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Capítulo dieciséis |Editado


Daniel

-¿y? –preguntó Jamie.

Esto era realmente difícil.

Además de estúpido. ¿Quién pensaría que yo iba a estar en esta situación alguna vez en mi vida?

Si decía un diez, ella me diría que estaba mintiendo.

Si decía un cinco, ella diría que el problema no era el vestido sino ella, que era horrible y que así había nacido y todo el resto de escándalo que había estado haciendo.

-un siete -dije al fin.

-¡¿es en serio?! -gritó y temí que la gente nos quedara viendo -¡Entonces no me veo fabulosa!

Rodé los ojos viendo como nuevamente se adentraba al probador, ¿acaso todas las chicas eran asi?

Eran alrededor de las cuatro de la tarde, hemos estado al menos cuatro horas escogiendo ropa.

Esto estaba siendo una tortura para mí.

Jamie nuevamente salió del probador diciendo que iría a la caja a pagar las prendas que había elegidoy yo me quedé cuidando las otras cien bolsas de cosas que ya había comprado.

Es una exageración, pero eran muchas bolsas.

Al fin nos íbamos.

De pronto mi teléfono anunció una llamada.

Estos días que he estado en Crowbyills Marck no me ha llamado para algún trabajo lo cual es extraño. El único trabajo que hice fue a penas llegué al entregar la droga que traía.

Marck no me ha dicho que regrese, por eso sigo en la ciudad. Sabía que tanta felicidad era demasiado bueno para ser cierto.

En el fondo lo sabía pero no quería aceptarlo.

Celeste me había llamado hace un rato para invitarme a cenar a su casa, algo que me ponía nervioso, pero aún faltaba.

Así que no podía ser ella.

Tomé mi teléfono y mis sospechas se hicieron realidad cuando la pantalla anunciaba "Marck."

Joder, y ahora éste, ¿qué quería?

-qué quieres. -contesté irritado.

Escuché su malvada risa del otro lado de la línea.

-cuidadito, Daniel. No te olvides con quien estás hablando.

Estúpido perro.

-como si te temiera. -escupí arrogante.

-ya deja de jugar a tener una vida normal y ven, te necesito hoy. –soltó.

Suspiré frustrado.

No tenía salida, él era mi maldito jefe después de todo, pero nada me costaba intentar.

-hoy no puedo, mañana si quieres estoy todo el día a tus servicios. -casi supliqué.

-dije, hoy. Ahora.

Con el tono de voz en que lo dijo podría jurar que me estaría asesinando con la mirada.

Corté y apreté fuertemente el teléfono  en un puño. Estaba realmente harto de no poder hacer lo que se me pegue la gana, ¡harto de vivir como un títere!

-¿Te pasa algo bebu?

Miré el rostro preocupado de Jamie, quien podría decir, ya estaba acostumbrada a mis repentinos cambios de humor.

Ella no preguntaba más de la cuenta y lo agradecía.

-nada, debo salir, quizás vuelva mañana. -me puse de pie.

"quizás", porque nunca sabría si volvería de esos mandatos o no.

-¿irás a la cena de Celeste? -miró su teléfono -pero si solo son las cuatro aún.

La miré con cara de pocos amigos.

De todas formas ella no tenía la culpa. Ella no sabía nada sobre mi infierno personal.

Y Marck tenía razón, debía dejar de jugar a tener una vida normal, porque aunque me pesara, mi vida no era normal.

-no, no iré. Iré a otro lugar, no importa, no te preocupes. - tomé sus bolsas -te dejo en un taxi.

Jamie solo asintió con una expresión de confusión, era obvio.

Nosotros ya llevábamos prácticamente medio mes conviviendo casi a diario el desayuno o la cena.

Ella no sabía ni una sola cosilla de mi vida, ni de mi familia, ni de mi trabajo, ni siquiera sabía mi apellido.

Eso en parte no me importaba en absoluto porque no fui yo quien insistió desde un principio.

A veces sentía pena por ella al ver su vida tan desorientada. Aún se escondía pero no creo que sea escondite si sus padres no la han buscado para nada.

Al menos no le han cancelado las tarjetas.

Cuando dejé a Jamie en el taxi, fui rápidamente a por el auto y me dirigí a toda velocidad a la casa de Marck, quizás alcanzaría a llegar a la cena si me apresuraba.

Solo quizás.

Vivir en el quizás era una real porquería.

Conducí un buen rato hasta las afueras de la ciudad. Alguien como Marck no podía estar tan a la vista, era obvio que el lugar en el cual vivía era todo un escándalo.

-¿A quién buscas? -dijo un hombre completamente vestido de negro que estaba en la entrada del bosque en donde vivía el imbécil.

Era un hombre feo, y por feo me refiero a la enorme cicatriz que cubre gran parte de su rostro.

Esa cicatriz haría que cualquier persona retrocediera en cuanto lo viera.

Menos yo, por supuesto.

-Marck Williams -respondí mirándolo fijamente a los ojos. Como intentando darle a entender que no me intimidaba en absoluto.

El hombre frunció el entrecejo unos segundos y solté un quejido irritado.

-Daniel -dijo mientras abrió los ojos de par en par al reconocerme.

-¿Me dejaras pasar de una maldita vez o qué? -me estaba enfureciendo.

-cla... Claro -tragó saliva -pasa, avisaré que vienes para que no tengas inconvenientes con los otros.

Rodé los ojos y puse el vehículo en marcha, estúpido cobarde.

No es por ser maleducado, en serio.

Soy maleducado considerando que nadie nunca me educó, pero a ese idiota lo conocía muy bien y de bueno no tenía nada.

Aunque quizás yo tampoco tenía mucho de buena persona.

En los restantes diez minutos me limité a mantenerme serio o mover la cabeza en modo de saludo a los que tenía más en cuenta.

Sonreía en mi interior cada vez que alguno temblaba al abrirme la reja.

-¿Se te perdió algo? -dije una vez baje del auto.

Me dirigía a un pobre muchacho que estaba en la entrada de la gran mansión. Más de quince años no tenía.

Ví como negó reiteradas veces con la cabeza y realmente sentí lástima por él.

Se arrepentiría de aceptar esta vida algún día.

Muchos de nosotros se han matado. Luego de matar tanta gente que más da matarse a uno mismo.

Eso es muy común en este ambiente.

A medida que me acercaba, el muchacho se encogía más sobre si y una vez frente a él, mis ojos buscaban los suyos pero no los encontraban.

Sin quererlo me recordó mucho a mí en mis inicios. Temblando de miedo, rodeado de hombres con algún tipo de cicatriz.

Puse mi mano en su hombro y dió un pequeño salto.

-tranquilo -dije buscando su mirada.

-qu... Qué necesita, señor Da...Daniel. -tartamudeó.

Eso sonó a todo menos a pregunta.

-cálmate, muchacho. -respondí lo más amable posible.

-s... Es que, que tengo...

-Miedo. -lo interrumpí -Tienes miedo.

El muchacho se limitó a asentir.

-pues simplemente deberás dejar de tenerlo, o no soportarás mucho por aquí.

Me di cuenta tarde de lo agresivo que sonó eso. Miré sus ojos grises y me invadieron unas enormes ganas de llorar

-escúchame, no te conozco y tú tampoco a mí, pero si hay algo que te puedo decir.... -suspiré antes de continuar -Vete. Vete antes de que sea tarde.

Me dolió decirle a alguien más algo que yo quería y justamente no podía hacer a estas alturas, pero era lo mejor para él.

Sin esperar una respuesta me puse en marcha hacia la puerta principal.

Luego de dos golpes fue abierta por una señora de aproximadamente cuarenta años que tenía sólo miedo en su mirada. Pobre.

Me pregunté que habría pasado con la empleada anterior, pero no me sorprendería si me enteraba que Marck la había matado.

Pasé haciendo una reverencia y fui hasta Marck, sabía perfectamente donde se encontraba.

Una vez fuera de su oficina golpeé la puerta y de adentro se escucho un aparentemente cordial "adelante".

En el fondo sabía que no tenía nada de cordial.

Frente a mí se encontraba el desgraciado Marck Williams, detrás de ese macabro escritorio, planeando cosas que ni siquiera podrían pasar por una mente saludable.

-¿Feliz? Ya estoy aquí, que quieres. -dije interrumpiendo sea lo que estuviere haciendo con los papeles que tenía sobre el mesón.

-Danielito, -rió mientras acomodaba sus brazos en el escritorio. Sentí náuseas -necesito que elimines a alguien, algo muy simple para tí -me miró fijo con semblante serio.

¿Era una jodida broma?

¿Me hizo estar casi un mes aquí para matar a alguien?

-¿me estás viendo la cara? Podrías haber mandado a cualquiera. -dije furioso apoyando mis manos en su mesón de forma desafiante.

-No, no -hizo un gesto con su dedo -no es cualquiera el estorbo, por eso no puedo enviar a cualquiera.

Me tendió unos papeles que antes estaban sobre su escritorio y volvió a hablar.

-aqui tienes datos sobre cada detalle de su miserable vida, haz lo tuyo. -me guiño un ojo.

-¿Quién es? -pregunté abriendo la carpeta y me sorprendí. -¿Felipe Stuards? Pensé que eran socios.

-Algo así hasta que me quedó debiendo mucho dinero.

-pero presionalo y listo, no es necesario terminar con su vida. -dije intentando ocultar que en el fondo de mi corazón, no quería matar a alguien. -además él tiene mucha seguridad, es arriesgado.

-lo sé. Es por eso que he llamado a Clay para que te acompañe. -soltó sin más -confío en ustedes. Ahora ya puedes irte.

Sin esperar  más me di media vuelta y salí de ese lugar. Miré el reloj y eran las siete, definitivamente no iba a poder llegar.

Y allí quedó el "quizás podría llegar", solo en el quizás.

Una vez en el living de la gran mansión tomé asiento en uno de los sofás negros y comencé a insultarme mentalmente por ser tan desgraciado y tener una vida tan asquerosa.

¿En qué estaba pensando cuando acepté ser participe de esto?

Sentí una mano sobre mi hombro izquierdo.

Antes de alzar el rostro visualice a Celeste aquella noche en el parque y al alzar mis ojos pude ver a Clay frente a mí.

Su mirada llena de melancolía no me hizo sentir mejor, pero su compañía después de tanto tiempo sin verlo; sí.

-hermano... -susurré.

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