Ella merece ser feliz
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ALLEN
—Quieren provocarte —habló Joe observando a los guardias vigilarnos a lo lejos, hablando entre sí.
Los miré de soslayo, solo por un par de segundos fugaces para dirigir nuevamente mi vista al alimento sin sabor sobre mi charola manteniendo mi semblante tranquilo.
El resto de los presos estaban en lo suyo, todos y cada uno de ellos comiendo, haciendo su propio barullo.
De a ratos observaba por el rabillo del ojo a los guardias quienes no me apartaban la vista de encima.
Me había mantenido con el perfil bajo durante cinco meses, dos semanas y cuatro días.
No iba a caer en su juego, no ahora que estaba tan cerca de conseguir mi libertad.
—No lo lograrán —musité con los ojos sobre la comida, picando con el tenedor sin intención de llevarme el bocado a la boca.
—Estás a un paso de salir de aquí, solamente recuerda eso —comentó Darrie en un susurro agachando su rostro casi al ras de la mesa para que nadie más que nosotros dos lo escucharamos.
El tiempo que me quedaba en ese lugar se había terminado, estaba a unos a días de ser libre.
El clima cálido había pasado abriéndole paso al otoño para comenzar a ser consumido bajo el gélido invierno.
Se suponía que debería de estar feliz por la noticia, sin embargo no me sentía del todo aliviado.
Esos ojos verdes.
Las mariposas que seguían en mi estómago.
Y el color carmín acariciando mis manos, adherido a mi ropa.
Me golpeaban los recuerdos, fragmentados en imágenes nítidas que no había podido olvidar ni siquiera con el paso de los años.
Dos días más.
Dos malditos días más.
Y hasta ese momento no estaba seguro de que salir era lo que realmente deseaba.
Porque aunque no tenía libertad, aunque me consumía tras las rejas, de igual manera estaba seguro de que en el momento en que me enfrentara a mi realidad me sentiría expuesto, débil. Y aunque mi apariencia apacible me pudiera ayudar a hacerle creer a todos que mantenía la cordura era demasiado el miedo a volver a perderme en aquellos ojos, y al mismo tiempo el temor de saber que quizá ahora no me mirarían de la misma forma inocente.
Porque lo que había ocasionado acabaría con el espíritu de cualquiera.
El frío se filtraba a través de las pequeñas ventanas superficiales, todavía no caía la primera nevada, y eso era algo que me mantenía ansioso.
«Me gusta ver la nieve caer porque me recuerda al día en que te conocí».
El día en que nos conocimos.
El día en que la sentencia llegó a su vida, una sentencia en donde de mantenerse a mi lado podría perecer en el proceso, no obstante ella no se había alejado.
Cerré los ojos intentando conciliar el sueño, ansioso porque en un par de días ya no despertaría dentro de esos barrotes.
—«¿Qué es lo primero que harás cuando salgas de este lugar?»
Había preguntado Joe con la añoranza a través de los ojos, él también anhelaba su libertad, regresar a su hogar y cuidar de su pequeña hermana.
¿Qué, qué haría? Tal vez aventarme en mi cama. Quizá dormir tres días seguidos, o deleitarme de la deliciosa comida de mamá.
Pero después de eso, ¿qué?
Aún no tenía idea de cómo retomaría mi vida, de cómo podría encarar a todos aquellos que supieron la verdad sobre mí. Y, aunque el alboroto no se había vuelto público aún así varios sabían que estaba en ese lugar.
Evan había pedido venir varias veces, y mi respuesta siempre fue la misma.
No quería ver a nadie.
Solo esperaba que todos se olvidaran de mí y siguieran con sus vidas.
Agradecía a Aaron el haber mantenido en secreto mi paradero, el que nadie me molestara o intentara buscarme fue un gran alivio.
Dos días más.
El sonido de la puerta siendo abierta me despertó, mis ojos tardaron en adaptarse a la oscuridad, pero una vez comencé a enfocar me di cuenta de que dos sombras se acercaban a mí.
Me aterré al instante, y por instinto me levanté apresuradamente pegándome contra la pared aun sobre el catre. Sintiendo como mis pupilas se contraían
—¿Qué crees que haces? —preguntó uno de ellos con más burla que cuestionamiento en su voz.
Mientras el otro me jalaba de la camiseta obligándome a ponerme de pie, para después tomarme por atrás deteniendo mis brazos.
Eran ese par de guardias, los que había estado vigilandome toda la mañana.
—¿Qué diablos? —mascullé cuando sentí que el agarre del que me tenía sostenido aumentaba.
Una sonrisa sádica pasó por los labios del que se mantenía frente a mí y de inmediato un ardor se extendió por mí estómago.
Él había golpeado mi abdomen con su puño.
Me doblé de dolor sacando un grito ahogado. Sintiendo como el oxígeno abandonaba mi cuerpo.
—¿Esto es lo que querías? —preguntó el guardia frente a mí —. No sabes cuánto detesto a la gente como tú. Niños mimados que creen que pueden hacer lo que les venga en gana y nadie los podrá tocar —escupió con repudio, al momento que se preparaba para volver a golpear mi abdomen, una vez más una contracción en mi cuerpo se hizo presente.
No dije nada, no tenía idea de por qué me estaban lastimando.
Intentaba suprimir cualquier muestra de debilidad, no les iba a dar el placer de verme pedir clemencia.
Dos días más
Dos días más.
—No te contengas niño rico —susurró el otro cerca de mi oído —, puedes llorar y pedir piedad.
Un golpe tras otro.
Una risa llena de sadismo.
Ellos no lo verían, no les daría el gusto.
Apreté los ojos al igual que la mandíbula, suprimiendo cualquier queja en mi garganta.
Un escenario blanco apareció en mi memoria, estaba perdiendo el conocimiento, solamente los recuerdos me acompañaban. Intenté enfocar cuando no pude evitar soltar sangre por mi boca, sentir esa tibieza ahora descender desde la comisura de mis labios, tan parecida a la sensación del líquido en mis manos.
Una vez más estaba nevando.
Un sonido agudo atravesó por mis oídos, las voces se fueron perdiendo, volviéndose cada vez menos audibles. Había llegado a un punto en el cual no sabía qué era real y qué no, porque podía jurar que podía ver a Edén dando vueltas en la nieve, con la sonrisa que me enamoraba cada vez más y esa risa dulce ahora producía un eco en mi cabeza.
Antes de caer inconsciente sentí como soltaban mi cuerpo impactando contra el suelo.
Las risas llenas de mofa se alejaban acompañadas de insultos, muy apenas podía distinguirlos, porque sobre ellos era la voz de Edén en lo que ahora me concentraba.
Con los ojos entrecerrados observé la puerta cerrarse, a los guardias marcharse.
Estaba en el piso, luchando por no desfallecer, de a momentos mis ojos dejaban de ver los barrotes de la puerta y comenzaban a vislumbrar un cielo cubierto de espesas nubes grisáceas.
Y aunque luché, aún así mis ojos se cerraron, y me llevaron a aquel lugar. En dónde tenía los más hermosos sueños y al mismo tiempo las peores pesadillas.
Mi respiración agitada, sentía mi pecho subir y bajar como si el oxígeno no pudiera acceder a mis pulmones
Ella seguía ahí.
Ahora de pie frente a mí. Me acerqué con cautela, temiendo que desapareciera.
¿Estaría feliz de verme?
Quizá me odiaría por todo lo que le había ocasionado.
El blanco cubría cada rincón del lugar mientras ligeros copos acariciaban nuestra piel, su cabello poco a poco quedó cubierto de nieve.
Mi respiración se agitó, todas las sensaciones que estaba experimentando en ese momento eran indescriptibles: ansiedad, dolor, adrenalina.
Me quedé a un par de metros de ella, observándola, era igual a como la recordaba.
Pequeña, delgada y frágil.
Con ese cabello castaño con destellos dorados hasta la cintura, y sus ojos con luz de esmeralda expectantes e intensos.
Ahora yo estaba mucho más alto, no me veía tan joven como cuando la conocí. Había cambiado, todo en mí había cambiado.
Y ella seguía ahí, igual, pura e inocente.
—Allen...
Alcancé a ver que sus labios pronunciaron mi nombre, pero su voz no fue emitida.
Una sonrisa se plasmó en su rostro y su mano se extendió haciendo que mi corazón palpitara con fuerza.
La ventisca incrementó removiendo su cabello con fuerza, su vestido se ondeó a causa del viento y su cuerpo pareció balancearse; sin embargo seguía ahí, de pie frente a mí. Regalandome su mejor sonrisa.
Lo sabía, sabía que jamás podría estar lejos de ella, porque sin tener control de mi cuerpo, o de los impulsos de mi corazón ahora me encontraba caminando en su dirección.
—Edén —hablé con la voz temblorosa.
Y comencé a correr, siendo embestido por la nieve, golpeado por el frío.
Pero por más que lo intentaba, por más que trataba de llegar hasta ella cada vez la veía más lejos.
—¡Edén! —exclamé desgarrando mi garganta, extendiendo mi mano. Intentando alcanzarla, tomar su mano, volver a inhalar su dulce aroma.
La desesperación incrementó conforme más me esforzaba, mi cabello se movía a causa del viento dejando mi rostro descubierto.
Corrí cuanto pude, hasta que mi respiración se volvió errática. La nieve caía con más intensidad, tanta era su fuerza que ella estaba siendo cubierta por aquella blanca sábana quedando sepultada.
No podía desaparecer así.
No podía perderla de nuevo.
Estar tan cerca de ella para que quedara sepultada junto a mis recuerdos.
Sentía mis pulmones explotar a cada segundo que transcurría y antes de que pudiera llegar hasta Edén y tomar su mano que se mantenía extendida hacia mí ella simplemente desapareció dejándome en el silencio, logrando que cayera rendido sobre mis rodillas.
—Edén —susurré al silencio.
Todo era blanco.
Un blanco eterno.
El vaho de mi boca salía con potencia pero aun así no sentía el frío del escenario.
—Allen...
Escuché su voz en mi cabeza al mismo tiempo que un ruido ensordecedor atravesó mis oídos.
Despabile incorporándome, abriendo los ojos mientras mis párpados aleteaban varias veces evitando la luz cegante sobre mí, estaba seguro de que mis pupilas se encontraban dilatadas.
—Por fin despiertas —escuché tensandome de inmediato, como un felino arisco, como alguien que ha recibido una noticia desagradable.
Por reflejo mis ojos cansados viajaron a la portadora de aquella voz que seguía grabada en mis recuerdos y por inercia mi rostro se llenó de repulsión, un gruñido de molestia e irritación resonó en mi garganta.
No pude evitar intentar ponerme de pie de aquella cama en donde me encontraba pero un dolor punzante recorrió mi muñeca haciéndome girar a ver aquella aguja clavada ahí, impidiéndome salir de ese lugar.
—Tranquilo o terminarás arrancando el suero —musitó aquella mujer, una de las personas que jamás quería volver en mi vida.
—Ámbar —arrastré su nombre sin esconder el desagrado que me causaba su presencia.
—Por lo menos me recuerdas —habló haciendo una pequeña sonrisa casi ilegible.
—¿Qué haces aquí?¿En donde demonios estoy? —exigí con los nervios disparados.
—Primero tranquilizante —aludió caminando hacia una pequeña mesa de metal, me encontraba en un pequeño consultorio al que había acudido en contadas ocasiones dentro de aquella prisión.
Mis ojos no abandonaron sus movimientos fue cuando vi que portaba un uniforme quirúrgico color blanco y su cabello rojizo se encontraba recogido.
Tomó una jeringa a la que le había suministrado algún medicamento y caminó con la aguja hasta donde me encontraba.
—Q-qué...
—Es solo un analgésico —interrumpió mi paranoia al momento que inyectaba en la manguera conectada a mi mano la sustancia —, deberías de ser menos desconfiado.
Reprendió diferente a como la recordaba.
—Pensé que habías desaparecido del planeta —dijo después de un gran silencio tomando asiento junto a la camilla en que me encontraban. En ningún momento bajé la guardia, me mantuve en silencio —. Bueno, eso es lo que todos piensan. ¡Vamos! no te haré nada. —Rodó los ojos y se desplomó en el respaldo de la silla.
—¿Qué haces aquí? —exigí con voz seca y grave.
—Estoy estudiando enfermería y me ha tocado hacer prácticas aquí este mes, nos rotan, ¿sabes? —sonrió con más naturalidad componiendo de inmediato una mueca de antipatía ante mi falta de emoción —. Por lo menos agradece que te he salvado, amargado.
Aquello fue más una burla.
Me recosté levemente sobre la almohada y cerré los ojos, el dolor de mi abdomen permanecía, estaba seguro de que habría algunos hematomas.
—Ni estando aquí se te quita esa costumbre de querer golpear a todo el mundo —soltó una risa para ser opacada por un reproche infantil —. Deberías contestar aunque sea por cortesía.
Abrí mis ojos observándola de soslayo.
—Ellos me atacaron, yo no hice nada.
—Eso es obvio, eras el único inconsciente en en la celda, chico malo. —Se inclinó hacia enfrente enarcando una ceja —. Creo que ahora eres más guapo que antes —soltó sin apartar la vista de mí.
Logrando que le dirigiera una mueca de fastidio.
—Tampoco han cambiado tus rechazos a mis despliegues de amor. —Se burló con diversión —. Creeme, llegué aquí al azar. Realmente no sabía que te encontraría en un lugar como este, me sorprendió verte en ese estado cuando te trajeron inconsciente.
De las personas que más detestaba ella era una de las que encabezaban la lista.
Ignoré su presencia hasta que una vez más llamó mi atención, pero esta vez su tono divertido cambió a uno lleno de seriedad.
—Siempre me pregunté qué haría si te volviera a ver algún día —relató volviendo a apoyar su espalda contra el respaldo de la silla. Nuevamente la observé por el rabillo del ojo, su mirada estaba fija en la camilla —. Es difícil, todos hacemos estupideces de jóvenes —confesó chocando sus ojos color miel con los míos —. Lamento todo lo que hice, todo el dolor por el que pasaron por mi culpa.
—No soy al único a quien le deberías pedir disculpas —hablé con voz neutra interrumpiendo su monólogo.
—Ella ya me ha perdonado —sonrió de manera sincera, y fue cuando mi corazón se aceleró, no a causa de su sonrisa; sino, a causa de la mención de ella —. Así que sigues enamorado de la niña. —Elevó una ceja con curiosidad, e instintivamente un calor recorrió mis mejillas.
Su risa no se hizo esperar ante mi expresión.
—Bueno ya no es una niña.
Fijé mi atención en ella, aunque quisiera aparentar indiferencia de igual manera quería saber más sobre Edén.
No tenía mucha información sobre ella, su padre no me dijo nada y mi hermano había preferido alejarse de los Fortier por miedo a que Carter fuera a hacer algo en contra de nosotros.
Bueno eso creía hasta el día que se presentó como mi nuevo abogado.
—¿Quieres saber cómo está? —cuestionó con diversión.
Y ella que iba a saber.
Prefería creer que todos ellos se habían mantenido alejados de Edén.
No dije nada solo la observe esperando que hablara.
—Estudia medicina —habló dirigiendo su mirada al techo, como si hiciera memoria de algo. Colocó el dedo índice sobre su barbilla dándole golpecitos levemente en repetidas ocasiones.
El pecho se me llenó de orgullo al enterarme de aquello y al mismo tiempo un poco de tristeza apareció.
Saber que había continuado con su vida sin mí me traía emociones confusas.
—Ella está bien —solté apenas audible.
Aunque era evidente que se había dado cuenta de mi comentario ya que ahora su mirada estaba sobre mí.
—¿Bien? —cuestionó azorada, un suspiro de frustración salió de sus labios —. Eso es lo que todos creen.
—¿A qué te refieres? —pregunté sin poner atención en mis palabras o creciente interés.
—Si con estar bien te refieres a fingir frente a quienes te rodean entonces es así como se encuentra. —Mis cejas se juntaron ante su contestación sarcástica y ella de inmediato se dio cuenta de mi molestia —. Vale, esa chica no está bien, es evidente que algo le falta.
Me quedé pasmado, indagando mentalmente, haciéndome ideas que quería creer y que no eran verdaderas, repitiéndome a mí mismo que eso no tenía que ver conmigo.
—Eso no...
—No es de tu incumbencia —interrumpió mi frase sonriendo de manera tranquila —. A esa chica le haces falta tú.
¿Hacerle falta?
No había sido más que una maldita piedra en su zapato, algo que había que arrancar de raíz.
—Cuando salgas de aquí búscala.
—No. No puedo.
—¿Aún te culpas?
Definitivamente me culparía por el resto de mi vida.
Exhalé soltando el aire de mis pulmones despacio, con mi mano libre hale mi cabello hacia atrás, una costumbre que había adoptado cuando me sentía acorralado y no sabía qué contestar.
—Lo que le hice... —Un gruñido se ahogo en mi garganta —. Lo que ese bastardo le hizo por mi culpa, eso jamás podría perdonarlo.
Mis manos se volvieron puños y la ira acrecentó en mi interior. La expresión de Ámbar había cambiado, ella más que nadie conocía a Rider.
—Pues ella no te culpa por ello —contestó logrando que mi postura se relajara un poco —. Sin embargo, sé que ella cree que tú la abandonaste.
—Es lo mejor, que crea que no quiero verla.
—¿Aunque por dentro estés desesperado por volver a abrazarla? —Mi corazón dolió. Realmente estaba desesperado por volver a verla, pero al mismo tiempo no me sentía merecedor de ella —. He escuchado que en dos días más se resolverá tu juicio.
Ámbar se puso de pie y se dirigió a las ventanas amplias igualmente aseguradas por barrotes en la parte de afuera.
Mi vista se posó en el exterior.
Mañana sería libre.
Solo una noche más y podría regresar a casa.
—Pronto volverá a nevar —comentó con ahínco observando el cielo nuboso casi oscurecido y con cuidado cerró las cortinas quitándome la vista de una de las estaciones que más había amado y odiado.
La observé mientras caminaba a otra parte de la habitación, los sonidos eran demasiado fuertes a causa de que el silencio que manteníamos era inminente.
No alejé mi vista de sus movimientos. No confiaba en ella.
Caminó de regreso pero ahora sostenía en sus manos una charola con un emparedado, un vaso de jugo y a su lado una manzana.
Y con cuidado de no lastimarme la colocó sobre mis piernas, en donde era cubierto por aquella sábana blanca.
—Anda, come. Necesitas recuperar energía. Te dejaré descansar y mañana en la mañana te voy a revisar para ver como sigues antes de que te vayas a casa.
Casa.
Mi vista se fijó en aquella simple comida, mi estómago de inmediato rugió, tenía tiempo sin comer algo así.
—Gracias.
Tal vez aquella palabra había salido seca sin emoción, pero por alguna razón me sentí con la necesidad de agradecerle.
Elevé mi vista porque aquella chica se había quedado en silencio, su expresión era de completo asombro, sus ojos bien abiertos al igual que sus labios.
—¿Qué? —cuestioné extrañado por su expresión, demostrando una completa irritación.
Ella negó un par de veces y después sonrió, esta vez de manera más amplia.
—Es solo. Me cuesta trabajo procesar que tú estés agradeciéndome a mí —Una pequeña risa salió de sus labios.
Con violencia giré mi rostro tratando de ocultar que era algo vergonzoso para mí pero una vez más su voz captó mi atención.
—Allen —llamó con la voz más seria, dejando un silencio suspendido —. Búscala cuando salgas de aquí. Ella merece ser feliz y solo tú podrás lograrlo. —Su voz estaba cargada de convicción, sus palabras no pasaron por mi cabeza. Se quedaron ahí, dando vueltas una y otra vez —. Descansa.
Y sin más abandonó el lugar dejándome en silencio, pensando sobre nuestra charla.
No estaba seguro de qué lo que me acababa de contar Ámbar fuera verdad.
Edén destilaba luz, no quería creer que había cambiado.
Y si lo había hecho fue porque yo así lo permití.
Pero el hecho que dijera que la causa de su infelicidad era porque yo desaparecí me dejaba dubitativo.
¿Debería regresar a ella?
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