Capítulo treinta y seis |Editado
Sí la vida diera señales, advertencias, o si tan solo tuviera un manual de instrucciones sobre cómo actuar de acuerdo a cada situación... Pero no.
¿La vida es dura? ¿Es cruel? Porque es lo único en lo que puedo pensar. En mi maldita vida.
Tanto me ha dado mi madre que jamás podría pagarle todo, todo lo que ella ha hecho por mí. Ha sido mi contención, mi mejor amiga, mi protección. Mi mayor amor.
Y mi mayor amor se estaba muriendo.
Aún me costaba demasiado asimilar toda esta situación. Estas últimas semanas cerca de ella no bastaron para poder demostrar todo el amor filial que sentíamos como madre e hija. ¿Cómo fui tan ciega? Ni siquiera sospeché que pudiera estar enferma, no lo sospeché y ¡se estaba muriendo!
Ella no me lo dijo y eso dolía. No fue capaz de causarme aquel dolor, prefirió guardar las apariencias y fingir que todo estaba bien, hasta que su cuerpo ya no podía más.
Sequé mis lagrimas y me puse de pie.
—iré a ver a mi madre —dije dirigiéndome a Rosa mientras secaba mi rostro. Ella asintió débilmente.
Me dirigí con pesar hacía la pequeña recepción del pasillo. El doctor acaba de irse sin más, como si aceptar que tu madre se está muriendo fuera tan fácil.
—¿Adela Sophía Black? Está en el pasillo tres, habitación 124 —dijo mirando fijamente el computador frente a ella.
Agradecí a duras penas y me puse en marcha hasta aquella habitación. Toda la historia se volvía a repetir, la diferencia era que mi padre estuvo sufriendo mucho tiempo antes de morir.
Una vez frente a la puerta de vidrio suspiré preparándome mentalmente para lo que estaba por enfrentar.
No. Lo que debía enfrentar no era la imagen de mi madre en una camilla, era el hecho de que estaba a punto de morir. Eso me quemaba por dentro.
Me adentré en la habitación y solté un sollozo involuntario. Intentaba ser fuerte, juro que lo hacía, pero era difícil. Mi madre estaba allí, aún dormida. Acerqué una de las sillas que se encontraban en la habitación al lado de la camilla y me senté muy cerca de ella.
Negué con la cabeza aunque nadie pudiera verme. No podía ser cierto, esto no me estaba pasando a mí.
Tomé sus manos y sentí electricidad corriendo por mi espina dorsal, porque estaban frías.
Miré hacía el techo asimilando la situación, como si eso ayudase en algo. Esta escena ya la había vivido antes, hace sesis años atrás. Lo único que cambiaba, era la persona que estaba en esa camilla.
Mi corazón se rompió cuando mi padre murió y me costó mucho poder repararlo. A veces ni siquiera sentía que estaba sana y... ¿otra muerte? Colapsaría.
Por primera vez en mucho tiempo, me sentí desgraciada. Sola. Daniel era mi único consuelo y parecía haber desaparecido justo cuando más lo necesitaba.
Llevaba varias horas en el hospital y él a estas alturas debería estar a mi lado, pero no. No estaba y eso me angustiaba.
Acerqué una de mis manos al rostro de mi madre. Cuánto quisiera ver sus ojos verdes abiertos, llenos de vida. Mi madre siempre dijo que hubiera preferido mis ojos azules como los de mi padre, pero a mí los de mi madre me encantaban. Era una mujer dulce y tan buena que no le perdonaría no haber encontrado otro amor por serle fiel al recuerdo de mi padre.
Sus facciones estaban relajadas, pero su rostro se veía cansado. Pálido. Se veía muy mal y yo de verdad no lo había notado antes. ¿Tan egoísta fui?
Sentí que no la había aprovechado lo suficiente, que no le había demostrado todo el amor que le tenía. Que fui una estúpida al alejarme de ella, que... No le había entregado el amor que ella merecía. Entonces lloré, maldecí y volví a llorar. Pero eso no iba a regresar el tiempo.
De pronto sentí un leve movimiento en su mano y me tensé.
—¿mamá?
Acaricié su rostro y ella abrió sus ojos lentamente, parecía que le estaba costando abrirlos.
—Mamá... —sonreí realmente esperanzada —despertaste. Tranquila... Tranquila —susurré cuando comenzó a moverse.
—Hija —Habló despacio. Casi en un sonido inaudible. —¿dónde estoy?
Se veía angustiada, igual que yo. Volví a sentir mis ojos aguarse e intenté ignorarlo para que ella no se diera cuenta.
—En el hospital mamá... te desvaneciste, ¿qué te pasó para que te pusieras tan mal? —pregunté seriamente.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, no lo comprendí. Había algo más.
—Hija... —comenzó a hablar lentamente. —Estoy mal, yo... estoy enferma.
Cerró los ojos. Como si le doliese hablar.
—Ya lo sé... el doctor me lo dijo —tomé aire —¿por qué no me lo dijiste? —pregunté en un susurro. Sus ojos aún estaban cerrados.
—yo quería pasar mis últimos días a tu lado —abrió los ojos, desesperada. —quería apaciguar tu dolor como siempre lo he hecho, pero... te... falle —estalló en llanto. Su rostro cambió totalmente a una expresión desgarradora.
—¡No! Tranquila —tomé sus manos, llorando. —¡nunca me has fallado! Siempre has hecho todo por mí. Espera, llamaré a una enfermera, no te pongas mal.
Intenté ponerme de pie rápido, pero si mano se cerró en mi muñeca. Me detuve y sus facciones se relajaron.
—Hija... debes ser fuerte... yo n... —se detuvo abruptamente e hizo una mueca de dolor. Abrió más los ojos y no reaccionaba.
—¡Mamá! ¡¿Qué te pasa?! Llamaré a la enfermera —la moví levemente tomándola de los hombros.
—¡no! tran...qui...la —dijo ya a penas. —escuchame, hija. Debes ser fue...rte —completó.
—Si tu te vas, yo me muero. —solté con un puchero involuntario. —Te amo demasiado como para dejarte ir.
Cuando dije esto, la máquina que estaba al lado de ella comenzó a sonar de aquella forma... ese maldito sonido que jamás podré sacar de mi cabeza.
Primero papá, luego Alejandro, Ahora... ¿mamá? No podía. Sentía mi corazón desgarrarse. La muerte era una maldita desgracia.
—Hija, prométe que seguirás... adelante —soltó aire. Sus ojos ya no se movían, sólo me miraban fijamente.
—¿cómo podría vivir sin ti? —mis palabras sonaban desesperadas. —al menos mamá, por favor, resiste un poco... espera a Daniel.
Mi madre desvió la mirada en cuanto lo nombré. Un silencio palpable se hacía presente.
—¿mamá? —pregunté, buscando su mirada. —¿pasa algo? Tú... ¿sabes donde está Daniel? —de pronto, ninguna lágrima caía de mis ojos.
—Solo... olvídalo. Haz... una nueva vida... sin él.
—¿qué? —pregunté incrédula. Ayer era ella la que me incitaba a luchar por lo que sentíamos. —¿por qué me dices esto ahora? —pregunté, ahora sentida.
—Cel...este. Mereces ser feliz de una vez por todas... —apretó mis manos. —No puedes ser madre, pero viaja, ríe, vive, malgasta el dinero si quieres, llora, todo lo que... sea necesario. —se detuvo e hizo una mueca. —pero luego de eso promete que seguirás adelante... por mí.
—Mamá, me estas asustando... ¿pasa algo?
El mal presentimiento de mi pecho incrementaba y mi corazón palpitaba rápido. Al igual que el de ella.
—Hija... Daniel, se... —una tos ahogada interrumpió lo que iba a decirme. Soltó una de mis manos y se apretó el estómago. Iba a llamar a la enfermera.
Me puse de pie rápido y el chirrido de la silla sonó de forma estruendosa. Iba a girar el pomo de la puerta para llamar a la enfermera cuando lo escuché.
—Hija... Daniel se fue.
Su voz sonó rasposa y demasiado débil. Me quedé petrificada ante su declaración, fría, inerte. No me giré, no podía. Estaba en shock.
—hija... yo te amo, siempre te amaré... por favor... sigue adel...
No escuché nada más, porque no logró terminar la frase. Mi corazón se detuvo un momento. Al mismo tiempo que el de ella se detenía.
El estruendoso sonido de la máquina indicaba que así era, su corazón había dejado de latir.
Me giré desenfrenada y caí postrada ante la camilla. Lloré, Grité, Pataleé.
Los médicos intentaban sacarme de la habitación y yo no podía creer que otra vez esto me estuviera pasando. Pero no sólo eso, sino lo que me había dicho mi madre antes de morir.
—¡NO! ¡ES MI MADRE! —grité con todas mis fuerzas. —¡NO SE PUEDE MORIR! ¡SUELTENME!
Grité a los hombres que me intentaban sacar.
— ¡MAMÁ! —grité desgarradoramente, cerrando mis ojos. Forzajeando. —¡ES MI MAMÁ! ¡NO! ¡por favor! —sollocé pero nadie me oía —¡por favor no dejen que se muera!
Dejé de oponer resistencia rendida. A duras penas me sacaron de la habitación, entre dos enfermeros. Me hablaban y hablaban, rogando calma. Pero yo no podía captar lo que decían.
Simplemente ya no quería seguir viviendo. No tenía un motivo por el cual seguir viviendo.
Desde ese día mi corazón perdió todo motivo de alegría.
Muerta en vida, así me sentía.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro