II. Un deseo oculto
Cuando era niña, en uno de los primeros orfanatos por los que pasé, uno de los premios por nuestro buen comportamiento, -o como ellos llamaban, "cumplir las expectativas"- era poder prestarse un libro de la biblioteca, específicamente de la sección de entretenimiento.
La mayor parte del tiempo no lograba ser parte de ese selecto grupo, pero cuando si lograba ganarme ese pequeño premio, me sentía orgullosa. No porque los libros fueran algo difícil de conseguir o tuviéramos prohibido leerlos, sino porque era un buen motivo para molestar a los que no habían conseguido uno.
—Adelante. —solía decir Trev, uno de los vigilantes.—Aunque realmente no es que sea algo tan bueno.
En realidad, él tenía mucha razón. En un mundo donde los ángeles, demonios, vampiros y brujos si existían, ese tipo de libros no eran más que una tontería.
Aun así, era algo que me gustaba. Un placer gustoso.
Podía leer en dos días un libro donde había guerras entre especies mágicas como unicornios, trolls, duendes o gigantes de hielo. Pensaba que mi misma especie antes era consideraba algo parecido a ellos, y era increíble leer que creían o esperaban que hiciera con estos genes que nunca desee.
Cuando los orfanatos dejaron de recibirme al cumplir los doce años, ya no tuve acceso ni interés en leer más de esos libros. Entre mis viajes, trabajos o días donde estaba herida, leer no era una mis prioridades. Por eso, al entrar en esa enorme casa abandonada, no pude evitar regocijarme.
Quizá ese mi día de suerte.
Me habían contratado para una trabajo simple: recuperar la herencia familiar de un alcalde que había sido casi quemado vivo en su propia casa. El hombre vivía de incógnito en una aldea vecina y estaba desesperado por tener de vuelta con él un reloj viejo y que era de su difunto abuelo. No era algo que realmente valiera la pena, pero la paga valía la pena.
En cuanto entre a la casa camine hasta la biblioteca, en donde estaba el reloj. Una coincidencia que aprecie mucho. Irónicamente, cuando entraron a quemar la casa del hombre, la biblioteca no había sido dañada. Había libros en el suelo y algunos rotos, por lo que supuse que quizá habían entrado a hurtar algunos objetos de valor antes.
Leí de reojo títulos conocidos para mí. La mayor parte era de política e historia, pero también había de fantasía. Tomé uno que me llamó la atención al no ser conocido para mí. "El Último Unicornio."
Lo abrí solo para darle una ojeada. Y no espere ver un pequeño unicornio azul en la primera página, moviéndose juguetonamente frente a mí. No pensé en soltar el libro por la sorpresa.
¿Qué rayos...?
De repente, el unicornio dio un salto fuera del libro y con una fuerza que no imagine que tendría, me volteo al suelo. Tomó el tamaño de un caballo y giro un par de veces antes de formar un remolino de viento que hizo revolotear los libros por el aire. En medio de la confusión me cubrí el rostro y me puse de pie. Tenía que salir de ahí.
Sin embargo, antes de que diera un paso al frente, todos los libros cayeron al suelo. Y el unicornio desapareció. Me quedé parada como una idiota viendo a suelo, hasta que escuché algo que me hizo enfurecer.
La risilla de un hombre.
Alguien más estaba ahí, y se burlaba de mí. Después de unos segundos, comprendí todo.
De un salto me trepé en la escalera y busqué desesperadamente la estúpida caja de madera que estaba oculta entre los libros. Una vez que la vi, supe que era tarde.
El reloj ya no estaba ahí.
Baje de vuelta y de un golpe derrumbe el estante de libros. Un wiccan me habían tomado con la guardia baja, y gracias a eso me habían robado un trabajo. Todo por un estúpido libro.
Salí dando de patadas a todo lo que había en mi camino. Era mi culpa por tomarme esa misión como algo sencillo, pero estaba segura de algo.
Ese tipo me las pagaría algún día.
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