3. La marca maldita
Creo que desde que tuve consciencia de mi existencia, entendí que nada en ese mundo era del todo normal o fácil.
La mayor parte de mi vida la había pasado huyendo de un lado a otro, sin tener una casa o alguien en quien confiar. Y eso estaba bien para mí. No era algo que me gustará, pero tampoco rogaba tener una familia o una vida normal. Consideraba que ser un híbrido era lo mejor que me podía pasar si veía a los humanos a mi alrededor.
Incluso llegué a sentirme afortunada por ser un híbrido vampiro y ángel. Me había salvado del sello maldito con los que nacían los humanos que eran hijos bastardos de un ángel y los condenaban a morir a sus dieciocho años. Eso era lo único bueno en mi vida. Tener sangre de un demonio no era tan malo si se vea desde ese lado.
O eso creí hasta ese momento. Todo eso se había ido al diablo en cuanto note la marca que tenía en mi pecho.
No entendí que era lo que había pasado. Los híbridos de un ángel y un demonio no deberían tener algo así. Ni siquiera era la misma sello. Era distinto y más aterrador de los que había visto de pequeña.
Al no obtener información de personas del medio, no tuve más opción que pensar en grande. Si esta marca no era algo de conocimiento popular, debía ser algo más grande. Algo que solo los ángeles o un demonio mayor podría saber. Y ellos radicaban en las grandes ciudades.
Era casi una regla no dicha que un mestizo no entre a la ciudad. Los Moderadores tenían más control sobre ella, y muy pocos híbridos lograban salir vivos. Tuve que ser cuidadosa al entrar y moverme en público. No llamar la atención, evitar servicios del gobierno. Tuve que estar prácticamente entre las sombras hasta que el olor tan particular de un demonio de jerarquía alta me llamo la atención. En un gran edificio privado.
Entrar fue ahí fue el menor de mis problemas. Buscar algo que me diera pistas sobre la marca era lo más difícil. Poner algún libro o pergamino de ese tipo en una biblioteca era lo más obvio, así que ni lo busque en ese lugar. Vi en galerías, departamentos, incluso en los baños. Y lo encontré en uno de los subsuelos.
Un maldito subsuelo lleno de artefactos que me ponían la piel de gallina.
Cuchillos, hachas, espadas, libros... Cientos de ellos perfectamente acomodados en las paredes. Nada de eso era algo raro de ver, pero su aura era siniestra. Tenían algún tipo de poder que me daba muy mala espina.
Y como si eso no fuera malo, la marca de mi pecho empezó a quemar. Para mí, eso fue una señal de que de alguno modo u otro estaba relacionado.
Camine lentamente, observando todo lo que había a mi alrededor. Mantenía la esperanza de que pudiera encontrar algo que me diga que era esa marca, y como quitármela de encima. No esperaba que fuera fácil encontrar la respuesta.
Pero fue más fácil de lo que creí. Abia un gran libro con tapa negra que tenía estampado en el lomo la misma marca que yo. Lo tomé sin dudar y lo abrí con desesperación. La primera página decía "Cruzada de Dios."
Pase las páginas sin saber qué hacer. Nada de lo que decía ahí realmente tenía sentido para mí. Hablaba de un juego en el que los ángeles de primera categoría participaban por el título de Dios. Los requisitos eran varios, pero el que más me llamo la atención era no caer en la tentación de un demonio, si no sería eliminado y repudiado por su raza. Si lograba todos los requisitos, entraba a las conocidas "Cruzadas", donde debería conseguir todas las reliquias sagradas necesarias para poder abrir las puertas al Primer Cielo, y cuando llegarán ahí, debían hacer un sacrificio humano del fruto de las dos especies enemigas: un demonio y un ángel.
Un sacrificio que era marcado cuando se iniciaran los juegos con la misma marca que yo tenía ahora mismo en mi pecho.
Sentí que me faltaba el aire, y solté el libro mientras retrocedía. No podía ser cierto.
Me había salvado de la muerta, ¿verdad? Nací sin el Sello Maldito, pude sobrevivir hasta ahora. Ningún Moderador había podido alcanzarme, ningún otro asesino logro matarme. Entonces, ¿Por qué ahora debía morir?
En ese momento me desesperé. Todos los deseos que había ocultado desde que era pequeña florecieron. Tener una familia, una casa en la ciudad. Salir a comer a la calle sin necesidad de sentirme perseguida. Tener amigos, alguien en quien confiar.
Todo eso nunca fue una opción para mí, y ahora entendía que de alguna manera u otro, los híbridos como yo debíamos morir.
Nacíamos con una maldición que nadie, ni el mismo Dios, nos podría quitar.
Sin darme un momento para poder re asimilar las cosas, la puerta del subsuelo se abrió. En un ataque de ira giré y manipulé mi sangre para poder eliminar al intruso.
Sin embargo, no funciono.
De hecho, mi brazo izquierdo cayó al suelo en un ruido sordo, dejándome anonadada mientras observaba como mi antebrazo izquierdo goteaba.
—Los mestizos son tan idiotas...
El chico habló. No parecía ser mayor que yo. Su cabello rubio oscuro caía sobre su frente, y tenía una sonrisa petulante en su rostro. Su ropa blanca contrastaba de manera atroz en los muros de aquel lugar, y su espada estaba empapada de sangre.
Mi sangre.
Intente preguntarle qué quería. Porque me había puesto esa estúpida trampa. Porque debía morir.
Ni buen abrí la boca, sentí un profundo dolor en el pecho, y observé el lugar de donde provenía el dolor. Si hubiera tenido energía, habría gritado al ver la mano salir de la boca de mi esternón.
Como si fuera un pedazo de carne, la mano salió de mi cuerpo y caí como una piedra en el suelo del lugar. El aire no salía ni entraba, no sentía mis extremidades restante.
¿Eso significaba ser un sacrificio humano?
¿Realmente así moriría?
—Oye, perro, llévate al mestizo al altar. No tengo ganas de ver algo así... Y trae un cambio de ropa, me salpico su sangre.
Perro. Tomo un poco entender que ese "perro" debía ser el demonio que había sentido. Y el chico que se iba era un ángel.
¿Qué rayos hacia un demonio de alta jerarquía con un ángel?
¿Y cómo seguía viva?
No pude pensar mucho en eso. Cada vez estaba menos consciente de las cosas a mi alrededor. Me costó notar que ya no estaba en el subsuelo, sino subiendo por las gradas en brazos del demonio.
Antes de que mis ojos se cerrarán y cayera inconsciente, escuche un suspiro lastimero del demonio.
—Que poca suerte tuviste en esta vida, Karma.
Estúpido perro.
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