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Capítulo 13

Despertó en una habitación de paredes blancas desorientada, pasó revista a su alrededor y sus ojos se estrellaron con unos grises. Su corazón dio un salto de emoción, por alguna extraña razón el desconocido le producía ansiedad y alegría.

Él no se veía alegre como ella, lo decía sus ojos y su boca que en esos momentos era una sola línea. Su cabello largo y barba, le impedían ver algo más.

— ¿Qué me sucedió? — le preguntó en vista que él seguía observándola en silencio.

— ¿Qué recuerdas? — fue su pregunta y se llevó una mano a su cabeza, que empezó a dolerle.

Nada...

Tenía la mente en blanco, lo miró asustada, él seguía con la mirada acusadora y fría. Siguió mirando a su alrededor y se levantó con dificultad, ni siquiera el nombre lograba recordar.

— Yo...

— ¿Qué es lo último que recuerdas?

— ¿Ud. sabe quién soy?

— ¿Debo suponer que no recuerdas nada? — negó, mientras la miraba en silencio — Es normal en casa, iras recordando, buscaré a tus hermanos...

— ¿Señor? — le preguntó al ver que él daba la vuelta y se detuvo, pero no la miró — ¿Cuál es mi nombre?

— Luciana Isabella...

Su nombre salió de sus labios como un susurro, que erizó toda su piel. Minutos después llegaba un médico y una enfermera, más amable que el hombre que se acaba de ir, de quien supo fue la persona que le salvó.

Le dijeron que tenía un coágulo en la cabeza, producto del golpe recibido. Luego de la cirugía, lo mejor fue mantenerla dormida. Después del último examen y tras ver que la lesión estaba disminuyendo decidieron despertarla. Ahora debía seguir el tratamiento, pero con medicamentos. Que los recuerdos irían llegando, sin presiones y con ayuda de los seres queridos.

— Fue una suerte que él la rescatará, me temo que de no ser así usted no hubiera sobrevivido. — frunció las cejas confusas, al no entender a la mujer que en esos momentos le acomodaba el vendaje.

— ¿El hombre que estaba aquí fue el que me operó? — preguntó y la enfermera se alejó unos pasos.

— Sí, es neurólogo el Dr. Neall, según me han dicho muy amigo suyo y de su familia. — la enfermera parecía nerviosa, mientras ella pensaba que, de estar en un hospital esté, estaba muy en calma.

— Parece que me odia, — sus palabras al parecer le divertían y ella no bromeaba, el hombre en realidad la odiaba.

Sumida, en sus pensamientos, vio como unos hombres entraban y con otra cama normal, la pasaron a ella y se llevaron la sofisticada cama, con los aparatos. Se quedó observando la puerta cerrada por un tiempo, de ella dos pares de ojos grises se asomaron.

— ¡Antonio! — no supo por qué, pero reconoció rápidamente al mayor de los dos y supo era su nombre, de ojos grises, cabello oscuro y sonrisa perfecta.

Algo que pareció molestar al otro, que ella también recordaba. Solo que las risas del mayor, no le permitían a ella aclararlo. Ambos tomaron sus manos, y acariciaron sus mejillas.

— Tú jamás olvidarías a tu segundo padre y hermano preferido — pero ella sentía cierta conexión era con el otro, solo que no quería herir sentimientos.

— Enzo Luciano, — habló al que sabía era su hermano y este caminó hacia ella.

Recibió, él abrazó de los dos, luego de unos minutos le hicieron hablar con su madre. Las lágrimas del otro lado la hicieron a ella llorar también. Lo raro es todo era que sabía que eran sus hermanos y su madre, pero no lograba recordar datos de todos ellos.

— Debemos volver, pero Neall te cuidará. — esa declaración la hizo preocupar, ella se alegraba en verle, pero él no a ella y se lo hizo saber a ellos.

— No sé por qué, pero me mira como si me odiara.

— Tiene muchos motivos — habló el mayor y lo observó a ambos. — no te preocupes, no es como lo ves. Solo que ha tenido malos momentos.

Tuvo sus dudas, ese hombre parecía nunca reía, pero ellos decían lo contrario. Lo que le hizo pensar, que el antagonismo era con ella, porque ambos hablaban maravillas de él.

Pidió un espejo y se lo dieron, observó su cabeza vendada, ojos grises, nariz aguileña. Se dio cuenta de que era muy parecida a ambos hombres, pero más al joven. Así supo el porqué de la conexión, eran gemelos.

Hablaron y le hicieron reír por mucho tiempo, tanto que parecía que la vejiga le explotaría. Se sintió bastante bien, a pesar del dolor de cabeza. Ya en la tarde se despidieron de ella y dijeron que se comunicarían a través del móvil de Neall, que el suyo había caído al mar.

Quedó sola por algún tiempo, contemplando solo el silencio que reinaba en el hospital. Le habían vestido con un pantalón de algodón y una remera. Se sentó en la cama y luego se puso en pie, empezó a dar unos pasos hacia la puerta, está se abrió abruptamente y de ella entró el hombre de mirada extraña.

— ¿A dónde crees que vas? — le cuestionó.

— Tengo sed — mintió, pero sin dejar que su cara amarga la intimidara. — Quiero salir, escuchó las gaviotas...

— No puedes salir ¿No te lo dijeron tus hermanos? — esta vez fue su turno de mirarlo fijamente.

Desconocía por qué estaba enojado con ella, o que le había pasado. Pero no creía que fuera para tanto, si era amigo de la familia, quizás le faltó el respeto. Podría pedirle disculpas y decir que hicieran borrón y cuenta nueva.

— Se supone que tengo que recordar... — empezó a decir, caminando hacia una ventana. Encontrando que tenía el mar, frente a ella.

— Así es...

— ¿Cómo lo haré encerrada aquí? Y ¿Por qué me dejaron aquí con usted?

— Te conozco muy bien, sé todo de ti hasta los 22 años. Cualquier duda que tengas o preguntas hazla. — puso notar la burla en su voz, pero pensó que eran ideas de su mente confundida — sobre lo otro, es mi especialidad, los problemas neuronales y tu familia confían en mí.

— ¿Qué edad tengo?

— Veintiséis lo cumpliste hace un mes y dos días.

— ¿Y usted?

— Treinta y cuatro.

— ¿A qué edad me dieron el primer beso?

— A los diez, te le dio Orden y le tiraste una piedra porque te lleno la boca de saliva. Luego lo escupiste y dijiste que si volvía a hacerlo lo lamentaría... Le hiciste una brecha en la cabeza. Aún te odia, por eso — en realidad preguntó para hacerlo quedar mal.

Jamás pensó que él podía saber algo de esa magnitud. Dio una media vuelta y lo encontró apoyado en la pared, bastante lejos de ella sin perderla de vista.

— ¿Color preferido?

— Magenta.

—¿Cantante?

— Rihanna, Cher, Aerosmith.

— ¿Cuándo fue mi primera vez?

— Dieciocho, tu hermano cree que, a los veintidós, ten cuidado.

— ¿Con quién?.

— Conmigo.

Lanzó todas las preguntas tan rápido que, al llegar a esa última, por alguna razón supo la respuesta mucho antes de él decirla. Tenía los brazos cruzados y no parecía alterado, ella, por el contrario, era todo nervios.

— ¿Por cuánto tiempo...?

— ¿Formal? Desde los 18... Sin el consentimiento de tus padres.

— ¿Dónde está papá?

— Preso, muchos delitos y es mejor que lo recuerdes tú. — asintió y fue su turno de apoyar la espalda de la pared.

— ¿Por qué nos separamos? — silencio, con esa pregunta pudo ver el primer rastro de emoción en él. — ¿Salgo con alguien ahora?

— No que yo sepa, si fuera así estaría aquí contigo y no, yo ¿No te parece? — esta vez era claro que se estaba burlando de ella.

Podría ser que las cosas no habían terminado bien y quizás por eso su antagonismo hacía ella. ¿Sería ella una mujer infiel? ¿Por eso él la odiaba?

Su comportamiento solo la estaba a ella llenarla de dudas, desconocía si le mentía o no. Aunque algo le decía que era sincero, porque cada cosa que escuchaba le oprimía el pecho. No supo que más preguntar y él parecía que su presencia le fastidiara porque salió de la habitación, regresando minutos después con una jarra con agua y un vaso.

— Gracias — pero no hubo respuesta.

La soledad trajo consigo un cúmulo de recuerdos, que iban y venían de su mente. Eran como pequeños gifs, casi todos con sus hermanos. Ella en una casa abandonada escondida y comiendo uvas. Corriendo por los cultivos de vides y su hermano detrás.

Hasta que uno de ellos llegó nítido, era de un hombre hincándose y pidiendo su mano. Fue en su cumpleaños, ella se lanzó hacia él y le beso.

Por un momento pensé que dirías que no...

En un mes... En tu lugar favorito...

Te quiero. Gracias por estar en mi vida...

— Petter, — murmuró, ella si tenía prometido y se iba a casar, le había mentido de manera descarada.

Tenía un prometido...

Se bajó de nuevo de la cama y salió de la habitación, la sorpresa fue monumental al darse cuenta de que no era un hospital. Las paredes eran en piedra y los pisos un tanto antiguos. Siguió caminando con la curiosidad a mil, al pie de las escaleras había una silla de ruedas y unas muletas.

Bajó cada escalón con nerviosismo, aún no sabía por qué no lograba entender las razones por las cuales del hombre no tenía recuerdos. El salón era grande, pero no ostentoso.

No había cuadros de ninguna clase, ni adornos, nada que le dijera algo de la persona que lo habitaba. Caminó hacia una puerta y la abrió, la brisa que llegó a ella le hizo cerrar los ojos y reír. Dio algunos pasos y luego volvió a ver la casa, era un castillo.

Entonces recordó, una imagen suya viendo imágenes de ese lugar, llegó hasta la punta de una colina y vio el mar ante ella. Muy al fondo, el pueblo pesquero, los recuerdos llegaban muy rápido.

Como si de pronto, le hubieran quitado un velo oscuro, recordó a Neall, y como se alejó de ella. Las imágenes que le enviaban por móvil de él desnudo con otras mujeres. Las ganas de hacer que su relación funcionará, pero sobre todo tenía un prometido.

— Si quieres lanzarte ese punto no es bueno, sería doloroso — le escuchó decir detrás de ella.

— ¡Me mentiste! — le reclamó — sí, tengo novio Neall.

— Me alegro de que hayas recordado, porque tengo muchas preguntas. — fue su respuesta.

— Quiero regresar con Petter. — siguió — no sé a qué estás jugando, pero exijo volver.

— ¿Por qué tiraste tu anillo? — giró bruscamente y eso le hizo casi perder pie, pero él fue más rápido que ella y la logró empujar hacia delante.

Por un momento se quedó observando la mano que él sostenía la suya. Su corazón latía descontrolado, mientras él parecía que nada, ni nadie lo perturbara.

— No sé de qué hablas... — tartamudeo.

— Antes de llegar a la curva lanzaste algo al mar. Eso te hizo perder el control, estabas llorando... Y no tienes el anillo de compromiso que tu hermano dice que tenías.

— No te creo...

—¿Crees que eso me importa? — esto lo dijo soltándola, como si el contacto le asqueara — Si no recuerdas eso, asumo que no recuerdas lo demás, de lo contrario no quisieras regresar a los brazos de tu príncipe azul...

— ¡No puedes tenerme aquí! — le gritó histérica y eso lo hizo reír.

— Ya lo hice... ¡Florecita! — la respiración de ella era irregular y mientras la mirada de Neall era de odio, no hacía más que aumentar su miedo.

— Intenta razonar... ¡Me estás secuestrando! — negó mientras daba media vuelta y la dejaba en el suelo, tirada.

— No lo es porque tus hermanos saben que estás aquí.

— No entraré allí.

— ¡Genial! Puedes dormir en el lugar donde se almacena la madera y comer del resto de los perros... No me interesa donde duermas, siempre que no sea a mi lado...

— ¡Soy yo la debo odiarte! Te pasaste por todo Londres con mujeres desnudas.

— No éramos nada, no hagas dramas — su cinismo le enojaba, se levantó y corrió hacia él con furia.

— Te largas y apareces como si nada pasara, haciéndote la víctima, cuando la que tengo que odiarte soy yo ...

Se hizo a un lado y cayó de bruces al suelo, la tomó con fuerza por el brazo y la arrastró hasta el lado izquierdo del castillo una vez allí, la puso en pie y siguió tirando de ella hasta llegar a un sitio. La llevó a un lugar en donde había unas barras incrustadas en el suelo, y algunos artefactos que reconoció como entrenamiento. Intentó soltarse, no se lo impidió, sino que la tomó con fuerza por la barbilla y la hizo verle.

— Mientras tú te revolcabas con ese mal nacido, yo vivía mi infierno en una silla de ruedas. — abrió los ojos y giró un poco a verle y vio su odio, recordó el accidente que leyó y como le restó importancia, pues decían fue leve.

— Dijeron que era leve... Tú también fallaste. — se excusó, se detuvo al ver que él no la escucharía, que su odio y resentimiento lo habían llenado por dentro, lo estaban destruyendo.

— La diferencia es que yo si sabía dónde estabas tú. Llamaba a Antonio todos los días y a veces yo estaba allí cuando él te llamaba. — eso la golpeó más que cualquier cosa — dices que fue un accidente leve, pero a ti nunca te importó si ese rasguño se infectó. Por dos años, albergué la esperanza que preguntarás por mí y quisieras saber que fue de mi vida.

— Neall...

— Vete a la mierda Luciana, has lo que se te dé la gana con tu puta vida. — le dijo soltándola y cayendo de nuevo al suelo — pero cuando ya mejores, no antes.

— Recibí fotos de ti y ella desnuda, desde que llegué. — Pero en ese instante ya él daba la vuelta y se iba — ¡Me enviaste la cadena! ¿Qué querías que hiciera?

— ¡Yo no envié una mierda! — gritó tan fuerte que su rostro se puso rojo y las venas de su cuello y brazos se marcaron — eso desapareció de mi pecho en los días que estuve en coma, te sacó del mar y tú lo tienes... Tú y Oliver me querían muerto...

— No es así, eso llegó a mí, lo juro. — caminó hacia él y lo vio levantar una mano y hacía ella.

— Jamás he tenido las ganas de golpear a una mujer como en este momento Luciana... Aléjate de mí. — se detuvo al ver que no mentía y que parecía controlarse — tú eras mi única heredera, de morir en ese accidente. No solo de lo mío, lo de mis padres y tú apareces con algo que me robaron.

— Jamás sería capaz de hacerte daño, tienes que creerme... — lo vio dar media vuelta y alejarse a ella.


Lloró y se tiró en el suelo, en algún momento grito con fuerza. Al empezar a darse cuenta de que todo había sido planeado para separarlos. Que las respuestas estaban en esa parte que aún no recordaba...

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