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Capítulo cuatro |Editado

Daniel

Estaba jodido.

Acababa de hacer una entrega de drogas, simplemente ya no podía con esto.

Prácticamente catorce años de mi jodida vida entregados a la mafia y ¿qué consigo? Que un sujeto quiera matarme en cada lugar al que voy.

Estoy cansado de hacer lo que me manden, de no poder controlar mi vida, pero estoy atrapado.

Si me entrego a la policia, me pudriré en la cárcel. Si dejo de esconderme, me matarán. Parece que estoy destinado a ser un maldito asesino.

Exacto. Soy un maldito asesino.

Moriré solo y miserable.

Cuando entré a éste mundo yo apenas era un niño, lo único que quería era ser libre y tener dinero.

Ahora tengo dinero de sobra, pero ¿de qué me sirve? Si no puedo compartirlo con nadie, no puedo confiar en nadie.

No puedo comprar una casa, porque quién sabe un día van y la queman conmigo adentro.

Tengo tantos enemigos que ni siquiera podría contarlos a todos.

Esa tarde yo estaba lamentandome de la miserable vida que llevo.

Me encontraba perdido en mis pensamientos cuando de pronto escuché una voz extrañamente dulce.

Increíble que esa voz tan dulce soltara tantas maldiciones.

Levanté mi rostro y reconozco lo insensible que fui.

Pero, ¿qué se pueden esperar de una persona que nunca en su vida ha recibido una pizca de amor?

Con Marck la relación solo es de empleado a empleador. Él me dice lo que debo hacer y me da la paga.

En el hogar de menores que estuve hasta los trece años jamás alguien se preocupó por mí. Aprendí a ser insensible.

Si hubiera sido en otra ocasión, no hubiera respondido. No puedo confiar, hablar o siquiera mirar a alguien.

Pero simplemente ya estaba cansado.

Cuando me dí cuenta de que se estaba marchando, una extraña sensación me invadió.

Después de todo, nadie había demostrado tanto interés en mí.

Dudé sobre si esto era correcto, si debería tomar o no el riesgo, no midiendo las consecuencias.

De verdad, no medí las consecuencias.

Fuí un completo egoísta.

Y prometo que yo no suelo ser así.

Nunca hubiera dicho mis nombre real a una desconocida, pero ella... Se veía muy dulce y sobre todo, débil.

Aunque su actuar dijera todo lo contrario.

Su cabello era lacio pero con ondas que lo hacian ver despeinado, largo hasta la cintura, color castaño claro.

Sus ojos verdes demostraban dolor y frialdad al mismo tiempo. Tenía los pómulos marcados, como si no comiera nada. Su cuerpo era fino y se veía frágil.

—Mi nombre es Celeste –dijo con cierta inseguridad.

Un nombre demasiado irreal para la realidad.

Así fue avanzando la hora.

Hace mucho tiempo no era yo. Hace tiempo no hablaba con alguien, mejor dicho. Mucho menos sobre mí.

Si ésta chica solo supiera las atrocidades que he realizado a lo largo de mi vida no dudaría en salir corriendo y llamar a la policía.

Admito fui egoísta, pero estaba cansado. Solo quería descansar de la oscuridad que me rodeaba y sonreír.

Al menos una vez en mi vida en un parque de madrugada.

Aunque sea solo una vez, solo quería sonreír sinceramente.

Con la única persona que puedo ser yo mismo es con Clay, mi único amigo.

Clay ha sido mi hermano desde que tengo memoria. Solo él sabe que tan jodida está mi vida, solo él ha permanecido a mi lado después de todo.

Desde el plan sobre como escapar de ese podrido hogar, hasta el plan sobre como sobrevivir sin que nos maten.

Clay igual está metido en toda esta porquería, solo que él no ha hecho tantas atrocidades, él aún puede respirar con tranquilidad.

Una muestra de ello es su familia, su esposa, sus hijos.

Y la verdad es que lo extraño. No puedo quedarme en su casa a las afueras de la ciudad porque pueden descubrirme y lo último que quiero es que lastimen a sus hijos por mi culpa.

Soy tan miserable que ni siquiera puedo tener vida social, todo lo que toco se destruye.

Lo aprendí luego de que alguien importante muriera por simplemente brindarme su amistad.

Miré a Celeste horrorizado.

—¡Se que será difícil pero olvidame! –grité.

Debía regresar sin mirar atrás al mundo donde pertenezco.

No puedo, no puedo joder la vida de las personas acercándome, menos la de ella.

Me dolió admitir eso, pero no me lo perdonaría otra vez.

No puedo fingir que soy una persona normal cuando no es así, no puedo.

Entré al primer hotel que encontré solamente para pasar la noche, mañana a primera hora tendría que salir otra vez a esconderme como un miserable, justamente lo que soy.

***

Me encontraba en una cafetería desayunando. La chica que me atendió tenía los ojos verdes, e inmediatamente recordé a Celeste.

Ni siquiera sabía su apellido para poder buscarla.

Negué con la cabeza al pensar eso.

olvidala Daniel, eso es imposible.

Pero joder, esa chica y sus ojos no salían de mi mente.

Ella se acercó a mí sin perjuicios, sin importar lo que yo fuera.

Casi un mes desde ese entonces.

—Señor, ¿me podría decir que va a ordenar de una vez? –dijo la chica sacándome del trance.

—ah si, lo siento –cerré los ojos por un instante. —perdón, dame un café amargo y unas tostadas con mermelada, por favor.

—enseguida –dijo mientras al parecer lo anotó en su libreta y luego se dirigió a otra mesa.

Noté que un hombre del otro lado de la cafetería me miraba disimuladamente pero lo ignoré.

Comencé a mirar la televisión del lugar y no tardó mucho en sonar mi teléfono.

Atendí aturdido, nadie tenía mi número excepto dos personas, mi jefe y Clay.

Clay no podía ser porque sabe los riesgos de una llamada de día a menos que sea una emergencia. Así que asumí que era Marck, el jefe.

—¿Qué necesitas? –hablé serio.

—Corre.

fue lo único que dijo y luego colgó la llamada. Me quedé estático.

Miré al sujeto que me estaba mirando y rápidamente entendí, ese tipo estaba buscandome y para nada bueno.

En el instante en que me puse de pie corrí, corrí y corrí sin importar que la chica de ojos verdes estuviera gritando por mi pedido de hace un rato.

Miré hacia atrás y justamente el tipo venía persiguiendome, ¡joder! Estoy tan cansado de correr por mi vida.

Luego de un par de minutos el tipo no se rendía, por lo que decidí cruzar la calle sin importar. A esta altura no me importaba morir.

Mentiroso.

Conseguí gritos e insultos de las personas, hasta casi me atropellan pero eso no me importó en absoluto, seguí cruzando la calle.

Al parecer mi plan funcionó a la perfección porque miré hacia atrás y el tipo se habia ido. Seguí corriendo ya más calmado y entré a un edificio que decía "posada".

La fachada era asquerosa, pero qué más daba.

La pieza que me facilitaron era ridículamente pequeña. Olía muy mal.

Evidentemente no dormiría ahí. Apenas pudiera me iría a un hotel mejor.

Desde la ventana tenía la vista a un callejón oscuro. Me encontraba en un tercer piso.

Me trajo tantos recuerdos porque yo solía dormir en callejones cuando recién me escapé del hogar.

No tenía nia nada ni a nadie, solo Clay y yo, éramos unos vagabundos más.

Hasta que Marck nos encontró y nos ofreció una buena vida, ya ven ustedes la "buena vida" que conseguí.

Abrí la ventana para que el olor se disipara, pero una voz hizo que se me detuviera el corazón un segundo.

Esa voz... Tan dulce.

Celeste. ¿Que hacía ella aquí?

¿Acaso me vio correr entre los autos? Me siguió, de eso no hay duda.

La veía y escuchaba hablar al aire. Me estaba buscando.

En ese instante quise correr hasta ella y darle las gracias por intentar acercarse a mi aunque no lo merezco.

Pero no podía ser. Sería tan egoísta.

No me acercaría y pensar eso me dolió, pero no puedo hacer nada.

Simplemente no puedo acercarme, no puedo hacerle daño.

Cuando ella se estaba yendo, iba a cerrar la ventana hasta que escuché un fuerte quejido que me alarmó.

Me asomé rápidamente a la ventana y lo que vi me destrozó completamente.

Diablos, ¡he intentado alejarme lo más posible para que no le hagan daño y aún así no lo logro!

Joder, si es cierto que siquiera puedo pensar en tener alguna amistad.

Ni siquiera puedo decir que me quedé en un estado de shock pensando en qué hacer, porque no lo había siquiera pensado y ya estaba corriendo por las escaleras.

Minutos antes estaba corriendo de este sujeto y ahora lo estaba golpeado como loco.

No lo maté, solo para no involucrar a Celeste, pero ganas no me faltaron.

Miré a Celeste quien estaba en el piso y un charco de sangre rodeaba su cabeza.

Su cara tenía sangre, aparte del golpe en su rostro. Su mejilla se estaba tornando morada, su traje blanco estaba lleno de sangre... Sus manos...

Corrí hacía ella.

Mis nudillos sangraba, estaban destrozados por los golpes que acababa de dar. Sin embargo ese dolor no se podía comparar al dolor que sentía al ver a Celeste tan débil y no sé por qué.

Rápidamente la tomé en brazos y la llevé hasta el auto. —por favor, no cierres los ojos, todo estará bien -dije intentando creermelo más yo que ella.

Busqué en sus bolsillos la llave del auto y abrí la puerta trasera. La puse allí delicadamente.

Corrí hasta el asiento del conductor y metí las llaves. Mis manos estaban temblorosas.

A toda velocidad busqué un hospital cercano mientras la movía para que no durmiera, quizás no despertaría si lo hiciera.

Conocía ese tipo de golpes, eran mortales.

Muchas veces dejé morir a tipos así, morían desangrados.

Celeste comenzó a murmurar, parecía estar en otro mundo, parecía delirar.

—Celeste –estiré el brazo hacia atrás y la removi. —Celeste –la removí otra vez mirando hacia el frente.

—Alejandro, ¿eres tú? –murmuró.

Me tensé, pensando si podía ser su novio.

—Celeste, ¡abre los jodidos ojos! -insistí, ya estaba cerca.

Rápidamente detuve el auto y corrí hasta pedir ayuda.

—¡Ayuda! Tengo a una herida, ¡auxilio! –grité con todas mis fuerzas.

Vi a lo lejos dos enfermeros, uno se acercó al vehículo mientras le expliqué que se trató de un robo.

No podía decir otra cosa. ¿Qué iba a decir?

Llegaron entonces dos personas las cuales traían una camilla y se la llevaron.

Antes de que eso pasara pude ver que sus ojos se habian cerrado.

Sufrí en mi interior, queriendo no saber lo que eso significaba en una herida de tal magnitud.

Me sentí otra vez culpable y miserable.



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