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15. Las cicatrices de Milo.

Miércoles

Afuera del restaurante donde Milo tenía una entrevista con el investigador privado, Aldebarán esperaba paciente caminando entre las tiendas del centro comercial cercano. Acompañaba al rubio en su día a día, conforme las indicaciones del psiquiatra. Sin embargo, tenía momentos de distensión en que podía ir y venir a su antojo.

Sobre todo, cuando iba a verse con quien pagó su salario el primer año porque después de ese lapso de tiempo, Milo se hizo cargo de sus honorarios, una vez que se asentó económicamente y su empresa empezó a repuntar.

Ahora, les iba a ambos maravillosamente bien. El moreno estaba feliz de ver cómo el rubio estaba evolucionando y sentía que estaba haciendo su labor de la forma correcta, lo que le llenaba de satisfacción personal.

Pensando en eso, Aldebarán llegó al pequeño café y ordenó un chocolate a la francesa con una tarta de coco y piña. Era una bebida caliente medianamente espesa, cuyo sabor se potenciaba si se le agregaba un toque de crema batida con canela.

El brasileño era afecto a ese brebaje y para el frío que empezaba a hacer en el cambio de estación, le pareció propicio. Sentado en la mesa con una vista estupenda de la catedral de Notre Dame en reconstrucción, esperó a su compañero.

— Hola, Barão le saludó Kardia con una sonrisa estrechando su mano —. No te levantes, ya veo que te gustó el chocolate francés.

— Boa tarde, Kardia!  El chocolate es de mis favoritos y las críticas dicen que en este lugar es excelente — le respondió con una sonrisa en los labios.

— Ahora entiendo por qué me pediste vernos aquí — declaró divertido llamando al mesero —. Un café irlandés, por favor — solicitó acomodándose en la silla. 

Kardia abrió el saco y dejó a la vista su largo pañuelo rojo alrededor de su cuello. Un detalle que lo caracterizaba. En invierno usaría una bufanda.

El brasileño esperó paciente a sabiendas de que esta reunión debió acontecer hace muchos años atrás, pero el de cabellos azules tenía un particular sentido de la terquedad. 

El celular vibró y lo revisó mirando en la pantalla el nombre de «Artemisa». Rechazó la comunicación, escribió rápidamente un «Estoy en una reunión, te llamo después»  y lo envió, antes de poner en silencio el dispositivo.

— ¿Hombre ocupado? — se mofó el griego.

— La diosa ha crecido y se convirtió en una hermosa luna llena que alumbra el planeta, sólo que no sé si debería atreverme a mancillar lo que ha sido protegido por toda la eternidad — susurró lleno de las emociones que Artemisa le despertaba.

— Aprendí a las malas, Barão soltó con un suspiro prolongado —. Mírate en mi espejo y no dejes atrás lo que te hace feliz o sentirte completo — aconsejó.

Era difícil tomar un consejo de Kardia cuando se quedó en silencio tantos años y ahora despertaba como si hubiera estado hibernando, queriendo dar lecciones de moral. Sin embargo, el moreno guardó silencio tomando a bien la recomendación con un asentimiento de cabeza.

Se limitó a sonreír un poco cuando el mesero trajo el pedido del griego. Kardia agradeció y para cuando el encargado se retiró, fue el momento de continuar la plática.

— Me veo en tu espejo Kardia y siento que tengo muchas ganas de romperlo a puños — confesó con una mueca triste —. Hablo por mí como persona y lo que le hiciste a Milo, no es de hermanos.

La mano del griego tembló al llevarse el café a los labios. Dio un sorbo aprovechando su disculpa protocolar porque es sabido por todos, que no se habla con la boca llena y organizó sus ideas.

— No fue fácil, Barão expresó con pesar —. Debí ir desde el momento en que lo internamos, debí responder cada llamada que me hizo, debí estar concentrado en ayudar en lugar de censurar, pero en ese momento, mi ánimo no buscaba la comprensión, sólo la asistencia.

El asistente terapéutico se limitó a degustar la tarta de coco y piña con movimientos pausados. Una de sus labores primordiales era escuchar y a eso se dedicó. La catarsis le haría bien a Kardia, se le notaba a leguas el estrés que cargaba.

— ¿Te estás tomando tu medicación? — interrogó recordando un punto medular del asunto —. No deberías beber alcohol en tu condición.

— Dejemos eso fuera de esta conversación porque no quiero a otro médico jodiéndome con mis problemas de salud — rogó impaciente —. El punto es que tienes razón — concedió con un largo suspiro de resignación.

El griego buscó nervioso en los bolsillos de su saco y extrajo del bolsillo interior una cajetilla de cigarros arrugada.

— No debí dejar solo a Milo cuando estaba tan mal — prosiguió y sacó el primer cigarrillo con falanges temblorosas —. Sin embargo, no puedo castigarme por un pasado que ya no puedo corregir, sino pensar en el futuro o ¿Cómo es que le enseñaste a Milo?

— Juzgarte por el doloroso pasado, sólo lastima y crea impotencia. Eso te lleva a la frustración, sigue la ira y después, el odio — respondió lacónico. Kardia volvía a buscar algo —. Te debes concentrar en la persona que eres hoy y actuar en consecuencia con lo que viviste ayer, para no repetir los errores, para ser quien anhelas y por ti, debes trabajar cada segundo.

Aldebarán entendió lo que necesitaba el griego y del bolsillo de su pantalón, extrajo un zippo con el dibujo de un toro. Lo encendió y llevó adelante, hasta que el otro se acercó con su cigarro. El fuego llenó toda la punta.

— Pues eso — susurró Kardia soltando la bocanada de humo a un lado —. Lastimé a Milo cuando sólo quería ayudar y sacarlo de un entorno tóxico. En lugar de ello, este domingo me lo encontré y me dijo que — carraspeó aclarando su garganta — separé a un hijo de su padre. ¿Es cierto? ¿Milo tenía un hijo?

Era una pregunta muy difícil de responder. Si bien todo dependía de un «» o un «no», tenía detrás una carga emotiva y una tremenda historia que como profesional, era más fácil de resolver, que como persona.

— Eso no me compete a mí decírtelo, Kardia — aclaró tamborileando los dedos contra la superficie de la mesa —. Ambos sabemos que más que un sirviente o un chofer, soy un acompañante terapéutico y un psicólogo con un secreto profesional qué guardar.

— ¡Y en el Tártaro, los titanes quieren libertad, Barão! renegó el griego golpeando la mesa con la palma —. Es una respuesta fácil, podrías decirme lo que necesito.

— Bien — asintió el brasileño con la cabeza —. Necesitas sentarte a hablar con Milo largo y tendido. Ambos requieren confesar, platicar, discutir, llorar o incluso maldecir. Milo necesita a su hermano como nunca y tú, no puedes cegarte a pensar que con darle dinero, haberlo internado y alejado de los que le hacían daño, cumpliste con tu misión de buen hermano. Eso fue el inicio, pero te faltó iniciar un proceso de acompañamiento.

Kardia sentía sus manos temblar. Le costó llevar el cigarrillo a la boca y dar una succión profunda. Le dolía la cabeza, el pecho, la cadera, el brazo derecho, el estómago. Todo en general. Se restregó los cabellos azules sintiendo los lagrimales activarse.

— No fue fácil lo de mi padre, Barão confesó con voz ríspida —. Enterarme cuando su enfermedad estaba en su peor estadio, de que tenía un hermano menor fuera del matrimonio, me enloqueció. No pude...

Aldebarán no lo interrumpió. No estaba en su labor callar las palabras que salían de esa boca y era mucho mejor que dejara caer las cadenas que le impedían ser libre, ser él mismo. 

Podía ser que Milo y Kardia jamás lograran tener una relación donde se estrecharan los lazos, pero al menos, necesitaban aclarar todo y cerrar ese capítulo en su historia.

— No pude aceptar que Milo me necesitaba, estaba resentido por su existencia, molesto porque mi padre hubiera engañado a mamá y para colmo, ya estaba en una relación con Dégel, a semanas de casarnos e irnos a vivir a París. Sé que actué mal al llegar, separarlo de todo e internarlo, pero en ese momento no supe qué más hacer. De cualquier forma, Barão, en esos momentos Milo tampoco escuchaba, preso de un círculo de destrucción que se negaba a abandonar.

Ambos hombres guardaron silencio. El griego por dar otra calada al cigarrillo y el grandulón porque no tenía nada qué acotar. 

Era lo que Kardia sentía y había analizado al paso del tiempo. Prejuiciar no estaba en la competencia de Aldebarán. No era un juez, sino un psicólogo y analizar al griego, estaba vedado por su juramento. 

No podía atender a dos miembros de un mismo círculo familiar.

— Considero que es necesario para ti, que hables con Milo — repitió para ver si lograba darle un objetivo —. Es tu decisión el cómo, cuándo o incluso, si sigues el consejo, pero no puedo decirte nada sobre él, porque la decisión es de Milo. 

— ¿Al menos, está bien? — mató el cigarrillo en el cenicero, exhalando el humo.

Kardia sabía que insistir era en vano. Ese gigante no diría absolutamente nada y por eso, le parecía que había hecho la mejor elección al ponerlo como acompañante de Milo.

— Está mejor, tiene sus bajas como cualquier persona, pero está tomando mejores decisiones para él — dejó en claro terminando su pedazo de tarta —. Quiere cerrar ciclos y espero que logren ambos concretar el suyo para estrechar lazos o para al menos, que cada uno conozca la versión del otro. 

El griego asintió con la cabeza, se terminó el resto del café de un solo trago y se quedó meditando.

— Gracias, Barão sonrió a duras penas frotándose el brazo derecho —. Siento que mi vida es una montaña rusa, cuando por fin todo se serena, vuelve a atacarme con fuerza.

— Es que no encarado tus fantasmas — opinó Aldebarán —. Dejas todo al final, lo empujas o lo metes en una caja esperando a que no salga. Está bien como método de sobrevivencia inicial, pero a la larga, éstas son las consecuencias.

— Creí que debía pensar todo en frío.

— Sí Kardia, pero después de siete inviernos, no esperes que tu hermano te escuche con una sonrisa. Tuviste oportunidades, yo tengo cinco años con Milo y lo sé, pero no quisiste.

El griego fue a por el siguiente cigarrillo, encontró su encendedor y quemó la punta. Dio la primera calada y se restregó la frente con la mano.

— Es difícil hablar con él, Barão.

— Estoy de acuerdo, Kardia — asintió con el dedo índice —. Yo mejor que nadie sé lo difícil que es tu hermano cuando sacas ciertos temas a relucir y lo mal que se pone, pero te estoy diciendo esto y quiero que lo escuches bien: esta ventana se abrió y tienes la oportunidad de entrar con paso firme para estar al lado de Milo y ayudarlo en un proceso que lo carcome, por la importancia que tiene para él. Actúa ya — habló con voz firme. — Me sorprende que siendo tú, te pienses tanto las cosas.

— Temo que me mande a patadas al Tártaro — se lamentó dando otro toque al cigarrillo.

— Eso no lo dudes, pero ten voluntad — aconsejó dentro de sus posibilidades —. Tu hermano está solo y yo no voy a durar mucho más. Si sigue tan bien como ahora, le daré el alta pronto.

— ¿De verdad? — se alegró —. ¡Esa es una buena noticia!

— Sí y no — reflexionó el brasileño —. Tiene problemas con la interacción social y con la confianza. Y veo beneficioso que intervengas de una vez, para que esté acompañado por alguien de su familia. Sé firme, sé constante y Milo te escuchará, no es tan obcecado como tú.

Kardia exhaló el humo pensativo. Asintió con la cabeza matando el segundo cigarrillo y se recargó contra la silla mirando el cielo de la tarde. Se restregó las palmas en el rostro y acomodó sus cabellos con la diestra.

— De acuerdo, buscaré el momento para entrar — prometió.

La mano de Kardia se apoderó de la cajetilla por tercera vez. Aldebarán se la quitó y el griego frunció el entrecejo al ver que el brasileño la hundía en el bolsillo de su abrigo, lejos de las manos de Kardia.

— Basta de fumar — le ordenó con fuerza —. Tienes una ansiedad oral increíble y no te fijas en lo que haces. Llevamos aquí menos de quince minutos y vas por el tercer cigarrillo. Necesitas también hacer terapia — recomendó dejando un billete sobre la mesa que cubría la cuenta de los dos. Ahora podía darse esos lujos — Nos vemos después, tengo que ir a por tu hermano. Cuídate Kardia y no dejes la medicación.

— Sí, Barão rezongó como niño chiquito siendo regañado por su madre —. Cuídalo, ¿Quieres?

— También cuídate, tienes un esposo y una hija que te esperan en casa — le aconsejó dando una palmada en su hombro antes de caminar.

Kardia entendía al brasileño, pero lo que más temía era afrontar una realidad y no soportar la conversación. Esa era otra de las cosas por las que se negaba a hablar con Dégel y como Aldebarán decía, estaba guardando la situación en una cajita para que se enfriara.

Esperaba que no explotara antes de darse valor y hablarlo con ambos.

Shura entró a su hogar con el maletín en la mano y la cabeza hecha un lío. Milo Antares tenía un problema tamaño jumbo y necesitaba observar bien la situación antes de dar un paso. Iba a quitar la alarma cuando descubrió que Aioria estaba en casa. Sonrió por inercia.

— ¡Hola! — saludó al encontrarlo en la cocina haciendo algo que olía delicioso —. ¿Mi león tiene hambre? — se burló pasando las manos por la cintura del rubio y depositó un beso en su nuca.

— Hola, amor — ronroneó con ese ósculo y sonrió de lado —. Bastante, me gustaría un buen filete español. ¿Sabes si hay disponibles?

— Espero que te refieras a mí — hundió los dientes en su piel, saboreando su sabor mientras su olfato se saturaba con el aroma de la colonia afrodisíaca del griego —. Porque si no, no te digo algo que te va a interesar.

El rubio estaba haciéndose una idea de lo que podía hacer con esos dientes y esas manos que le hacían anhelar mucho más. Sin embargo, la última frase le llamó la atención. Volteó los filetes de res y cubrió la sartén con la tapadera, volteando hacia su novio para degustar sus labios en un tórrido y apasionado beso, que terminó con Shura sentado en la encimera.

— ¿Ah sí? — susurró Aioria hundiendo su lengua en la boca de su compañero, probando su saliva, presionando sus caderas contra las otras que le recibieron con anhelo —. ¿Y qué es?

— Tengo un trabajo...

— Ahhh, no — se lamentó alejándose de él con frustración —. ¿Y cuántos días o meses vas a estar saliendo temprano y llegando tarde? — eso era lo que le incomodaba del trabajo de su novio.

Shura arqueó una delgada ceja siguiendo los movimientos del león irritado. Iba y venía de un lado al otro, mesando los cabellos desengañado.

— Pensé que te gustaría saber que...

— ¡No! — interrumpió de inmediato —. No me gusta eso de que te vayas y regreses agotado, justo cuando me di un año sabático en la universidad.

— ¿Me dejas terminar? — pidió mirándose las uñas esperando su oportunidad. Al ver que el otro callaba, la aprovechó —. Voy a ir a Grecia y pude meterte en la investigación.

— ¿A mí? — se auto señaló.

— A ti — asintió con una pequeña sonrisa —. Sabes que nunca te incluyo en mis trabajos, pero esta vez, lo hice porque el caso lo amerita y estaban preocupados porque no conocía la zona en la que estaré buscando.

Eso atrapó la curiosidad del felino, que fue a verificar la comida moviendo los filetes y se asomó a ver el estado de las papas rellenas en el horno.

— ¿A qué zona vas?

— Atenas, estaré buscando en Tavros.

— Tal cual dices tú, no me jodas — resopló sacudiendo la cabeza —. No y no, Shura. Ahí te van a hacer papilla. Un español en la zona de mayor migración de Atenas y más tú, con ese aire de modelo que tienes, no y no — reafirmó su negativa, preocupado por su novio.

Shura guardó silencio dejando que Aioria siguiera despotricando. Entendía que Tavros más que ningún otro lugar de Atenas, era una zona marginal de cuidado. Ahí, literalmente, se alimentaban con agua y mataban por comer cualquier cosa.

No entendía cómo alguien como Milo Antares quería que empezara la búsqueda en ese sitio aunque sospechaba algunas cosas y deseaba, cuando su novio dejara de negarse, platicarlo con él.

— ¿Ya terminaste? — indagó con voz fastidiada, eso calmó al otro —. Esa fue una de las razones por las que pensaron no darme este trabajo, hasta que les dije que mi pareja era nativo de allá y conocía la zona. Así que en base a eso, logré que te dieran viáticos también.

Aioria no estaba nada convencido de esto, ni siquiera el acompañar a Shura le dejaba tranquilo.

— ¿Por qué este trabajo? ¿Por qué vas a ir ahí, Shura? Explícame tu tren de pensamiento porque no te sigo.

Exigió sacando los platos del mueble, ofuscado por la sospechosa cabra. En ocasiones, Shura era tan obcecado, que Aioria necesitaba darle una mordida para que dejara de perseguir algo.

— Porque quien me contrató, quiere que busque a alguien que era parte de Sunion.

La porcelana cayó al piso destruyéndose al impacto. Shura se recriminó la tontería de decir eso justo cuando Aioria no estaba sentado y tenía platos en la mano. Se apresuró a sujetar a su novio que estaba lívido.

— ¿Sunion? ¿Dijiste Sunion? — repitió como disco rayado.

— Ven a sentarte — le invitó y en cuanto lo tuvo en la silla, fue rápido a apagar la hornalla, verificar las papas y a servir un vaso de pacharán —. Bebe con... — Aioria se lo tragó de una sola vez — cuidado...

El león sacudió la cabeza y siguió en silencio. Shura le dejó la botella azul frente a él mientras se dedicaba a ir por la escoba y recoger los vidrios. Aioria bebió otra medida del licor anisado con una gran sed, producto del shock.

— ¿Ese tipo era parte de esos hijos de puta? — indagó con un tono grueso y agresivo.

— Al parecer no — susurró pensativo —. Sin embargo, es poco lo que pude encontrar de él en esa época. En cuanto supe que iba a buscar a alguien de Sunion por instrucciones de este tipo, me di a la tarea de investigar primero para saber con quién me metía, pero tal cual, es un misterio en algunos aspectos. Espera que traiga todo.

Shura fue a su portafolios y sacó el expediente que le dio Milo, así como su propia investigación. Aioria de inmediato se interesó en la carpeta de su cliente.

— Se llama Milo Antares, tiene treinta y un años, nació en la isla de Milos...

— Qué buena broma de sus padres, nació en Milos y le pusieron Milo — opinó Aioria resoplando —. Digo, para que rime...

— Cállate que nos va a pagar el viaje — le reprendió Shura —. Decía, treinta y un años, nació en Milos el ocho de noviembre. Su madre era contadora y falleció hace seis años. Su padre es desconocido. Su vida transcurre tranquila hasta sus veinte años, donde desaparece de la universidad donde estudiaba Contaduría. Ya sabes, siguiendo los pasos de su madre, lo que nos dice mucho de su personalidad. Hace siete años, sale de Grecia rumbo a Londres y de ahí, no se vuelve a saber de él en cuanto a registros. Hasta el año siguiente, con el acta de defunción de su madre — se la entregó.

Aioria revisaba los datos de la carpeta del cliente y optó por prestar atención a las palabras de su pareja. Necesitaba saber quién era este tipo antes de meterse de lleno.

— ¿Pudo estar en la zona cuando sucedió todo? — revisó el acta de defunción —. Auch, traumatismos múltiples, fractura craneal. ¿Qué le pasó a la mujer?

— Accidente automovilístico o eso dicen los registros. Al parecer, estuvo en coma dos meses y no despertó. Tuvieron que desconectarla con la autorización de Milo, pero lo importante es... — comentó Shura revisando los datos y le entregó un parte médico, así como otra hoja —. Esto... Aquí está su salida de Atenas de hace siete años. Él parte rumbo a Londres, treinta días antes de que pase lo de tu sobrino. Si este hombre estaba en Sunion, me parece que no estuvo implicado.

Aioria revisó los datos de migración en Grecia respecto del tipo. Si bien Shura era muy buen investigador y se afanaba en perseguir como perro cada dato pequeño, le ayudaba mucho que El Cid hubiera sido parte de las fuerzas especiales de la Interpol en su momento. Eso le dejó al mayor, muchos contactos que Shura explotaba con habilidad.

— Está guapo el tío — opinó Aioria mirando la fotografía del pasaporte —. ¿Es mi imaginación o tiene golpes y el tabique nasal desviado?

— No, esa es una buena observación — alabó el azabache —. Está golpeado, por aquí tenía... — buscó rápidamente — Acá está — le mostró la hoja de internación. — Es el alta médica de Milo, traumatismos, fracturas de costillas... Alguien le puso una paliza y a duras penas se recuperó para la foto o le hicieron un buen trabajo de maquillaje.

Aioria revisó de nuevo la foto del pasaporte. Si bien era a color, se notaba ligeramente lo oscuro de algunas zonas.

— Fue un buen maquillaje — hizo una mueca dejando la hoja a un lado —. ¿Y luego?

— Pues... Entra a la universidad y escucha esto — le llamó la atención —. Es un tipo de clase media en Grecia, no tiene muchos contactos, después de lo de su madre, vuelve a desaparecer un año y sólo asoma la cabeza para estudiar en Cambridge, Aioria. ¡En Cambridge!

El griego levantó las cejas sorprendido, esa universidad era una de las mejores a nivel mundial, pero también era carísima. Entendió el hilo de pensamiento. ¿De dónde sacó tanto dinero?

— Y para más dudas — le enseñó Shura una hoja —. Es socio mayoritario de Ophiuchus.

— ¿De qué?

— Ophiuchus es una empresa farmacéutica que está despuntando hoy en día. Hace cinco años apareció de la nada con una droga que revolucionó el mercado de las enfermedades degenerativas y escaló como la espuma en la bolsa de valores de Nueva York. Su sede está en Londres, donde él estudió.

Aioria tenía toda la cabeza saturada de información. Agarró un bloc de notas y empezó a vaciar los datos para organizar su mente. Era lo que hacía normalmente cuando algo se le complicaba.

— A ver, entonces sin dinero, se va a Londres, sólo vuelve para desconectar a su madre, vuelve a irse. Un año después, crea esta empresa y simultáneamente, se mete a estudiar en Cambridge, pues ahí me dan las cuentas. ¿Qué estudió?

— Administración de empresas — respondió rodando los ojos dentro de sus cuencas —. Tiene sentido, si tienes una empresa, estudias para sacarla adelante.

— ¿De dónde sacó todo el dinero? — se cuestionaba Aioria —. Eso es lo que no tiene lógica.

— Y no, porque el capital fijo de Ophiuchus cuando empezó, era el básico, pero el variable era de siete millones y medio de euros — aclaró tras revisar sus notas.

El león dejó a un lado todo. Analizó cada variable y se restregó el rostro sin entender muchas cosas. Optó por ponerse en pie, sacar dos platos para servir unos maníes que llevó a la mesada y empezó a comer inquieto.

— ¿Y si es un prestanombres? — sospechó Aioria pensativo —. Puede ser que siga siendo parte de Sunion o no... ¿Por qué harás su investigación?

— Porque está buscando a alguien — le aclaró mostrando el expediente de Milo y señalando un nombre —. Esta mujer por lo que me dijo él, sí estaba en Sunion en las fechas que sucedió lo del nene.

Aioria sintió que Shura le estaba dando la oportunidad de escarbar en el pasado. Su mano viajó directa al plato de maní y echó unos cuantos a su boca para masticar con fuerza.

— ¿Irás a investigar a esta mujer y de paso...?

— Investigaremos lo de tu sobrino — completó Shura con una sonrisa maquiavélica —. Mataremos dos pájaros de una pedrada. Si cruzamos los datos que me dio el tal Milo con la investigación de tu hermano, podríamos saber más.

— Mañana mismo desconectaré las cámaras de Aioros y entraré a su casa para buscar el expediente, le saco copias y lo traigo para revisarlo — planeó el león con la sangre bombeando al máximo —. Y si el tal Milo es parte de Sunion...

— Buscamos pruebas y lo hundimos...

Aioria asintió con una sonrisa esperanzada. Sus ojos miraron a su pareja y lo abrazó con fuerza. Le dio un beso pasional que los dejó a ambos sin aliento y pegó su frente contra la suya.

— Hagámoslo, ¿Qué más falta para irnos?

— Quisiera hablar con mi hermano primero.

— ¿Con El Cid y para qué? — indagó pues no entendía el punto.

— Porque él tiene datos que nos faltan, los vivenciales — le hizo hincapié golpeando la mesada con su índice —. Esos no vienen en el expediente y necesitaremos cada pequeño detalle para hacer una buena búsqueda. Sabiendo qué pasó, sabremos qué preguntar y cómo meternos.

— Cierto, hay cosas que Aioros no me quiere decir — se lamentó con frustración —. ¿Cuándo lo hacemos?

— Ya le mando un mensaje.

M I É R C O L E S

Jueves

Milo revisó por enésima vez su teléfono decepcionado. Desde que el martes tuvieron esa comunicación excepcional, Camus literalmente había desaparecido de la faz de la tierra. El día anterior le mandó un mísero mensaje y hoy, ni siquiera respondió el saludo que le envió desde las nueve de la mañana.

Y ya pasaba de la 1:45 de la tarde...

Lo peor, es que lo veía en línea todo el día de hoy. Tenía tiempo para otros, pero no para él. Se sentía un imbécil por estar buscando al pelirrojo, debería ocuparse de otras cosas más importantes que seguir al pendiente de si le respondía un mensaje que dejó en visto.

Hastiado, dejó el dispositivo a un lado y se concentró en su trabajo.

En la cocina, Aldebarán estaba tarareando una canción en portugués y mientras hacía el almuerzo, Milo pensó que el brasileño movía las caderas como «haciendo mayonesa». Al darse cuenta de su hilo de pensamiento, supo que debía dejar de ver tonterías en Tik Tok.

Se paseó las manos por los cabellos hastiado. Cansado de tener tanto pelo en la cara, fue a su habitación buscando un elástico para atarlo. Mirándose al espejo, se hizo una coleta rápida y juzgó su apariencia. Algunos mechones le caían por el rostro, pero al menos no tenía que retirarlo a cada rato.

Una melodía se oyó en su celular. Era el ringtone de una llamada y como no tenía ganas de hablar con nadie, lo ignoró olímpicamente mientras se lavaba las manos. En su lugar, decidió ir a tocar la batería, le haría bien para relajar los ánimos.

— Oyi, Milinho! — le gritó Aldebarán —. ¡Te habla Camus!

Estaba caminando hacia el cuarto de música cuando esas palabras le hicieron perder el paso. Volteó de inmediato para correr hacia la cocina, llegó casi resbalando y el brasileño evitó que se diera un golpazo en el piso de puras nalgas, al sujetar su camiseta sosteniendo su peso.

— Ya veo que hice bien al avisarte — celebró divertido y le entregó el dispositivo —. Seguiré cocinando.

Milo asintió con la cabeza recuperando la vertical y se apresuró a deslizar el dedo para tomar la llamada y justo, se cortó.

— ¡POR TODOS LOS TITANES DEL TÁRTARO! — gritoneó nervioso, desbloqueando la pantalla para buscar la aplicación y marcar.

Esperó impaciente y leyó el anuncio de «Camus Roux está en otra llamada»

No, no podía ser, no era justo. 

¡No y no!

— ¡MÁTAME THANATOS! — rogó aventando el dispositivo al sillón más que frustrado.

No podía ser que cuando Camus se dignaba a llamarlo, Milo no alcanzara a responder y ahora el pelirrojo se hubiera puesto a hablar con alguien más. ¿Acaso ese francés se burlaba de él? Milo se restregó los cabellos con histeria.

El ringtone sonó de nuevo y Milo sintió su corazón brincar. Volvió a salir por patas. Se lanzó por el móvil y en la desesperación, terminó rebotando contra los cojines y azotando en el suelo.

— Auch — se quejó al tiempo que respondía la llamada.

— Ah... ¡Hola, Milo! ¿Estás bien? 

Escuchó la maravillosa y preocupada voz de Camus, con ese acento francés que le calentaba la bragueta cada mañana. Era increíble cómo lo ponía de buen humor con un solo gesto.

— «Sí» en español, «oui» en francés, «yes» en inglés y «nai» en griego — repitió entre risas adoloridas.

La carcajada de Camus consoló cada parte de su maltratado corazón. Milo sonrió sintiendo que un calor tremendo le inundaba desde su oreja y pasaba por todo su cuerpo. Ese pelirrojo le encantaba.

— Oyi, Milinho, tudo bom? — preguntó Aldebarán asomándose por el marco de la puerta, lo miró en el piso y soltó la carcajada —. Ese pelirrojo te ha noqueado con un solo timbre — se burló echando la cabeza atrás entre risas, antes de regresar a la cocina.

— Ah, lo siento, no sabía que estabas ocupado — escuchó a Camus y Milo sacudió la cabeza —. Te hablo al rato si...

— ¡NO,  NO,  NO  TE  ATREVAS  A  COLGARME,  CAMUS  ROUX! — le advirtió desenfrenado.

— Ah... este... ¿De acuerdo? — parecía confundido.

— Es que te extrañé, Camus — soltó sin pensarlo, sólo se dejó llevar.

— Lo siento, yo... — soltó un largo suspiro —. También te extrañé y ayer fue un día de locos, empezando porque estuve todo el día llamada tras llamada resolviendo muchas cosas o entrando a reuniones. Ya estaba muerto cuando fui a por los niños, pero pensé que lo lograba, que todo iba bien, hasta que llegué a casa. Descubrí que Krest se enfermó del estómago y estuvo vomitando. Tuve que llevarlo al pediatra y mientras, mi chofer Crystal llevó a Écar al hockey.

Ahora entendía Milo por qué no le respondió los mensajes a las cuatro de la tarde. Estaba con el médico del pequeño. Curiosamente, no sabía que tenía un chofer.

 Terminé quedándome con el chiquito para mimarlo y cuidarlo que de lo mal que se sentía, se puso muy llorón y quería a papá todo el tiempo. Incluso, no me dejó ir solo ni al baño. Al final, ni supe a qué hora nos quedamos dormidos. Entre sueños recuerdo que vi tu mensaje de buenas noches, pero cuando reaccioné, eran las tres de la mañana y me pareció horrible responderte a esa hora y hoy, el día es mil veces peor. 

¡Por eso estaba su mensaje en visto! Lo entendía todo ahora, pero como estaba tan frustrado por no saber de él, lo tomó a mal.

— Tan es así que son casi las dos y no pude responderte un mísero mensaje, por eso decidí al menos telefonearte, pero no me respondiste. Te marqué  una segunda vez y me decía que estabas en otra llamada, así que supuse que estábamos marcándonos en simultáneo. Colgué y esperé a ver si entraba tu llamada y cuando vi que nada, insistí y por fin me contacté contigo...

— Tranquilo Camus, lo siento — se disculpó con la boca amarga porque entonces estaba ocupada la línea del francés porque seguía insistiendo en hablar con él. 

Además, se oía que el pelirrojo estaba con actividades delirantes y caóticas en bucle, que lo agotaba al griego sólo de escucharlo.

— ¿Por qué te disculpas, Milo? Si tú no hiciste nada malo, sólo quería avisarte eso, que ayer fue día horrible y hoy estoy también con todo hasta el cuello. Y... y por eso no te había respondido.

Milo se excusaba porque pensó lo peor de Camus. Incluso, llegó a imaginar que ni le interesaba al francés. Se rascó la nuca sin saber qué decir porque escuchaba esa voz triste.

— Porque... — pensó rápido una excusa —. Bueno, Camus, lo siento porque no pudiste hacer tus cosas y tienes los días complicados.

El pelirrojo se rio, esa risa era maravillosa y Milo deseó grabarla.

— ¡Son cosas de papás! — le explicó con voz paciente y soltó un largo suspiro —. Sólo deseaba que no pensaras nada raro o que te inquietaras mucho.

— No agradezcas, sabes que soy paciente.

Mintió, por supuesto que mintió, porque se pasaba el día entero mirando el móvil, con el corazón acelerado cuando lo veía en línea y se desinflaba si no le respondía.

— Entiendo, Milo y gracias por estar al pendiente de mí. Sé que no te respondo como debería o que parezco muy frío, pero estoy haciendo todo lo que puedo y... — se interrumpió impotente —. Es cierto, me gustas mucho Milo. Me gustas demasiado y quisiera no estar pensando en ti a cada rato o...

El rubio sentía que su corazón se hinchaba cada vez más. Escuchar a Camus decir eso, le hacía pensar en tonterías, como que iba todo bien.

— No soñar contigo — terminó con una burla el francés —. ¡Porque tienes razón!  Sueño contigo cada noche, despierto deseando tenerte a mi lado y... No sé qué me hiciste, Milo. Reconozco que no sé qué me hiciste, pero tienes razón. Intentaré que esto funcione y...

— ¡Señor Roux, le esperan en la sala de...! — se escuchó una voz femenina del otro lado y luego, un exabrupto —. Disculpe por haberlo interrumpido, no fue mi intención.

— No te preocupes, Angie — la calmó con voz suave Camus —. Ya voy, diles que estaré ahí en cinco minutos.

— Sí, señor, gracias...

Milo se mordió el labio inferior. Odiaba que los interrumpieran tanto, que Camus estuviera ocupado y sin tiempo para él.

— Te... Debo dejarte, Milo — su voz sonaba cansada —. Todavía tengo una reunión más antes de salir corriendo a por los chicos y tengo a Krest aún enfermito, pero nos vemos mañana. ¿Verdad?

A Milo le pareció escuchar un titubeo en la pregunta. Se sintió feliz de saber que también Camus estaba nervioso y temía que no fuera a ser verdad que el griego estaba interesado en él.

— Camus, nada impedirá que te vea, te tome entre mis brazos y te bese hasta el hartazgo. Llevo desde el domingo sin ti y sólo quiero recordar el sabor de tus besos, de tu piel, sentir sus manos en mi cuerpo, escuchar tus gemidos y ver cómo se marcan las pequitas de tu cara. Te prometo que haré que te pongas duro con los roces y después, te lameré y chuparé hasta que pueda saborear, que no recordar, el sabor de tu simiente en mi boca — prometió con frustración sexual.

— Merde! — carraspeó afectado y tardó un poco en reaccionar —. Mañana, Milo... Cuento las horas para verte.

— Dime a qué horas nos veremos, por favor.

— En cuanto salga del trabajo te aviso, que desconozco cuándo me desocupo, pero si te atreves, puedes llegar al departamento y quedarte con Krest, que espero mañana pueda ir a la escuela. Si se recupera a tiempo, sería maravilloso para mi día. Así cuando vuelva con los otros chicos, nos reunimos todos.

— ¡Sabes bien que tu Tenecito no me quiere! se sonrió al escuchar la carcajada del otro lado, así que decidió devolverle la jugada —. ¿Acaso piensas torturarme, Roux?

— Maldito y sexy Milo — se lamentó con un gemido que despertó todas las terminaciones nerviosas del rubio. Se quedó callado un poco más y carraspeó —. Mañana... Mañana te veo. Cuídate.

— Cuídate, Camus y...

— ¿Sí? — preguntó cuando lo oyó titubear.

— Te mando muchos besos, te los acomodas como puedas en tu bragueta porque no te van a caber.

— ¡Idiotaaaa! — insultó con voz avergonzada y tras un gruñido, le cortó la comunicación.

Milo sonreía de oreja a oreja cuando bajó el celular y lo puso sobre su pecho. Así era entonces como se escuchaba Camus cuando lo sacaba de su zona de confort. Ése era el tono que usaba para insultarlo. Tenía un timbre tan increíblemente erótico para el griego, porque significaba que el francés perdía los estribos y en definitiva, se le antojaba lo que le decía.

Mordisqueó su labio inferior, se puso en pie porque aún seguía acostado en el piso y no dudó. Se metió en su habitación porque se quería tocar, necesitaba satisfacer su falo erecto, tener un orgasmo. Deseaba eyacular sabiendo que era por Camus, por su voz, por sus palabras, por sus confesiones.

Maldito y sexy Camus, mañana lo vería y...

— Te voy a comer entero, Roux...

Viernes

El día estaba siendo complicado, Camus miró el reloj saliendo a toda carrera del departamento con los niños, rumbo a la escuela. Se veía curioso con un koala trepado en su cadera derecha con cara de muerto en vida y en el brazo izquierdo, el bolso de viaje con las cosas de su nene.

Krest había enfermado desde el miércoles. Todavía ayer, lo llevó de nuevo al pediatra porque no se veía nada bien y le había dicho el galeno que quizá fuera alguna bacteria en el estómago y debía estar en observación, que lo tuviera en casa.

¡Ja! 

Su pequeño no quería saber nada de niñeras, ni siquiera de tío Kardia, mucho menos de Dégel. Él tenía algo muy claro:

Si estaba enfermo, la medicina se encontraba en los brazos de papá y de ellos, nadie lo quitaría. Podía ceder y estar con su niñera siempre y cuando tuviera a Camus cerca, sino...

¡Metería a todos en ataúdes de «quistal»!

Así que en vista del éxito no obtenido para que su nene se quedara en casa esta vez, el pelirrojo llegó al elevador sonriendo a sus hijos mayores. Para colmo, era el día de descanso de Crystal porque tenía asuntos personales por resolver. Estaba por apretar el botón de bajada, cuando vio venir a Dégel.

— Hola, ¿Listo para ir por Seraphina?

Camus le regaló una sonrisa apretando el botón de parada. Su hermano se apresuró para llegar y subió rápido al cubículo correspondiendo el saludo.

— Sí, allá vamos. ¡Hola, Krest! ¿Seguimos malitos de tu pancita?

Lo único que obtuvo, fue que el pequeño azabache se abrazara más de Camus con un gemido. El pelirrojo sonrió disculpando a su nene, besando su frente con ternura.

— ¿Qué te dijo el pediatra? — preguntó el Roux mayor acariciando la espaldita del pequeño que se escondió más en el cuello de su padre —. No te preocupes, Krest. Vas a ver que estarás bien.

— Es una bacteria, algo así — exhaló Camus chasqueando la lengua. El azabache gimoteó tocándose su pancita . Y tengo varias reuniones en el trabajo impostergables, así que opté por llevarlo conmigo como ayer.

— Si no fuera porque llega Seraphina y tenemos que hacer varias cosas para que le entreguen su departamento, iba en tu lugar — se lamentó el de gafas saludando a sus otros sobrinos y le quitó el bolso de viaje que su hermano cargaba para que se pudiera concentrar en su hijo.

— Gracias y no te preocupes, de cualquier forma, Hasgard lo tiene todo bajo control. Es un excelente profesional. Yo sólo voy a poner mi cara y firmar.

— Deberías subirle el sueldo.

— ¿Más? — se rio Camus divertido —. Él gana casi lo mismo que yo y con las comisiones, muchas veces excede mis números. En el último aumento a final del año pasado, me dijo que mejor le diera la compañía.

— Ese Hasgard — se rio moviendo la cabeza —. Eso es bueno, se lo merece por tanto trabajo. Nunca tuve quejas de él, por eso te lo recomendé.

Eso le gustaba a Camus de su hermano. Sabía ser un buen jefe y comprendía que esa consigna de que el empleado debería ganar menos que el CEO, era una falacia. Si trabajaban más, les correspondía igual o mejor salario.

El elevador abrió sus puertas al llegar, Dégel cuidó de Sisyphus y Écarlate en tanto Camus abría la puerta de su camioneta para dejar a Krest en su sillita de transporte. Los otros subieron tranquilamente con ayuda del tío, que dejó el bolso de viaje en el asiento del copiloto.

— Igual, avísame si se te atora algo, puedo hablar con Seraphina y que me acompañe rápido a la empresa — se ofreció asomado por la ventanilla.

— Hecho, gracias hermano, nos vemos después — le sonrió Camus girando la llave para encender el... Un ruido característico le hizo temblar de miedo —. No, no — se quejó sintiendo que nada podía salir peor hoy.

Dégel estaba alejándose un par de pasos y escuchó el mismo sonido cuando Camus volvió a intentarlo.

— ¿Se te ahogó el motor? — se interesó negando con la cabeza —. Ve lento porque si no, lo vas a ahogar más.

— Si llegan tarde los chicos, no los van a recibir — le recordó con frustración. Una vez más y... nada, absolutamente nada —. Merde! — golpeó el tablero con el puño.

¡Papáaa, no puedes decir groseríaaas! escuchó el coro detrás.

Krest empezó a lloriquear. Camus aspiró profundo controlando sus ímpetus o este día, cortaba cabezas. Dégel se asomó por la ventanilla.

— Ven, te presto mi camioneta, cambia a los chicos y me voy en tu auto. Ahí caben bien las maletas de Seraphina — le propuso —. Pasaré por la casa de mi mecánico para que venga por tu camioneta y se la lleve para revisión. Déjame las llaves.

El pelirrojo aceptó. No iba a desperdiciar más tiempo en tonterías. Se bajó y mudó todo al vehículo de Dégel, dejando a su pequeño en la sillita de Sasha. Agradecía muchísimo que hubiera dos años de diferencia entre ellos, porque su hermano tenía las mismas cosas que Camus.

— ¡Gracias, Dégel!

— De nada, vete con cuidado, ya hablaré con el mecánico y me encargaré que el portero lo deje entrar y salir con tu vehículo. Ve primero, que tienes prioridad — le sonrió y le dio una palmada en el hombro.

Camus no dudó. Apenas acomodó el asiento y los espejos a su gusto, salió rumbo a la escuela confiando en que Dégel haría todo lo prometido. Si fuera Kardia, le seguiría la pista porque ese hombre era olvidadizo de las cosas insignificantes.

Llegó a tiempo para dejar a sus nenes puntuales en la escuela. Salieron todos, porque Camus no dejaría a Krest solo dentro de la camioneta ni porque le pagaran. Se despidió del par y les besó mirando que entraran a la institución antes de dar media vuelta y volver al vehículo a paso veloz.

— Papi, me siento mal — lloriqueó Krest tallándose el ojito.

Lo sé, mi amor le susurró besando su cabecita con amor —. Lo siento, nene, te prometo que vamos al trabajo, papi se apura para regresar a casa y nos acostarnos en el sillón mirando Saint Seiya. ¿Sí?

— Chi.

Camus ni siquiera le corrigió. No estaba su hijo de humor y lo único que el francés quería, era que se recuperara pronto. Odiaba verlo enfermo y dolorido. Tenía un ardor tremendo en el pecho que nada podía consolar. Con sólo mirar la carita roja, el sudor de la frente, los ojitos tristes y su gesto de malestar físico, Camus sentía que un puñal se le hundía sin compasión en las entrañas.

Lo llevó a la camioneta y lo acomodó en la sillita con amor, regando sus mejillas de besos, sintiéndose reconfortado al ver una pequeña sonrisa en esa carita que amaba y se acomodó en el asiento del conductor aspirando profundo.

Iba a ser un larguísimo día. Afortunadamente, en el trabajo tenían una guardería que Camus puso desde hace cuatro años y Esmeralda, una de las chicas que trabajaban ahí, era un sol y Krest la adoraba. Ella lo podría ayudar mientras que Camus terminaba sus labores. Mientras tanto, puso la música que su nene quería en el estéreo, para que al menos fuera contento y el francés cuidó del tráfico para llegar a tiempo.

Afortunadamente, no tardó tanto. Se relamió los labios al estacionar y cerró los ojos un momento mirando su móvil. Eran las ocho con cincuenta y tres minutos. Todo un récord. Buscó el perfil de Milo y le mandó un audio.

— ¡Hey! Ah... — suspiró mirando atrás a su nene compungido —. Hoy no es un buen día, Krest sigue enfermo y si esto sigue así, terminaré yendo de nuevo al pediatra o incluso, veré de buscar una segunda opinión. De cualquier forma, tengo que cenar en algún momento de mi existencia, así que... ¿Nos vemos a las seis, seis y media? Advierto que esto es un horario tentativo, todo depende de la evolución de mi nene.

— ¡Papi, abáchame! — exigió su pequeño.

— Bueno, te dejo Milo — se quedó pensando y al final, claudicó —. Te extraño.

Mandó el audio guardando el móvil en su saco y aspiró antes de meterse de lleno a su día...

«Por favor, necesito que todo salga medianamente bien» rogó a los dioses.

Por supuesto, una cosa era pedirlo y otra, que te lo concedieran.

Para la una de la tarde con quince minutos, Camus sentía una jaqueca formidable. Todo lo que podía salir mal, vino a peor en la empresa. Lo único realmente bueno, era que Krest estaba mejorando. La última vez que fue a verlo, hacía veinte minutos después de una reunión que se alargó cerca de una hora, su nene estaba sonriendo un poquito mientras tomaba jugo de manzana, echado en un puff de Bob Esponja.

Esa era una grandiosa noticia porque llevaba toda la mañana sin vomitar y sin salir corriendo al aseo. Camus sentía que lo estaban logrando, además su carita estaba menos roja y parecía más vivo. Eso lo hacía sonreír también a él de felicidad.

— ¿Señor Roux?

— ¿Sí, Angie? — alzó la mirada hacia la mujer de mediana edad que fungía como su secretaria.

Era de contextura medianamente robusta, con el cabello corto y rubio, usaba unas gafas, tenía una cara de «no-acepto-tonterías»  y a pesar de su impulsivo, fuerte y explosivo carácter, era una mujer extraordinaria.

— Tiene la visita fuera de la agenda — empezó revisando sus notas —. El señor Dioskouroi. Saga Dioskouroi lo espera afuera y dice que es urgente hablar con usted.

Camus sintió que el mundo se le venía encima. ¿Acaso Dégel no habló de Saga el domingo pasado? El pelirrojo se restregó el rostro con las palmas mirando el reloj. Tenía sólo diez minutos para salir corriendo a por sus hijos y como hubiera tráfico, llegaría tardísimo por ellos.

Detestaba que la escuela fuera tan rígida en los horarios. Si se pasaba de la franja establecida, dejarían a sus hijos en la biblioteca pública al lado de la escuela. Al menos se aseguraban de que los niños no salieran de ahí, si no era en compañía de sus padres, pero no hacían más concesiones.

— Hazlo pasar en diez minutos, Angie — le pidió soltando un suspiro profundo —. Y pide café para ambos, por favor porque supongo que esto va a tardar.

— No debería atenderlo, señor Roux — opinó la mujer —. Su niño todavía está delicado y debería irse a casa o por sus otros chicos.

— Lo sé, pero esto es importante, Angie — dejó en claro con expresión frustrada —. Si no lo atiendo, será peor después. Dame diez minutos, por favor y lo haces pasar.

La mujer no estaba muy convencida. Se dirigió a la puerta, la abrió y cerró tras ella con ese gesto que parecía de madre enfurruñada. El pelirrojo se puso en pie yendo al aseo privado, miró su imagen en el espejo de cuerpo completo y se resignó a llegar tarde por sus hijos.

Sacó del ropero, empotrado en el cubículo, una camisa de seda blanca. Se desprendió de la que traía puesta con celeridad, sabiendo que atender desprolijo a Saga, tendría consecuencias. Necesitaba una apariencia profesional y las arrugas en sus prendas no ayudarían en absolutamente nada.

Se esmeró en su arreglo, vistió la blanca prenda, ajustó sus puños con mancuernillas con la heráldica de los Roux y se dedicó a hacer el nudo de la corbata azul cobalto. Ajustó sus ropas y se puso encima la americana salida de la tintorería.

Tenía ese resguardo de atuendo en su despacho por si tenía que pernoctar o bien, para ocasiones especiales como ésta. Cepilló su largo cabello y tras unas gotas de colonia, estuvo listo. Aspiró profundo antes de salir y se sentó en su escritorio sacando de un cajón una cajita con mentas y se metió una a la boca. Revisó su reloj y asintió porque le sobraba un largo minuto.

Se serenó para enfrentar a esta encarnación del hijo de Zeus. Se puso su careta de profesionalidad a tiempo, la puerta se abrió y la epítome para Camus de la belleza masculina, ingresó al lugar con paso firme y regio.

Desde que lo conoció, hacía ya seis años atrás en Luxemburgo, a Camus le pareció que era un ejemplar masculino digno de ser integrado a la mitología griega. Saga poseía los atributos que se detallaban en el romance heleno: un cuerpo particularmente atlético y bien formado, una altura excepcional, un cabello largo y bien cuidado, facciones cinceladas por los dioses a detalle y una mirada que arrancaba suspiros.

Le conmocionó hace seis años y hoy no era la excepción. Saga había madurado como los buenos vinos que Camus prefería y en su oportunidad, el francés maldijo a las Moiras por situarlos en una posición delicada. 

Diamond había solicitado un empréstito al Banco Europeo de Inversiones y designaron a Saga como su auditor.

Dar un paso adelante hacia cualquier búsqueda de una relación fuera de la profesional, ameritaría una sanción importante para ambos porque se generaría un conflicto de intereses. Luego entonces, el pelirrojo tuvo que conformarse con suspirar de lejos y en su interior.

¡Era una jugarreta de las Moiras, que le hubieran puesto al hombre perfecto para él y fuera prohibido!

Aunque por otro lado, si tuviera un algo con Saga, no hubiera conocido a Milo y ese rubio había puesto patas arriba su vida con una sonrisa, unas palabras atrevidas y una mirada coqueta.

Descubrió con sorpresa que si bien reconocía que Saga seguía siendo un semidiós completamente irresistible, no tenía ganas de probarlo como en el pasado. Al contrario, sólo quería sacárselo de encima, salir a por sus hijos para ir a casa y encontrarse con Milo.

La promesa hecha el día anterior de hacerle una felación tan erótica como al rubio le salían, le aceleraba el corazón de forma importante.

Sacudió esos pensamientos inapropiados para la junta e inclinó la cabeza con educación. Se deslizó con elegancia fuera de su escritorio y lo saludó con un apretón firme de manos.

— Señor Dioskouroi, es un placer tenerlo aquí — lo recibió protocolarmente —. ¿Le invito un café? — dirigió su mirada hacia Angie que esperaba atenta, tan profesional como siempre.

— No, gracias. No tardaré mucho, señor Roux — siguió el otro, la línea de la etiqueta.

— De acuerdo. Tome asiento, por favor — invitó con un ademán de su mano —. Angie, por favor investiga el estatus del asunto de Krest — le sonrió porque le preocupaba su hijo.

Seguramente estaría muy inquieto porque su padre no volvía y ya era cercana la hora de irse. Mientras Saga siguiera ahí, Camus tenía la obligación de atenderlo. No se podía desairar al que tenía tu empresa entre las manos y con una flexión de los dedos, podía hacerla trizas.

— Usted dirá, señor Dioskouroi — comentó tomando asiento en su sitio tras el escritorio —. ¿En qué puedo ayudarle?

El azabache sacó de su portafolio una carpeta y la analizó en silencio. Camus se obligó a aguardar recargado contra el alto respaldo de su silla. Un mensaje entró en su chat empresarial.

«Krest está dormido, señor Roux. Esmeralda logró hacer que se relajara y no ha vomitado, ni ha ido al baño, más que a orinar porque ha tomado mucho líquido».

Eso le dio un alivio mayor. Si su pequeño estaba descansando, significaba que tenía tiempo. Tecleó un agradecimiento y volvió su mirada a su auditor. Le ponía nervioso que tomara todo su tiempo para hacer las cosas y sabía que era intencional.

— Señor Roux — le entregó unos documentos —. ¿Quiere explicarme esto?

Camus alargó la mano tomando lo que le ofrecían y se quedó en silencio haciendo uso de toda su fuerza de voluntad, para no manifestar el pánico que sentía de saber que Saga ya estaba enterado de la venta de las acciones a Milo.

— Fue un movimiento de acciones en la que estamos trabajando — intentó por todos los medios que su voz sonara neutra y tranquila, como si hablara del clima —. Se finiquitará pronto.

Saga mantuvo el silencio por más tiempo de lo que establecía la etiqueta, pretendiendo ser incómodo. Y lo consiguió magistralmente. Camus sentía que el hueco en su estómago se hacía más grande y si mantuvo la calma, era porque estaba curtido tras años con sus hijos. Si con ellos cedía un ápice, se lo comían vivo. 

Algo así era Saga.

— ¿Quién permitió la venta de acciones si el capital de la empresa está hipotecado?

Esa era la pregunta que no quería contestar por ningún medio. Si la evadía, Saga le iba a obligar a responder de un solo movimiento. Si la respondía, se arriesgaba a perder la empresa y Dégel le iba a agarrar sus huevitos y se los iba a cortar para hacer un omelette con ellos.

— Repito, señor Dioskouroi. Fue un movimiento de acciones en la que estamos trabajando — decidió irse por la tangente.

Saga se dedicó a alargar la mano y Camus le devolvió el documento interpretando su orden silenciosa. Lo guardó en su carpeta, la cerró y el francés aspiró discreto un aire que sabía, necesitaba para lo que se venía.

Esperaba esa explosión de galaxias de la que todos hablaban en el sector financiero y económico. Sabía que se avecinaba con una potencia tal, que dejaría huella en toda su oficina.

— Mira Roux — le tuteó sin consideraciones —. Dejemos algo en claro...

Saga golpeó su índice contra la superficie del escritorio, acercándose unos palmos hacia el pelirrojo sin invadir su espacio personal.

— No me importa qué pretendes — prosiguió con tono ríspido —. Me importan los hechos. Y tienes quince días para solucionar este conflicto porque de lo contrario, me veré en la penosa necesidad de informar al Consejo de que incumplieron la norma y embargaré todos los activos de la sociedad: maquinaria, cuentas bancarias, vendré a esta oficina y me llevaré hasta las mancuernillas de oro que traes puestas, hasta que devuelvan la cantidad que les fue prestada. ¿Entendiste?

Una gota de sudor recorrió su nuca. Camus entendió más que bien, lo que decía Saga.

— En pocas palabras — susurró. La voz de Camus sonaba neutra a pesar de las furiosas avispas que anidaron en su estómago —. Darás por finiquitado el crédito y exigirán el pago anticipado.

— Así es — aseveró su auditor mientras se ponía de pie. Revisó su reloj y asintió complacido —. Como dije, ni diez minutos nos tomó esta reunión. Con permiso, señor Roux. Pase un buen día.

Se despidió aún, con el saludo protocolar de mano y se marchó de ahí dejando a un Camus tembloroso y realmente asustado.

Quince días... 

Si no lograba que Milo le devolviera las acciones en quince días...

Perdería la empresa de su madre.

¡Hola! ¿Cómo va?

Éste fue un capítulo excepcionalmente largo.

Espero te haya gustado y el próximo que, espero, salga el lunes si todo sale bien, empezará una nueva bajada en la montaña rusa.

Sí, aunque no lo creas, íbamos de subida xD.

Ten un bonito día y...

¡Hasta pronto!

*Créditos a la imagen de la portada a su autor.

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