Capítulo Trece |Editado
Suspiré, no con sueño considerando que dormí toda la tarde pero si muy cansada.
El viaje hasta aquí habia sido un poco largo, nos encontrábamos a las afueras de la ciudad.
Y no, no precisamente en un motel, los cuales se encuentran lo más alejados de la ciudad posible.
A pesar de que el viaje fue largo, decidí venir aquí porque para mi era un lugar muy especial.
Estábamos en el estacionamiento de un parque al cual solía venir con mi padre cada vez que me sentía triste.
Él era una gran persona. Se daba el tiempo de conducir tanto solo porque era mi parque favorito.
Realmente mi padre fue el mayor amor en mi vida. Aunque su cuerpo no siga aquí en la tierra, lo sigo amando con toda mi alma.
Tomé a Daniel del brazo y le indiqué unas bancas que se encontraban a lo lejos, alumbrados únicamente por un farol.
Habían más personas en el parque. Más parejas a decir verdad. Era muy conocido porque desde aquí las estrellas se podían ver de una forma increíble.
Daniel me quedó mirando unos segundos y mientras sonreía preguntó algo que hizo a mi corazón latir rápido.
-¿qué tal si vamos a recorrer el parque? La noche es joven.
Sonreí muy sinceramente recordando aquella vez en que nos conocimos.
-claro, sería un gusto. -respondí.
Esa era la diferencia.
Hace algún tiempo mi respuesta habría sido un rotundo no. Un ser humano, No, ¡cómo! Que asco acercarme.
Así como ese día en el parque, cuando quería salir corriendo en un comienzo.
Sin embargo ahora sentía ganas de conocer, conocerlo a él en realidad.
Me había prohibido tantos años eso, el disfrutar la compañía, el crear lazos amigables, el ser feliz por un momento.
Desde que mi padre murió, sentí que yo también lo hice.
Aún cuando me casé, seguía sintiéndome muerta por dentro.
Hasta que Daniel apareció.
No noté que llevabamos tanto tiempo caminando hasta que los pies comenzaron a dolerme.
-¿Daniel? -pregunté mientras contaba una anécdota de cuando sus compañeros del hogar rompieron la mesa del supervisor y comenzaron a jugar béisbol con las patas de metal.
-¿Celeste? -preguntó interrumpiendo su anécdota.
Negué con la cabeza ignorando el dolor y seguí caminando.
-nada, perdón. ¿Y cuál fue el castigo? -pregunté interesada.
-bien, como te decía...
No lo escuché más, porque mis pies comenzaban a palpitar.
-Daniel. -volví a interrumpirlo, ya no era una pregunta.
-arco iris. -dijo con preocupación en su voz -¿pasa algo?
Me daba vergüenza, joder. Pero debía decirle.
-me duelen los pies. -comenté tímida.
-¿qué? -frunció el entrecejo no entendiendo la situación.
Miró mis tacones y todo pareció calzar como si de un rompecabezas se tratase.
-ah -dijo alargando la "a" -¡lo siento! -exclamó.
Sin darme tiempo para responder siquiera, sentí como mis pies se despegaban del suelo y Daniel me cargaba como una princesa.
No pude evitar pegar un grito de sorpresa diciéndole repetidas veces que me bajara.
La verdad estaba bastante cómoda y mis pies no dolían, pero debía ser modesta.
-¡cuando dije eso no me refería a que me cargues! ¡Daniel! ¡Ya bajame! -chillé.
-tranquila caramelito, estás más delgada que drogadicta en pleno vicio. Así que no te preocupes. -respondió calmado.
¡Imbécil!
-me acabas de ofender -exclamé exagerando. Obvio no me había ofendido. -¡ni siquiera estoy tan delgada! -reproché mientras mis manos se sujetaban a su cuello.
-si claro. -bufó.
Luego de eso caminamos... Bueno, él camino conmigo en brazos aproximadamente cinco minutos y cuando me bajó, me dejó sentada en una linda y suave superficie.
El césped.
Daniel me miró y se encogió de hombros.
-las bancas son incómodas.
-¿tu crees? -dije cuando se hubo sentado a mi lado.
-si, y al parecer esos tacones también. -miró mis pies.
Los tacones me parecían muy elegantes pero también muy dolorosos, sin duda prefería las zapatillas.
-la verdad es que son muy lindos pero dolorosos. -dije mirando los tacones que él me obsequió.
-¿tienes frío? -preguntó y negué con la cabeza.
La verdad si tenía un poco de frío, pero no me arrepentí de haber dicho que no.
Porque lo que hizo después me dejó atónita y embobada.
Aquel hombre, el cual conocí una madrugada en un simple parque.
El cual en una ocasión habia salvado mi vida.
Ese hombre, se acercó a la hebilla de mi zapato derecho y comenzó a desabrocharlo.
-¿qué haces? -pregunté un tanto atónita.
-te duelen, ¿no? Hay que quitarlos antes de que te hagan daño. -dijo obvio mientras terminaba de desabrochar la otra hebilla.
Y luego de eso todo pasó lentamente o mi mente quiso procesarlo así.
Daniel Evans se encontraba quitándome los tacones a mitad de noche en un parque.
Sujetó mi pié con delicadeza y me quitó el primer tacón, luego el segundo.
Sentí mi rostro arder.
Miré mis pies apenada, estaban heridos.
-es mi culpa -me miró apenado.
Miré sus ojos fijamente. Se veían realmente apenados.
-no... ¡No es tu culpa! -respondí rápido -Eso es lo que pasa cuando te pones tacones nuevos. ¡No me duele! -dije intentando parecer lo más alegre y segura.
Daniel tocó una herida y solté un quejido involuntario.
¡Joder!
-¡me mentiste! -dijo riendo mientras hacía un puchero.
Se veía tan hermoso haciendo esa expresión que me hubiera gustado tomarle una foto y enmarcarla.
Lástima dejé el bolso en el auto.
Me le quedé viendo y creo que me volvería loca.
No solo era lindo por fuera sino que me habia demostrado lo buena persona que podía llegar a ser.
Pesé a todo siempre se veía sonriente y con la mirada inocente de un niño.
Sin embargo el misterio y el chico rudo seguían ahí, todo en una mezcla.
Esa mezcla que era Daniel Evans.
Lo miré atentamente e inspeccioné su rostro hasta detenerme en sus labios.
Quería besarlo.
Miré hacia el horizonte asustada.
Como si la banca a unos metros fuera lo más entretenido del mundo.
Daniel tomó mi rostro y lo volvió hacia él delicadamente.
Sus ojos oscuros me decían algo, que antes de poder descifrar, pude sentir.
De pronto hizo calor, el corazón me latía a mil y sentía una satisfacción increíble que me hacia sentir eufórica al mismo tiempo.
Daniel se encontraba frente a mi a escasos centímetros, mirando mis ojos fijamente, como pidiendo permiso a lo que se proponía hacer.
Y por mi parte, como negarme si era lo que más deseaba.
Sin pensarlo más acorté el poco espacio que quedaba entre nosotros y uni nuestros labios en uno solo, causando en mi una ola de emociones que en mi vida pensé sentir, entregandome en un acto tan sincero como un beso, cargado de querer y de deseos. Cargado de... ¿Amor?
Fue un beso lento, lleno de ternura y delicadeza.
Daniel acariciaba mi rostro, yo acariciaba su cabello, ambos no queriendo que ese momento acabase.
Mi corazón latía a mil. Besarlo fue sin duda una de las mejores sensaciones de mi vida. Nunca, jamás había sentido algo igual.
En el momento en que nos separamos supe que ya nada volvería a ser lo mismo. Abrí mi corazón dejando salir todo lo que sentía y joder, no me arrepentía.
Me acerqué nuevamente a besarlo y fui correspondida. Sus suaves labios encajaban con los míos a la perfección.
Cuando me alejé, miré su rostro avergonzada. Su mirada me decía que era correspondida, sin embargo algo en sus ojos me decía que no estaba bien.
Más allá de amor, vi también dolor, vi preocupación.
¿Es que acaso se arrepintió? O quizás lo decepcioné.
No pude saberlo y no me atreví a preguntar. Es más, hice algo que no deberías hacer luego de que experimentas una sensación tan eufórica como un primer beso con la persona que te gusta; simplemente bajé el rostro y comencé a jugar con mis manos.
-Celeste, dime una cosa... ¿qué es lo que sientes por mí? -su voz me sacó de mi pequeño trance.
Lo miré sin encontrar una respuesta, ni siquiera yo lo sabía.
-¿así es como se siente el amor? -evadí su pregunta respondiendo con otra, necesitaba que él me lo dijera.
-no lo sé... Supongo -se veía confundido.
He aquí dos novatos inexpertos en temas amorosos.
-¿nunca te has enamorado? -pregunté con sinceridad.
Suspiró y negó lentamente con su cabeza mirando las estrellas que se asomaban. -nunca me he enamorado, nunca he tenido novia... -pareció seguir pero se detuvo y me miró. -pero nunca había sentido lo que tu me has hecho sentir.
Cuando Daniel dijo lo último mi corazón nuevamente comenzó a palpitar más rápido de lo que podría imaginar.
-creo que yo tampoco nunca había sentido esto... Daniel. Si me preguntas que es exactamente lo que siento por tí, no lo sé, joder, mi corazón late rápido cuando estoy a tu lado, mis manos sudan, es algo que no puedo controlar y eso me desespera. -tapé mi rostro con ambas manos frustrada.
-pero, cómo... -dijo confundido -¿no estuviste enamorada de tu ex esposo? -preguntó sereno, con la calma que solo él trasmite.
Sabía que Daniel conocía de su existencia, lo sabía. Aunque, reconozco, me tomó por sorpresa.
Eso es un tema delicado para mí.
Antes de responder comencé a abotonar mi abrigo, el frío de la madrugada se hacía notar.
-Alejandro fue una persona excepcional -comenté -me cuidó, protegió, y podría firmar, amó. Algo que yo nunca pude conseguir por más que me lo propusiese, nunca estuve enamorada de él. -admití con tristeza.
-¿cómo lo sabes? -miró mis ojos.
-porque él no me hacia sentir ni la mitad de lo que tu me has hecho sentir, joder. -respondí un poco frustrada. -no creas que esto no me afecta. Cada día me autocastigo pensando en que pude dar más. -solté un sollozo involuntario y continué -creí que con el pasar del tiempo el cariño que le tenía se transformaría en amor, pero antes de que eso pasara... Un día sin previo aviso se fue y ahí me quede yo, con el pudo ser, pero no fue.
Antes de poder evitarlo, una lágrima rodó por mi mejilla.
-es una culpa que ha tardado en sanar. -finalicé.
-pero sanará, te lo prometo. -dijo tomando mis manos -mírame Celeste, sanará, lo prometo.
Su voz era firme y decidida, y yo no era quien para no creerle.
Sonreí agradecida y accedí a contarle mi historia, en la cual mi padre estaba incluido.
Le conté que cuando mi padre falleció me encontré de pronto siendo el pilar de mi madre obligada a ocultar lo mal que yo estaba también.
Poco antes de que mi padre falleciera la empresa había pasado por una gran crisis, sin pensarlo mi vida también estuvo en crisis cuando de un día al otro todas las personas llamadas "amigos" desaparecieron.
Los busqué tanto, y fui tan rechazada. Ahora era "la Pobre".
Cuando mi padre recuperó todo, esas personas volvieron, pero lo único que consiguieron de mí fue repugnancia y rechazo.
Prefería estar sola que rodeada de una falsedad temiendo que cuando dejara de tener dinero se fueran otra vez.
Aunque recuerdo haber perdonado a la que consideraba como mi mejor amiga, porque ella se veía sincera al pedirme disculpas. Después de todo ella también sufrió burlas por ser adoptada y provenir de una familia de escasos recursos.
Sin embargo Alejandro, mi amigo de toda la vida continuó todo el tiempo a mi lado. Cuando nadie más estuvo.
Para cuando mi padre falleció mi mundo se vino abajo y él estuvo ahí extendiendome su mano.
Esa noche solté emociones, lloré, reí, pero de la muerte de Alejandro no pude hablar.
Me pregunto si algún día podré estar lo suficientemente bien para hablar de ello en voz alta con alguien que no sea el psiquiatra.
Mientras yo hablaba, Daniel se limitó a sonreír, a comprender, a besarme de vez en cuando y a escuchar atentamente.
Mientras hizo todo esto, siempre sostuvo mi mano.
Siempre lo hizo, eso no puedo negarlo. Mientras estuvo a mi lado siempre lo hizo.
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