Capítulo treinta y Dos |Editado
Última narración de Daniel.
Daniel
Mi corazón palpitaba rápidamente. Mis manos viajaron a su rostro y lo acariciaron con desesperación, mis labios presionaban los suyos suavemente, pero con una dosis sobrecargada de pasión.
La miré sorprendido una vez que nos alejamos. Su vestido negro remarcaba sus curvas y su largo cabello hacia ver su cuerpo mucho más delgado. Su labial cargado hacía que sus ojos verdes destacaran entre su pálida piel.
Era sencillamente perfecta.
-¿Qué fue eso? -pregunté anonadado.
-fue que me encantas. -susurró cerca de mi oído.
Entonces me tomó de la mano y me guió escaleras arriba, yo solo la seguí sin importar.
No podía dejar de pensar en lo maravilloso que el vestido encajaba en su cuerpo.
Celeste era hermosa físicamente así como por dentro también lo era. Realmente el caparazón de arrogancia que solía tener las primeras veces que nos vimos desapareció por completo.
Ella era todo lo contrario a lo que fingía ser. Era una persona muy sensible que había sufrido demasiado a lo largo de su vida.
Claro que yo daría lo que fuera por ella y por su felicidad.
Aunque esa decisión me rompiera por dentro.
Subimos al tercer piso de la casa y yo intentaba no mirarla demasiado, no quería parecer depravado, en absoluto.
Mi admiración por ella era la más sincera admiración que pude tener por alguna mujer en mis veintisiete años de vida.
Nunca tuve alguna novia, ella era la primera. Pero si a veces solía acostarme con prostitutas o alguna que otra chica que quisiera sexo sin compromiso.
Jamás había sido de los que regalan flores o se preocupan por alguna mujer. Nunca me había tomado el tiempo de besar algunas manos o admirar a la dueña de ellas.
Sus manos eran pálidas y delicadas. Frágiles, como ella.
Una vez que nos detuvimos frente a la puerta supe que algo tramaba, porque no la abrió de inmediato.
-perdón.
Dijo y no entendí. Iba a responder pero abrió la puerta y su vestido hizo juego con todo el lugar. Todo cobró sentido menos la disculpa.
-¿perdón? -cuestioné sorprendido. - Esto es mucho mejor que la película que estaba viendo. -comenté.
En el centro del observatorio se hallaba una mesa. Tenía dos platos servidos e insisto, la decoración era increíble.
Entonces que Rosa me pidiera hacer la compra del supermercado aún sabiendo lo peligroso que era salir para mí tuvo sentido.
Más porque la despensa de la casa siempre estaba llena.
Una botella de vino muy costosa decoraba el centro de la mesa.
Habían muchísimas velas rojas esparcidas por todo el observatorio. También habían pétalos de rosas por todo el piso. El ambiente era realmente cálido y acogedor.
Arriba por el tejado de vidrio el atardecer se apreciaba perfectamente. Algunas estrellas alcanzaban alcanzaban a divisarse.
-no pido perdón por eso. Pido perdón por... Dudar de tí.
No entendí lo que quiso decir. Así que arrugué el entrecejo en señal de confusión.
No dijo nada más. Se quedó en un pequeño trance y me sentí un poco incómodo por su confesión. ¿Era por Melissa? No sé. Cambié de tema rápidamente.
-y... ¿tú preparaste todo esto? -pregunté un poco descolocado.
Ella rió y mis hombros se relajaron.
-En realidad no. -se encogió de hombros -Soy un asco en la cocina y Rosa lo hizo todo. Lo siento.
Dicho esto comenzó a arrastrarme de mi mano a la mesa.
-no pidas disculpas por eso. Eres mi novia, no mi cocinera. -solté relajado.
Estaba a punto de abrir una de ambas sillas para ella, así como lo había hecho siempre que era momento de comer, sin embargo Celeste tomó mis manos y en vez de abrir yo la silla para ella lo hizo por mí.
Sentí un leve cosquilleo en mi estómago, pero lo ignoré.
No podía explicar lo que Celeste me causaba y eso me frustraba un poco.
Era amor, y el hecho de nunca antes haberlo sentido me confirmaba que si lo era.
Yo estaba perdidamente enamorado de ella. Era capaz de todo por ella.
Hasta de perder la vida si fuese necesario.
Tomé sus manos, la miré fijamente y las besé.
Su piel parecía quemarse cada vez que mis labios la tocaban, y eso me encantaba. Ella me encantaba.
-Me encantas -susurré.
Ella mostró una amplia sonrisa, sus mejillas se encendieron.
-lo sé -guiñó un ojo a modo de broma.
Claro que lo sabía. Lo que no sabía, es que aún lejos de ella me seguiría volviendo loco.
Preferí no responder nada y solo me senté al mismo tiempo que ella.
-¿por qué me pides perdón?
Pregunté más tarde mientras comíamos.
Ella no respondió otra vez y eso me ponía nervioso.
-Esta cena es la que te perdiste aquel día en casa de mi madre. -respondió.
Me tensé y ella lo notó.
-Tranquilo, ya vi el mensaje. De verdad no lo había visto hasta hoy. -rió calmada. -Pensé todo el tiempo que no habías querido ir por miedo a dar un paso más en lo nuestro.
-Ese día... -comencé y fui interrumpido.
-Fui tan estúpida -dijo mientras masticaba. -Yo de verdad creí que no querías algo serio y luego ese mismo día me trajiste a vivir contigo.
-Sí... Bueno, yo
-No, nada. De verdad perdón.
Dijo mirándome a los ojos.
Miles de pensamientos inundaron mi mente.
Aquel día fue cuando la descubrieron. Descubrieron mi debilidad y yo debía protegerla.
-Tuve que sacarte de la ciudad porque...
No podía creer lo que estaba saliendo de mi boca. Iba a decirlo.
Celeste dejó de comer y me miró interesada.
-Yo...
Tuvieron que escapar, vamos, dilo.
-Ese día tuve miedo de lo que pasó cuando estábamos en aquel parque. - Tragué.
-Recuerdo. Aquel día nos asaltaron, ¿no? -preguntó. -¿Qué pasará por la mente de esos delincuentes? ¡No puedo creer que tengan armas propias! -soltó incrédula.
Me tensé e intenté disimularlo. Sus palabras me hirieron en cierto punto, pero era verdad.
Eso es lo que soy, un delincuente.
Miles de pensamientos inundaron mi mente luego. Entre ellos mi plan y las ganas de que diera resultado, pero también los riesgos de que no fuera así.
Celeste enlazó su mano con la mía por sobre la mesa, sus ojos brillaron y eso bastó para que una punzada de dolor cruzara por mi pecho.
-Tranquilo. Estamos a salvo ahora. -susurró.
No, no lo estamos. No lo estás.
-Sí...
Solté en un susurro casi inaudible.
Yo, Daniel Evans, definitivamente amaba con locura a ésta mujer.
Pero no podía decírselo, menos ahora.
Sonreí forzadamente mientras solté lentamente su mano. por unos minutos olvidé por qué la había estado evitando y soy un estúpido por eso. Le hago daño.
Soy malo para ella, solo soy un delincuente.
Ella resopló frustrada notando mi actitud. Dejó los utensilios a un lado y se proponía hablar. Me preparé mentalmente para un posible insulto.
-¿me vas a decir que te pasa, cariño?
Pero mi mundo se vino abajo cuando sus palabras estaban cargadas de amor y preocupación. No tenía excusas para alejarme así de ella.
En realidad, ¿habría alguna excusa para abandonarla? Porque llevo una semana intentando encontrarla.
De pronto mi plan parecía no tener sentido.
Lejos de ella mi vida no tendría sentido, aunque solo fuera por algún tiempo. Nos pertenecíamos el uno al otro, ella me ayudó, y yo...
-¿Qué es lo que viste en mi? -pregunté de pronto, casi molesto.
Ella me miró, bebió sofisticadamente de su vino y se quedó en silencio unos segundos.
-Solo mírame.
La miré fijamente esperando su respuesta.
-Si tú no hubieras aparecido en mi vida en estos instantes ya estaría durmiendo para ir al trabajo mañana.
Su voz se torno melancólica, iba a responder un "y eso qué" cuando ella siguió hablando.
-Si tú no estuvieras en mi vida, no estaría aquí, viviendo contigo en medio del bosque. Confundida cada vez que te vas por las noches.
Su voz fue irónica y luego dio un suspiro.
-Es más profundo que eso, Daniel. Si tú no estuvieras en mi vida, la felicidad tampoco estaría. Y justamente eso es lo más importante para mí ahora. Estar a tu lado.
Mi respiración se detuvo breves instantes. Era la primera vez que ella me confesaba abiertamente lo consciente que era de mis salidas nocturnas.
Pero también era la primera vez que me confesaba abiertamente que yo era su felicidad.
No me di cuenta de que estaba llorando hasta que sentí el sabor salado en mi boca.
Sí. Vendo drogas, he matado gente, me he drogado, me he emborrachado y me he fumado más de tres cajetillas al día.
Pero jamás me había enamorado como ahora lo estaba de aquella abogada.
Y quería cambiar. De verdad quería hacerlo. Por ella, por nosotros. Por un futuro juntos.
Bajé la vista intentando ocultarme.
Celeste se puso de pie y se acercó a mí. Secó mis lágrimas y dejó besos por todo mi rostro.
Miré el cielo estrellado intentando calmar el dolor interno que sentía.
-Daniel, no llores, yo...
Se quedó en silencio, pareció que algo la detuvo. De todas formas yo no quería que lo dijera, yo ya sabía lo que ella quería decirme. Intentó hablar o otra vez.
-No lo digas -la interrumpí.
Me puse de pié y me alejé de la mesa, exasperado y confundido. Sentí sus pasos tras de mí.
-Daniel, mírame. -exigió.
-No, Celeste.
-¡Te amo! -soltó sin más.
-por favor, Celeste, no... -susurré mientras sentía otra lágrima rodar por mi mejilla.
-¡Ya estoy enamorada de ti, Daniel! Te amo, ¿entiendes eso? Mírame, por favor.
No podía creer que esto estuviera pasando. La amaba con todas mis fuerzas, pero esto solo lo haría más difícil.
De pronto un nuevo pensamiento inundó mi mente. ¿Y si ella no me rechazaba? ¿Y si acababa de una vez por todas con todas las confusiones entre nosotros?
Me giré lentamente, temeroso, inseguro.
Iba a decirlo, lo haría. Diría que trabajaba para la mafia, le contaría mis trabas, mis miedos, le diría todas las veces que corrí por mi vida.
Iba a confesarle todo.
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