14. La aburrida rutina.
D O M I N G O
L U N E S
M A R T E S
Miércoles. 6:00 a.m.
Milo despertó con una sonrisa en la boca a pesar de dormir apenas cinco horas. Pasó su mano por el rostro entre risas, disfrutando la agradable sensación de confort gracias a las sábanas y mantas que lo mantenían tibio y abrigado.
Su mente rememoró su sueño o los resquicios de lo que podía recordar una vez despierto. Lo que tenía muy presente, eran los ojos de rubí de Camus, las hermosas pecas de su cuerpo y la manera en que su espalda se curvaba buscando la unión de sus caderas.
No mintió cuando dijo que Hypnos adornaba sus fantasías oníricas con imágenes del francés. En realidad, Camus era el protagonista de sus deseos más íntimos, de sus anhelos más profundos.
Pensar en su epidermis sonrojada le hizo jadear. Recordar sus gemidos, lo obligó a llevar su mano a su virilidad dura y firme. A últimas fechas despertaba erecto como si fuera un puberto.
Entre suspiros, la acarició fuerte, de manera rítmica y apasionada.
Eso es lo que más requería estos últimos tres amaneceres, después de haberse unido a Camus de forma total. Su miembro despertaba por él, para él, queriendo fundirse en él. Era desquiciante y al mismo tiempo, le hacía reír de alborozo.
Abrió la boca cuando su nariz fue incapaz de seguir suministrando el suficiente oxígeno. Largó un gemido febril al mirar hacia abajo, pues la curva de su miembro y la gota de secreción seminal que lo adornaba, eran demasiado eróticas si las acompañaba del recuerdo de esa expresión de completa dedicación de Camus, cuando lo tocó con su boca.
Su mano bombeó más rauda, más precisa, con cotas de desesperación y desenfreno.
Camus con esa entrega absoluta, esos gemidos suaves, esos ojos cerrados cuando llegaba al placer, los movimientos erráticos, esa mano que llevaba a la boca para morder cuando la sensación era más fuerte, esas pecas que se veían más firmes en la roja epidermis que adornaban ese cuerpo, cuales estrellas en el firmamento.
¡Cómo le fascinaban esas pecas, maldición!
Le parecía lo más sexy y tierno que la humanidad pudo concebir, lo más puro y delicado en un rostro masculino, gallardo y distinguido como el del francés.
Milo aspiró profundamente con ese último pensamiento, abriendo bien sus piernas para tener mejor acceso, aventando las mantas con su mano libre para descubrir su cuerpo, recibiendo con placer el aire frío de la mañana, bajando la piel de su miembro hasta la base y vuelta a ascender a la cima.
Sus falanges ociosas buscaron rápidamente y apresaron su celular, necesitaba algo para alcanzar la cima, un detonador que le diera la última gota de placer que llenase el vaso y permitiera que las olas del orgasmo se desbordaran.
Abrió la aplicación de mensajería y buscó rápido el perfil del objeto de su atracción sexual, ese hombre que lo obsesionaba. Por fin, encontró a Camus, abrió la foto de perfil y apretó los dientes al ver esos cabellos rojos, el rostro, esos labios que se amoldaron tan bien a su virilidad, la mirada altiva, las bellas pecas que no se ocultaban.
Pudo rememorar los gemidos, los suspiros y jadeos mientras Milo probaba esas entrañas y se movía en un vaivén increíble, sexy, erótico, instigado por las uñas pintadas de carmesí que se aferraban a la piel de su espalda.
Aspiró profundo dejándose llevar, acelerando el ritmo de su mano casi escuchando a ese pelirrojo pedirle más y más, esa ronquera de la voz, los gemidos que soltaba, la potencia de las piernas que lo empujaban muy profundo y por fin, su propio orgasmo lo alcanzó de manera más que deliciosa, manchando su abdomen con su semilla.
¡Cómo deseaba que su semen no se hubiera desperdiciado así!
De sólo imaginar que estuviera en el interior de Camus, que resbalara por él cuando sacara su miembro de ese interior y viera cómo caían las gotas por entre los glúteos, lo volvía a poner caliente.
Sonrió entre aspiraciones fuertes y resoplidos, restregando el rostro en su almohada inquieto. Llevó la mano que sostenía el celular por encima de su cabeza y la dejó descansar sintiendo el hormigueo propio de la post eyaculación, así como el cuerpo pesado, adormecido.
— Maldito y sexy Camus — susurró divertido —. Tengo tantas ganas de besarte, de tocarte y escucharte gemir. Quiero tanto entrar en ti mientras me dices idiota... Soy un puto masoquista.
Soltó la carcajada cuando sus pulmones se lo permitieron, paseando su mano por la secreción lechosa, impregnando sus yemas en ésta y la llevó a su lengua. Quería paladear de nuevo el sabor del pelirrojo, hundir esa virilidad en su boca, sentir cómo se estremecía antes de llegar al orgasmo.
— ¿Qué me hiciste Camus? — preguntó al cosmos —. Me tienes a tu merced y me asusta — reconoció con un resoplido.
Se puso en pie con fastidio. El miércoles empezó y debía hacer varias cosas antes de mandar su mensaje mañanero al objeto de sus suspiros.
En poco tiempo entendió bien la dinámica del pelirrojo. A las nueve de la mañana debía llegar al trabajo y por eso le respondía. El horario de almuerzo era variable o bien, ocupado, porque no fue sino hasta el día anterior, que le respondió casi una hora completa.
Y eso fue porque llevó a Sisyphus a clase de arquería. Milo tomó nota que fue de cuatro a cinco de la tarde. Y después, no lo leyó más que para despedirse, casi a las doce de la noche. Empezaba a comprender varias cosas de él y estaba contento por ello.
Ahora sabía que era un padre muy dedicado a sus hijos y por eso no tenía tiempo para nadie más. Le llamaba la curiosidad que Écarlate estaba en clases de batería. A Milo se le daba bastante bien y era una terapia de catarsis, por eso tenía una en la cabaña. Quizá algún día podría convencer a Camus de traer al pequeño a casa y ver qué tanto avanzó, así como darle trucos.
¡Cierto!
Se anotó en su celular ver SS en su bloc de notas. No quería quedarse atrás en la plática y se notaba que Camus estaba muy versado en la serie. Comprendía que para acercarse al pelirrojo, tenía que hacerlo por sus hijos. El francés dejó caer las defensas cuando Milo atacó con Écarlate y así consiguió una cita.
Sí, era una reunión con todos, pero de otra forma, la agenda de Camus estaba cerrada.
Tenía que investigar ahora en qué nivel estaba Sisyphus de griego, eso le permitiría estar más tiempo con Camus. Esperaba que Kardia no fuera el sostén de prácticas del pequeño porque quería colarse más en la vida del francés.
La rutina de Milo llegó rápido, la cubrió con el baño matutino, el desayuno, verificar los correos electrónicos y dar indicaciones al resto de su personal, porque en Grecia tenían una hora más que en París y el rubio debía estar al pendiente de todo, al ser el CEO de su empresa.
Cierto, debía mandar un par de correos a Odysseus para ver el nuevo cargamento de medicamentos y los avances en la droga experimental que estaba desarrollando.
Estaba sentado terminando el último mensaje para el jefe de operaciones, cuando escuchó algo que le alegró el día.
— Bom día! Come vai você? [1]
Ese tono tan alegre y melodioso, provenía ni más ni menos, que de su mejor amigo dando los buenos días y preguntándole cómo estaba.
— Bom dia, Aldebarán! Eu estou bem, obrigado [2] — le respondió, intentando imitar el acento.
El gigante de más de dos metros de altura entró a la habitación con ese paso ligerito que tenía a pesar de su gruesa constitución física. Milo le sonrió y golpeó su puño contra el otro a forma de saludo.
Aldebarán era... la alegría misma hecha hombre. Su aura estaba llena de vitalidad y un optimismo que era contagioso. Poseía también unos rasgos de bondad absoluta y las personas se sentían en confianza de acercarse porque portaba una tenue sonrisa que podía ensancharse cuando ganaba confianza.
— Ya sé que comparado a tu café brasileiro, el griego es una bazofia, pero está en la cafetera listo y caliente — se metió con él sin preocupaciones —. Si me trajeras más del tuyo, no ofrecería basura — soltó la carcajada.
— Estamos tremendos hoy, Milinho [3] — le bromeó el brasileño —. Obrigado, qué beleza! Por fin corto una flor de tu jardín — le agradeció entre risas.
— Qué beleza! — soltó la carcajada Milo —. Barão [4] cuando quieras puedo darte amor, que con esa forma de mover las caderas cuando bailas samba, me subes los colores y otras cosas que no te quiero decir porque se te antojan...
Más risas desatadas en el grandulón fueron acompañadas por las de Milo. El rubio no mentía al decir que ese hombre bailando la música típica de Brasil, era el infierno desatado en la entrepierna.
Batía las caderas y bamboleaba tan bien ese tremendo trasero, que en más de una ocasión, el griego le estuvo a punto de soltar una buena nalgada o de llevarlo a lo oscurito para dar rienda suelta a sus más bajos instintos.
— Oi [5], que te estás volviendo atrevido conmigo — se burló el moreno sirviéndose un café.
— Al menos ya te invité el café, eso significa que puedo metértela sin quejas — soltó el idiota justo cuando el otro tomaba.
Aldebarán escupió el líquido hirviendo y se atragantó con lo poco que había pasado por su garganta. Milo entre risas corrió a darle una servilleta. El moreno la tomó y se limpió el rostro intentando recuperar la compostura, en tanto el griego se destornillaba de la risa, echando atrás la cabeza y cubriéndose el estómago con las manos.
Al menos, hasta que sintió cómo todo su trasero era, literalmente, envuelto con una buena manaza que se azotó contra su carne con un sonido de palmada y el dolor se irrigó por toda la zona.
Ahí se le cortó la risa.
— Vuelve a intentar ahogarme con tus atrevimientos, Milinho — escuchó en su oreja ese tono ronco y fuerte.
Milo abrió la boca hasta que las mandíbulas se desencajaron, se acarició la zona azorado y volteó hacia el brasileño que tenía una gruesa ceja arqueada con expresión de sorna. El rubio se quedó literalmente sin habla y todo porque... le gustó.
No, no le gustó la palmada.
¡Maldición, eso lo calentó !
— Sino fueras tan remilgado y te dieras de golpes en el pecho llenándote la boca diciendo que eres activo, quizá podría fijarme en ti y demostrarte que las mejores experiencias no son cuando la metes — susurró con una expresión extraña para su carácter benévolo, pues tenía un timbre erótico que prometía miles de placeres y promesas que cumpliría cabalmente.
Con esa manaza, le rodeó bien el trasero a Milo y lo pegó a su cuerpo. El rubio nunca se sintió tan pequeño y pudo apreciar bajo él, cada parte de la musculatura firme y bien trabajada del brasileño que lo miraba como si fuera un rico y apetitoso bocado.
Jadeó al instante en que fue levantado por esa mano a varios centímetros del suelo sin esfuerzo y su entrepierna se encontró con la del grandulón. Un estremecimiento lo recorrió con rapidez, incendiando a su paso la sangre caliente que poseía. Nunca vivió una experiencia de dominación tan marcada y sería de necios negar que le estaba encantando.
— Lo mejor de la cama es cuando sientes la necesidad urgente de hundir tus dientes en cualquier zona de tu amante y a falta de su piel, encuentras una almohada en la que desquitas el tremendo placer que te están proporcionando... — su voz era oscura y sexy, tenía un gutural acento que ponía a Milo más erecto —. Cuando lo experimentes, sabrás lo que es el sexo brasileño. Mientras que no te decidas a probar lo que se te ofrece y sigas con tus aires de soberbia, mantén la boca cerradita y la compostura. No enciendas la mecha si no quieres quemarte en ella, Milo.
— Lo entendí fuerte y claro. No meterse con el toro que te puede dar una cornada — declaró solemne aclarándose la garganta.
Tras la lección, Aldebarán le soltó, su cuerpo resbaló lentamente por el firme pilar que era el Tauro. Ese roce despertó a cada terminal nerviosa del griego y le puso más que inquieto.
El otro se alejó para limpiar el café derramado como si no hubiera pasado nada, pero Milo no supo qué hacer. Optó por irse a sentar con las piernas flojas en su sitio en la mesa, pensando que nunca vio esa faceta del otro.
Quizá porque era su acompañante terapéutico y era poco ético lo que había sucedido ahora, pero Milo ya llevaba varios atrevimientos consecutivos y reconocía que se tenía bien merecida la advertencia, pero...
¡Qué pedazo de hombre estaba hecho ese moreno!
Se pasó la mano por el rostro para aprovechar la frialdad de sus falanges porque su sangre estaba concentrada en su otra cabeza. Se obligó a terminar su correo y mantuvo la compostura como un buen chico.
Sus ojos buscaron al moreno y lo vio tranquilo, haciéndose un desayuno frugal dada la confianza entre ellos. Aldebarán no era un sirviente, ni un chofer. Era tal cual, un acompañante que Milo necesitaba por indicaciones psiquiátricas y se caracterizaba por ser amable, abierto y justo, Milo se dio cuenta de que conocía poco y nada de su vida privada.
Sabía que tenía un hermano que estaba casado. Incluso, había una tal Artemisa entre sus contactos porque alguna vez el moreno dejó el celular y le entró una llamada de ella, pero Aldebarán era muy discreto con eso. En realidad con todo, quizá como característica básica de su profesión.
— Por cierto, Milinho — llamó la atención antes de sentarse frente a él en la mesa con su plato y su taza —. Encontré al investigador privado. Tienes cita con él hoy a las dos, revisé tu agenda y estabas disponible para almorzar con él.
Milo se concentró en eso, abrió su agenda y la revisó al detalle. Había marcado de cuatro a cinco con un "Camus" por si podía estar con él mensajeando. Aldebarán había sido prudente en darle un margen de una hora por cualquier cosa.
— Obrigado, Barão — le respondió con una sonrisa leve —. ¿Sabe lo que va a hacer?
— Le di un esbozo rápido, le dije que tendría que viajar y los viáticos estaban cubiertos, que tienes una investigación previa muy pobre, pero tiene buena fama, así que puede dar resultado — comentó mientras mordía una manzana.
Milo se quitó de la cabeza la forma en que Aldebarán agarraba la fruta y hundía los dientes en ella, succionando con esos poderosos labios. Estaba mal pensar en él de forma sexual, además el rubio tenía a Camus y sólo pensar en las pecas de ese pelirrojo, le estremeció hasta la médula.
Comprendió entonces, que sentía por Aldebarán algo muy físico y cuestión de una noche, pero lo que empezaba a despertar ese francés, iba más orientado a las emociones y la visión de una vida en común.
Además, no veía que Aldebarán le tuviera mucha paciencia y sus choques eran constantes.
Serían muy buenos en la cama si Milo se dejaba someter, pero fuera de ella, sería una relación tormentosa. Por eso Aldebarán era el profesional perfecto para él, las terapias de choque funcionaban y si el griego se iba por un lado, el brasileño le agarraba y lo ponía en el camino correcto. Además, tenía el tamaño para contener sus arranques de ira sin que se hiciera daño.
— Me escute, Milinho.[6]
El griego de inmediato le escuchó, tal cual Aldebarán pidió. El moreno bajó la taza de café con tranquilidad y sus ojos de cocoa se fijaron en los suyos.
— ¿Estás seguro de que es buen momento de buscarla cuando estás dando pasos con ese pelirrojo?
Milo hizo una mueca apoyando la barba en su mano y el codo de ese brazo en la mesa. Éticamente estaba mal lo que hacía, pero emocionalmente.
— Barão, alguna vez me dijiste que estaba equivocado al pensar que debía poner en orden todo antes de dar un paso. En base a ello sé que... — meditó de nuevo con frialdad —. Dar un paso al costado y dejar que Camus se vaya sólo porque no sé lo que pasó con ella, ni lo que pasará, me suena a otra metida de pata. Yo no sé si ella volvió a hacer su vida y ya pasaron siete años desde la última vez que nos vimos. Otro de mis puntos básicos en la terapia fue redescubrirme...
Tamborileó los dedos en la superficie de la mesa mirando hacia los gigantescos ventanales en los que la panorámica del bosque hacían más privada la cabaña.
— Y tal cual, el Milo de hoy está muy interesado en Camus. El Milo de hace siete años, quiero pensar que evolucionó. Por eso, no sé si sienta lo mismo por ella ahora, no sé si al verla me despierte alguna emoción o sentimiento — sonrió con amargura —. Sólo quiero algo y es cerrar ese capítulo sabiendo la mayor parte de lo que pasó. Me rebelo ante el desconocimiento. Ya sufrí con no saber quién era mi padre y por mi terquedad, nunca me di la oportunidad de acercarme a él y descubrir con mis propios ojos quién era.
Aldebarán se dedicó a beber su café en silencio, escuchando atento lo que el otro decía. En algunas ocasiones asentía con la cabeza. Milo sabía ya para estas alturas de su convivencia, que no estaba diciendo si era correcto o no lo que comentaba, sino que era una señal de que seguía atento y captaba sus palabras.
— Quiero saber qué pasó con ella — continuó —. Quiero saber qué pasó con mi hijo. Lo de Camus es aparte y en realidad, no quiero dejar de conocer al pelirrojo sólo porque no sé qué pasó con ella. Me niego a renunciar a Camus porque ella sigue siendo una incógnita.
— Bien, entonces Milinho, hoy a las dos. Te paso los datos a la agenda y recuerda bien algo — alzó un grueso dedo llamando la atención del rubio —. No importa lo que descubra este hombre, tu catarsis debe ser sana y prefiero estar presente cuando recibas la información. Basta de castigarte, tú no fuiste el culpable de nada. La vida simplemente siguió su curso y regresar a la página donde sufriste, sólo es traer más dolor. Hay que seguir adelante.
— Mirando de frente, vivir el hoy, no el pasado ni el futuro — repitió las palabras que eran un mantra para él —. Seguir adelante, ser una mejor persona de lo que fui ayer, en eso debo centrar mi atención.
Los labios de Kardia se encontraron con sus compañeros. Los apresó con codicia, paseando la punta de la lengua por su longitud, pidiendo de forma silenciosa que le permitiera la entrada a esa boca. Dégel cedió después de unos instantes con un gemido bajo, Kardia profundizó su beso entre suspiros y caricias por la espalda.
No eran ni las ocho de la mañana. El momento perfecto para encontrarse en la cocina y deleitarse en esos labios que tenían el regusto del zumo de naranja y un toque de almendras. Trajo a su olfato ese aroma delicioso que el peliverde tenía a estas horas, recién bañado y afeitado.
Se deleitó en él paseando sus labios de nuevo por los otros, mordisqueando con afecto el pliegue inferior. Sonrió escuchando el pequeño gemido, consoló la zona con la punta de su lengua metiendo su mano entre los rizos sedosos atrayendo la cabeza para abrir esa boca de nuevo y pecar de gula hundiendo su lengua provocando a su compañera.
Otro gemidito sexy escapó de su amado. Kardia ronroneó feliz, atrapando esa cintura mientras sus bocas seguían explorando y jugueteando. Sintió las manos de Dégel hundirse en su camiseta buscando la piel de su espalda hincando las uñas. Eso lo encendió en fuego y demostró su beneplácito detallando el labio superior, mordisqueando, arrastrando y soltando con un gemido suave.
Necesitaba llevarlo a la gloria, hacerlo feliz con un par de roces bajo los pantalones. Acomodó poco a poco a su pareja contra el mueble del fregadero para pasear sus caderas vestidas contra las otras. Otro gemidito suave, una risa complacida y el escorpión soltó un suspiro abandonando los labios, bajando con ósculos dulces por el mentón, dirigiéndose al oído para dejar caer su aliento y con ese aire cálido, estremecer al otro.
— ¡PAPI! — ese sonido chirriante hizo suspirar a Kardia —. ¡Deja en paz a mi papá, por todos los rayos de Zeus y los celos de Hera!
— Tenía que ser hija tuya — le susurró en el oído a Dégel antes de abandonar su cálido refugio —. Hijita, buenos días. ¿Cómo estás?
— No son buenos días si ya te estás besuqueando con papá — refunfuñaba golpeteando el piso con la punta del zapatito —. ¿Acaso no te cansas?
— Es tu culpa por no hacerme caso cuando te dije que aquí no — se relamió Dégel los labios con la punta de la lengua.
Kardia casi manda de paseo a su hija al notar ese acto de pura provocación.
¡Dégel sabía que lo calentaba con ese gesto y más lo hacía!
— Hola, bella Hera — saludó pensando que su hija se comportaba como la madre de los celos.
— ¡No soy Hera, soy Sasha, papi! — reprendió la menor con gesto de incordio.
Esa era una cara idéntica a la de Dégel, por supuesto.
El escorpión se vio en la tremenda obligación de apaciguar ese carácter. Fue a con su hija y besó la frente. La niña de inmediato se le colgó del pantalón y no lo soltó hasta que él la tomó en brazos y atosigó de besos esa piel de durazno.
— Papi, no te has afeitado y picas — renegó la menor cerrando un ojo con cada beso, pero no retiraba la carita.
Era la forma de separar a papi de papá. Si, Sasha estaba celosa, pero porque Kardia no le daba besos a ella y en lugar de ello, iba tras los labios de Dégel.
Ese pleito hacía renegar al de cabellos verdes porque decía que entonces él tenía ocupaba el lugar de la figura materna y Kardia, el del padre, pues su pequeña estaba en la etapa en que su complejo de Electra se manifestaba.
— Lo siento princesa, yo necesito mis besos matutinos. Si tu papá no me los da, entonces te toca a ti — sentenció.
Kardia pegó su boca a la mejilla de la niña, le tomó la cabecita del otro extremo y se mantuvo así apretando con fuerza medida un buen rato mientras hacía ruiditos con los labios. Cuando la soltó, ella tenía la mejilla roja por el acoso al que la sometió.
Se ganó un manazo doble. Dégel y Sasha le pegaron, una en el hombro, otro en la espalda.
— ¡Hey! Eso es maltrato, violencia doméstica, les voy a denunciar ante las autoridades.
— ¡Te lo ganaste! Y ve a Greenpeace, no me importa — resopló la chiquilla caprichosa cruzando los bracitos.
— Entonces le daré besitos a tu pap...
No terminó. Sasha apretó la cabeza de Kardia contra el pequeño hombro mirando ceñuda al otro padre.
— ¡Es mío, shu, shu! — espantó con la mano a papá.
— Y dices que no te llamas Hera, ese debió ser tu segundo nombre — reprochó Dégel bebiendo un poco de café —. Ya basta, empieza a desayunar que se nos hará tarde para ir a la escuela y hoy tienes que llevar la plastilina.
— ¡Cierto! — se puso toda alborotada.
Kardia sonrió y la dejó en la sillita. Dégel le puso el desayuno apurando el café del marido que se resignó a comer las tostadas de pan integral con una capa de crema, adornada con cuadros de aguacate, jitomate y queso fresco, aderezados con hojas de albahaca y un toque de aceite de oliva.
— Por cierto, Sasha — llamó la atención el de gafas casi al término del desayuno —. Pasado mañana es viernes y tu mamá llega de su viaje.
La niña dejó de comerse la tostada con crema y frutillas para mirar al padre fijamente. Dégel dejó una nueva taza de café frente a Kardia, se quitó los lentes y los fue limpiando con un paño.
— ¿Y a qué viene esa señora? — el tono despectivo de la niña elevó la mirada de los hombres.
— Esa señora es tu madre, Sasha — empezó con tono censurador el de cabellos verdes.
— Mis amigos tienen una mamá que está con ellos siempre, esa señora no está conmigo siempre, así que no es mi madre — razonó la pequeña frunciendo los labios en franca actitud combativa —. Puede ser la niñera, la sirviente, pero no mi madre.
Kardia lo veía venir desde que su marido le contó sobre la llegada de Seraphina. Su hija tenía mucha voluntad y era inteligente, no iba a aceptar así como así la vuelta de una madre que estuvo ausente mucho tiempo.
— Sasha, te dije que tu mamá estaba enferma...
— También lo han estado ustedes y no por eso me han dejado solita — replicó chasqueando la lengua.
— No es lo mismo — intervino Kardia —. Tu mami tenía una enfermedad muy complicada y los médicos no podían hacer nada por ella aquí en París, tenía que...
— ¡Por los rayos de Zeus y los celos de Hera! — gruñó la pequeña tomando su vaso de leche con ambas manitas —. No quiero que venga, dile que se regrese y se consiga otra hija, yo no tengo mamá.
— Sasha — rabió el de gafas —. Te prohíbo que te expreses así de tu madre.
— ¡No quiero! — chilló la pequeña —. No me da la gana, no quiero una mamá, mis primos no tienen una y están bien. Yo tengo dos papás, así que estoy mejor porque ellos tienen sólo a tío Camus. ¡No quiero una mamá!
Dégel iba a poner en su sitio a la caprichosa y Kardia le acarició la pantorrilla con discreción llamando a la cordura. Si ella se cerraba, mucho menos iban a lograr nada.
— Sasha — intentó Kardia hacerla comprender —. ¿Por qué no lo discutes con Sisyphus?
Eso pareció calmar un poco los ánimos de la niña. El hijo mayor de Camus podía ser un grano en el culo del escorpión mayor, pero Sisyphus entendía más cuando se le hablaba. Era más maduro de lo que su edad aparentaba.
— Está bien, hablaré con él cuando vuelva de la escuela — aceptó terminando la tostada y bebiendo el resto de la leche.
Los mayores intercambiaron una mirada. Ahora la urgencia estaba en hablar con el pequeño castaño.
En ocasiones, cuando a su hija terca se le metía algo en la cabeza y no cedía, las palabras de «su novio» la hacían recapacitar. Era un gran peso en los hombros de Sisyphus, pero por alguna extraña razón, funcionaba.
— Ve a lavarte los dientes y te pones el abrigo — ordenó Kardia.
La niña le sonrió pensando que ganó la contienda y fue a hacer lo que le pedían. El de cabellos azules volteó con su marido y le pasó un brazo por la cintura.
— Ambos sabíamos que iba a ser difícil el reencuentro. Sasha es una niña sensible y extrañó a Seraphina — susurró conciliador en el oído de su amado —. Ten paciencia, Dégel. No puedes exigir que la acepte cuando su madre estuvo los dos últimos años prácticamente siendo un fantasma.
— No fue culpa de Seraphina, Kardia — terció ofendido —. Ella estaba enferma, Sasha debe comprender que su madre la quiere.
Kardia no quiso decir más. Sabía que Seraphina era un tema tabú entre ellos. Dégel tenía sus ideas muy plantadas con respecto a esa mujer y no había forma de hacerlo cambiar de parecer. Se parecía a su hija.
El griego besó los labios de su marido con dulzura dando por terminada la discusión. Por fortuna, el timbre sonó y fue a la puerta. Sabía quién era antes de abrir, el pequeño Krest lo recibió con una mirada alegre. Era extraño porque el chiquito de Camus no se entregaba con nadie y con Kardia eran muy amigos.
— ¡Hola, guapo! — le halagó Kardia estampando su mano abierta con la suya —. ¿Listo para la escuelita?
— ¡Chi! — le respondió contento.
— ¡Krest, se dice «sí», no «chi»! — se oyó a Camus en la otra puerta, sacando rápido a sus dos hijos para llevarlos a la escuela —. Kardia, buenos días.
— Hola, cuñado, buenos días — saludó guiñando un ojo al pequeño azabache y dejando que entrara a su casa —. Buenos días, Sis y Écar, se portan bien y estudian mu... ¡Woaaa!
Écarlate no dudó en correr hacia el tío favorito y lanzarse a sus brazos. Kardia apenas pudo atajar el cuerpecito y lo estrechó fuerte. Le dio un beso en la mejilla con cariño sin contener las ganas, a pesar de que eso a veces avergonzaba al pequeño.
— ¡Me haces cosquillas con tu barba! — soltó la carcajada el menor —. Ya nos vamos tío —- le avisó y sin que nadie le viera, le dio un beso en la mejilla al mayor.
— Te cuidas, bicho — le recomendó y le soltó para que fuera con su padre —. Camus — lo llamó rápido a su lado y mientras los niños esperaban junto al elevador le susurró — Sasha va a ir con Sisyphus más tarde por el asunto de su madre. ¿Podrías hacerle ver a tu hijo que no está mal que Seraphina vuelva y que no la abandonó porque quiso?
El pelirrojo asintió comprendiendo todo. Le puso una mano en el hombro con gesto fraternal y le sonrió para tranquilizar su corazón.
— Por supuesto, cuenta con eso — le reconfortó y fue a con los niños —. Despídanse, hijos — ordenó tocando el botón del elevador.
Los dos le dijeron adiós con la manita. Kardia les correspondió y cerró la puerta. Ya estaba hecho y confiaba en Camus. Era un buen hombre, sólo esperaba que el idiota de Milo lo notara a tiempo antes de hacerle daño.
Milo acudió puntual a la cita con el investigador privado. El restaurante estaba ubicado en una zona céntrica de la ciudad y era lo suficientemente discreto para tener privacidad. Eligió una de las mesas en la esquina del fondo y esperó tranquilo mirando el menú que una amable jovencita le llevó.
Ignoró el coqueteo sutil que la adolescente le dedicó. Milo podía ser un hombre que gustaba de la belleza, pero eso no lo hacía ser un mujeriego. Lo de Aldebarán fue una broma que se le salió de las manos y aprendió a no seguir incitando de golpe y porrazo. Sin embargo, había una distancia tremenda entre mirar discreto y meterse bajo las faldas o pantalones de cualquier otro en cuanto le sonreían.
Las relaciones fugaces eran algo que le crispaba los nervios porque no se podía saber con qué loco se encontraría. Prefería un escort si necesitaba sexo inmediato, pues en el oficio más antiguo del mundo, la discreción era fundamental. Además, los escorts saben a lo que van, se van y no vuelven...
Al menos, ese era el tipo de consuelos momentáneos que buscó Milo en el pasado, los que no volvían.
Aunque Camus fue la excepción.
Ese pelirrojo le llegó muy hondo y todavía no entendía qué fue tan fuerte lo que despertó en él. Quizá esa explosión de galaxias cuando se dieron su primer beso o la forma en que se le derretía el hielo entre sus brazos. Adoraba la forma en que gemía, en que recibía y entregaba sin dudar, sin tapujos.
— ¿Milo Antares? — la interrogativa le llevó a unos ojos de zafiro que brillaban inteligentes.
El rubio sonrió al azabache de cabello corto encrespado que seguía de pie con intriga en el rostro. Estaba vestido con un traje sport negro y debajo, un suéter de cuello vuelto gris perla. Tenía distinción y un porte regio, sin contar con que la piel blanca resaltaba el cuidado personal. Eso le gustó a Milo, un hombre que procuraba los detalles.
— ¿Díaz de Vivar? — cuestionó por educación.
— Llámame Shura — concedió extendiendo la palma.
— Soy Milo entonces, mucho gusto — le comentó divertido, estrechando esa mano con un firme apretón que fue correspondido en el mismo tono.
Shura le dio confianza, el tacto no era suave, tenía callos quizá por alguna actividad física fuerte. La constitución era atlética, se notaba que si debía correr, lo haría sin dudar. Los mocasines eran lustrosos y la dentadura completa. El afeitado era total y perfecto, pero la mano tenía en el dorso algunos rasguños pequeños.
En conclusión, Díaz de Vivar gritaba al mundo que no hacía las cosas a medias, era competente y si tenía que meterse entre la basura, lo haría y después se daría un baño.
Tomaron asiento y la jovencita se acercó pensando que esto eran los Campos Elíseos. Dos hombres jóvenes y guapos por el mismo precio. Aleteó las pestañas y frunció los labios cuando ninguno le hizo un movimiento para conquistarla. Y eso que era guapa. Tomó el pedido y se fue algo frustrada.
— ¿Aldebarán te dijo para qué te necesitaba? — inició la conversación una vez que volvieron a estar solos.
— Me dio detalles imprecisos, lo suficiente para comprender que buscas a alguien, que la investigación se dio en su oportunidad y se bloqueó sin saber la causa, que debo trasladarme a Grecia y no tienes prisa, pero sí exiges precisión.
— Excelente — celebró contento.
No podía estar más complacido. Shura entendía su punto y eso le hizo sentir más aliviado.
— Lo que requiero es una búsqueda exhaustiva — continuó con energía —. Sé que encontrarás puntos muertos, pero requiero a una persona aguda y perspicaz para entender hasta dónde seguir tensando la cuerda sin que se rompa.
— Perfecto, lo entiendo bien — asintió con la cabeza para dar mayor ímpetu a su frase.
El azabache calló cuando la joven les trajo la comanda. Café negro para Shura y una limonada mineralizada para Milo. Continuó la plática cuando la joven se fue.
— Tengo entendido que requieres conocimiento de campo y no tengo problema con eso, crecí por la zona donde desapareció la persona que buscas y de cualquier modo, mi pareja es nativo de ahí. Si te parece bien, puedo añadirlo a la búsqueda.
— No tengo problema — sacudió la cabeza para hacer hincapié —. Los viáticos serán entregados puntualmente al tercer día en que los requieras, sólo te pido un desglose de los mismos para mi contabilidad.
— Sí, no te preocupes por eso. De cualquier forma — llevó la taza a su boca para dar un sorbo —. Si hay algún pago extra por soborno, te lo haré saber. No tengo la costumbre de dar demasiado dinero, sé que tienes una empresa farmacéutica y eso puede dar un espectro bastante amplio de oportunidades.
Milo se quedó sorprendido porque el hombre ya le había investigado también. Se sonrió divertido con un buen presentimiento. Aldebarán eligió muy bien al individuo.
— Lo que sea en medicación y si no lo tengo, lo consigo — le dejó la oferta —. De cualquier forma, intenta avisar con tiempo, tendrás acceso a mi número privado. Si ves que no te respondo y tienes una urgencia, márcame. No me molestaría en absoluto, quiero que entiendas que esta investigación la haces tú, pero estoy comprometido en cada paso que des.
— Entonces nos llevaremos muy bien, Milo — declaró motivado —. Es mucho mejor cuando quien me contrata comprende que no estoy supeditado a sus horarios rígidos. Pondré mi mejor empeño. ¿Me enseñas lo que tienes?
El griego sacó de su maletín las hojas con la investigación pasada. Estaba cada una de ellas separadas a la perfección con hojas gruesas y de pestañas de colores. En la portada, de su propio puño y letra, Milo había creado un guion para que pudiera encontrar cada detalle con facilidad.
— Ya veo que lo intentaste tres veces — susurró pensativo, revisando cada parte de los documentos.
Milo se dedicó a beber su limonada con paciencia, dispuesto a resolver cada duda del azabache. Tardaron cerca de hora y media, el español hacía anotaciones en una libreta que sacó de su propio maletín con letra pulcra y firme.
— Bueno, Milo, me parece que con esto inicio — comentó después del cuarto café —. ¿Tienes alguna duda sobre mis honorarios o mi forma de trabajo?
— No, quedó todo claro — estaba esperanzado en que Shura daría unos resultados maravillosos —. Te pido que tengas cuidado, las personas a las que vas a investigar tienen muy corta paciencia.
— Entendido, de cualquier forma, mi pareja no es reconocida por su buen humor y tiene muchos amigos por el sitio, eso ayudará a mantenernos a salvo.
— Shura, confío en ti. Sé que no es una tarea fácil lo que te estoy pidiendo, pero estoy en la esperanza en que harás un buen trabajo.
— Daré lo mejor de mí, eso te lo puedo asegurar, Milo — prometió con una sonrisa pequeña.
— Por cierto, ¿No nos hemos visto antes? — podría jurar que sí.
— No, tengo una buena memoria para las caras, te habría reconocido de inmediato.
— ¡Qué raro! En fin, cualquier cosa ya tienes mis datos, nos vemos después.
— Haré los preparativos y para el lunes confío en estar en Grecia — dejó claro antes de despedirse.
Milo no podía saber cuánto iba a cambiar su vida con Shura haciendo esta investigación, ni lo que iba a descubrir...
Era la una y quince de la tarde cuando Camus subió a su vehículo con Crystal al volante. Echó atrás la cabeza en el respaldo del asiento cerrando los ojos.
— ¿Día pesado, Camus?
El varón de cabellos tornasolados se integró al tráfico con la maestría de años. El pelirrojo le había insistido en que le llamara por su nombre después de casi siete años juntos. Crystal prácticamente conocía su vida al completo y le ayudaba en los momentos más precarios yendo a por sus hijos. Era uno de sus hombres de confianza con Hasgard.
— Agotador, me parece que después de esto, necesitaré vacaciones — comentó entrecerrando los ojos intentando relajarse en el asiento trasero del auto —. Lamento no ir adelante, Crystal.
— No te preocupes, cierra los ojos y descansa, te avisaré cuando lleguemos.
Camus sonrió, podía confiar en él. Le podía encargar su vida como hacía con Hasgard y él la cuidaría. Acomodó su cuerpo en el asiento y cerró los ojos. Tenían cerca de media hora para llegar a por sus hijos a la escuela y decidió aprovechar cada minuto.
Debió elegir una institución más próxima a su trabajo, pero era el sitio donde Dégel y él estudiaron y por nostalgia, los inscribió ahí. Ahora se arrepentía, por supuesto, pero sus hijos ya tenían amigos y le parecía insensible cambiar su mundo sólo por su propia comodidad.
Veinte minutos de sueño hicieron maravillas con su humor. Despertó con más ánimo para el resto de la jornada. Irían al departamento, donde su pequeño Krest ya estaría ahí porque Dégel o Kardia iban por él al jardín de niños donde cursaba con Sasha. Eso era de gran ayuda, pero sólo contaría con ello este año.
La pequeña ya cursaba su último grado de pre-escolar y al próximo, entraría a la primaria. Ahí Camus debería ver de qué forma organizarse para cumplir con los horarios de sus tres niños.
Una vez llegasen a su departamento, se cambiarían los uniformes y almorzarían. Después, mientras Crystal se quedaba con Krest y Sisyphus en casa para la clase de inglés, Camus iría con el dinámico de Écarlate al hockey.
De sólo imaginar la energía de su hijo mediano, se le cargaba la pila, pero de estrés. Había días que rogaba porque Kardia lo supliera. Sólo él podía con esos estallidos de adrenalina. No entendía cómo hizo Milo para controlarlo cuando el domingo lo dejó solo con los tres.
— Camus, te veré donde siempre y si no hay lugar, te aviso — informó el de cabellos tornasolados al tiempo que Camus salía del vehículo.
— De acuerdo, gracias Crystal.
Le sonrió cerrando la puerta del auto. Después de arreglar su traje y su cabello para parecer persona, se encaminó a la entrada del centro educativo. Si algo que estaba prohibido en la escuela, era complicar el tráfico. Por ello, les pedían estacionar un poco lejos o bien, esperar en otra calle.
A Camus le parecía la peor estupidez si tenían a alguien siguiendo sus pasos, pero reglas eran reglas.
Ni siquiera tuvo que presentar su credencial para recoger a sus hijos. Lo conocían ya y pronto, tenía a Écar rodeando su pierna y Sisyphus su cintura.
— ¡Hola, pequeños! — saludó con alegría levantando al pequeño pelirrojo en brazos y caminando hacia la salida —. ¿Nos fue bien hoy?
Écarlate se soltó hablando como si le pagaran por decir algo. Fiel a su costumbre, Camus miró primero a Sisyphus para saber si había algo importante, su hijo le respondió con un pulgar arriba. Una vez seguro de que todo estaba bien, dedicó su atención al pequeño Écar.
— Mi profesora me dijo que estaba aprendiendo muy bien inglés, papá.
— Maravilloso, Écar, me da gusto — besó su cabecita guiando a su hijo mayor hacia la esquina donde Crystal acostumbraba aparcar —. ¿Y tú, Sisyphus?
— Todo bien, papá, pero tengo que hacer una maqueta del Partenón.
— Uhhh, yo te ayudo, Sis, yo quiero ayudar, hermano — se ofreció encantado.
— Primero harás tu tarea y si te sobra tiempo, le ayudas — lo cortó Camus sabiendo que si el pequeño «ayudaba» seguro Sisyphus tendría que repetir diez veces el trabajo —. Igual, vamos a ver si te quedan fuerzas una vez que vuelvas del hockey.
Eligió el deporte bastante a conciencia, después de analizar los pros y contras con Kardia. Necesitaba algo que le hiciera gastar esa energía interminable y cayera muerto. La natación le quedó corta a pesar de que iba dos días a la semana y con el crecimiento de Krest, ya Écar se quejó de que «nadar era cosa de nenes chiquitos», motivado porque Sisyphus practicaba arquería.
El fútbol fue descartado con las patadas que su pequeño lanzaba directo al bulto cuando jugaba con Kardia. Tenis era muy de precisión y temía que sus rodillas quedaran más lastimadas, pero hockey si bien le pareció muy violento al inicio, descubrió al tercer entrenamiento que ayudaba a que su hijo pudiera aprender el trabajo en equipo y sacaba su agresividad de forma positiva, con protección extra cuando le devolvían el favor.
— Está bien, papá — aceptó el chiquito y aprovechando que Krest no estaba, lo apretó contra él todo cariñoso —. Oye, ¿Y Milo? — volvió con la cantaleta.
— En su casa trabajando, Écar. Ya te lo había dicho.
— Tsk — infló los mofletes —. ¿Le dijiste que quiero verlo?
— Sí y dijo que el viernes nos vemos — le recordó con paciencia, pero a veces Écar tenía la habilidad de picar...
Bah, de golpear con mazo y no dejar nada en pie hasta conseguir lo que se proponía.
Camus lo escuchó quejarse una y otra y mil veces más mientras el mayor rogaba porque el camino se hiciera más corto.
— Écar, papá ya no te escucha — le reprendió su otro hijo con esa mirada que ponía a los menores a temblar —. Por favor, puedes bajar el volumen de tu voz porque me duele la cabeza y no quiero que me dé migraña. ¿Si?
El pelirrojo menor apretó los labios de inmediato. Camus acarició los cabellos castaños de Sisyphus queriendo besarlo. La amenaza de la jaqueca no era en vano. Su hijo mayor sufría esa dolencia y por eso usaba esa banda roja en su frente impregnada por unos aceites que su terapeuta le recomendó.
Shijima era muy bueno con la medicina alternativa y Camus le agradecía mucho lo que hacía por su pequeño cuando los galenos insistían en dopar con medicamentos. Si algo no le gustaba al francés, era darles pastillas porque sí.
— Y llegamos — se alegró Camus bajando al piso a Écar. Tomó las mochilas de ambos niños y les abrió la puerta para que entraran al auto. Dejó todo en el maletero y subió al asiento delantero sin darse cuenta de algo.
Una figura los miraba desde que Camus salió del vehículo y los fue siguiendo a la distancia aprovechando lo transitado de la zona para pasar desapercibida entre la gente. Se rascaba con fruición la nuca. Tenía una irritación preocupante en la piel y eso no detenía sus uñas.
Le molestaba ver a Camus con sus hijos, le parecía lo más aberrante del mundo que no trajera al pequeño con él.
¿Dónde estaba? ¿Por qué iba el pelirrojo con un niño ajeno? ¿Por qué le cambió el color de los cabellos al nene?
— No sabes lo que se te avecina, no sabes lo que hay detrás — sacudió la cabeza y mordió la uña de su dedo índice con histeria —. Estás avanzando como si nada, sin mirar a tu alrededor. ¡Eso no te lo enseñé yo!
La figura rechinaba sus dientes, apretando el paso cuando ellos dieron vuelta en la esquina. Los miró desde la otra acera hasta llegar al auto. Sacudió de nuevo la cabeza y se rascó la nuca. Esta vez sus uñas se mancharon de sangre.
— Te dije que tuvieras cuidado, eres un descuidado, te dije que te cuidaras, no miras alrededor. ¡Eso no te lo enseñé yo!
Esperó a que se pusiera el semáforo en rojo para atravesar la calle, pero ellos ya habían subido al vehículo que arrancó.
— Los van a matar, los están siguiendo y antes de que les hagan daño, prefiero matarlos yo.
NOTAS DEL AUTOR
¡Hola! ¿Cómo va?
Estoy que doy de saltos hasta las nubes.
¡Este fic llegó a las 1k lecturas!
Gracias a ti por hacer esta meta realidad.
¡Muchas gracias!
Y espero que te haya gustado este capítulo, intenté hacer algo diferente para no aburrir y que vieras la dinámica de Camus y Milo en los mensajes.
Me gustaría saber si tuviste problemas en leer, si te pareció difícil, si mejor me dedico a escribir directo y sin imágenes.
O quizá todo es mi imaginación y mis nervios de primeriza con este método...
Te agradecería mucho que me respondieras aquí porque me ayudaría mucho a saber si sigo con esta vertiente de los WhatsApp o no.
Decidí que te voy a poner en un comentario, las aclaraciones a cada frase que leas en otro idioma, así tienes más a la mano todo.
Y ahora sí, me despido.
¡Hasta pronto, nos vemos... joder, espero que el jueves! xD
Aclaraciones
Expresiones en otro idioma:
[1] Bom día! Come vai você? --- ¡Buen día! ¿Cómo estás?
[2] Bom dia, Aldebarán! Eu estou bem, obrigado --- ¡Buen día/Buenos días, Aldebarán! Yo estoy bien, gracias.
[3] Milinho --- diminutivo de Milo, se pronuncia "Miulinñu".
[4] Barão --- diminutivo que le dieron en su familia a Aldebarán, se pronuncia "Baráun"
[5] Oi --- Hola, Aldebarán lo usa como un "Oye, Hey".
[6] Me escute --- Escúchame.
*Crédito de las imágenes a los creadores y dibujantes. ¡Divinos!
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