Capítulo treinta y Siete |Editado
Cerré los ojos intentando disipar las enormes ganas de vomitar que tenía en ese instante.
En esto se había convertido mi vida en las últimas semanas. Sí, semanas. Dormir todo el día y vomitar lo poco que comía. No me juzguen, por favor. Mi vida era una real porquería sin sentido.
Desde el día en que dejé a mi madre en esa tumba no he vuelto a ver la luz del sol. Esta muerte me dejó tan debastada que no pude. No hubo velorio, no hubo misa, no hubo nada. Nadie vino, porque no teníamos a nadie. Solo éramos mi madre, mi padre y yo en mi familia. Ahora quedaba yo, completamente sola.
Desde aquel entierro no he vuelto a salir de ésta habitación salvo cuando mi estómago no podía aguantar más de tres días sin bocado. Aún así agradecía no haberme topado a nadie las pocas veces que había salido.
Sí, me encerré en mi luto y la verdad no me interesaba que tan enfermizo pudiera ser. Porque para colmo, Daniel me había abandonado.
Lo admito, creí que sólo era una broma de mal gusto. Los primeros días aún tenía una pequeña esperanza de que cruzara aquella puerta y se lanzara a mis brazos diciendo que no se iría jamás, pero él nunca volvió. Creo que un mes es suficiente tiempo para rendir aquella idea.
Sentía un vacío que nunca podría llenar, me sentía realmente muerta en vida.
Para cuando vi el ataúd de mi padre bajar, Alejandro y mi madre estaban conmigo. Cuando Alejandro murió, mi madre estaba conmigo. Cuando mi madre murió... No saben lo difícil que fue ver bajar aquel ataud sin nadie a mi lado. Al menos Rosa y Sebastián estuvieron apoyándome, pero yo no quería acercarme a ellos. Me recordaban a él.
Cada uno de distinta forma, pero al fin y al cabo todos se habían ido.
¿Realmente soy tan mala para merecer todo este dolor?
Nuevamente las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos sin poder retenerlas.
He pensado en acabar con mi vida. He pensado en el suicidio como una opción casi diariamente pero no he encontrado el valor suficiente para hacerlo. Ni siquiera he querido enfrentar a Rosa, que está golpeando varias veces al día mi puerta sin éxito, porque sé que debo enfrentar una verdad. Y sentía que eso terminaría de destrozarme.
Hasta hoy.
Ya me cansé de sufrir tanto. De llorar tantas pérdidas, de llorar a un hombre que creó un mundo perfecto para mí haciéndome sentir tan especial pero que finalmente terminó abandonándome sin siquiera darme una explicación.
Debo olvidarlo, pero antes necesito saber por qué. Por qué hizo lo que hizo, necesito explicaciones para poder entender e intentar superarlo. Eso había dicho mi madre antes de morir, que debía ser fuerte.
Me levanté de la cama decidida. No me preocupé por quitarme la ropa oscura, eso era lo de menos. Iría directamente a la cocina.
Antes de salir de la habitación, le di una mirada rápida. La cama estaba deshecha, las cortinas cerradas, todo estaba apagado y solitario. Volví a mirar la cama y eso quemaba. No había cambiado las sábanas desde que Daniel se fue. Eran las mismas sábanas que un día compartimos y luego me abandonó. No tenía ánimos de nada.
Cuando salí de la habitación y llegué hasta las escaleras, la duda nuevamente tomó el control de mi mente.
¿para qué? ¿Para qué saber la verdad? Él ya se había ido. Él lo había dicho todo. Simplemente no me amaba y jugó conmigo al chico misterioso. Yo caí como estúpida.
No tenía sentido, nada lo tenía. Ya no importaba el por qué. Cambié el rumbo, dirigiéndome al tercer piso de la casa. Frente a la puerta del observatorio había un ventanal que daba paso a un gran balcón.
Si de verdad la vida era así de triste y solitaria, ya no quería vivirla.
Me asomé al balcón, mirando hacia abajo. No era una distancia extremadamente larga, pero bastaba para no tener que lidiar con mis malditos pensamientos una vez más.
Me subí a una silla que acerqué a la baranda, desde ahí se me haría mucho más fácil saltar.
Recordé por última vez mi vida. Todos los amigos que no tenía, a mis padres muertos y dos relaciones amorosas terminadas en tragedias.
Definitivamente no tenía nada que perder.
Cerré mis ojos e intente dejar mi cuerpo irse. Por fin conseguiría La Paz que buscaba...
-¡No lo hagas!
Abrí mis ojos, confundida, tensa. Miré hacia esa voz, sorprendiéndome por completo.
-¿quién eres tú? -pregunte con rechazo. Era un hombre joven, pálido. Sus ojos asustados eran hipnotizantes, azules.
-Si bajas de allí te lo diré, ¿vale? -Diablos, se veía patético preocupado.
¿quién era él? Quizás podría darme algunas respuestas que yo no había podido responder. Bajé de la silla, aún insegura y cabreada por impedirme lo que iba a hacer.
-Mi nombre es Noah, soy el nieto de Rosa.
Mi cabeza hizo clic, así que este era el famoso Noah.
Me sorprendí al verme a mi misma con la curiosidad a flor de piel sobre éste hombre, puesto que en mi mente no se había dado la oportunidad de otro pensamiento aparte de la tristeza.
-Ah. -respondí vagamente intentando ocultar mi curiosidad.
No sería amable, no valía la pena, nada valía la pena.
-¿y tú eres? -preguntó, dejándome confundida.
¿Quién soy?
Había olvidado que no soy nadie en esta casa. No era mía, de hecho, debería haberme ido desde que el dueño lo hizo.
No respondí a su pregunta y lo miré lanzando fuego por los ojos. Pasé de largo chocando su hombro a propósito.
Bajé las escaleras de una vez y me vi frente a la cocina. Dudé si entrar o no, pero Rosa se me adelantó y para cuando iba a dar media vuelta ella salió, dejándome congelada.
-Oh por Dios -dijo tapando su rostro sorprendida.
La había estado ignorando todo el tiempo, pero la abracé sin pensarlo dos veces. Ella me respondió con un abrazo cálido y rompí a llorar como una niña pequeña. Solté todo lo que había estado acumulando, las lágrimas parecían no acabarse.
-Está bien -susurró acariciando mi cabeza. -llorar te hará bien.
No sé cuándo tiempo pasó, pero me separé cuando escuché la misma voz de hace un rato.
-Abuela ¿quién es...? Oh.
Sequé mis lágrimas lo más rápido que pude. Este chico debe pensar que soy patética.
-Espérame en la cocina Celeste. -dijo Rosa con un tono tranquilo.
Caminé pesadamente hacia la cocina y me senté en un taburete. Pasaron alrededor de cinco minutos y vi a Rosa entrar.
Se movió ágilmente y de pronto tenía una taza de café y galletas frente a mí.
Se sentó en un taburete al lado mío y nos miramos fijamente, su rostro era dolido.
-ya te lo contó, ¿verdad? -solté.
-El suicidio nunca es una opción -tomó mis manos. -Debes ser fuerte.
-Es fácil decirlo.
-Créeme, tengo el doble de edad que tú. También he pasado por momentos difíciles. Quizás la vida te ha golpeado muy duro... -una lágrima cayó por mi ojo derecho. -pero... de esto se trata vivir.
Asentí encontrándole la razón, pero mi dolor seguía ahí.
-No has comido nada, come, por favor.
Comí galletas silenciosamente mientras tomaba el café.
-¿debo irme? -solté de pronto. Ella arrugó el entrecejo.
-No, claro que no. ¿Por qué lo preguntas?
-Bien pues, no hay nada que me ate a esta casa.
Un destello de dolor cruzó por sus ojos, me arrepentí de decir eso.
-Es decir... Daniel -me costaba pronunciar su nombre -Ya se fue.
-Sí -soltó tensa -con respecto a eso, estoy dispuesta a responder tus preguntas.
-Él... ¿en qué trabajaba específicamente? -fui directa.
-Daniel, bueno, él no hablaba mucho sobre su trabajo, pero no eran cosas buenas, Celeste.
-¿Qué tan malo podía ser?
-Tráfico de drogas, asesinatos, todo lo que tenga que ver con la mafia. Él hacía lo que le mandaran a hacer.
Mi corazón comenzó a palpitar rápido, era demasiado para asimilar. ¿Mafia? ¿Con quién estaba metida? ¿Quién era en realidad Daniel Evans? Si es que realmente ese era su nombre.
Quise salir corriendo.
Pero no. Tenía que saber toda la verdad de una vez.
-Él... ¿por qué me lo ocultó? -dije con la voz estrangulada.
-No quería perderte.
-Si hubiera sido sincero lo hubiera entendido -moví mi cabeza. -¿por qué se fue? -pregunté dolida.
-No quería arriesgar tu vida, quiso protegerte.
-¿Dejarme era su mejor opción?
-Era la única que tenía para poder dejarte ser feliz. Él dijo... que no merecías la vida que el te podía ofrecer.
Quemaba. No podía evitarlo, pero las razones que Rosa me daba no terminaban de convencerme. Él nunca confió lo suficiente en mí. Sentí una rabia descontrolada.
-Es un cobarde. -solté con rabia.
-Será un cobarde... pero te ama. Estoy segura.
-¿Dejas a la persona que te ama?
-A veces, es necesario. -dijo dando un suspiro. -y Celeste, esta casa te pertenece.
-Él... ¿la dejó a mi nombre? -trague con dificultad.
-En realidad, siempre estuvo a tu nombre.
Asentí asimilando la información. Una nueva pregunta surgió en mi mente.
-Mi madre lo sabía, verdad -sonó más una afirmación que una pregunta.
-Así es.
Me levanté llena de furia, nadie me decía nada, era la única que vivía en la burbuja. Todo por estar enferma mentalmente. Sí, eso era para las demás personas, una enferma mental, una débil.
Esta vez corrí escaleras arriba mientras las lágrimas fluían sin impedimento.
Una vez dentro de la habitacion la cerré de un portazo. Fui hacia el closet y lo abrí sin ningún toque de delicadeza. Algunas prendas de Daniel estaban ahí, las tomé y las tiré todas. Una rabia crecía dentro de mi y no podía satisfacerla, tiré de las colchas de la cama con una fuerza que no creía tener. Tiré las cosas de la mesa de noche, de los muebles. Todo salía disparado al piso, quebrandose, perdiéndose.
Mientras todo esto pasaba, lloré. Lloré y lloré hasta quedarme sin lágrimas. Grite, patalee, me odie, dejándome caer en el piso.
Tomé mi cabeza entre mis ambas manos. Un dolor agudo se presentó. No podía soportarlo.
La puerta se abrió de par en par. Era el chico de los ojos azules, lo alcancé a mirar antes de que las nauseas vinieran otra vez.
Salí corriendo directamente al baño, devolviendo lo poco que había comido.
Sentí una mano sujetando mi cabello mientras acariciaban mi espalda.
Me paré con su ayuda. Lavé mi rostro y mis dientes en el lavamanos.
Miré a Noah y le agradecí con la mirada.
-¿estás bien? -preguntó.
-No te interesa. -respondí seca mientras salía del baño.
-Vaya desastre... creo que necesitas una ayuda para ordenar.
-No te preocupes, yo lo haré. -dije excusandome para que se fuera de una vez.
La verdad es que no tenía ganas de ordenar, solo quería tirarme en ese colchón y dormir por siempre.
Pero él no se fue.
-Con respecto a lo de la mañana... -comenzó a hablar, pero lo interrumpí con mi mano.
-No te metas donde no te llaman, ¿vale?
Sí. Estaba siendo una perra. Pero eso es lo que siempre he sido, ¿no?
-Esta bien, iré a buscar a mi abuela.
-¡No! -intenté retenerlo, pero ya se había ido.
Me senté en la cama, quizás Rosa me daría algún remedio para estos vómitos que ya me pasaban la cuenta.
-Celeste.
La miré, su semblante era serio, nunca la había visto así.
Se acercó y se sentó a mi lado, ni siquiera le sorprendió ver la habitación hecha un desastre.
-¿Qué sucede? -pregunté mirando su rostro. Ella no estaba preocupada por el desastre. Era algo más que ella traía.
-¿Hace cuanto estás con vómitos?
Me quedé serena.
-Hace un par de semanas, ¿por qué?
Rosa cerró sus ojos, susurrando algo que no alcancé a comprender.
-Hija, ¿cuándo fue tu último periodo?
Me quedé congelada. Con tanto desastre en mi vida no había tenido tiempo de pensar en eso. Pero no podía ser lo que ella estaba pensando. No tenía idea de nada.
-No lo sé, yo... Creo que, hace más de un mes. -respondí despreocupada.
-Celeste -tomó mis manos -¿Es probable que tú... estés embarazada?
Un silencio incómodo surgió en la habitacion, mientras un ruido estruendoso se escuchó en la puerta de la habitación.
Con mis ojos aguados miré a Rosa, que me miraba compasiva. Mi mirada pasó hasta Noah, que al parecer estaba igual de impresionado que yo.
Una taza rota yacía en el piso. Una taza rota, igual que mi corazón.
¿Embarazada? No, era imposible.
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