Capítulo 17
Se quitó la cadena de Neall y la dejó al lado del PC, luego salió del estudio, encontrándose a Neall subía por las escaleras, se había quitado la chaqueta y la llevaba en los brazos. Observó sus pasos, movimientos lentos y seguros, la vista al frente, nariz perfilada. El balanceo de sus manos y el leve movimiento de dedos, que insistió a Petter debía hacer y que este jamás lo logró. Pero que ella decía era una característica de su personaje.
Por fortuna para ella, él se había recuperado rápido, demasiado rápido, a decir verdad. La cantidad de sangre derramada la hizo asustar y que él perdiera la inconsciencia luego de eso también ¿Podría el estar despierto cuando ella le abrazó? No lo creía posible, pues se hubiera aprovechado de lo que dijo ¿Qué motivo tendría para hacer algo así?
¿Qué hacía con ese revolver fuera de casa? Con más dudas que respuestas, entró a la cocina. Encontrando un desayuno cubierto.
Tomó el mantel blanco que cubría el plato y un leve temblor en su mano derecha lo hizo detener. Al tiempo que el dolor de cabeza volvía, abrió los ojos y los cerró varias veces.
Con la vista al frente y los nervios a flor de piel lo notó, algo andaba mal, se sentó en la silla más cercana y cubrió su ojo izquierdo y luego el derecho. Pasó revista por todo el lugar, el ojo derecho veía solo sombras, algunas veces nítidas, otras no tanto. Con el izquierdo veía perfectamente, así pudo ver la nota que estaba en la mesa. Debajo de una servilleta blanca, la tomó en los dedos y la intentó leer, con el ojo izquierdo cubierto, al ver que era imposible y que su dolor de cabeza solo aumentaba, lo hizo con el izquierdo. Esta vez sí pudo hacerlo sin problemas.
Intenté esperar para despedirme, pero me fue imposible. Jamás fue tan grave para dejarlo inconsciente, solo fue un roce, así que él te escuchó en todo momento.
Espero esa información te sirva.
Sin más Thomas.
Dejó la nota a un lado y no se esforzó en ocultarla al escuchar pasos. Jamás fueron de los que se guardaban secretos y siempre se hablaron con la verdad. Neall era la persona que le escuchaba, ante el temor de decírselo a sus hermanos y era siempre él, quien le ayudaba con casi todo su problema, incluyendo las tareas escolares. Lo escuchó llegar y al alzar el rostro vio que ya no llevaba la corbata, tenía la camisa con dos botones sueltos y las mangas arriba en sus antebrazos.
— ¿No vas a desayunar? — le preguntó al ver el plato aún cubierto, ese que le fue imposible tomar.
— Primero me tomo el café — mismo que no había servido.
Neall caminó hacia la cafetera, luego abrió los cajones y de allí sacó dos tasas. Llenó cada uno de ellos y luego regresó a la mesa, sentándose al lado suyo. Descubrió el desayuno, se lo acercó y señaló.
— ¡Come! — ordenó, ella bajó el rostro y se encontró con pan tostado, huevos, jugo y una taza con frutas. — Quise saber si me querías muerto.
Miró, de nuevo hacia él, tenía en sus manos la nota que giraba a todos lados. No le respondió, ella tenía una lucha interna con su mano derecha. La tenía apoyada en la mesa, pero por alguna razón no podía mover los dedos.
— Jamás sería capaz de algo así, hay muchas cosas que te agradezco — respondió tomando el café con la mano izquierda, ignorando su mirada puesta en ella.
— Quería saber cuál sería tu reacción al verme morir. Quise saber si era tan importante como Petter. — bufó al escucharlo decir aquello, pero no hizo comentarios. — también planeo aquellos que me quisieron muerto paguen, estaba descartando que fueras una. Tu llegada al lugar, donde yo estaba...
— No sabía que tú estabas aquí, — dijo soltando el café, ante la dificultad de maniobrarlo con la mano izquierda.
Volvió con la derecha y está vez le funcionó, soltó el aire al darse cuenta de que fue un susto. Mientras Neall acercaba aún su silla y le quitaba el plato y empezaba a darle de comer. Solo que no dejaba que ella masticara o tragara, como si estuviera alimentado a un cerdo o aun pájaro.
— ¡Come! — dijo de mal humor — abre la boca, no quiero que hagas esas dietas estúpidas, tu cuerpo aún está débil y no lo soportaría.
— No estoy haciendo dieta — dijo apartando su mano, pero con la izquierda al perder movimiento con la derecha.
Lo vio detenerse y mirar su mano, dejó los cubiertos en la mesa y luego volvió la mirada a ella. Está vez su rostro se suavizó, tomando su mano derecha y subiéndola a la mesa. Pues ella la mantenía oculta debajo de la mesa.
— ¿Desde cuándo?
— Hoy. — se sinceró y lo vio acariciar su mano.
— Mírame Luciana — en sus ojos había preocupación y hasta ternura — ¿Qué más sientes? Y no me mientas.
— Dolor de cabeza el medicamento me controla por algunas horas, luego vuelve — bajó el rostro y sus ojos se humedecieron, ella no quería ser una carga para nadie — Sé que en estas condiciones no podré pagarte y que en este momento no soy tu persona favorita Neall...
— Dejemos eso a un lado por el momento, no soy tan miserable. — le siguió ayudando a comer, pero esta vez más lento — es solo parte de tu recuperación, no estás del todo sana y desconocemos las consecuencias que ese golpe en la cabeza deje en tu cuerpo.
— ¿Qué quieres decir con eso? — preguntó asustada y dejó el cubierto en el aire antes de hablar.
— Pueda que ya recuperada, no te queden secuelas o que suceda algo más... No te preocupes, despertaste hace unos días y es normal que estas cosas. Pero te pido si algo más sientes, me lo hagas saber — concluyó.
Luego de terminar su desayuno, le dijo que intentará ella sola con la fruta. Mientras él hacía unas llamadas a un colega en Londres para que la atendiera. No se asustó cuando no pudo en la primera, intentó una segunda y tercera hasta que lo logró.
— No me da la gana de que no quieras... dije que si — hablaba a su mano derecha, ayudándose con la izquierda, sin mucho éxito.
— Siempre dije que no eras normal — le habló Neall en la puerta — lo supe cuando golpeaste al pobre de Orzon. — resopló.
Tomó un trozo de fruta y se lo llevó a la boca y sonrió con satisfacción al ver que lo había hecho a la primera y sin tirar nada en el proceso. Él aún tenía la ropa negra, color que notaba era su preferido.
— Me dejó la boca llena de saliva... — se defendió — fue muy desagradable.
— Debía besarte Luciana, era una obra de teatro en donde eras la blanca nieves y el pobre Orzon tuvo la desdicha de ser el príncipe — sonrió al recordarlo, en plena obra de teatro, con los padres allí viendo todo.
— La culpa la tiene la maestra, por poner piedras de verdad — volvió a defenderse.
— Con razón el pobre no puede verte, todos se burlaron de él.
— ¡Por idiota! La maestra dijo un beso, sin vuestras bocas abiertas, como si fueran hermanos y él quiso pasarse de listo. — descubrió que no recordaba esos datos antes y que ahora llegaban a ella, porque él se los recordó.
— Lo bueno fue que no te castigaron, tu padre estaba muy feliz por ver a su hija defenderse de esa manera. — la obra de teatro era para ella algo tan importante que insistió en que su hermano Antonio estuviera.
En un principio el príncipe era su hermano, solo que la maestra no quiso confundirlos. Según ella podrían pensar que era normal ser pareja siendo hermanos. Así que Antonio llevó a su compañero de Locuras, ese día tuvo una buena audiencia, ese día golpeando a Orzon.
— Mamá estaba muy asustada, pensaba que me gustaban las chicas y papá feliz porque no tenía que corretear — Neall negó, al tiempo que se sentaba a su lado.
Su rostro, aunque ya más relajado, seguía luciendo serio con ella. Por lo menos era más accesible y tenían que aligerar tensión si pretendían fingir allá afuera que se llevaban bien.
— Pendejos con hormonas revueltas — le recordó y se sorprendió que ella no recordaba esa parte. — Tenemos que aclarar algunas cosas. — asintió, pues imaginaba que era por eso, por lo que empezó a aliviar el ambiente.
— Entiendo. — se levantó y ella hizo lo mismo, al verle salir de la cocina.
Lavo rápidamente la loza y la dejó escurrir a un lado, minutos después fue en su búsqueda. Lo encontró en la sala, sentado en un sillón y le señaló un lugar para qué se sentará. El fallo de su lado derecho de su cuerpo volvió, pero esta vez no se alarmó, logró llegar al sillón y sentarse, sin que se notará su afectación.
— Hay ciertas cosas que quiero que me aclares, una de ellas es ¿Cómo es eso que los Bertucci amenazaron a tu madre?
— ¿No le has preguntado a Antonio o a tu padre?
— Te estoy preguntando a ti. — habló enojado — Quiero que me digas todo lo que sucedió días previos al accidente y después.
— Eso ya no es importante, es pasado y...
— Luciana. — la voz era de amenaza e indicaba que no había discusión.
— Lo primero que debes saber es que no supe del accidente, — le dijo a un Neall que la observaba en silencio y sin expresión alguna — ese día estaba con un amigo viendo videos en el portátil — omitiendo que el protagonista de esos videos era él — hicimos comida y recibí una imagen de unas argollas de matrimonio. Tenían el nombre grabado, el tuyo y el de... Ella. — aún no lograba mencionarle el nombre sin la sensación que se envenenaría al pronunciarlo.
— Fue el peor regalo de cumpleaños de mi madre y que dejé en la cama de mi habitación. — le explicó con tranquilidad — no sin antes decir que no había boda, tenía problemas con mamá, pues no quería darle el apellido al niño, denunciarlo o dormir con su madre.
— ¿No lo querías? — preguntó al desconocer que no gustaba de niños.
— No me sentía unido a él, además que no se parecía nada a mí. Los Jarper tenemos un sello único, tú los conoces a casi todos. — asintió todos tenían ese cabello negro y ojos azules o grises. — sigue...
— Luego mamá llamó como a las dos o tres, me dijo que los Bertucci habían llegado y dijeron que de perdonarte o volver contigo mi hermano sufriría las consecuencias. — Tomó aire y giró la vista hacia otro lado, al no soportar la mirada inquietante de Neall sobre ella. — Mamá lloraba incontrolable, me dijo que si de verdad la amaba que te olvidara. Desde mi llegada a América, eran constantes las fotos tuyas con ella o con otras mujeres y la amenaza de los Bertucci.
— Jamás me lo dijeron, de ser así hubiera tomado cartas en el asunto. — se encogió de hombros, eso era algo que debía responder Antonio y no ella.
— Me dije si bien mi amor por ti en ese instante era grande, el de mi madre era aún más — siguió diciendo y él seguía en silencio. — le prometí no buscarte, Antonio tenía problemas en la fábrica de mi tío y se decía que una persona influyente pagaba las revueltas.
— Enrico Bertucci — concluyó Neall y ella asintió. — ¿Fue tu mejor manera de ayudar a los tuyos? ¿Por qué no llamarme?
— Por qué tu madre ya había intentado comprar a la mía para que me alejara — le recordó — tú no sentías vergüenzas al pasarte con una dama diferente y en algunos momentos en tomas obscenas. Ese día supe que no era tu hijo, pero también que tu comportamiento no era el de un enamorado que sufría mi ausencia.
— ¿Estas seguras de eso?
— ¿Es mentira lo que digo? — le replicó — me acosté y no quise comer, eran varios golpes seguidos. La foto de las argollas, tu hijo que ya no lo era, que te habían mentido, la amenaza a mamá y Antonio. Adam estaba enfadado contigo, yo no dejaba de llorar, tú llamaste y el resto es historia.
— Adam, tu novio, te consoló mientras tú sufrías... ¡Conmovedor! — lo miró de reojo, aún no le decía que Adam era gay. No tenía por qué andar divulgando la vida privada de su amigo y tampoco sentía que iba al caso.
— Meses después me enteré de tu accidente, Oliver me llama a que necesita hablar conmigo. — sigue diciendo para dejar ya todo claro y que la deje en paz —te llamé mientras Oliver buscaba un documento que me tenía que dar. No levantaste, me pregunta a quién llamó, le explicó que a ti porque me enteré de tu accidente.
— Jamás averiguaste por tu cuenta, creíste en todos menos en mí y no me llamaste — le escuchó decir y ella seguía sin mirarle.
— Llegué a casa y recibo otro souvenir, otra foto tuya con una chica. — habló ya levantándose — después recibo el collar, sin notas o cartas, decido dejar todo atrás y darme una oportunidad con Petter. Solo que no fui capaz de votar tu recuerdo, porque si tú te arrepientes de lo vivido yo no.
Esta vez fue ella quien se alejó y el quién quedó allí, contando todo a Neall se dio cuenta de cosas que pasó por alto. El número suyo que cambiaba de forma constante para ya no recibir esas imagines. Oliver estaba allí el día que ella llamó a Neall y él tenía su número. Siempre pensó que era Antonella quien le enviaba esas fotos, pero quizás no fuera así.
La pregunta que se hacía era porque Oliver no quería que ella se encontrara con Neall, de Antonella era obvio las razones y de sus padres también. Estuvo toda la mañana por los alrededores del castillo.
Cuando llegó la hora de comer se encontró con que alguien había llegado y hecho comida. Una chica de unos 20 años, que llegaría solo a eso y dos veces a la semana a limpiar el castillo con tres personas más.
****
En la tarde, a esos de las cinco, decidió buscar a su carcelero para decirle que iría a dar una vuelta por la playa. Lo escuchó en el estudio y a juzgar por el tono de voz cabreado.
— ¿Por qué mierda se mete ahora? No me voy a calmar... No me interesa si es tu familia, no los quiero cerca, ya no. — se alejó de la puerta, él no estaba de humor y ella se sentía muy agotada para discutir.
— Por lo menos no es solo a mí el odio — murmuró pasando por el estudio.
Buscó lápiz y papel, le dejó una nota diciéndole que había ido a dar una vuelta a la playa. Que prometía no irse lejos, pero que necesitaba un tiempo de paz. La dejó en la mesa, justo frente a la puerta y salió. Hizo el camino lento, disfrutando del aire puro y de la vista y hasta del sol.
Caminó tanto que llegó hasta el sitio del accidente, una vez allí se detuvo. Se había quitado los zapatos y los llevaba en las manos. En ese sitio su familia la hubiera llorado y Neall hubiera presenciado su muerte. Se hizo la misma pregunta que él ¿Cuál hubiera sido su comportamiento de saber que ella murió ante sus ojos?
— La marea no tarda en subir, este sitio es peligroso — dio un salto al escuchar la voz masculina y al girar vio aún hombre tenía casi su edad.
Vestía en ropa deportiva y parecía estar haciendo ejercicios. Le extrañó, porque hasta donde sabía, esa playa pertenecía al castillo, por lo que era privada. Él no debería estar allí, aunque parecía turista y por su vestimenta. Tenía el cabello rubio en un tono bastante claro, largo. Llevaba una camiseta negra que tenía pintada una banda de rock. Los tatuajes en su brazo y su cabello un tanto revuelto le indicó que era uno de esos tipos metaleros.
— Gracias, pero ya me iba — dijo dando media vuelta algo nerviosa, si él era turista ¿Por qué sabía de la marea?
— No debería estar sola aquí, es peligroso — insistió, pero ella siguió caminando apresurado.
Rogando a todos los dioses que su pierna no le fallara, no está vez. Por alguna razón que desconocía sentía que el hombre no estaba allí por casualidad y lo supo, pues al acelerar el hombre también lo hizo.
****
Colgó el móvil de mal humor, la familia de Luciana en toda la tragedia familiar no le dieron apoyo y él lo entendía. Pero que ahora llegarán a juzgar a los chicos cuando todo lo ocurrido fue un efecto dominó de lo que hizo el padre de ellos era inaudito. Ahora, venían a decirle a ellos como vivir y a cuestionar toda su vida. Como si no fuera suficiente querían decirle a él como tenía que cuidarla.
Encontró la cadena cerca al PC y por inercia se la puso y luego salió. Encontrando una nota suya que iría a la playa, no pudo evitar sonreír. Al ver que le había dicho dónde estaba, tenía en su mente la pregunta que nunca se animaba a preguntar ¿Amaba a Petter?
No podía evitar pensar en qué al verle se tiraría a sus brazos y si eso sucedía tendría que matarle a él tal Petter. Subió las escaleras e hizo maletas y luego fue a la habitación de Luciana e hizo lo mismo. Tenía que salir del país en vuelo privado, de otra manera la prensa acosaría.
Su padre le enviaría su bebé (Así llamaba al Jet), no era muy dado a usarlo, pero en este instante abusaría de la amabilidad de su padre. Solo serían unos días, pues después tenía pensado regresar a ella, le gustaba el lugar y a él también. El sol empezaba a oponerse y aún no había señales de ella.
Recordó la falla en su costado derecho y como esto le afectaba, quiso restarle importancia, pero sabía que era mala señal. No debió dejarla sola tanto tiempo, pensó saliendo en su búsqueda. Llegó a la playa y vio una figura oscura que parecía correr y otra detrás que parecía perseguirle.
— ¡Neall! — logró escuchar su grito desesperado, era ella y problemas.
— Maldición — soltó al darse cuenta de que los zapatos no eran buenos para la playa y menos para correr.
Se los quitó apresurado y luego corrió tras ella que se había tirado en la arena. Mientras quien le perseguía se quedaba relegado a unos metros suyos. Corrió hasta el sitio en donde ella estaba y tras corroborar que estaba bien, salió tras el maldito que la había acosado. Pero lo vio montarse en un vehículo y tomar la vía al pueblo, regresó a ella y la encontró en el mismo lugar.
Su rostro estaba pálido y su mano derecha tenía un leve temblor y la observaba acariciar su pierna. Así que se arrodilló ante ella y empezó a darle masajes en la pierna.
— ¿Qué sucedió? — le preguntó luego de unos minutos.
— Llegué hasta el lugar del accidente, él... Me dijo que el sitio era peligroso, la marea subiría. — empezó a decirle y pudo notar que su cuerpo temblaba — le respondí que ya me iba, era rubio y su brazo tatuado, parecía de esos cantantes de rock. Empecé a alejarme hasta que vi que me seguía, así que corrí y él corrió.
— No debiste llegar tan lejos, — la reprendió, ella tenía que dejar de ser impetuosa. — ¿Te dijo algo más? ¿Te sientes bien?
— La pierna derecha y el brazo — se quejó y él siguió con los masajes mientras la veía algo pálida. — perdón por alejarme, lo siento.
— No te preocupes, la culpa es mía por dejarte sola ¿Crees que puedo caminar? — le preguntó y asintió. — Bien, entonces lo haremos despacio.
— Podemos antes de irnos ¿Pasar a la ciudad? Me gustaría recoger mis cosas y ver que quería Oliver. Ese contrato que buscaba lo dejé en la oficina, él quería que lo firmara, pero lo olvidé — asintió y Luciano había recogido las cosas por lo que le dijeron.
— Llamaré a casa para cancelar lo del vuelo, pero no habrá problema y de paso hablo con tus primos. — la vio mirarlo con curiosidad, pero no dijo nada, si bien él conocía a sus primos, no eran lo que se dicen buenos amigos.
— También para despedirme de Adam. — ese Adam. Hora de arreglar cuentas, porque él se asegura de cobrar todas y el tal Adam le debe, mucho.
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