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11. La verdad oculta.

— No corras con el vaso.

Camus llamó la atención a Écarlate que estaba por ir a toda velocidad hacia la puerta principal, al escuchar venir a su tío Kardia.

El pequeño miró a su padre, el vaso con chocolatada, su padre, el vaso, su padre...

Estaba indeciso.

— Deja el vaso en la mesa porque si te lo llevas, te vas a caer — advirtió el mayor con ese tono paternal que despertaba rebeldía.

— ¡Pero no se me cae, papá! — empezó su hijo con puchero. — Ya soy niño grande, no soy Krest.

— Mira que si se te cae, Écarlate, te voy a hacer fregar el suelo de rodillas...

El pelirrojo mayor se dio cuenta de que acababa de usar el mismo tono de su madre.

¿Cuándo se convirtió en una mini Fluorite?

Se estremeció de horror y el pequeño aprovechó para hacer lo que quiso.

Realmente Écarlate llevaba un buen equilibrio con el vaso de plástico en sus manitas, pero no contó con que en el piso, estaba ese carrito que Sisyphus le pidió que guardara cuando llegaron. Por supuesto, como no obedeció...

— ¡Waaaaaaaaaa!

Sólo se oyó un: ¡Pim, pum, papas!

Como algunos dirían: "azotó la res" o bien, "se cayó el burro". 

— ¡Écarlaaateee! — se oyó inmediatamente el grito del gigante, que diga, de papá Camus.

El niño no sólo había pisado el carrito, sino que obviamente resbaló, perdió el equilibrio y se fue de boca con el vaso. Por supuesto, la chocolatada tenía que caer en algún lado y eligió justo a Milo porque fue el único tarado de los recién llegados, que no se quitó del camino.

Kardia y Dégel no era que tuvieran mejores reflejos, ni porque estuvieran más distantes que evadieron el desastre. 

No, señor...

En realidad, esa chocolatada iba a caer originalmente en el de cabellos verdes, pero al convivir con esta manada de potros sin domar, apenas se dio cuenta que el pequeño venía corriendo con un vaso en las manos lleno de "vaya usted a saber qué", Dégel como todo buen Dandy, se hizo a un lado y por eso, Écarlate se encontró cara a cara con Milo.

Eso era traición pura del acuario mayor y cobro de deudas sin pagar para el escorpión menor...

Ahora el rubio no sólo tenía el cuello rojizo por las manos de Dégel, sino el pantalón mojado en la entrepierna con chocolatada, el rostro fastidiado y por supuesto, muchas ganas de matar a Kardia porque sus carcajadas se oían hasta el primer piso.

Desde la cocina, el enojado pelirrojo mayor venía como una aplanadora y en su boca resonó la frase favorita en la casa de los Roux:

— ¡Te lo dije! — miró el espectáculo — ¡Todo te entra por una oreja y te sale por la otra!

— Te quejabas de mí y mírate, Camus... suenas igualito a mamá — se mofó Dégel y recibió tal mirada iracunda, que mejor se calló, pero su sonrisa fue imborrable.

— ¡No te pedí tu opinión, Dégel! — soltó el pelirrojo.

Total, había regaño para todos los que se atravesaran en el camino del gigante, que diga, de Camus.

El pequeño Écarlate empezó a gimotear y su padre no cedió un ápice con esas lagrimitas. Oh, no. Ya se sabía todos los trucos del pelirrojo menor. Eso sí, se acuclilló revisando a su hijo con cuidado y suspiró aliviado al ver que estaba bien.

Otra cosa era el desastre chocolatoso del piso y la ropa de Milo.

— Te has orinado en los pantalones, hermanito... el de cabellos azules puso un brazo en el hombro del rubio. — Eso o tuviste un accidente peor. No sabía que fueras tan precoz.

Kardia hizo una seña obscena con las manos al escorpión menor, para representar una eyaculación. Por supuesto, a espaldas de los niños o si no, terminaba estacado por salva sea la parte cortesía de su marido.

Milo deseó hundir la carota del otro en la pared más cercana. Seguro que Camus valoraría la obra de arte de un "hermanicidio".

— ¿Ves, Ecolgate? ¿Ese es el ejemplo que le das a tus hermanos? — se escuchó la voz de Krest que apareció en la puerta de la cocina, rememorando otra frase icónica de Fluorite.

— ¡No necesito ayuda para regañar a tu hermano, Krest! — le soltó Camus mirando al menor que dio un respingo. — ¡También estás castigado!

— ¿Y yo por qué, papá? — hizo puchero desesperado.

— ¡Por meterte en lo que no te importa! — soltó con firmeza.

— Mamá decía que "por metiche" — metió leña al fuego Dégel con una sonrisita.

El más pequeño hizo una rabieta y Camus entornó a los ojos. Se levantó con Écarlate en brazos, para evitar que pudiera resbalar con el líquido derramado y se diera un golpe peor, encarando a su niño más pequeño.

— A la esquina, Krest. Ahí estarás hasta que puedas pronunciar bien la palabra "trenecito" — ordenó señalando el sitio con la mano libre.

— ¡No se señala con el dedo! — dijo el chiquito histérico recordando lo que su padre le dijo antes.

— Te dije que no se señala a las personas con el dedo, Krest — refutó su padre. — ¡Ahora ve!

— ¿Y por qué? — dijo el pequeño con tremenda pataleta.

— ¡Porque lo digo yo, que soy tu padre! — sentenció Camus. — No me quieras ver enojado en serio señorito, porque te vas a acordar de mí lo que resta de tu vida...

El azabache miró a su padre con la ira en su rostro a punto de hacer otra rabieta. Sin embargo, al ver la postura intransigente de Camus, gruñó iracundo y fue a obedecer golpeando el piso más fuerte con los tacones de sus tenis.

— ¡Y sin berrinches, Krest!

— ¡Qué feo eres, papá! Es fea tu casa, feo tú, feos tus hijos, fea tu ropa, feo todo... estaba desatado.

— Entonces también estará feo el chocolate que les daré a tus dos hermanos más tarde y por eso no te tocará a ti, Krest — le soltó Camus.

— Ah no, papá, ¿Dije feo? No, papá, tú estás bonito, todo lo tuyo es bonito, bonito tu chocolate, bonito tú, bonita tu casa, bonita tu ropa, bonito todo, tu chocolate más... sonrió mostrando todos sus dientecitos.

El azabache, por arte de magia se había tranquilizado. Incluso, corrió a la esquina y empezó a repetir la palabra "trenecito" de forma muy obediente con la esperanza de tener un trozo de ese prometido premio. Aunque se le trababa la lengua, lo volvía a decir con mucho ímpetu, causando ternura a quien quiera que escuchase sus errores.

Camus ni siquiera se atrevió a mostrar debilidad en estos momentos precarios donde su paternidad estaba en entredicho. Si lo hacía, sus dos hijos menores se lo comían a puños.

Así que dirigió esos orbes de rubí a Écarlate, que ni se atrevía a decir nada. El pequeño sabía que abrir la boca, significaría su muerte automática con la poca paciencia que ahora tenía el mayor.

— Papá, sécate los pies aquí.

Sisyphus le llevó un trapo de piso con esa actitud tan bonachona que lo caracterizaba. El pelirrojo mayor le sonrió y acarició su cabello con la mano libre.

— Gracias, hijo.

Camus limpió su calzado en el trapo y puso en pie a Écarlate en el mismo.

— Quítate lo mojado de los pies, Écarlate su tono era muy serio.  Después, ve por un cubo, los trapos y me dejas limpio todo este lugar. Entiende que esto sucedió por tu necedad aleccionó con ese dedo índice tan épico que golpeaba el aire. — No quiero venir y descubrir que se me pegan los pies por el dulce seco, Écarlate — ordenó sin más. — Ven, Milo, te daré ropa para que te cambies — su tono con él fue más sosegado.

El francés alternaba entre la figura firme de padre y la de hombre adulto con maestría. Ya tenía varios años de práctica y sus dos hijos menores eran los que más lo ponían a prueba.

— No te preocupes Camus, — dijo Kardia con el corazón dulce al ver que su sobrino favorito iba a hacer lo que le pidió su padre, muy obediente y sin rechistar. — Le prestaré mi ropa.

— Milo es mi invitado, Kardia... — quiso explicar.

— Y es el hermano menor de mi esposo, así que tiene la obligación de ayudar — dijo Dégel sonriendo con malicia, sabiendo lo que podía pasar cuando su hermano supiera esto.

Por supuesto, lo que anticipó, sucedió. El pelirrojo mayor miró a Milo sin entender hasta que Kardia lo confirmó con la cabeza. Sus párpados cayeron a media asta y fue como si se separara del rubio por miles de kilómetros aunque no se hubiera movido de su sitio.

— ¿Cuándo pensabas decirme que mi cuñado es tu hermano, Milo? — se oía un tono peligroso en su voz.

— Ni siquiera sabía que Kardia era tu cuñado hasta hace menos de quince minutos, Camus — expresó sin inmutarse. A diferencia de los presentes, parecía que a Milo, las miradas enojadas se le resbalaban. — ¿Tienes algún problema con eso? mostró sus dientes con actitud coqueta.

El de ojos de rubí, no supo qué responder y antes que sucediera algo peor, Kardia se llevó a Milo a su departamento.

— Él también es Milo Antares — le informó Dégel cuando estuvieron solos.

— ¿Antares? ¿No es Scorpio? — no entendía el cambio de apellido.

— Son medio hermanos porque comparten al padre, pero a diferencia de Kardia, a Milo jamás lo reconoció mi suegro.

— ¿Y eso?

— Era hijo fuera de matrimonio.

— Recuerdo que algo dijo Kardia cuando se celebró tu boda — se acarició el mentón pensativo.

— Sí, igual tenía entendido que Milo no quería saber nada de él — encogió los hombros.

Los Roux fueron a la cocina aprovechando que Sisyphus y Sasha estaban en el salón de entretenimiento, para jugar a la wii. 

Dégel tomó asiento mientras Camus preparó café y lo sirvió para ambos.

— Kardia me contó que después de que su padre supiera que tenía una enfermedad terminal y le dijera de la existencia de un medio hermano, tardó tiempo buscando. Cuando por fin encontró a Milo hace siete años, algo pasó entre ellos que no pudieron congeniar. Incluso, Milo rechazó la herencia de los Scorpio, cuando mi suegro falleció hace un lustro. 

Camus recordaba parte de eso, pero no tan bien. Lo del hermano de Kardia era campo minado y hacía enojar mucho al escorpión, por eso no tocaba el tema.

— Por ese tiempo, continuó Dégel — mi esposo se enteró que Milo estaba pidiendo un préstamo millonario a un banco. Me pidió que hablara con mis contactos para que se lo dieran y Kardia dio en depósito la cantidad solicitada por su hermano como garantía, pero nos sorprendió cuando Milo devolvió cada centavo en menos de ocho meses.

— ¿En tan sólo ocho meses? Pues qué hizo, ¿Vendió drogas? — le parecía sorprendente.

— No lo sé. Entiendo que Milo es uno de los dos socios mayoritarios de Ophiuchus, una de las empresas que está levantando como espuma en la rama farmacéutica.

— ¿Por qué me suena conocido ese nombre, Dégel?

Su hermano se encogió de hombros. Camus pensó durante algunos minutos bebiendo su café escarbando en su mente sin éxito.

— Te acostaste con alguien de quien no sabes ni un ápice, Camus — metió el dedo en la llaga con saña. — ¿Al menos tiene buen trasero o por primera vez pusiste el tuyo? — lo recorrió con la mirada buscando señales.

— Cállate, connard — se acomodó mejor en la silla agradeciendo que los medicamentos hicieron efecto.

Sin embargo, era cierto lo que Dégel decía. Camus prácticamente no conocía nada de Milo y su empresa debía ser bastante fuerte para pujar por él casi ochenta millones de euros. Eso sin contar con el auto que le vio, el guardaespaldas, la cabaña en las afueras de París...

— Si quieres, lo investigo con ahínco — ofreció el mayor, — de cualquier forma, necesitamos recuperar todas esas acciones, Camus.

— Estoy en eso, no presiones.

— ¿Cómo lo...?

— Ya te dije que estoy en eso, Dégel, deja de joder — esta vez la voz de Camus fue impositiva.

— No soy como tus niños que se asustan porque los miras o les hablas fuerte, pero está bien — cruzó una pierna sobre la otra, acomodándose tranquilo en la silla. — Si dices que estás en eso, entonces espero resultados pronto.

— Los tendrás cuando sea su momento. Ni antes, ni después...

— Oh no, Camus — se acomodó sus gafas, intimidando con la mirada. — Lo quiero rápido, así que no me importa cómo lo hagas, quiero la empresa de mamá a salvo pronto.

— Va te faire mettre! — después de mandarlo a la mierda, chasqueó la lengua.

Dégel le tomó de la camisa y lo acercó hasta su rostro para hacer hincapié en sus palabras.

— A mí no me insultes, Camus — sus ojos violáceos brillaban con peligro bajo los cristales de los lentes. — Más te vale que dejes tus actitudes vulgares para otros. Esto no es un juego y como Dioskouroi se entere de lo que pasó, vamos a estar en aprietos...

Eso era otro problema gigante. Como el tiquismiquis de Saga asomara la cabeza, Camus no tendría un asedio, sino una guerra declarada.

— Entiendo el conflicto en el que estamos, ya te dije que lo estoy resolviendo.

— ¿Y cómo es eso?

— Voy a entregar mi culo si es necesario, Dégel. ¿Quieres dejar de acosarme?

— Más te vale que lo logres, Camus. Si de casualidad aparece Dioskouroi antes de que lo resuelvas, te quito el control de la empresa y te vas a jugar a la casita con tus hijos y una mísera pensión.



En el aeropuerto Charles de Gaulle, un hombre de cabellera azabache se colocó las gafas oscuras con elegancia. Apenas traspasó las puertas de una de las múltiples entradas del renombrado aeropuerto internacional de París, se reacomodó el largo abrigo oscuro que lo cubría del viento.

Alzó el rostro hacia el radiante dominio de Helios que calentaba de la ciudad de la luz, con la mente sumida en demasiadas remembranzas amargas. Avanzó con paso firme y distinguido en dirección a una cuneta de estacionamiento transitorio, llevando consigo su maleta mediana en la diestra y en la mano desocupada, su maletín.

En su camino, las olas de personas se abrieron para permitir su avance. Era el hechizo pagano de su presencia, la que atraía la atención de todo aquél que posaba la mirada en él. Su innegable porte y distinción que no sólo se debían a su traje de tres piezas de color gris profundo, despertaban los suspiros, las envidias e incluso, accidentes; pues un par de distraídos que se quedaron prendados de su figura, terminaron chocando con otros.

Ignorando la atención, el revuelo o acostumbrado a ello, el hombre se acercó hasta el Mercedes-Benz que se estacionaba en ese preciso momento, como si estuviera cronometrado. Metió la valija en el maletero y ocupó el asiento del copiloto con un movimiento ágil.

El conductor sonrió al ver a su pasajero dejar el maletín a su lado, al tiempo que las manos resguardadas bajo los guantes, acomodaron el cinturón de seguridad y el rostro cubierto por las gafas oscuras se fijó en su faz.

— Bienvenido, Saga — dijo Kanon llevando su puño hacia su gemelo, que le dio un golpecito a forma de saludo.

— Gracias, ¿Cómo va todo con Hades?

El de cabellos azules encogió los hombros y se integró al tráfico parisino con habilidad. Saga se acomodó la corbata carmesí con parsimonia, mirando por el espejo retrovisor el vehículo que les seguía.

— ¿Todavía tienes a Caín trabajando contigo? — le pareció raro que el conductor que iba tras ellos por seguridad, fuera otro y no el nombrado.

— Por supuesto, es un buen elemento y Hades no ha dicho nada de que sea nuestro hermano pequeño. Ahora están juntos porque le pedí a Caín que cubriera mi lugar mientras venía por ti.

— Tengo entendido que llegaron a París para la subasta de la joven Kido.

El azabache se quitó el guante derecho, sacó su celular y revisó rápido los correos que llegaron en el lapso que tardó en pasar por migración y salir del aeropuerto.

— No exactamente... — Kanon cambió de carril, — vino por él, por fin.

— ¿Entonces cambiarán la casa matriz a Alemania? — desvió su atención al menor.

— Algo así... movió la cabeza sin saber cómo explicar el asunto. — Va a estar principalmente donde esté Julián.

— ¡Qué despropósito!

— Está enamorado, Saga.

— El amor es un desperdicio de tiempo — dijo seco.

— Lo dices porque te patearon el culo hace siete años, pero tu ex todavía sigue soltero. Bueno, hasta ahora... — soltó una sonrisita tenue mirando de reojo a su gemelo.

El ataque visual del mayor fue tan duro, que hizo tragar saliva de inmediato al conductor. Saga no necesitó abrir la boca para presionar. Con esas dagas en lugar de ojos, Kanon tenía suficiente para sentir que su vida pendía de un hilo si no decía rápido todo.

— Tengo entendido que uno de sus socios lo está rondando.

— Tienes demasiados chismosos a tu alrededor, Kanon.

— No les llamaría chismosos, Saga — cambió de velocidad, — me gusta pensar en ellos como fuentes de noticias de primera mano.

El silencio fue sepulcral. Kanon supo que su gemelo procesaba los datos al tiempo que respondía correos y mandaba mensajes a pesar de ser domingo. 

No envidiaba el trabajo de Saga. Ser miembro del comité de auditoría del Banco Europeo de Inversiones, era una cosa seria y muy desgastante, pero tras lo sucedido con su ex, su hermano buscó alejarse lo máximo posible y Luxemburgo fue sin duda alguna, el mejor refugio.

— ¿A dónde me llevas?

El mayor por fin, dejó bajo resguardo su dispositivo dentro del bolsillo interior de su abrigo y colocó su guante oscuro revisando el camino que tomaba Kanon.

— Abel me dijo que tu hijo está jugando fútbol ahora mismo, creí que te gustaría verlo.

Eso fue un golpe bajo. Saga aprovechó el alto para sujetar a Kanon del brazo y jalar hacia él.

— ¿Acaso no sabes que tengo prohibido acercarme a mi niño? — su tono era grueso y su respiración agitada.

— Por supuesto que lo sé, nos lo dejaste muy claro — Kanon no se inmutó con la agresiva actitud del otro. — Por eso cambiaste el color de tu cabello y te fuiste a Luxemburgo, para que no hubiera confusiones entre tú y yo — ni siquiera intentó zafarse de su agarre sabiendo que podría provocar una reacción mayor.

— ¿Y entonces, por todo el Tártaro, qué pretendes? — le desquiciaba que su gemelo hiciera movimientos a sus espaldas.

— El campo donde juega está en una hondonada. Si estamos en el camino donde empieza el desnivel, con unos buenos binoculares lo podrás ver jugar en vivo y en directo, hermanito — sonrió conciliador. — El GPS del auto está puesto, si me aseguro de que no infringes la orden de restricción y mantienes la distancia, tu dispositivo no alertará a la policía. ¿No te gustaría ver a mi sobrino jugar fútbol en tiempo real?

El azabache lo soltó con impaciencia. Volvió a su sitio mirando por la ventanilla hacia el sol. Sí, tenía añoranza por su hijo. Y no sólo por él...

— Eso pensamos Caín, Abel y yo — Kanon apretó el acelerador cuando el semáforo se puso en verde. — Y no te preocupes, este auto no lo uso con Hades, puedes fumar todo lo que quieras — sacó de su chaqueta un paquete de cigarrillos y lo dejó sobre el regazo de Saga.

Tardó cerca de diez minutos, su mirada estaba discretamente fija en el GPS del vehículo que les mostraba el camino a seguir. Cuando estaban a menos de un kilómetro, Saga bajó la ventanilla, se quitó los guantes que introdujo en el maletín y sacó un cigarro. Lo encendió con agitación apenas contenida, dando la primera bocanada para calmar su nerviosismo.

— ¿Él estará en el campo?

Kanon no necesitó más, sabía a quién se refería.

— No, ya te dije que salió con... alguien.

Saga recordó lo que dijo antes. Con uno de sus socios...

La nicotina inundaba sus pulmones, pero tenía el estómago revuelto. Pensar que su ex podría tener a alguien en su vida, le hacía sentirse en una de las tantas prisiones del Inframundo sufriendo los peores tormentos.

Había días que al final de la jornada laboral, se dejaba caer en el sillón de su frío y muy solitario departamento, para pensar que la vida era mil veces peor que el castigo eterno. Sospechaba que la tortura más cruel, sería un campo de flores comparado a lo que padecía cada día sin ellos...

Saga Dioskouroi no sabía qué hacer y aunque pulía su estética visual a rajatabla, ahora nada le podía importar menos. Por eso, al primer cigarrillo le siguió un segundo sin mucho tiempo de espera. 

Hacía años que cumplía el castigo autoimpuesto, pero Kanon tenía razón, no soportaba más la injusta situación. 

Tuvo en sus manos los Campos Elíseos en esos tiempos y un revés, un simple desliz, lo llevó cruelmente a la soledad perpetua. Siete años eran demasiado y ya estaba harto de todo.

— Pensé en mover de nuevo los hilos ahora que me puedo desplazar libremente por Europa.

Saga escuchó a Kanon tan lejano, que se obligó a centrar la atención en su gemelo. 

— ¿No te parecería bien reabrir la investigación? — el de cabellos azules parecía realmente preocupado.

— No lo sé — confesó sin resentimiento, ni recelo.

Normalmente, Kanon sabía que esta conversación, terminaba con un Saga cerrando la puerta de golpe y porrazo porque no le agradaba que nadie, absolutamente nadie, metiera demasiado las narices en ese particular pozo de mierda de su pasado. 

Sin embargo, esa respuesta dubitativa, daba sitio para lo que deseaba proponer.

— ¿Por qué no me dejas a mí? — susurró el de cabellos azules. — Si llego otra vez a un camino sin salida, no sentirás la impotencia, me la comeré yo — ofreció con tono neutro.

Saga miró el cigarrillo casi terminado. Le dio una fuerte succión y llenó sus pulmones de nicotina. El horrible sabor amargo permaneció en sus papilas gustativas y lo soportó. De cualquier forma, no deseaba que nadie se acercara a él y el mal aliento era lo que menos le preocupaba ahora.

— No lo sé... su voz sonaba más débil.

Kanon tuvo la prudencia de no insistir. En cuanto llegó a la zona que eligió con Abel, estacionó el vehículo y los gemelos salieron. El menor le entregó al otro unos binoculares de última tecnología y que Hades consiguió para quién sabe qué propósito.

— Ahí, en ese campo — señaló con el índice. — Tiene una marca de calor, Abel se la puso cuando llegó porque fingió saludarlo.

— ¿Quién vino a traerlo? — se interesó porque no entendía cómo su ex podría dejarlo así, solo, después de lo sucedido.

— Su tío y su pareja.

Saga no tardó en ubicar su figura. La marca era perfecta. Quitó el filtro de calor dejando el lente al máximo zoom y ante sus ojos, estuvo la expresión de felicidad de su hijo de diez años.

— ¡Creció tanto! — se le escapó con emoción agridulce.

— Oh sí — dijo orgulloso Kanon con unos binoculares idénticos a los de Saga. — Abel dice que le llega a mitad del tórax.

El corazón del azabache iba de un extremo al otro. Sentía añoranza por tener tan lejos a su hijo y al mismo tiempo, tenía una enorme alegría por verlo reír, correr tras el balón, pedir un pase, controlar el esférico, tirar a gol sin anotar. 

Esas muestras de decepción cuando la pelota fue atrapada por el arquero, le hicieron sonreír débilmente.

— Es hermoso y perfecto.

No hay duda de que un padre considera así a su hijo, sobre todo, aquél que lo extrañó a rabiar.

— Vamos, vamos, que recuperó el balón — se emocionó Kanon.

Siguieron la jugada con palabras de ánimo que por supuesto, jamás llegarían a los oídos del pequeño hasta que...

— ¡GOL! — celebró Saga dando un pequeño golpe al aire.

No fue del pequeño, pero su asistencia fue espléndida. La felicidad de ese pequeño rostro fue mucho más radiante que el mismo Helios en el cielo. Los hermanos se golpearon la palma con entusiasmo sintiendo el corazón latiendo acelerado.

El resto del partido no duró más de cinco minutos, pues Saga llegó demasiado tarde. Aunque ver caer a su chico al pasto, le hizo soltar el aire largamente.

— Está agotado — se burló Kanon.

— No sé de cuántos minutos sea el partido, pero estuvo yendo y viniendo en el campo como un profesional — no dejó de mirarlo a través de los binoculares con orgullo.

Ni siquiera desvió la mirada cuando el niño se puso en pie corriendo hacia su tío para dar un salto y caer en sus brazos. El hombre le recibió y Saga se quedó pensativo sintiendo un dolor en el pecho que era imposible de contener. No se dio cuenta de cuánto lo extrañaba hasta hoy, verlo fue demoledor para su fuerza de voluntad.

— Por un momento, pensé que era él — confesó con un nudo en la garganta.

— Sí, su hermano menor está igual de alto que tu ex, pero es normal. ¿Qué tiene? ¿28 años?

— Veintisiete... — respondió Saga con nostalgia. — Sigue pensando que soy un bastardo, ¿Verdad?

— Tú nunca diste tu versión, hermano — su tono fue neutral, no quería que se pusiera de malas cuando por fin veía algo de emoción y alegría en él.

La exhalación que Saga soltó fue grande y muy profunda. Los binoculares enfocaron a Abel, su hermano más pequeño.

— ¿Abel sigue estando presente en su vida?

— Lo intenta porque como ves... — justo el tío del niño le daba la espalda para irse de ahí sin mirar atrás. — Siguen sin aceptarnos bien.

— ¿Sabes, Kanon? — bajó los binoculares, por más que quisiera ver a su hijo, sabía bien que necesitaba hacer cambios para lograr su objetivo. — No estoy muy seguro de esto...

— Oh, vamos, Saga — se desesperó un poquito. — Ya van siete años de martirio. ¿Por qué debes aguantar más? ¿Por qué? No fue justo nada de lo que pasó, pero tú también fuiste una víctima.

— Aún así, si ellos están bien, ¿Por qué debería cambiar las cosas? dijo deprimido. 

— ¡Eres un...! — calló cuando le sonó el celular.

Saga vio el momento para dejar dentro del vehículo los binoculares y encender otro cigarro. Dio un par de aspiraciones pensando en si tenía derecho de invadir la vida de su hijo cuando parecía ser feliz sin su presencia. 

Era puro egoísmo lo que le motivaba a tener a su pequeño en sus brazos, escuchar su voz por primera vez porque ni siquiera le permitieron escuchar sus primeras palabras y se moría por sentir su calor contra su pecho. 

¿Seguiría oliendo como en aquél entonces? 

Era casi un bebé cuando lo dejó, pero aún recordaba ese efluvio a pasto recién cortado y el sol del mediodía. Su hijo era muy parecido a la naturaleza pura, viva e intensa, pero había crecido todo este tiempo sin él. 

¿Estaría bien intervenir en su vida?

Por otro lado, le encantaría iniciar la búsqueda por séptima ocasión... Siete veces, casi una por año y siempre volvían a un callejón sin salida.

¿Valdría la pena otra decepción? 

Se acarició la nuca terminándose el quinto cigarrillo del día cuando le tocaron el hombro.

— ¿Qué pasa, Kanon?

— Es para ti — le extendía su hermano el celular, — es tu hijo, quiere hablar contigo.



Milo se sentía raro al salir del departamento de Camus por segunda vez. Era como si las Moiras estuvieran empeñadas a permitir que probara las mieles de esos labios y ese cuerpo de perdición y posteriormente, poner todo de cabeza y hacerlo sentir que lo mejor sería irse de ahí lo más rápido posible.

Era frustrante.

— Es difícil ser padre soltero de tres, Milo.

Kardia parecía leer su mente y el rubio no sabía qué hacer con él. Lo odiaba con todas las fuerzas de su ser, le quitó todo y tenía la desfachatez de intentar hacer las paces.

— ¿Sabes, Kardia? Por más que lo intentes, no vas a cambiar lo que hiciste hace siete años, hijo de puta.

— Te pido que no metamos a las madres en este pleito, Milo — abrió la puerta de su departamento y le invitó a pasar. — Puedes decir lo que quieras de mí, pero jamás voy a insultar a tu madre y te pido que respetes a la mía. Ninguna de las dos tuvo la culpa de las estupideces de nuestro padre.

En ese punto tenía razón. Su madre podía ser una ingenua, pero luchó por él hasta ese accidente en el que, ni todo el dinero que Milo consiguió en las peleas callejeras, la pudo salvar de la muerte. Hoy en día, no permitía que nadie se atreviera a ensuciar su memoria y veía que Kardia tenía los mismos valores.

— Pasa — le volvió a invitar. — Te presto ropa y...

— Tengo en mi auto, prefiero traerla — cortó de tajo caminando hacia el elevador.

— No vas a poder subir a este piso, Milo — exhaló Kardia. — Tiene contraseña dactilar. ¿No te dijo Camus?

El rubio resopló restregándose los cabellos de la nuca. Nada parecía salir bien. Absolutamente nada.

— Entonces será momento de que vaya a mi casa. De cualquier forma, no sé qué hago aquí — estaba desmotivado.

— Hagamos un trato. Ve por tus cosas y...

— ¡Me enfurece que intentes jugar al hermano mayor bueno y noble, Kardia! — reventó Milo. — No lo fuiste cuando llegaste con tu soberbia e hiciste conmigo lo que quisiste la primera vez sin siquiera preguntar, no lo fuiste todos estos siete malditos años sin que te acercaras a dialogar frente a frente porque tus estúpidos mensajes, llamadas y cartas no eran suficientes para mí. Y no lo serás ahora, fingiendo que intentas retenerme para quién sabe qué mierda.

— Creí que querías quedarte con Camus...

— Sí, quería hablar con Camus, pero parece que tu esposo y tú son un par de moscas rondando la mierda que no saben alejarse. ¿Acaso no entienden lo que es privacidad?

— Eso no lo vas a tener con los tres hijos de Camus, Milo. Sé realista.

— Bueno, pues tal cual dijo Camus, me voy y luego nos contactamos para... — ahí recordó por qué entró de nuevo con Dégel y Kardia al departamento del pelirrojo.

Ni siquiera tenía su número de celular. Estaba tan ofuscado, que no sabía ya ni lo que hacía. Nada salió como quería y ahora sentía la cabeza doliendo a rabiar.

— Milo, sé que me equivoqué la primera vez al meterte al Centro sin tu autorización, pero de verdad, hermano, no estabas en tus facultades mentales...

— No soy tu hermano, Kardia. Ni siquiera llegamos a ser la mitad porque la sangre que compartimos es una porquería — zanjó rápido y esta vez, decidió ir a fondo. — ¿Sabes por qué te odio tanto? Porque yo no estaba solo cuando me llevaste contigo, yo tenía a alguien... — le echó en cara.

El de cabellos azules se quedó en silencio mirando la mala actitud del otro. Se armó de paciencia porque un escorpión violento era más que suficiente, como para que dos se pusieran a pelear de forma inconsciente.

— Lo entiendo, pero si te amaba, debió esperarte y...

— Ni siquiera te dignaste a investigar quién era y por qué era tan importante para mí, ¿Verdad? — le soltó sin lubricante. Lo vio palidecer y abrir los ojos como platos. — Tú sólo me sacaste de donde estaba, me metiste al Centro, cumpliste tu labor de "buen" — dibujó las comillas con los dedos — hermano y luego, te casaste y fuiste feliz como lombriz de agua podrida mientras yo me cagaba solo, desesperado por saber qué había pasado con la persona que llevaba mi futuro con ella, pero mientras tú eras feliz, ¿Qué te importaba si yo me moría de desesperación, verdad? — se le llenaron los ojos de lágrimas por la frustración.

Kardia sintió un pinchazo en el pecho y el brazo derecho le empezó a hormiguear sólo de sentir que algo importante se le escapaba y que Milo tenía razón. Él nunca quiso escucharlo mientras estaba en el Centro. Pensaba que eran desvaríos por lo mal que se encontraba. 

Además, en cuanto su padre murió y tuvo que ocuparse de todos los negocios, prácticamente su relación con Milo se limitaba a hablar con Aldebarán. Se mesó los cabellos frustrado.

— Tú me encerraste dos años, Kardia. ¡Dos malditos años!

— ¡Fue tu culpa! Fingías estar bien y volvías a lo mismo — sacudió la cabeza el mayor. — ¿Qué querías que hiciera? ¿Qué habrías hecho tú en mi lugar?

— Claro, la culpa fue mía. ¿Acaso no te acuerdas por quiénes decidiste sacarme de ahí como corcho de sidra? — le acusó con el índice. — Fue muy bueno para ti decidir que no estaba con las compañías adecuadas, pero sí pisotearme y alejarme de lo único que me importaba en ese momento.

Tocó el botón del elevador. Ya vería la forma de contactarse con Camus después. No tenía la menor intención de quedarse ahí con Kardia porque le rompería el alma a patadas.

— Milo, no te vayas, Camus va a preguntar por ti, por favor intentó retenerlo un poco, así al menos podría pensar mejor.

— Al menos Kardia, tú tienes a tu hija y Camus tiene a sus hijos — todavía le asestó la puñalada antes de meterse al cubículo de metal y apretar el botón de bajada. — Sin embargo, me negaste la oportunidad de conocer al mío. ¡Felicidades, qué gran hermano eres!



¡Hola!, ¿Cómo va?

Alguien por ahí en algún comentario dijo que esto iba de novela y pues sí, va de drama y de novela a la mexicana (la autora lo es).

¿Te imaginas quién es el hijo de Saga? 

Y en cuanto a Milo... 

Así lo dejo. Nos vemos el lunes y...

¡Hasta luego!


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