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Capítulo 8

— No voy a usar eso — escupió enojado señalando la silla de ruedas que estaba en un rincón y que insistían que él usara.

— Debes, si quiere salir — le respondió el terapeuta.

— No quiero salir.

— Hay un clima agradable, va a llover.

— Peor me voy a resfriar.

— Según tu ficha clínica, no sufres de eso, eres muy saludable.

— No me interesa lo que diga esa ficha, lo que digas tú o la orden que tengas de mi padre — hizo una pausa apoyo sus manos en ambos lados de la cama, se deslizó hacia abajo y tras acostarse le dio la espalda — no voy a usar silla de ruedas.

Escuchó al hombre dar unos pasos lentos y suspiró frustrado, el infeliz no se rendiría. Se fue a vivir lejos de sus padres, con la única compañía de Luigi y su familia y hasta acá le enviaron al hombre.

— ¿Qué cambio? Neall, querías caminar, hiciste muchos avances y de pronto te niegas a seguir. — el ruido de la silla rodarse y de él suspirar tras sentarse lo hizo empuñar sus manos.

— Largarte Thomas.

— Mueve ese trasero Neall... Perdón verdad que no quieres caminar — lo estaba provocando.

Se veía que venía con buena artillería, se preguntó quién le había dado apoyo. Pero le gustaría saberlo, para destrozar su cuello. De seguro era Antonio, ese maldito no lo dejaba en paz.

— Sé que duele, todos hemos pasado por esto

— Cuando quiera un psicólogo lo busco gracias — lo escuchó reír, algo que hacía mucho.

— Tengo 50 años, de adolescente me gustaban los deportes extremos. — empezó a decirle.

— Luces joven, pareces de 30 — dijo en tono irónico, para que se callara o se fuera.

Cualquiera de las dos estaría perfecto, pero empezaba a conocerlo y él era de los que nunca se rendía. Por algo su padre, lo había contratado a él.

— A los veintiséis sufrí un derrame y estuve en coma por mucho tiempo. — abrió los ojos y se encontró con los ojos oscuros del hombre mirándolo.

Estaba sonriendo, algo que parecía extraño, ya que lo que contaba no era algo bueno. Lo vio sacar de su bolsillo algo y mostrárselo en el aire. Era un llavero plateado, con una placa y se lo lanzó. Lo alcanzó a coger en el aire y eso pareció satisfacerlo. La placa tenía una inscripción de un lado.

Nunca mires hacia abajo. Nunca te rindas, te sientes y llores. Encuentra otra forma. Y no reces cuando llueve si no rezas cuando el sol brilla.

Richard M. Nixon

Al reverso de ella estaba su nombre, con un gravado del auto que había perdido. Se puso de frente nuevamente, mirando la placa detenidamente. Ella tenía novio, un actor, había visto fotos suyas, su físico era perfecto, carrera exitosa y un futuro. Él tenía partes de una pierna, cuerpo quemado y estaba en silla de ruedas.

— ¿Qué sucedió después?

— Cuando desperté, me enteré de que mi esposa me había abandonado, justo después que escuchó el dictamen médico... Jamás volverá a ser el mismo. — dijo esto último como si leyera una sentencia. — y tenían razón, solo que no como ellos decían.

Unió todos sus dedos, los de ambas manos, mientras ponía su cuerpo hacia delante. Neall seguía contemplando la placa, leía una y otra vez la leyenda. Intentaba sentarse por sí solo, pero le era imposible. Algo que ocurría mucho, a veces era fácil, otras complicada o simplemente imposible.

El hombre no lo ayudó y tampoco se levantó o hizo algo que indicara que lo haría. Se cruzó de brazos y empezó a mirar sus nulos esfuerzos por sentarse. Hasta que la rabia lo embargo, al ver que se reía de él y se impulsó fuerte.

— Determinación — le dijo al verle sentado — eso fue lo que te hizo sentarte, no necesitas más que de ti mismo para volver a caminar. Las personas entrarán y saldrán de tu vida, algunas se quedarán, otras no. — cerró los ojos con violencia y empuñó sus manos al escucharlo decir aquello.

— Es fácil decirlo, cuando tú caminas no quedaste chamuscado. Soy un despojo de hombre. — dijo con ira.

— No esperes lástima de mí — alzó el dedo índice y lo señaló — no estoy aquí para ayudarte a lamer las heridas. No es lo que quieres ¿No deseas que él te dejó así pague? ¿No has pensado que es lo que quiere? Que te rindas y te pegues un tiro o acabes, con aquello que él no pudo.

— No sé quién estuvo detrás de todo esto, pensé que era Oliver. Pero devolvió el contrato, echó para atrás todo. — Shung le había ayudado y Antonio lo revisó, no había nada Extraño, de momento.

— ¿Tenías a algún heredero? — la pregunta fue tan a quema ropa que lo hizo verle y asintió.

— Pero ella jamás sería capaz de hacer algo así, no tenía los medios, mucho menos estaba en el país.

— Cuando me dieron el dictamen, me deprimí. — siguió diciendo — luego me enteré de que Freya me había dejado, no soportó la idea de lidiar con un lisiado. Duré mucho tiempo en reaccionar, hasta que me aburrí de la autocompasión y busqué ayuda.

— Tu esposa... ¿Dijiste que fue tu inspiración para estudiar? — El hombre asintió mientras se levantaba y le ponía la silla de ruedas cerca a la cama.

— Asegura hoy día, que amó mis ganas de seguir adelante y de vivir. Me caí muchas veces, no fue fácil, fue una recuperación larga y dolorosa. Pero aquí estoy — se abrió de brazos, empezó a danzar frente suyo y a reír — quise ayudar a otros a salir adelante. Cuando quieras retomar las terapias, me buscas.

Lo vio dar media vuelta e irse, abrió la puerta y salió. Antes de cerrar le señaló la silla y luego a él, se quedó observando el objeto por largo tiempo. Hasta que su móvil lo sacó de sus pensamientos y al tomarlo de la mesa de noche vio que era Antonio.

— Buenos días — dijo con voz alegre y le respondió con un gruñido. — ¿Cuánto más vas a durar en ese plan?

— No me jodas...

— Tu viejo, está muy afectado y tu madre igual. Ambos se culpan por no apoyarte. — guardó silencio al escuchar aquello.

— Ellos no tienen nada que ver en todo esto...

— Te tengo noticias, estuve leyendo las cláusulas de tus primeros contratos. — hizo una pausa algo dramática y supo que lo hacía a propósito.

— Antonio... — amenazó.

— ¿Por qué Oliver sigue recibiendo el 50 % de tus ganancias?

— ¿De qué hablas? Él solo recibía de mí un sueldo, más de eso no hay nada. Le daba un buen salario, mucho más grande de lo que hacía o merecía, porque Shung hacia todo...

— Fue Shung el que me envió ese documento, según dice aquí, es de los primeros que firmaste. — apretó las manos con violencia, miró la silla de ruedas con fastidio y le lanzó una patada lejos de él.

— ¿Qué más hay?

— Qué de haber muerto ese día, él sería el único beneficiado. Dice y cito textualmente "En caso de muerte, el Representante, será el encargado de disponer de las regalías".

Pero mi dinero y todo lo que tenía, hubiera pasado a nombre de tu hermana — le recordó.

— Eso él no lo sabe o eso creo, acuérdate que solo tú y yo lo sabemos, hay más — dijo y se apoyó en la pared, pasándose la mano libre por su cabello un tanto largo ya.

— ¿Qué?

— Ese Modelo, el que anda con mi hermana, él es su representante. — todo su cuerpo se tensó, eso no quería decir nada. — Es gay...

— ¿Qué?

— Es gay, el amigo de Luciana me lo dijo, es gay y ya sabes lo que dicen "Ojo de loca no se equivoca".

— ¿Por qué hablas con el amigo gay de Luciana? — no pudo evitar preguntar y escucho del otro lado resoplar.

— No te gustarán los detalles, — le dijo y pudo sentir su risa — solo te diré que está preocupado por ella. Está a dos pasos que Luciano le reviente la cara.

— Vamos a lo que me interesa ¿Hay algo más sobre mi accidente?

— Creo que tu regalo de cumpleaños, el que te dio Luigi, no estaba en los planes.

— ¿A qué te refieres exactamente?

— Nadie más que tú y yo saben de ese testamento... solo un hijo, sería tu heredero en caso de morir.

— Es imposible que supieran cuando usaría ese auto.

— Los otros dos tenían la manguera de los frenos cortada. Menos el de Luigi — metía la mano al fuego por ese hombre, además que él se llevaba ese carro a casa.

— Él no fue...

— Lo sé... Pero solo alguien de adentro lo hizo.

Las cámaras dañadas, recordó que le habían dicho algo al respecto, pero él no se fijó mucho. Los empleados aseguraron que nadie distinto entró a su casa.

— Siempre sería el que de beneficiaria de todo. — en la única persona que podía sospechar era en Antonella o en sus padres.

— Sin pruebas no hay mucho que hacer. — en ese instante supo lo que tenía que hacer.

Miró de nuevo a la silla, decidido a caminar. La había pateado y alejado un poco, por lo que tras colgar se dispuso a acercarla a él. Demoró una hora en montarse en el endiablado objeto y varios minutos en buscar a Thomas.

Lo encontró mirando el mar, que parecía embravecido, una mirada al cielo oscuro. Le dijo que se aproximaba una tormenta y agradeció que vivían en un sitio seguro. Lo vio girar hacia él y observarlo en silencio. Luego volvió a mirar hacia el mar, sin prestarle atención.

— Me alegra que salieras, ven iniciaremos esto afuera. — observó el camino lleno de piedras y luego al hombre.

Sería difícil para él andar por allí, sin embargo, guardó silencio y con dificultad, lo siguió. El miserable tenía prisa por qué rápidamente cruzó el castillo y lo perdió de vista. Algo le decía que antes de iniciar, le haría pagar el tiempo sin trabajar.

Una vez llegó a la esquina, lo vio a veinte metros de él. Tenía unos arcos metálicos de uno 90 cm enterrados el suelo y varias cosas dispuestas como obstáculos.

— Todos los días, a las cinco aquí, la enfermera llega mañana, la que te ayudará con el baño y demás. — asintió y rodó hacia él. — ¿Listo?

— Sí.

— Bien, dentro de unos meses me iré a casa y habré ganado otro amigo. — por primera vez en más de un año logró sonreír ante su fe.

*****

—No tienes que fingir un orgasmo, jamás tendrás uno y él no sabrá dártelo si gimes como actriz porno. — dijo en voz alta Adam, quien parecía a punto de explotar.

— ¡Adam! Baja la voz que te va a escuchar. — rodó los ojos fastidio, él estaba en la cocina.

Contestado una de esas llamadas de su "representante" que duraba horas y que a él y a su Crush ya le empezaban a disgustar.

— ¿A dónde vas? — le dijo su amiga y alzó las manos saliendo de la habitación.

Ese hombre era más gay que él, mariquismo, primero calienta y nada, la deja más mojada que cancha de fútbol en invierno. Excusas de todas las maneras posibles, un amor, flores, versos y chocolates, las películas, las románticas, todo él era gay.

También, distinguía colores, los hombres son incapaces de distinguir colores y menos los femeninos, donde ellos ven simplemente azul, una mujer ve un bebé o cian.

— Luciano — preguntó y el aludido giró el rostro hacia él, ese chico era hermoso.

—¿Sí? — te amo, quiso gritar, pero no quería que les moliera a golpes.

— ¿De qué color es mi camisa? — lo observó unos instantes confundido.

Luego de lo cual se alzó de hombros.

— ¿Azul? — en su rostro se dibujó un ¿Qué no es obvio?

— Azul zafiro — corrigió el objeto de investigación, saliendo de la cocina y Luciano lo miró con cara de ¿En serio?

— Qué más da, dije azul. — cuestionó alzándose de hombros, y mirando la TV de nuevo.

No sin antes lanzarle una mirada a la Petter, asesina, ese es mi bebé, dijo mentalmente al ver cómo su Crush confirmaba su punto y volvía al cuarto con su amiga.

— ¿Qué hacías?

— Llenándome de pruebas — fue su respuesta, algo que su amiga no llegó a entender, pero que él tenía que hacer.

Necesitaba sacar el número de Antonio del móvil de su hermana y luego llamarlo. El hombre era el que más escuchaba su amiga y si había alguien que podía hacerla entrar en razón era él.

Tras mucho calentarla, llegó la tan anhelada noche de sexo y el hombre solo le tiró uno. Sin dejarla a ella llegar y luego se lanzó a su lado, agitado, como si hubiera hecho la gran cosa. Lógicamente, ella quedó frustrada con ganas de más, algo que nunca ocurrió porque minutos después dormía.

— Hasta yo lo hubiera hecho mejor...

— ¡Adam!

— Lo siento preciosa, pero debo irme, —dijo entrando a la habitación y guardaron silencio.

— Pero se supone que te quedarías conmigo. — No te creo, parecía decir la mirada del rubio.

— Me llamaron que tengo una filmación mañana. — se levantó para dejarlo solos y que se despidieran.

— Ya regreso Luciano... — no podía evitar hablarle a ese chico y lo miró por encima del hombro.

— Traes Pizza.

— Y cerveza — le dijo haciéndole un guiño saliendo del apartamento y bajando presuroso las escaleras.

Debía tener pruebas antes de decirle a la pluma blanca la verdad. Llevaba el casco en la mano y se montó en la moto, lo siguió por mucho tiempo. Pero en algún momento lo perdió de vista, algo le dijo que se dio cuenta de que le seguía.

Así que frustrado fue por la pizza y las cervezas, mientras esperaba, recordó que Luciana le había pedido el móvil para hacer una videollamada, cierta vez que el suyo se quedó sin batería.


— ¿Antonio? Soy Adam, el amigo de Luciana — empezó a decir. 

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