Epílogo
Frené el auto una vez llegamos.
Daniel estaba sentado a mi lado, en el asiento del copiloto. Me miraba con esos profundos ojos que tiene, esos ojos que tanto me encantan.
Luego del accidente, aún tenemos ciertos traumas si con respecto a autos se trata, pero juntos los hemos ido superando.
—Te amo muchísimo... —dijo mirándome fijamente.
Sentí un nudo en la garganta. Las lágrimas se acumularon en mis ojos.
No podía responder, las palabras no salian de mi boca.
—Yo también te amo, hijo... —respondí con la voz estrangulada.
Si tan solo supiera que solo por él mi corazón sigue latiendo. Pero claro que lo sabe, aunque a veces debo aparentar ser más fuerte de lo que soy en realidad.
Intento no llorar frente a él. Nunca lo hago, pero este día es especial. En este día llorar esta permitido.
Bajé del auto antes que la tristeza me invadiera por completo. Daniel me siguió más tarde. Él ya sabía qué hacer, sabía el camino de memoria, el lugar específico.
Siete años recorriendo el mismo camino, cada mes.
Las hojas crujían bajo mis pies. El día estaba nublado, gris, apagado, igual que una parte de mis sentimientos.
Finalmente llegué frente a su casa.
No crean que toqué, por favor. Yo seguía viviendo con él. Más bien dicho, él seguía viviendo en mi corazón.
Acaricié la lápida y las lágrimas corrieron de mis ojos.
Quería gritar, quería llorar. Una parte de mí ya no quería seguir respirando. La vida me pesaba cuando se trataba de recordarlo.
Quité las lágrimas de mis ojos, pero ¿de qué servía? Si seguía doliendo como el primer día.
Leí atentamente lo que estaba escrito, como si no lo hubiera leído miles de veces ya.
Ethan Daniel Evans
R. I. P
Recuerdo de tu Esposa, hijo y amigos cercanos. Gracias por darnos la oportunidad de conocerte.
Un sollozo involuntario se escapó de mis labios, entonces no pude contenerme más.
Este era mi secreto. Solamente el silencioso cementerio, Ethan Daniel y yo, lo sabíamos.
Estaba destruida. Estaba quebrada.
—¿De qué me sirve llorarte tanto, si eso no te trae de vuelta? —pregunté en voz alta. —Tan solo quisiera abrazarte una vez más.
Lloré tan fuerte, que cualquiera podría sentir mi dolor al verme.
—¿por qué lo hiciste? —dije limpiando las lágrimas con rabia. —¿por qué giraste? ¡Podríamos habernos salvado ambos! —grité destrozada.
El silencio fue la respuesta. La respuesta más dolorosa.
Sabía que no era así. Sabía que sí él no hubiera girado hubiéramos muerto ambos. Pero, diablos. Lo extrañaba tanto.
—Te amo para siempre —solté más calmada. —Eres y serás el único amor de mi vida.
Me senté en un pequeño banco frente a la lápida. Solamente miraba mis zapatos y las lágrimas corrían.
—Hoy se cumplen siete años desde aquel día, y duele como si hubiese sido ayer. —susurré. —Al menos fuimos muy felices antes de que te fueras.
Me sentía tan mal, hasta que sentí sus pequeños brazos rodeandome.
—Aquí traje la maceta, mamá. —dijo Daniel extendiendome una maceta con una hermosa flor que apenas tenía brote.
Sequé mis lágrimas y le sonreí.
—¿Esta vez elegiste un girasol? —Le pregunté.
—Sí. —respondió dándose media vuelta y dejando la maceta cerca de la lápida. —Hola papá. —comenzó a hablar. —Mira... Te traje girasoles, la señora de las flores dijo que éstas eran muy bonitas para el verano... Yo se que las cuidaras muy bien.
Daniel era mi razón de vivir. Era un niño tan inteligente y el parecido a su padre me hacía sentir que aún estaba vivo, pero... Claro que estaba vivo.
Una persona solo muere cuando tu quieres, mientras tanto sigue viva. En tu mente, en tu corazón.
Si el día del accidente ambos hubiéramos muerto, Daniel se hubiera quedado sin padres. La historia de Daniel Evans se hubiera vuelto a repetir.
Un niño huérfano sin mucho que perder.
Quizás es tan doloroso para mí. Joder, si que lo es. Me pregunté tantas veces, ¿por qué las mejores personas tienen que morir?
Pero si Daniel hubiese sido egoísta no hubiera girado el auto. Y él no era egoísta.
Aquella fue su mayor demostración de amor.
—Papá, por cierto... ¿Le digo mamá? —se giró hacia mí. Asentí. —Soy el mejor de mi clase y cuando sea grande la maestra dijo que podría estudiar para lo que yo quisiera, ¡y yo quiero ser lo mismo que tú! Estudiaré para detective y atraparé a los malos como tu hiciste con muchos, ya mamá me contó...
Sonreí débilmente al escuchar lo que Daniel le decía a su padre. Siempre le enseñe que su padre lo amaba demasiado y que su conexión era muy especial.
Me puse de pie y le toqué el hombro a mi pequeño hijo, el cual se giró a abrazarme.
Comenzó a llorar en mis brazos, yo no entendí por qué.
—¿que pasa cariño? —pregunté acariciandolo.
Siempre le enseñe que llorar estaba bien, pero debíamos ponernos de pie y seguir adelante.
—Los papás de mis compañeros los abrazan porque los aman. A mi me gustaría que me abrazara de vez en cuando.
Se me rompió el corazón.
—Mi amor... Tu padre dio el mayor acto de amor al dar su vida por nosotros. Lo sabes, ¿no?
Asintió.
—Mi abrazo es el abrazo de ambos, porque tu padre vive en mí.
—¿en tí? —cuestionó.
—sí... Aquí —dije poniendo su mano en mi pecho. —y también allí. —dije apuntando el suyo.
—Es verdad, mami. Te amo mucho —me abrazó.
—y yo a ti, pequeño. ¿Que tal si nos despedimos de papá y vamos a visitar a la abuela?
—¡sí, a mi abuelita Rosa! —exclamó feliz. —¡A que no me atrapas! —dijo avanzando rápido hacia el auto por el sendero.
Lo miré sintiéndome feliz, porque él era un niño feliz.
—Hemos hecho un buen trabajo —dije mirando la lápida por última vez. —Hasta siempre, Daniel Evans... Porque si un momento prometí olvidarte, hoy prometo jamás olvidarme de tí.
Comencé a caminar por el sendero de vuelta al auto. Mi pequeño hijo aún estaba a mi vista, puesto que se había puesto a recoger algunas hojas.
Ustedes pensaran, ¿por qué tuvo que morir? Si era tan bueno.
Si... Lo mismo me cuestioné yo tantas veces, hasta que lo entendí.
Muchas veces podemos arrepentirnos y cambiar, pero nuestras acciones traen consecuencias.
Daniel fue tan bueno, se arrepintió y cambió. Pero él mató a muchísimas personas, tenía tantos enemigos que un final feliz sería poco creíble en su historia.
Así es la vida. Me costó entenderlo, pero una vez que lo entendí todo fue más fácil.
La vida es cruda, no es un cuento de hadas... Tanta gente mata y tanta gente muere, muchos son culpables y otros inocentes.
Por eso aprovecha el momento y recuerdales cuanto amas a aquellas personas, antes que sea tarde.
Tengo momentos de dolor, en especial en algunos días como hoy.
Pero soy feliz. Porque Daniel me Enseñó lo que era el amor verdadero y me dio al mayor amor de mi vida: mi hijo.
Nuestro hijo.
Él era la prueba de que nuestro amor no había sido un sueño, y no es un recuerdo más que se perdió entre siete años de vivencias... Es un amor para toda la vida.
Daniel Evans, prometo jamás olvidarte. Pero, ¿cómo olvidarte? Si después de todo, nunca pude cumplir mi promesa.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro