Capítulo veintiséis |Editado
Celeste
Apenas abrí los ojos, un fuerte dolor de cabeza hizo que los volviera a cerrar. Inmediatamente recordé todo lo que había pasado la noche anterior y sentí muchísima vergüenza.
Mis ojos pesaban y la angustia en mi pecho me inundaba.
Me puse de pie a penas y miré la hora en el reloj que estaba en el escritorio, me sorprendí al ver que daban las 13:21.
Entré al baño mientras tomaba mi cabeza, dolía demasiado.
De pronto miré mi reflejo y me sentí peor. Mi rostro estaba pálido y mis ojos hinchados, mi cabello se veía desordenado y enredado.
Cuando miré mi atuendo, sentí otra daga atravesando mi espalda, puesto que llevaba la misma poca tela de ayer.
Daniel no vino a despertarme hoy y el pensar eso fue otra daga. El siempre lo ha hecho desde el primer día en que desperté en esta casa.
¿qué esperabas, que actuara normal después de que lo llamaste como tu ex esposo?
idiota.
Me deshice de la ropa que traía y entré a la ducha con poco y nada de ánimo. Para cuando salí, algunas lágrimas seguían derramándose sin mi consentimiento.
Solo podía cuestionarme.
¿Cómo iba a acercarme a Daniel y mirarlo a los ojos sin sentir culpa?
Me vestí mirando mi delgado cuerpo en el reflejo del espejo que tenía en la habitación.
¿la tristeza que siento cesará algún día?
Porque realmente me sentía cansada.
Todo era mi culpa, por los malditos celos y por mis jodidos trastornos de personalidad.
Moví la cabeza intentando disipar esos pensamientos que no me hacían bien. Mi terapeuta me lo había dicho muchas veces.
Tomé del closet un crop top blanco que no me había atrevido a usar sin pensarlo demasiado.
Para la parte de abajo solo me volví a poner el pantalón de pijama y mis pantuflas con forma de botas que eran blancas.
Abrí las cortinas admirando el radiante sol.
Que ridículo ya que ayer estaba lloviendo.
No abrí las ventanas porque afuera había mucha humedad.
Hice la cama, ordené, tomé mi computador y tuve un impulso de prenderlo, pero no lo hice, no sé por qué.
Como no tenía nada que hacer, me sequé el cabello y luego lo planché haciendo que quedara más largo de lo normal.
Me maquillé un poco y decidí cambiar mi pantalón de pijama por un pantalón negro de algodón.
Una vez que me sentí bien conmigo misma, no sé de donde saqué fuerzas pero antes de procesarlo me estaba dirigiendo a la habitación de Daniel.
Necesitaba hablar con él, decirle que todo fue un error. Necesitaba pedirle disculpas.
Una vez frente a su puerta, no supe si tocar o pasar directamente, pero finalmente decidí golpear. Esperé unos Segundos pero nadie me abrió.
Giré el pomo de la puerta extrañada.
Me sentí un poco desilusionada cuando vi que no había nadie adentro.
En la habitación todo estaba pulcramente ordenado, eso reflejaba la personalidad de Daniel. Parecía que todo lo tuviere bajo control.
El color que dominaba en el cuarto era el negro. Las paredes eran blancas pero las cortinas, el cubre camas, los muebles y las decoraciones eran oscuras.
Recuerdo cuando luego de unos días viviendo aquí, llegó un camión lleno de muebles, decoraciones y demases. Aún faltaba mucho por decorar pero Daniel había insistido en que yo la decorara a mi gusto.
Aunque así como estaba me parecía muy bonita.
Daniel había remodelado toda la casa, por lo que no se podría decir que tenía los mismos muebles que cuando vivían Clay y su familia.
También recuerdo a los hombres que vinieron a reparar el baño principal luego de que fuera destrozado.
Abandoné el cuarto y bajé la escalera insegura. Mis pantuflas (las únicas que no había cambiado de mi atuendo) no hacían ruido al pisar, por lo cual todo se hacía más sigiloso.
Sentí un fuerte olor a comida y me acerqué entusiasta a la cocina. Reconozco que tenía hambre, ha de ser por la hora, pero la comida de Rosa olía demasiado bien en todo momento.
Mi cuerpo se detuvo al oír voces provenientes de la cocina, no sólo eran voces, eran risas, y muchas.
Contuve la respiración unos segundos y de pronto sentí un escalofrío, reacomodé lo que traía puesto.
Me acerqué a pasos lentos pero inmediatamente me arrepentí de hacerlo cuando los vi.
Daniel, Rosa y... Melissa, estaban sentados en la mesa. Todos estaban riendo mientras comían de eso que olía tan bien desde las escaleras.
Era la hora de almuerzo y parecían un familia feliz. Se veían realmente felices.
Melissa dijo algo que no pude procesar debido al estado en el cual me encontraba, pero si pude darme cuenta de cómo todos rieron.
Sentí la garganta seca y una sensación de desagrado. Daniel pocas veces estaba en casa para la hora del almuerzo y definitivamente nunca lo había visto tan feliz como ahora.
Entonces sentí que yo solo estaba sobrando en aquella casa.
Tragué saliva e intenté escapar pero mi cuerpo no reaccionaba.
De pronto la mirada de Melissa captó la mía y puedo jurar que una sonrisa malvada era la que proyectaba en su rostro. Daniel le siguió la mirada y entonces me vio.
Solo pude sentir como mis ojos se aguaron al ver el destello de desilusión pasar por los suyos.
No pude soportarlo más.
Lo único que recuerdo es que antes de asimilarlo, salí corriendo de ese lugar.
Parecía comportarme como una inmadura, pero simplemente no podía quedarme más tiempo allí, detrás de esa puerta.
No hubiera soportado verlo molesto conmigo y por breves minutos sentí que él no me necesita.
Abrí la puerta y corrí. Corrí y corrí, como nunca antes.
No tenía un rumbo fijo, sólo me adentré en el bosque y seguí corriendo sin mirar atrás.
Las lágrimas caían por mi rostro descontroladamente y sabía que mi maquillaje se habia arruinado, pero no me importó.
Afuera hacía frío y mi ropa no era del todo abrigada, pero tampoco me importó. De pronto escuché una voz que venía siguiendo mis pasos.
-¡Celeste! ¡por favor, regresa!
Daniel venía detrás de mí y no me detuve a mirarlo. Eso hacía que siguiera corriendo con más rapidez.
En mi desesperado intento por escapar, me adentré muchísimo en el bosque.
Pero no entendía, ¿de quién estaba escapando?
Quizás estaba escapando de mí misma.
Sentí mi corazón partirse en dos, sentí que mi vida perdió el sentido y ni siquiera sabía el por qué.
No tenía un por qué, solo sabía que me sentía tan miserable como nunca antes.
Así que esto es enamorarse, pues, es doloroso.
-Amor, por favor detente, ¡te vas a hacer daño! -escuché su voz acelerada.
Sin embargo no lo hice. Seguí corriendo, como una cobarde.
Sentí sus pasos cada vez más cerca y en un intento desesperado por correr más rápido caí al piso.
Fue entonces cuando lloré con más fuerza.
Aún en el piso y cabeza gacha, sollocé en silencio al verme en ese estado.
Estaba tan cegada en correr que no me percaté de que el barro arrasó con mis pantuflas blancas.
Mis ropas ahora eran cafés al igual que mis manos, las cuales estaban dañadas. Mi pelo de la misma manera estaba lleno de barro, mis brazos, mi cara.
No me importó tanto, después de todo mi corazón parecía estar lleno de barro.
Estaba sucio y destrozado.
Unas converse negras llenas de barro entraron a mi campo de vista.
No alcé el rostro, sentía mucha vergüenza.
Sus manos quitaron el cabello de mi rostro, el cual estaba lleno de barro al igual que mi cara y todo mi cuerpo.
Lo miré e intenté descifrar lo que me decía su mirada, pero no lo conseguí.
Porque no podía creer que después de todo, me siguiera mirando con amor.
Solo pude decir una palabra.
—Perdón.
Mi mentón temblaba y mis sucias manos también, pero luego todo mi cuerpo comenzó a temblar cuando escuché las siguientes palabras salir de su boca.
—Si de verdad te hago tan mal, lo mejor será que me vaya.
Por favor, no lo hagas.
Pero aquellas palabras no salieron de mi boca.
Asentí lentamente.
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