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Capítulo Tres |Editado


Han pasado tres semanas de aquel estúpido encuentro en el parque.

Aún seguía pensando en aquel atractivo y misterioso chico de ojos oscuros.

Pero jamás pensé que volvería a verlo.

Su rostro se veía algo angustiado y al mismo tiempo parecía indiferente a la situación. Era difícil de explicar.

Lo vi cruzar la calle, pasó frente a mi auto y siguió de largo. No me ha visto, pero yo sí a él.

Unos segundos más tarde, la persona que venía siguiéndole también hizo el mismo trayecto.

Apreté el acelerador sin pensarlo demasiado y pasé un poquito a atropellarlo.

Solo un empujón bastó para que se cayera, se pusiera de pie maldiciendo y se hubiera rendido a lo cual parecía ser su propósito: atrapar a Daniel Evans.

Miré por donde se había ido Daniel. Alcancé a ver cuando giró a la derecha.

Me sobresalté cuando el hombre que atropellé golpeó la parte delantera de mi auto con su mano fuertemente.

Lo miré fijamente sin ninguna expresión en mi rostro. Él me miró desafiante de la misma forma.

Hizo una extraña señal. Con su dedo apuntó su ojo y luego me apuntó.

Le tiré el dedo de en medio y le dediqué una sonrisa de lado. Apreté el acelerador sin soltar el pie del embriague, solo para asustarlo.

El hombre se fue por donde había venido. Otro imbécil en el día.

En fin, ¿Ya nombré que soy un tanto curiosa?

Sí, la mayoría del tiempo soy una estúpida desinteresada pero esta vez decidí seguir a Daniel.

Ya había pasado un poco de tiempo, esperaba que no estuviera tan lejos.

El tráfico había cesado un poco y los autos de atrás comenzaron a tocar la bocina.

Joder, ¿cuándo el ser humano dejará de ser un parásito?

Avancé para qué los estúpidos se callaran de una vez. Luego doblé a la derecha por donde Daniel se había ido.

Esta calle no era principal, así que el tránsito era nulo. Habían muchos edificios, admito que ésta no era la mejor zona de la ciudad para vivir.

Diablos, ¿en qué estaba metida?

Entre tantos bloques pegados el uno del otro no había espacio para que alguien se escondiera entre ellos.

Los bloques estaban feos. Muchos de ellos estaban rayados con grafitis o cubiertos de moho.

Touché.

De pronto llegué hasta un callejón. Era ahí, estaba segura que Daniel se estaba escondiendo ahí.

Si los bloques anteriores estaban feos, estos estaban casi en ruinas.

Esperé afuera del callejón un buen rato en el auto, y me dí cuenta de que si él se estaba escondiendo allí, no iba a salir.

Tenía dos opciones.

La primera era bajar del auto, buscarlo, preguntar qué fue lo de recién y entablar una conversación con él.

La segunda opción, básicamente es seguir mi camino e ignorar su existencia por el resto de mi vida.

Claro que elegí la segunda, ¿que creían?

No, mentira, elegí la primera.

Bajé del auto, acomodé mi blazer
y di una mirada al espejo del vehículo antes de seguir.

Segura, nada me intimidaba.

—¿hola? –pregunté dando algunos breves pasos, adentrandome en el callejón. Mis tacones resonaban contra el piso húmedo. —Daniel, soy Celeste.

Mi voz resonaba en la oscuridad. Cada vez la luz de afuera se notaba menos mientras avanzaba.

—Ya nadie te persigue –dije mientras dejé de avanzar. Solo habia oscuridad.

No tenía miedo, porque vivía en la oscuridad. Mi vida era oscura, después de todo.

Pero realmente estaba comenzando a cabrearme. ¿En qué estaba metido este sujeto?

—Sé que estás aquí –insistí mientras miraba mi muñeca, la hora avanzaba.

¿Por qué no me fui?

Nuevamente la misma situación. Debía irme, no era de mi incumbencia. Pero aún así no lo hice, aunque todo me motivara a hacerlo.

¿Por qué no lo hice?

Cargué mi peso en mi pierna derecha comenzando a pensar que quizás le hablaba a la nada.

Me di la vuelta rendida. Podía insistir pero solo hasta cierto punto.

Luego de eso que se jodan.

Estaba a punto de salir a la completa claridad, pero alguien desde afuera me empujó, haciendo que me golpeara contra la húmeda pared del callejón.

Luego de eso, un golpe seco en mi cabeza, haciendo que callera al suelo.

Desde el piso miré al causante de todo esto. Me sorprendí al ver al mismo hombre que minutos antes atropellé.

—Tú... –dije débil. Toqué mi cabeza y vi la sangre que desprendía.

En su mano algo brillante llamó mi atención, con eso me había golpeado. Era una pistola.

No pude decir nada, porque todo fue my rápido. En un pestañeo ya estaba apuntandome con el arma.

Era un hombre mayor y estaba vestido de traje. Eso me sorprendió muchísimo. Sonrió mostrando una perfecta dentadura.

Éste hombre debía tener muchísimo dinero, estaba segura.

—¿de verdad pensaste que te liberarías tan fácil de mi? –se acerco tomando con un dedo mi barbilla. 

Mi cabeza dolió como un demonio. La sangre no dejaba de desprender. Mis manos estaban totalmente cubiertas, mi traje blanco, ahora estaba lleno de sangre por todas partes.

Sentí rabia, quise levantarme. Pero mi cuerpo no reaccionaba a nada.

Con todas mis fuerzas intenté ponerme de pié, pero lo único que conseguí fue caer otra vez.

—podría hacer tantas cosas contigo –dijo riendo sarcásticamente —Pero tengo otros asuntos. Además, morirás aquí desangrada. Ahora, dame las llaves del auto –apretó los dientes y presionó el arma en mi frente.

¿Por qué me amenaza si acaba de decir que moriré desangrada?

—Que idiota. –dije en un susurro, porque no tenía fuerzas para hablar más fuerte.

Tampoco pude hablar más, porque otro golpe seco hizo que girara mi rostro en ciento ochenta grados.

Escupí sangre en el piso. Ahora si las lágrimas habían inundado mi rostro.

Era una maldita perra pero nadie merece morir así.

Pero que carajo. Toda la vida fui débil, No iba a morir así. Nadie puede pisotearme tan fácilmente.

Otra vez intenté ponerme en pié. Todo a mi al rededor estaba lleno de sangre. El dolor en mi cabeza ya no podía soportarlo.

Respiré profundo y afirmé mis manos al piso logrando ponerme en pié.

—ya estás muerta. Imposible que vivas con la herida que te causé. ¡Ya deja de hacerme perder el tiempo y pasame las llaves del auto! -gritó cabreado.

Persona equivocada, imbécil.

Me lancé sobre él con mis últimas fuerzas intentando quitarle el arma,  El hombre tiraba fuertemente de mi cabello mientras yo rasguñaba su rostro.

En el momento en que logró sujetar fuertemente mis brazos mientras con la otra mano apuntaba a mi cabeza supe que había perdido.

Me rendí un poco. Había perdido tanto a lo largo de la vida. Así que... ¿qué más daba perder la vida misma?

—Estúpida, ya me hiciste perder la paciencia, te lo advertí –dijo a punto de apretar el gatillo.

Casi sentí esa bala atravezar mi cabeza, cerré los ojos.

Pero no lo sentí. Sentí un leve empujón que me hizo caer al suelo. Me sentía tan débil físicamente.

Era Daniel. Él había venido a mi rescate. No sé en qué momento llegó, pero ahora estaba segura de que nunca había estado en este callejón.

Daniel comenzó a golpear al sujeto mientras éste le respondía, sin embargo su fuerza no se podía comparar a la de Daniel. Se veía realmente cabreado.

El arma salió disparada lejos.

Podría haberla buscado, pero no tenía fuerzas para abrir siquiera los ojos.

Solo pude visualizar al hombre en el suelo inconsciente y pensé que Daniel lo había matado. Pero realmente no me importaba en absoluto, porque yo sentía que moriría en ese instante.

Nos encontraríamos en el infierno, así que por mí estaba bien.

Daniel corrió hasta mí.

—¿Puedes reconocerme? –preguntó.

Estaba sudado, su camiseta tenía sangre. Seguramente de él, del tipo y mía.

Su respiración agitada, le daba fuerza a la mía que era casi nula.

Su expresión facial gritaba angustia a los cuatro vientos. Mi expresión facial imagino parecía la de un cadáver.

Que más da, ¿Acaso no estaba ya muerta en vida desde hace mucho tiempo?

—joder, lo siento... –susurró antes de cargarme en brazos.

Mientras tanto mis ojos me rogaban cerrarlos.

—No cierres los ojos –sonaba desesperado y yo solo quería descansar.

Sentí que sacó las llaves de mi auto, ¿me robaría? No me importaba... Solo quería cerrar mis ojos y dormir.

Lo cual no podía conseguir, porque Daniel me removía a cada instante.

Entre los débiles sentidos que tenía, Sentí que estaba en el auto. Luego sentí el auto en marcha.

No sé cómo, ni en qué momento pasó, pero cerré mis ojos cayendo en un sueño infinito, del cual no tenía ganas de despertar.

En mi sueño aún era feliz.

A lo lejos escuché una voz que me llamaba.

Alejandro, ¿eres tú? Porque no sabes cuanto te extraño, ya iré pronto por tí.

—Celeste, ¡abre los jodidos ojos! –escuché a lo lejos. Abrí mis ojos nuevamente.

Daniel estaba frente a mí con los ojos cristalizados.

Lo último que vi fue a un señor de blanco tomándome. ¿Un ángel? Era un ángel.

Y yo que pensé que iría al infierno. Entonces creo que si me estabas llamando tú, Alejandro.

Alejandro, Mi ángel.

—Alejandro, llévame conti... –No alcancé a completar la palabra.

Porque finalmente me dormí.

Al menos para la vida de los humanos, porque en ese momento comencé a vivir mi propio sueño donde aún era feliz.

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