Capítulo 2
A un año de Luciana haberse ido a América, Neall miraba a su alrededor y pensaba en la mierda que se había convertido su vida. Comprometido con una mujer que no amaba, a la que empezaba a odiar y con quien tenía la certeza, no pasaría su vida.
Con un hijo al que no se sentía unido, era consciente de que era un ser inocente, pero, no había rastros de amor hacia él. El pequeño era rubio y de ojos azules, según Antonella, y su padre era igual a su abuelo. Sin embargo, él tenía sus dudas, no había tenido el tiempo de hacer una prueba de ADN.
Ese era una de las cosas que Antonio y a él les hizo sospechar. Jamás lo dejaban solo con el niño, con el pretexto que era enfermizo. Antonio le daba la moral que necesitaba, le mantenía al tanto de todo lo que su flor hacía y Luciano mantenía a metros a los babosos que la asediaban.
Ese día era su cumpleaños número 32 y miraba con anhelo el móvil, no sin antes maldecir a su erección matutina. En definitiva, dejar ir a esa rubia en la disco fue mala idea, en su defensa, se dijo que no quería que Luciana llamara a darle feliz cumpleaños y que él tuviera una mujer desnuda en cama.
Tamaña estupidez...
Era obvio que ella no llamaría ¿Por qué lo haría? Cuando su madre no había hecho más que llevarlo a cuanto evento social existiera y de la mano de Antonella, quien lo perseguía y se pegaba a él como una garrapata.
Ofendiendo a las garrapatas...
Se levantó con fastidio, hizo a un lado las sábanas y desnudo caminó hacia la ducha. El único objeto que llevaba encima y del que jamás se separaba era de la cadena. Se aseguraba que siempre se viera en las fotos en los que era obligado a posar.
Era como una señal que le enviaba a ella, que le indicaba que era suyo. Nadie ocuparía ese lugar que ocupaba Luciana, ni siquiera su madre. Abrió la ducha fría y se quedó allí, mientras veía como el líquido cubría todo su cuerpo. Antonella y él vivían juntos, pero dormían en cuartos separados. Se acostaba con cuanta mujer encontrara atractiva y se aseguraba que ella lo supiera, su propósito era fácil.
Hacer de su existencia un infierno...
Sí, su flor sufría ella también, jamás la había vuelto a tocar. Eso sí es que esa noche lo hizo, cosa que dudaba. Ya en la ducha, llegaron recuerdos de ese baño, con ella desnuda. Haciendo ese ruido extraño, que no era un grito y menos gemido, al tiempo que pronunciaba su nombre. Con su miembro dentro de ella que crecía en la medida que sus gemidos aumentaban. Se llevó una mano a su erección y con esos recuerdos empezó a darse placer.
Hasta qué...
— Neall, cariño Feliz cumpleaños — la voz de su madre fue lo suficiente para que su amigo bajara y sus recuerdos cayeran como si de un castillo de naipes se tratara.
No respondió, seguía enojado con ella por tratar de comprar a Anella Carrissi, su suegra, por enviar a la prensa el anuncio del supuesto compromiso, cuando ni siquiera eso tenía en mente.
Te está obligando a ceder
Pero era un Jarper, hijo de Neall Jarper Douglas, él no cedía a los caprichos de nadie y a la fuerza menos. Terminó de bañarse y tomó la toalla y se cubrió, mientras intentaba idear una forma de salir de este lío bien librado.
Para todo hay una solución, solo era cuestión que encontrará una. Que Luciana lo perdonará sería difícil, más no imposible. En ese instante su vida sentimental era una mierda, pero su flor estaba bien. Terminó sus estudios y ejercía como economista en una empresa reconocida.
Sus libros se vendían sin ayuda suya, jamás tuvo necesidad de darle una mano. Resultó que ese género, era bastante popular en ese país. Sin embargo, la verdadera identidad de la escritora era un misterio. Respondía entrevista a través de su representante, que era el mismo que Neall tenía. Así que sí, tenía toda la información que quería de su amada, cuando y como lo quisiera.
Eso era suficiente para que pudiera soportar en ese instante la mirada escrutadora de su madre. Observaba su habitación con desdén, imaginaba que las sábanas y cortinas negras no eran de su gusto. Pero desde que ella se fue de su lado ese color era su preferido.
— Feliz cumpleaños mi cielo — le dijo acercándose a él y mientras él se ponía la camisa (negra) — te tengo el mejor de los regalos y ese color lo odio.
Siguió en silencio, contemplando el estuche azul que ella dejaba en la cama. Cuyo contenido aborrecería, porque su progenitora, si bien lo trajo a este mundo, de sus gustos no sabía.
— Enrico prepara una reunión en tu honor.
Qué felicidad...
Empezaría a danzar de alegría, cuál bailarín de ballet. Tomó la corbata y la pasó por su cuello, vio a su madre acercarse y retuvo las ganas de salir corriendo. Mientras ella le apartaba las manos a un lado, le hacía un nudo perfecto.
— Debes intentar llevar la fiesta en paz, Antonella está afectada por tu comportamiento — empezó a decir y allí supo el motivo por el cual ella madrugó a felicitarle.
— Gracias — fue lo que dijo a la su madre terminar, tomó la chaqueta y se la puso.
Estaba dejando de último el regalo, por alguna razón no quería abrirlo. Escuchaba a su madre decir que Antonella era un buen partido, que no encontraría mejor mujer que ella. Era hora de dejar a Luciana libre, que según los rumores del pueblo salía con alguien.
— Deja a Luciana en paz mamá — le recriminó al tiempo que se sentaba en la cama y tomaba en sus manos la caja.
Lo que halló dentro de ella hizo tensarse todo su cuerpo, dos argollas matrimoniales había en su interior. Cerró la fina caja con tanta rabia que un ruido sordo hizo saltar a su madre hacia atrás. Se levantó despacio, no olvidaba que la persona que estaba frente suyo era su madre, que le debía respeto.
— No me voy a casar.
— Es tu obligación, tienes un deber moral con Antonella y un hijo. Mismo que te niegas a ver, registrar y menos bautizar — soltó una risa fuerte, todos veían lo malo en Antonella y su familia, menos unos pocos, incluida su madre.
— No le faltará nada a ese niño, pero no me casaré con una mujer que solo me inspira un cólico. Me cae como una patada en los huevos. — supo que se había excedido mucho antes de recibir la bofetada de su madre.
— ¡No seas insolente! — dio unos pasos atrás y sacudió la cabeza con fastidio.
— ¿Cómo quieres condenarme a un matrimonio así? — dio media vuelta, no sin antes escucharla decir.
— Despide a Luigi, Antonella le molesta su presencia. Recuerda que era uno de los empleados preferidos de esa chica. Que lo mantengas junto a ti, es un insulto y un recordatorio constante de Humillación para ella. — observó a su madre con una sonrisa, en silencio.
Luego de ello siguió su camino y se fue a paso rápido, porque Luciana quería mucho a Luigi fue que lo contrató. En cuanto supo que se quedó sin empleo, ya que los D'Angelo no podían pagar su sueldo, le dijo a Antonio que él le daba empleo.
Escuchó los gritos de su madre, llamarlo, vio a Luigi al pie del auto y abrírselo con una sonrisa al verle salir apresurado. Se puso tras el volante y aceleró, Luigi era un hombre de 55 años, con una familia a quien cuidar. Su esposa, Alexa, amaba a Luciana, fue su nana cuando ella y su hermano nacieron.
Tenerlos a su lado, era como si una parte de ella estuviera con él. Se había ido solo su presencia, pero ella se mantenía viva en sus recuerdos y no había un solo día en que no la extrañara.
— Le tengo un regalo de cumpleaños — dijo Luigi, mirándolo por el retrovisor, sonriente — bueno legalmente son dos.
Le extendió un sobre blanco con el nombre de un laboratorio conocido. Sentía la mirada divertida de Luigi encima de él. Rasgo el sobre de cualquier manera y en el proceso alcanzó a dañar parte de la hoja blanca. Sus ojos escaneaban rápidamente el contenido, como lentes en un código de barras. Hasta que se dio cuenta de que era una prueba de paternidad.
— No es mi hijo — dijo con voz de júbilo.
— Su padre quiere hablar con usted, fue el quién me envió a hacerlo y por eso la señora no me quiere en esa casa. — solo él podía hacer algo así.
Luigi se quedaba en casa algunos días, a altas horas de la noche. Tenía acceso a toda la casa y por más que quisiera Antonella, no podía estar cerca a Enrico, como había llamado a su hijo, todo el tiempo.
— Es ella la que saldrá de esa casa — dijo seguro y alzó la vista hacia su chófer. — regresa a casa y prepara maletas, también la tuya. Iremos a América a ver a Luciana.
Eso pareció alegrarle, porque en lo que siguió del viaje no hizo más comentarios. Mientras él tomaba una foto, se la enviaba a Antonio y a Luciano. Este último aún estaba cabreado con él, la respuesta del segundo no se hizo esperar.
"Eso solo prueba que la follada no tuvo frutos, pero igual fuiste infiel. Aun así, me alegro por ti, no mereces un engaño de esa naturaleza, por más que te odie, no te lo deseo".
Pese a que las palabras eran ácidas, no se acobardó y sintió que cada día estaba más cerca de ella. Marcó a su representante y le dijo que haría un viaje a América. Como era de esperarse se enojó, le dijo que no era una buena idea.
— No eres mi esposa, solo te informo que me iré y que dentro de poco mi estado civil cambiará. — hizo una pausa al ver que se detenían en el edificio de su padre y salió de allí.
— Me alegra que al fin te cases con Antonella. — soltó una risa fuerte al escuchar aquello.
Oliver era uno de los más fervientes abogados que Antonella tenía. Tras decirle que ella no sería su esposa y que iría en búsqueda de su mujer, le colgó. Ciertamente, tener que estar dando explicaciones de sus actos a todos le molestaba. De repente todos eran expertos en relaciones y decían tener la verdad en sus manos.
— Luigi encargarte de todo equipaje, boletos y todo. Dile a Marrie que aparte dos tiquetes para esta noche, y que te dé lo necesario para tu atuendo — lo vio asentir y antes acelerar murmuró — saca el auto, el de Luciana pasó por él más tarde.
El Lamborghini no fue usado desde ese día, era como recordar los últimos momentos con ella. Usarlo, sería como mancillar de alguna manera su presencia, si alguna mujer osara entrar allí. Pero hoy quería usarlo, la sentía cerca de él cada vez más.
Atravesó la sala de estar ante la mirada de admiración de muchos. Con la esperanza que todo se estaba arreglando, subió a la oficina al encuentro con su padre. Estaba tan de buen humor, que incluso se permitió tararear la canción que Luciana cantaba la última vez que la vio.
— Buenos días — le dijo a la mujer de aspecto rígido que lo miraba tras unas gafas en mitad de su nariz.
— Buenos días, joven y feliz cumpleaños — asintió a manera de agradecimiento y siguió la ruta hacia su padre.
Una vez en la puerta entró sin tocar, llevaba en una mano el sobre y en la otra el móvil cuyo fondo de pantalla era la imagen de Luciana con el vestido blanco y la corona de Margaritas. Justo el día que le dijo sería su esposa, ante los ojos de Dios. Desde entonces tenía el mismo móvil, con las mismas fotos.
— Mi modelo Calvin Klein — dijo su padre al verle entrar. Sonrió ante ese apodo que le tenía desde que recibió la propuesta de esa marca.
— No me lo recuerdes — respondió abrazando a su padre y besando ambas mejillas. — eres y siempre serás mi héroe.
— Feliz cumpleaños campeón — ver a su padre, era como verse a sí mismo, muchos años después, y lo amaba. Como quizás nadie pudiera entender— no viviría tranquilo de permitir esto, ningún dinero vale tu felicidad.
— Mamá no piensa lo mismo — no pudo evitar que su voz sonara dolida, al recordar el regalo que se atrevió a darle de cumpleaños.
Su padre lo llevó a un sillón doble y allí se sentó con él, duraron abrazados un tiempo, en silencio. Él, intentando encontrar una solución a esto, tenía las preguntas, pero no sabía qué camino tomar.
— Eres impulsivo, no tienes tacto y no has hecho más que provocar a los Bertucci. — le reprendió y ante Neall Jarper padre si guardó silencio y bajó el rostro. — te has paseado con cuanta, escoba con faldas, encuentras y no has caído en cuenta que ese acto no solo molesto a Antonella.
— Lo sé, pero ella me debía eso...
— Luciana también vio esas fotos, a Antonella poco o nada le importa tu vida. — le interrumpió su padre de mal humor — te recuerdo que esa niña te adora, que tú te encargaste de que lo hiciera y que tu conducta indecente e irreprochable la ha dañado.
— La compensaré, hablaré con su madre, le debo una disculpa — dijo en voz baja.
— Yo lo haré. — ante eso alzó la vista y vio a su padre que lo miraba sonriente — Enrico preparó un almuerzo en tu honor, ese es el mejor momento para que nos digan que ocurrió ese día. Es lo primero que hay que hacer, antes de ir con Anella, luego viajaré a Piamonte y hablaré con Alessandro, el tío de Luciana.
Asintió, él tenía razón, antes de cualquier cosa tenía que hablar con ellos. Su móvil vibró y al leer el mensaje de Antonio sonrió "Bienvenido a la familia". Soltó el aire aliviado, al tiempo que abrazaba a su padre y le mostraba el mensaje.
— Esto me ayudará un poco — pero no será suficiente, él lo sabía, conocía el carácter fuerte de los D'Angelo Carrissi y lo orgulloso que podían llegar a ser.
— ¿Qué hay de su padre?
Negó mientras le contaba que la condición del hombre que sería su suegro no era la mejor. El resto de la mañana, la pasó contándole que la mafia le dañó la mano derecha y le cercenó un dedo. Que enfrentaba cargos por secuestro, violación, prostitución y droga. Lo único que podía hacer por él, era que el sitio de reclusión fuera seguro y que su integridad fuera protegida. Más de ese acto, no podía ser más por él, pese a que lo intentó.
****
Al medio día llegó con su padre a la casa de los Bertucci. Sabía que la reunión, solo sería entre ambas familias y lo agradeció. Sería su padre el que se encargará de pedir respuesta, parecía no confiar en su sangre fría y lo entendía.
— Bienvenidos y feliz cumpleaños — Anella, la madre de Antonella, fue quien les recibió y él a duras penas pudo sonreír. — adelante por favor, Enrico los espera en el salón.
Mirando de reojo al que querían meter como hijo suyo y preguntándose quién sería el padre. Sin duda, saber eso sería más fácil, pero su padre decía que eso no importaba. Una vez en el salón, Enrico al verle se levantó. No perdía de vista el sobre que su padre, no se esforzaba en ocultar.
— Antes de pasar a la comida, creo que es hora de fijar una fecha para la boda. — empezó a decir Anella.
— Antes de todo eso, hay algo que aclarar — dijo su padre, al tiempo que abría el sobre y le entregaba a su socio el contenido. — somos amigos antes que socios, entiendo que una hija embarazada y soltera, sería un problema para tan respetada familia. Pero no les perdonaré que destrozaron la vida sentimental de mi hijo...
— Neall, aquí hay un error. — empezó a decir Enrico y su padre alzó la mano.
Al tiempo que Jeder Jarper arrebatada el papel y miraba el contenido. Una vez lo leyó su rostro, siempre en calma se tornó rojo. Sus puños se apretaron y miraban con furia a una Antonella que, parecía querer desaparecer del sillón mientras abrazaba a su hijo.
— ¿Qué sucedió esa noche? Y es la última oportunidad que te doy. — Antonella se levantó y salió llorando con su hijo en brazos.
Neall no le prestó atención y tampoco cuando la vio con el móvil en mano y correr escaleras arriba. En ese instante él solo quería que el tiempo volará, poder evitar las largas horas de vuelo. Meterse en una cápsula y aparecer en casa de Luciana.
— Antonella te vio en lamentables condiciones — la Voz de la madre de su tormento lo sacó de sus pensamientos lascivos. — eres demasiado alto para poder controlarte, sin contar que te negabas a que ella te ayudara, decía que le tenías asco y que ella no era... Esa mocosa.
— Te trajo acá y le dije que te llevarán a la habitación de huéspedes — dijo Enrico esta vez — Fui yo el que te ayudé a quitar la ropa, pero por más que intenté llevarte a la ducha y quitarte los tragos de encima me fue imposible. Te tornaste violento, dijiste que era un secuestro, exigiste que llamaran a tu padre y estuve a punto de hacerlo.
— Asumo toda la culpa, fui yo quien le dije a mi hija y esposo que hacer...
En ese momento su querida hija estaba embarazada, de alguien que se negaban a que fuera parte de la familia. Fue una noche loca y un desliz que claramente salió mal. Así que, encontrarlo borracho fue lo que se dice un golpe de suerte.
Creyendo que la relación con Luciana era fugaz y que al enterarse sus padres lo alejarían de ella. Siguieron la línea de que amanecer desnudos en la casa familiar, era una muestra que la relación se había reiniciado.
— No necesito más explicaciones, gracias a todos — dijo mirando a la pareja y luego a su madre — me han jodido la vida.
Caminó hacia las escaleras donde había visto a Antonella escabullirse y corrió por ellas. Sus padres, temerosos de su proceder, lo siguieron asustados. Al verle empujar la puerta con violencia y está caer al suelo, la mujer soltó el móvil de sus manos. La señaló con el dedo índice antes de hablar.
— Ruega qué sea perdonado — la amenazó — o juro por lo más sagrado que tengo en estos momentos, que es el amor que le profeso a mi padre y a Luciana, que gastaré hasta el último centavo de mi cuenta para arruinar tu vida y la de tus padres.
Dio media vuelta y salió de la casa, ante las súplicas de su madre porque se detuviera. Frenó antes de llegar a la calle y fue el tiempo suficiente para que su madre le alcanzara. La escuchó pedir perdón, pero sentía que esas palabras no eran suficientes.
Él jamás le falló, jamás estuvo con otra solo que después sí. En el afán de hacer pagar a Antonella, creo una brecha entre ellos que ahora los separaba más. Ya en el taxi, recibió la llamada de Oliver, su representante, y la tomó.
— Tenemos que hablar antes de irte... — soltó el aire fastidiado, no quería más problemas.
— ¿Dónde estás? — fue la pregunta y una vez le dio la dirección supo que era imposible llegar en taxi y volver para viajar. — Baja, tengo un vuelo que tomar y en taxi, es imposible ir y volver.
— Tengo a mi madre enferma y la puta enfermera que pedí no ha llegado. Necesito que leas y firmes unos documentos para la publicación del próximo libro...
— Yo te llego entonces — dijo y supo que solo en su auto podía ir y volver.
Llegó a casa, pagó y entró en búsqueda de las llaves del auto. Maldiciendo Internamente, a Oliver por vivir en un sitio tan alejado. Pero sabía que era por su anciana madre, el campo les ayudaba a sus pulmones. Llamó a Luigi y este le dijo que estaba comprando ropa adecuada.
Que su asistente le había dado dinero para hacerlo y sonrió, al ver la emoción del hombre porque vería a la niña Luciana. Emprendió su camino y en minutos estaba en carretera. Un mensaje de Antonio con un número le sacó de sus pensamientos y lanzó una exclamación de júbilo al ver que era el número de Luciana. Le marcó sin pensarlo y esperó a que le contestara.
— ¿Diga? — le dijo una voz masculina algo somnolienta y eso lo tensó un poco — ¿Si?
— Necesito hablar con Luciana — dijo en tono firme y no escuchó nada por algunos segundos — dile que pase al teléfono, que Neall Jarper, se lo exige.
Sabía que quizás estaba siendo patético, no era un horario de dormir. Pero si de siesta y sabía que ella las hacía, que su móvil lo levantara, un hombre lo cabreaba y que el hombre parecía que segundos antes de levantar dormía, no hacía sino acrecentar su ira.
— Amigo...
— Tú y yo jamás seremos amigos...?
— Adam, mi nombre es Adam y soy el novio de Luciana. — guardó silencio intentando controlar su rabia.
Parecía aumentar con cada palabra que ese miserable decía. Era tanta la rabia que sentía la bilis subir por su garganta y quemar todo a su paso.
— Tú no eres nadie, solo maldito payaso, que muy seguramente ella pidió levantarás el móvil porque le teme a escuchar mi voz sin sentir un orgasmo. — habló al ya poder controlarse.
— Dirás lo que quieras, pero soy yo el que la tiene desnuda, abrazada en estos momentos y no tú...
— Más te vale que no la hallas tocado o romperé todo tu hueso y usaré tus huevos como adorno en mi auto. — le interrumpió y luego le colgó, se las pagaría.
Ese infeliz la tocó y lo mataría.
Supo que iba demasiado rápido y quiso detenerse, pero los frenos del auto no funcionaban. Sin perder la calma intentó disminuir la velocidad, sin mucho éxito. En ese instante supo que iba a morir y miles de imágenes pasaron por su mente. Desde que era pequeño y su padre le enseñó a manejar bici, después motocicleta y por último auto.
Su primer coche, ese viejo auto destartalado, que en las tardes y fines de semana su viejo le ayudó a arreglar. Lo último que recordó al ver que ya era imposible retomar el control del auto fue el rostro de Luciana y se dijo que moriría feliz con solo eso.
El impacto fue rápido, no tenía idea con qué había sido. Solo sabía que no sentía las piernas y que su pecho dolía y su brazo izquierdo parecía que fue separado de su cuerpo.
— No se mueva — escuchó una voz decir, abrió los ojos un poco y vio a dos hombres de cabello largo intentar abrir las puertas del auto. — La ambulancia tardará en llegar, soy Leónidas.
— El móvil...
— No hables, estarás bien... Te aseguro que no puedes estar en mejores manos. — dijo el otro que entraba por el otro lado — soy Dylan, venga hombre colabore. — dijo con voz tranquila.
— Mi móvil — era todo lo que en su mente lograba decir, allí estaban las fotos de ella cuando se casaron
— Ya lo tengo, ahora si venga — dijo el del otro lado y le mostró el objeto. — lo apagaré.
Al ver que su tesoro estaba a salvo, cerro los ojos, los abría cuando una voz le decía que lo hiciera. Pero el dolor era insoportable y la sensación de querer irse era cada vez más fuerte.
— Quédese conmigo — dijo una voz calmada que lo reconfortó. — Ese auto no pierde los frenos tan fáciles. — las voces hablaban entre sí.
Despertó en una clínica solo con la parte inferior de su cuerpo vendado y su brazo izquierdo enyesado. Intentó moverse y no sintió las piernas. No sabía el tiempo que había pasado y no recordaba mucho del accidente.
Hasta que ya en calma, los recuerdos fueron llegando. Su auto le había fallado los frenos, algo imposible, pues si bien, él no lo usaba si lo mantenía en óptimas condiciones.
— Gracias a Dios despertaste — giró su rostro y vio a sus padres y a su mejor amigo, de pie en la puerta y caminaron hacia el sonriente. — nadie sabe que estás acá.
— Es lo mejor, ese accidente estuvo extraño — dijo Antonio — vaya susto nos diste viejo...
— No siento mis piernas...
La mirada lastimera de sus padres les dijo todo, miró a Antonio fijamente, si alguien podía decirle la verdad era él, pero siguió guardando silencio.
— Tendrás que usar silla de ruedas...
— ¿Por cuánto tiempo? — al verlos mirarse entre sí se enojó más — ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
— Cincuenta y siete días, — habló su madre — es hora de que llames a Luciana, no hemos querido decirle la verdad...
— ¿Volveré a caminar?
— Aún no es seguro, pero...
— Entonces déjenla, no quiero su lástima. Ella ya tiene una vida y si vuelve a mi es porque estaré en una silla de ruedas — nadie dijo nada, recordaba el hombre que le contestó, así que su felicidad sería la de ella.
— Si te rindes tan fácilmente no eres el Neall que conozco. — la voz de Antonio lo hizo mirarlo y verlo enojado.
— No quiero hablar de eso, ¿Qué porcentaje tengo quemado? — El rostro contrariado de sus padres lo enojaron aún más — ¿Cuánto? — Volvió a gritar.
— Tu brazo, pierna y parte del abdomen, tienes tu lado izquierdo bastante afectado. — empezó a hablar su padre — Eres fuerte y te llevaré a los mejores especialistas.
— ¿Creen que merezco que ella esté a mi lado por lástima? — Les preguntó a todos y al ver su silencio siguió — cuando vuelva a verla, estaré en pie o no la veré más.
— Neall las investigaciones...
— Después mamá, primero camino y luego me las cobro, ¡De quien sea! — dijo seguro y solo su amigo sonrió — en ese orden, quiero que mi auto regrese a mi casa y asegúrense que todos lo vean. Para todos los demás estaré de viaje, necesito que mires los contratos de publicación de mis obras.
— Dalo por hecho, con lupa si es posible — respondió su amigo.
— ¿Qué piensas hacer? — preguntó su padre al verle hablar tan decidido.
— Un viaje, pero solo...
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