a la mujer y no era una más del montón, se les deshizo en las manos.

El español buscaba en su cabeza la respuesta que pudiera ayudarlos a convencer a ese Vizconde de hablar sobre el tema, a pesar de los múltiples comentarios en contra de los jueces.

Un ringtone sonó y molestó a los presentes. Shura le dirigió una pesada mirada al responsable. No era el momento de las llamadas, se concentraban en algo muy delicado.

—Perdón —musitó Caín con tanta desazón, que se olvidó de alejarse para contestar—. ¿Hola?... Sí, estamos con ellos... sí, logramos algo, pero llegamos a un callejón sin salida. Hay un juez que tiene un expediente que podría dar luz sobre la mujer embarazada, pero es un hueso duro de roer... pues... Radamanthys de... no me acuerdo.

—Wyvern —le ayudó Aioria—. Radamanthys of Wyvern.

Caín lo repitió y se quedó callado, con cara de extrañeza total. Escuchó y después fue una cadena de respuestas positivas o negativas, dependiendo de la pregunta que le hacía su interlocutor y que ninguno de los demás escuchaba.

Shura le dedicó su atención al inicio, intrigado por el proceder del Dioskouroi. Más que nada, porque temía que los jueces se fueran antes de tener algo hacia dónde dirigirse.

De cierta forma, sentía que se volvía a quedar con las manos vacías...

—Pues los dejamos —se puso en pie Minos.

El español se quedó sin palabras que pudieran convencer a los jueces de lo contrario. Maldijo a Caín, por interrumpir, y a él mismo, por ser tan inútil.

     »Lamento mucho que...

—Disculpe, disculpe —le pidió Caín—. ¿Puede escuchar esto?

—Ya vamos retrasados —hizo hincapié el platinado revisando su reloj—, por diez minutos.

—Nosotros los llevamos, pero por favor, escúchenlo. Es mi hermano Kanon y está en París, dice que tiene algo importante qué decirles.

Minos intercambió una mirada con Aiacos. El azabache le indicó con la cabeza la silla. El juez volvió a su lugar con paciencia.

Shura agradeció el tiempo, así podría reestructurar todo. Aunque deseaba que Kanon no metiera la pata, como normalmente acostumbraba.

—Tiene cinco minutos, no más.

—Bien, gracias —puso el altavoz—. Te están escuchando.

Caín acomodó el celular en mitad de la mesa.

—Hola, soy Kanon Dioskouroi —saludó una voz alegre y muy animada.

—Mucho gusto, soy Aiacos de Garuda.

—Y yo, Minos de Griffon.

—Es un placer aunque sea conocerlos por voz. Sólo quería saber... ¿El Radamanthys del que hablan, es un tipo alto, flaco, peludo, blanco como leche, rubio, que creció sin chiste...

Los jueces se comunicaron en silencio con intensas miradas. Aiacos parpadeó y prestó más atención. Minos ladeó la cabeza entornando los párpados.

El español incluso olvidó qué estaba pensando y se concentró en las palabras de Kanon. Le sonaba a que el gemelo menor conocía al inglés.

¿Cómo podría ser eso?

     »...obsesionado por la puntualidad, la etiqueta y que obedece las reglas como caballo con anteojeras? Ah, y no olvidemos que es un mantis muy contradictorio porque si bien es mortal, venenoso y agresivo; tiene como adorno distintivo, un gusano peludo en su frente.

Shura deseó estar al otro lado de la llamada y darle un par de zapes al idiota redomado. Sin embargo, toda idea se desvaneció al ver las reacciones de los jueces.

Aiacos se mordió la lengua formando un bulto en su labio superior. En cambio, Minos se cubrió la boca con la mano y desvió el rostro. Los cuellos de ambos se hincharon como los de una cobra y los hombros se alzaron defensivamente.

Le pareció que... ¿se contenían las ganas de reír?

Los jueces tardaron un poco en recuperar la apariencia educada.

—The Honourable Radamanthys of Wyvern tiene... —carraspeó Minos—, ciertas de esas características —susurró con voz ronca.

Aiacos se restregó la frente con los dedos índice y medio, como haciendo un gran esfuerzo por contener las ganas de liberar sus emociones ahí mismo.

Los demás se miraban entre ellos, en la espera de que alguien entendiera lo que sucedía ahí.

—Ah, ¿sobre todo el gusano peludo en la frente?

El juez azabache se puso en pie en el acto y caminó un par de pasos. Les dio la espalda con un extraño ataque corporal muy parecido a un temblor generalizado y al poco, empezó a toser discreto.

Minos se puso a su lado y le dispensó unas palmaditas en la espalda. Habló con él en su idioma extranjero. Aiacos asentía con la cabeza poniendo todo de sí para recuperar la urbanidad.

Shura se fue de espaldas. En definitiva, Kanon conocía al tal Radamanthys.

¿Por qué?

—Espera, se nos ahogó un juez —avisó Abel con malicia.

—Ah, eso es normal cuando describo a Babamanthys.

Con ese apodo, el juez azabache por poco y se les muere ahí, preso de una tos convulsa que lo atacó con fiereza.

—¿No te faltan pelos en la lengua, Kanon Dioskouroi? —recriminó Minos con los labios apretados.

Shura buscó en su repertorio de disculpas, una sola que pudiera evitar la ira proverbial de los jueces que se avecinaba sobre ellos.

Abel accionó el vídeo en su afán de seguir metiendo el dedo en la llaga y acomodó el dispositivo contra el vaso de jugo de Shura, permitiendo que todos en la mesa tuvieran una vista de la pantalla.

El rostro de Kanon apareció al aceptar la videollamada. El muy hijo del mal tenía los cabellos mal sujetos en una coleta, las ojeras marcadas por la falta de sueño, vestía solamente unos pantalones de deporte y bebía un café con una sonrisa torcida.

Su tórax al descubierto demostraba el régimen de ejercicios al que se sometía. Algunas gotas de sudor resbalaban por sus músculos cincelados y el rostro que el mismísimo David envidiaría. Llevaba una toalla en los hombros, con la que se limpiaba la humedad.

—Mucho gusto, ahora sí nos vemos las caras. Lamento mi presencia tan desgarbada, acabo de salir del gimnasio. Gracias Abel por ser tan hijo de nuestra madre y ponerme en evidencia. Al menos pudiste avisarme para peinarme.

—¿Para qué? Luces tu mejor look.

Ese era el Abel que Shura conocía, protagonizando uno de sus arranques por quemar al mundo o joder a cualquiera de sus tres hermanos.

—Idiota —rumió Kanon paseando la toalla por su frente—. En cuanto a su pregunta, señor...

—Minos —volvió a su asiento una vez que el azabache se recuperó del todo—, yo soy Minos. Al que casi matas es Aiacos.

El otro juez levantó la mano como saludo y el rostro rojo por el esfuerzo.

—Bien, pues mucho gusto otra vez y en cuanto a que no tengo pelos en la lengua... —sonrió con socarronería—. Mi lengua es todo lo contrario a la uniceja de nuestro adorado juez. La mía es vulgarmente pelada y la suya, es peludamente vulgar.

Aiacos se permitió una risa al tiempo que se cubría los ojos con la mano diestra. Se notaba el esfuerzo que hacía por contenerse con Kanon. Tan así, que se restregó los párpados con los dedos.

—Este tipo es un irreverente redomado, de esos que detesta Radamanthys —aseveró el azabache con entusiasmo a Minos, en tanto señalaba la pantalla.

Shura apoyó la moción. Ellos mismos detestaban a Kanon en sus porcentajes adecuados, dependiendo el momento del día.

—Gracias, gracias por los halagos —hizo una reverencia el aludido.

—¿Lo odias o lo amas?

—¡Minos, qué directo es usted! —fingió ofenderse por lo que tomó como un ataque.

—Es incongruente que me tutees y después, me hables de usted en la misma oración.

—Oh, soy la incongruencia con patas —presumió desgarbado, apoyando las caderas en la encimera de su departamento. Los pantalones se ajustaron maravillosamente a sus caderas—. Me gusta ser así.

—Desviaste la conversación.

—Porque es natural para mi persona, pero le responderé así: en aquél entonces, no tuve tiempo para decidir si lo amaba o lo odiaba, así que opté por ser un grano en su culo. De esos inolvidables.

—Dudo que seas alguien al que Wyvern recuerde... —desmeritó con aburrimiento.

—Oh, Minos, ¡tan pronto me estás insultando! —ronroneó complacido—. Está bien, te daré el beneficio de la duda.

—¿A mí? —se apuntó con el índice, incrédulo por las palabras de Kanon.

—A ti —insistió con seguridad—. Te propongo algo: mándale un mensaje, dile que estás hablando con Kanon Dioskouroi y que le manda saludos. A ver qué resulta.

Lo que resultó de eso, fue la firme sospecha de Shura al respecto. Kanon destilaba mucha confianza, tanta que rayaba en la completa arrogancia.

"¿Qué hiciste Kanon? ¿Es otra de tus conquistas amorosas? ¿De esas que nunca salen bien?" pensó afligido.

—Resultará que verá el mensaje diez horas después o nunca. Ese es el tren tradicional de la conducta de Wyvern para con los demás.

—Por supuesto, pero no hablamos de los demás —asentó confiado—. Estás hablando de mí. ¿Quieres probar?

—No me interesa, ya estamos retrasados —desdeñó con tedio.

—A mí, sí —intervino Aiacos con una sonrisa divertida.

—Ni se te ocurra —le advirtió revisando su reloj pulsera.

—Vamos, Minos. Piénsalo, ¿qué perdemos? Nada...

—Sólo llegar más tarde —apuntilló.

Shura presenció la batalla silenciosa de los jueces. Se medían con la mirada. Aiacos le guiñó un ojo a Minos y éste no cedió un ápice. Eran tan... interesantes en sus dinámicas.

Deseaba saber la etiqueta que se colgaban, pero no deseaba caer en el estereotipo de concluir muy pronto, sólo porque los vio tomarse de las manos.

"Por debajo de la mesa" le dijo una vocecita en su mente.

Sí, podría ser que Minos no deseara que ellos vieran el corazón de pollo que tenía.

"Desayunan juntos, coordinan sus vestimentas".

Pues sí, es decir, Minos vestía de negro y Aiacos de gris perla, combinando con la cabellera del otro, pero eso no significaba que...

jDe acuerdo, de acuerdo!

Ese par tenía algo, no sabía el qué, pero definitivamente algo ¿romántico?

¡Joder!

Quiso estar en lo cierto, pues de equivocarse, caería en un bochorno monumental. Aunque reconoció lo divertido del asunto y el increíble morbo que le despertaba.

Los sujetos de análisis, parecieron llegar a un acuerdo.

     »¿Y qué ganamos? —musitó el juez aburrido.

—Tumbarle el ego a este remedo de Adonis —respondió el juez dinámico, en tanto señalaba al gemelo.

—¡Hey, que el remedo está escuchando! —fingió indignarse Kanon del otro lado de la pantalla.

Los otros intercambiaron miradas una vez más. Se entendían demasiado bien en silencio. Minos soltó un suspiro lánguido.

—Haz lo que te plazca.

—Gracias —ronroneó y sacó el celular. Movió y movió los pulgares—. ¿Dónde está?

Shura desplegó una sonrisa pequeña. Ahora sabía quién se salía con la suya y quién consentía al otro.

—En el fondo de tus contactos con toda la seguridad. Nunca hablas con él.

—No, tú eres el que más habla con su Odiosidad —se le abrieron los ojos con una idea—. ¿Por qué no le mandas tú el mensaje?

—Ni lo sueñes —le cortó en seco—. Ésta es tu idea y yo no voy a soportarlo. Mucho menos, antes de su té de las nueve —revisó su reloj—. Son las siete con veinte minutos, es temprano para él y muy tarde para nosotros.

No había duda de que al aparecer Radamanthys en escena, los jueces bajaron la guardia. Aiacos ya no se preocupaba por ocultar sus impresiones y Minos dialogaba con éste sin prestar atención a Shura y compañía.

—Uh, ¿sigue con su taza de té negro con crema y dos terroncitos de azúcar a las nueve en punto, si no, pierde la urbanidad, según él?

Kanon imitó el acento inglés con exageración, fingiendo sostener una taza y removerla con una cucharita con gesto rimbombante. Aiacos se permitió la risa al tiempo que asentía con el índice derecho.

—Sí, no hay quien lo convenza de lo contrario —siguió buscando con ahínco—. Lo conoces bien.

—Demasiado bien —masculló el gemelo antes de dar otro trago al café y echar a un lado la toalla.

—Búscalo en el grupo —le sugirió Minos.

El brazo izquierdo del juez de cabellos plateados rodeó los hombros del azabache. Ese movimiento anuló la distancia de sus cuerpos. Las cabezas se juntaron y, mientras Aiacos sostenía el dispositivo, Minos movió los pulgares, buscando con rapidez.

La familiaridad entre ellos era inmensa y la confianza más.

Shura tuvo su respuesta y el morbo le hizo preguntarse... ¿quién daba y quién recibía de esos dos?

     »Ahí está —le señaló.

En lugar de cambiar la postura una vez obtenido el resultado, el juez se dedicó a observar al otro elegir el contacto y teclear rápidamente.

—Hola, Radamant... —dijo en voz alta al tiempo que escribía.

—Te va a ignorar si no vas al grano —le censuró Minos calculando el escenario.

—¿Crees? —volteó y por ende, su nariz acarició la mejilla del otro.

Minos no se inmutó ante tal roce, siguió con los ojos fijos en la pantalla.

—Lo aseguro —apretó la tecla de borrar—. Ponle la frase inicial: "Kanon Dioskouroi está hablando conmigo y te manda saludos".

—¿Tan directo? —arqueó una ceja con dudas.

—Si no lo atrapas en dos segundos, el Wyvern volará lejos.

—¡Qué bien lo conoces! —celebró Kanon.

—El burro hablando de orejas... —rumió el platinado.

Shura iba detallando las acciones de la pareja. Sí, eran pareja ya no tenía duda. Era inexistente el recelo o distancia al tocarse, el espacio personal era compartido.

Por otro lado, en el caso de que Kanon lograse penetrar las defensas del inglés, podrían llegar mucho más lejos en su búsqueda. El nerviosismo hacía presa de no sólo de él, sino también de sus compañeros y lo entretenían comiendo.

La ansiedad oral se convertía en la peor consejera en momentos de tensión y en esa mesa, acampaba a sus anchas. Ya ni siquiera hizo aspavientos al ver que Aioria le robaba una tostada y la cubría con huevo. Al contrario, le alegró que pudiera comer.

La sonrisa trémula de su pareja le llenó de cariño y dulzura. Le correspondió con un beso en la sien, suave y amoroso.

—Listo —comentó Aiacos enviando el mensaje—. ¿Quieres darme tu número de teléfono o nos comunicamos con Shura? Ya te dijimos que el inglesito nunca responde hasta después de diez horas o nos marca el visto como única respues...

Ding-ding.

Aiacos se paralizó y no fue el único. Shura intercambió miradas con Aioria que se quedó con la tostada a mitad de camino a su boca.

No, no podía ser cierto. Absolutamente no.

El juez azabache bajó la mirada y sus párpados se agrandaron a tal grado, que por muy poco sus globos oculares se escaparon de sus cuencas.

Minos incluso pegó su sien contra la del azabache, en la intención de estar más cerca de la pantalla. Shura casi podía ver las neuronas colapsando en esas mentes, por el shock de ver el mensaje entrante a menos de...¿dos minutos de abrir la conversación?

—¿Qué decías? —gorjeó Kanon con sonrisa torcida.

—¡IMPOSIBLE! —bramaron los jueces en coro.

—Oh, es que soy Kanon, conmigo no hay imposibles —presumió mirándose las uñas, les echó vaho de su boca y las restregó contra su pectoral derecho.

Hasta que se dio cuenta de su piel húmeda por el ejercicio y gruñó limpiándose el sudor de sus dedos en el pantalón.

Por fortuna, nadie notó su fallo garrafal.

Excepto Shura.

     »¿Y qué dice? —se interesó Kanon.

—Que... ¿cuánto tiempo vas a estar aquí? —leyó incrédulo—. ¿De verdad piensa venir? —le preguntó a Minos.

Éste encogió los hombros con las cejas tan fruncidas por el centro, que parecían una imitación a las de Radamanthys.

—Por supuesto que va a venir —aseguró Kanon—, se muere de ganas de verme. Es más, dile que...

—¡¿Qué le hiciste?! —bramó alguien del otro lado de la mesa.

Cinco pares de ojos se posaron en Aioria. Éste tomó el teléfono y encaró a Kanon.

     »¡Esa es la respuesta típica de todo aquél al que le haces una trastada!

No estaba tan mal encaminado, reflexionó Shura.

—Hey, hey, cálmate —recomendó con diversión—. No es lo que pien... —se paralizó en el habla y se relamió los labios—. Auch...

Ding ding.

—"¿Auch?" —reclamó frenético—. ¡¿Auch?! —resopló incrédulo por su desfachatez—. ¡¿Qué le hiciste?!

—Me acabo de acordar del detallito del auto... —se acarició el mentón meditabundo.

Shura agradeció que estuviera en París o lo habría matado ahí mismo.

—¡¿Qué detallito?!

—Ay, no importa, ya lo pagaré —comentó con desparpajo.

—Mira, Kanon, como tu trastada nos cueste una negativa rotunda al expediente...

Ding ding.

—Eso no va a pasar.

—Como pase ¡tú te pones las rodilleras para convencerlo! ¿Entendiste?

Al menos, ya tenían resuelto quién las usaría. Esa no era una mala perspectiva para Shura. En realidad, cualquier otro que no fuera Aioria o él, sería una opción perfecta para la labor.

—¿Rodilleras? —arqueó una ceja—. ¡Qué inocente eres, gatito! ¿Tú crees que unas rodilleras son suficiente para complacer a Wyvern?

Kanon agitó la cabeza. Sus cabellos se soltaron de la liga que los sujetaba y unas gotas de sudor volaron por los aires.

     »¡Por favor, maduren! Ese tipo es de los que quieren el paquete completo, con tu culo no tan virgen servido en bandeja de plata.

—¡Pues será tu culo, Kanon! ¿Entendiste?

El gemelo rodó los ojos dentro de sus cuencas.

—Sí, sí —rumió con desgana—. Ahora pásame con los jueces, que necesito concretar un par de cosas.

Ding ding.

Aioria puso el celular de nuevo en su antiguo lugar. Los jueces no prestaban atención a la pelea, estaban muy concentrados en leer los mensajes que habían entrado uno tras otro.

—He's alive! —celebró Aiacos.

—¡Claro que está vivo! —le reprendió Minos—. Siempre lo ha estado.

—No, no, está mostrando emociones —le enseñó la pantalla—. Mira esto...

—Ya lo veo, estoy cabeza con cabeza a tu lado, Aiacos. Es imposible no verlo —le hizo notar.

—¿Y qué dice Babeamanthas?

—Está frenético porque no le respondo nada —aclaró Aiacos parpadeando con alegría malévola—. Le podría poner que...

—Ni se te ocurra.

—¡Pero Minos! —saltó con un puchero en el rostro.

A Shura le recordó Aioria queriendo convencerlo de cometer una trastada de las grandes.

—Dije que no —le advirtió con paciencia—. Es un rencoroso, se la cobrará.

—Ay, le quitas lo divertido al asunto —se desinfló todo.

—Bueno, pero ¿qué dice? —insistió Kanon.

—Me exige decirle por qué no le contesto. Pregunta si sigues aquí, cuánto tiempo te vas a quedar...

Ding ding.

     »Y ahora, está preguntando en dónde estamos...

—No le digas nada, sólo ponle que —meditó rápido—, ya me voy y que —chasqueó los dedos—, estaré en el restaurante Dioskouroi para cenar.

—Ni en tus sueños más húmedos —aseveró Aiacos—. Este restaurante no cumple con las políticas de calidad exigidas por su Odiosidad.

Shura tomó nota para el futuro, aunque por otro lado, debería hablar con Kanon para asegurar un sitio en esa reunión. No iba a permitirle ir solo a ningún sitio con alguien que tenía fama de masticar y regurgitar.

—Tsk, pues entonces... —pensó rápido.

—A Wyvern le gusta ir al restaurante Las Esferas —informó Minos—, ahí tienen habitaciones privadas.

—Uh, eso saldrá de mi presupuesto, pero está bien —aceptó de mala gana—. Me las arreglaré, hablaré con mi jefe y después, buscaré un vuelo para llegar lo más pronto posible. Aun así, desconozco a qué horas estaré allá. Confío que para la cena.

—Entiendo —susurró Aiacos y escribió rápidamente—: "Kanon dice que estará en Las Esferas para la cena".

Sin embargo, antes de apretar el botón de enviar, su expresión se tiñó de petulancia. Borró el mensaje, bloqueó la pantalla y puso el celular en el bolsillo de su saco con altivez.

     »Se lo diré cuando me plazca y mientras tanto, que sufra el imbécil.

Shura sintió cómo su temple se largaba de vacaciones. Las manos le hormiguearon y deseó tener algo a lo cual asirse para no reclamarle al juez su conducta inapropiada.

Al unísono, Minos se alejó de su compañero. Lo observó un instante antes de sumirse en una burbuja ácida y torva.

Los gemelos intercambiaron miradas con las emociones a flor de piel. Aioria tragó saliva y por impulso, empezó a levantarse. Shura le detuvo y negó con la cabeza poniendo orden en el joven griego, que miró al juez azabache con angustia.

Entendía su ánimo. Más que eso, lo compartía. Era tirar a la basura lo que habían estado construyendo este tiempo.

—Garuda...

—¿Sí, Minos? —le dedicó su atención, sin preocuparse por la inquietante pasividad de su compañero.

Quizá ni se dio cuenta de ello, reflexionó Shura porque él ya lo miraba con intriga, preguntándose qué haría ese hombre acostumbrado a ejercer la cruda verdad con la lengua.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —su voz neutra tomó lugar.

—Castigo a Radamanthys por las múltiples ofensas que me ha hecho —respondió en el acto y encogiendo los hombros con desdén—. Si tanto le interesa Kanon, tendrá que rogarme para que le diga una palabra sobre él.

—Ya veo.

—Bueno, luego les aviso lo que pasó —les dijo a los demás y se puso en pie.

Se dispuso a arreglar su saco con humor ligero.

Shura se preparó para levantarse y antes de hacer nada, cinco gruesos dedos se aferraron al brazo del azabache, cuales hilos de seda. Jalaron de él y lo obligaron a sentarse de golpe en la silla, con un sonido seco y violento.

Aiacos orientó su rostro dolorido al de Minos. Éste seguía oculto bajo capas y capas de un fleco cada vez más espeso, cual maraña de hilos.

A la vera del español, Aioria se movió incómodo. Shura le acarició el muslo para calmarlo, fascinado de ver la otra cara de Minos. Aquella que mostraba su ferocidad.

El juez azabache pareció comprender en qué posición se encontraba. Se excedió en algo y eso provocó la cólera de Minos. El problema radicó en que su rostro mostraba su absoluto desconocimiento del por qué.

La temperatura bajó varios grados.

—¿Rogarte?

—¿Q-qué tiene de m-malo, M-Minos? —murmuró con un nudo en la garganta.

—¿Rogarte? —repitió y en esta ocasión, con voz de ultratumba.

—Radamanthys me ha desdeñado muchas veces, es válido que...

—¿Válido? —restregó la palabra.

—Sí, válido —se exasperó.

Shura lo comprendió, él mismo se sentiría amedrentado ante la forma en que el juez platinado extendía una red de hilos para atrapar a su víctima, jalando pedazo por pedazo, atando y rompiendo la realidad, haciéndole creer a Aiacos que estaba a su completa merced.

Comprendió entonces, por qué era un juez tan importante con tan pocos años de vida y experiencia. Los criminales de seguro temblarían en el estrado.

     »¿Qué le ves de malo que por una vez en la vida, lo tenga bajo mis dominios y me desquite con él? ¡Es justicia!

—¿Justicia? —siseó por lo bajo.

—Odio cuando me respondes con monosílabos... —murmuró agitado, rechinando los dientes por el fiasco—. Maldición, ¿qué quieres de mí?

El celular de Minos se accionó. El ringtone llegó a sus oídos. Shura reconoció la épica melodía de Returns a King, del soundtrack de la película "300", compuesta por Tyler Bates. Esa estremecedora tonada sumió la habitación en una cruel red de sádicos e intimidantes efectos.

—¿Ya olvidaste qué es lo que estos cinco hombres buscan con desesperación?

—¿Hablar con Radamanthys? —respondió por inercia.

—¿Para qué?

La voz sin emociones irritaba a todos los presentes. A pesar de ello, Shura albergó una esperanza de volver a las tornas sin intervenir. Minos tenía dos dedos de frente.

—Pa... para... el expediente.

—¿Por qué?

Aiacos tragó saliva, se le durmieron los labios y con gran esfuerzo logró decir:

—Porque buscan a... —se detuvo.

Los párpados se le abrieron como platos, un sonrojo brutal coloreó sus mejillas y bajó la cabeza avergonzado.

Los cinco espectadores, Kanon incluido, exhalaron con alivio.

Minos disfrutó del padecimiento de Aiacos, de su comprensión absoluta de estar actuando de forma frívola y superficial. Paladeó el sabor de la desazón y el martirio del otro, al darse cuenta de que su egoísmo le impidió ver con claridad y se dejó llevar por los impulsos de la estupidez.

—¿Buscan? —insistió ponzoñoso, haciendo más cortes en el corazón del otro.

—Y-yo... —jugueteó con sus dedos preso de la debilidad.

—¡¿Qué buscan, Aiacos?! —atacó sin misericordia.

Al lado del español, Aioria respingó y se relamió los labios dedicándole una mirada elocuente a su pareja. Shura le acarició el dorso de la mano con discreción.

—A-a... su sobrino de dos años... —susurró tímido.

—¿Y entonces?

—Joder —sacó el celular de nuevo con rabia hacia su persona—. Lo siento.

—A mí no me lo digas, díselo a ellos que han pedido un poco de empatía y tú los utilizaste para tu propio beneficio y todo ¿por qué? —musitó con voz tétrica—. ¿Para subsanar tu orgullo malherido y tu ego lastimado?

—Lo siento, señores. No debí hacerlo... —volteó su rostro a su compañero—. Lo siento, Minos.

—¿Lo siento? ¡Lo siento, una mierda, Aiacos! —bramó furioso—. ¡Mándale el mensaje a Radamanthys sin dilaciones y esta vez, enfócate en lo importante!

—Sí... —obedeció tecleando.

Shura exhaló discreto. Agradeció tener a Minos como... ¿aliado?

El ringtone de Minos volvió a escucharse, éste sacó su dispositivo con movimientos iracundos y la firme intención de desviar la llamada. Al menos, hasta leer en la pantalla la notificación de su contacto.

—Es Radamanthys, de seguro dedujo y con acierto, que estoy contigo —informó con desgana y malhumor—. Hablaremos de esto después, Aiacos...

—Sí, Minos.

El juez se puso en pie respondiendo la llamada, retirándose unos cuantos pasos de la mesa.

Los demás guardaron silencio, Aiacos jugueteaba inquieto con un sobrecito de edulcorante. Se recriminaba su actitud poco madura y humanitaria.

—¿Qué pasa, Wyvern?

—...

Minos se detuvo a cinco pasos de la mesa, metiendo una mano dentro del bolsillo del pantalón.

—No, no está aquí.

—...

La punta de su zapato izquierdo golpeteó contra el piso en repetidas ocasiones. El juez miró hacia el techo con desgana.

—¡Piensa lo que quieras! Me importa poco y nada lo que tú creas. Te repito: no está aquí.

—...

—Porque hablamos por videollamada...

Se acicaló la cabellera con la mano libre y el entrecejo fruncido. La tensión gobernaba cada uno de sus músculos.

—...

—¿Y eso no es hablar con él? ¿Acaso una videollamada no es el método moderno mediante el cual, hoy en día, dos personas hablan? ¡No me busques las cosquillas, Radamanthys! ¡Hoy no!

—...

Colocó el celular frente a su rostro y lo sostuvo con fiereza.

—¡Yo no tengo motivos para obedecer lo que dices! Ya suficiente hice con hablar contigo. Si quieres el resto de la información, te la doy, pero sin amenazas. ¿Entendiste? ¡No estás hablando con uno de tus asistentes! Soy Minos de Griffon, ¡que te quede claro!

Volvió el dispositivo a su oreja, cambió el peso de su cuerpo al pie derecho mirándose las uñas con ademanes bruscos.

—...

—Espera...

Volvió a la mesa y se detuvo al lado de Aiacos.

     »Quiere ponerse en videollamada. No tengo ni el humor, ni la paciencia para verle la cara. Termina con esto, por favor y nos vemos en el tribunal. Te cubriré en lo que llegas.

Aunque la adustez gobernaba sus facciones, le ofreció el dispositivo con amabilidad. Aiacos lo sostuvo con una mueca preocupada.

Minos notó la desazón de su compañero y le apretó el hombro para reconfortarlo. Volteó hacia los demás y se despidió con una inclinación de cabeza. Era un hombre hecho y derecho. No por su enojo, olvidaba su educación.

     »Disculpen mis pésimos modales, me retiro. Y señores, en especial Shura que tiene mi tarjeta, cualquier cosa que necesiten o se les complique, me avisan. Yo haré pagar a cualquiera —su mirada inflexible se posó en Aiacos—, que se haya comportado indebidamente y haré que les brinde una mano en la búsqueda de su sobrino para subsanar sus errores.

—Gracias, Minos.

—No hay por qué. Tengan un buen día.

El juez se retiró. Aiacos tragó saliva y aspiró fuerte poniéndose el móvil en la oreja. Saber que se enfrentaba a Radamanthys fue suficiente para que el juez azabache volviera a su temple ecuánime, cuya frialdad causaba la desconfianza del español.

—¿Qué necesitas?

—...

—Está en videollamada...

—...

—Dijo que te ve en la cena en el restaurante Las Esferas. ¿Te parece mejor o quieres hablar con él y sus cuatro familiares que están presentes?

—...

—De acuerdo.

Aiacos terminó la llamada y miró a los demás.

     »Dijo que te verá a las siete de la tarde, en Las Esferas. Quiere que te presentes puntual, vestido de etiqueta formal y con su reloj. Si alguno de esos tres requerimientos falta, amenazó con complicarte tanto la existencia, que le rogarás a Cronos deshacer el tiempo para conseguir lo que te faltó.

—Ah, pero estamos de buenas hoy —sonrió más aliviado Kanon y de pronto, respingó—. ¡Espera, espera! ¿Qué reloj?

—No lo sé, sólo te transmito lo que dijo. Se oía realmente indignado.

La cabeza del español se movió desaprobando cada parte de lo sucedido. Temía que ese encuentro entre Kanon y el juez fuera desastroso.

—Aiacos, no tengo la culpa de Babamanthys que sea un cerillito.

—¿Cerillito?

—Sí, cerillito porque ¡se prende con un roce! Siempre ha sido así, desde la primera vez que nos vimos.

—Juro que me encantaría preguntar cuáles fueron las circunstancias de ese encuentro, pero por mi salud emocional prefiero guardarme la curiosidad.

—Bueno, yo también considero que tu salud emocional es más importante que enterarte de los detalles escabrosos —le guiñó un ojo.

Shura se acarició la nuca resignado. Le intrigaba la interacción entre esos dos, sobre todo por lo que decían del carácter inglés de Radamanthys y sólo bastaron unos pocos minutos para que ese tipo reaccionara de forma explosiva.

¿Qué tenía Kanon para alterarlo tan fácil?

—Desvergonzado —musitó estresado.

Sin duda, era la primera de las cualidades del gemelo, aunque no sabía cómo se lo tomaría el juez con el que se vería a la tarde. Quizá fuera eso lo que le sacaba de quicio.

—Gracias, gracias por el cumplido.

—Eres incorregible —reconoció, alisando los cabellos—. Intenta llevarle su reloj.

—Te juro que si supiera de qué me habla, no estaría en este dilema —encogió los hombros acariciando su barba—, pero de verdad no sé a qué se refiere.

—Él sólo usa Rolex, no le conozco otra marca —le ayudó Aiacos—. Llévate todos los que tengas y ruega al Rey del Inframundo porque uno de ellos sea el que reclama.

—Yo no le rezo a ése ni porque me ataque uno de sus jueces, prefiero a Athena —soltó muy tranquilo—. De cualquier forma, tengo un solo Rolex. No quise comprar más porque me salió defectuoso y aunque la empresa dijo que no, estoy seguro de que cambió de tonalidad con el agua.

—¿Cómo dices?

—Nada importante. Lo llevaré, en algún lado lo debo tener.

—Búscalo y no vengas sin él. Yo me despido, tengo que llegar a tiempo. El día de hoy es muy complicado y apenas es lunes. Ésta es mi tarjeta —se la ofreció a Shura—. Tal cual dijo Minos, cometí un error, así que llámame si necesitas algo.

—Gracias —la recibió el español con sonrisa comedida—, sólo necesitamos encontrar una pista de Aeris, hasta hoy, sólo tenemos puertas cerradas.

—Intentemos abrirlas, quizá su sobrino está más cerca de lo que imaginan...





El personal del Juzgado Segundo en Materia Penal, de la Corte Internacional con sede en Atenas, dio inicio a la peligrosísima segunda semana de septiembre.

Durante cinco días, en horario de ocho a diecisiete horas, serían objeto de la funesta inspección anual.

Ésta comprendía el análisis y levantamiento de actas para juzgar la correcta aplicación del procedimiento penal. Ciertos casos serían tomados al azar y la revisión incluía los expedientes de los trabajadores (también el del Juez) y la tramitación de las quejas levantadas por cualquier individuo que se hubiera sentido agraviado por el proceder de algún miembro del personal.

En caso de que algo saliera mal en la auditoría, el Juez podría ser llevado ante las autoridades competentes y dependiendo de la falta, le podrían imponer desde un correctivo verbal, una amonestación escrita o incluso, una sanción que podría escalar de rango hasta la destitución del cargo.

Hasta el momento, llevaba ya varios correctivos verbales por su conducta. Algo que no cambiaría nunca. El Juez era hosco, seco, parco, con una irritante expresión desdeñosa y un humor de perros. Intransigente con los delincuentes y petulante con los abogados que se sentían la última Coca-Cola en el desierto.

Eso sólo significaba sacar adelante el triple de trabajo:

Ayudar a los auditores, esos que se comportaban peor que niños y no encontraban aquello que solicitaban, aunque estuviera enfrente de ellos, mostrándole los dientes.

Después, el trabajo ordinario y por último, la novedosa manía del Juez por conseguir pruebas que ayudaran a exigir la extradición de un criminal importante, Lysander Dimou, próximo a ser liberado en otro país.

Como si el tipo no tuviera ya suficientes cargos en Grecia, había que agregarle más para satisfacer el temor infundado del juez de que lo liberaran y perderse la oportunidad de verlo en la prisión máxima seguridad de Atenas.

En este panorama oscuro, el estrés iba tras el personal con cada paso que daba, igual que un perro rabioso perseguía a su presa. Algunos soportaban la carga como grandes guerreros, otros se veían debilitados, sobre todo los más jóvenes e inexpertos.

Temían que un solo error cometido, provocara la caída en desgracia del Juez y ellos pagarían los platos rotos, como la leyenda urbana del chico que sólo dijo un apellido y terminó en Latinoamérica, haciendo mandados.

El único que parecía inalterable, era el Juez mismo.

Radamanthys of Wyvern.

Él lo tenía todo bajo control. Incluso, se dio el lujo de pedir al personal a su oficina que arribara quince minutos antes de las ocho de la mañana, el horario oficial de inicio de jornada, y todo para establecer las pautas de la semana.

—Muy buenos días a todos, iniciaremos este lunes con la inspección anual. Les recuerdo que no es la primera vez que nos inspeccionan y por desgracia, tampoco será la última.

Empezó el discurso de pie, apoyado en su silla con expresión seria y altiva, rayando en el rimbombante ceremonial bajo el cual había nacido en el condado de Feroe..

     »Les recuerdo que, en estos momentos, los altos mandos tienen pleno conocimiento de quiénes somos como entidad. Ninguno ignora que están enviando soldados, algunos más inexpertos que otros, a la cueva del Wyvern.

     »Muy pocos de esos soldados saldrán ilesos, todo dependerá de su comportamiento, habilidades y faltas. Al paso de los años, he adquirido la plena convicción de que las auditorías están más orientadas para ellos, que para nosotros.

Las sonrisas se extendieron en los rostros de los asistentes. La tensión fue diluyéndose como tinta en el agua.

     »Los inspectores tienen conocimiento absoluto de lo que deben buscar. Saben de antemano cada pequeño dato de lo que van a encontrar y lamento informarles que, por desgracia, ya no guardamos secretos para ellos. La información que el Departamento de Inteligencia les ha entregado, les dio absoluto conocimiento de que los rollos kataifi de almendras [2], son la única debilidad del secretario Harpía.

Las risas estallaron, el aludido chasqueó la lengua y se cruzó de brazos refunfuñando.

—¡Esto es una invasión a la privacidad! —alegó Valentine Harpía con un ánimo demasiado alterado para su conducta básica.

Era obvio que fingía y hasta exageraba.

Un par de compañeros palmearon la espalda del abogado que también fungía como segundo al mando en el juzgado. Los más viejos fueron quienes se atrevieron, por supuesto, ya que los jóvenes no tenían aún tanta confianza con él.

—Incluso —retomó el discurso el Juez—, conocen el escondite de la caja donde guarda celosamente su dotación de rollos kataifi de almendras, mismo que se encuentra ubicado en el segundo cajón a la izquierda del escritorio designado para sus labores.

El secretario de cabellos rosados abrió la boca de par en par y se llevó una mano al pecho más ofendido.

     »Bajo su único paquete de hojas tamaño oficio que no se usan, a diferencia de los rollos kataifi, que se reponen todos los lunes, sin falta. A veces conseguidos con fondos de dudosa procedencia producto de actividades ilegales como las apuestas y los juegos de cartas durante el horario de almuerzo.

Contrastaban las palabras con la seriedad del semblante del Juez, quien comentaba los secretos del segundo al mando, con aquél tono jurídico y señorial que usaba para dictar las sentencias.

El estrés disminuía con cada risa del personal llenando las paredes.

—Y cuidadito con que me falte un kataifi, que los tengo contados —advirtió Valentine—, porque a quien lo descubra tocando uno solo de mis dulces, lo pondré a traer los cafés todas las mañanas, a fotocopiar mis expedientes y coser los del archivo.

La alusión a esas tareas fue suficiente para que la gula y la codicia desaparecieran en el acto con la misma broma de siempre, elevándose la diversión. El Juez prosiguió con el mismo ceremonial.

—Nuestro modus operandi ha sido el mismo todos estos años y como me funciona, no pienso cambiarlo. Luego entonces, los altos mandos ya conocen nuestros tics, odian nuestros TOCs y sin duda, son seguidores asiduos de nuestros TikToks...

—¡Pero si usted no tiene TikTok, Su Señoría! —comentó una de las más jóvenes.

—¿Cómo osa difamarme, pasante Cottrel? —la puso en aprietos con seriedad absoluta—. Tengo de testigo al Secretario Harpía aquí presente, de la existencia de un canal que uso, gozo y disfruto, en dicha aplicación. Por favor, Secretario Harpía, díganos su testimonio al respecto.

—Hemos corroborado que Su Señoría posee una cuenta en tal aplicación, misma en la que exhibe pruebas en vídeo, de las andanzas criminales de Sir Tobias III —informó con una sonrisa torcida y voz profesional y rimbombante, como la de un reportero del noticiero de las tres de la tarde.

—Es correcto, que no haya hecho una campaña para informar al respecto, no implica la falta de mi propia cuenta en la aplicación en comento —volvió al tema ignorando las risas.

     »Les recuerdo que, en caso de encontrarse en las inmediaciones del radio de máxima contaminación por estupidez humana, de esa que ahora irradia por los poros de los inspectores, tengan paciencia y cuenten hasta diez.

Más risas, algunos de los jóvenes que hacían el servicio social y se añadieron a las filas en el transcurso del año, se sorprendieron por los comentarios ácidos del Juez.

Las secretarias mantenían una actitud más relajada ahora que el Juez les hablaba y sabían de qué humor se encontraba. Uno ligero, de lo contrario, la plática sería ríspida.

     »Si no funciona, cuenten hasta veinte —aconsejó paseando su mirada con los miembros más volátiles—. ¿Sigue sin funcionar? Hasta treinta.

     »Después de eso, si y sólo si persiste la radiación de estupidez humana y se sienten a punto de ser contagiados por el instinto destructor y homicida del Wyvern, vienen conmigo y me hago cargo del inspector, cuya única neurona se encuentra más sola, que las del departamento de conducción en la cabeza de un recién nacido.

Los que se detuvieron a pensar en la alegoría, fueron los que rieron con posterioridad. El humor del juez era rebuscado.

     »Les recuerdo la prima básica de este juzgado: explotan ustedes, lo arreglan ustedes. Siempre es mejor que yo explote con el inspector, como también sucede con los abogados que no leyeron el manual de comportamiento humano.

     »Ah y la regla más importante: si algún inspector los intimida, los presiona, les propone algo que les desagrada o se conduce de forma tal, que los incomoda; la puerta de mi despacho siempre está abierta para ustedes.

—Aunque en realidad siempre esté cerrada —interrumpió Valentine, causando más risas—, para esos momentos, recuerde el procedimiento: acérquese, toque y aguarde a ser recibido.

     »Sólo ruegue porque sea antes del té de las nueve de Su Señoría, cuando sigue acechando el Wyvern.

El Juez acarició la carátula del reloj que descansaba en su muñeca izquierda. Era una señal inequívoca de que se había divertido con los últimos comentarios.

—Es correcto. Toquen, entren, cierren la puerta, me informan lo acontecido y, en base al pacto que hicimos cuando nos conocimos por primera vez, les recuerdo que yo siempre tomaré como cierto y válido su testimonio.

     »Con posterioridad a su informe, me veré motivado y autorizado para salir y notificarle al individuo, sujeto, ente, presunto responsable o delincuente, que él será muy el inspector, pero yo sigo siendo el titular de este Honorable Juzgado Segundo de lo Penal y mientras no haya un oficio de destitución dirigido a mi persona —su expresión fue mucho más fría y hosca—, nadie se mete con mi gente.

Los de mayor trayectoria a la vera del juez, sabían que no bromeaba con eso. Los más jóvenes se sintieron confiados en que alguien los defendería.

—Y si alguien no entendió, significa que Su Señoría deja la toga y se transforma en el Wyvern, así que asistiremos a una carnicería con aquél que se pase de listo, para que traigan sus paraguas por si salpica la sangre. ¿Quedó más claro?

Obtuvo respuestas positivas generalizadas, algunas más alegres que otras, pues un par de pasantes tragó saliva ante la expectativa que les anticipaba Valentine.

—Gracias por la traducción, Señor Secretario, es usted muy amable —ironizó con una mirada torva.

—De nada, Su Señoría. Es un placer trabajar para usted como traductor calificado —manifestó con tono solemne y una sonrisa ladeada.

Valentine era uno de los dos personajes que trabajaba en el juzgado, con las pelotas suficientes para desafiar al juez.

—No olvidemos los anuncios parroquiales: señora Williams, la quiero fuera del recinto a las dos, sin excusas ni pretextos. No olvide que debe recoger a su nieto en la escuela. Por otro lado, Licenciado Vassos, su salida es a las tres, no puede cambiar la cita con su odontólogo y espero que le tapen esa muela hoy mismo porque ya me harté de verlo sufrir y...

Buscó al grupo de jóvenes que hacían el servicio social.

     »No me interesa si alguien los retiene, si les pidieron un café o si están a punto de ser devorados por el secretario Harpía por atreverse a tocar sus rollos de kataifi. Todos deben estar fuera de mi Juzgado a la una de la tarde para que puedan almorzar e irse a sus clases. Si reprueban una sola materia por estar acá más tiempo de lo debido, los pondré a estudiar al método Wyvern. ¿Entendido?

Los aludidos asintieron. Uno tímidamente levantó la mano.

     »Usted es... —entrecerró los ojos un momento evaluando el rostro del que pedía la palabra—, el pasante Argyris. Dígame.

El joven se sorprendió porque recordara su apellido. Entró casi al mediodía del jueves de la semana pasada y casi todos seguían llamándolo "novato".

—¿Y si el que me lo pide es algún inspector?

—Sigue usted el procedimiento requerido para hacerlo de mi conocimiento, es decir, toca la puerta cerrada de mi oficina y cuando le permita el paso, me notifica de la situación. De esta manera, tengo elementos para tomar el asunto en mis manos.

—Recuerde que el año pasado, uno de los pasantes de servicio social tuvo un problema, debido a que el inspector no quería que se levantara de su sitio —le recordó la señora Williams, una mujer de mediana edad, amable y competente.

—En ese caso, pasante Argyris, usted debe comentarle al inspector que tiene una cita conmigo a las doce horas con cincuenta minutos de la tarde y ni un minuto más. Y en caso de que el inspector esté contagiado del virus de la estupidez humana, usted se levanta sin mediar palabra y viene conmigo.

     »De esa manera, yo me haré cargo personalmente de ordenar el traslado urgente de dicho inspector al Honorable Archivo de la Corte, para que en ese sitio continúe con sus funciones hasta que se jubile. ¿Quedó claro?

—Sí, señor.

—Le recuerdo que mi tratamiento protocolar en la Corte Internacional, es "Su Señoría".

—Ah, sí, Su Señoría. Gracias...

—Gracias a usted, pasante Argyris.

El joven se removió en su lugar y restregó las manos nervioso. Radamanthys le dedicó una mirada de soslayo e hizo una pausa. Su intuición le indicaba que Argyris deseaba hacer otra pregunta y no se atrevía.

     »¿Algo que le haya faltado, pasante Argyris? —le ayudó.

—S-sí, perdone que insista, pero ¿qué hago en caso de que usted no se encuentre en el juzgado por cualquier eventualidad?

—Si llego a salir porque alguien desea verme merodear y soplarle en la nuca, entonces le dice lo mismo al inspector, pero referido a cualquiera de los dos secretarios en el juzgado.

Se acabaron las preguntas, fue fácil deducirlo con el gesto aliviado del joven.

—Gracias, Su Señoría.

—De nada, por otro lado —entornó los párpados—, ¿quién es el mentor del pasante Argyris?

Las caras giraron de derecha a izquierda buscando al responsable. El único que levantó la mano fue Valentine, que ya rumiaba en todos los idiomas que conocía.

     »Secretaria Heinstein, por favor tome nota.

—Sí, Su Señoría, estoy lista para cuando usted empiece a dictar.

Avisó una mujer de rostro cual porcelana, de larga cabellera negra, gafas de montura gruesa que ocultaban unos ojos violáceos y un elegante traje ejecutivo negro como el Inframundo, que le sentaba como guante en sus curvilíneas formas.

En sus manos, sostenía una agenda y una pluma fuente. Los demás se rieron a costillas del secretario Harpía, quien ya veía acercarse rauda la desgracia.

Por este medio, establezco una multa al secretario Valentine Harpía, quien incurrió en una falta administrativa al no cumplir con su obligación de enseñarle al pasante Argyris cómo dirigirse a mi persona, así que deberá... —se detuvo y elevó la comisura derecha de su labio, señal de que se había olvidado algo—. ¿Qué sigue activo en la lista de la semana, con motivo de la inspección, secretaria Heinstein?

Ella revisó con rapidez el listado ubicado en un apartado de la agenda.

Están todavía vivos en el listado: el pago de la cena, los bonos para el personal y las guardias a realizar el día miércoles durante el almuerzo y en cuanto al día jueves, después del horario de salida, Su Señoría.

—Me doy por notificado —pausó organizando sus ideas—. Luego entonces, por medio de la presente, resuelvo que el secretario Valentine Harpía, en virtud de incumplir con la obligación de adiestrar correctamente al pasante Argyris, a su digno cargo, incurrió en una falta administrativa y por lo tanto, es deber del mencionado Secretario, el suministrar los bonos para el personal en la reunión que se llevará a cabo este viernes.

     »Considero que es una medida justa para que no se le olvide aleccionar a su pupilo en el futuro.

Curiosamente, Valentine movió el puño celebrando con discreción, algo que no pasó desapercibido a ojos de...

Su Señoría, solicito la palabra.

Dígame, secretaria Heinstein —se sacudió una mota de polvo de su saco.

La mujer se colocó las gafas sobre los pómulos con gesto serio y muy profesional. Valentine se puso en guardia conociendo los tics de su contraparte. Sabía que se preparaba para un ataque a mansalva.

—Por este medio, apelo en contra de la resolución de Su Señoría.

Valentine abrió los ojos tremendos por semejante tarascada.

—¿Bajo qué argumentos, secretaria Heinstein? —se interesó el juez.

—Considero insuficiente la resolución que impone al secretario Harpía el deber de entregar los bonos al personal, esto motivado por el hecho de que el citado Secretario acaba de realizar una muestra física que, indefectiblemente, demuestra que a juicio del citado Secretario, la resolución de Su Señoría resulta ser más un premio que una medida correctiva.

—¡Traidora! —acusó el afectado—. ¡Secretaria tenías que ser!

Las risas estallaron de nuevo. El Juez acarició su firme mentón afeitado a conciencia, señal inequívoca de que el argumento era consistente a su parecer. Valentine se preparó para defenderse como sir Tobias III le enseñó: con uñas y dientes.

Ha lugar.

—¡Protesto, Su Señoría! —accionó Valentine.

—¿Niega usted haber realizado una muestra física que demostrara alivio por la resolución dictada por el titular de este Juzgado?

—Joder —se rascó la nuca, como cada que se veía en aprietos—. No, Su Señoría.

—Entonces ha lugar a la apelación interpuesta por la secretaria Heinstein. Solicito a la Fiscalía presidida por la abogada Pandora Heinstein, proponga una vía alternativa con la cual se establezca un correctivo adecuado para la falta administrativa en que incurrió el secretario Valentine Harpía, a quien le otorgo la autorización, en su caso, de presidir la Defensa, en el entendido que es tonto el que va a juicio sin abogado, pero más tonto el que se defiende por su propia mano.

Valentine encogió los hombros resignado, conocedor de que, en toda contienda contra Pandora, estaba solo. Nadie se enfrentaría a la manipuladora del mismísimo dios Hades que ahora se constituía como su contraparte.

Sería más tonto porque se defendería por su propia mano, pero todos sabían que no tenía más opciones.

Me constituyo como Defensa, Su Señoría.

—Aprobada la moción, le concedo la palabra a la Fiscalía.

—La Fiscalía considera que, a riesgo de que se considere la medida excesiva y con fundamento en la reciente falta de respeto en que incurrió el secretario Harpía hacia la citada Fiscalía, misma que conlleva las tres agravantes de ley: premeditación, alevosía y ventaja...

—¡Objeción, Su Señoría! —saltó Valentine—. No hay premeditación en una respuesta fundada en la afectación de las emociones producto de lo que se consideró un ataque gratuito y a quemarropa.

     »La Defensa solicita la venia de este Honorable Juzgado para que se le disculpe por hablar por instinto, sin la premeditación, alevosía y mucho menos, ventaja, que alega la abogada de la Fiscalía, aquí presente.

—Ha lugar —jugueteó con la carátula de su reloj—. Abogada de la Fiscalía, este Juzgado considera correcta la postura de la Defensa y desecha las agravantes de ley, no así el debido pago de los daños y perjuicios que se devengan al cometer la infracción de ofender a la abogada de dicha Fiscalía.

—¡Protesto, Su Señoría!

—¿Por qué protesta ahora, abogado de la Defensa? —le concedió la palabra.

—Porque decirle traidora a quien te apuñala por la espalda no es un insulto, es una absoluta verdad —aseveró con firmeza, sin perder el ceremonial.

El pulgar del juez no dejaba en paz la carátula del reloj. Al paso que iban, la rompería pronto de tanta fricción.

—¿Qué dice la Fiscalía? —concedió Radamanthys serio y seco.

Pandora le dirigió una mirada a Valentine y se relamió los labios. Era la señal inequívoca de que el otro había dado en el blanco.

—La Fiscalía acepta el argumento de la Defensa —asentó, pero si las miradas mataran...

Valentine estaría en la Colina de Yomotsu.

Radamanthys siguió acariciando la carátula de su reloj sin perder la neutralidad absoluta y dureza de su rostro.

—Ha lugar, que prosiga la Fiscalía.

—Gracias, Su Señoría —manifestó Pandora—. La Fiscalía solicita que se le aplique como correctivo al acusado, el realizar las tres labores que siguen activas en el listado de tareas para la reunión del viernes.

—Eso, hiéreme de muerte, Pandora —refunfuñó Valentine muy ofendido.

Esta vez lo decía en serio. Era costumbre que el par de Secretarios se dieran con lo que tuvieran a la mano en cada oportunidad que tenían, pero esta vez, Pandora llevaba todas las de ganar.

¿Basado en qué argumentos, Fiscalía?

En primera, por la falta administrativa. En segunda, por la absoluta falta de respeto a la resolución de Su Señoría y en tercera...

La pausa causó expectación. Valentine preparaba su arsenal para defenderse a lo Tobias.

Radamanthys le permitió el momento de indecisión a la mujer.

     »Para que el abogado de la Defensa entienda que es más tonto defenderse por su propia mano y se asiente un precedente, Su Señoría.

—¡Protesto, Su Señoría!

—Ha lugar.

—¡Eso! —sintió alivio.

—No cante victoria, abogado de la Defensa. Ha lugar a la solicitud de la abogada de la Fiscalía. La protesta de la Defensa es denegada.

Valentine imitó a Sir Tobias III, terminó agarrado del techo después del susto que le dio el juez.

—¡¿Bajo qué argumentos, Su Señoría?! —exigió descolocado.

—El principal, es que el titular de este Honorable Juzgado Segundo coincide con la Fiscalía en que se debe asentar un precedente al respecto, de que es una absoluta tontería defenderse a sí mismo y más cuando Su Señoría se lo ha anticipado.

—La Defensa se constituyó de esa forma porque no hay otro abogado que pueda contrarrestar la fuerte personalidad de la abogada de la Fiscalía —excusó Valentine—. En otras palabras, cualquier otro abogado habría perdido el caso antes de empezar.

—Y con esto, la Defensa me concede la razón al establecer que no importa quién hubiera sido el titular de la misma, el presunto responsable habría sido encontrado culpable. Por lo tanto, este Honorable Juzgado Segundo lo sentencia a...

—¿Puedo sugerir algo, Su Señoría?

Radamanthys le dedicó una mirada venenosa.

—¿Está usted insinuando que, después de realizar esta jugada cuasi magistral, va a cambiar sus argumentos?

—No, mis argumentos no, pero sí el correctivo al hoy declarado culpable.

Radamanthys se detuvo y sus orbes dorados adquirieron un brillo peligroso. Valentine sintió que le metían un palo por... la costura trasera del pantalón.

Le concedo la palabra, abogada de la Fiscalía.

—La Fiscalía solicita a Su Señoría, que se ponga a votación del personal de este Honorable Juzgado, que el culpable Valentine Harpía, sea condenado a...

Pandora se acomodó las gafas sobre el puente de la nariz con movimientos felinos. Valentine aspiró profundamente intentando mantenerse estoico. Presentía que el palo le saldría por la boca.

     »...ser el único encargado de darle a Su Señoría los regalos en los intercambios que se realicen en esta oficina.

—¡¿KHÁ?!

—Medida que tendrá vigencia de un año a partir de esta fecha.

Pandora le dirigió una mirada salpicada de dulzura y hasta le guiñó el ojo derecho. Valentine deseó acogotarla ahí mismo.

—Ha lugar, ¿quién vota a favor de la propuesta de la Fiscalía?

Los demás, si bien asistían en silencio a la lucha entre los Secretarios, sabiendo de antemano que sus pugnas eran fascinantes y virulentas, esta vez accionaron.

La secretaria Heinstein se los echó a la bolsa cuando les liberó de la aberrante tarea de regalarle algo al juez.

De forma unánime, se levantaron las manos traicionando a Valentine y por ende, apoyando la moción.

Y es que era lógico. ¿Qué se le podía regalar al quisquilloso juez Radamanthys? Para colmo, tras el último intercambio, los juguetes de Sir Tobias III estaban prohibidos porque el gato tenía de todo.

—Moción aprobada —musitó el juez acariciando la carátula de su reloj.

—Pero...

—Este Honorable Juzgado Segundo de lo Penal, condena a Valentine Harpía a ser el único responsable de darle los regalos a Su Señoría, Radamanthys of Wyvern por la temporalidad de un año, a partir de la fecha de este fallo. Caso cerrado —golpeó el mazo en la superficie para declarar la sentencia—. ¿Quiere la Defensa interponer el recurso de apelación?

—No, Su Señoría, sólo un demente apelaría su determinación después de que me acaba de sentenciar por defenderme a mí mismo.

—¡Esto fue un éxito rotundo! —celebró con gesto absolutamente serio y formal—. El abogado de la Defensa comprendió sus fallos, el aprendizaje es perfecto. La ley ha vuelto a triunfar. Pueden descansar la Fiscalía y la Defensa.

En automático, Valentine y Pandora perdieron la solemnidad. Pareció que se desprendían de una etiqueta que los hacía inalcanzables y volvían a la vida real.

—¡Gracias por apuñalarme por la espalda, los creía compañeros! —blasfemó Valentine—. Como todos le devolvieron a Pandora el papelito de Su Señoría en este intercambio de regalos, ahora pago los platos rotos.

Nadie hizo el esfuerzo de apenarse. Al contrario, las carcajadas sacudían la estructura. La estresante mañana del lunes se tornó luminosa y ni siquiera la presencia de los inspectores les arruinaría el día. La razón era perfecta.

¡Se habían salvado de la tortura máxima por un año!

Valentine miró funesto a Pandora y ésta le mandó un beso volado.

Tú sabes que se te quiere Valentine...

—Matar.

—Pero se te quiere —ronroneó con alegría.

¿Es todo? ¿Terminamos los temas de la reunión? —tomó la palabra Radamanthys.

El personal meditaba cualquier aspecto pendiente de ser hablado cuando un rayo atravesó el intelecto del Secretario Harpía y aplaudió raudo para llamar la atención.

—¡Me olvidé! —llamó al orden Valentine—. Les pido a todos que recuerden hacer hincapié en la leyenda del Wyvern. Su deber es fomentarla. Mientras más inspectores le tengan terror a Su Señoría, más rápido se largarán y podremos terminar la semana tranquilos.

—También les informo que la agenda de los permisos estará en poder de Su Señoría, únicamente por el lapso que dure la inspección —informó Pandora mostrándola a los demás.

—La encontrarán al lado del cuadro de Sir Tobias I —Radamanthys señaló uno de los libreros—. Tocan la puerta, entran cuando les dé el permiso, la toman, anotan día y hora en que deben irse. No olviden llevar la cuenta de las horas que han solicitado y las que están pagando.

—Y no olviden dejar la agenda en su lugar, por favor —rumió Pandora—. El despistado volvió a atacar el jueves de la semana pasada.

—Por último, quiero manifestar que —intervino Radamanthys—, estoy muy contento por verlos a todos con bien hoy, deseo que no se enfermen por el estrés. Si hay fiebres, constipaciones de estómago o jaquecas, prefiero que me lo informen y se retiren a su hogar que tenerlos aquí, regalando virus —se estremeció de repelús.

—No, Su Señoría —manifestó una de las empleadas más antiguas—. Hemos hecho preparativos desde hace un mes, tenga la confianza de que nos ayudaremos como hicimos en otros años. Hablo en nombre de los demás al decir que estamos con usted y sacaremos esto adelante.

El resto del personal asintió. Radamanthys hizo una inclinación de cabeza muy protocolar.

—Agradezco mucho el apoyo en esta prueba y confío en que lo harán muy bien, como todos los años. Ahora, vayan a tomar un café. Por cierto, pasante Cottrel.

—¿Sí, Su Señoría? —levantó la mano la aludida.

—Ya que usted se metió con mi integridad al insinuar que estoy viejo para tener TikTok...

—¡¿Yo cuándo dije eso?! —saltó la joven asustad.

—Lo dio a entender —apoyó Pandora—. Sí, Su Señoría, yo escuché lo mismo.

Varios más se unieron a la broma.

—Será la encargada de traer los cafés.

—Pero, ¡Su Señoría! —se lamentó muy acongojada.

Radamanthys no cedió.

¿Quieres entonces hacer las guardias? —ofreció Pandora.

No, prefiero los cafés —exhaló compungida.

—Gracias, escla... que diga, pasante —corrigió.

Todos soltaron las risas.

—Casi dice la palabra con "E", Su Señoría —cuchicheó en voz alta Valentine.

El personal podía oírlos a la perfección, era parte de la broma. Radamanthys asintió con solemnidad.

—Sí, casi le digo "esclava" a la pasante —frunció la gruesa uniceja que se abultó por el centro.

Cottrel se sujetó el estómago entre risas, a pesar de su labor poco agraciada.

—Lo bueno es que se detuvo, Su Señoría. De lo contrario, le habrían puesto una denuncia por discriminación.

—Sí, tengo una gran experiencia en detenerme antes de cometer un desliz.

—Lo sé, Su Señoría, es todo un experto en eso.

—¡Alguien viene! —anunció el ingeniero mirando las cámaras.

—Siempre nos interrumpen —se lamentó el inglés.

Radamanthys se dirigió al resto del personal. Esta vez su voz sonó agresiva y arrogante.

     »Última solicitud: les pido que esté terminado el trabajo a las cinco de la tarde y se retiren a sus hogares. No quiero inspectores después de esa hora y les recordaré a esos intrusos, como siempre, el horario.

Dirigió una mirada a la puerta, el personal se hizo a un lado para dejarle la vía libre.

     »¡Me tomaré como afrenta personal que alguno de ustedes me interrumpa después de las cinco de la tarde! —calculó y al ver una sombra bajo la puerta, asintió—. ¡Ahora dejen de quitarme el tiempo y fuera de aquí!

—¡Sí, Su Señoría! —se oyeron voces trémulas.

De acuerdo a la charada, los más jóvenes salieron a tropel, casi tropezando con el que aguardaba paralizado detrás de la puerta. Los demás hicieron lo propio, abandonando rápidamente el sitio y murmurando sobre el mal genio que tenía el Juez.

El único que se quedó en la oficina, fue Valentine.

—Disculpe, Juez Wyvern —tragó saliva un joven de pie en el umbral—. Vengo del departamento de administración...

Era un jovencito tan blanco, que parecía papel. Tembloroso y con varias gotas de sudor en sus sienes. Ni siquiera se atrevía a dirigirle una mirada, con la cabeza agachada, restregaba sus manos inquieto.

—Se dice "Su Señoría Wyvern" —ajustó Radamanthys con inflexión en la voz.

—L-l-lo siento... a-ah... y-yo...

Abrió la boca y la movió como un pez fuera del agua. Bajó la cabeza una vez más y buscó valentía para encararlo.

     »Y-yo v-v-venía...

—¿Viene usted aquí a tartamudear o me dirá algo? —exigió acomodándose en su silla.

—N-no, p-p-perdón, e-es que... m-me pidieron q-que le d-dijera qu-que...

El chico no sabía ni dónde meterse.

—Le pidieron que me dijera que... —lo presionó.

—T-tiene una cita con el resto de los jueces en la sala de juntas a las nueve de la mañana, Su Majestad —dijo apresurado como si rezara un rosario y tuviera prisa por terminar.

—Es "Su Señoría"... —acotó con malestar—. "Su Majestad" es la Reina. Si fuera a utilizar el tratamiento por mi cargo de nobleza, sería "The Honourable Radamanthys of Wyvern".

—D-disculpe, y-yo... l-lo siento.

El juez sostuvo la palma de la mano en el aire para detener la hilerilla de palabras sin sentido.

—¿Por qué a las nueve? Todas las reuniones son a las ocho y media.

—P-porque no se pudo l-localizar al juez G-Griffon p-para avis-sarle... —tragó saliva.

—¡Tenía que ser por su culpa! —respingó golpeando la mesa con la palma de la mano.

El joven saltó en su lugar y lo miró con pánico. Quería correr a toda velocidad y salir de ahí. El juez Wyvern tenía una reputación espantosa.

—¿Me dirás algo más? —le dio la salida—. ¿O seguirás tartamudeando?

—No, señor, sí señor, yo... adiós, señor...

—¡ES SU SEÑORÍA! —bramó con fastidio.

El otro corrió tan rápido, que bien podría haber ganado la medalla de oro en la competencia de los cien metros planos en los Juegos Olímpicos.

—¡Pobre chico! —se burló Valentine una vez que el otro desapareció.

—Ni tan pobre... —sacudió la cabeza quitándose el saco.

Valentine cerró la puerta y le puso seguro. Volteó hacia el juez con mirada interrogante.

—¿Por qué estás de mal humor?

El Secretario se acercó para tomar el saco del juez y lo colocó en una percha cuidando de que no se arrugara y la colocó en el ropero oculto de la oficina.

—¿Se nota? —se desabotonó la manga derecha.

—Sí, en cualquier otro momento, no habrías maltratado al chico y mucho menos, le habrías dado cuerda a Pandora. Se nota que te querías relajar.

El juez se detuvo en mitad de los botones de la manga izquierda. Su rostro dibujó una mueca de completo rencor.

—Me fastidia que manden a los más débiles a hacer lo que ellos no se atreven y en cuanto a lo de Pandora, me pareció interesante verlos de nuevo en acción. Hace mucho que no se ven en Tribunales.

—Es tu fama, así la alimentamos.

—¿Y lo de Pandora?

—Nos gusta matarnos, ya lo sabes.

—Cuidado, Valentine. Puede ser que un día termines casado con ella.

—Ni en sueños me acercaría a esa manipuladora de Hades.

Valentine le ayudó a arremangarse la camisa, con atención y prolijidad. Sacó las ligas de elegante cuero negro del cajón izquierdo del escritorio y sujetó la tela con ellas, a la altura del bíceps marcado por el ejercicio.

—No sé para qué hago esto. En cuarenta y cinco minutos tendré que detener mi estudio de los autos judiciales para asistir a su dichosa reunión.

—Porque estás alterado y la tinta líquida es enemiga acérrima de los nervios —le recordó con paciencia—. Te vas a manchar los puños y te transformarás en el Wyvern. Créeme que el personal no necesita escucharte alterado hoy.

—Lo sé. ¿Te pareció correcto el discurso?

En algún momento lo percibió flojo, soso y deslucido. Reconocía su culpa, después de la llamada de Kanon, el tiempo le faltó para serenar su espíritu y cambiar el chip, aplastando al humano para recuperar al juez.

—Excelente, como siempre. Salieron muy aliviados —se ocupó de la manga izquierda.

—Los sentí tensos al final del mismo, pero con la diatriba entre Pandora y tú, se solucionó todo. Por cierto, me preocupa el novato Argyris. Sospecho que es muy pronto para presentarle mi otra cara.

Se tomaba su tiempo para que lo conocieran por experiencia, más allá de los chistes y los rumores. Le gustaba que cada uno formara su propia opinión sobre él.

—No, Cottrel lo trae cortito. Por otro lado, de seguro el novato se quedará sin aire, al saber que ella pagó una cantidad ridículamente grande por los cafés.

—¿Le diste la tarjeta? —se preocupó observando las maniobras de su amigo y compañero.

Valentine sonrió ajustando la liga y revisó que ambas conservaran la presión tanteando los bíceps. Incluso, arregló la corbata apenas torcida del juez, embriagándose con el aroma del Wyvern, varonil, intenso y macerado.

—Por supuesto. Se la di el viernes y Cottrel sabe qué hacer. Fingirá que lo paga todo para que el novato se asuste y piense que eres un bastardo hipócrita. Después irá comprendiendo las dinámicas, pero así nos aseguramos que no hable con los inspectores.

—Perfecto y gracias por la ayuda con las mangas —le dedicó una mirada amable.

—De nada, como siempre es un placer, Rada —le sonrió paseando los ojos por el rostro del otro.

—Valentine, no me digas así. Un buen día se te saldrá por inercia —repitió la cantaleta de siempre.

El secretario sintió un panal de avispas congregarse en su estómago. Odiaba la distancia entre ellos. Le lastimaba que Radamanthys fuera tan frío con él.

El juez tenía facciones poco agraciadas según algunos estándares de belleza. Sin embargo, para Valentine era perfecto. Atractivo, con un cuerpo curtido en el gimnasio, elegante, con un sex appeal imposible de ignorar y en la cama, un dominante extremo.

Lo sabía, no se lo platicaron. Después de que un par de conocidos lo disfrutaran (o padecieran), Valentine se encargó de buscar el punto débil de Radamanthys.

Lo encontró una noche en la que el juez se emborrachó a tal grado, que logró provocarlo y llevarlo a la cama. La pasión, el erotismo y la sexualidad vertidas por el inglés lo engancharon.

Descubrió que Radamanthys desfogaba en la cama todo aquello que se tragaba en el trabajo o en su vida metido en la Corona inglesa.

¡Y de qué explosiva forma!

Tan intensa, que era adictiva.

Lo único malo, era la manía de Radamanthys. Procuraba mantenerse alejado de cualquier relación amorosa con sus compañeros de trabajo. De haberlo conocido un par de años antes, Valentine estaba seguro de que habrían sido pareja, por más que después de aquella noche, Radamanthys se negase a tener otra etiqueta que no fuera la estrictamente laboral o la amistad a secas.

Al lado de Valentine, el juez tomó asiento en su silla sacando la tinta líquida y su pluma fuente favorita. Preparó su cuaderno del caso para seguir revisando el expediente que interrumpió con el mensaje de Aiacos.

     »¿Y me dirás qué te tiene tan alterado?

—Después, tengo mucho por hacer. Sin contar con que me perderé mi taza de té de las nueve

—¿No te la puedes llevar?

—No, ya sabes cómo es el Presidente.

—Un grano en el culo.

—De los gigantes —susurró abriendo las constancias de la audiencia—. Por cierto, hoy me iré temprano.

—Eso es nuevo, ¿a qué hora?

—A las seis horas con quince minutos de la tarde, iré a Las Esferas, tengo una reserva a las diecinueve horas.

La elección era previsible, el día era lo que se salía de la costumbre. Era el restaurante favorito del juez, donde más a gusto se sentía y podía relajarse sin tener que aparentar algo diferente a su persona.

—¿Quieres que te acompañe?

—No, me entrevistaré con alguien.

Valentine dejó la taza de té que estaba sirviendo, dirigió la mirada al juez y frunció el entrecejo.

—¿Entrevista?

—Sí, por fin me devolverán algo que era mío.

—¿Y qué es?

—Mi reloj.

—¿El que te regaló tu padre y se llevó un imbécil? —se interesó estrujando sus neuronas para recordar un poco más al respecto.

—Ese mismo.

Valentine se mordió la lengua. Siguió preparando el té concentrado en las memorias, las palabras dichas.

Los ojos se le abrieron de golpe.

—¿Irás a ver a Dioskouroi?

—¿Cómo sabes de él?

"Maldita sea, Rada".

—Alguna vez me contaste de él, ¿no lo recuerdas?

—No, estoy seguro de que no platicamos sobre él.

—¿Y por qué te mentiría?

Radamanthys se detuvo, la pluma fuente se quedó en el aire y su lengua remojó sus labios resecos.

—¿No tienes trabajo por hacer?

—¿Me estás echando?

—Sí.

—¡Vaya! —exhaló aire, golpeado por la sorpresa.

El juez no era tan hosco con él. No desde que ambos establecieron bien las pautas de su relación laboral dentro del Juzgado y la amistosa fuera de él.

—Me distraes y tengo poco tiempo para analizar esto. ¿No querías que te diera mis impresiones para dictar la sentencia?

—Sí, tienes razón.

Se quedó de pie, dudando en su siguiente movimiento. Radamanthys le dedicó una rápida mirada antes de concentrarse.

Con desgana, Valentine se vio obligado a salir de ahí con un malestar generalizado. Radamanthys se iba a Las Esferas, un lunes, con Dioskouroi, a "recuperar su reloj"...

¿Y también a "recuperar su relación"?





—Necesito que me concedas cinco minutos, Wyvern.

—¿Por qué hoy te apareces hasta en mi sopa, Griffon? —renegó impaciente.

Ambos caminaban por el pasillo con rumbo a sus respectivos juzgados después de la reunión convocada por el Presidente de la Corte.

Radamanthys pudo notar la pronta desaparición de Garuda. Reconocía una encerrona a millas de distancia y Griffon le puso una con astucia. Sin embargo, todavía podía zafar de la red gigantesca de hilos que construía el juez de cabellos plateados alrededor del Wyvern.

—Me gustaría hablar contigo a solas. ¿Quieres ir a mi despacho?

—Ni por equivocación.

—¿Y el tuyo?

—Tampoco.

—Entonces lo haré mientras te sigo.

Hijo de puta...

Se detuvo de golpe y le dedicó una de sus salvajes miradas. Minos no pareció ceder un ápice, fiel a su reputación de nervios de acero. Radamanthys tuvo el temor fundado de que se pusiera a hablar de algo incómodo a mitad del pasillo.

—¿Cuál es el tema a tratar? —cedió a regañadientes.

El tono ríspido de voz se sumó al tic donde la comisura derecha se levantó mostrando su absoluto disgusto por la situación.

—De Dioskouroi y su razón para verte hoy.

El golpe verbal lo cimbró. Le dirigió al platinado una mirada pesada y torva. La mandíbula se tensó y sujetó su agenda con más fuerza de la necesaria.

     »¿Por favor?

—Así que sabes pedir las cosas por favor.

Sus párpados se achicaron hasta formar pequeñas rendijas desconfiando de cualquier cosa que proviniera de Minos. Ahora más, después de mencionar a Kanon y ver desaparecer a Garuda.

—Más que tú, sí.

—Jaque... —concedió con desgana.

—¿Vamos?

Meditó las infinitas posibilidades. Le molestó que fuera el mismo Griffon quien se acercara a mediar. Hubiera esperado más que ese papel fuera tomado por Garuda, después de que casi le colgara el teléfono temprano. Entendía el punto por el cual Minos tomaba la batuta.

Aiacos y Radamanthys seguramente terminarían discutiendo a viva voz, como sucedía la mayoría de las veces.

Minos era más... retorcido y manipulador para llegar a esos vulgares extremos.

—Tendrás cinco minutos, ni uno más.

—Los tomo.

Ambos avanzaron en silencio por el camino al Juzgado Segundo. Las personas se abrían a su paso, como el Mar Rojo ante la vara de Moisés, con tan solo vislumbrar las elegantes túnicas negras con franjas en rojo y dorado que vestían, signo inequívoco de su cargo en la Corte.

Al llegar al juzgado, Radamanthys repartió órdenes precisas para deshacerse de cualquier curioso y se encerró en su despacho con Minos. Fiel a sus reglas de la hospitalidad, dispensó agua tónica en dos vasos. Le ofreció uno al juez y bebió del suyo.

—Gracias por la bebida —señaló con educación.

—Al grano, Minos.

No le fue raro que su contraparte cambiara del griego al noruego. El idioma que los tres jueces hablaban de manera fluida, debido a sus circunstancias personales.

Minos, porque nació ahí. Aiacos, porque era pareja del primero y Radamanthys, porque la isla donde se encontraba el condado de su familia, manejaba el inglés y el noruego como idiomas oficiales, por su cercanía con el país nórdico.

—Ambos sabemos por qué te dieron el expediente de Sunion y no fue porque tengas un conocimiento mayor a nosotros.

—¿A qué viene eso?

—A que sé por qué eres tan hermético con la información, Radamanthys.

Con que esa era la razón de la vista con Kanon. Ya le parecía raro que ese desvergonzado apareciera de la nada preguntando por él.

—Si lo sabes, ¿por qué entonces te conviertes en un defensor de las causas perdidas?

Minos caminó por la estancia, liberándose de las emociones negativas que clamaban por su alma. Radamanthys le siguió con la mirada, aguardando y sabiendo que su contraparte se encontraba en el delicado momento de enlazar los argumentos y precisar una solicitud sin opción a la negativa.

—¿Consideras que un hijo de dos años secuestrado por dinero es una causa perdida?

Fue un golpe directo al hígado.

Si había una sola cosa que llevaba la sangre de Radamanthys al punto de ebullición, era que se metieran con los niños. Ese era el motivo por el cual no llevaba esos casos y con frecuencia, se los traspasaba a Minos, quien tenía más estómago para no matar ahí mismo a los bastardos, tal y como le sucedía a él.

—¿Qué interés tengo en el asunto? A finales de cuentas, esa es tu materia —rumió entre dientes—. Además, Sunion jamás pidió rescate por un niño desaparecido.

—Por éste sí —pausó dando un trago al agua—. Le robaron la camioneta al padre, el niño estaba dormido en el interior.

Radamanthys hizo crecer la enorme congregación de vellos faciales sobre su tabique nasal tras el fruncimiento de la piel.

Al inmenso peso por el estrés de la complicada extradición de Lysander Dimou, la llamada de Kanon y el nerviosismo de su personal por la inspección, se le acumuló el hablar de Sunion relacionado con el secuestro de un niño de dos años.

Su carácter no se tranquilizaba un carajo. Al contrario, la sangre se convirtió en nitroglicerina, volátil, peligrosa y explosiva de manejarse con descuido.

—El robo de la camioneta sí es parte de su modus operandi. Sabes bien que las sustraían para realizar otros golpes y desaparecer los rastros. Insisto, ¿qué tengo qué ver?

—El pago del rescate se realizó el mismo día que el servicio secreto estadounidense, la INTERPOL y el MI6 iniciaron el operativo para desmantelar Sunion. El niño, al parecer, estaba en Tavros.

—Te estás yendo por las ramas —musitó conteniendo un rugido.

Minos ocultó sus ojos tras el flequillo. Radamanthys lo detestó más que nunca. Desconfiaba cada vez que el juez realizaba ese movimiento. No sabía hacia dónde se dirigía su mente inquisitiva y su estómago se revolvía ante las posibilidades.

Sabía, después de tanto tiempo conociéndolo, que Minos se preparaba para soltar una bomba.

—Una de las pistas llevó a los familiares hacia una mujer embarazada que trabajaba en el taller Tártarus.

Radamanthys guardó un silencio sepulcral. Sus ojos se posaron en el vaso, en tanto su cuerpo se tensionó con sólo escuchar sobre ese sitio.

     »Su nombre era Clío Papadopoulos. ¿Te suena conocida?

—¡Por supuesto que no!

—Jaque mate.

El rubio se sobresaltó y llevó lentamente la mirada al otro. Minos mantenía sus ojos ocultos bajo el tupido flequillo. Nada en él podía ser interpretado. Era una pared de marfil decorada con bellos cabellos de plata.

Radamanthys le dio la espalda en un gesto de autopreservación.

     »Ella quizá supo dónde estaba el niño, cuál fue su destino, qué hicieron con él. Sólo es lo que ellos necesitan: una pista para seguir buscando. Un pequeño dato para orientar su investigación.

Así que era eso... Kanon había trabajado duro esta vez para acorralarlo. Supo a quién contactar para que le apresara en una telaraña mortal.

     »No les des más, Radamanthys. Un solo dato para que ellos puedan seguir. Se han encontrado durante todos estos siete largos años con callejones sin salida. Te lo pido, es fácil para ti darles una pista.

—Nunca es tan fácil —susurró por lo bajo, mordiéndose el labio inferior.

Caminó por la estancia, alejándose lo más que pudo de Minos. El platinado se lo impidió, lo seguía como el Minotauro a Teseo y lo encaraba cada vez que se detenía.

—Nunca lo es, Radamanthys, pero ambos sabemos cuánto han sufrido las familias con esta maldita organización. Ambos sabemos el dolor y sufrimiento que causaron. ¿No crees que al menos, una pequeña debilidad nos dejaría dormir mejor por las noches?

Las emociones quedaron impregnadas en la piel del inglés. Comprendió las intenciones del otro, las apoyaba, le parecían válidas, pero...

—No debiste ayudarme en los casos del taller Tártarus...

—No, Radamanthys. No es eso.

—¡¿Entonces qué es, Minos?! —espetó airado—. Tú sabes que abrir la boca en esto, significaría apedrear el avispero.

Caminó en círculos como un dragón enjaulado en una minúscula oficina, destilando rabia y frustración por las escamas.

     »Una sola palabra y quizá en unos días no sólo estén buscando al chico para saber quién los está molestando, sino a toda la familia. Ellos podrían morir por esto.

—¿Y quién te crees tú para negarles la posibilidad de elegir su destino? ¿Eres su dueño, su jefe, su algo? No juegues a ser dios, Radamanthys —lo reprendió con rudeza—. Ellos son adultos, ¡déjalos decidir su senda!

Radamanthys sintió la puerta de la trampa cerrarse con él adentro, pero se negó a rendirse. Caminó y caminó por varios minutos sacándose la angustia. Imaginando los peores escenarios producto de su estudio de los expedientes judiciales.

Se bebió el resto del agua. Sin pensar en las consecuencias, sacó una botella oculta y se sirvió un asiento de whisky. Le invitó a Minos y éste se negó. El inglés dio un pequeño trago y se relamió los labios sintiendo el sabor amaderado.

—¿Quién les dijo de Clío?

Minos exhaló con alivio al sentir que Radamanthys cedía. Se permitió una pequeña sonrisa, conocedor de las dinámicas del inglés.

—Un hombre les pidió investigarla...

—No, un hombre no —se negó en rotundo—. Quiero nombre, quiero identificación, quiero pasaporte, datos verificados, precisos...

Volvió a caminar como bestia enjaulada y al voltear hacia Minos, lo señaló con el índice y los ojos llenos de fuego infernal.

     »De cualquier forma, Minos, te aviso que ni aún así, soltaré algo. No sé si ese individuo es o no, la persona adecuada para recibir esta información...

     »Si no lo es y abro la boca, no tendremos el peso de la desaparición de un niño sobre nuestros hombros, sino el de todos esos hombres y pueden ser muy adultos, pero no llevaré esa falta cosida a mi corazón. ¿Entendiste?

Minos asintió solemne, conocedor de que el Inframundo caería sobre él de presionar más al Wyvern.

—Entonces me haré cargo personalmente de asegurarme que ese tipo es quien dice ser y te traeré los datos. ¿Está bien?

—Sí y házme un favor.

—Dime...

—Mientras investigas, cancela la cita con Kanon. No quiero verlo antes de estar seguros de que quien lo envía, es un hombre honesto y no uno más de los esbirros que desea alcanzar lo que perdió después del desmantelamiento de Sunion. No quiero su muerte sobre mis hombros.

—Ni lo sueñes, no tengo su número y al menos merecen que los encares y les expliques lo que me estás diciendo o algo parecido. No sé qué tengas con Dioskouroi, pero hazte cargo de tus asuntos.

Radamanthys entornó los párpados. Ni siquiera sabía cuáles eran sus asuntos con Kanon ahora que volvía a su vida y, conociéndolo, ese geminiano lo perseguiría hasta el mismo Inframundo para matarlo, si no le daba una respuesta que lo satisfaciera.



¡Hola, mis querid@s paballedit@s!

Vean el lado positivo, ¡me tardé casi tres meses en sacar este capítulo a diferencia del anterior que fueron nueve! 

Fue todo un embarazo desde el capítulo 22 para sacar el capítulo 23, jajajaja.

Ya sé que no tengo vergüenza (la tengo, pero me la escondo). 

Sin embargo, he tenido unos meses para meditar, para revisar el pasado de esta historia, para ubicar bien a los personajes y detallarlos, con el fin de que este fic llegue a buen puerto.

Ya lo acaban de leer con tremenda biblia que saqué hoy, muy necesaria para ambientar esta parte del fic que empezamos.

Ya vieron en qué nos estamos metiendo y éste, es el inicio del clímax de la historia. Sí, el clímax, que va a traernos muchísimos momentos oscuros como los que acaban de leer.

Sé que vine cacareando que los personajes no eran malos, que eran seres humanos a los que la vida les trajo diversas situaciones y ellos eligieron el camino a seguir, pero hoy me planteo esa hipótesis.

Veo al menos a cuatro de ellos a los que tengo ganas de aplastarlos como cucarachas porque han hecho sufrir a muchas personas. Y sí, lo reconozco: a pesar de las elecciones, sus mentes están muy trastocadas.

Desde ahora, intentaré publicar lo más pronto posible. Hoy, estoy subiendo este capítulo y al mismo tiempo, ya tengo la base del siguiente. Lo cual significa que POR FIN, logré ponerme de acuerdo con mi rata (que ha sido la más complicada de todas) para acordar los puntos en los que tendremos que sufrir (yo escribiendo y ustedes leyendo), llorar, reír y después, suspirar de alivio.

Sí, insisto, ESTE FIC TIENE FINAL FELIZ

Hasta lo subrayo para que quede claro.

Vamos a llegar al punto donde todo se solucionará por más oscuro que se vea y aunque algunos personajes tendrán un final de acuerdo a su historia, la mayoría tendrá una sonrisa al final de esta maraña de cosas.

Como siempre, gracias a ti, por leer, por seguir fielmente este fic y mis locuras. Te mando un abrazo y una cesta gigantesca de chocolates y palomitas para los siguientes capítulos.

SPOILER: La vas a necesitar...

Sí aviso, la advertencia de hoy, va a seguir para los siguientes. No sé en cuáles, pero vayan tomando conciencia de que nos metemos en el lado más perverso y trastocado de este fic.

Les mando un beso y gracias.

Pd. Dedicado a Ms_Mustela porque sin ti, Beta mía, me habría ahogado y habría puesto este fic como "Cancelado".

Gracias por tanta paciencia, amor, apoyo y pastillas de ubicatex, comadre.

Mérito a la imagen de portada a su autor, está preciosa. Y sí, es Aeris de dos añitos.


ACLARACIONES


[1] Skit! — significa "mierda" en noruego.

[2] Rollos de Kataifi de almendras — Son dulces tradicionales griegos. Una imagen de los mismos:


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