Biitoon - Espere por ello
Desconocía si la muerte lograría separarnos a Namid y a mí, pero el fuerte Richelieu sí que lo haría.
La noche era demasiado densa para siquiera poder respirar decentemente tumbada boca arriba. Tenía los pies helados a pesar de las brasas que fulguraban al final de la cama. Daba vueltas y vueltas, de nuevo como una marioneta movida por los hilos del insomnio. Jeanne y Antoine tampoco dormían, puesto que, si agudizaba los tímpanos, podía advertir sus voces acaloradas conversar. "Probablemente estarán planeando el viaje", pensé, sin saber que el arquitecto estaba haciendo todo lo posible para conseguir que yo me quedara en Quebec. En mi corazón, ya había admitido sin resistencia que nos marcharíamos: precisamente estaba preparando la despedida. ¿Cómo decir adiós cuando tan siquiera has cesado de partir?
Namid lo sabía..., sabía que acabaríamos tomando caminos dispares si el conflicto estallaba. Por ese motivo estaba apesadumbrado al abrazarme en el aula. Sin embargo, no se había dignado a aparecer desde entonces. ¿Estaba siendo egoísta, una niña malcriada a la que poco le importaba la guerra e imponía sus necesidades de amorío adolescente a las responsabilidades adultas? Quizá sí, quizá no. Como Antoine, el enfado que sentía hacia el exterior, hacia el mundo, era tan inmenso como los pliegues de mis sábanas.
Si Namid no hacía acto de presencia, sería yo la que lo buscaría.
‡‡‡
La pareja me pidió con amabilidad que me quedara unos instantes a platicar con ellos tras el desayuno y me preparé para las ordenanzas cuya aceptación había labrado a lo largo de toda la noche.
— Cat, me entristece enormemente tener que demandarte esto — empezó a hablar Antoine —, pero tu hermana y yo hemos decidido viajar sin dilación a Montreal.
— ¿Cuándo? — intenté forzar una sonrisa. Éramos una familia y, como tal, debíamos de permanecer unidos.
— Mañana, al amanecer — musitó con cierta culpabilidad —. Cat, yo...
— No tenéis que disculparos.
Quise extenderme más en mi parlamento, pero mi carácter reservado me lo impidió. Jeanne me estrechó la mano y me hizo mirarla.
— Sabemos lo importante que la escuela es para ti, lo feliz que eres en Quebec, pero solo será temporal. En cuanto Antoine cumpla con su trabajo, regresaremos de inmediato. Te lo prometo.
Yo le apreté la mano e incliné la frente para que me la besara. "Mañana...., nos vamos mañana", clamaba mi subconsciente.
— No tenéis por qué permanecer en casa de Thibault..., comprendo que sea incómodo para ti volver a encontrarte con Étienne — dijo Antoine.
— Somos amigos, prefiero su compañía — aclaré simplemente.
Los dos se miraron profundamente, tal vez todavía dubitativos respecto a su decisión. Jeanne me volvió a besar y añadió con una media sonrisa:
— Florentine se encargará de tu equipaje. Anda, vístete.
"¿Para qué tengo que vestirme?", fruncí el ceño.
— ¿Vamos a algún sitio?
Mi hermana me situó un rizo detrás de la oreja y respondió:
— Claro que sí, pajarito. Te quedarás en el poblado de Honovi hasta que sea la hora de partir. ¿A qué estás esperando? ¿Te ha mordido la lengua el gato?
‡‡‡
— ¿Por qué estás haciendo esto? — le inquirí a Jeanne mientras los criados ataban mi pequeño macuto a Algoma en el jardín trasero.
Sinceramente me cuestionaba la razón por la cual me habían permitido pasar el resto del día y la noche en el lugar donde más anhelaba permanecer. Mi hermana se echó a reír y me revolvió el rodete que mantenía decente mi melena.
— Tendrás que informarles de nuestra marcha y dejarles ciertas directrices sobre la rutina de la escuela, ¿no?
— No estoy bromeando, Jeanne — rebatí, de buena gana insatisfecha.
— ¿Por qué iba a hacerlo? Tonta, porque te quiero.
No pude evitar no lanzarme a sus brazos. Le estaba profundamente agradecida.
— Es lo mínimo que puedo hacer. Por cuestiones ajenas a ti, te vamos a alejar de tus alumnos y amigos. Te lo repetiré hasta la saciedad: solo quiero que seas dichosa. Si esta es la forma de compensarte en cierto modo, que así sea. ¡No me mires así, no hay tiempo que perder!
‡‡‡
Antoine, mi guía en la senda a caballo hasta el poblado, se esforzó en indicarme, paso por paso, las direcciones correctas para que yo memorizara el camino de vuelta. Intenté atenderle de la forma más diligente posible, pero a decir verdad me sentía extremadamente nerviosa y ansiosa al mismo tiempo. Apretaba las riendas y el corsé me ardía en la espalda.
— No le cuentes a tu hermana que te he metido pasteles en el macuto. Me acuchillará mientras duermo.
Inevitablemente, me eché a reír mientras me ayudaba a bajar del corcel. Ya en el suelo, situé la bolsa de piel sobre el hombro y observé la estela de las hogueras a escasos metros de distancia.
— ¿Te acompaño? — sugirió.
La sombra del humo teñía el manto de estrellas con una neblina mágica. "No debes tener miedo, Catherine. Estás en casa", afirmé para mis adentros.
— Iré sola — sonreí tímidamente —. Gracias por esto, Antoine. Seré responsable.
— Siempre lo eres — me devolvió la sonrisa —. Nada de lo que hicieras provocaría que te quisiera una pizquita menos — sus afectuosas palabras me tomaron por sorpresa y di un respingo cuando me apretó las manos con candor. Bajé la mirada, tímida —. Naciste libre, Catherine. No lo olvides. Nunca te arrepientas de ser tu misma y de obrar con el corazón. Nadie podrá reprochártelo.
‡‡‡
El correteo de los niños alrededor de los primeros tipis que inauguraban el poblado me dio la bienvenida. En un parpadeo, se detenían de sopetón y me saludaban enseñándome toda la hilera de dientes, contentos porque su maestra hubiera decidido visitarles. Ya me sabía los nombres de la gran parte de ellos, fueran mis alumnos o no, así como a la familia a la que pertenecían. ¿Cuántos padres partirían a la guerra dejándoles atrás?
— ¡Waaseyaa! — me reconoció Onida al llegar al epicentro. Enseguida corrió a saludarme con un fuerte abrazo —. ¿Por qué aquí?
Mitena y Huyana no se demoraron en llegar.
— Estoy de visita — me eché a reír —. ¿Puedo quedarme?
Elevé el macuto para hacerles entender que pretendía pasar la noche con ellos y la líder del clan lo comprendió al vuelo. Asintió agresivamente y me cogió de la mano, tirando de mí con tanta fuerza que no tuve tiempo siquiera de seguir conversando con el chamán y su esposa.
— Espera, no corras tanto — seguí riéndome, arrastrada —, voy a caerme.
En minutos alcanzamos la tienda de Honovi, en la que le había curado sus heridas, y supuse que querría informarle. Me hizo entrar y lanzó el macuto a un rincón de cualquier manera. Encontré al jefe sentado junto a un pequeño fuego, fumando, en compañía de su hijo Inola. Los dos alzaron la vista y Huyana les habló muy rápido, con una expresión profundamente ilusionada.
— Señorita Waaseyaa, es un honor tenerla aquí — para levantarse, Honovi requirió la asistencia de Inola. Los muñones seguían profundamente vendados, pero estaban cicatrizando a la perfección —. ¿A qué debemos su presencia? Mi mujer acaba de decirme que desea pernoctar aquí.
— Bueno... yo..., esto... — carraspeé —. Debí de haberles hecho saber que planeaba hacerlo.
— De ningún modo — se echó a reír —. Sabe bien que nuestro poblado no requiere de finas invitaciones, puede entrar y salir como guste. Pero Honovi es un viejo listo, veo preocupación en sus ojos, tristeza..., ha venido por algo.
Tragué saliva al verme acorralada por su inteligencia. Miré a Huyana automáticamente y ésta salió del tipi sin darme la opción de huir con ella. Si Honovi era sabio, su compañera lo era el doble. Inola nos observaba inexpresivo.
— Siéntese. Honovi encuentra muy agradable hablar con la señorita Waaseyaa.
Le hice caso y tomé asiento sobre las pieles, frente a ellos. El primogénito siguió fumando de una especie de pipa de madera, mientras que Honovi se acomodó y me miró como lo haría un abuelo con su nieta más predilecta.
— Dispare. Es más callada que las mariposas.
— ¿Le importaría que pasara la noche aquí? — intenté enmendar mi falta de educación.
— Honovi ya le ha dicho que no tiene que pedir permiso — volvió a reírse —. Dígame, ¿el señor Clément ya se marcha de Quebec?
¿Era aquel hombre adivino?
— ¿Cómo lo sabe?
— El señor Turner nos visitó ayer — fumó de la misma pipa, echando un círculo perfecto de humo —. Tarde o temprano tenía que responder a sus obligaciones, a todos nos llega la hora. ¿Está disgustada por eso?
— Tengo que comprenderlo. No entiendo en demasía sobre conflictos bélicos.
— Tener. Deber. Esa no es una respuesta válida. Usted se va con ellos, ¿verdad?
Podría haber extendido aquella conversación en rodeos, en respuestas carentes de sinceridad, pero aquellos comportamientos eran innecesarios cuando se trataba de Honovi. Él entendía tus sentimientos mejor que tú mismo.
— Sí — hice descender la barbilla.
— Honovi lo suponía. Por ello le han permitido que acuda a nosotros a solas y pase sus últimas horas en el poblado. Partirán pronto, si no me equivoco.
— Mañana al amanecer — dije en un hilo de voz —. Vamos a Montreal, Antoine debe ayudar en la reconstrucción de los fuertes cercanos.
— Volverán. Honovi sabe que volverán. Los cielos lo dicen — me sonrió —. ¿Por qué ha elegido este lugar como despedida? ¿No prefiere estar con su hermana?
— Jeanne vendrá conmigo, vosotros no — apreté los labios para no ponerme a llorar. Estaba harta de las lágrimas —. ¿Qué dicen los cielos sobre eso? — hablé con rabia sin quererlo.
— No hace falta leer los mandatos del cielo para saber que nos aprecia con todo su corazón y no desea dejarnos atrás.
Inola crispó la espalda al ver cómo yo apartaba el rostro para retener la segunda oleada de llanto.
— Mi vida parece una moneda que gira y gira en adioses continuos — lamenté —. Después de todo lo que hemos luchado para...
— ¿Vida? — me detuvo con tacto —. Señorita Waaseyaa, usted no ha empezado a vivir todavía. Cuando lo haga, se dará cuenta de que la vida es un continuo adiós, como el día necesita a la noche o la tierra al agua. Al nacer decimos adiós, al morir también. Del único ser del que no podemos despedirnos nunca es de nosotros mismos, de nuestra alma, de los recuerdos. Permanezca en el presente y verá que está repleto de reencuentros.
Nuestros ojos se encontraron y supe entonces que me esperarían.
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