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Capítulo treinta y Uno |Editado

Celeste

A veces no nos damos cuenta de cuanto extrañamos a alguien hasta que lo tenemos en frente nuestro, de cuanto nos hizo falta.

Daniel ha estado extraño.

Esta última semana, para ser más específica.

Sé que no es parte de mi imaginación. Desde el día en que llegó golpeado hay un breve distanciamiento entre nosotros.

Él por su parte no hace mucho para acercarse y yo, pues, nunca me ha gustado rogar y menos amor.

Admito que tampoco lo he buscado lo suficiente.

La llegada de mi madre me ha completado, quizás sin darme cuenta eso ha interferido entre Daniel y yo.

Pero vamos, ¡es mi madre! La he extrañado un montón.

Le he dado una retada por ocultarme que conocía a mi novio incluso antes que yo, y me ha pedido disculpas por ello. Ha dicho que viene de vacaciones por un tiempo indefinido y que dejó a Henry a cargo de la casa.

Aquel suceso me pareció demasiado sospechoso, pero en fin. No le di más vueltas al asunto.

Un sonido en la puerta me hizo salir de mi trance.

-hija, ¿puedo pasar?

-¡Claro! -digo lo suficientemente alto como para que me escuche del otro lado.

Una vez adentro, me extendió un pequeño aparato blanco.

Mi teléfono.

Abrí la boca sorprendida.

-¿y esto? -pregunté tomándolo.

-Me había olvidado de entregártelo, el día que viajaste aquí fue tan rápido que no alcancé a dárselo a Daniel.

-Ah... esta bien. Oye, mamá, ven.

Le hice señas para que se sentara en la cama.

Eran alrededor de las cuatro de la tarde de un día domingo, en ese momento en el cual no sabes que hacer con tu vida.

-¿sí?

Esperé unos segundos antes de lanzar mi pregunta, pensando las palabras adecuadas.

Llevo más de un mes intentando encontrar una respuesta y no he podido hacerlo.

-tú... bueno, quería saber, ¿Qué fue tan importante para que permitieras que me sacaran de la ciudad inconsciente? -solté al fin.

Mi madre abrió sus ojos sorprendida y su rostro tomó una expresión indescifrable, se puso tensa. Se acercó hacia mí.

-hija yo... -le costaba hablar.

-tú qué, mamá -solté un poco harta.

-yo... me temo que no puedo responderte eso. Lo siento hija. -dijo apenada.

-¡pero mamá! ¿tú también ocultandome cosas? ¡odio que me traten de esta forma! -dije molesta.

-¿De qué forma?

Mi madre trataba de mantener la calma que yo de a poco iba perdiendo.

-AHG, ¡deja de fingir que estas calmada! ¡no soy una niña! -dije haciendo expresiones con mis manos.

-Mira, hija. Yo solo quiero lo mejor para ti, lo sabes, ¿no?

Asentí.

-Entonces calmate, no intentes buscarle una explicación a todo, tu mente va a explotar, cariño. -dijo con dulzura.

-Es que tu no entiendes. -bajé el rostro.

-Claro que entiendo. Desde la muerte de tu padre tu salud mental ha sido mala, eso lo sabes. Sabes que no puedes sufrir emociones fuertes y te empeñas en buscarlas, e incluso estudiaste leyes, ¡por Dios! -reí disimuladamente- Imagino como debes tener esa cabezota , pero dime una cosa, Celeste. ¿eres feliz? Porque si no eres feliz, ahora mismo haces tus maletas y nos vamos.

La miré admirando su calma para analizar las cosas.

¿que si era feliz? Claro que lo era. Lo tenía todo, y no me refiero a una gran casa y muchos ceros en una cuenta bancaria que por cierto no necesito en absoluto Sino, amor. Tenía mucho amor, quizás de pocas personas pero del bueno.

Mi madre, a pesar de estar lejos los últimos años, siempre ha estado preocupada por mí.

Daniel, nunca me ha faltado el respeto, nunca me ha gritado o insultado, siempre respeta mis decisiones, cuando algo me molesta él hace lo posible por agradarme, cuando lo llamé Alejandro... él nunca me lo recriminó, pero sé que le dolió mucho. Lo vi.

Mis ojos se aguaron.

-Por supuesto que soy feliz. De no ser así, habría salido corriendo yo misma.

-lo sé, hija. Lo sé, ¡nunca pensé que tendrías novio! -rió conmovida.

-ya he tenido otros novios -bufé- estuve casada mamá. -dije obvia.

-Bah. Nunca me gustó, pero no te lo dije porque sé que te apoyaste mucho en Alejandro, pero ahora es distinto, tú estás enamorada de verdad. -me apuntó acusadoramente.

-mamá, ya basta -dije sonrojandome.

-bien -se puso de pie- hablando de enamorada, ¿qué se supone que hace tu novio viendo una película solo allá abajo? Pobre.

Hice una mueca.

-pues que venga él.

Mamá iba a recriminarme por mis palabras pero de pronto hizo una mueca de dolor mientras se tomaba el estómago. Cerró los ojos y me alarmé.

-¡mamá! ¿Estas bien? -dije yendo hasta ella.

-ah, sí sí -abrió los ojos- no es nada, debe ser de tantos pasteles que Rosa me ha metido. Creo que saldré de esta casa con diez kilos más. -intento reír.

La miré no muy convencida.

-Está bien, pero cualquier cosa avísame. No te guardes nada.

-sí. Mejor anda a hablarle a tu novio o sino te arrepentirás. Yo iré a tomar una siesta.

-te acompaño hasta tu habitación.

Una vez que dejé a mi madre acostada, fui en busca de una fruta a la cocina.

Últimamente intento comer lo más que puedo y cuando lo recuerdo. 

Bajé la escalera y me dirigí a la cocina sin mirar atrás. No vi a Daniel pero sentí su mirada en mi nuca.

Una vez que tomé una manzana de la cocina, salí de ella y esta vez debía encontrarme a Daniel de frente para poder llegar a las escaleras.

Avancé y lo miré. Se encontraba sentado en el sofá, tenía una lata de bebida en la mano y miraba la televisión concentrado.

Me quedé mirándolo breves segundos sin que él se diera cuenta. Vestía un Jean negro junto con una sudadera gris. Tenía el gorro puesto y su cabello sobresalía un poco. Estaba descalzo.

Su ceño estaba fruncido frente al televisor, no alcancé a girar mi mirada cuando él se volteó.

Nos quedamos mirando breves segundos hasta que aparté la mirada y seguí escaleras arriba.

Durante el trayecto hacia mi cuarto no encontré nada más atractivo que mirar que mis pantuflas blancas felpudas. Una vez en mi cuarto me miré al espejo mientras comí la manzana.

Mi cabello caía largo hasta mi cintura, era algo que me encantaba.

Mi piel era suave y mis pómulos eran marcados, no en exceso.

Mis ojos verdes en más de algún momento atrayeron a algún chico en la secundaria, pero nunca ninguno fue de mi agrado, al final terminaban con Melissa.

Me dirigí a mi cama y mire mi teléfono, lo prendí.

No me sorprendí al ver que tenía varios mensajes, después de todo hace mucho no lo utilizaba pero tampoco me importó.

Entre a whatsapp y vi que tenía un mensaje de Laura, otros de Chia...

¡¡Chia!!

Sonreí como tonta al escribirle a mi amiga. Le diría que venga a visitarme.

Más abajo un nombre que me heló por completo.

Daniel:
Arco iris, lo siento por no ir a la cena en casa de tu madre, de verdad, es un inconveniente que ha surgido en el trabajo. Por favor, no olvides que te quiero.

Solté el teléfono sorprendida. Lo más curioso es que la última conexión fue ese mismo día, a la misma hora del mensaje.

Entonces si me avisó.

Todo el tiempo estuve engañada con mis propios pensamientos creyendo que él no quería nada serio.

Joder.

De verdad no podía creerlo. Ese día estaba tan molesta que ni siquiera quise tomar el teléfono. Lo insulte mentalmente por nada, fue un error.

Recuerdo que estaba muy triste ese día.

¿trabajo? Diablos, no fue su culpa. Ni de Jamie.

Soy la peor persona del mundo.

Busqué en mi diario el numero de Rosa, Daniel lo anoto allí en caso de emergencia.

-¡ROSA! Soy Celeste, ¿puedes preparar una cena especial hoy?

-Claro, ¿quieres algo específico? Hey, ¿dónde estas? Solo estoy en la cocina.

-Lo siento, estoy en mi cuarto. Es que no quiero que Daniel me vea. Solo prepara lo que más le guste a Daniel, ¿puedes?

La escuché reír del otro lado.

-Está bien

-¡oye! Algo más, ¿puedes llevarla al observatorio?

-Se dará cuenta.

-Envíalo al supermercado, a la farmacia, ¡que se yo!

-No irá, para eso está sebastían.

-Al menos inténtalo... Por favor.

-Okay.

Se escuchó un grito lejano y luego otra vez Rosa.

-Aceptó. Irá al supermercado.

-¡GRACIAS! ERES UN SOL.

-Lo sé, querida.

Cortó.

Me puse de pie rápidamente y comencé a cambiarme de ropa por algo más lindo que el pijama.

Le debía una disculpa.

Una hora mas tarde, ya estaba lista.

Bajé la escalera haciendo sonar mis tacones. Sabía que ya había llegado por el mensaje que Rosa me había enviado y también me aseguró de que todo estaba listo en el observatorio.

Antes de bajar busqué su mirada y conectamos. Cuando me vio, sus ojos se abrieron más de lo normal y es evidente. Muy pocas veces a mi atuendo se le podría denominar "sexy".

Esta vez opté por un vestido negro ajustado, con un escote no tan pronunciado ni tan cerrado.

Mi pelo caía lacio sobre mi espalda y mis labios los pinté rojo carmesí.

Caminé directo al televisor y le quité el enchufe. Luego me dirigí hacia él y la expresión de su rostro no cambiaba. Sus labios estaban ligeramente abiertos y me miraba estupefacto.

Sonreí en mi interior.

Me planté frente a él, lo atraje hacia mi.

Y finalmente lo besé.

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