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Capítulo cuarenta y Dos |Editado

-¿estás segura? -preguntó Laura mirando el lugar donde estábamos.

-Claro, ¿nunca cerraste ciclos? -pregunté incrédula.

-¡Obvio! Pero nunca así -rió algo asustada. -y al parecer tú tampoco -dijo mirando mi largo cabello.

-Nunca está de más un cambio de imagen. Lo necesito, Laura.

-Pero dijiste que tu padre amaba tu cabello largo. -contraatacó sin entender.

-Sí, y Daniel también. -solté entre dientes.

Laura asintió comprendiendo la situación y luego se bajó del auto. Yo la seguí. Al entrar a la peluquería una chica nos recibió amablemente y nos preguntó que queríamos hacernos en el cabello.

-Quiero cortar mi cabello. -dije decidida. -Hasta la altura de los hombros está bien. -sonreí.

Laura levantó sus cejas sorprendida por mi confesión. Ella tenía el pelo corto pero lo que me sorprendió fue lo que dijo a continuación.

-Yo quiero cambiar el color -dijo fresca. Luego pareció pensar unos segundos antes de pronunciar -Siempre quise ser pelirroja.

Ahora la sorprendida era yo. De todos modos su decisión me impulsó a pronunciar algo que jamás creí que saldría de mi boca.

-Y yo siempre quise ser rubia. -dije sin titubear.

-Perfecto, amo los cambios. -dijo la chica que nos atendió. Se veía demasiado animada. -Iré a buscar lo necesario y a llamar a mi compañera para que atienda a una de ustedes.

-Es mentira -dijo Laura una vez que la chica se fue.

-¿Qué? -pregunté sin entender a lo que se refería.

-Nunca has querido ser rubia -rió mientras escribía algo en su teléfono -siempre dijiste que las chicas rubias teñidas eran cabeza hueca. -me miró.

Hice una mueca, era cierto.

-No sé cómo podía pensar así. -comenté sincera -el color de tu cabello no define tu intelecto.

-¿quién eres y qué le hiciste a mi compañera de trabajo? -preguntó frunciendo el ceño. Luego reímos al mismo tiempo.

-Ni yo se quién soy. -me sinceré mirando mi reflejo en el espejo frente a mí.

Pasó el tiempo y mientras las chicas trabajaban en nuestro cabello le conté a Laura todo lo que había pasado.

Sí, todo.

No sé quién estaba más sorprendida, ella al escucharlo o yo al decirlo en voz alta. O quizás las peluqueras que fingían no escuchar nada pero sus rostros sorprendidos las delataban.

-¿por qué no me llamaste cuando lo necesitabas? -dijo Laura resentida.

-No tenía cabeza para nada, solo quería morir, Laura.

-¿Estás mejor?

-Desde que supe que estaba embarazada.

-Maldito infeliz. -soltó con rabia.

-Él no lo sabía... -intenté defenderlo.

-¿y crees que si lo hubiera sabido se habría quedado?

Silencio.

-No lo sé... pero ya poco me importa.

-No te mientas a ti misma, Celeste. -la miré. -Es normal que lo sigas queriendo, ha pasado poco tiempo.

Mis ojos se aguaron e intenté retener las lágrimas. No podía seguir llorando, por mí, por mi bebé.

-¿me dirás por qué se fue? -susurró Laura cuando estábamos solas.

-Era mafioso. -susurré despacio.

-¿QUÉ? -cerré mis ojos al oír su grito. La gente nos quedó mirando.

-Shhhh -la callé. -Es serio.

Nuevamente tuvimos compañía y decidimos guardar silencio.

***

-y... ¡Ya estás! -dijo la chica que me atendía -El rubio te queda demasiado bien -dijo tomando mi cabello entre sus manos.

Miré mi reflejo en frente y me quedé sin palabras. Nunca me consideré una chica extremadamente guapa, a pesar de que unos cuantos me pretendían, pero ahora podría decir que me veía jodidamente bien.

-¡Me encanta! -dije sincera. -Muchas gracias.

Pagamos y nos dirigimos caminando al centro comercial, Laura también estaba bastante feliz con su cambio, se veía hermosa.

-Ahora si que Noah no podrá dejar de mirarte -rió.

-¡no me interesa! -dije rodando los ojos.

-Si claro, como si no llevase años de conocerte.

Me quedé en silencio, pensando en lo que dijo en un comienzo... ¿Noah dirá algo sobre mi cabello? No lo sé. Joder. Ni siquiera me interesa.

-Da igual. La verdad es que... -me detuve abruptamente. Frente a mí había una tienda de bebés y se veían  hermosos trajes a través de la vitrina, mis ojos brillaron y Laura siguió mi mirada.

-¡Entremos! -chilló emocionada. -Anda, vamos -dijo tirando mi brazo.

Asentí, emocionada.


Una vez adentro no podía dejar de mirar todas las cosas que allí habían, esos pequeños zapatitos, esa ropita chiquita que me hacía morir de ternura. Ya quería tener a mi bebé conmigo.

-¿Qué te parece este? -preguntó Laura con un mini vestido rosa pastel entre sus manos. Se veía tan emocionada como yo.

-¿No crees que es muy pronto? -dije mirando el vestido. -Apenas y tengo dos meses, ni siquiera puedo saber qué es.

-Ay, ¡no seas agua fiestas! Es más, yo lo compraré. -dijo caprichosa.

Reí ante su gesto infantil.

-¡No me digas! -actué poniéndome sería. -¿tú igual estás embarazada? -fingí asombro.

Laura chasqueó la lengua ignorando mi comentario.

-Ojalá tuviera a alguien si quiera -dijo rencorosa. Yo reí.

-Laura, buscas demasiado. Ya vas a ver que llegará alguien cuando dejes de buscar. -la alenté.

-Ya veremos, entonces. -bufó.

Al final compró el vestidito tal y como dijo y no pude contenerme de comprar unos también. Además compré ropita amarilla. Bodys, ballerinas, poleritas, gorritos, guantes, calcetines y trajecitos tan pequeños que no podía esperar para que mi bebé los usara.

También compré una hermosa cuna blanca. No quise comprar más cosas porque esperaría a saber el sexo de mi bebé. Además, no quería ilusionarme tanto... Es decir, tenía muy poco tiempo de embarazo y la doctora fue sincera al decir que muchas embarazadas sufrían pérdidas antes de los tres meses.

Sentí mi cuerpo estremecerse de tan solo pensar algo así. Amaba a la criatura de mi vientre aunque solo tuviera dos meses de gestación.

Subimos las cosas al auto y fuimos a almorzar a un restaurante muy acogedor.

-Ya quiero tener a mi sobrino entre mis brazos -dijo Laura emocionada. -porque seré su tía, ¿ok?

-Sí -dije enternecida - solo espero que todo salga bien -me mordí el labio inferior como tenía por costumbre.

-Así será cariño, y cuenta conmigo para lo que sea.

Le sonreí en agradecimiento ya que la comida había llegado. Desde ahora se estaba convirtiendo en mi mejor amiga, mi única amiga.

Una vez que terminamos de comer, nos fuimos al auto para dirigirnos al otro lado del centro comercial. Laura se ofreció a ayudarme en todo y lo estaba demostrando, puesto que nos dirigimos a una empresa que se encargaría de vender la casa de mis padres quedándose con un 20% de las ganancias, pero yo no tendría que viajar ni hacer un esfuerzo tan grande.

¿Las embarazadas pueden viajar en avión? Era difícil de asimilar, pero ya no era yo. Era yo y mi hijo. Sería así por siempre. No podía pensar igual, debía velar por su bienestar por más que sea necesario sacrificar el mío.


-Necesito que me acompañes a un último lugar -la miré suplicante.

-Obvio, solo dime. -sonrió. Le debía una muy grande.

-Necesito que me lleves a mi antiguo departamento, ¿recuerdas la dirección?

Asintió y en menos de diez minutos estuvimos allí.

-Esperame aquí -dije bajandome del auto.

Miré las puertas de cristal, volví más rápido de lo que pensé a este lugar.

-Hola Juan -saludé al portero. Quizás no tan feliz como la última vez que vine por aquí.

-Señorita Black, me sorprende verla por aquí -dijo levantando las cejas.

-Si... Las cosas de la vida -sonreí débilmente.

Un silencio incómodo surgió en la escena. Había compasión en su mirada.


-Dígame en qué puedo ayudarle, ¿Necesita una copia de las llaves de su departamento?

No lo había pensado, había venido por otra cosa, pero ya que lo menciono, asentí.

-Por favor, al igual que las llaves de mi auto -dije dándole a comprender lo que en realidad hacía allí -Mi madre me dijo que aquí estaba resguardado mi auto.

-Así es -dijo amable -Su auto ha estado en el estacionamiento subterráneo todo este tiempo. ¿Se lo llevará?

-Si, me lo llevaré. -dije tomando las llaves. -Muchas gracias -sonreí -Hasta luego.

-Que esté muy bien, señorita Black.

-Igualmente -mis ojos brillaron.

Bajé por el ascensor al estacionamiento subterráneo. Logré visualizar mi jeep rápidamente. ¿Tendría gasolina? Ya ni recordaba.

Toqué las llaves haciendo que el eco de la alarma sonara de forma estruendosa. Una vez dentro del auto el aroma a lavanda me llegó de lleno. Seguía igual que antes.


Encendí el motor y me di cuenta que tenía el estanque lleno. Eso demostraba parte de mi personalidad cuadrada. Siempre con el estanque lleno.

Salí del estacionamiento y me estacioné detrás del auto de Laura.


-Vaya, me había olvidado de esta joya. -dijo Laura apoyándose en mi auto.

-Yo no -dije melancólica. -Si tan solo ese día hubiera seguido de largo -susurré.

-¿Ah? -preguntó Laura.

-Nada, nada. Una larga historia.

-Bueno, supongo que te iras en él a casa.

-¿quieres venir a cenar? -le propuse.

-¡Me encantaría! Pero quedé de cenar con... -sé sonrojó antes de terminar.

-Oh, no otra vez -golpeé mi frente con mi mano.

-¡No me juzgues! -chilló sacando a flote su personalidad.

-Recién hablamos de esperar... ¿Y tú otra vez en citas de Internet? ¡Puede ser un violador!

-Shhh... -dijo callandome -Está será la última. -puso cara de cachorro.

-Ten cuidado, por favor -dije preocupada.

Me ayudó a traspasar las bolsas a mi auto y me di cuenta que eran demasiadas. La cuna a pesar de estar desarmada y en una caja ocupaba mucho espacio. Luego nos despedimos y me prometió ir a casa pronto.

Camino a casa me detuve junto a un carrito de comida rápida y no pude evitar comprarme una porción grande de papas fritas, se me antojaba demasiado. También compré unas para Noah, sabía cuanto le gustaban.

El día ya estaba finalizando y me sentía extrañamente feliz, como hace tiempo no lo estaba sintiendo.

No sé si se debe a la buena acción que hice al donar mi cabello a una fundación de niños con cáncer o si se debe a la idea de mi bebé cada vez más cerca. O quizás se debe a mi nuevo corte de cabello y la emoción de querer ver la reacción de las personas de la casa.

No la reacción de Noah, para nada.

Él no me importa.

Aún podía recordarlo despertandome en las mañanas para irse a la universidad. Su atención.

Pará qué mentir, él sí me importaba.

Y más de lo que quisiera a éstas alturas.

Pasado el camino de rocas al fin había llegado. Aparqué fuera de la casa y el auto de Noah estaba ahí, Ya estaba atardeciendo.

-¡¿Hola?! -grité una vez adentro de la casa -¡Ya llegué! -dije alargando la vocal.

Pasé el largo pasillo intentando mantener las bolsas sin que terminaran en el suelo y las papas fritas al mismo tiempo.

Una vez en el living escuché la risa de Noah proveniente de la cocina, así que dejé las bolsas de mi bebé al borde de las escaleras y entré con las papas fritas a la cocina, emocionada.

-¡Noah, mira lo que... -mi voz se fue apagando poco a poco. No podía creer lo que mis ojos veían.

Se separaron lentamente, sus labios estaban hinchados. Noah abrió los ojos de par en par, y empujó a la chica levemente. Pero ya lo había visto todo.

Era la chica rubia, la misma de la universidad, supongo.

-¿Celeste? -preguntó fuera de sí, descolocado. Había cierta desesperación en su mirada. -Yo... ¡Lo puedo explicar! -gritó.

Para entonces, ya me había dado media vuelta y me había marchado de allí.

Si llegué a sentir un leve cosquilleo por él, desde aquel momento Noah estaba muerto para mí.


Y a Daniel lo sacaré de mi mente, cueste lo que cueste. Prometo olvidarlo.

Nunca más nadie pasaría sobre mí.

Y yo no rompo mis promesas.

7

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