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12. Yo también tengo derecho a ser feliz.

Kardia apareció en la cocina de Camus en un lapso demasiado corto, para que Milo se hubiera cambiado de ropa. Además, su cuñado parecía raro, turbado y errático en su comportamiento.

— ¿Y tu hermano? 

El pelirrojo miró tras él por si venía detrás.

— Peleamos y se fue a su casa — reconoció el de cabellos azules.

¡Ah no! 

Irse a su casa por culpa de Kardia, no. 

El francés se puso de pie haciendo cuentas del tiempo. El rubio no podía estar muy lejos, quizá ni siquiera logró abandonar el edificio, conociendo los controles de seguridad.

Con esa esperanza, fue directo al intercomunicador.

— ¿Pierre? Sí, soy Camus, del penthouse "B". ¿Ya salió el vehículo de mi visitante? 

Esperó a que le confirmaran. El joven de vigilancia le comentó que justo ahora, le estaba pidiendo el conductor que levantara el portón para irse. 

— No, no autorizo su partida. Por favor, dile que vuelva al lugar de estacionamiento que me corresponde. Ya bajo de inmediato. Ah y por favor, indícale cuál es, Pierre. ¡Gracias!

No dudó en colgar y sin prestar atención a su cuerpo, que estaba manteniéndose precariamente en la línea del dolor y la incomodidad gracias a los analgésicos, enfiló a la puerta.

En pocos segundos dejó atrás la cocina, donde su hermano y su cuñado hablaban en cuchicheos. 

Al llegar a la sala, encontró que Écarlate jugaba con su carrito en lugar de limpiar las gotas de chocolatada que le faltaban y como todo niño, apenas escuchó que su padre venía, guardó el juguete y fingió sufrir mucho acariciando el piso con el trapo.

— Apúrate a limpiar o cuando vuelva, no habrá chocolate, Écar.

— ¡Sí, papá!

Eso apresuró el proceso, hasta lo hizo con ganas y alegría. 

Una golosina lo arreglaba todo, pero Camus dudaba que pudiera solucionar tan fácil, lo que sucedía entre los hermanos Scorpio. Ese par se traía algo demasiado grande y definitivamente doloroso. 

Entró al elevador y pulsó el botón del subsuelo tres. Iba bajando cuando una punzada en el trasero se hizo presente y le recordó que era mejor caminar, que correr.

De cualquiera forma, ya había prohibido su salida y por más que Milo lo deseara, no escaparía. Esta vez lo tenía en sus garras.

Apenas las puertas de metal se abrieron en el piso marcado, el pelirrojo salió y se acercó presuroso al vehículo que estaba colocándose de nuevo en el cajón de estacionamiento. 

Milo parecía muy molesto y Camus se armó de paciencia.

Era injusto que su cuñado les arruinara el día. Si el rubio parecía dispuesto a mantenerse a su lado, Camus no quería perder este vínculo. 

No éste... 

Y mucho menos, si el motivo era el bâtard  de Kardia.

— ¡Hey! ¿Te ibas sin despedir? — se asomó por la ventanilla del conductor con una sonrisa. — Puedo pedir a Écarlate que le eche su granja de hormigas a Kardia o si te invito una tableta de chocolate suizo, ¿Te convenzo de quedarte un poco más? 

Sí, tal cual le dijo Saori, era una bazofia conquistando a alguien. Se mordisqueó el labio inferior y se resignó a que no saldría tan bien su plan de retener a Milo más tiempo.

El rubio le obsequió una mirada furiosa y Camus no se amedrentó. Sabía que esa emoción no iba dirigida a él, pues no hizo nada significativo para merecerla. Era un vestigio de su pleito con el otro.

— Te hice volver para darte mi número de celular, volvió a intentar que el rubio relajara los ánimos. — Así podemos mantener el contacto, ¿Te parece bien?

Milo le dedicó una larga mirada que puso incómodo a Camus. Parecía escudriñar su interior y más allá. Se quitó el cinturón de seguridad y abrió la portezuela. El pelirrojo se alejó y le dio espacio. 

El rubio salió del vehículo, lo cerró y se puso las manos sobre la cintura de los pantalones de su traje manchado.

— Por cierto, pagaré la tintorería, acotó Camus — lamento mucho lo que hizo Écarlate y...

No logró decir más. El rubio le atrapó la nuca, lo acercó a él y le estampó un beso duro, desesperado, hambriento y pasional. Camus apenas atinó a poner las manos en la cintura del otro, porque esa lengua insistía en que le permitiera el paso al interior de su boca de forma exigente y dominante.

Con un gemido, el pelirrojo le concedió el capricho. Sus lenguas se entrelazaron rápidamente; con suspiros y jadeos intensos, el rubio lo tomó de las caderas y lo acercó más a él. Camus deslizó las manos por su espalda bajo la chaqueta, percibiendo las líneas de su chaleco.

Tenía una loca fantasía con estos traje de tres piezas. El chaleco le parecía de lo más sexy del mundo y Milo lo llenaba lujuriosamente.

Unos dientes apretaron su labio inferior, soltó un gemido complacido acariciando los cabellos de esa nuca entre suspiros suaves. 

Este rubio era mejor que el chocolate o incluso, la Crème Brûlée a la que Camus era adicto. El sabor de esa boca le fascinaba, podía estar prendado a ella todo el día y olvidarse de la vida, de sus hijos, del trabajo y cualquier otra preocupación, sólo por tener esos besos.

Sin contar que adoraría practicar todas las actividades extracurriculares que Milo le enseñó anoche en su cama. 

Después de varias malas experiencias, Camus había decidido que las mujeres en el ámbito amoroso eran más "seguras", a diferencia de los enfrentamientos intensos que tenía con los hombres cuando la relación no iba bien, hasta que llegaron sus hijos y...

Todo se puso de cabeza, por lo que optó a mantenerse con bajo perfil y en relaciones esporádicas con alguien de confianza que no buscaba un vínculo permanente.

Luego entonces, desde el último año, tenía una rutina que no era rota por nadie. Era una vida solitaria, sosa, segura para sus pequeños, pero Milo...

No supo cuándo este rubio ocupó un lugar tan importante en su mente, pero ahora no quería ignorarlo y mucho menos, deseaba que se alejara. 

Tampoco era fácil compaginar su vida diaria con un amante, pero se haría tiempo, aunque eso lo hiciera terminar exhausto en las noches o en las madrugadas.

Su intuición le gritaba que Milo era la medida perfecta para él y quería descubrir si estaba en lo cierto.

Razonó que estaba realmente tocado por la locura, no sabía casi nada de él. Dégel tenía razón en eso y a Camus no le importaba. Sólo quería quemarse en esta tentación de rizos rubios, comer cada parte de ese cuerpo y no pensar en las consecuencias.

"Yo también tengo derecho a ser feliz, aunque sea por un breve lapso de tiempo",  pensó.

La respiración lo traicionó, la falta de aire lo obligó a separar su boca y sonrió al ver ese cabello cual trigo al sol adornar esas facciones masculinas y arrebatadoras. 

Era realmente atractivo, con esos ojos cuales piedras preciosas que no deseaba dejar de mirar y esos labios hinchados por los besos, que lo dejaban con ganas de más. Era fascinante la visión de esa piel tan sonrojada alrededor de esa boca, así como...

Un momento, ¿Por qué ese cuello tenía la misma coloración?

Paseó un dedo por las marcas con gesto de incordio. Eso no lo hizo él, no recordaba haber aplicado la asfixia como parte de las tácticas eróticas durante la jornada compartida.

— Olvídalo, ya pasó, Roux le pidió con esa voz ronca que le hacía estremecer cada célula de su cuerpo. — Quisiera quedarme contigo el resto del día — ese anhelo estaba impregnado por un gran "pero".

— Pero... — como no parecía que el otro quisiera decirlo, Camus empujó la plática.

— Son muchas cosas — confesó frustrado.

— Sé que mis hijos son...

Milo le sorprendió poniendo su índice derecho en sus labios.

— No me llevo bien con Kardia, — su rostro mostraba el desdén y la impotencia. — Nunca hicimos las pases por cuestiones que no vienen al caso explicar. Ambos somos muy impulsivos y si bien no soy un santo, él hizo algo que me hirió profundamente, así que... — encogió los gruesos hombros.

— Le pediré amablemente a mi cuñado que se largue a su casa. ¿Algo más? — su dedo volvió a esas marcas en el cuello. 

De cualquier forma, Dégel le pidió que hiciera lo que fuera para conseguir las acciones, así que no tenía remordimientos por pasar el resto del día con Milo.

Si tenía que sacar a su hermano y a su cuñado de su hogar, que sea. Ya se metieron demasiado en su vida en el día de hoy, era justo que Camus recobrara las riendas de ésta sin su presencia.

— No, es todo — jugueteó la nariz contra la del pelirrojo. — ¿Me aceptas en tu casa?

— ¿Seguro que quieres entrar? — quiso saber. — Mira que tengo tres monstruos.

— ¿Acaso te avergüenzas de mí? — sonrió travieso. — Me encantaría ver si Écarlate logró quitar la mancha del piso y si tu koala ya dice "trenecito" — se mofó divertido.

Camus rodó los ojos dentro de sus cuencas, sus hijos eran un trío de monstruitos, porque Sisyphus tampoco se quedaba atrás, pero eso apenas era la punta del iceberg.

— Te puedo prestar ropa — propuso con una sonrisa entusiasta el pelirrojo.

— Muchas gracias, pero traigo la mía — abrió el maletero y sacó un bolso de viaje rojo oscuro que echó a su hombro.

— Ya veo que venías preparado — arqueó una ceja con ironía.

— Sí, mi intención era quedarme contigo hoy, invitarte a salir a donde quisieras y después, pasar la noche juntos, pero podemos obviar la salida y seguir el resto del plan — sonrió ladino acercándose para tomar su nuca de nuevo y besar rápido sus labios.

— Lo de tu cuello, ¿Te lo hizo Kardia? — le dirigió al elevador.

— No hablemos de ello, Camus — le atrapó la cadera en el interior y le dio otro beso en la frente. — Sólo quiero estar contigo, con tus tres monstruitos y se acabó. ¿Crees que se pueda?

No tuvo más opción que rendirse, introdujo su huella dactilar en el espacio indicado y tocó el botón de su piso.

— ¿Qué se te antoja almorzar?

— A ti, con puré de manzana y miel sobre tu cuerpo — susurró contra su oído, mordisqueando su oreja.

El pelirrojo soltó un sonido mitad queja, mitad gemido. No parecía que al rubio le importara un poco las reglas de la etiqueta y la decencia.

— Nos están grabando, Milo — intentó ponerlo en su sitio.

— Maravilloso, pediré el vídeo después para verlo en mis noches solitarias mientras me masturbo pensando en ti. ¿Has jugado al sexting con alguien?

Eso lo puso muy caliente, su miembro estaba reaccionando muy rápido con semejantes ideas en su cabeza.

— ¿Algún día haremos una sesión de sexo por teléfono, Camus? — le provocó con voz erótica en su oreja. — Me provoca mucho la idea de escuchar esos gemiditos roncos y sexys que emites, mientras me toco y eyaculo en mi cama, Roux.

El francés se estremeció de pies a cabeza con esa idea que clavó en su mente. Soltó una risita al pensar en algo.

— Primero tienes que pedirme el número de teléfono, Milo.

— ¡Qué forma de destruir mi esfuerzo en conquistarte! reclamó entre risas.  De acuerdo, de una vez dame tu número, rompe fantasías — extrajo su celular.

— Eres más quejumbroso que Écarlate, ¿No serán parientes?

Eso le ganó que el otro gruñera y le robara otro beso. Entre risas, intercambiaron su código QR rápidamente. Camus sonreía contento de saber que por fin, tendría el contacto de este rubio malnacido que lo hacía suspirar. 

Se sintió halagado con la alegría del griego, que besó su cuello y dio un par de mordisquitos sobre su yugular.

— ¡Hey, eres medio violento! — le bromeó para ocultar cómo le subió la temperatura tremendo acto.

— Sí, soy bruto, muy bruto — guardó silencio cuando el elevador abrió sus puertas y ambos salieron del cubículo. — Anoche me contuve, pero vas a conocerme...

Con esa promesa indecente, Camus se obligó a caminar directo a su pent-house, abriendo la cerradura electrónica con su huella. Pasó primero, señalando el camino hacia su habitación que el otro, por supuesto, ya conocía. Al llegar a ésta, le abrió la puerta del aseo.

— Usa la ducha si quieres. Relájate, toma tu tiempo y cuando estés listo, ven a la cocina — le invitó con una sonrisa. — Yo me encargaré de que nadie más que mis hijos y mi sobrinita en el peor de los casos, estén en casa para cuando salgas.

— Gracias, por entender. Sé que no es fácil aceptar a alguien desconocido en tu casa y que no dé muchas explicaciones, por eso lo agradezco, Camus.

El pelirrojo lo veía lastimado y enojado con la vida, intentando mantener la calma y encontrar una forma de seguir sonriendo.

— Ya me lo pagarás debidamente... bromeó. 

Milo atravesó la distancia como un bólido, le tomó la cara con las manos y le dio otro tórrido beso. Tan pasional, que a Camus le costó separarse para poner orden en su familia. Sonrió como tonto al separarse y dio pasos atrás acariciando sus labios con sus dedos.

— Yo... me voy de una vez — dijo poco convencido a salir de ahí.

Lo decidió más rapidito cuando vio que Milo se abrió los pantalones y los dejó caer al piso.

— Merde!

Era la tentación hecha carne, tragó saliva a duras penas y sacudió la cabeza dando media vuelta para escapar.

— Camus... — le llamó con un gemido.

El pelirrojo cometió el error de mirar atrás. Milo tenía el bóxer a mitad del muslo y acariciaba con lascivia esa gruesa y apetitosa virilidad. El francés sintió la temperatura elevarse en su cuerpo hasta los cien grados centígrados sólo de apreciar la punta de ese glande segregando una gruesa gota de líquido preseminal.

— Me vas a matar — estaba convencido de ello porque quería ir a él, hundir esa corona en su boca y probar ese sabor de nuevo.

— Pon seguro a la puerta y ven, Camus — jadeó fuerte y profundo, la mano se paseaba por toda la extensión con lujuria. — Ven a comerme, Roux

El pelirrojo dio un paso adelante con la mirada fija en esa gota que ya resbalaba por su rojiza cabeza y ahí se paralizó. 

No y no, sus hijos, su hermano, su cuñado...

— Eres el Eros en persona...

Camus no supo cómo logró salir de ahí, su corazón latía frenético en sus oídos y opacaba las risas de Milo y ese grito al final, lo sacudió hasta sus cimientos.

— ¡En la noche me desquitaré, Roux!


Ese mismo domingo, más temprano...


Apenas Regulus abrió los ojos y se descubrió en casa de su tío Aioria, supo que tenía una gran oportunidad. Se puso en pie con rapidez y antes de darse un susto mortal por algún sonido extraño proveniente de la habitación de los mayores, fue a por su mochila. 

La encontró en el mismo lugar que su tío Shura la acomodaba: en la silla frente al escritorio. Buscó rápido y sacó su celular para ver la hora. Las siete y dieciséis de la mañana. Sacó los auriculares y una barra de cereal.

Inmediatamente acomodó la espalda en la cabecera de la cama para cubrirse con las mantas. Hacía fresco. Si bien no estaba frío, la temporada de calor estaba por terminar. Eso era maravilloso porque volvería a clases al siguiente día.

Eligió su videojuego favorito: Saint Seiya: For the Glory. 

Un MMORPG, que fue estrenado este verano y por supuesto, fue el regalo de Aioria para Regulus por su cumpleaños. Se conectó con su usuario LeoLost0804  y esperó a que cargara su perfil, subiendo el volumen de la música.

Lo difícil no fue conseguir el juego, sino convencer a su padre para que le permitiera el acceso a internet, pero bajo la consigna de una revisión periódica y espontánea para que Aioros pudiera ver qué estaba haciendo Regulus, le permitieron disfrutar de su ilusión.

Ya estaba acostumbrado a esos ataques enfermizos de su padre, tenían mucho que ver con el pasado y lo que le pasó a su hermanito. 

Por ello, Regulus se aseguraba de sólo jugar y no socializar, pero hacía tres semanas, hizo mancuerna con Sagittarius1803  para completar una gran misión. Debían enfrentar a un grupo de caballeros renegados que amenazaba con atacar una de las villas que rodeaban el Santuario y la prueba no se podía llevar a cabo en solitario.

Como Regulus hizo un equipo fenomenal con el aspirante a santo de Sagitario, ahora eran compañeros de campaña y el otro, amablemente le ayudó a subir rápido de nivel, hasta estar cinco niveles abajo. Su compañero tenía ya más de tres meses en el juego y por eso, sabía muchos trucos que compartió amablemente con el leoncito. 

El pequeño se aseguró de que su personaje, aspirante a santo del signo de Leo, estuviera en su posición y se sorprendió de ver justo a Sagittarius entrar en línea.


LeoLost0804:
¿Qué haces por acá? O.o
Pensé que seguirías en el campamento! xD


Le mandó de inmediato por el chat con un revuelo tremendo. Eso significaba que podía hacerle saber su siguiente estrategia.


Sagittarius1803:

Estoy en el tren rumbo a París
xD
Mi HE se enfermó :(
así que vamos de vuelta antes de tiempo.


Tuvo de respuesta y supo de inmediato a qué se refería. Sagittarius tenía dos hermanos menores, el mediano era HE y el más pequeño era HK.


LeoLost0804:
Lo siento, :( :( :(
está bien?


Sagittarius1803:

Seeeh  :D

en cuanto subimos al tren y

empezó la marcha, le cambió la cara xD


LeoLost0804:
Uh, lo siento Sag :(
otro de sus ataques de pánico? O.o

Sagittarius1803:
Seguramente, porque no lo pasó bien lejos de papá
u.U
ya desde el tercer día se le acabó la novedad y quería volver
xD

ayer ya no resistió, así que caeremos de sorpresa en casa

Y tú, qué haces tan temprano despierto, Simba?

O.o


Era una broma interna entre ellos. Regulus le decía "Sag" y el otro "Simba" porque el castaño era fan de la película del Rey León.


LeoLost0804:
Estoy en casa de mis tíos, desperté antes
xD
espero a que se levanten 
para ver si me dejan ir a jugar fut
u.U.


Sagittarius1803:

Tu papá sigue nervioso con que vayas a los juegos?
O.o


LeoLost0804:
Seh, :(
ya me acostumbré, pero mi TS seguro se anima :D
sólo espero que TA no se ponga pesado ¬.¬


TS era la contraseña para su tío Shura y TA para su tío Aioria. Así como Sag tenía su TD y su TK. 

Si bien los chicos no daban nombres, con esas abreviaturas se entendían de maravilla. Sag comprendía que TA, era el hermano de su papá y TS su pareja, sin especificar mucho. Y Regulus entendía que TD era el hermano del papá de su compañero y TK, el esposo.

Además, era buenísimo que Sag también tuviera dos tíos gay, porque estaban en la misma sintonía y sólo ellos comprendían lo que significaba tener tantos hombres alrededor. 

Bueno, no tanto, porque Sag tenía a PS, que no significaba "PlayStation", sino su novia.



Sagittarius1803:

Espero te vaya bien :D

Ahhhh!!!!
 ¿Viste que apareció la noche del jueves 
antes de que me fuera al campamento,
el titán Cronos en un tráiler?
xD xD xD


LeoLost0804:
No!!!!!
O.o

Titanes????
O.o

Están locos??????????
O.o

Si en el manga apenas los están sacando!!!
y quién sabe cuándo saquen la animación
porque por fin acaban de sacar el lost canvas completo.
¬.¬

Oye O.o
Viste que va a salir para marzo
la película de la saga del cielo? :D:D:D


Sagittarius1803:

Sí!!!!  :D:D:D
Todavía sigo empantanado en la pelea de
tauro contra Bennu en el lost
¬.¬

Y tengo que verla toda antes de que salga la peli
que será en fechas cercanas a mi cumple.
xD

Pensaba hablar con papá, pero mejor estoy alborotando
a HE y a HK para que lo convenzan
de que nos lleve a verla
y así me aseguro que papá no lo considere como
regalo de cumpleaños
xDDDD

Así me compra la nueva skin de sagitario,
xD xD xD

sólo espero ya tener el nivel en esas fechas para poderla usar
O.o


Ahí todo cambió. Se dedicaron a hablar de su serie favorita y de hacer la búsqueda para conseguir que les abriera el mini juego donde el maestro de los cinco picos les podía entrenar.

Cuando Regulus se dio cuenta, eran las diez de la mañana, Sag se despedía y tocaban a la puerta. 

Se quitó el auricular donde escuchaba el sonido de su juego y sonrió al ver entrar su tío Aioria.

— Buenos días, leoncito, ¿Cómo va todo?

Se acomodó al lado suyo en la cama y le pasó un brazo por los hombros. Regulus le enseñó su juego.

— ¡Bien! Mira tío, conseguimos que nos abra la mini quest para que el viejo maestro de Libra nos entrene.

— ¡Qué bieeen! — celebró su tío alborotando su cabello. — A ver, — tomó el celular para revisar las estadísticas. — Lo llevas genial, me alegra. ¿Ya estás haciendo equipo con alguien?

— P-pues — titubeó un poco. 

Esos temas eran escabrosos en su vida.

— Sabes que yo no me voy a enojar, Regulus. Al contrario, por eso te lo compré, necesitas interactuar más con las personas por más que mi hermano se ponga todo loco. Tú conoces mis reglas, ¿Verdad? — le acarició su hombro.

— Sí, no dar nombres, datos personales, dirección, teléfono, redes sociales — fue enunciando con los deditos. — Sobre todo, indicaciones que puedan hacer que alguien me encuentre.

Aioria asintió con una sonrisa besando sus rizos alborotados.

— Ni fotos — dijo la última parte y Regulus asintió.

— De cualquier forma, la plataforma no me deja subir nada. Papá le quitó los permisos para eso, tío.

— Buen chico, anda vamos a desayunar porque quiero llevarte al acuario — le confesó con una sonrisa.

— Ah, tío... — hizo una mueca.

Aioria se puso tenso. Conocía esa expresión y ladeó la cabeza.

— Hoy van a jugar un partido de fútbol de mi club, es amistoso, pero me gustaría ir. Mi papá dijo que no — fue sincero, — pero tú sabes por qué no.

El castaño resopló alborotando sus cabellos pensativo.

— Hablaré con tu padre y veré si logro conseguir su permiso, pero si dice que no, Regulus...

— Lo sé, otro partido perdido porque él no quiere — exhaló muy fuerte. — Estoy harto de esto, muy harto tío. Yo no soy mi hermanito y mi papá no lo entiende. Además, ya tengo diez años, toda mi vida me ha enloquecido que si las personas, que nadie es bueno, que debo desconfiar y ya estoy harto.

Echó a un lado su celular, intentando no llorar.

— Lo sé, Regulus — su tío le acarició la cabeza. — Hagamos algo, voy a intentar convencer a tu padre y le diré que te pondré un dispositivo de rastreo. ¿Está bien?

— Marcado como perro — dijo frustrado. — Si eso hará que vaya al partido y sea un niño normal, está bien, voy como perro. No te olvides de la correa, que ya muevo el rabo.

— Regulus...

— No, tío, nada de "Regulus" — sacudió su cabeza. — Quiero ser un niño normal, quiero que mi padre me deje ir a fiestas con mis amiguitos y se vaya a ver a dónde, no que esté ahí todo el tiempo. ¿Sabes lo mal que me hace sentir que los demás papás sólo lleven a mis amigos, se vayan y que papá siga ahí como un loco? Por eso no tengo amigos en la escuela, todos dicen que soy el bebé de papá porque no sé cuidarme.

— Basta, entiendo el punto, pero basta de tanta amargura — le cargó y le puso en su regazo. — ¿A qué horas es el partido?

— A las doce...

— Bueno, ¿Y qué esperas? Hay que desayunar, te tienes que vestir, preparar tu bolso...

— ¿De verdad? — se le abrieron los ojos tremendos.

— No hagas que me arrepienta, Regulus, es lo único que te pido.

— No tío — salió corriendo al baño.


Casi tres horas después...


El partido fue todo un éxito, con un marcador de 3 a 2, gracias a un gol casi en los últimos minutos con asistencia de Regulus, la emoción se sentía en el aire. 

El chico estaba más que feliz y apenas salió de la cancha, saltó sobre su tío y lo abrazó con fuerza.

¡Ganamos, ganamos!

Estaba fascinado por la situación, porque por fin parecía un niño normal y su padre ni siquiera le interrumpió con nimiedades como tener cuidado si alguien se le acercaba o no alejarse demasiado. 

Es más, Regulus jugó todo el partido, con eso se daba por satisfecho. Su padre en ocasiones lo sacaba antes para llevarlo rápido a casa y todo porque pensó que alguien lo miraba mucho...

El niño conocía su dinámica impuesta a rajatabla. No debía separarse de sus amigos, era su obligación mantenerse a la vista de su padre o tíos y estaba prohibido irse con extraños o sin avisar, si iba con alguien conocido, pero a veces, todas estas reglas eran insuficientes para Aioros.

Atrás de él, escuchó la voz de su tío Abel. Era el hermano menor de su otro padre, a quien sólo conocía por fotografías y se daba una idea de cómo podía ser, debido a que era el gemelo de Kanon. 

Regulus nunca vio en su vida a Saga y sabía bien las razones.

Tras lo sucedido con su hermanito, sus progenitores se divorciaron y él se quedó con su papá Aioros. 

Tenía prohibido ver a su padre Saga por órdenes del juez, pero no así a su familia, siempre y cuando estuvieran Aioros o Aioria presentes.

¡Tío Abel! lo llamó con energía sacudiendo la mano.

Quiso ir con él, pero Aioria lo tenía aún cargado e ignoró al otro, alejando al pequeño. 

Ya la situación fue tensa antes de iniciar el partido, pues en cuanto se presentó Abel, le dio un abrazo y palmaditas en la espalda recibiendo un gruñido de su tío.

Era complicada la convivencia entre las dos familias.

A Regulus le gustaba que su tío Abel se tomara el tiempo de ir a verlo jugar en cada partido, pero como Aioria tenía resentimiento hacia cualquiera de los familiares de Saga, actuaba muy grosero con ellos.

Eso apenaba al cachorro. 

¿Por qué no podían verse bien?

Tío, bájame por favor, tengo que ir por mi maleta y quitarme los tacos.

Le pidió con paciencia para que el mayor comprendiera que estaba haciendo mal. Su tío Shura le apoyó poniendo una mano sobre el hombro de su pareja. Aioria formó una mueca de fastidio y lo dejó en el piso.

Regulus no dudó en ir por su bolso donde estaban los demás niños, pero en el camino, escuchó algo que lo detuvo en seco.

Me alegra que Saga también lo viera bien, gracias a los binoculares...

¿Su padre Saga estaba cerca?

El niño giró hacia Abel que lo miraba fijo y con malicia en tanto hablaba por el celular. Volteó hacia Aioria que seguía platicando con Shura unos metros alejados. 

Sabía que no debía decepcionar a su tío Aioria, pero estaba Abel hablando con su padre. 

¡Su padre Saga por fin  estaba en París!

No dudó, corrió con Abel y éste le miró con una sonrisa torcida cometiendo un "desliz" cuando se agachó hacia Regulus. El pequeño aprovechó, le quitó el celular y habló de inmediato.

¿Papá Saga?

Abel, en lugar de actuar como todos en su familia y evitar esa comunicación, se limitó a cubrir su cuerpo con el suyo evitando que Aioria viera lo que sucedía. Tenía fama de ser un bastardo y esta vez, Regulus sólo pudo sonreír con alegría porque lo ayudaba en su propósito.

No, soy Kanon. Tu tío Kanon — escuchó en el auricular.

Quiero hablar con mi papá Saga, está contigo, ¿Verdad? — miró a Abel y éste asintió. — Quiero hablar con él, comunícame a mi papá Saga.

Tu padre no debería hablar contigo, lo sabes, Regulus.

¡Mentira! La orden decía que mientras no supiera lo que quería, tío Kanon. Tengo diez años y sé que quiero hablar con mi papá, por favor — rogó con desesperación y a punto de las lágrimas. — ¡Quiero hablar con mi papá Saga!

Regulus conocía bien esa disposición, la estudió con ahínco los últimos trece meses cuando la encontró de casualidad y le sacó fotos. Incluso, le preguntó a su tío postizo El Cid y éste le dijo qué era correcto. 

Sólo buscaba una oportunidad y ésta, le cayó por la gracia de Zeus.

Le voy a preguntar, Regulus.

No, no le preguntes. Dile que quiero hablar con él, que hable conmigo — le ordenó con impaciencia.

Esperó un poco y para disimular, su tío Abel le entregó el manos libres inalámbrico, acercó su bolso de viaje y lo ayudó a ponerse los pantalones deportivos. 

Por la distancia, a los ojos de Aioria, parecía que ellos estaban hablando y no que el pequeño estaba en una conversación telefónica, pues tenía el auricular puesto en el oído contrario al ángulo de visión del león mayor.

Regulus sentía su pequeño corazón latir desenfrenado y del nerviosismo, se abrochó mal todo. Su tío Abel le ayudó con paciencia.

Escuchaba discutir a lo lejos a dos hombres y reconocía la voz de su tío Kanon. El timbre profundo que le respondía, entonces era el de su padre. El que nunca estuvo con él y que el pequeño deseaba a su lado con ahínco.

Si sabes que no puedo hablar contigo, ¿Por qué insistes?

Ahí estaba, esa voz profunda, pausada y levemente ronca, pero armoniosa. La sonrisa que se desplegó en sus labios fue agridulce. Sentía mucha felicidad y nostalgia.

Hola, papá. Soy tu hijo Regulus — dijo con mucha emoción y conteniendo con fuerza sus lágrimas.

El silencio se escuchó del otro lado. Un suspiro largo lo interrumpió.

Hola, Regulus. Soy tu padre Saga — respondió igual con la voz más ronca y un poco gutural.

El niño sintió las lágrimas resbalar por sus mejillas y sonrió encantado.

Te extraño, papá. Te quiero conocer, quiero que me des un abrazo, quiero que me des un beso, quiero que me cargues, quiero ver tu rostro, tu sonrisa. ¿Acaso no me quieres?

Otro suspiro se escuchó.

Más silencio.

Entenderé que hubieras querido más a mi hermanito y por eso no luchaste por mí... — disculpó al mayor compungido.

No es eso, Regulus — le interrumpió el mayor. Tras un instante de duda, prosiguió. — Te amo con cada fibra de mi ser y hubiera deseado tenerte conmigo siempre.

Entonces deja de ser un cobarde y ven por mí — reprochó. — Deja de tener miedo a papá Aioros y ven por mí. Yo te quiero en mi vida, quiero que estés conmigo, te quiero ver, papá... — desesperado, le dijo en voz un poco más alta. — ¡Yo también te amo!

¡No es tan fácil, Regulus! — la exasperación también se oía en Saga.

Sí lo es, ven por mí. Agarra tu auto y ven por mí ahora...

Regulus...

¡Ahora, Saga! — le ordenó impaciente porque no parecía que lograra convencer al otro. — Ya basta de hacer sólo lo que papá Aioros quiere y ¿Sabes algo?

Por el rabillo del ojo veía venir a toda velocidad a su tío Aioria, que captó el momento de frustración de su sobrino y tenía la intención de defender a su familia. 

Le quedaba poco tiempo.

¿Qué? — exhaló con fuerza.

Yo también tengo derecho a ser feliz con mis dos papás, como lo era cuando mi hermanito estaba con nosotros.



— ¡Y si sigues así, te meto en un ataúd de "quistal", tío Dégel!

Camus estaba en el marco de la puerta de la sala cuando escuchó el revuelo. Echó atrás la cabeza deseando una hora de paz. Sólo una hora, sesenta minutos, pero las Moiras se negaban a cumplir su capricho.

— Krest, cuando digas bien la palabra, tendré miedo de lo que piensas hacer. Mientras tanto, fuera de aquí, koala subdesarrollado — escuchó a su hermano molestando a su pequeño. — Écarlate tiene que hacerlo solo.

Los encontró en una curiosa situación. Krest estaba auxiliando a Écarlate a llevar algo, pero Dégel intervino porque por supuesto, no podía quedarse callado y el pleito se desató.

El pequeño azabache no parecía dispuesto a que su tío le dijera nada y al mirar a Camus, de inmediato corrió a él.

— Tío Dégel dice que ayudar a Ecolgate está mal.

El azabache acusó al de cabellos verdes y lo señaló con su dedo, aunque pareció darse cuenta de su error y miró su dedo, al tío, el dedo y... 

Ocultó su mano tras su cuerpo. 

— Yo le dije que podía, ¿Verdad que puedo, papi? — esa sonrisa de santo intentaba ganarse el corazón del pelirrojo mayor.

— Tu tío está en lo correcto, el castigo es de Écarlate, no tuyo, hijo — se armó de paciencia porque ahí venía otro berrinche. — Sin embargo, estamos todos cansados, así que está bien, te autorizo a que ayudes y terminen rápido, pero sólo lleva los trapos.

— ¡Chi, papi! — dio un salto tremendo.

No se dice "chi"...

— "Sí", en español, "oui" en francés, "yes" en inglés y "naí" en "gliego" — dijo el pequeño en cantaleta corriendo.

— ¡Y no corras, Krest!

— No, papiii.

Por supuesto, la orden le entró por una oreja y le salió por la otra, porque siguió a toda velocidad. Sólo se le veían los piecitos moverse en el aire.

Camus se resignó rogando porque las extremidades inferiores de su hijo fueran fuertes y no terminase azotando, porque ya se veía consolando al chiquito llorón.

— Camus, nos vemos después. Kardia no se siente bien y...

— Sí, está bien, Dégel — lo cortó el pelirrojo. — Espero que se recupere pronto.

No lo decía por cumplir el protocolo, a pesar de que Kardia fuera un impulsivo hombre, Camus le tenía aprecio. Sólo que hoy fue demasiado pasional  y el francés necesitaba su espacio.

Su hermano asintió, le puso una mano en el hombro a forma de despedida y se fue. El Roux menor esperó a escuchar el sonido de la puerta cerrarse y soltó una exhalación de alivio.

— ¡Por fin solos! — hizo voz Écarlate a sus pensamientos.

— No del todo, está Sasha, hijo.

— No, papi, se la llevó tío Kardia, dijo que necesitaba a su princesa — rodó sus ojitos dentro de sus cuencas.

Eso puso de buen humor al pelirrojo porque su casa, por fin, estaba "tranquila". 

Adoraba a su sobrina, pero esos gritos agudos a veces lo aturdían y él ya tenía suficiente con Krest, como para soportar otro remolino a su alrededor.

— Terminemos aquí, Écar y vamos, que necesito hablar con todos.

El mayor ayudó a recoger y llamó a Sisyphus. Con sus dos hijos mayores sentados en un sillón y un koala aferrado a él, decidió empezar.

— Conocí a un... — buscó la palabra rápido — amigo, durante su ausencia.

Sí, "amigo" le venía bien de momento. Para ellos, era un término inocente, pero Camus podía agregar el "con derecho a roce" si alguien adulto preguntaba.

Increíblemente, sus hijos seguían calladitos.

— Así que, lo invité anoche a...

— Tener una fiesta — completó Écarlate, — ya sabíamos, una fiesta de pijamas sin pijamas, papá.

— "Chi", estaban en pelotas y... — el azabache sintió la pesada mirada de su padre. — Ah, "sí", en español, "oui" en...

— El punto es — interrumpió Camus la repetición de su hijo menor, — que va a quedarse hoy a... no supo qué decir.  aquí. ¿Está bien para ustedes?

Esto era difícil y tampoco quería que sus hijos se hicieran ilusiones.

— Por mí, sí, papá, pero tú dijiste que hoy veríamos tooodos los capítulos de Saint Seiya que nos perdimos mientras estábamos de campamento — empezó Sisyphus.

— Ah sí, yo quiero ver si el santo de Tauro logra derrotar al espectro de Bennu — se puso loco Écarlate.

— ¡"CHIIII"! — el azabache sacudió sus puñitos de alegría. — Ah, este, "sí", en español, "oui"...

— Lo entendimos, Krest — cortó Sisyphus o nunca terminarían.

Camus se mordió el labio inferior.

— Lo que yo no he visto, hijos, es que tengan todo preparado para la escuela. ¿Olvidaron que mañana inician clases? — intentó evadir el tema.

Afortunadamente, eso de la escuela y acomodar sus pertenencias para el día siguiente, puso a sus hijos en movimiento. Eso les llevaría tiempo, rogaba al Olimpo porque sí.

Y es que no veía a Milo sentado mirando una serie de dibujitos animados sobre mitología griega, que hacía super poderosos a semidioses que eran capaces de ganar una batalla contra el mismísimo Poseidón, Hades o, por lo que entendió, la nueva saga significaba que iban tras Zeus.

¡Semidioses peleando contra el dios del rayo! 

Tremenda tontería y para colmo, les ganaban. 

Además, no le gustaba mucho que pusieran a cada rato que Acuario era un traidor porque seguía sus convicciones o que todo lo resolviera Pegaso, al que siempre tenían que gritarle para que derrotara al enemigo, como si eso le diera fuerzas, le sanara las heridas o lo convirtiera en súper sayajin.

Recordar a todos los caballeros de bronce gritándole al "Pelmazo de Pegaso" uno tras otro, le revolvía el estómago. 

Mientras más evadiera ese momento frustrante, sería mucho mejor. Después podría distraerlos con pizza o algo parecido. Cierto, tenía que darles todavía el chocolate. 

Eso haría. 

¡Hoy no habría Saint Seiya...!

Para cuando Milo asomó la cabeza en la sala, casi media hora después, Camus terminaba de limpiar correctamente el desastre de la chocolatada.

— ¿Estás mejor?

— De maravilla, tu ducha hace milagros.

El griego se estiró cuan largo era y la camiseta rojo sangre pegada al cuerpo que usaba, se levantó dejando a la vista una franja de sus abdominales marcados cubiertos brevemente por los pantalones de mezclilla que para colmo, se le ajustaban como un guante.

Debería ser delito tener tan buen cuerpo y poseer ese erotismo intrínseco, que lo hacía tan sexy.

Camus desvió la mirada levantando el resto de los utensilios para ir al cuarto de lavado y dejar cada cosa en su sitio. Volteó y casi chocó contra esa masculina presencia. 

Era tan sigiloso, que no lo escuchó venir.

— ¿Y tus hijos? — fue acortando la distancia.

— Revisando sus cosas, que mañana empiezan clases — intentó ir para atrás.

— Ah, qué bien — siguió adelante.

— S-sí — su espalda se topó con la pared.

¿Por qué todo era tan pequeño?

Milo leyó su mente, acercó su rostro y Camus percibió su loción. Adoraba ese aroma a cedro, lavanda y un toque picante que lo enloquecía. El pelirrojo entrecerró los ojos y el otro lo tomó del mentón inclinando su cabeza.

— ¡PAPÁAA!

Le salvó la campana. 

Camus sonrió al ver que Milo resopló molesto, pero aún así, el rubio se hizo a un lado sin decir nada dedicando una sonrisa neutra.

En la puerta apareció a los pocos segundos Krest, con un pañuelo blanco de seda en la mano.

— ¿Me lo acomodas, por favor? — le rogó a su padre mirando intenso a Milo. — Hola, de nuevo — agitó su manita libre.

El francés hincó una rodilla al piso arreglando el accesorio con una sonrisa. Su hijo pequeño gustaba de traer un pañuelo o bufanda en el cuello por mero gusto. Y Camus no tenía corazón para negar su capricho, le parecía que reforzar su individualidad era necesario y ayudaba a su  autoestima.

Era como la banda roja en la frente que Sisyphus traía consigo o la bufanda roja de Kardia. En cierta forma, podía ser esto del paño blanco de Krest, una consecuencia de lo bien que se le veía a su cuñado esa prenda.

— Bueno, hijo, te presento a Milo, él es el amigo que te platiqué.

— Hola, señor Milo — extendió la manita que fue estrechada por el rubio con solemnidad.  Me llamo Acuario...

— ¿Cómo que Acuario? — sacudió la cabeza. — Eres Krest.

— No, soy Acuario — hinchó los mofletes, — eso que dices que me llamo es feo, en el campamento me dijeron que suena a pasta de dientes, pero con "K" de kilo, así que desde hoy, me llamo Acuario, como el caballero.

— No, olvídalo, eres Krest — terció su padre.

— No quiero — taconeó el piso, — además no sepo decirlo — se cruzó los bracitos.

— No se dice no "sepo".

— ¿Entonces cómo se dice, papá? — ladeó su cabecita parpadeando rápidamente, distraído de momento.

— No sé.

— Pues si no sabes, ¿Por qué me "codiges"? — se le puso el otro indignado.

Camus golpeó su mejilla con la mano y la arrastró por su moflete, dándose cuenta de lo que entendió su hijo.

— No, Krest, se dice así, "no sé" y no es "codiges", es "corriges"

— Es injusto — frunció el entrecejo, — te dices mi papá y no sabes cómo decir algo, ¿Así me "codiges" tanto? No y no, todo por eso, ahora soy Acuario, no "Klest" — salió corriendo sin que su padre pudiera detenerlo.

— Son los genes de la madre — se consoló tallándose la nuca, tratando de no explotar ahí porque su hijo le volvía loco.

Milo soltó la carcajada a todo volumen. Camus no se lo soportó, le dio un pellizco en la cintura y el otro en lugar de calmarse, siguió riendo más fuerte.

— No séee, jajajaja.

— Connard! — le golpeó el brazo con el puño y justo se escuchó una música conocida. — ¡No, no, no! — sacudió la cabeza y salió caminando a paso rápido hacia el salón de entretenimiento.

Milo le persiguió intrigado por ver qué le sacaba de quicio, otra vez.

Una melodía en inglés iba in crescendo, hasta que el volumen tocó el máximo. Al llegar a la habitación, tres niños miraban el enorme televisor que desplegaba una animación mientras cantaban al unísono.

— ¡Supreme foreeeveeer!

Sisyphus sí podía pronunciar bien la letra en inglés y era el que mejor la cantaba.

— Saint Seiya, We're calling out for you.

— ¡Les dije que nada de Saint Seiya hasta que terminaran de arreglar sus cosas! — exigió Camus buscando el control de la televisión con la mirada.

— Saint Seiya, help us to come through.

Sisyphus seguía bailando con su hermanito Krest frente a la pantalla porque con el volumen tan alto, ni escuchaban a su padre.

— The nebulae of confusion.

Écarlate apenas vio a su padre, saltó del sillón donde estaba parado con... el control en la manita derecha.

— The clusters of trepidation.

El chiquito pelirrojo evadió a su padre dejando de cantar, porque no podía mirar la televisión con la letra subtitulada y terminó poniéndose atrás de las piernas de Milo.

— The whirlpools of indecision.

Su padre llegó intentando agarrar al chiquito, pero era ladino, movía a Milo a conveniencia y el rubio le ayudaba poniéndose frente al pelirrojo mayor para hacer más difícil la atrapada.

— ¡Dame ese control, Écarlate!

Desgraciadamente, la canción les hizo una mala jugada porque justo...

— LEAD US TO THE REALM OF ATHEEEEENAAAA!!!

Ese llamado a la guerra fue la perdición para el pequeño Écarlate que por intentar, como todo hombre, hacer dos cosas en simultáneo: cantar levantando el brazo con efusividad y evadir a su padre, terminó perdiendo el objeto de disputa.

La televisión se apagó y tres lamentos de dolor se escucharon.

— ¡No es justoooo! — chilló Krest saltando en el sillón.

— Pero, pero, ¿Por qué? — soltó Sisyphus sin comprender mirando la pantalla en negro.

— Papá traidor a Athena, que el caballero de Escorpio derrote a la espectro de Hades, muera la maldad del Patriarcaaaa — soltó Écarlate dando gritos de rabia.

— ¡SILENCIO!

Esa última voz de Camus calló a todos. Los miró con el rostro del mismo tono de su cabello por la carrera hasta la habitación, el coraje por la indisciplina, la persecución a Écarlate y la paciencia rota con los reclamos.

— ¡Les dije que nada de Saint Seiya hasta no terminar sus cosas!

— ¡YA ESTÁ TODO! — gritaron tres en coro.

— ¿Tan rápido? — no lo podía creer.

— Cuando dijiste, antes de ir al campamento, que no veríamos nada de Saint Seiya hasta no tener las cosas listas para la escuela, nos pusimos a arreglar todo ese mismo día y lo dejamos preparado, papá — reclamó Sisyphus enojado. — Ahora sólo recogimos y acomodamos lo que traíamos en las maletas para que no dijeras que faltaba eso, pero todo está listo, puedes ir a ver.

— Así que nos toca ver Saint Seiya — intentó arrebatarle Écarlate el control.

Camus elevó el brazo hasta arriba con el objeto tan codiciado en la mano. Écarlate saltaba en vano porque le faltaba altura para llegar al éxito.

— ¡SAINT SEIYA, SAINT SEIYA, SAINT SEIYAAA!

Ese que gritaba como energúmeno, era Krest, hasta que Sisyphus le puso una mano en la boca y le dijo algo al oído. Ahí se calló.

— Si falta algo... — empezó Camus.

— Nos castigas el resto de la semana, pero ahora ya cumplimos — terció Sisyphus.

— ¿Estás seguro, Sis? Yo no quiero que me castiguen — se acobardó Écarlate dejando de saltar.

— Yo me aseguré de que todo estuviera listo, tanto lo mío como lo tuyo y de Krest. Ya cumplimos.

— Ah, entonces sí, ¡Ya cumplimos, papá! — dijo Écarlate con más valor, volviendo a imitar a la rana.

Milo brillaba por su ausencia. 

Tras esconder al pequeño escorpión con sus piernas y ver el escándalo, se escapó de la habitación para estallar en carcajadas en el pasillo. 

Se lo estaba pasando genial con esto de que el frío y distante Camus, el pelirrojo que lo trajo enloquecido, el intransigente con su virginidad, fuera tan fácilmente dominado por tres enanos.

Quería grabar todo en vídeo y verlo en sus días más oscuros, le recuperaría el ánimo muy rápido.

El francés miró a sus vástagos y le ofreció el control al castaño.

— ¡Sin el volumen tan alto, Sisyphus!

Tenía que hacer valer en algo su paternidad, después de quedar vapuleada por su desconocimiento. Lo que no ponía en duda, era la palabra de su hijo mayor. Además, si algo no estaba bien, los tendría castigados toda la semana.

Eso sí, fue con paso firme hacia la salida porque planeaba desquitar su coraje.

— ¿Te estás divirtiendo, Milo? — se cruzó de brazos matando con la mirada al rubio.

— Demasiado, Camus — se limpió las lagrimitas.

— Qué bien, me da gusto... — le tomó la mano y lo llevó dentro. — Chicos...

En cuanto el rubio se encontró a los tres niños, se puso tenso como cuerda de violín. Veía esas miradas fijas en su rostro y sin pensar, su manzana de Adán se movió con dificultad al tragar saliva.

— Él es Milo, el amigo de quien les platiqué y le encantaría ver Saint Seiya con ustedes. ¿Les parece si lo sientan en medio de todos y le explican de qué va la serie, mientras yo voy a hacer palomitas?

Milo comprendió en ese momento lo que quería decir Kardia con que Camus era de cuidado.

Saint Seiya parecía convertir a estos chiquillos en una tríada de guerreros que extendieron rápido sus manos hacia él y lo atraparon para llevarlo al sillón que llamaban "la prisión de Cabo Sunion".

Mientras ellos hacían sufrir a Milo, Camus entró en la cocina para preparar las palomitas o sus hijos le harían pagar su osadía de prometer y no cumplir, como arpías. Estaba buscando la manteca cuando escuchó el teléfono, corrió pensando que podía ser su hermano y respondió el automático.

— Hola, ¿Pasó algo? 

— Señor Roux, le hablo del Centro Campos Elíseos, lamento decirle esto, pero escapó...

— ¡¿QUÉEEE?! 

El frasco del maíz cayó al piso haciéndose pedazos.



Regulus llegó a su hogar dejando su bolso deportivo en su habitación y se encerró con un portazo.

Su tío Aioria se puso como energúmeno al saber que estaba hablando con nada más y nada menos que Saga, así que no dudó en traer al pequeño de vuelta y cuando Regulus se rebeló, terminó echado en el hombro y permiso a explicar nada.

El niño estaba harto de todo, de vivir encerrado, de estar desesperado por encontrar a su padre Saga, de querer ser aceptado por sus amiguitos, de ser tan infeliz.

Arrojó los tenis de fútbol contra la pared llorando histérico y se echó en la cama, abrazando su Simba de peluche mientras los sollozos gobernaban su cuerpo amargamente.

No podía entender el mundo adulto, por más que intentaba y su psicólogo le ayudaba, no captaba su esencia. Era confuso y cada vez que pensaba en lo que sus amigos decían de sus progenitores, sentía que su papá Aioros era el que necesitaba la terapia tanto como él.

Después de tanto llorar, se quedó dormido por el agotamiento físico y mental. Sólo despertó al escuchar que alguien abría la puerta.

— ¿Regulus?

El chico se sentó en la cama mirando aún adormilado a su padre, que le devolvió una mirada iracunda.

— ¿Acaso no sabes que Saga tiene prohibido ha...?

— Hablar conmigo, lo sé. Al menos hasta que tenga capacidad de saber qué quiero, papá — le interrumpió.

— Regulus, eso significa que...

— Que cuando sepa qué quiero, puedo decidir — volvió a interrumpir impaciente. — ¡Ya sé lo que significa, papá! Y yo sé que quiero conocer a mi papá Saga.

El castaño mayor se acarició la frente sin creer esas palabras.

— Tu padre no tiene la capacidad para cuidarte.

— Oh, claro — se burló con resentimiento. — Porque cuidar de mí significa sobreprotegerme y estar todo el tiempo sobre mí, olvidar que soy una persona, papá, que puedo estar solo y no me pasará nada, que soy un ser humano y tengo derecho a ser feliz.

— Regulus, ¡No te sobreprotejo!

— ¿Ah no? — se puso en pie y le señaló un objeto en lo alto de la pared. — ¿Y eso qué es, papá? Ningún amigo mío tiene cámaras en su habitación. Tampoco tienen prohibido ir solos a la tienda de la esquina, a ir a casa de otros niños para tener una pijamada, mucho menos su padre los saca de un partido porque creyó ver a un hombre que los miraba mal — le gritó desesperado. — ¡Estás loco, papá!

Nunca en su vida su padre le puso una mano encima. Hoy, fue la primera vez. 

El bofetón le hizo caer en la cama con la mejilla bien roja.

— ¡Cállate, Regulus! 

Aioros no controlaba sus ímpetus. Su hijo y él jamás discutieron así y esta situación lo estaba superando con creces.

— ¡Lo hago para cuidarte! prosiguió exasperado.

— ¡Lo haces para enloquecerme contigo! — reclamó el pequeño. — ¿Cuándo vas a entender que yo no soy mi hermano y que no me pasará lo mismo?

— ¡No puedes saberlo! — reclamó el mayor. — No tienes el tapiz de las Moiras para saber eso, Regulus y yo...

— Y tú no puedes aceptar que te quiten otro hijo de las manos...

Eso dejó blanco al mayor. Lo miró como si no lograra entender todas las implicaciones que esas palabras tenían.

— Ya me cansé, papá. Ya me cansé de todo y quiero que entiendas mi enojo. Ya no quiero vivir sin mi papá Saga, ya no quiero vivir temeroso del mundo, ya no quiero ser tratado peor que un muñeco de cristal. Yo no soy mi hermano y no sabes cuánto lo odio.

— ¿Cómo puedes odiar a tu hermanito? Era apenas un nene cuando pasó todo.

— Lo odio porque se llevó con él todo lo que yo amaba: mis dos papás, las risas, la alegría, mi vida y me dejó lo peor del mundo, una prisión, un padre temeroso de su sombra y otro cobarde, que ni siquiera puede venir a verme, sin que te vuelvas más loco aún.

Aioros estuvo a punto de dar un segundo golpe, pero Regulus se le puso enfrente con la barbilla bien alta señalando con su índice el rostro del mayor.

— Escúchame bien porque no lo diré de nuevo, me dejas estar con mi papá Saga o iré con el Juez y le diré todo lo que me haces... Así sea que me vaya a un orfanato, ¡Prefiero vivir ahí, que aquí contigo!



¡Hola! ¿Cómo va?

Esta trama se está enredando y más que se enredará, jaja.

Hemos explorado un poco en las vidas de Camus y Regulus, así que iremos hacia adelante.

Aclaro que me he tomado una licencia de escritora al introducir Saint Seiya sólo por mero gusto personal, como lo que es, una serie que tú y yo vimos y que despierta pasiones, para explorar esa parte que me llama tanto la atención: ¿Qué pensarían los protagonistas si vieran la serie, sin ser parte de ésta?

Por cierto, ¿Todo va bien en tu cabeza o tienes más líos de los que puedes resolver?

Este jueves más.

¡Hasta pronto!



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