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Capítulo Quince |Editado


-y dime, ¿necesitas ayuda? -dijo la chica.

Había olvidado el motivo por el cual me encontraba en estos instantes frente a Chiara y la verdad, fue muy oportuna.

-eh, ¡si! -dije mirando al pobre auto estancado.

Miré atrás de la chica y pude observar un lindo auto color azul estacionado a unos metros.

-¿ese auto es el tuyo? -pregunté de curiosa.

-si -sonrió- ¿Qué le paso al tuyo? -dijo avanzando hacia el, ahora, inservible auto.

-me he quedado sin gasolina, error mío. solo quería ir al supermercado a comprar algunas cosas. -hice una mueca con los labios.

-¡ah! no te preocupes, ¡te llevo! -dijo alegre.

-oh no... por favor, no te molestes, que pena -dije mirando mis converse sintiéndome torpe.

¡Estaba hablando con alguien sin sentir que era absurdo!

Eso era muy buena señal en mi vida.

-no pasa nada, anda no seas boba, yo justo voy para el centro comercial. -insistió.

Dudé unos segundos pero finalmente accedí.

-Esta bien -sonreí -déjame sacar algunas cosas del auto y llamar para que vengan a buscarlo. -susurré.

Créanme cuando digo que no soy sociable.

¿por qué creen que no tengo amigos?

Bueno, en parte es porque soy una maldita perra insensible.

Tampoco es que me importe mucho tenerlas.

En realidad si me importa.

Ahora si importa, quizás antes no, pero ahora sí.

Ya no quiero ser la de antes.

Caminé hacia el auto rápidamente y al tomar mi teléfono le marqué al encargado de los autos en casa.

Mientras venían a buscar el auto me quedé conversando con Chía.

Me sorprendió como ella era tan sociable y segura de sí misma.

De alguna forma yo soy muy segura de mí, pero antes no solía demostrarlo ni expresarlo en público.

No podía, era algo que se me dificultaba muchísimo.

Ahora no tanto.

Chía hablaba muchísimo y creo que en diez minutos me contó toda su vida.

Me contó sobre sus padres, sus hermanos, su perro Bobby y sus tres gatos. En fin, muchas cosas.

Yo solo me limité a decir que mi madre debía estar en casa esperándome.

Iba a marcarle a mi madre para avisarle lo que me había sucedido aunque ya deben haberle avisado los trabajadores.

Pero cuando deslicé mi dedo vi su nombre.

Daniel.

y a un lado la opción de llamar o mensaje.

Pero no, no pasó.

Debía controlar mis impulsos.

Entonces llame a mamá y le avise la situación. Por supuesto ya lo sabía.

Una vez que se llevaron el auto, Chia insistió en que me llevaría y comenzamos a caminar hacia el bonito vehículo azul.

A medida que nos íbamos acercando visualicé a una persona en el asiento del copiloto. A pesar de tener la vista pegada al teléfono y de llevar su cabello largo podía asegurar que era varón.

-baby, tenemos compañía. -dijo Chia anunciando mi... ¿existencia?

Si el chico era su novio esto sería incómodo, ya saben, tendría que tocar el violín todo el viaje.

Al parecer Chia notó mi cara de incomodidad, porque una vez que el chico alzó la vista y bajó del auto, continuó:

-Él es mi hermano, Michael. -sonrió con la alegría que solo ella irradiaba -Michael, ella es Celeste, mi amiga. Celeste, el es Michael, otra vez -rió.

Antes de poder decir algo me quede pensando en lo que Chia dijo, amiga.

¿De verdad podría llegar a ver a Chia como una amiga? ¿Qué se sentiría tener una?

Podría asegurar que Chia era una persona transparente y sincera, pues, me ayudo sin saber nada de mí.

Simplemente me prestó su ayuda de forma desinteresada, algo que es muy rescatable en el mundo hipócrita del cual he querido escapar tantos años

Ese mundo en el cual todos te dan su sonrisa de acuerdo al dinero que poseas.

Un mundo lleno de falsedad y nada más que interés, el mundo en el cual la sinceridad es muy escasa y casi inexistente.

Dejé de lado mis pensamientos cuando vi una mano extendida en mi campo de vista.

-un gusto -le dije tímidamente al chico.

Yo, Celeste Black, de veintiséis años, con una vida solitaria, de pronto estaba teniendo vida social.

De pronto estaba aceptando conocer a mas personas.

Eso realmente me puso feliz.

El camino al supermercado se hizo corto pero intenso, lleno de preguntas y risas.

Nunca había conocido a unos hermanos tan unidos, o quizás todos eran asi, nunca lo sabría.

Llegué a saber que Chia tenia veinticuatro años y era maestra de primaria, lo cual me causó mucha ternura. Me contó que con mucho esfuerzo había conseguido una beca para la universidad.

Por otra parte, Kevin seguía estudiando prevención de riesgo a sus veinticinco. Trabajaba en eventos para sustentar sus estudios.

Literalmente los conozco hace algunas horas y son las personas más reales que conocí en toda mi vida.

Una vez ya fuera del supermercado quise pedir un taxi de vuelta a casa, pero se negaron rotundamente e insistieron en que sería de mala educación dejarme sola.

Finalmente acepté que me llevaran a casa, aunque admito, me daba vergüenza.

Si, vergüenza. No quería que al ver mi casa pensaran que era una hijita consentida que en la vida había tenido todo lo que quería porque no era así.

Tuve todo lo material pero me faltó lo más importante. Cariño, amor.

No de parte de mis padres, sino del entorno. Tuve falta de aprecio, verdad y sinceridad. Para mí, son cosas más valiosas que todo el dinero del mundo.

***

-ME ESTAS JODIENDO -gritó Chía.

-Auch -dije tapando mi oído izquierdo.

¿ya dije que Chía es muy expresiva?

-CELESTE. -me miró.

-¡por favor, deja de gritar! ¿qué sucede? -dije no entendiendo su expresión.

-déjala, está loca -sugirió Michael desde el asiento de atrás.

Chía le dio una mala mirada, luego de eso inmediatamente sus ojos brillaron otra vez.

-¿de verdad esta es tu casa? -preguntó hacia mí.

-claro, ¿por que te mentiría? -reí viendo sus ojos celestes mas abiertos de lo normal.

-Ni trabajando toda la vida podría comprar algo así. -dijo mirando nuevamente la casa frente a nosotros.

No supe que responder ante eso, así que me limité a encogerme de hombros.

-vivo aquí desde que tengo memoria. -respondí.

No estaba intentando ser modesta. Simplemente no sabía cómo reaccionar ante su actitud.

No sabía si vivir en una casa tan grande era bueno o malo o malo para ellos.

Pero algo si sabía, y era que debía dejar entrar a Chía.

No solo a mi casa sino a mi vida. Debía permitirnos ser amigas.

-chicos, ¿quieren quedarse a cenar hoy? -pregunté impulsivamente.

Los dos me quedaron mirando como si estuviese bromeando. Por un momento sentí miedo de que cambiasen su visión de mí.

Sentí miedo de que dejasen de verme como una persona normal. Como lo estaban haciendo.

-hey, gracias. -dijo Michael. -De verdad, pero justo teníamos cosas que hacer y...

La desilusión cruzó por mi mente un momento.

-¡claro que SI! -replicó Chía -A mí me encantaría -miro a su hermano -vamos Michael, acepta... ¿si? -dijo haciendo un puchero.

-Esta bien... -dijo no tan convencido.

-¡sí! -exclamó Chiara alegremente.

Eran alrededor de las cinco y Michael, Chia y yo nos encontrábamos frente a la gran entrada esperando que lola o alguien más nos abrieran.

-me gusta tu cabello, tiene estilo -dije antes de que una amorosa y sorprendida lola nos abriera la puerta.

Michael se limitó a dar un "gracias" seguido de un guiño.

Lola por su parte sonreía ampliamente mientras abría la puerta, sus ojos brillaban.

-pasen... ¡bienvenidos! -dijo haciéndose a un lado.

Al entrar pude ver el rostro de Chia que miraba "disimuladamente" hacia todos lados intentando pasar desapercibido su asombro.

Su hermano, por su parte sonreía y a veces bajaba la vista hacia su teléfono.

-mi niña, no sabia que venían invitados, ¡y yo toda desarreglada! -dijo Lola.

Reímos todos junto con ella. Amaba a esta mujer, toda la vida a mi lado han creado hermosos recuerdos.

-tomen asiento, ¿desean algo de tomar? -preguntó Cortés.

-¿quieren algo chicos? -pregunté intentando descifrar sus miradas.

-yo un poco de agua, por favor -habló Michael.

-Eh... yo nada, gracias -Chia sonrió.

-De inmediato traigo su agua, joven -dijo lola mientras se perdía entre los pasillos de la gran casa.

-Nunca había sido tan bien atendido en toda mi vida -soltó Michael una vez que Lola hubo desaparecido.

Reí mientras lo veía bajar la vista hacia su teléfono.

-¿quieres recorrer la casa? -pregunte a Chia.

-¡claro! -dijo mientras Ana entraba al salón y comenzaba a acomodar la mesa, aunque aún era temprano.

-¿Ana? -me dirigí a ella.

-¿si, señorita? -dijo dejando de acomodar las flores centrales en la mesa de cristal.

-¿donde esta mamá? -pregunté curiosa. La casa era grande y no se veía cerca.

-Está tomando una siesta, ¿quiere que la despierte? -preguntó.

-Oh no -respondí. -no te preocupes, gracias de todas formas.

-De nada, señorita. -dijo volviendo a acomodar las flores.

Iba a ponerme de pie dispuesta a mostrarle la casa a Chía cuando fui interrumpida.

-Oye, celeste. -miré a Michael y continuó hablando. -¿eres como una especie de multimillonaria o qué? -preguntó inocentemente.

No pude evitar reír con su comentario. Miré a Chía para que riera conmigo, pero esta tenia el rostro igual o peor de confundido que su hermano.

-¿qué? -pregunté poniéndome seria de pronto.

-se nota que te tienen mucho respeto -se encogió de hombros.

-No lo sé... nunca lo había visto de esa forma. -dije siendo sincera.

-Somos de mundos muy distintos -soltó Michael.

Me quedé pensando en eso y la respuesta definitivamente era un rotundo no.

Eso nunca. Nunca pertenecería a este mundo.

-Eso no es cierto, créeme. -respondí serena.

Me puse de pie y tomé a Chia, mi nueva amiga, del brazo, dispuesta a mostrarle mi casa.

La misma que encontraba innecesariamente grande y muy vacía de humanidad. Ciertamente, el que ellos estuvieran aquí hacía que fuera mucho mas cálida y de pronto, agradable.

***

Me encontraba ansiosa a la llegada de Daniel.

Mi madre ya había despertado y con Chia se llevaron de maravilla.

Ahora mismo estaban hablando sobre ciencias y esas cosas que a mí nunca me han gustado mucho. Por otro lado Michael me está hablando sobre algo que no he podido captar ya que los nervios me consumen.

Mis tacones resuenan contra la alfombra negra y mis manos sudan.

Miré el reloj virtual que esta en la pared, 17:45

y Daniel aun no se digna a aparecer por la puerta.

Le sonreí a Michael quien, ahora capté, me contaba sobre lo mucho que le apasionaba lo que estudiaba y yo respondí que en eso nos parecíamos. Luego nos pusimos a hablar de leyes.

Mientras todos llenábamos la sala de conversaciones le dije a Ana, que se estaba yendo, que se quedara a cenar con nosotros y ella accedió.

Sin embargo no quiso involucrarse en nuestra conversación y se adentró a la cocina junto a lola.

La hora pasaba y mis nervios aumentaban, mis ilusiones poco a poco se iban esfumado.

Finalmente mis ilusiones se apagaron por completo cuando ya eran las seis con cuarenta y cinco y el timbre no sonó.

Daniel no vendría.

Como un globo al que recién han pinchado mis ilusiones de una cena con Daniel se fueron a la basura.

No sabía si llorar o sentir enojo.

No lo llamaría para reprocharle, no me sentía con ánimos.

Una triste mirada de mi madre fue la señal de que ya era hora de cenar.

De todas formas no podía ponerme así de mal tan pronto. Tenía a mis primeros invitados después de años sin entablar una relación amistosa con alguien.

Eso era un motivo de felicidad.

Asentí a mi madre sonriendo y me puse en pie.

-ya basta de bla bla, ¡es hora de cenar! -dije invitanso a todos a pasar a la mesa.

Mientras todos tomaban asiento fui a la cocina a invitar a lola a que ella también comiera con nosotros.

En el camino sentí ganas de llorar, pero las reprimí de inmediato. No lloraría por él.

Mas bien, no quería hacerlo.

-¿estás bien, hija? -dijo mi madre alcanzándome.

-claro mamá -sonreí- estoy mejor que nunca.

-me encanta verte asi... ¡Invitados! creí que nunca mas vería alguno tuyo.

Reí espontáneamente. Le dije a lola que cenara con nosotros y las tres, mi madre, lola y yo, servimos la mesa.

-qué pena, señora... -dijo Ana cuando mi madre le sirvió en su plato.

-¿por qué, Ana? lo hacemos con mucho cariño -dijo mientras yo le servía a Chía.

-hoy aprendí que en un acto tan simple como ser servicial puedes hacer feliz a alguien más. En este mundo, lleno de maldad y egoísmo, ser servicial, es marcar la diferencia. -completé mientras le guiñe un ojo a Chía y ella me agradeció con la mirada.

Aún sentía un poco de tristeza, sin embargo, siempre hay algo por lo cual agradecer.

Una vez todos sentados, hicimos un brindis por la amistad.

-Definitivamente, Celeste, tú eres de nuestro mundo. -Michael habló.

Me limité a sonreír.

solo yo entendí lo que él quiso decir. y me sentí feliz por ello.

°°°
Éste capítulo es para demostrar la vida de Celeste desde un punto de vista que no fuera tan propio.

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