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Lo único que deseaba era suprimir el dolor

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EDÉN


Era momento de dejar todo a un lado.

De dejar toda esta mierda a un lado e irme.

Restregué con fuerza mis mejillas arrastrando el dolor que escapaba de mi corazón. El grito de mi garganta seguía obstruyendo al punto de que no podía siquiera respirar de manera normal, las personas me observaban con preocupación pero ni siquiera podía ver sus rostros, estaba demasiado cansada de mantener silencio; de demostrar frente a todos que las cosas estaban bien y que mi corazón no estaba doliendo a cada segundo.

Que me vieran llorar era lo último que me preocupaba.

Déjalo ya.

Olvidalo.

Repetía reiteradas veces a mi corazón.

Arráncalo.

Todo terminó.

Cerré los ojos y me abracé a mi misma. Me sentía tan sola, necesitaba solo un poco de calor. Que alguien me demostrará que aún había algo porqué vivir; porque lo amaba, amaba a Allen tanto que dolía, tanto que mis sueños viajaban a través de sus ojos, de su sonrisa arrogante y todas las sensaciones que había experimentado. Todo lo que él me mostró.

Su rostro siendo cubierto por la nieve mientra me sostenía entre sus brazos, evitando resbalarme en un lago congelado.

Sus ojos oscuros observándome con tanto amor, cuidando de mí hasta que me durmiera en aquella camilla en el hospital, incluso en un lugar tan frío me sentía tranquila. Porque era él quien cuidaba mis sueños.

La sensación de su tacto persistía en mi rostro, de sus caricias que lograban que mi piel hormigueara. Me sentía completa, cuando estaba con él yo estaba completa.

—Vete a la mierda —mascullé mas para mí que para él sabiendo que lo había dejado varias cuadras atrás.

Era tanto mi tormento que no me dí cuenta cuando choqué de frente con alguien quedando entre la presión de sus brazos,como si se tratara de una camisa de fuerza evitando que mi cordura fuera la que saliera.

El aroma familiar me hizo reconocerlo al instante. Me aferré a él, era lo más real que tenía en ese momento.

Sus brazos se enredaron en mis hombros con fuerza y fue cuando aún siendo vista por las personas que pasaban por el lugar no me importó llorar más fuerte de la cuenta.

—¡Ya no quiero! —exclamé desgarrando mi garganta. Mis mejillas picaban a causa de las lágrimas que seguían sin ceder; levanté el rostro y todavía  con la vista un poco nublada enfoqué aquel par de ojos que conocía e imploré —: ¡Ayúdame! Ayúdame a olvidar.

Una profundidad inigualable me estaba consumiendo, sus ojos de un tono simple no tenían un solo destello de bondad, pero por alguna razón me sentía atraída por lo incorrecto.

Había sido la chica buena siempre, creyendo que la vida puede ser maravillosa siempre que tomes todo de manera positiva.

Había buscado detrás de los colores del arcoiris una esperanza obligándome a creer que aún cuando mi madre murió y mi padre vivía para trabajar yo estaba bien. Que mi estado era normal; las personas se enferman a segundos y el hecho de que tuviera que recibir factor VW no cambiaba nada, porque había encontrado a alguien que me amaba. O eso creía. A alguien que a pesar de mi enfermedad me aceptaba y me veía perfecta.

Ahora me daba cuenta de que todo había sido una maldita farsa, que nunca fui preciada.

¡Mi mundo se derrumbó el día que él desapareció!

Y terminó por hundirme cuando sus palabras crueles lastimaron mi corazón.

—Por favor... Ayúdame a olvidar.

Repetí, una sonrisa tenue, casi cruel se dibujaba en su rostro; sus dedos se arrastraron por mi cabello, desde mi nuca hasta las puntas con un movimiento suave causandome escalofríos. Con palabras firmes Leroy aseguró:

—Te ayudare.

Por fin.

Por fin encontraría la cura a mi dolor.

Las puertas corredizas se abrieron dejándome ver aquel lugar que no era desconocido para mí. Observé mis pies dando pasos sin fuerza. Esa mañana no había desayunado, me sentía algo débil, la fecha para mi tratamiento estaba próxima pero había dejado de lado las pastillas de hierro.

Era como si realmente no estuviera presente en ese lugar, como si se tratara de un mundo ficticio.

Mis manos hormigueaban, mis pies no querían seguir avanzando, el simple hecho de querer levantar la vista me producía cansancio.

—Doctora Miller favor de pasar a la sala de cirugía.

Elevé mi vista cuando escuché aquella frase por el altavoz. Las paredes blancas perfectas, las enfermeras pasaban charlando entre sí con sus trajes blancos impecables; algunos doctores garabateaban de igual manera, aunque su rostro de seriedad y profesionalismo perduraban; personas esperaban noticias de sus familiares, algunos con expresiones tranquilas y otros cuantos con temor en sus miradas. Al fondo, caminando con sus compañeros de clases con esa tranquilidad que lo caracterizaba se acercaba a mí Sky, sonriendo de aquella manera cálida, la misma sonrisa que lograba calmar mis miedos.

Él era feliz.

Tampoco me necesitaba, pensé.

A simple vista podía darme cuenta de que él estaría mejor si y yo no existiera en su vida. No había hecho nada más que lastimarlo con mis palabras, con mis acciones y  seguía sin entender por qué no me dejaba sola como todos a mi alrededor; porque quizá eso era lo que merecía. Que todos me olvidarán como la mayoría lo había hecho.

Olvidar mis sueños.

Por un segundo sus ojos chocaron conmigo sin cambiar su sonrisa, pero su mueca dulce cambió a una llena de preocupación cuando posó sus ojos mí.

Vi un destello entre esos ojos azules, tan azules como el lago de mi antiguo hogar regresando a mi infancia, en donde aún podía escuchar la voz de mi madre susurrando palabras dulces y sus dedos entre mi cabello; y después de eso, no supe qué fue lo que sucedió.

Recuerdo solo algunas voces alteradas, mi nombre siendo pronunciado y a alguien ordenando que trajeran una camilla.

Todo era nuevamente blanco, como aquel lugar de mis pesadillas.

.
.
.

Mis ojos pesaban tanto, no podía abrirlos. Una sensación bastante conocida me hizo saber en dónde me encontraba. Abrí los ojos cuando reconocí en dolor de aquella ancla en mi piel, una aguja se incrustaba en el dorso de mi mano.

Mis pestañas aletearon y con dificultad observé hacia el frente.

—Hey —escuché con preocupación en la pronunciación. Mis ojos de inmediato viajaron hasta el portador de aquella voz, sus ojos azules no tenían la misma luz que había visto hace un rato en los pasillos, un destello de miedo los atravesaba —Por fin despiertas. Estaba preocupado.

Me senté con cuidado, mi cabeza daba vueltas.

—No me salté el tratamiento —dije a la defensiva rápidamente queriendo evitar el posible sermón.

—Lo sé. —Sus manos tomaron la mía con fuerza y la llevó a la altura de sus labios. Su tacto era cálido, suave aunque su pulso parecía alterado; estaba temblando, vi nuestro agarre y por un segundo recordé la mano de Allen enganchada a la misma, aquello que había sucedido hace unas cuantas horas; en cómo el mismo sentimiento atravesaba mi corazón, como cuando me juraba que jamás se alejaría de mí, sentí las lágrimas acumularse en mis ojos —. Al parecer es solo fatiga. Según los estudios que te mandé a hacer dicen que bajaron tus  niveles de hierro. No te volveré a dejar sola.

Aseguró como alguien sobreprotector, sus labios se posaron en mis nudillos  ejerciendo presión. Dándole un poco de calor a la frialdad de mi extremidad entumecida.

—Soy patética —musité con los ojos a punto de derramar lágrimas, mi garganta estaba cerrada, luchaba por no seguir llorando —. Quiero salvar vidas. Pero no puedo salvarme a mí misma.

Compasión era lo que estaba en el rostro de Skyler, y eso no era lo que quería. Estaba cansada de siempre ser vista como la chica débil, la que necesitaba a alguien que la rescatara; estaba cansada de que nadie se acercara a mí por miedo a lastimarme, a qué  aquel que había hablado palabras de esperanza ahora declaraba que no podía sobrellevar mi maldita enfermedad.

Estaba cansada de todo.

De luchar.

De pretender que podía con todo yo sola, porque no podía,  ya no podía con la maldita mierda que representaba mi vida.

Y fue en ese momento que no pude evitar que las lágrimas resbalaran sin pudor demostrándome que seguía siendo una niña débil, llena de miedos.

—No llores, no me gusta verte llorar. —Observaba fijamente la sabana sobre mis piernas, mi mano libre en donde aquella aguja se incrustaba tenía el pedazo de tela presionado como si quisiera rasgar la tela.

—Ya no quiero —susurré. Los espasmos de mi voz eran tan audibles — Ya no quiero sentir  nada.

—Tengo la cura perfecta, dame tu mano.

—Por qué... ¿Por qué tuve que enamorarme de alguien que solo me lastima? —está vez no pude evitar buscar una respuesta dentro de los ojos de Sky, algo sucedió en ese momento porque había dolor en su mirada.

—Es inevitable. Algunas veces las personas  que más amamos son las que más nos hacen daño. —Desvió la mirada, por un momento pensé que era yo de quien hablaba, pero no era así, él también tenía sus propios miedos.

Skyler se acercó a mí y sin pedir permiso me abrazo fuertemente, ocultando mi rostro en su pecho, dejando que volviera a impregnar su ropa una vez más con las lágrimas que no terminaban por salir.

Mi mano en su espalda atrapó la bata blanca arrugando con fuerza aquella prenda, sintiendo como la tela casi era atravesada por mis uñas.

—Si él sólo te hace sufrir —susurró contra mi oído, callando de inmediato. Guardando todas aquellas palabras para él mismo —. Soy egoísta. No quiero que sigas sufriendo, haré lo que sea necesario para que vuelvas a sonreír.

—¿De dónde sacaste esto?

—Tómalo como un regalo de mi parte, te ayudaré, te ayudaré a olvidar.

Los días transcurrieron, mi estadía dentro de aquel hospital como practicante se habían vuelto naturales. Era bastante conocida por parte del personal y mi doctora pasó a ser uno de los médicos que estaban a cargo de mí; había intentado dejar a un lado las palabras, los recuerdos. En el campus no volví a toparme a Allen, y después de lo que Leroy me había ofrecido  también tenía miedo de toparme con él dentro del edificio.

Quizá estaba un tanto paranoica, pero prefería dejar todo a un lado  y concentrarme en mi preparación como médico.

Skyler se había encargado de cumplir su palabra. No nos separabamos salvo cuando me dejaba en mi hogar para dormir y en algunas salas del hospital a causa de que nos tocaba estar en diferentes pisos.

El estar ocupada me ayudaba a no pensar tantas cosas.

Por las mañanas tomábamos clases y en la tarde la jornada de práctica en el hospital algunas veces terminaba pasadas las diez de la noche; era desgastante, mucho por leer, mucho por estudiar, la preparación era de todos los días.

Ese día en particular me había tocado estar en medicina preventiva. Era muy común para los novatos estar presentes en éste tipo de chequeos, observando a las enfermeras inyectar niños pequeños o haciendo revisiones de rutina.

Pasaban de las ocho de la noche, normalmente ese tipo de servicios se realizaban durante las mañanas, pero por cuestión de que muchos de nuestros pacientes tenían trabajos de jornadas largas también, no tenían tiempo de cuidar de su salud durante el día así que acudían a chequeo vespertino.

—Los expedientes se encuentran dentro de los cubículos —musitó la doctora encargada de esa área. Las salas eran amplias con cubículos personales en donde estaba una camilla, una bata colgada en un perchero, y un escritorio con instrumentos necesarios. Cada practicante debía de traer su propio estetoscopio y baumanometro, cargar siempre un termómetro digital y un oxímetro —. Son solo chequeos de rutina. Anoten las observaciones sobre la tabla de notas y si necesitan ayuda con algo tengan la confianza de hablar conmigo.

Los novatos asentimos y entramos en los cubículos correspondientes al azar. Tomé los expedientes sobre el escritorio y antes de que pudiera abrir alguno tocaron la puerta. Anunciando que alguien se encontraba ya listo para ingresar.

Abrí la puerta tomando el primer expediente,

Una señora algo mayor con antecedentes de hipertensión arterial y diabetes mellitus tipo dos entró con pasos cortos ayudándose de un bastón. Quizá podría ser una anciana, pero la expresión como si olivera a caño permanecía en su rostro.

—Buenas noches, mi nombre es Edén Fortier. Hoy seré su médico.

La señora no me dirigió ni una sonrisa, y así comenzó la primera exploración física.

La noche me pasó rápidamente. Hacerles chequeo a cinco pacientes no era tan tardado; sin embargo, sabía que Skyler tardaría un poco más de la cuenta ya que estaba presente en una cirugía ambulatoria así que tendría que esperarlo.

Caminé por el hospital. Por las noches era más tranquilo, no había pacientes haciendo trámites, tampoco era hora de visita y solamente algunos tenían indicado que podían permanecer con algún acompañante dentro de hospital.

Algunas personas que iban a chequeo permanecían adentro terminaban de hacer el papeleo de sus trámites, otras tantas personas se retiraban del lugar.

Camine en dirección al elevador cuando mi vista se fijó en las ventanas del hospital. Los pasillos tenían una hermosa vista hacia la ciudad, no pude evitar quedarme embelesada por los  copos de nieve que comenzaban a descender poco a poco.

Me detuve en medio del pasillo y caminé con la vista fija en el exterior, en cómo los pequeños copos comenzaban a cubrir poco a poco, extendí mi mano y toqué la superficie fría.

Adentro la calefacción no dejaba que el frío del exterior se sintiera. Pero al tacto la temperatura del vidrio era baja.

Mi reflejo era visible de manera tenue se perdía entre el descender de la nieve.

Tenía una vista hermosa.

Eres una pequeña irritante.

—Te ves como un muñeco de nieve.

—¿Estás bien? Lo siento, olvidé que aún estás algo herido por tu accidente.

—No te salvarás de esta.

—¡Oye eso es trampa!

—¿En qué momento te enamoraste de mi?  

—Creo que siempre lo estuve, ¿recuerdas la primer nevada? Jamás había tenido tanto deseo por besar a alguien.

—Jamás me había enamorado...

—Promete que el próximo invierno aún seguiremos juntos.

Es una promesa 

Someday I’ll wish upon a star,
Wake up where the clouds are far behind me,
Where troubles melt like lemon drops,
High above the chiminey tops,
That's where you'll find me.

Las palabras de una canción que una vez canté salían de mis labios con añoro, en un susurro que se perdía a través del pasillo.

Mi vista estaba fija en los copos de nieve que seguían descendiendo poco a poco y mis recuerdos lastimaban mi corazón, una gran opresión se instaló en mi pecho.

Mentiroso.

Estar sobre una estrella

Despertar sobre las nubes bajo de mí.

En donde los problemas se derriten como gotas de limón.

Muy arriba de las chimeneas.

Ahí es donde quería estar.

En donde no pudiera ser encontrada jamás.

Mi cuerpo se estremeció cuando una imagen se reflejó a mi lado. No podía creer que estuviera tan loca como para alucinarlo a él, sacudí la cabeza y cerré los ojos para que saliera de mi mente.

Tenía que sacarlo de mis pensamientos.

Tenía que terminar con eso. .

El frío del vidrio frente a mí era la única sensación externa que experimentaba, sentía el palpitar de mi corazón contra mi caja torácica y cómo poco a poco el aire entraba a mis pulmones llenandolos entre pausas.

Pero fue el aroma inconfundible de Allen lo que me hizo saber que se encontraba justo a mi lado.

Abrí los ojos poco a poco, su mano yacía sobre el vidrio de la ventana al igual que la mía. Su mirada estaba en los copos que descendían poco a poco; su perfil era perfecto, el mentón elevado, los labios cerrados suavemente. La mirada oscura de Allen siempre me había parecido atrayente; sus ojos algunas veces se veían más negros de lo que realmente eran, sin embargo se mantenía llenos de tristeza  y nostalgia.

—Cada vez que veo la nieve caer pienso en ti —susurró sin observarme. Mi corazón dio un brinco ante sus palabras, se sentía tan cálido, como si mi pecho se llenará de dicha.

—Por qué ... ¿Por qué me dices esto? —pregunté.

El pasillo ya desolado, las luces tenues habían sustituido las brillantes.

—No lo sé, tal vez soy un masoquista.

Una sonrisa apareció en sus labios, una línea apenas perceptible.

—Creo que lo que haces es cruel, no tienes idea de cuanto me lastimas —musité dando un pequeño paso hacia atrás.

Alejándome de la sensación fría de una superficie transparente que reflejaba a aquel a quien amaba observándome de una manera profunda.

Su mano se alejó del vidrio. Dejé de ver su reflejo para poder verlo directamente a él. Para saber si las mismas emociones que veía en un reflejo podían ser vistas directamente en su rostro.

La forma en que me veía, me dejaba sin aliento.

—¿Qué haces aquí? —Pregunté. No quería armar una escena pero sentía como sus palabras me halaban nuevamente al frío, como me llevaban hacia abajo, como con cada palabra me hundía más profundo.

Nada de lo que sucedía en nuestros encuentros podía explicarse.

Él no me amaba.

Se fue cuando más lo necesitaba.

Y me había asegurado que no podía estar conmigo.

Antes de que el regresara intentaba hacer las cosas mejor. Hasta esa noche en que no pude más. Intentando hacer algo que me ayudara a dejar de sufrir, de pensar en si él realmente estaba bien.

—Mi madre se encuentra en una revisión de rutina, pero quiso pasar con Elizabeth para saber cómo se encontraba—reveló sin inmutarse o fingir, no estaba allí por mí —Desde su «accidente» la visita constantemente.

Lo observé con confusión, jamás me  había topado con ella en el hospital; pero no era de sorprenderme, el lugar estaba bastante amplio. Aunque me dolía el hecho de la doctora Miller  me hubiera ocultado que mantenía contacto con la madre de Allen.

También ella mintió.

Volví a dar un par de pasos hacía atrás, estaba cansada de que todos me ocultaran cosas, Allen avanzó hacia mí con un brillo extraño en los  ojos.

—Podría decir que me sorprende pero en este punto de mi vida ya nada puede hacerlo. Todos son unos mentirosos —arrastré las últimas palabras. Una incontrolable rabia avanzó por mi garganta. Estaba furiosa, Elizabeth todo el maldito tiempo había mantenido contacto con ellos y aún así me decían que no tenían idea de en dónde se encontraba Allen.

Del «por qué» había desaparecido.

Todas las noches que pregunté por él.

Que me vieron llorando por su abandono. Cada vez que no podía siquiera ir por mi tratamiento porque las ganas de vivir no se encontraban  en mi interior;  ya no quería luchar y en ningún momento ellos se apiadaron de mí.

Por más que pregunté, que supliqué su respuesta siempre era la misma:

No tenían una maldita idea de en dónde se encontraba.

Y si tan solo me hubieran dicho la verdad, que él se había alejado de mí porque simplemente no quería estar a mi lado. ¡Porque nunca me amó!

Tal vez... Desde hace tiempo ya hubiera superado todo este trago amargo, no me hubiese aferrado a una falsa esperanza de que tal vez algún día regresaría; o de que quizá su vida estaba en peligro. Porque después de aquel encuentro fatídico solamente podía imaginar a Allen muerto.

No recordaba con exactitud lo que había pasado aquella noche. Si solo yo fui herida, el «cómo» llegué al hospital, no tenían memoria de esa noche.

Solo el dolor en mi abdomen.

Su grito desgarrador diciendo mi nombre  y el haber creído escucharlo suplicando que me quedara a su lado mientras mi consciencia se aferraba a la fuerza que su voz me otorgaba.

La mirada en donde parecía que sufría de verme en ese estado, hasta las estúpidas lágrimas falsas que creí él había derramado por mí; porque, por primera vez vi mi sangre de esa forma, en la piel de alguien que me había prometido cosas irreales.

Su mano se extendió, intentando tocar mi rostro pero de inmediato me negué a su acto, no sería parte de esa pantomima nunca más.

No dejaría que sus acciones confusas dañara mis pensamientos.

—Saluda a Melissa de mi parte —dije dando la media vuelta, mi voz tenía cierto ápice de sarcasmo.

Pero fue su mano alrededor de mi brazo lo que me detuvo.

—Deja de actuar como una chiquilla —habló con voz grave.

Ordenando algo sin tener derecho a ello. Su agarre se volvió  firme, mi corazón daba golpes fuertes en mi pecho a causa de su cercanía. Pero debía de controlarme, de que se diera cuenta que no iba a permitir que me siguiera afectando.

—Es tarde. No puedo seguir jugando a los «amiguitos» contigo —remebré sus palabras cuando como una niña sin dignidad le había pedido que siguiera siendo mi amigo. Hale mi brazo con un poco de fuerza y ante mi acción me acercó más a él —. Allen, me lastimas.

Sus ojos se abrieron grandemente al notar su agarre firme, como si tuviera algo oculto en su interior luchando por salir, poco a poco suavizó el agarre pero no se alejó de mí. Con mucha delicadeza me giró para poder dejarme frente a él.

—Necesito que lo prometas —pidió, sus manos se posaron en mis brazos con sumo cuidado estábamos tan cerca. El silencio del pasillo amortiguaba nuestras voces —. Promete que no te meteras en problemas, que serás lo suficientemente lista como para alejarte de lo que te lástima.

Prometer.

Hacer promesas.

Como todas las que él había roto.

—No entiendo por qué me pides algo así. ¿Por qué si dices no sentir nada por mí aparentas preocupación?

Su mirada estaba clavada en la mía, no de forma altiva, veía nuestros días pasados en el reflejo de sus pupilas  eran los mismos ojos que recordaba, de los que vivía enamorada. Dudó unos minutos antes de responder:

—Siento la responsabilidad de tu bienestar.

¿La responsabilidad?

Una risa irónica salió de mis labios, no podía creer que su respuesta fuera tan estúpida, «la responsabilidad».

¿Me tenía lástima?

Por mi estado, por mi enfermedad ahora él se compadecía de mí.

—No necesito tu compasión, deslindate de tu responsabilidad autoimpuesta que yo no te necesito.

Es todo lo que necesitas para sentirte bien, una vez que lo ingieras las cosas dejaran de importar.

—¡Deja de ser tan testaruda! — sus manos me zarandearon ligeramente. Podía ver dentro de sus ojos un destello de irritación al ver que esta vez no iba a ceder ante él.

—Y tú deja de tocarme —exigí abriendo paso a una expresión en donde la molestia ya no estaba oculta bajo  una máscara de falsa tranquilidad. Él de la misma manera me observaba, como si una desesperación desbordara en su interior.

Me moví soltandome de su agarre, empujando sus brazos con toda la fuerza que me permitía mi esbelto cuerpo, dando pasos hacia atrás.

—No tienes derecho —siseé. No iba a llorar, estaba cansada de derramar lágrimas —No puedes... Simplemente no puedes venir aquí y decirme como llevar mi vida. No eres quien para darme consejos de comportamiento. Tú lo dijiste, ¿no? Lo nuestro se acabó, ¡deja de meterte en mi vida!

Me di la media vuelta y antes de poder avanzar choqué con alguien.

Eleve la mirada encontrándome con los ojos azules de Skyler observándome con preocupación, su mirada viajó de inmediato a Allen.

—Te estaba buscando —dijo con tranquilidad como si no tuviera nada que decir sobre lo que acababa de presenciar.

—¿Cómo te fue con la cirugía? —Por mi parte, yo fingía no darle importancia a quien nos observaba, una sonrisa dulce se dibujó en los labios de Sky, su mano se posó en mi cabeza y removió mi cabello como siempre lo hacía.

—Fue un éxito.

Sus ojos viajaron de mí a Allen quien seguía a un par de metros de nosotros, pero antes de lanzarle una mirada molesta no hubo sentimiento alguno encontrado dentro de sus ojos azules.

—Es tarde, tu padre me pidió que no te llevara tarde a casa —asentí caminando hacía la puerta del elevador. Él de la misma manera dio la vuelta para seguirme no sin antes lanzarle una mirada Allen.

—Seyffert —mis pasos se detuvieron, era Allen quien acababa de nombrar a Sky de manera recia. Skyler se giró sin decir nada, guardando silencio —. Cuida de ella.

Y antes de que las puertas del elevador se abrieran vi a Allen caminar en dirección contraria a nosotros, desapareciendo por el pasillo del hospital.


—¿Estarás bien?

La mano de Sky se colocó en mi rostro acariciando mis mejillas. La forma en que lo hacía era demasiado suave y dulce.

Seguía bastante alterada, obviamente haberme encontrado con Allen me desestabilizaba mentalmente en gran manera. Pero algo que también me había dolido bastante había sido  saber que todos mentían. Que yo había creído las mentiras de cada uno de ellos.

Allen, Aaron, Elizabeth, Melissa.

Bajamos del auto, sentía angustia, irritación, desesperación. Todo acumulado en ese momento. Mi andar se volvió automático, mis ojos ni siquiera reparaba en Sky.

Hasta que algo hizo ruido en mis pensamientos.

Sky.

¿Quién era Skyler Seyffert?

Un practicante molesto, insistente qué había conocido cuando desperté después de aquel accidente. Él había pasado bastante tiempo en ese hospital, observando a los pacientes, a los familiares. Al lado de Elizabeth Miller.

Detuve mis pasos a escasos centímetros del ascensor. La temperatura no se comparaba con el exterior, era más cálido adentro. Y buscando respuestas en dónde sabía no había pregunté:

—¿Tú no me ocultarías nada?

Vi los ojos de Sky zigzaguear de manera veraz. De todas las personas que me rodeaban quería creer que él era el único que no había mentido.

—¿Qué? —contestó con otra pregunta.

Era inútil, él no tenía nada que ver con mi vida. Sky había llegado después y no tenía porqué meterse en mi pasado ya que él no era parte de él.

—Olvídalo, estoy buscando culpables donde no los hay —dije soltando una pequeña risa llena de burla hacia mí misma.

Desde que conocí a Skyler, él se había comportado de una manera tan cálida conmigo. No era justo que también él saliera perjudicado por los errores de los demás.

—Tengo... Tengo algo que confesar.

Guardé silencio. Algo en la forma en la que hablaba me perturbó de inmediato.

Su mano tomó mi hombro con delicadeza y su pulgar  rozó levemente la tela de mi abrigo, dándome una caricia reconfortante.

—Aquella noche... —musitó. Una pausa —. No te conocí en el hospital durante tu recuperación —reveló, yo estaba intentando comprender sus palabras observándolo con extrañeza —. La primera vez que te vi no fue aquella noche, cuando despertaste. Te había visto varias veces en el hospital, pero jamás puse mi atención en ti. Eras solamente otra paciente más. Pero, no solo eso —pausó, algo me decía que lo que fuera que tuviera que decir no era algo que quisiera escuchar. Y no quería manchar esa imagen de Skyler. Porque él era lo que me quedaba, la única persona en quien confiaba —. Aquella noche, antes de que llegaras al hospital te vi cruzar la calle en medio de última nevada de hace tres años.

Mi cabeza hizo conexión con sus palabras.

Lo recordaba.

Aquella noche y mi decisión de salir aún si la nieve seguía cayendo.

Recuerdo haber despertado en medio de oscuridad buscando los brazos de Allen, su calor. Pero él no estaba.La nieve seguía cayendo con fuerza, entonces escuché su voz.

Estaba ocupado, ¿a qué se debe tu llamada?
Es una maldita broma, ¿no? 
¡P-Pero hicimos un trato!
¿Qué es lo que quieren ahora? 
...Si me niego acabarás conmigo, ¿o me equivoco?

Algo no estaba bien, la desesperación de sus palabras calaban en mis oídos, la puerta fue abierta y él bajó por el ascensor sin reparar en mi presencia.

Tan rápido como pude me calcé las botas todavía con la pijama puesta y me coloqué el abrigo encima.

La nevada no era como esas en donde los copos caían de manera delicada. Una ventisca me cegó, mis botas se hundían en la nieve. Los recuerdos eran tan nítidos, de una noche que quería olvidar pero me perseguía en donde no podía defenderme, en lo más profundo de mis sueños.

Las luces de la calle alumbraban mi camino, pensé que lo había perdido de vista porque había pasado un gran tiempo intentando darle alcance, hasta que a lo lejos pude escuchar su voz.

Crucé la calle percibiendo las luces de un auto pero no le dí importancia, estaba más concentrada en escuchar la disputa del otro lado de la calle.

Te metí en ésto para destruirte Allen, no tienes una maldita idea de lo mucho que te odio, ¡que odio a toda tu familia! Pero a pesar de hacer todo para hundirte junto conmigo te mantuviste renuente… Eres un maldito bastardo con suerte.

La voz molesta de un chico llamó mi atención, los observé a ambos, a Allen y a ese chico que jamás me dio buena espina, de cabello castaño y ojos con heterocromía.

Rider, no entiendo ni una mierda de lo que dices.

El miedo escurría entre las palabras de Allen, y más fue el mío al darme cuenta de que aquel chico estaba apuntandolo con un arma.

Pero eso se acabó.

—¡Detén esto!

—Di tus últimas palabras.

No supe qué fue lo que sucedió, el porqué mis pies avanzaron tan rápido como si la resistencia de la nieve no existiera para mí, pero verlo en esa situación me llevó a hacer aquello. No me importo ni siquiera mi propia vida.

Él había sufrido tanto, Allen estaba pasando por un mal momento de eso estaba segura. Lo que acababa de suceder con su madre, todo ese arrepentimiento que día a día se reflejaba en su mirada, Cuando me decía que las cosas estaban bien; pero no, nunca nada estuvo bien.

No era tan estúpida como para no darme cuenta de que él estaba metido en algo turbio.

De cómo se empeñaba en mostrar un mal comportamiento ante todos cuando realmente Allen era alguien tan dulce, pero estaba segura de que merecía una oportunidad más.

Todos tenemos derecho a eso, a otra oportunidad.

Di mi vida por él.

Y a pesar de mi miedo, de creer que él quizá había muerto la verdad fue otra.

No podía sobrellevar tu enfermedad.

Había pasado todo por alto, porque lo único que me interesaba era entender qué había pasado con Allen, fue entonces que recordé aquel chico, el que llegó a auxiliarnos.

No recuerdo su rostro, solo su intento tranquilizarnos.

—Eras tú… — aseguré con dolor en mi pecho, con las palabras atoradas en la garganta —. ¡Tú eras el chico de la nieve!

Su cabeza viajó de arriba hacia abajo de manera lenta, sus ojos no podían observarme.

No quería creerlo, que él.

Que Skyler también había mentido.

—¿Por qué no me lo dijiste? ¿¡Qué sucedió esa noche!? —exclamé y tomé el abrigo de Sky con las manos a la altura de su pecho, mis puños se contrajeron con fuerza.

Sus labios en una línea recta, su rostro desviado, sus ojos azules que me recordaban a mi hogar ahora perdidos entre sus párpados.

—No puedo decirlo... No soy quien para decirte la verdad.

No era quien...

No reconocía a ese chico frente a mis ojos, el no era Skyler.

Ahora no estaba ni siquiera segura de la razón por la cual estaba a mi lado.

Di un par de pasos hacia atrás soltando mi agarre de golpe.

La ira seguía acrecentando en mi interior, ese día me había sentido completamente traicionada.

Todos me ocultaban algo, todos mantenían una conexión y a mí me habían excluido de la verdad.

El sonido del ascensor me alertó sabiendo que había llegado a la planta baja, y antes de que Skyler pudiera acercarse a mí corrí hacía el interior.

—¡Edén!— Exclamó siguiéndome el paso, de inmediato presioné el botón para subir a mi piso, para cerrar las puertas y evitar que él pudiera seguirme.

La expresión que mantenía estaba llena de arrepentimiento y dolor.

Retrocedí una vez me encontré en soledad, abrazándome a mí misma, callando mis sollozos con una de mis manos. Mi pecho dolía tanto, no me quedaba fuerza, tampoco cordura para seguir.

Las mentiras de todos, de las personas en quienes confiaba. Cada uno de ellos se había encargado de mantener en silencio una verdad que aún era desconocida para mí.

Sentía mis mejillas picar, mis ojos inundados sin tener intención de detener las lágrimas.

Poco a poco los pisos quedaron debajo, la puerta se abrió en el número diez y con dificultad avancé saliendo del ascensor, necesitaba algo que me arrancará el dolor del pecho.

Algo que me hiciera olvidar.

Abrí la puerta de mi apartamento y coloqué los seguros internos, papá se encontraba de viaje en una conferencia fuera del país, así que había pedido Skyler que cuidara de mí en su ausencia.

Pero ahora ni siquiera su llave podria dejarlo entrar.

Aseguré bien introduciéndome en mi habitación, y fue ahí en donde me deslicé contra la puerta lentamente, mi antebrazo silenció el llanto que buscaba desesperadamente una salida, y ahí, en el piso me permití derramar mi dolor. Mi garganta se desgarraba con cada grito que era suprimido.

No tardaron en escucharse los golpes en la puerta principal.

—¡Abreme! — uno. Dos. Tres golpes —. ¡No puedes simplemente encerrarte!

Coloqué mis manos en mis oídos para ignorar  su llamado, no quería escucharlo, no quería escuchar nada de él.

De nadie.

—¡Basta!, ¡estoy cansada de las mentiras! —exclamé ahogando mi grito con las manos, ni siquiera había encendido la luz de mi habitación.

La insistencia de Sky era demasiada, pasó bastante tiempo cuando me di cuenta de que los golpes en la puerta se perdían poco a poco, deshice la presión en mis oídos de igual manera.

Me abracé a mi misma aun en ese lugar, buscando tranquilizarme porque era tanta la decepción, la frustración y el dolor que solamente podía intentar ahogar las voces que martillaban en mi cabeza, los recuerdos confusos llenos de mentiras y promesas vacías.

Fue cuando el sonido de la armónica se filtró a través de la ventana de mi habitación.

Por favor, ayúdame a olvidar.

—Te ayudare.

Con esfuerzo me puse de pie arrastrando las lágrimas de mis mejillas y con pasos dificultosos avancé a la ventana de mi habitación saliendo al balcón, observando la profundidad de la  oscuridad rodeando la ciudad, dejando que las luces nocturnas  iluminarán mi rostro.

Las plumas seguían cubriendo el lugar, y sin miedo de caer ascendí por la escalera de emergencia a la azotea, sintiendo el  frío de la nieve en mi piel; mis manos ardían, pero no se comparaba con el dolor interno que estaba desarrollando.

Entre jadeos logré subir, de inmediato buscando a quien me había dicho que podría ayudarme a olvidar.

Y ahí, de pie frente al precipicio estaba él, con su armónica amenizando la noche, tocando una melodía triste que acariciaba mi alma.

—Leroy —hablé interrumpiendo su interpretación, sus ojos me observaron con diversión y esa sonrisa cínica brotó en sus labios.

—Has venido —aseguró acercándose a mí.

Leroy guardó la armónica en una de las bolsas de su chaqueta y de otra sacó un cigarrillo y un encendedor.

Sus pasos lentos lo guiaban a mí como un depredador que conoce exactamente a su presa; colocó el cigarrillo entre sus labios y con cuidado de no apagar el fuego lo encendió dándole al instante una calada.

—¿Aún tienes eso para mí? —cuestioné con hambre, como si fuera un sin techo rogando por un poco de alimento.

Su sonrisa se ensanchó, y su mano viajó al interior de su chaqueta revelando el pequeño paquete color marrón en su interior.

—Sabía que me buscarías —siseó con malicia.

Mi mano temblorosa se extendió y atrapó el paquete con fuerza. Me estaba aferrado a eso, a lo que aquel chico me acababa de otorgar.

Lo único que deseaba...

Era suprimir el dolor.

Creo que la hora triste acaba de llegar…

Cuando comenzaron a leer esta historia, ¿imaginaron que ella pasaría por todo este dolor?

Realmente ni yo cuando la comencé a escribir, pero creo que es una realidad que muchos ignoramos. Existen personas con enfermedades extrañas, con depresión o algún vicio.

Jóvenes que día a día acaban con sus vidas, que no les importa nada.

Existen personas que han sido lastimadas y que aunque intenten salir adelante terminan cayendo más profundo…

Uno de mis amigos tuvo un final triste por haberse metido en un problema parecido al de Allen, ojalá, si alguien pasa por algo similar pueda salir adelante.

Lo deseo con todo el corazón

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