El tiempo se detuvo de la misma manera en que lo hacía antes...

Sus ojos me devoraban, esos ojos de color esmeralda que aún podía admirar en mis sueños y algunas veces en mis pesadillas.

—¿Eres tú? —cuestionó más para ella misma, el eco de su voz resonó en mi cabeza —. Realmente eres tú. —Esta vez en una afirmación se llevó la mano a la boca.

Sus ojos a punto de derramar lágrimas, los espasmos comenzaron a invadirla.

Había esperado tanto tiempo para volver a verla, para escuchar su voz y mi nombre ser pronunciado por sus labios.

Sus cambios físicos eran demasiado evidentes, ya no era la niña de la que me enamoré; sin embargo, estaba seguro de que la amaba tanto como cuando la vi por última vez.

Con pasos dudosos se acercó a mí, el viento helado lograba que su cabello danzara. Estaba temblando, no sabía si temblaba por el frío o por la impresión de verme.

Se detuvo a escasos centímetros de mí y de inmediato acercó su mano, elevandola tratando de tocar mi mejilla como si en cualquier momento me fuera a desvanecer.

Y antes de que su tacto me invadiera giré mi rostro rechazando su acto.

Mis ojos faltos de emoción, era un experto en ello, en ocultar la verdad.

Mi cuerpo me pedía su calor, mi corazón corría desbocado pero mi cabeza se mantenía fría, esta vez realmente lo haría.

Esta vez...

El amor que sentía por ella sería en silencio.