Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Aanjise - Ella cambia


A medida que Thomas Turner me hablaba sobre los distintos tipos de pieles y fingía interés, la estela de la confesión pisaba mis talones. Oculté mi rostro en la vasija de té y analicé mis posibilidades: si le contaba lo que había sucedido la noche anterior, existía el riesgo de que también le hiciera saber lo ocurrido en el bosque; por otra parte, si no lo hacía, me convertiría en una mentirosa, traicionaría la confianza de todos los que me rodeaban y encubriría a un indio. "El engaño convierte a una persona respetable en una marioneta de su propios demonios", decía mi padre. Sus palabras me taladraban. Yo no era una embustera. Tampoco quería morir a manos de un salvaje por mi propia idiotez. Pero algo había cambiado: no estaba tomando decisiones en base a mí, buscaba no ponerle en peligro a él. Me repugnaba darme cuenta de que pensaba aquello.

- Señorita, alguien ha dejado esto en la entrada.

Florentine dejó sobre la mesa, al lado de las pastas de anís que me hacían la boca agua, una suerte de bolsita de piel anudada con una cuerda. Era pequeña, cabía en la palma de la mano. Thomas Turner parecía más ofendido por la interrupción que interesado por aquel paquete rudimentario.

- ¿Esperaba correspondencia? Debe de ser un regalo del señor Clément. – dijo, impaciente por continuar con sus lecciones.

Hoy no era el día en el que llegaba el correo.

- Deben de haberlo dejado muy temprano. Estaba junto al portón cuando nos hemos despertado. He preguntado a todos los miembros del servicio, por si alguien lo había extraviado, pero nadie sabe de qué se trata. – me explicó Florentine.

- Espere un momento. – se alertó Thomas Turner. – Hoy no traen el correo.

Antes de que pudiera cogerlo, me lo arrebató. La nuca empezó a sudarme: temí lo peor. "Estás delirando", intenté tranquilizarme.

- Déjeme ver. – lo examinó. – Esto es piel tratada por indios. – se puso pálido.

- ¿Qu—qué? – balbuceó Florentine.

La cicatriz de su labio regresó con la fuerza de un sol desértico. "No. No. No. No puede ser", negué. Thomas Turner estaba demasiado ocupado estudiando los detalles del tejido para reparar en la palidez de mi rostro. Si me hubiera mirado en aquel momento, habría descubierto de inmediato nuestro secreto. No podía compartir confidencias con un indígena. El malnacido había vuelto al amanecer para dejar aquello en mi puerta. Podía llegar a mí con facilidad, el mensaje estaba claro.

- Esta perfección en el tratamiento de la piel solo puede ser obra de un ojibwa. ¿Cómo diantres ha llegado esto a su puerta? ¿Dice que nadie ha visto al mensajero? – Florentine ratificó con la cabeza, nerviosa. – Pero..., es imposible.

Como si yo pudiera rebatirle aquella imposibilidad, buscó mi mirada. Me encontró con la cara gacha y no la elevé. Estaba asustada, pero por razones que ninguno de los dos alcanzaba a comprender, y eso jugó a mi favor.

- El señor Clément no tiene ningún trato con los indios, ¿por qué dejarían esto en su puerta? – me ignoró. Una niña como yo no podía tener nada que ver con aquella tribu de nombre impronunciable. — ¿Han venido indios por aquí últimamente? – le preguntó a Florentine.

- No, de ningún modo. – respondió.

- Señorita Catherine, ¿sabe algo sobre esta broma de mal gusto? – se dirigió a mí súbitamente.

- ¿Yo? – no me salió casi la voz, nerviosa. – En absoluto.

Si hubiera percibido que Thomas Turner sospechaba de mí, habría dicho la verdad, pero me había preguntado por cortesía. Los asuntos de Antoine o de la organización de la casa no me concernían, así que si tenía algún asunto con los salvajes, yo sería la última en enterarme. Además, prefería ver el contenido de la bolsita antes de precipitarme en acusaciones. Estaba convirtiéndome en una embustera por culpa de aquel indio. Sentía unas ganas tremendas de abofetearle, aunque me costara la muerte. Me generaba emociones violentas que no había experimentado hasta aquel momento.

- Veamos qué hay dentro, maldita sea. – farfulló, impaciente.

Con las manos manchadas, estiró la fina cuerda que mantenía cerrada la bolsita y la abrió un poco, introduciendo los dedos en el interior. Vi cómo los movía, como si estuviera acariciando unos polvos, y sacó un poco al exterior, extendiendo el misterioso regalo sobre la mesa. Florentine se acercó, al igual que yo, para poder dilucidar de qué se trataba. Nos mostró una especie de tiras ocres, muy finas, que se asemejaban bastante a la corteza de un árbol. Muchas de ellas estaban machadas y formaban una maraña marrón de hilos semitransparentes que parecían astillas alargadas.

- Es raíz de bardana. – escuché a Florentine tras de mí.

- ¿Qué? – dije, confundida.

- Su criada tiene razón: es bardana. Es una hierba medicinal que se extrae de las raíces de una planta que se posee ese nombre. Los ojibwa la emplean para curar muchas enfermedades, dicen que limpia la sangre y alivia dolores. – la desmenuzó con los dedos. – Es difícil de conseguir. ¿Por qué alguien dejaría esto en su puerta?

Florentine me miraba de refilón: como yo, no había tardado en relacionar la hierba medicinal con mis heridas. Las casualidades comenzaban a amontonarse, estrechando el cerco de mi engaño. Yo movía los pies compulsivamente debajo de la mesa. Me era difícil afirmar categóricamente que aquel indígena sin nombre ni pudor había tenido la magnífica idea de regalarme una bolsita llena de bardana para acelerar mi proceso de curación.

- No tiene ninguna lógica. – seguía diciendo Thomas Turner. – Eso es un obsequio que un ojibwa no entregaría a un blanco, a no ser que les uniera un vínculo afectivo. El señor Clément no tiene amistades indígenas.

Permanecí en silencio, aparentando similar desconcierto. Me preocupaba que Florentine expresara sus deducciones en voz alta, pero no dijo ni una sola palabra. Thomas Turner continuó divagando durante eternos minutos, hasta que se dio por vencido y se propuso preguntarle a Antoine sobre lo ocurrido cuando regresara. Si me daba prisa, tal vez no caería en la cuenta de que aquellas hierbas eran para mí.

- ¿Qué debería de hacer con la bolsita? – preguntó Florentine.

- Ni se le ocurra desecharla. No es veneno, es una hierba muy valiosa. – añadió Thomas Turner. – Quien la haya enviado no es una amenaza. ¿Por qué no la usa usted, señorita? Le vendrá bien para su recuperación.

Agaché el rostro, sin aceptar directamente el presente. Florentine guardó las pequeñas muestras que Thomas Turner había extraído de nuevo en la bolsita y la cerró con expresión desconcertada.

- Le prepararé un té.

- Estaré arriba. – carraspeé. – Tengo un poco de dolor de cabeza.

Ambas intercambiamos miradas. Florentine era conocedora de que la bardana me pertenecía a mí y que había sido un indio temerario el que se había atrevido a dejarla en la entrada. Comprendió al instante por qué deseaba subir a mi cuarto lo antes posible y se marchó con pies silenciosos, dispuesta a colaborar.

- También le vendrá bien para su dolor de cabeza. – retornó a engullir Thomas Turner. Ni por asomo pensaba que yo pudiera estar involucrada. – Averiguaremos lo ocurrido cuando regrese su hermana. Quizá tiene un admirador indio y lo desconoce.

Se echó a reír exageradamente, como lo hacía con todo, y su boca se ensanchó al máximo. Los trozos de comida bailaban en su mandíbula y la risa le hizo escapar algunos sobre mi plato semivacío. Forcé una sonrisa bastante pésima.

Sí, había un admirador indio, pero no estaba cortejando a Jeanne Olivier.


‡‡‡‡


Florentine llamó a la puerta tres veces antes de entrar. Lo hizo cabizbaja, sosteniendo una taza humeante que impregnó la habitación con un olor singular de agujas de pino abrasándose. Yo estaba sentada junto al ventanal, ya que había movido la elegante silla del tocador hasta allí para poder asomarme, y traspasaba las piedras de la noche anterior de mano en mano. Se aproximó y observó con lo que estaba jugueteando. Me las guardé en el pequeño bolsillo que se ocultaba en el bajo del vestido a la altura de la cadera.

- Le traigo el té de bardana. ¿Cómo se encuentra?

Le cogí la taza y la sostuve por el platito que la cargaba. El agua se había tornado amarronada, un poco rojiza, como su piel. Emanaba un tacto a tierra. Soplé un par de veces después de darle las gracias.

- Es por la falta de sueño. – respondí.

- ¿Sigue molestándole el nogal? – se interesó con los puños cerrados sobre el vientre. – El té la relajará. Podría descansar en la habitación de la señorita Jeanne hasta que regrese, allí no le molestarán los ruidos.

No me había planteado aquella posibilidad. Sin embargo, los diminutos pedruscos prendían en mi faldón. No podía actuar como si no existieran. Algo me decía que debía de permanecer en mi cuarto y afrontar el insomnio, no porque quisiera enfrentarme a mis miedos..., quería desenmascararle. Sus apariciones se habían convertido en un misterio del que afirmaba renegar, pero lo cierto era que, en una parte desconocida de mi interior, buscaba respuestas. Si hubiera tenido más ocupaciones y un esposo al que entender, habría desechado aquella diversión, pero mi vida era demasiado insípida y vacía.

- Debería de hacerse un té para usted también. – añadí.

Al dar el primer sorbo, noté un fuerte sabor a madera. "Él ha traído estas hierbas", repetí en mi mente. Me las había regalado para que me recuperara lo más pronto posible. A mí. Para que me curara. Sentí que al beberlas su presencia navegaba por el interior de mi boca. Estaba dentro de mí de una forma que me produjo escalofríos. Una sensación placentera se acopió de mi estómago y de nuevo volví a encontrarme insólitamente atada a aquel desconocido.

- ¿Yo? – se sorprendió. – Es para usted, señorita, lo necesita para curarse mejor.

- Hay de sobra para todos. – le sonreí tímidamente. – Además, no es solo para mí.

Tanto Florentine como yo sabíamos que estaba mintiendo. Thomas Turner podía pasarse horas deduciendo por qué un indio había dejado un regalo en nuestra entrada, pero ambas conocíamos todos los detalles de la casa, la rutina, el día a día de todos sus habitantes: Antoine no tenía ningún trato con los indígenas, ni presente ni venidero, y la única que estaba enferma era yo. Florentine parecía estar cuadrando todas las piezas sobre mi comportamiento errático y lo extraño de mi desaparición. Sin embargo, no soltaba prenda, desconocía si por protegerme o porque no estaba segura de sus deducciones. Tal vez esperaba que yo finalmente hablara. Tarde o temprano tendría que hacerlo.

- Agradezco que haya pensado en mí, señorita. – se ruborizó un poco.

- Tómese todas las tazas que desee. – pegué otro trago. – Es delicioso.

Me inclinó la barbilla, contenta, y salió de la habitación en silencio. Apuré el contenido de la taza y observé el poso arenoso que se formó. Había aceptado beberme su té. ¿En qué me estaba convirtiendo? Mi sentido común gritaba que no podía ser posible que yo fuera tan importante para él, pero era real, había ocurrido. ¿Volvería aquella noche? Pensé que debía de hacerme la tonta y no salir de la cama, como si no estuviera, pero deseaba verle una vez más para asegurarme de que sus ojos eran dorados y no negros. "Sabes que son dorados, Catherine, niña estúpida", suspiré.

Y lo sabía, pero no me importaba.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro