16. Una galleta de chocolate.
Viernes
Kardia bebió su café mirando atento la carita de su hija sentada en su silla adaptada a su tamaño, mientras comía lento su pan francés con relleno de chocolate. Ese desayuno le gustaba mucho, por eso Dégel se levantó temprano para hacerlo. Lo decoró con azúcar impalpable y hermosas fresas cortadas en ramillete con la intención de que se pusiera de buen humor.
Sasha volvió a soltar un largo suspiro moviendo con el tenedor las frutas. Llevaba así diez minutos sin comer nada, desde que Dégel saliera para ir a por Seraphina al aeropuerto.
— Agape mou*, ¿No te gustó lo que te hizo tu papá de desayuno?
Kardia apenas susurró, intentando ir lento para no despertar el enojo. Desde que el miércoles le comentaron sobre la vuelta de la madre, la niña tuvo dos días muy malos, furiosa y llorosa. Eso no era normal en ella. Incluso, Kardia pensó que podía haberse contagiado de lo que Krest padecía, pero su hija no tenía la sintomatología.
Entonces era emocional.
— ¿Puedo faltar a la escuela hoy, papi? — musitó muy bajito. Kardia incluso tuvo que acercarse para oír la vocecita quebrada —. Quiero irme a dormir.
Eso era otro asunto preocupante. Aunque cuando era bebé sus noches eran difíciles porque despertaba mucho, pero una vez se le regularizó el sueño, en cuanto el reloj marcaba las nueve de la noche, la niña buscaba la cama.
Era malo cuando estaban fuera de casa, pues si no tenía nada qué hacer como ese día de la subasta, se ponía llorosa y berrinchuda hasta que uno de sus padres la tomaba en brazos y ahí se quedaba dormida.
Sin embargo, este miércoles Sasha no pudo descansar. Incluso, volvió al hábito abandonado por casi catorce meses, de ir a su cama en la madrugada a dormir entre ellos. Y, sin ir más lejos, ayer amanecieron los tres mojados. Dégel ni siquiera se ofendió, Kardia se limitó a cambiar las mantas y pedirle que fuera a bañarse.
Hoy, fue igual...
Ambos sabían que eran gritos silenciosos de que no estaba bien y lo platicaban intentando buscar la forma de animar a su hija, pero no había nada que les pudiera ayudar.
Sasha tampoco habló con Sisyphus sobre la madre, se mantenía retraída, alejada de todos leyendo o mirando las panorámicas de los ventanales.
— Agape, mou — susurró con una sonrisa que no fue vista por su hija, pues seguía atenta a juguetear con la fresa —, pero hoy es el día de los rompecabezas y del canto que tanto te gustan — intentaba convencerla.
— Sólo quiero irme a dormir — murmuró de nuevo muy triste.
Algunas lágrimas resbalaron por las mejillas de durazno y la pequeña sollozó tallándose el ojo derecho. Kardia temió un estallido de ira como hizo ayer cuando descubrió que se había orinado en la cama, pero en lugar de eso, ella gimoteó y le extendió los brazos.
El hombre no dudó en abrazar su cuerpecito.
La mantuvo así, sin que ella soltara prenda de qué era lo que la lastimaba tanto. Valoró que en ese estado anímico era inútil llevarla a la escuela y él tampoco se quedaría a gusto. La llevó de nuevo a la cama donde dormía con Dégel, con las mantas limpias y el colchón volteado. La recostó contra su pecho limitándose a pasar su mano por la espalda de la nena.
Estuvieron así por mucho tiempo. Al menos, esa fue la percepción de Kardia pues cada lágrima que ella derramaba, le hería más que mil cuchillos. Cuando todo remitió, Sasha se quedó hipando, dormida en sus brazos exhausta por la catarsis.
El hombre se dio el permiso de relajarse y buscar el sueño. La noche pasada no pudo descansar porque la niña se despertaba de golpe o lloriqueando con algunas pesadillas. Tenía que reconocer que esto de Seraphina la afectaba y no sabía cómo decírselo a Dégel sin ofenderlo. Estaba jugando al equilibrista con varias situaciones emocionales y odiaría si se le cayera alguien.
No sabía si podría levantarlos. Ya suficiente tuvo con Milo, fue un inútil con él.
Su corazón se dolió y apretó los dientes por la sensación. Se obligó a serenarse, a nadie le haría bien que justo ahora, colapsara. No podía darse ese permiso, mucho menos ahora, que sus vidas se complicaban.
Eran pasadas las diez de la mañana cuando ambos despertaron. La niña se le acomodó entre los brazos y Kardia besó la cabecita con amor.
— Sasha — titubeó tanteando el terreno —, yo te veo muy rara estos días, inquieta y nerviosa. ¿Quieres hablar conmigo? Prometo que no diré nada si no quieres, pero papi quiere saber qué te tiene así, para ver si te ayuda en algo.
Sintió la tensión en ese cuerpo, la inquietud hacerse forma y mostrarse con movimientos erráticos hasta que hundió la cabeza en la almohada pateando el colchón con los piecitos. Kardia fue paciente para no alterar más la atmósfera, comprendiendo que cada acto era necesario para sacar el estrés.
— ¡No quiero que venga! — reconoció sacando la cabeza con los cabellos como bruja —. ¡No quiero verla! — explicó y se refugió en él ocultando la carita en su pecho.
Kardia besó la corona de la pequeña cabeza acariciando los cabellos con paciencia. Tragó saliva fuerte para no perder el control cuando ella soltó el llanto de nuevo. Odiaba verla llorar, no había algo que le pusiera mal, que su hija derramara lágrimas y más cuando eran con esta angustia que no sabía cómo contener o consolar.
— ¿Por qué no quieres que venga tu mamá? — inquirió con tono bajo, sobando la espalda de la nena —. Ella no es mala, Sasha.
No hubo respuesta, Kardia siguió en silencio diciendo con sus manos lo que su boca se guardaba. Su dolor emocional se convirtió en físico y se restregó el brazo derecho para calmarse.
Por fin, después de varios minutos, ella le miró con un puchero.
— ¡Yo no soy una buena niña! — berreó desesperada.
El hombre parpadeó sin entender por dónde estaba tomando Sasha ese juicio. Deseó tener a la mano su cajetilla de cigarros, pero ya Dégel dio el grito en el cielo, el miércoles que olió la nicotina en sus ropas. No quería hacer enojar más a su esposo y terminar de cabeza en la heladera más grande del mundo.
— ¡Soy la niña que tiene vestidos, es una damita y no hace más! — explicó golpeando la cama con sus puñitos —. Écarlate hace hockey, Sis hace eso de las flechas, Krest es el dios Bóreas, pero yo sólo voy al ballet y soy una niña bonita.
Kardia se rascó la cabeza. No entendía del todo hacia dónde iba. Sin embargo, eso de «Una niña bonita», se le quedó.
— ¿Te refieres a que haces cosas de niña?
— ¡Sí! — refunfuñó y luego, sacudió la cabeza —. ¡No! — rabió gimoteando —. Mamá hacía eso de la nieve y yo ni siquiera sé patinar en la tierra. Tú dices que me quiere ¿Cómo me podría querer si sólo soy una nena que no hace más que ser linda? ¡Por eso no me viene a ver!
— Sashy, agape mou — susurró tomando sus manitas —. ¿Qué tiene de malo que seas una nena linda? No venía a verte porque estaba enferma, cariño.
— ¡No! — bramó poniéndose en pie en la cama y saltando con un berrinche descomunal —. ¡No me viene a ver porque no hago otras cosas que ser linda! No soy como Millie que monta a caballo o como Hilary, que hace «magnesia» haciendo piruetas y se abre de piernas toda así o como Susy, que corre con su papá la «matarón».
Agarró al aire lo que reclamaba. La abrazó con fuerza más aliviado y la mantuvo contra él, aunque ella gritaba moviendo las manitas con furia. Su hija no estaba enojada, sino frustrada. Le habían puesto en una esfera sin querer y ella quería ser libre. Por eso se deprimía, se orinaba en la cama, porque un monstruo la perseguía y le tenía miedo.
— ¡Hey, hey! — le llamó la atención con una sonrisa —. Escúchame, Sashy, presta atención hija.
La niña le miró entre lágrimas y una mueca de completa obstinación mezclada con angustia.
— ¿Lo dices porque mamá iba a esquiar y jugaba al tenis?
— ¡CHI! — soltó con fuerza —. Mi mami hacía muchas cosas que yo no hago, por eso no me quiere, porque no soy igual que ella.
— Y Seraphina no quiere que seas igual a ella y de todas formas te ama, te adora — declaró Kardia con emoción. Esas palabras conmocionaron a la pequeña y él lo aprovechó para seguir —. Mami quiere que tú seas libre, que seas lo que quieras ser.
— ¡No sé qué quiero ser!
— Porque estás chiquita — le explicó besando su frente —, porque no has visto muchas cosas, porque tampoco hemos ido a ver qué te gustaría hacer.
— ¿Y cuándo iremos? — indagó un poquito más calmada porque su padre le aliviaba con sus palabras.
— Hoy.
Kardia lo soltó por impulso, pero al ver la cara de su hija y los ojos abrirse desmesurados, supo que sus instintos eran correctos. Se notaba la esperanza y la alegría de ella, incluso en la boquita que no articulaba palabra.
— Anda, ve a ponerte unos pantalones, unos tenis y....
— No tengo eso — declaró con un puchero —. Ya nada me queda porque estoy grande y papá no me compra, sólo esos vestidos y esas... faldas — desdeñó caprichosa.
— ¿Y qué? — le quitó importancia entre risas —. Vamos a comprarte.
— ¿Sí? — interrogó con esperanza.
— ¡Claro! Ve a buscar qué te quieres poner — la invitó —. Ah, no, ya sé qué puedes usar — se levantó con ella en brazos caminando hacia el enorme vestidor de la niña y buscó entre las ropas. No le sorprendió encontrarlo hasta abajo de todas las prendas —. Aquí está.
Le sacó un outfit de pantalón rosa de algodón con una blusa blanca con una manzana en el pecho, que Kardia le había comprado a espaldas de Dégel.
— Con estos zapatos — le eligió unos rosas —. Así, nos vamos de compras y luego de eso, iremos a buscar qué te gustaría hacer para que sorprendas a mamá. ¿Sí?
— ¿Haré cosas de nenas y no de damitas? — preguntó ilusionada.
Kardia se sintió en la obligación de hincar la rodilla y mirar fijamente a su hija, con sus manos en los pequeños hombros para atrapar su atención y que comprendiera bien el concepto.
— No, no harás cosas de nenas, ni de damitas.
— ¿Entonces, papi?
Su hija bajó la cabeza triste y Kardia le tomó del mentón para que lo viera.
— Harás cosas que Sasha hace — sonrió ladino y soltó una risita cuando su hija ladeó la cabeza sin comprender —. Así dirán en tu escuela «Millie monta a caballo y Sasha hace...»
— ¿Qué hace, papi? — indagó con emoción dando saltitos impacientes —. ¿Sasha qué hace?
— No lo sabemos, pero hoy vamos a investigarlo. ¿Sí?
— ¡SIIIII! — levantó sus manitas al cielo feliz.
La figura llegó a la hora del término de clases a las inmediaciones de la escuela, mirando atenta lo que sucedía a su alrededor, esperando el momento de ver salir de nuevo al niño. Los vehículos pasaban raudos en la calle transitada mientras los padres acudían para llevarse a sus hijos a casa.
El viernes estaba en pleno apogeo. Era la primera semana del ciclo escolar y se notaba el cansancio en infantes y adultos. En ocasiones, veía hombres con chaquetas de cuero o con apariencia de motoqueros y automáticamente se hacía a un lado pegándose a la pared.
Odiaba esas prendas, le recordaban un pasado que prefería mantener enterrado.
Un padre pasó a su vera regañando a sus hijos y por instinto, la figura deseó tener un tubo en las manos para darle en la cabeza de forma repetitiva, hasta que aprendiera a respetar a los niños. Detestaba a las personas que se sentían en la posición de destruir la estabilidad emocional de alguien.
Los hombres eran unos bastardos, se dedicaban a pisotear a las personas, destruir las mentes de las mujeres y de los niños. Deberían morir todos. La ley no era suficiente para hacerles pagar lo que hacían, el dolor que provocaban y la humillación que infringían en los corazones y las mentes.
La figura se rascó la nuca con fuerza y vigor, aceleradamente hasta que sus uñas se tiñeron de rojo carmesí. Una pareja la miró y se hizo a un lado con cautela. La figura no parecía estar en sus cabales, por más que tuviera la apariencia de una persona más, en esta súper habitada ciudad.
El tiempo siguió su curso. La figura permanecía en su lugar, en esa esquina oculta a la vista acechando, esperando, intentando vislumbrar su objetivo. Se preguntó si no habría venido hoy, si algo le había pasado.
¿Se habría muerto? ¿Lo habrían encontrado y matado por fin?
Restregó su cara con un gruñido. Los transeúntes abrieron el camino evadiendo a la figura. Las dos y media se dieron y las puertas del Instituto se cerraron. Sin embargo, la figura se puso de puntitas cuando salieron cuatro personas llevando a seis pequeños hacia la biblioteca ubicada al costado de la escuela.
La figura aceleró el paso al distinguir al que le interesaba, sin entender el motivo por el cual lo llevaban a ese sitio. Frunció los labios pensando que quizá, le harían daño. Su sonrisa se torció al tiempo que su mirada se tornó maliciosa. Nadie le tocaría un cabello en su presencia. Primero les ataba las manos con la cuerda que traía en su mochila.
Al ser un sitio público, le permitieron el paso al interior del recinto del conocimiento y el saber.
Se posicionó con diligencia y sigilo sin ser vista por las personas que custodiaban a los niños. Dos adultos iban adelante y dos atrás, con el grupo de infantes en medio, para mantener la seguridad de éstos. Los llevaron a una zona designada como «Biblioteca Infantil». El sitio estaba decorada con motivos que buscaban captar la atención de los pequeños. Tenía varios libreros a baja altura, mesas y sillas de colores. Los pequeños tomaron asiento en pequeños grupos.
El que le interesaba, lo hizo también en compañía de ese castaño que lo perseguía como a su sombra. Ya se desharía de él en su momento.
Una mujer de entre los adultos, les dio instrucciones a los niños de esperar a sus padres sin salir de la biblioteca y les aconsejó hacer sus tareas.
Después, tres personas salieron. Dos de ellas se quedaron en la puerta, eran los guardias de seguridad, los mismos que se encontraban en el instituto educativo y tenían en sus manos una hoja con los expedientes de los niños.
La figura supuso que era para tener un control de quién se iba y quién estaba todavía en la biblioteca.
Sólo la mujer que tomó la palabra, se quedó al cuidado de los alumnos. Era el mejor momento para acercarse al niño y hablar con él. Lo único que debía hacer, era encajar un lápiz en el ojo de esa mujer y listo. Mientras se desangraba y berreaba, podía atar al castaño, tomar la mano del niño y llevarlo a platicar a otro lado.
Buscó en su bolso, encontró un bolígrafo y consideró que era suficiente para hacer su labor. Escuchó la voz de un infante pidiendo permiso para ir al baño, se lo concedieron y una mata de cabellos pelirrojos corrió hacia el sitio.
La figura sonrió reconociendo al pequeño y se apresuró discretamente a seguir sus pasos, cuidando de no ser vigilada por la mujer. Entró al cubículo cerrando la puerta tras de sí, poniendo el seguro. El niño estaba ahí, en el mingitorio vaciando su vejiga.
La figura esperó paciente, quería saber dónde estaba el otro para hacer su jugada y confiaba en que él se lo diría.
Odiaba que le hubiera cambiado el color del cabello aunque el rojo lo favorecía. Dio unos pasos más y el niño respingó mientras se subía la cremallera acomodándose el pantalón, aunque sólo de ver a quien se acercaba, sonrió.
— ¡Mami! — celebró abriendo las manitas para rodear su cuerpo —. ¿Dónde estabas?
La mujer sonrió y puso un dedo en los labios del otro.
— Vamos al baño de mujeres — comentó nerviosa, tomando la muñeca del nene —, no puedo estar aquí, Sisyphus.
— ¿Mami? — interrogó el pequeño dejándose llevar hasta que entraron al aseo de mujeres —. No soy Sisyphus, ma...
— Shhh... — le calló sacudiendo la cabeza.
Se puso de rodillas mirando la carita, quitándole los cabellos pelirrojos que le obstaculizaban la visión. Era hermoso.
— ¿Dónde está tu hermanito? — indagó besando el pequeño rostro repetidamente.
— Está con papá, mami — le respondió abrazando el cuello de la figura —. Nos trajeron aquí porque se le hizo tarde, pero seguro que viene. Aunque ya tengo hambre — confesó sonrojado, acariciando la pancita.
La mujer buscó de nuevo en su bolso rápidamente, sacando una bolsa de papel con galletas. El niño las miró emocionado, ya salivando.
— Lávate las manos, hijo — le ordenó con voz tranquila —. Y así, te puedes comer tus galletas.
El pelirrojo asintió y la obedeció. Ella lo miró acariciando sus cabellos lentamente, con una sonrisa en los labios.
— ¿Dónde está estudiando tu hermanito?
— En el Jardín de los Elíseos, mami — respondió rápido —. Acaba de entrar, ya tiene tres años y está gigante.
— Sí, lo sé — susurró mirando una y otra vez las manos lavarse —. ¿Eres feliz?
— Sí, mucho — reveló entusiasmado —. Mami, ¿Cuándo vienes a quedarte con nosotros?
— Pronto — aseguró —, pero tienes que prometerme que no le dirás a nadie que me viste. ¿Está bien, hijo? Ni a tu padre.
El chiquito asintió con fuerza aunque sintió que la presión que su madre hacía en su brazo, era excesiva. Ella frunció los labios pensando que necesitaba al más pequeño, pero podía hacerse cargo de éste de una vez. Calculó el tiempo en que podría mantener la cabeza pelirroja en el lavabo lleno de agua, hasta que dejara de respirar. Aunque sería mejor si utilizaba la jeringa para inyectar una burbuja de aire, sería más rápido y sufriría menos.
— ¡ROUX! — llamaron afuera, era la voz de la mujer encargada.
El pelirrojo dio un respingo y sus ojos voltearon hacia la madre que rechinó los dientes apretando al pequeño contra su cuerpo.
— ¡ROUX, LLEGÓ TU PADRE POR TI! — se escuchó de nuevo.
— ¡Podrías ir con nosotros! — propuso el pequeño.
Ella negó con la cabeza. No, aún no. Camus todavía estaba enojado con ella y debía hacerlo entender que era por el bien de todos. Una vida como la que tenían era mala, «desaconsejable» dijo alguien y no podía recordar bien el quién. Por más que Camus dijera que eran felices o que su hijo se lo dijera, ella sabía la verdad. Los miraban, los deseaban y los matarían.
¡Tenía que hacer algo para evitarlo!
— Vete con tu padre y no le digas que me viste — se le ocurrió una idea. Su rostro cambió a uno amable y tierno —. Y dale galletas, hijo. No te la acabes todas, dale galletas a tu padre — besó su cabeza con dulzura —. ¿Me lo prometes?
— ¡Sí, mami! Yo le guardo y le doy, te lo prometo — declaró emocionado, la abrazó fuerte y salió corriendo.
La mujer se apresuró a entrar a un sanitario, cerró la puerta y subió los pies en el excusado para no ser vista. Escuchó que hablaban afuera y después, el silencio.
Esperó pacientemente a que pasaran varios minutos y salió del aseo. Miró a su alrededor y caminó hacia la salida de la biblioteca cuidando que nadie le viera la cara.
En la calle, logró ver a Camus con su pequeño Écarlate con el cabello pintado de azabache colgado de su cintura. No entendía quién era el chico de cabellos castaños. De cualquier forma, confiaba en que su Sisyphus hiciera lo que le pidió.
¡Cómo odiaba que Camus les hubiera cambiado el color del cabello!
No importaba, si hacía bien las cosas, morirían todos de una vez y nadie más podría hacerles daño.
Nadie más podría tocarlos...
Camus miró por el retrovisor la cabeza azabache que se apoyaba en la pequeña almohada que Esmeralda le prestó para que pudiera seguir dormido. Se sentía feliz al ver que las ojeras iban desapareciendo de esa carita que tanto adoraba. Ya no parecía chupada e incluso, su piel estaba abandonando el color cenizo.
Podía respirar tranquilo.
Tomó la calle que daba a la biblioteca mirando el reloj. Llegaba casi veinte minutos tarde, entre lo de Saga, ir a por Krest, que le entretuvieron en el lobby y para colmo, el tráfico.
Se resignó a que el día estaba para que la fortuna no le sonriera y se contentó a disfrutar de cada momento. Además, faltaba poco para ver a Milo.
Estacionó la camioneta y con cuidado, sacó a Krest recargando la cabecita en su hombro y le echó una manta encima. Caminó por la acera mientras su chiquito bostezaba.
— Papi, tengo tuto — susurró con otro bostezo.
— Lo sé, amor — lo apaciguó con voz dulce —, pero ya vamos por tus hermanitos. Cuando volvamos y te puedes dormir en la camioneta, ¿Sí?
— Thi — bostezó más fuerte.
Camus sonrió sabiendo que su vida podía ser un tren bala con zombies queriendo comérselo, pero al final, terminaba en la cama satisfecho porque los tenía a ellos, que valían cada esfuerzo suyo. En lo único que meditó fue en que quizá, la imagen de Milo podría encajar a su lado.
Lo quería en su vida y si bien era muy pronto para pensar en amor, se podía trabajar en ello. Desvió sus pensamientos al llegar y saludar a los guardias de la escuela con una sonrisa.
— Soy Camus Roux, vengo por Sisyphus y Écarlate Roux — comentó buscando en sus bolsillos con la mano libre.
— No se moleste en sacar la credencial, lo conozco señor Roux — lo tranquilizó el guardia con una sonrisa, para que no hiciera malabares con Krest.
El guardia pensaba mientras llamaba a la preceptora por celular, en quién de la escuela no conocía al atractivo pelirrojo poseedor de esa sonrisa arrebatadora, de esa figura que arrancaba suspiros y esos ojos penetrantes. Era increíble que estuviera soltero, pero muchos se pensaban en hablar con él porque tenía como hijo, a uno de los alumnos más revoltosos del instituto.
— Están aquí por los Roux — le informó el guardia a la preceptora en cuanto le respondió —, son Écarlate y su hermano.
En la escuela conocían a ese pelirrojo en miniatura. Casi todos pensaban que era un demonio hecho niño porque tenía un carácter explosivo y a pesar de que el año pasado era de primer grado, logró a la segunda semana del inicio de clases, que ningún chico se atreviera a meterse con él y burlarse de las cicatrices de su cara.
Era famosa la anécdota de Écarlate poniendo en su lugar al principal abusivo del último curso. Por eso se ganó el apodo de «EE, el Escorpión Écarlate». Literalmente, esa vez se agarró a golpes con el abusivo. Por más niños que intentaron quitar al pelirrojo de encima del otro, no pudieron. Los que vieron la pelea, decían que al final, el chiquillo lo amenazó con que si seguía insistiendo, le echaría encima al «escorpión mayor».
Su técnica era así, encargarse de uno y no soltarlo hasta que lo dejaba muy mal. El único que logró serenar al pelirrojo en esa ocasión y las siguientes en que le colmaron el plato, fue su hermano mayor.
Sisyphus, que tenía un récord intachable en la escuela, era uno de los mejores alumnos, con notas altas, un enorme grupo de amigos y admiradoras, pero también se conocía que si bien poseía una gran paciencia si explotaba, no dudaba en acomodar un buen golpe.
Quién sabe cómo hacía el padre con sus hijos, porque ya había visto al chiquito azabache que tenía en brazos antes y reconocía a leguas el mal carácter que se cargaba. Quizá el padre, bajo la apariencia encantadora, tenía la misma personalidad. No podía ser diferente para controlar a tres chicos así.
— Están en camino, señor Roux — le confirmó con una sonrisa sabiendo que la preceptora respiraría tranquila al quitarse de encima a Écarlate.
— Gracias, es usted muy amable.
El pelirrojo esperó tranquilo, acomodando bien a su pequeño que roncaba por la mala posición mientras se succionaba el pulgar. Ocupó el tiempo en sacar el celular y grabar un mensaje de audio alejándose un poco de oídos indiscretos.
— Hola, Milo — sonrió un poco —. Al parecer todo sigue en marcha, podemos vernos a las seis en mi departamento si quieres, le avisaré al portero de que vas a ir para que te deje entrar. ¿Te parece bien si comemos lasagna o prefieres algo griego? De cualquier forma, hoy no salimos porque Krest está mejorando, pero prefiero mantenerlo vigilado. Si te desocupas antes, puedes caer en casa, sólo avísame para estar atento.
Lo envió y se guardó el dispositivo en el bolsillo del pantalón. Su sonrisa se extendió al ver salir a los dos niños que se alegraron de verlo y lo abrazaron felices.
— Hola — los saludó a su vez acariciando el cabello de Sisyphus primero y luego, el de Écarlate —. ¿Todo bien hoy? — miró a su hijo mayor que le mostró el pulgar. Ahí relajó los ánimos —. Vamos pues a casa.
Agradeció a los guardias por la atención y caminó con ellos tranquilo hacia la camioneta. Sisyphus iba adelante de ellos unos cuantos pasos, Camus tomó de la mano a Écarlate conociendo lo hiperactivo que era.
— Oye papá — le llamó la atención Écarlate —. ¿Por qué tardaste tanto?
— Fue un día pesado y ya sabes que es el día libre de Crystal, así que no pude llegar antes, lo siento.
— ¿Cómo sigue Krest, papi? — indagó Sisyphus mirando preocupado a su hermano.
— Mejor, al menos ya estuvo tomando más líquido y bebió un jugo.
— ¿Entonces hoy vemos a Milo? — se emocionó Écarlate.
— Sí, le dije que nos viéramos a las seis, a menos de que se desocupe antes — le sonrió porque no entendía cómo es que su hijo estaba tan encantado con el rubio.
— Ojalá lo haga y venga antes — se alborotó todo.
— Écar, no seas tan impaciente — le reprendió un poco Sisyphus llegando a la camioneta —, si puede venir, vendrá y si no, ya sabes que a las seis va a estar en casa.
Camus sonrió abriendo las puertas. Se aseguró de que Écarlate entrara primero y luego, Sisyphus quedara en la ventanilla. Las puertas tenían seguros contra niños, pero aún así, prefería a su hijo más inquieto lejos de la manija.
Cerró la portezuela y caminó alrededor del vehículo para poner a Krest en su sillita y lo acomodó bien, abrochando los cinturones para que no se moviera demasiado. Volvió a con los otros chicos para comprobar los suyos, ajustando el de Écar, porque no se sabía quedar quieto y temía que una mala frenada lo llevara adelante.
— Vámonos pues — comentó con alivio yendo al asiento del conductor.
Camus recargó la cabeza en el respaldo para darse un rato de estabilidad y paz. Exhaló reuniendo fuerzas. Estaba cansado, pero no quería apresurar las cosas. Se pasó la punta de la lengua por los labios.
— ¿Pasa algo, papá?
— No, Sis — aseguró con tono neutro —. Estaba relajando la mente. Bueno, chicos, ¿Qué quieren escuchar?
— ¡Saint Seiya! — escuchó al unísono.
Por supuesto, preguntó con intención para que ellos se integraran. Conectó el celular al sonido de la camioneta y les puso la música. Los chicos iban cantando y eso indudablemente hacía más ligero el viaje. Camus pisó el acelerador disfrutando las voces de sus hijos, era el sonido más bello del mundo. Al menos, hasta que llegó a un embotellamiento y las bocinas opacaron su buen humor.
— Esperen, dejen ver qué sucedió — explicó cuando desconectó el celular al sonido del vehículo.
Buscó la aplicación del tráfico y encontró su ubicación. Analizó las calles comprometidas porque estaban trabajando en unas reparaciones en una calle principal, a la que le daban prioridad. La única opción, era tomar la desviación a trescientos metros, subir la pendiente y meterse a la vía rápida, pero así como iban, sería un suplicio llegar hasta allá, además de que los iba a desviar bastante de su ruta.
Chasqueó la lengua frunciendo los labios y su estómago resonó. Se resignó a esperar, mandado un mensaje a los profesores de griego para advertirles que tenía problemas de tráfico.
Terminó de analizar la situación y volvió a conectar el celular al estéreo. Los niños siguieron cantando y sin esperarlo, Camus también fue repitiendo las letras con una sonrisa. Era imposible no grabarse las letras si las escuchaba a diario.
Esos trescientos metros significaron perder más de media hora, Krest estaba despertando y miró a su alrededor.
— Papi, quiero comer — se quejó un poco malhumorado.
El pelirrojo sintió que el mundo se abría y lo devoraba. Sus otros hijos podían esperar, pero Krest carecía de paciencia cuando el estómago le llamaba. Además, Camus también estaba ansioso por comer algo. Con las prisas y las constantes actividades, apenas y se tomó un par de cafés.
— Sisyphus, ¿Puedes darle a tu hermanito uno de los jugos que está en el bolso, por favor? — le pidió porque con la glucosa entretendría el estómago de su nene.
Escuchó un sonido de papel y por inercia, volteó para ver a Écar dando una mordida a una galleta con chocolate. Se le hizo la boca agua y si bien se reprendió por ser tan goloso, las galletas tenían una apariencia tan apetitosa, que cedió a sus impulsos
— ¿Me das una Écar, por favor? — pidió alargando la mano.
— Sí, papá — le ofreció su hijo —. ¿Quieres Sis? Tienen chocolate aunque me saben raro.
— No, yo me espero a casa — sonrió el mayor.
Camus tomó la galleta y justo, se abrió un sitio por donde podía pasar. Decidió que no quería esperar más, tenía la espada de Damocles sobre su cabeza si Krest terminaba el jugo y decidía que quería comida. Mordió la galleta y la masticó rápido disfrutando el chocolate y el fuerte anís, mientras cambiaba la velocidad y tomaba la desviación, subiendo la pendiente para meterse a la vía rápida.
— Creo que tienen anís, pero mucho — se burló Camus porque a su hijo no le gustaba ese sabor y a él le encantaba.
Agradeció a los dioses por la ayuda prestada al permitirle subir al puente. Se metió el resto de la galleta en la boca y masticó rápidamente, mirando por el retrovisor para integrarse al tráfico de forma segura.
— El chocolate es muy bueno — se relamió contento, sentía un sabor aparte, pero no lograba identificar qué era —. ¿Dónde las compraste, Écar?
El pequeño encogió los hombros mirando enfurruñado la bolsa de papel como si le hubieran prometido el cielo, las estrellas y le dieron piña.
Y Écar odiaba la piña.
— ¿Quieres otra, papi? — le ofreció el chiquito —. No me gustaron.
Camus echó la mano atrás y Écar se encargó de ponerle la galleta en la palma. La sujetó y la apretó con los labios, mirando por el espejo lateral para seguir el viaje en el carril de en medio. Le dio la mordida y masticó de nuevo.
Por fin, casi diez minutos después avanzando por el freeway y una galleta más, subió el siguiente puente percibiendo una incomodidad en las manos. Era como un pequeño hormigueo que se instaló en las yemas de sus dedos.
— Papi, ¡Tengo hambre!
Camus tragó saliva con dificultad, sintiendo un poco de picazón en la garganta. Se concentró en rebasar por la izquierda al siguiente auto que iba a paso de tortuga en el carril de en medio, pensando que algunos no sabían lo que significaba una vía rápida.
— En eso estoy, Krest — comentó intentando convencer a su chiquito —. ¿No quieres otro jugo? — le ofreció.
Las palabras se le atoraron un poco y tosió tapándose la boca con la mano que le seguía picando. Miró el espejo retrovisor para calcular la distancia con el siguiente auto y se aseguró de mantenerse con la misma velocidad, así llegaban pronto.
— ¡Quiero galleta! — empezó el chiquito.
¿Acaso encendió la calefacción? Había demasiado calor a su alrededor. Sisyphus se encargó de hablar con su hermanito mostrándole el envase de tetrabrik que tenía el dibujo del caballero de Acuario para distraerlo y convencerle de tomar el jugo. Camus lo besaría ahora mismo.
Se rascó la mano derecha y después, la mejilla. Se fue orillando hasta la extrema derecha cuando la desviación hacia su hogar se anunció a trescientos metros. Otra vez carraspeó con la garganta seca sintiendo una picazón en sus testículos.
¡Y con este calor, cómo iba a ser diferente!
Miró con disgusto a un auto que pasaba a su lado al doble de la velocidad permitida y pensó que por eso sucedían los accidentes.
Escuchó a sus hijos cantar el coro de Pegasus Fantasy y sonrió un poco porque pudo detectar la voz de Krest que parecía más animada. Confiaba en que su enfermedad estaba por terminar y llegarían pronto para darle algo que satisficiera su hambre y no una galleta que le hacía mal a la pancita.
Un mal presentimiento se asentó en su mente cuando estornudó otra vez y se descubrió los dedos gordos, casi no había espacio entre ellos. Paseó la lengua por sus labios y los sintió hinchados.
Merde!
— Écar, hijo — llamó, sintiendo que incluso hablar le costó —. ¿De qué eran las galletas?
El niño volvió a encoger los hombros. Camus se maldijo por ser tan idiota mientras se rascaba el cuello con fuerza. Intentó no perder la cabeza, mantener la concentración porque necesitaban salir de la vía rápida antes de estacionar la camioneta. No podía hacerlo ahí porque conocía que Écar no soportaba el estrés y querría salir.
En un freeway significaba suicidio. Aspiró con la boca abierta.
— Sis — llamó a su hijo mayor que alzó la cabeza —, busca en el bolso — carraspeó de nuevo —, necesito la inyección blanca.
El castaño lo miró extrañado hasta que abrió sus ojitos y asintió buscando rápido en el bolso de viaje. Camus aspiró fuerte por la boca, conteniendo el aire para calmarse. Lo fue soltando de poco en poco, sintiendo que Fobos rasguñaba cada terminal nerviosa. Podían matarse como perdiera el control del auto o bien, si alguien les impactara por atrás y caían por el puente...
Se quitó esos pésimos pensamientos de la cabeza. Debía centrarse en lo importante, salir, estacionarse, la epinefrina y luego, calmarse hasta que le hiciera efecto.
— ¡No está, papá! — exclamó asustado Sisyphus.
— Tranquilo, ve sacando todo — le tranquilizó con voz relajada y aunque sabía que tenía poco tiempo, no quería que sus hijos se estresaran —. Déjalo a un lado y sigue buscando.
Tenía que estar ahí la inyección, era lo primero que empacaba por cualquier eventualidad, por un error en el restaurante o en el trabajo. Percibió que su boca estaba más hinchada. Tenía que ser eso, una reacción alérgica porque de alguna manera la galleta tenía maní y era tan suave el sabor, que él no lo detectó con el fuerte anís y el chocolate.
Y sólo necesitaba una pizca de maní para la reacción alérgica. No dudó en quitar la música y marcar el teléfono de emergencias.
— Bonjour, ¿Cuál es su emergencia?
— Ataque ana... — se le dificultaba el habla, pero tenía qué hacerlo sí o sí — alérgico, estoy conduciendo sobre el Boulevard Peripherique, voy a tomar la desviación a Porte de la Chapelle en cien metros...
Daba los datos mientras por el retrovisor se aseguraba de que los autos tras él, mantuvieran su distancia y seguir en el carril de la extrema derecha. La salida estaba a cincuenta metros, puso la direccional apretando con fuerza el volante. Tenía que resistir, faltaba poco.
— No traigo mi inyección de epinefrina y estoy tomando La Chapelle ahora mismo. Necesito una ambulancia — tosió con fuerza enfilando hacia la otra autopista, saliendo del Boulevard —, en la primera salida que encuentre, saldré — carraspeó —, me estacionaré y pondré las intermitentes.
Miró un instante por el espejo retrovisor a sus hijos. Sisyphus lo miraba asustado, Écarlate no lograba comprender aún, Krest tomaba el jugo sin prestar atención. Camus rezó al Olimpo para que le dieran la oportunidad de llegar.
«Por favor, no permitan que les pase algo. Ya han sufrido mucho, a ellos no. Dejen que los ponga a salvo, dioses. Athena, por favor, a ellos no» rogó con todas sus fuerzas.
— Oui, le enviaremos una unidad de inmediato.
Se obligó a mantener la calma al sentir su corazón frenético. Eso sólo dificultaría su cuadro. Tenía que relajar el ritmo cardíaco por su bien y el de sus hijos. Se sintió triunfante cuando logró tomar la desviación para salir del freeway de La Chapelle, agradeciendo a los dioses por los favores, concentrado en llevar la camioneta a una zona menos peligrosa para sus hijos.
— Mi camioneta tiene placas DR 801 KS.
— No se preocupe, no cuelgue por favor, seguiremos en línea hasta que llegue el apoyo médico.
— Tengo a mis hijos conmigo — alcanzó a decir sintiendo que cada vez, su voz estaba más ronca.
Se detuvo un momento para calcular la distancia entre el auto que venía y él, para acoplarse al tráfico sintiendo la mirada borrosa. Apretó el acelerador cuando se sintió confiado, mirando con anhelo un lugar en la acera en donde estacionaría la camioneta, ahí buscaría la inyección de epinefrina y si no, llegaría la ambulancia...
Camus sintió cómo otro vehículo golpeaba la cola de la camioneta destrozando sus expectativas y perdió el control de sus vidas.
Kardia metió las últimas bolsas en el auto con una sonrisa. Su hija estaba realmente feliz de que estaban comprando lo que ella quería. Incluso, salió vestida de una tienda con unos pantalones de mezclilla con la tela del muslo roto, una blusa de Saintia Sho y unos tenis que brillaban en la oscuridad.
— Ahora vamos a ir a un lugar que me gustaría que vieras — comentó tomando la mano de su hija —. No se vale preguntar a dónde — la atajó divertido.
— ¡Está bien!
Sasha aceptó entusiasmada poniéndose su chaqueta rosa en cuya espalda estaba la leyenda de «Super Girl», con unas alas y una aureola. Estaba muy dinámica, lo que alegró el corazón del padre. Esto era lo que quería para su hija, que fuera libre y feliz.
La llevó a un gimnasio y entró para preguntar en recepción. Tomó en brazos a su hija y ésta se ancló a sus caderas con una sonrisa mientras paseaba los ojos por el sitio intrigada.
— Hola, vengo a ver la sesión gratuita — sacó su celular para revisar —, con la instructora Eagle.
El joven le sonrió y le pidió que le acompañara. Kardia le siguió por los pasillos. Sasha miraba fascinada lo que hacían adultos, con cascos, cuerdas y arneses escalando paredes.
— ¿Viste eso, papi? — señaló con su dedito.
— Sí, se llama rappel — aleccionó sonriendo al ver su carita maravillada. Besó su mejilla entusiasta —. ¿Te gustaría intentarlo?
— No sé — confesó un poco asustada —. ¿Y si no puedo?
— Tranquila, ya veremos — le confió guiñando un ojo.
Les dejaron entrar en una sala grande, donde una mujer de cabellos rojos instruía a un grupo de niñas de entre siete a doce años. El chico les sonrió y señaló con la mano a la que hablaba.
— Marin, tienes otra más — avisó en voz alta.
La mujer alzó el rostro y sonrió asintiendo, le pidió un momento a Kardia y puso a las niñas a hacer diferentes movimientos de calentamiento antes de acercarse a ellos.
— Hola, soy Marin Eagle, mucho gusto — estrechó la mano de Kardia y sus ojos azules se fijaron en Sasha —. Hola, pequeña, ¿Cómo estás?
— Bien — respondió con una sonrisa tímida.
— Mucho gusto, soy Kardia y ella es Sasha — los presentó con una sonrisa —, leí que tenían el día de hoy una práctica y que se podía venir a observar.
— Claro que sí incluso, la primera sesión es gratis — les sonrió entusiasmada —. ¿Te gustaría intentar escalar, Sasha?
La niña volvió a ver a las otras niñas un poco preocupada. Dirigió sus grandes ojos a la pelirroja y se puso nerviosa.
— Mira Sasha, ahora mi hija está en el sanitario con mi esposa, pero creo que es de tu edad — le confió cómplice —, ¿Cuántos años tienes?
— Cinco — respondió apretando la chaqueta de su padre —. ¿También su hija hace eso?
— Claro que sí y para fortuna, tienen la misma edad — sonrió con diversión —. Sólo que ella va a practicar en aquélla zona — le mostró un sitio para principiantes.
Kardia se quedó en silencio, dejando que fuera su hija la que decidiera qué hacer y recibiera la atención de Marin, que parecía acostumbrada a tumbar paredes. Sin embargo, parecía que a Sasha le llamó la atención que hubiera otra nena de su edad haciendo lo mismo.
— Ah, ya vienen — avisó la pelirroja.
Una mujer de cabellos verdes y una niña castaña entraban acercándose a ellos. La chiquita parecía llena de energía y tenía puestos unos pantalones elásticos, tenis y una blusita corta. Sus manos estaban cubiertas por guanteletes y corría hacia su madre.
— ¡Ya estoy! — le contó feliz abrazando la pierna de Marin, volteó a mirar a Kardia y luego, se alegró al ver a Sasha —. ¿Ella también va a hacer rappel conmigo?
— No sé — sacudió la cabeza mirando a Sasha —. ¿Te animas a hacer rappel con ella?
Kardia decidió que era el momento de bajar a su hija al piso. La dejó de pie y dio un paso atrás para darle independencia, pero no tan lejos para que no se sintiera abandonada.
— Yo soy Erda — se presentó la castaña con una sonrisa vibrante.
— Y yo Sasha — le respondió un poco cohibida, pero sacando carácter.
— Si te quedas, lo hacemos juntas — la intentó convencer —. Así no lo hago solita, yo te digo cómo empezar.
— ¿Y si me caigo? — preguntó atemorizada.
— No importa porque vamos a traer un... una cosa en la cintura que evitará las caídas y hay colchones donde rebotas.
Sasha volteó a ver a su padre que hincó la rodilla al piso con una sonrisa.
— Yo estaré aquí — prometió —. Y es algo que tus amiguitas no hacen, ¿Verdad?
Esas palabras la hicieron pensar mejor las cosas. Miró a su alrededor y después a Erda que esperaba impaciente.
— Bueno, lo intenta... — no terminó la frase, la castaña le cayó encima abrazándola entre risas.
Si bien a la de cabellos lilas le sorprendió mucho la efusividad, terminó con una sonrisa en los labios y se dejó tomar la mano para ser llevada a la zona donde haría su primera escalada.
— Me parece que conectaron — comentó la mujer de cabellos verdes —. Hola, soy Shaina, esposa de Marin y madre de Erda.
— Mucho gusto, soy Kardia — se presentó estrechando su mano más contento —. Ella quiere hacer algo que no sea de damitas, la tenemos encasillada en el papel y se hartó. Así que como su madre hacía esquí, vi el anuncio en las redes y decidí traerla.
— Yo la enseñaré bien y le pondré todo el equipo para que no sufra accidentes — prometió Marin —. Aquí se realiza todo con medidas de seguridad. De cualquier forma, Shaina se quedará con ellas y usted también puede acompañarlas, señor Kardia.
— Kardia, sólo Kardia — le pidió con una sonrisa —. Pierde la formalidad conmigo, por favor.
La mujer se sonrió asintiendo, tenía un aura muy interesante, parecía competente y sabía lo que hacía. Kardia se dedicó a sentarse en las colchonetas y a sacar fotos o vídeos de su hija para que Dégel los viera después.
Sasha floreció con Erda, parecía otra niña completamente diferente. Libre, atrevida, juguetona. Bajo la supervisión de Shaina, las niñas calentaron sus cuerpos. La de cabellos verdes les puso los cascos, las rodilleras, coderas, el arnés y la cuerda. A Sasha le completó el atuendo con unos guantes para que no se hiciera daño las manos.
Por supuesto, en el primer error que cometió, Sasha quiso llorar. Había escalado casi un metro y cincuenta centímetros de altura.
La caída, si bien no tocó la colchoneta gracias al arnés, la dejó en brazos de Fobos, el dios del miedo. Al ver que la pequeña de cabellos lilas gimoteaba, Erda se soltó con la confianza de una niña que ha hecho esto muchas veces, para ir con ella.
Kardia se levantó para hacer lo mismo, pero Shaina le puso una mano en el brazo y negó, señalando con la cabeza la dinámica entre las pequeñas mientras bajaba ambos cuerpecitos despacio, hasta el piso.
— ¿Estás bien? — preguntó hincando las rodillas a su lado.
— Me caí — resaltó lo obvio con un puchero.
— ¿Te duele algo?
— No — gruñó berrinchuda.
— ¡Qué bueno! Porque me asusté. La verdad, caíste toda despatarrada — sonrió Erda y ante la ofensa en la cara de su compañera, soltó la carcajada —. ¡Es verdad! Tenías las patitas abiertas, hasta pensé que te convertiste en un bicho.
— ¡No soy un bicho! — renegó Sasha y se puso en pie —. Bicho es mi papi, porque papá siempre le dice así, que es un «bicho arrastrado».
Kardia sintió ganas de utilizar una cinta adhesiva de esas gruesas para sellar la boca de su hija. Se avergonzó bajando la mirada porque Shaina las escuchaba y sonreía discreta.
— Bueno, bueno, pero vamos de nuevo — la incitó Erda —, mamá Shaina dice que una pared no me gana, que yo le ganaré a la pared.
— ¡Está bien! — exclamó berrinchuda y fue para allá, subiendo de nuevo molesta —. Esta vez te voy a ganar.
— ¡Ni sueñes! Ni que estuviera coja.
— Eres una niña grosera.
— Y tú eres hija de un bicho.
Sasha soltó la risa y eso la desequilibró cayendo de nuevo al piso de pie. En lugar de enojarse, siguió riéndose.
— ¡Eres una tramposa, me haces reír!
— Obvio, así no me ganas — aseguró trepando más rápido.
Kardia suspiró porque esperó que Sasha se negara en redondo a seguir escalando, pero en lugar de eso, parecía más motivada aún. Volteó hacia Shaina y le sonrió.
— Parece que se llevan bien — comentó jocoso.
— Demasiado bien, eso es bueno — aseguró la mujer —. Erda no tiene muchas amiguitas de su edad porque es muy voluntariosa y dinámica. Las nenas buscan ser las princesas y mi hija es todo lo contrario — le confesó entre risas.
— Entiendo el porqué, ustedes son demasiado... — buscó las palabras para describir su actitud —. Amazónicas, ¿Conoces el concepto?
— Por supuesto, Marin y yo vivimos unos años en Grecia — le contó en confidencia —. Ahí nos conocimos y nos casamos. Ella es japonesa y yo soy italiana.
— Ya entiendo, mi esposo es ruso, pero su familia es francesa. Yo soy griego — platicó tranquilo —. Me encantaría que pudiéramos intercambiar teléfonos y ver si de alguna manera nuestras hijas siguen en contacto.
— Eso sería maravilloso, Kardia — celebró Shaina asintiendo —. Erda necesita amiguitas como te platiqué y hace muy buena mancuerna con Sasha.
Ahora mismo estaban llegando ambas con los pies en las piedras que señalaban el metro y sesenta centímetros de altura. Esta vez iban más alto. Para unas niñas de cinco años, era demasiado lo que habían logrado porque estaban aprendiendo a controlar su motricidad fina.
— Pues aquí tienes mi código QR — le mostró su celular, Shaina rápido puso el suyo e intercambiaron números —. Shaina entonces, bien... — fue metiendo los datos —. Mi hija tiene ballet martes y jueves, pero los viernes puedo traerla acá.
— Sería bueno, nosotras siempre estamos porque acompañamos a Marin, así Erda hace su practica para cuando vayamos a la montaña — le confió contenta —. Nos gusta darle libertad, que ella decida hacia dónde ir.
— Te entiendo, pero como es tan pequeña, no sé a dónde apuntar con mi hija — confesó rascándose la nuca.
Las vio subir al metro setenta y no más. Erda resbaló y por intentar agarrarla, Sasha terminó sujeta por el arnés en el aire, con su amiga abrazada entre risas.
— Basta, chicas, vamos a hidratarnos — les llamó Shaina mostrando sus botellas.
Las niñas bajaron y llegaron rápido entre risas y bromas. Kardia se sintió feliz y satisfecho de verla tan contenta. Era lo que necesitaba y podía asegurar que esa noche dormiría bien. Además, se evaporó el mal humor que la perseguía.
— Papi, ¿Me viste escalar? — indagó llena de energía —. ¿Viste qué alto llegué?
— ¡Sí! — la abrazó y llenó de besos —. Y te grabé — le mostró acariciando el cabello húmedo por el sudor.
— A ver — se interesó y sonrió cuando su padre le mostró —. ¡Erda, Erda, mira, papi nos grabó!
La castaña corrió y para sorpresa de Kardia, Sasha le echó un bracito sobre los hombros como hacía su amiguita y compartieron el momento entre risas.
Estuvieron ahí casi una hora más. Shaina las ponía a escalar y les daba descansos donde las niñas platicaban de sus cosas en voz alta. Así, Kardia supo que Erda no tenía padre, pero sus mamás eran geniales. También escuchó la queja de su hija sobre la llegada de su madre.
— Vamos, es tu mami, seguro que no quería irse lejos, pero a veces es así — encogió los hombros Erda —. Mami Shaina no quiere, pero como es doctora, no siempre está conmigo aunque intenta los viernes no fallar, hay días en que se tiene que ir. Y si tu mami estaba enferma, no fue su culpa. Mami Shaina dice que el cuerpo es así. A veces estamos bien y otras no y los médicos como ella, no pueden curarlos a todos. Puede ser que por eso se fue con un médico que sí la podía curar.
Sasha escuchaba todo atenta, asintiendo con la cabeza o quedándose callada meditando las cosas.
— Bueno, voy a ver qué pasa — concedió con una sonrisa trémula —, ojalá me quiera.
— Te va a querer porque todas las mamis quieren a sus hijos — recitó como un mantra —, eso dice mamá Marin. Ya quisiera yo tener un papi.
— Yo te presto el mío — ofreció Sasha y Erda abrió sus ojos grandes —. Tengo dos, así que te presto a papi Kardia porque papá Dégel es enojón y seguro que te enojas con él.
El hombre se sintió un objeto. ¡Ya hasta lo prestaban!
Shaina soltó una risita por lo bajo encogiendo los hombros.
— Cosas de niñas — le reconfortó intentando que no se asustara.
— No, supongo que está bien — declaró Kardia —. Si Sasha quiere prestarme, no veo nada de malo. Al contrario, si puedo ayudar será un placer.
Shaina abrió sus ojos grandes y ladeó la cabeza. Se notaba que en su cabeza iba hilando las cosas.
— Necesitaría hablar de esto con Marin — aclaró intentando ser imparcial —, comprenderás que es una relación de dos.
— No te preocupes, Shaina — comentó con una sonrisa —. No es necesario que me expliques porque lo entiendo muy bien. Hablen y de cualquier forma, tienen mi contacto.
Eso relajó más a la mujer que sonrió. Marin llegó al poco habiendo terminado su clase, le dio un par de consejos a las niñas para que hicieran trabajo en la semana antes de verse el próximo viernes y las mandó a cambiarse.
Kardia esperó tranquilo a que su hija volviera del vestidor, satisfecho de saber que actuó de forma correcta. Platicó con las mujeres sobre los horarios, los costos y el equipamiento que deberían llevar.
Sasha regresó a su lado con su amiga y Kardia le avisó que debían despedirse ya. La niña le dio un abrazo a Erda y quedaron de verse pronto, todas alborotadas. El hombre se sonrió quedando en volver el siguiente viernes.
— Papi, me cansé — confesó Sasha caminando a su lado muy contenta —, hice mucho ejercicio.
— Me da gusto, bichita — celebró con entusiasmo —, así puedes decirle a tu mami que hiciste rappel.
— ¡Sí! — parecía encantarle la idea —. ¿Podemos ver a Erda otro día?
— Necesitaremos hablar con sus mamás primero, pero sí — prometió deteniéndose en el mostrador del lugar —, espera un poco, por favor.
Habló con el muchacho sobre la suscripción, sacando la cartera para pagar el primer mes por adelantado. Iba llenando los formularios mientras Sasha abrazaba su pierna bostezando. Entregó cada documento lleno y esperó a que le dieran el recibo.
— Papi — llamó su atención jalando su pernera. Kardia volteó la cabeza para mirarla —, ¿Esa no es la camioneta de papá? — señaló con su dedito la televisión.
Kardia elevó la mirada hacia la pantalla, el noticiero mostraba un vehículo destrozado en la parte trasera. Era el mismo modelo que el adquirido por su esposo. Inquieto, leyó el subtítulo sintiendo que se le cerraba la garganta.
«Accidente mortal en La Chapelle. El conductor perdió la vida».
Sacudió la cabeza pensando en que había muchas camionetas así, incluso Dégel la pidió con ese verde oscuro porque la producción era masiva. La respiración se le aceleró, no lograba escuchar el audio porque tenían la televisión en silencio. Sin embargo, como una pesadilla, sus ojos captaron la única muestra que le llevó la mano al brazo izquierdo.
Eran las placas de la camioneta.
DR 801 KS.
Era el vehículo de Dégel, el que se llevó en la mañana para ir por Seraphina. Kardia lo sabía porque lo buscó y sólo estaba su auto. ¿En dónde pondría las maletas de la mujer si no había espacio en el sedán? Tenía que ser la camioneta.
Ni siquiera escuchó al chico que le tendía el recibo, agarró a su hija en brazos y salió como alma que persigue el Cancerbero directo a su automóvil con el rostro lleno de sudor y el corazón bombeando con fiereza. Podía sentir cada latido en sus oídos y la nariz aspirando ese horrible olor que le recordó a cuando se enteró que su madre había muerto.
Era el olor de Thanatos y Dégel estaba muerto...
Dégel.
Muerto...
No volvería a ver esos ojos violáceos, ni a probar esos labios. No escucharía esa voz regañarlo por gastar tanto en ropa para Sasha o por haberla arriesgado en el rappel. Esos brazos no lo rodearían, ni podría escuchar esa voz barítona y sensual de nuevo, ni sentir ese calor por las noches con sus cuerpos entrelazados.
Muerto...
— ¿Papi? — escuchaba a su hija hablarle en volumen bajo —. ¿Papi?
No podía responder, el pecho le dolía horrores y el brazo parecía que había sido cercenado.
Su mente seguía ocupada en atrapar cada resquicio de los momentos compartidos con su amado, la voz, la palabras, las caricias, los besos, las sonrisas.
Cayó de rodillas gimiendo de dolor.
— ¿PAPI? — los gritos estaban cada vez más y más lejos —. ¡PAPITO!
Kardia percibía dolor, uno tremendo en su brazo derecho. Las lágrimas recorrían sus mejillas.
— ¡PAPITOOOO!
La oscuridad se apiadó de él y se lo tragó.
«Espérame Dégel, no te vayas solo... Voy contigo. Te lo ruego, no me dejes aquí...»
Hola, ¿Cómo va?
*Se frota las manitas*
¡Acá hace frío!
Prometí que se venía una bajada en la montaña rusa y cumplí.
Quizá es como muy de golpe todo, pero yo vine advirtiendo con guiños lo que podía suceder y...
¡Sucedió!
Ahora quiero saber tu opinión:
¿Te gustó Kardia como papi?
¿Habrá muerto Camus?
¿Se nos muere Kardia?
¿Qué sucedió con los chicos?
¿Esperabas que la figura fuera la madre de los hijos?
Y la pregunta más importante de todas: ¿Vamos bien o corrijo algo?
No te olvides de buscar tus respuestas el próximo jueves.
Muchos besos, gracias por tus comentarios, estrellitas y lecturas y...
¡Hasta pronto!
ACLARACIONES:
*Agape mou — "Mi amor" en griego.
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