Chapter fifteen
MALDICIÓN POTTER
Thea se encontraba leyendo un viejo libro que descubrió en la biblioteca la semana pasada, estaba tan metida en el que sus hermanos comenzaban a molestarla.
— ¿Otra vez con ese libro? — se quejó Hades.
— Creo que incluso se va a bañar con ese libro — murmuro Tyler para molestar a su hermana.
Julián golpeo a Tyler y Hades con un cuaderno en la parte trasera de sus cabezas.
— ¡Oye! — exclamaron lo dos quejándose.
Stephen se acercó a Thea al verla tan concentrada en aquel libro entre sus manos.
— ¿Qué tiene de especial ese libro que me ha robado a mi hermana? — preguntó Stephen con una sonrisa ofreciéndole una Rana de chocolate.
— ¿Sabias que existe una especie de maldición con los Potter? — preguntó Thea levantando su cabeza del libro tomando la rana de chocolate que le ofrecí Stephen.
— ¿De qué trata?
— Dice que los miembros de la familia Potter están destinados a una pelirroja, cabello alborotado y miopía.
La sonrisa en el rostro de Stephen se esfumó.
Hades no tardó en reírse de su hermano por la expresión en su rostro.
— Hermano creo que una chica va a robarte a tu chico — se burló Hades.
— Cállate, Hades — reclamó Julián. — Deja a Stephen en paz.
— Yo opinó que la próxima vez lo pongas a dar ocho vueltas a la cancha de Quidditch. — propuso Tyler.
Stephen se encontraba alejado a ellos, ignorando por completo sus quejas.
¿Sería posible que la maldición de los Potter incluyera a James? Que tontería, claro que lo incluía, es un Potter después de todo.
— Hey — Thea lo llamó tomándolo del mentón para que la viera. — He visto como James te mira, él no dejaría ir a un rubio guapo de Slytherin por una pelirroja.
Stephen sonrió.
Thea siempre estaba allí para él cuando la necesitaba, tal vez el día que necesitara sanar un corazón roto ella sería la primera en estar a su lado.
James y Stephen estaban revisando los corredores, les había tocado la guardia juntos.
El Slytherin permanecía en constante silencio, algo bastante inusual ya que era el primero que hablaba con datos curiosos que James no tenía la menor idea que existían.
— ¿Todo bien? — preguntó el azabache de gafas a su pareja.
— Si — mintió Stephen. — Solo estoy cansado.
James fingió que le creía.
— Sabes, escuché hace unos días que si alguien te regala un pingüino significa que te quiere para toda la vida ¿cuándo me darás mi pingüino?
El rubio se encogió de hombros intentando no emocionarse por el hecho de que James comenzaba a leer datos curiosos.
— No creo que te lo de — se sincero. — Probablemente se lo termines dando a la pelirroja de tu maldición.
— ¿Qué maldición? — preguntó James deteniendo su andar.
Stephen pasó su mano por su cabello. Si quería que James fuera sincero debía de decir lo que le molestaba en ese momento.
— Thea ha estado leyendo varios libros de la biblioteca — comenzó a hablar mientras camina más lento. Quedaba solo revisar el Gran Comedor y las cocinas. — Leyó algo sobre la maldición de los Potter.
— ¿Maldición de los Potter? ¿A qué se refiere?
— Se dice que los miembros de la familia Potter los del linaje masculino están destinados a una pelirroja, cabello alborotado y miopía.
James se detuvo. Entendía todo.
Stephen no estaba enojado, tampoco estaba triste. Estaba celoso.
Celoso al creer en una maldición que involucraba generaciones familiares antes que él.
— Bueno — habló James rompiendo el incómodo silencio. — Nosotros seremos la excepción. Seremos quienes rompamos la maldición de los Potter.
— ¿No me cambiarás por una pelirroja o pelirrojo?
— ¿Bromeas? — preguntó James. — No voy a cambiarte, no voy a cambiar a la persona que me hace feliz día con día. Quien hace que un día gris se convierta en un día soleado. Aquel que me ayudo a vencer cada miedo de estar juntos y pudimos romper las barreras del que dirán.
Stephen sonrió. Sonrió al escuchar como James le juraba de alguna u otra forma un amor eterno. Un amor perpetuo.
Se acercó al azabache tomándolo de las mejillas mientras juntaba sus labios en un beso necesitado.
Uno que les quitaba el aliento y borraba cada inseguridad, cada miedo y dejaba la huella del otro impregnando en su ser.
— Te regalare un pingüino.
— Más te vale, Arcane.
Stephen tomó de la mano a James, sin duda alguna los felices para siempre si existían y estaba viviendo uno.
Se sentía en un cuento de hadas.
Pero cante una victoria en un mundo que no aceptaba aún las relaciones en personas de su mismo sexo.
Decir un para siempre estaba sobrevalorado entre un Arcane y un Potter.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro