Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

13. ¿Qué quiero de nuestra relación?

Milo tenía un dolor de cabeza intenso. 

Llevaba diez minutos intentando prestar atención a las tres conversaciones simultáneas que le explicaban qué era Saint Seiya y por qué era tan importante para esos niños.

Hasta ahora, entendía que el Pegaso era el protagonista, que era hermano de Andrómeda, este último era amigo de un ¿Pato? y después lo salvó en Libra. Había un dragón que le gustaba echarse al sol, por eso se quitaba la camisa. Athena les pegó de niños, los usó de caballitos y después les dio besos como su papá, porque ahora era buena y los protegía. Después llegó el caballero de Leo que como es un gato grande, se comió al Pegaso. No, no, era cierto. No se comió a Pegaso, se peleó con el Pegaso, pero el hermano de Leo apareció y Athena lo besó y fue «hodible».

Ah no, Athena iba a besar a Pegaso, pero no lo besó porque un pajarraco se le entrometió, pero eso fue antes. No, que fue después, no antes. Bueno, que no importa y al final, el de Sagitario le dio una esfera de luces a Pegaso, no fue de luces sino de cosmos que es como la energía espiritual de las personas, pero se compone de muchos sentidos, como mil. Ah no, son ocho, pero no todos llegan al octavo, como mucho al sexto, que es el de la intuición como la canción de Shakira. Bueno, con esa cosa golpeó al de Leo y después el gato se fue maullando, pero se volvió malo y...

Para este momento, Milo necesitaba una pastilla.

¿Una? No, necesitaba cientos.

Ahora tenía una jaqueca monumental.

¿Por qué era tan difícil para él, escuchar a los tres al mismo tiempo? Había visto a escondidas a Camus hacerlo en la mañana y supuso que él también lo lograría, pero ahora...

No estaba tan seguro de eso. 

Al menos, había aprendido algo de ellos.

Sisyphus era un niño bastante maduro para su edad, apasionado y muy agradable. Écarlate era una bomba de energía, que parecía ir a una frecuencia entendible para Milo. Sin embargo, Krest...

Exigía demasiada atención mientras decía quién sabe qué cosas en un tono muy mimado que no usaba cuando estaba el atractivo pelirrojo presente. Si bien seguía en la misma línea de ser voluntarioso y haciendo pucheros, a veces se desesperaba porque Milo no le entendía y amenazaba con meterlo en un «ataúd de quistal»  si seguía distrayéndose.

¿Por qué Milo no se iba de ahí ya? No lo sabía. Intentaba poner su mejor esfuerzo por Camus, pero reconocía que esto sobrepasaba su paciencia.

El sonido del cristal al romperse en algún lugar del departamento, sobresaltó a todos. Los cuatro intercambiaron miradas sin saber qué hacer.

Iré a ver — dijo el pequeño pelirrojo.

Écarlate salió corriendo y Milo, una vez dejó al koala sentado en el sillón, persiguió al otro a toda velocidad. Era un niño de pocos años y si bien sus piernas eran ágiles, el rubio era más grande. Sólo por eso, sus zancadas lo alcanzaron antes de que entrara a la cocina.

Entre risas, el mayor se echó al hombro al pequeño como si fuera costal de papas y lo sujetó de su cintura.

— No te escapes así, puede ser que los vidrios te corten — enseñó aún sonriendo.

— ¡Es trampa, es trampa!

Entró a la cocina cambiando de posición al niño. Lo ancló a su cadera y el pequeño se la rodeó con sus piernas, sujetando su cuello. Milo sonrió complacido por lo bien que se sentía, tener así al pelirrojo menor.

Camus colgaba el teléfono de la pared y mantenía el silencio de espaldas a Milo. Se frotó el rostro con ambas manos, parecía tener sobre los hombros una muy pesada carga.

— ¿Está todo bien, Camus?

La pregunta sobresaltó al francés. Si bien volteó con una sonrisa asintiendo con la cabeza, Milo supo que no era genuina la respuesta. Podía distinguir ahora, la falta de ese hoyuelo en su mejilla.

Empezaba a conocer a Roux y eso le hizo sentir un calorcito agradable en el pecho.

— S-sí, claro. Estoy bien — su voz parecía cargada de estrés —. Se me resbaló el frasco, así que ten cuidado al pisar, hay granos de maíz por todos lados.

Sonaba como todo un padre preocupado por un Milo que ya no era niño, desde hacía muchas primaveras atrás.

— Lo tendré — prometió el rubio sintiendo una lombriz en su cadera.

— ¡Papá, papá, Milo me agarró y no me suelta! — decía entre risas feliz.

— Ah, sí. Lo siento, Écar — susurró su padre aún distraído —. Me parece que... terminaré de recoger esto e iré con ustedes.

Milo lo vio ir por una escoba pisando precavido. No supo qué hacer en ese momento ni qué decir para que ese Camus receptivo que fue por él al estacionamiento y que aguardó indeciso en la habitación mientras el rubio se quitaba la ropa, volviera.

No lo conocía de nada, prueba de ello era el pequeño que seguía intentando escapar y Milo lo mantenía ocupado picándole una costilla para conseguir sus risas infantiles. Sin embargo, le gustaba estar con Camus y quería seguir explorando esto que estaba surgiendo entre ellos. Le parecía novedoso y extrañamente reconfortante.

— Écar, vamos a seguir viendo Saint Seiya mientras tu papá recoge y piensa un poco en qué nos da de almorzar — propuso con tono amable. — ¿Te parece bien?

— ¡Sí, Milo!

Sin embargo, sus ojos seguían la figura del pelirrojo mayor sintiendo que estaba anímicamente muy lejos de él, por más que unos cuantos metros separaran sus cuerpos.

Camus le dirigió una mirada cargada de agradecimiento. Milo le correspondió con una sonrisa y una inclinación de cabeza. Le dejó solo, aunque le supo amargo no saber qué lo tenía así.

Volvió con el pequeño al cuarto de entretenimiento y se propuso impedir que le pasaran por encima como una locomotora. Se preguntó por enésima vez cómo lo hacía Camus y optó por analizar la dinámica grupal.

Cuando la entendió, ahí actuó.

Les hizo poner Saint Seiya desde el capítulo uno confesando que no entendió lo que le contaron y así, los mantuvo entretenidos durante dos largas y maravillosas horas.

Cuando Camus volvió trayendo dos cajas de cartón cuadradas y platos, parecía estar mejor. Milo lo escuchó salir a pocos minutos de dejarlo solo limpiando los vidrios y había vuelto recientemente.

Supuso que fue con su hermano, pero no preguntó. Hasta que terminaron de almorzar la pizza que pidió el francés y llevaron todo a la cocina, Milo se atrevió a curiosear.

— ¿Estás mejor?

No era ciego, Camus estuvo muy callado durante la comida y distraído, pero como los niños seguían viendo Saint Seiya, ni se dieron cuenta. 

Milo se le acercó para ayudarlo a secar los platos y vasos que estaba lavando el otro.

— Fue un día complicado y todavía no termina — fue su respuesta lacónica —. Lamento ser tan mal anfitrión y dejarte solo con los chicos.

— No te preocupes, ya supe que Dragón no se quita la camisa para tomar el sol y que Sisyphus es muy bueno con los idiomas. ¿Sabías que Krest se sabe la canción de Saint Seiya en japonés y de memoria?

— Ah sí, porque también la cantan en el auto. No sabe hablar bien, pero en japonés dice frases como "Tenkūhaja Chimimōryō" que es una técnica del santo de Virgo sonrió con resignación.

— Vaya con el enano — dijo entre risas secando el siguiente plato —. Me alegra haber ayudado un poco, aunque sea vigilando que no se comieran todo el chocolate que estaba en el mueble bajo el coñac.

— ¿Ya lo encontraron? — se quejó el pelirrojo resoplando —. Me va a costar que Écar se duerma.

— ¿Lo siento? — se mesó los cabellos de la nuca —. En mi defensa, diré que cuando llegué de traer los vasos con agua que me pidieron, el chocolate ya estaba en la mesa. Y todos dijeron que les prometiste un pedazo y nunca les diste.

— Es cierto, se me olvidó — reconoció terminando de lavar la loza —. De cualquier forma, me disculpo por no atenderte y dejarte solo con mis monstruos.

— Siempre me puedes recompensar prometiendo que irás a cenar conmigo en la semana — canturreó guiñando un ojo.

— Esta semana es imposible, tengo muchas cosas por hacer — sacudió la cabeza —. Mañana ellos entran a la escuela, tienen que recuperar el ritmo de estudio. Además Sisyphus vuelve a sus clases de arquería martes y jueves. Los miércoles tengo que llevar a Écar a hockey y Krest empezará natación los lunes y viernes.

Milo sintió que la jaqueca se incrementaba a ritmo espeluznante. Reconocía que la vida de padre era difícil y Camus la llevaba bien. Sus palabras no eran lamentos, sino simples actividades que debía cumplir.

— Supongo que en la noche estás tan agotado que sólo quieres echarte en tu cama y...

— Dormir — completó el pelirrojo con un suspiro resignado. Dejó de lavar y volteó hacia el otro —. Milo, quizá no sea buena idea que intentemos algo, por más somero que sea — reconoció con mucho pesar.

Esas palabras le revolvieron el estómago al rubio. El aire le faltó y volteó hacia el pelirrojo que limpiaba la superficie del fregadero con tristeza.

Milo le tomó del mentón y lo instó a poner sus ojos de rubí en él.

— ¿Eso realmente quieres, Camus?

No podía creer que estuvieran en este punto después de un brutaly muy satisfactorio encontronazo. No planeó conocer a este hombre y mucho menos, sentir esta atracción sexual que rugía en su interior cada que veía ese rostro, esos labios, esos cabellos rojos como el fuego.

— Sería lo mejor, Milo — reconoció hundiendo la mano aún húmeda en la hermosa cabellera —. Soy padre de tres nenes y no es fácil mi vida. Por eso el sexo casual estaba bien.

— Y en el Tártaro los titanes quieren libertad — resopló el griego —. Camus, tú no eres hombre que se contente con el sexo casual; te gustan los compromisos. Tres hijos lo gritan fuerte y claro.

Estaba seguro de eso. 

Era cierto, el pelirrojo era firme, determinado, fuerte en su interior, en su actuar y miraba a todos desde su torre siendo inalcanzable, pero era una pantalla. Milo sentía que era una falacia a la que Camus se quería aferrar para alejar a todos de su círculo interno. Era su forma de mantenerse estable, siendo frío como el hielo.

— Dime la verdad, Camus, por favor — le rogó sujetando una de sus manos.

Milo se aferraba a esa idea de que el otro creía en las parejas estables y por más que el rubio fuera un trotamundos sin un lugar fijo, sentía que con Camus podía estabilizar esa parte de su vida que le fue negada por una u otra cosa.

— No lo sé, Milo — desvió la mirada, pero sus manos temblaban —. No sé ni lo que quiero, en realidad.

— Sólo déjame estar contigo. Camus, no me alejes — se le cerró la garganta —. Por primera vez después de mucho tiempo, siento que alguien puede ser compatible conmigo y no lo digo sólo por el terreno sexual. Te he visto con tus hijos, con tu hermano, veo cómo Kardia te defiende, creí que también deseabas tener algo conmigo, sino ¿Por qué fuiste a buscarme al estacionamiento?

— ¡Por las acciones! — reconoció a su pesar —. Porque Dégel me dijo que necesitaba recuperar la empresa de nuestra madre y...

— ¡Mentira! — le calló Milo ofendido porque se atreviera a decir eso en su cara —. El Camus que bajó por mí, tenía una mirada que distaba del interés monetario. ¿Acaso crees que soy idiota? Te vi ahí con esperanzas, nervioso y un sonrojo adorable en sus mejillas, por eso me rendí a tus pies.

Camus se soltó de su mano atolondrado, acorralado. Caminó como bestia enjaulada por la cocina sin saber cómo reaccionar.

— Sé que no empezamos por buen pie, Camus. Sé que me obsesioné con quitarte el virgo, lo reconozco — fue sincero al decir eso —. Sin embargo, cuando te tuve dormido entre mis brazos, sentí que podía funcionar. También estás tan herido como yo, ¿Verdad?

— Mira, Milo, me equivoqué — se aferró a la cobardía —. No debí siquiera pedir que te quedaras hoy.

— No sólo fuiste tú, Écarlate también me lo pidió — confesó el rubio haciendo que el otro le volteara a mirar con sorpresa —. Él dice que su padre está solo, que le falta alguien e incluso, me prometió que metería a todos a su habitación siempre y cuando viniera contigo. ¿Crees que un niño tan sensible me mentiría? No, Camus se negaba a creer eso. — Buscamos lo mismo, alguien a quien amar y reconozco que no estoy en mi mejor forma, quizá nunca lo estuve, pero quiero luchar por ti, contigo.

Lo notó, vio de inmediato cómo todo en esa mente chocó y se resquebrajó. Camus sacudió la cabeza intentando recomponer los pedazos rotos de sus pensamientos y creencias, antes de alejarse más de él.

— Creo que es momento de que te vayas, Milo.

Ese tono de voz lúgubre y triste le dio la esperanza de que podía irse hoy, pero seguir peleando. Secó sus manos en el trapo de cocina, lo extendió en el sitio y se acercó al pelirrojo.

— Haré lo que me pides. No porque es lo que quieres, sino porque lo que necesitas ahora, es soledad para aclarar tu mente.

Estaba a muy pocos pasos de él y levantó su rostro por el mentón. Sus ojos se aferraron a esos rubíes llenos de sentimientos negativos. Supo que estaba asustado y eso le reconfortó porque se sentía igual. Le aterraba saber que su vida podría quedar ligada a tres nenes y él no sabía cómo ser padre.

Sin embargo, aprendería como todos los demás.

— Te quiero conmigo, Camus. Quiero conocerte, quiero darme la oportunidad de ser feliz a tu lado, de hacerte feliz y creo que mi intuición tiene razón al decirme que eres para mí — no debería, podía ser rechazado, pero aún así, lo rodeó con sus brazos llevando la cabeza pelirroja a su hombro. — Me gustas todo tú. Tus defectos, tus virtudes, me aterran tus hijos, pero también me fascinan. Sólo déjate intentar, Camus. Acepta la oportunidad de tener a alguien contigo. Todo puede salir mal, lo sé, pero ya salió mal, tan así que ambos estamos solos. ¿Qué puede ser peor que eso?




Mansión Kido.


Saori agradeció la presencia de Hilda durante las horas de maratón que vinieron después de lo sucedido con la explosión del auto. La joven Kido se vio inmersa en una seguidilla de trámites policíacos y burocráticos, que si no fuera gracias a la nórdica y a su hermano Apolo, estaría muerta de agotamiento.

Aún con ese apoyo, estaba muy cansada a las cinco de la tarde, la hora del té inglés. 

El personal de servicio trajo lo necesario para que pudiera degustar con tranquilidad el líquido caliente y los pastelitos, mientras Saori finiquitaba un par de cosas más, antes de poder respirar tranquila. 

La mujer de cabellos lilas apagó el teléfono deshaciéndose de los zapatos y subió los pies al cómodo sillón de dos cuerpos de su salón. A su lado, Hilda tomó asiento y le dio un buen masaje en sus plantas y dedos.

— ¿Por qué eres tan linda conmigo? — ronroneó cerrando los ojos, disfrutando de esas presiones que la hacían sentir tan bien.

— Porque eres mi novia, tontita — se sonrió y le dio un golpecito con el índice en la nariz.

— Ah, este...

Saori abrió sus ojos y se puso toda roja acomodándose un mechón de pelo tras la oreja. Eso motivó a la nórdica que se acercó y le dio un rápido beso en los labios. La de cabellos lilas sintió un fuerte bochorno porque no estaba acostumbrada a las demostraciones de afecto que surgían tan natural en su compañera.

— Hilda ~ reclamó tapándose la cara con timidez.

— Oh, vamos, no te quejaste cuando fuimos a dormir en la madrugada y mientras... — guiñó su ojo derecho con coquetería.

Saori no supo qué responder. Sólo se puso más roja reconociendo que, si bien al inicio temía a la intimidad entre ellas, Hilda echó por tierra cualquier duda. 

Fue maravilloso y muy satisfactorio estar entre sus brazos durante esas horas que utilizó para «descansar». Volvió a mordisquear su labio porque nadie creería el cambio radical de su novia, que se reconocía por ser tan dulce y de personalidad recatada, pero una vez que las puertas se cerraron...

— Además, ¡Tú sí que llevas la palabra «evento» a otro nivel, Saori! — le vio el lado positivo a la situación con una sonrisa plena —. Salió en todos los medios de comunicación.

— Ni me lo recuerdes — hizo una mueca de fastidio —. Ya viste que Apolo está encima como un dios olímpico, sin dejar que los medios comuniquen lo que no es y si lo hacen, ya dijo que los demandará por difamación.

Media hora después del atentado, su hermano mayor había aparecido como si tuviera un oráculo en la cabeza que le contaba lo que sucedía y tomó el asunto en sus manos.

Por un momento, Saori pensó en mandar lejos al entrometido, pero Hilda la convenció de que necesitaba dormir antes de enfrentarse a cualquier monstruo que quisiera comerse el arduo trabajo de la Fundación.

Además, Apolo era categórico, duro e intransigente y puso muchas cosas en orden para cuando Saori volvió al mundo real, después de pasar casi ocho horas en su habitación. Su hermano ni siquiera dijo una palabra al ver a su lado a Hilda, se limitó a explicarle claramente los avances que hizo, lo que faltaba y se fue a dormir prometiendo volver.

— Además, tremendo hombre que tiene a su lado — cotilleó Hilda —. No lo niego, tu hermano tiene buen gusto.

— Ay, ¿Te gusta El Cid? — arqueó una ceja con gesto de disgusto —. Sí, tiene una imagen muy apuesta, tiene mucha categoría, pero...

— No se parece a los hombres que te gustan, como Seiya, oh — se metió con ella entre risitas y una mano en el pecho —. No sé qué le ves...

— Es lindo, además me atrae su personalidad porque es voluntarioso, optimista y si se propone algo, sé que lo logrará.

— Ya, pero tiene razón tu hermano cuando dice que es un burro, porque nunca vio al mujerón que tenía a su lado — le acarició la mejilla —. Mejor para mí, me dejó el camino libre.

— Bueno, es que es medio cegatón sobre lo que despierta en las demás personas — reconoció sintiendo que los colores se le volvían a subir —. Además, no soy tan perfecta como dices.

— Es que no te ves a través de mis ojos, Saori — le halagó depositando un beso en su cuello —. Reconozco que Seiya tiene sus méritos, pero está muy cegado por Shiryu — le dio un mordisquito.

— ¡Huy! — se estremeció con la caricia —. ¿Seiya con Shiryu?

— Otra cegatona — rio con ganas, terminando el masaje —. ¿Tú por qué crees que va tanto con el pupilo de Dohko? ¿Para aprender abogacía e impartir justicia? ¡Ja!

Saori se quedó en silencio analizando sus recuerdos bajo esa perspectiva. Parpadeó hasta que por fin, enlazó los puntos que antes ignoró por estar tan obsesionada con Seiya.

— Lo reconozco, me fijé en alguien que no me correspondía y lo hice por puro capricho — se cruzó de brazos enfurruñada —. ¡Soy tan tonta!

— No digas eso, sólo eres humana, Sao — le quitó el peso emocional con un movimiento de su mano —. Ya sácate eso de la cabeza porque te vas a poner triste y no quiero que mi novia esté pensando en otros, cuando yo estoy presente.

— Tienes la culpa, tú empezaste todo — afirmó con una mueca de molestia.

— Cierto — besó de nuevo su mejilla cariñosa —. Ya vuelvo, voy a lavarme las manos. No le hables a Camus, deja que tenga un buen día.

Fue algo que discutieron casi todo el día. Saori deseaba saber cómo estaba, pero Hilda insistía en que debía descansar.

La vida de su amigo no era fácil con tres hijos, por eso le pareció correcto animarlo a que tuviera una aventura con el rubio. Ahora no sabía si hizo bien.

Le preocupaba esa faceta tan frustrante del francés, que se empeñaba en mantenerse en su torre de cristal y no salir de ahí. Comprendía su dilema, esa complejo de culpa que lo perseguía después de lo sucedido con la madre de su hijo, pero le parecía que ya se había castigado demasiado tiempo.

Además, no fue culpa del pelirrojo, pues no podía anticipar que su futuro sería peor por el embarazo de Krest. 

— Lo que sea, saca eso de tu cabeza.

Escuchó desde la entrada, Hilda volvía y se acomodó a su lado preparando su taza de té con movimientos elegantes y muy educados. Como la de cabellos lilas guardó silencio, la otra siguió la plática.

— Sao, te conozco, te estás martirizando con algo que no tienes respuesta y seguro que no la tendrás. ¿No fue suficiente con lo sucedido hoy?

— Por eso es que me gusta tanto esto de que seamos novias — susurró con una sonrisa pequeña —. Casi me lees la mente.

— Te conozco desde hace mucho, Sao — reconoció dando un trago a su té —. Además, el que tengamos un noviazgo no significa que dejemos de ser amigas. Presiento que tienes el complejo de justiciera. Buscas ayudar a todos a conseguir lo que sientes que merecen y a veces, tus campañas no son fructíferas porque no depende de ti, cariño. Considero que debes aprender a dejar soltar para que los demás sigan sus caminos. Yo estoy en la idea de que debes ser oído y tu boca sólo debe aconsejar, no indicar qué hacer porque lo que te funciona a ti, no es igual para otros.

— ¡Es que le dije a Camus que tuviera sexo con Milo y ahora no sé si hice bien! — soltó como una ametralladora y terminó golpeando un cojín cercano —. Me siento horrible. ¿Y si no era lo que Camus quería?

Abrazó el cojín como un sostén de emociones, preocupada por el pelirrojo y las consecuencias por lo que hubiera sucedido entre ellos.

— ¿Y por qué te castigas con esas preguntas, Sao? — negó con la cabeza —. Además, Camus ya está grandecito. Tiene tres hijos. Tres a falta de uno. Si siguió tu consejo, es porque hizo una elección. Recuerda que tú opinas, pero las acciones son responsabilidad de quien las ejecuta.

— ¿Cómo es que tienes las palabras exactas para ponerme en mi lugar?

— Porque soy tu novia, tontita — se rio y le dio otro beso —. Y porque te conozco, te lo repetiré hasta el hartazgo, te conozco Sao. Además, si Milo es ese rubio que pujó por él, ¡Por Odín!

— Sí, era él, ya te lo dije — encogió sus hombros frunciendo sus labios —. ¿No eres lesbiana, Hilda?

La nórdica era demasiado discreta con su vida privada, por eso Saori la tomaba de ejemplo. Los medios la adoraban e Hilda tenía las palabras justas y sabias para decir en el momento preciso. Sin embargo, le llamaba la curiosidad esa parte de su vida.

— Oh, Sao — volvió a reírse —. Como te dije, yo seguí los estándares de la sociedad y tuve novios, pero después de que falleció Siegfried, descubrí que tengo ojos para los hombres, pero no corazón. Ese te lo robaste tú, bobita y sin pedir permiso. Me costó reconocer mis sentimientos por ti, pero después, sólo necesité aguardar el momento y llegó. Ahí, me lancé a por todo.

Saori se puso roja como la grana de nuevo y sonrió encantada por saber que era tan deseada.

— Por cierto, me disgustó mucho lo que dijo tu hermano sobre que Surt pudo ser el culpable del ataque — alegó Hilda con enojo —. Surt puede tener muchos defectos, puede cegarse y seguir la puja contra una niña, pero eso de que sea capaz de una acción tan brutal y enfermiza como explotar un auto con el riesgo de lesionar a alguien, es inconcebible.

— Sí, tienes razón — reflexionó bebiendo un trago del aromático té —. Igual lo dijo porque supo lo que sucedió en la subasta, Hilda. No podrás negar que Surt se puso muy intenso.

La de cabellos plateados mantuvo el silencio comiendo un pedazo de su tarta de frutos del bosque y almendras. Dejó a un lado el pequeño tenedor y ladeó la cabeza.

— De cualquier forma, me parece que quien hizo este atentado es alguien muy desequilibrado. Sugiero que refuerces tu seguridad como dijo El Cid y no desoigas esas palabras, Sao.

— Está bien, voy a obedecer — prometió meditando un asunto —. Oye, Hilda... y... ¿Qué esperas de nuestra relación?

— Lo que toda mujer — se mofó con diversión —. Arcoiris, unicornios, flores y chocolates.

— ¡Hilda, te hablo en serio! — refunfuñó frunciendo los labios.

— Sao, ¿Por qué vamos a poner en palabras lo que no es necesario? — indagó con voz tranquila —. Presiento que ambas estamos en el momento en que lo vemos lindo porque apenas estamos subiendo la cuesta y no queremos tristezas, pero una relación se alimenta de cada experiencia buena y mala.

La nórdica quitó un mechón de cabello lila que obstruía la mejilla de su novia y lo puso tras la oreja con cariño. Sus ojos se encontraron con los otros.

— Entiende, Sao — llamó su atención —. Sin desafiar al destino, pido que nos pase de todo, pero ruego porque tengamos la templanza para seguir unidas. Algo así como Seraphina y Dégel en sus buenos tiempos.

— De acuerdo, Hilda. Me parece bien lo que dices y me gusta que pienses así. En cuanto a lo demás... — soltó un largo suspiro —. Seraphina vuelve a París, ¿Sabías?

— Sí, me parece justo, ahora que pasó lo peor — susurró mirando su reflejo en la taza de té —. Lo que me pregunto, es cómo va a ser su dinámica porque tengo entendido que Dégel y ella aún son muy unidos. No sé cómo lo vaya a tomar Kardia con ella acá. Siento que todo funcionaba bien porque hasta ahora, Seraphina estaba en Noruega, pero si vuelve a París...

— ¿Por qué siempre hay un «pero» en una buena noticia? — se quejó Saori —. Seraphina es una buena mujer, sería incapaz de entrometerse en el nuevo matrimonio de Dégel por más que sea su ex.

— Sí, pero sabes lo de Sasha. No entiendo cómo no reconociste a la niña en la puja, si la viste nacer — reclamó arqueando una ceja.

La de cabellos lilas esbozó una sonrisa traviesa. No se contuvo mucho y soltó una risita cubriendo sus labios.

— ¡Sao, eres una bruja! — rio Hilda —. Lo sabías y te callaste. 

— No me regañes, tampoco quería arruinar la diversión de mi Sashi. Además, es cierto que no me sabía el nombre completo. Desconocía que después de todo el lío con lo de Seraphina, le pusieron el apellido de Kardia.

— Era lógico — la de cabellos platinados dejó la taza sobre el platito de porcelana —. Seraphina nunca dejará de ser su madre, otra cosa es Kardia.

— ¿Tú crees que Sasha no es hija de Kardia?

— No lo sé y no me pareció prudente preguntarle a Seraphina durante su estancia en mi casa — reconoció Hilda acariciándose la mejilla —. De igual forma, ella nunca dejó de ser una Roux. Dégel se negó a que volviera a su apellido de soltera tras su divorcio, porque dijo que así podía protegerla mejor.

— Lo dicho, se avecina otra tormenta — se lamentó Saori.

— Quizá estamos exagerando la situación, pero insisto en que su dinámica va a cambiar, eso es seguro y sé que Kardia es muy celoso.

— Demasiado, no sé cómo vaya a resultar...

— Roguemos a los dioses porque Dégel no termine divorciándose otra vez.



Restaurante Le Meurice Alain Ducasse.


La música de violín en vivo, ambientaba el lugar deleitando los oídos de los comensales. Los camareros iban y venían con sus trajes impolutos llevando bandejas en sus manos enguantadas siendo casi invisibles para los clientes, apareciendo en el momento oportuno para atender sus necesidades.

Las mesas estaban recubiertas por largos paños de coloración grisácea que caían hasta el piso, con cubre manteles blancos bien planchados. Delicados floreros con tulipanes blancos, así como finas esculturas antiguas, daban a la atmósfera un aire vintage en esta tarde que anunciaba el fin del verano y lo cerca que se encontraba el otoño.

El lugar donde estaban sentados, recordaba al salón de la Paz del Palacio de Versalles debido a las pinturas de diversas escenas de la monarquía, las arañas de cristal que colgaban de los techos, las aplicaciones en bronce y los mármoles en las paredes.

Los tonos blancos y dorados le daban un toque elegante al sofisticado salón que evocaba la época de Luis XV. Los grandes ventanales permitían vistas inmejorables de los bien acicalados jardines de la zona.

Los detalles de modernidad se observaban hasta en la vajilla hecha a mano y en la atención personalizada del maître, que complacía cada pequeño capricho de los dos hombres que degustaban el almuerzo en la mesa de honor, como si el tiempo para ellos no hiciera mella.

Julián dio un último sorbo a su copa antes de que le fuera retirado su plato, saboreó la cepa con toque ahumado y levemente especiado del vino tinto elegido por Hades, reconociendo su buen gusto. Limpió con parsimonia las comisuras de su boca con la fina servilleta de tela y esperó hasta que el maestro de meseros se alejó para continuar la conversación.

— Desconocía que tuvieras una reserva para este sitio, Hades.

El señor del Inframundo se recargó en la blanca silla paseando perezoso esas pupilas que parecían dos pedazos de cielo por la figura de Julián. Le fascinaba la manera en que el Emperador del Océano se comportaba ante los ojos de los demás. Inalcanzable, distante, pero educado y galante. Era una contradicción en sí mismo, como el mar que atrae y empuja hacia la orilla con olas poderosas y eternas.

— No necesito reservas, Julián — confesó con una minúscula sonrisa —. Resulta que estoy en el listado de personas a las que, como tú, tienen mesa asegurada sin importar día y hora.

El menor pellizcó el puente de su nariz mientras cerraba los ojos y reía un poco. Se sentía atrapado en un juego que Hades le enseñó. Estaba acostumbrado a ser él quien lograba deslumbrar a los demás, que la dinámica donde el contrario le ganaba la mano, le resultaba hilarante.

— Entiendo, usas tus influencias y me haces recordar que sigues siendo tan poderoso como cuando era más joven.

— Te equivocas — refutó el azabache poniendo el codo en el apoyabrazos de la silla —. Esos tiempos de cuando eras niño, cambiaron.

— ¿De verdad? — eso era nuevo y Julián ladeó la cabeza —. ¿Entonces?

— Esas épocas no se comparan a las de hoy, pues soy más poderoso que nunca — aseguró paseando la punta de la lengua por los labios —. He logrado triplicar mis negocios estos años. Supongo que debía ocuparme de algo para no extrañarte tanto.

La cara de Julián fue un poema a la ofensa, después fue indignación, pasando por el azoro, la falta de habla y terminó con la resolución más simple, la risa.

Reía, lo hacía tan fuerte que los comensales alrededor del pequeño salón privado en el que se encontraban, voltearon en dirección a la puerta, queriendo dilucidar quiénes estaban dentro.

El joven de cabellos azules, se cubrió la boca con sus falanges para ocultar su expresión de la mirada del mayor. No fue hasta que su rostro estaba rojo como la granada por tanta diversión, que se controló un poco.

— No puedo creer que sigas siendo tan ostentoso con tus logros — reprochó al azabache.

— Lo dice el que le robó su primer baile a una niña de cinco años, no sin antes aplastar a un hombre con una puja de cien millones de euros.

— Cien millones y un euro, por favor.

Tuvo el completo descaro de corregir al azabache que le devolvió una profunda mirada. Julián jugueteó con la copa de vino admirando las olas que el carmesí líquido dibujaba en el cristal. Había olvidado lo bien que la pasaba con Hades. Las conversaciones interminables sobre mitología griega, economía, política, el entorno internacional y la historia antigua.

Durante la ausencia del otro, el menor sepultó en su pasado esos ratos de tranquilidad absoluta, en los que podían estar juntos escuchando música, en tanto cada uno se ocupaba de sus labores en completa armonía.

También reconocía que de joven se obsesionó con él, que le fue muy difícil rehacer su vida sin su presencia. Era frustrante descubrir que el tiempo no pasaba entre ellos, pues Julián seguía sintiendo la misma atracción hacia el azabache y éste le correspondía igual o con mayor intensidad, ahora que sabían lo que era estar sin el otro.

— ¿Por qué te casaste, Hades? Y esta vez, dime la verdad.

El mayor desvió su mirada al maître y eso fue suficiente para que el hombre se diera prisa en llegar hasta él.

Era el mismo gesto que hacía Julián cuando le tocaba tener el peso de esa responsabilidad, cuando era la persona más importante en la mesa. Ver al azabache, significaba comparar cuánto se parecían, lo que le aprendió del mayor al paso del tiempo y lo repetía de forma naturalizada.

— ¿Lucumades o Galatopita? — ofreció el mayor con tranquilidad, fijando sus orbes de cielo en los océanos de su acompañante.

— ¿Galatopita rizada? — se sorprendió porque la elección fueron postres griegos.

— Por supuesto, ¿Acaso se prepara de otra forma? — sonrió levemente.

— ¿Y la van a preparar aquí, Hades?

— Así es, Kanon ya se hizo cargo de los detalles — explicó y esta vez su sonrisa se hizo un poquito más grande —. Pensé que me conocías, para saber que no dejaría nada al azar.

Ese era otro rasgo que el menor naturalizó. El adelantarse a los caprichos de su acompañante y asegurarse de que a donde fueran, conseguiría cumplir cada antojo con la posterior satisfacción de saber que nadie más lograría dejar esa huella en el objeto de su atención.

— Lucumades — respondió por terco, sin querer darle el triunfo al azabache —. No tengo ganas de algo tan dulce.

— Serán dos galatopitas — ordenó Hades sin mirar siquiera la mueca de molestia del otro —. Dos sketos y... — se dio el lujo de calcular — sin leche, gracias.

Una vez el jefe de meseros se alejó para traer la comanda, el azabache se deleitó en las facciones ariscas del Emperador. Le parecía delicioso cómo a pesar de los años, Julián tenía los mismos gestos que cuando era joven.

— Te dije lucumades.

— Y también que no querías algo tan dulce. El lucumade, al ser un buñuelo pequeño bañado en sirope y miel, implica más carga de glucosa que la galatopita, que si bien es un pastel, al ser de leche y azúcar glas, es menos empalagoso. Lo compensas con el sketo, ese café sin azúcar y si necesitas más leche de la que trae el postre...

Guardó un silencio que llenó con la comunicación visual. Esos orbes de cielo explicaban más allá y dejaban a Julián levemente incómodo. Incluso, se acomodó desviando el rostro para no captar la forma en que Hades se fijaba en él.

Podía leer como un libro abierto esa expresión facial en el azabache, hablaba de lugares privados, íntimos y sin duda, de una secreción líquida proveniente del cuerpo de Julián y no propiamente de su boca.

— Entonces, ¿Me vas a decir o seguirás ocultando tus respuestas en la comida? — atacó con fervor deseando cobrarse esa última ofensa.

— Para cumplir la promesa de mi madre, por supuesto — reconoció con cierto fastidio —. De cualquier forma, tú estabas con Anfitrite. ¿Lo olvidaste?

— ¡Sabías que lo mío con ella no era serio, Hades! — se ofendió.

Su primera novia «formal» fue una forma de venganza sin éxito por la determinación del azabache. Buscó darle celos y descubrió que era inmune a ellos. No sólo eso, sino que aceleró sus planes de boda y lo que debió acontecer en un año, sucedió en menos de dos meses mientras que Julián estaba de vacaciones.

Cuando volvió, se encontró que al otro día, Hades se casaba y no había forma de detener nada.

— Esa noche tampoco quisiste estar conmigo de ninguna forma — reprochó Julián con dolor —. Ya habías separado nuestras vidas cuando te fuiste a vivir a tu departamento y esa noche tampoco quisiste aceptar ni siquiera un beso mío. ¿Cómo quieres que te perdone tan fácil?

— Julián — susurró bajo para evitar más alteración en el tono de voz del otro —. ¿Qué hubieras hecho en mi lugar?

— Pues te... — se detuvo de golpe.

A su mente acudió un recuerdo de una joven de cabellos lilas de escasos diecisiete años que aprovechó la partida de Hades rumbo a su luna de miel y que Julián estaba tan borracho que no podía mantenerse en pie.

A pesar del grado de intoxicación alcohólica, Julián no pudo arruinar la vida de la doncella. No quiso, algo le metió freno en medio de las caricias y los besos bajo la lozana y virginal piel que se le ofrecía con tanta devoción y dulzura.

— No lo hubiera hecho — reconoció a su pesar, con gesto dolido.

Se quedó sin aire, con los oídos tapados por la sensación de ahogo que lo inundaba. Su boca se torció y sus mandíbulas se apretaron con fuerza. Sentía que un maremoto lo golpeaba sin piedad.

— No podría hacerlo, era tan joven, tan...

— Llena de vida — completó el azabache.

— ¿Cómo arruinar algo tan puro por un simple impulso de lujuria?

Reconocer su propia determinación con aquella joven le hizo comprender lo hecho por Hades. Dejó caer el rostro en la palma de la mano cuyo codo se apoyaba en el reposabrazos. Sonrió con derrota y un sentimiento de impotencia.

Hades lo vio desde su lugar comprendiendo lo sucedido en su mente. Por el rabillo del ojo vio al maître venir con la comanda, chasqueó los dedos y señaló la puerta.

El experimentado hombre supo comprender y ni siquiera atravesó el umbral. Dejó las cosas a un lado, cerró con prudencia el pequeño cuarto privado y les dio intimidad del resto de los comensales que estaban distribuidos afuera al cubrir los vidrios con las cortinas.

— Ven conmigo, Juls — pidió con voz suave extendiendo una mano.

El joven de cabellos azules se negó en rotundo mientras gruesas lágrimas resbalaban por sus mejillas. En el pasado, le echó la culpa a Hades porque era más fácil odiar su recuerdo que encarar la verdad: lo perdió el día de su boda y no pudo verlo más.

No se atrevió, durante ese matrimonio que maldijo tanto, a pisar el mismo sitio que el azabache porque la potencia de sus emociones le vencería. Pensó que tapando el pozo desaparecería de su existencia, pero él volvió.

Y no para ignorarlo, sino para conquistarlo con absolutamente todo su arsenal.

— No puedo, ni siquiera... ¿Por qué volviste, Hades? — le reclamó entre lágrimas de rabia —. ¿Por qué vuelves a poner mi mundo de cabeza? ¿Por qué ahora? ¡Debiste hacerlo en cuanto ella murió! Ella nos separó, pisoteó todo y...

— Ella en su lecho de muerte me pidió que viniera a ti y luchara por tu amor.

Ese fue otro bofetón para Julián. ¿Ella...?

— Sus palabras fueron «Él es tu otra parte, mi señor. Ambos sabemos que me amaste y lo agradezco, pero es momento de ser realmente feliz».

Perséfone sabía lo que sucedía entre ellos. Esa mujer a la que Julián odió con toda su alma, que rogó porque se muriera y cuando lo hizo, celebró una fiesta, le pidió a Hades que lo buscara...

Dejó caer la cara en las manos porque no soportaba el peso de su vergüenza.

Hades hizo a un lado su servilleta y se puso en pie. Se fue acercando a Julián hasta poner las manos en los reposabrazos del asiento del menor acercándose a su rostro.

— ¿Cómo crees que iba a buscarte estando el cuerpo de Perséfone todavía tibio? Fue mi esposa en todo el sentido de la palabra, incluso me pidió que viniera a buscarte cuando moría, queriendo mi felicidad — le reprochó con dureza —. No sé si sabías, pero firmamos un contrato el día de la boda. Si alguien quería el divorcio o era infiel, perdíamos todo. Yo no tuve problemas después de los dos primeros años porque lo reconozco, usé el dinero del padre de Perséfone y lo tripliqué, devolviendo la cantidad prestada con intereses usureros, pero ella...

Julián lo recordó. Fue un comentario venenoso de su madrastra casi un año después de que Hades se casara. Perséfone era la única mujer de una familia italiana con una férrea y arcaica tradición machista. Si algo sucedía en su matrimonio, ella quedaba desamparada porque ningún pariente la aceptaría.

— Es cierto, el pacto lo firmaron nuestros padres, nosotros no tuvimos qué ver en ello. Fuimos obligados a casarnos, pero así como yo no tuve la culpa, ella mucho menos y era la que más iba a perder en esto — continuó Hades con esa voz que no admitía réplica —. ¿Cuándo te volviste tan insensible que tuviste la desfachatez de dar una gran fiesta el mismo día que ella murió? Lo supe todo de ti, con quién estabas, si tuviste sexo, si te drogabas, tus éxitos, fracasos y hasta tus elecciones culinarias. Y no porque te pusiera un investigador, eso hubiera sido bueno para mí, sería un pago por mi obsesión.

Se separó de Julián caminando hacia uno de los ventanales cuya vista al jardín atrapó su atención.

— Era mi suegra la que venía a mí cada mes, a darme los pormenores de tu comportamiento porque todos se enteraron en la boda que me amabas y me lo restregaba en la cara — confesó con la boca amarga por la hiel —. Ojalá hubiera sido sólo a mí, pero también lo hicieron con la dulce Perséfone. La culpaban, la aterrorizaban y la mortificaban tanto, hasta que dos años después de casados, se atrevió a decírmelo. Ese día, se acabó su familia para ambos. Ese día, cerré las puertas de mi casa a mi suegra, a esa serpiente que vino al sepelio de su hija sólo a decirme que tú diste una fiesta en honor a su muerte.

El Emperador del Océano se sintió peor que basura. Dejó caer la cabeza entre sollozos que no fueron consolados o comprendidos. Hades lo dejó sufrir el tiempo que permanecieron confesando. A finales de cuentas, sabía que necesitaba esta catarsis.

— Así como tú no sabes si me amas o me odias, Julián, yo necesité todo un año para saber si quería volver a ti o darte la espalda para siempre — confesó el azabache bajando la cabeza, dejando correr una lágrima solitaria —. Lo esperé de todos, menos de ti y sin embargo, reconocí algo en mi interior. No dejaba de soñar contigo, de despertar cada mañana deseando verte y encontrarte para tenerte entre mis brazos.

— Ya no sigas, Hades...

— No, Julián. Es mejor que lo sepas todo de una vez, que entiendas hasta dónde llegó tu egoísmo. Perséfone supo comprender que mi frialdad se debía a mi amor por ti y sí, lo reconozco, la amé por ser una mujer buena, comprensiva, dulce, amable y si no me dio hijos, fue por su debilidad cardíaca. No me arrepiento de haberme hecho la vasectomía, sólo de no saberla amar como se merecía, Julián — soltó un largo suspiro nostálgico. —. Así que te pediré que la próxima vez que pienses en ella, no la insultes. No lo mereció nunca y gracias a ella, estoy aquí para ti.

Se acercó al menor, levantando su rostro con sus manos depositadas en las mejillas. Limpió con los pulgares sus lágrimas y le dedicó una triste mirada.

— ¿Querías que te volviera a conquistar? Está bien, pero tú tendrás que conquistarme también. Ambos cometimos errores y el amor de hace siete años murió. Si aceptas, empezaremos una relación desde el principio, donde cada uno hará lo suyo para estrechar de nuevo los lazos. ¿Estás de acuerdo?

Lo único que Julián pudo hacer para responder a esa incógnita, fue ponerse en pie y estrechar el cuerpo del azabache contra él.

— Lo siento, Hades, perdóname.

— Ambos cometimos equivocaciones, Julián — lo reconfortó acariciando su espalda, besando sus cabellos —. Sin embargo, quiero que vayamos a mi casa y le pidas perdón a Perséfone. Ella es la única que lo merece. ¿Entendiste?

— Sí, Hades. Le pediré perdón a Perséfone — prometió Julián limpiándose las lágrimas —. Borrón y cuenta nueva.

— No, no borraremos nada, Julián. Eso no se borra, se lleva contigo y se usa para no cometer los mismos errores — aleccionó Hades besando su frente —. Sólo sé que te amo y que pase lo que pase estaré contigo.

— También te amo, Hades — reconoció más tranquilo . Y voy a dar lo mejor para que esto funcione.

Julián sabía que su propia impulsividad lo llevó demasiado lejos cuando era joven, pero ahora era un adulto y no tenía excusas por su comportamiento. Debía madurar para ofrecer una relación estable y sana al único hombre que amó, aunque eso significaba redescubrirse, algo muy difícil, pero no imposible.

Nadie dijo que el amor era fácil y quien lo dijo, mintió.



¡Hola! ¿Cómo va?

Pues tuve que cortar el capítulo porque salió largo como la biblia. 

Y descubrimos nuevas cosas que se vienen en el fic. ¡Qué emoción!

Les recuerdo que aquí NADIE ES MALO. Todos son humanos e intentan hacer lo mejor para sus vidas, pero no siempre salen bien las cosas.

Ya lo vimos con Julián, por ejemplo. Y con Camus, que se dio un golpazo.

¿Qué habrá pasado? ¿Quién se habrá escapado?

Gracias a todos los que leen el fic, a quienes me escriben sus comentarios, los que leen a lo ninja, en las sombras y a quienes me regalan  una estrellita. 

Gracias a todos ustedes... 

¡Llegamos a 900 lecturas! 

Nos vemos el próximo lunes.

¡Hasta pronto!


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro