1. La tentación aguamarina.
Coctel de negocios.
Para Camus Roux, esas tres palabras englobaban un sinfín de adjetivos en los que predominaban el aburrimiento, el hastío y la indiferencia.
Detestaba estas reuniones para concretar acuerdos. Él era un hombre más dado a la lectura o a la tranquilidad de la casa. Si debía salir, prefería un café bohemio; asistir a una presentación de una nueva obra literaria o una degustación refinada de vinos en una buena cava.
No esto...
Para él, un coctel era el pretexto perfecto para emborracharse, comer a expensas del anfitrión y lanzar carcajadas que lastimaran los tímpanos. Eso sin contar con los chismes que corrían como autos en un autódromo y que estrellaban las reputaciones de presentes o ausentes.
Podía ser peor, lo reconocía. Pudo ser una cena de caridad con subasta de personalidades. Y hablando de eso... Camus eligió la primera salida al balcón al ver a Saori Kido acercarse en su dirección.
¿Acaso le estaba dando esquinazo? ¡Por supuesto que sí!
No quería escucharla otra vez hablar sobre las bondades que tendría su participación en la subasta que pretendía realizar este sábado. No iba a pasar de nuevo por ese bochorno.
De sólo imaginarse siendo el premio a la que ofreciera la mayor cantidad de dinero, le recorría un escalofrío helado por la columna. Todavía no superaba lo sucedido hace cuatro años atrás donde accedió hacerle caso a su amiga. No lo motivó el deseo, sólo la curiosidad.
Las expresiones lascivas que relucían en la cara de las mujeres mientras levantaban las pujas hasta llegar a cifras escandalosas, le produjeron pesadillas los siguientes dos meses. Ni qué decir de la anciana que ganó la "contienda" y no dejaba de pellizcarle el trasero cada que fingía un vahído.
Aún hoy, las mejillas de Camus seguían tomando la tonalidad de sus cabellos al recordarlo. Nunca pensó que su persona cotizara tan alto. No, debía ser honesto. No era su persona, sino su cuerpo.
Y sabía que sus cabellos rojos como la sangre y sus ojos de rubí, aunado a un cuerpo acostumbrado a la rutina de gimnasio diario, eran imán de las miradas femeninas, pero nunca más un trofeo para esas... libidinosas.
— ¿Huyendo del enemigo? — una voz profunda, musical y seductora atravesó la distancia alojándose en su oído, como las notas de un piano bien afinado.
La curiosidad le llevó a fijar su atención en su interlocutor. Lo primero que pensó fue, que si los hombres estuvieran en su elección de cama, definitivamente tendría una cita con este espécimen.
¿Qué decía cita? Un desfogue sexual quedaría mejor para lo que incitaba a simple vista.
Y es que era alto, más que Camus y eso era sorprendente. El pelirrojo medía cerca de 1.85m y debía mirar un centímetro hacia arriba para captar los ojos del otro.
Bajo la negra americana del traje de lazo, se vislumbraba un tórax marcado por el constante ejercicio. La elegante camisa blanca, contrastaba con la piel levemente tostada al sol, lozana y tersa.
Su rostro estaba cincelado a pulso con maestría. Las facciones afiladas terminaban en una barba bien afeitada. Su nariz era recta y puntiaguda, sus labios estaban delineados, con el inferior levemente más grueso de esos que se apetecía morder no una, sino cientos hasta dejarlos hinchados y rojos como las maduras fresas.
Y todo ese rostro, estaba enmarcado con una larga cabellera salvaje de sedosos y brillantes mechones rubios como el trigo al sol.
Como si esto fuera poco, lo que más le arrebataba el aliento eran esos impresionantes ojos aguamarina que brillaban con misterio, completamente fijos en su rostro.
— ¿Terminaste de devorarme con la mirada? Aunque te equivocaste de zona, lo mejor es mi trasero...
Esas palabras, aunadas a una sonrisa perezosa que mostraba parte de sus blancos y perfectos dientes y a un brillo casi depredador en sus pupilas, ahora más oscuras; lo obligaron a tragar con dificultad. Camus desvió la cabeza intentando recuperar -en vano- el aplomo.
Se forzó a prestar atención hacia la panorámica de París. A la Torre Eiffel iluminada por la luz artificial y en el cielo nocturno, donde las estrellas lograban percibirse a pesar de la polución. En las calles, las construcciones...
Sí, se fijaba en banalidades para calmar su corazón que había acelerado de 60 a 300 km/h en un instante. Ni mencionar su respiración, pues sentía su pecho subir y bajar sin control. Hacía mucho que no tenía una respuesta sexual tan brutal a la presencia de otro.
— Por cierto, soy Milo y te autorizo a que me tomes como protagonista de tus sueños húmedos cuando quieras — remató y Camus ya no pudo con el estrés.
— ¡No sé de qué estás hablando! — esa no era su voz.
Estaba salpicada de un tono chillón que le abochornó aún más. Había caído en la trampa y se había descubierto. Se dedicó a repasar las mancuernillas de su puño izquierdo con movimientos tensos. Incluso, entrecerró los ojos fingiendo indiferencia.
— No estoy interesado en ti — remató el pelirrojo con un tono glacial, el que usaba en sus negocios y vida al exterior. Iba recobrando su control y lo agradecía porque no quería estar en desventaja.
La risa que llegó a sus oídos hizo reacción en su entrepierna. Era ronca, deliciosa y si bien poseía un par de decibeles más altos de los que a Camus le gustaría, la franqueza expresada le incrementó la incomodidad física. Anunciaba un alma libre, apasionada, que luchaba por lo que deseaba sin frenos, sin dudas.
— Lo dice quien tiene las mejillas del mismo color que sus cabellos — había burla en ese sedoso timbre. Casi parecía una caricia a pesar de ser una clara provocación.
Y sin embargo, en su locura, a Camus le pareció atractivo.
¿Acaso habían soltado en la ciudad algún tipo de gas que embrutecía las neuronas? Sería la respuesta lógica porque no entendía el por qué de sus reacciones con este sujeto.
— ¿Al menos puedo saber tu nombre? Digo, si vas a usar mi cuerpo en tus sueños erótic...
— No lo haré — interrumpió de golpe con tono oscuro. No quería escuchar la frase completa. — Tengo que irme. Con su permiso — hizo una inclinación con la cabeza a forma de despedida y salió de ahí como alma que lleva el...
Diable!*
No dio diez pasos dentro del salón cuando se encontró frente a frente con Saori Kido que sonreía de esa forma tan suya. La mujer sabía que lo había capturado.
Camus había saltado de la sartén para caer en el fuego.
Merde!**
— Camus Roux, quiero hablar contigo y tú sabes que no te puedes negar — dijo rápido. Sabía que no le dejaría terminar la frase si se ponía protocolar.
Camus ya estaba preparando una respuesta para evitar que su amiga de infancia lo convenciera de hacer una tontería. Iba a negarse a acompañarla, cuando se quedó sólo en el "Iba", del tiempo pasado del verbo "ya no".
¿La razón? Esa risa que escuchaba a sus espaldas. No necesitaba ojos en la nuca para reconocer a quién pertenecía. Su cuerpo ya se lo gritaba con esa extraña respuesta que punzaba contra su bragueta.
— ¿Roux? ¿Ese es tu apellido? No puedo creer lo simple que eres y lo complicado que te comportas — esa voz iba acercándose a él cada vez más y más.
Y más...
En otro momento, Camus habría discutido con agudeza y petulancia el hecho de que su apellido significara "rojo" en francés. Y no tenía que ver con su color de cabello o de iris; mucho menos con que a los pelirrojos en Francia les dijeran "Roux". No, su apellido tenía una historia basada en...
— Así que, Camus Roux...
Merde! Su nombre en sus labios no tenía timbre humano, era un ronroneo felino que llamaba al apareamiento y convirtió todas sus terminaciones nerviosas en un caos total.
No entendía cuándo se había acercado tanto para llegar hasta su oído, pero el aroma de su loción le golpeó. Era el complemento perfecto a esa personalidad indómita. Las notas que percibía, combinaban bien con el PH de su cuerpo y tenían un resultado espectacular.
Camus quería hundir la nariz en la piel de su cuello para seguir deleitándose en ese aroma fuerte, picante, con notas de madera de cedro combinadas con lavanda. Era deliciosa y adictiva.
¡Que le mataran si la fragancia no era Sauvage de Christian Dior!
— Me alegra que te guste mi aroma, Camus... ¿Querrías ir a otro lugar más privado para que puedas olerlo mejor? — su voz lo hipnotizaba.
Y él quería responder que sí...
Aclaraciones:
¡Hola!
Intentaré dejar acá las partes que no todos dominamos, así que:
* Diable! Significa "diablo".
** Merde! Es "mierda" en francés, el típico insulto que se utiliza.
Desde ya aviso que "Merde!" La utilizaré mucho.
Intentaré actualizar cada lunes y jueves porque voy adelantando capítulos cuando tengo tiempo. Si veo que se me acumulan muchos capítulos, publicaré antes.
Listo, terminados los avisos parroquiales, ahora sí...
Hasta pronto!
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