Con tan solo verla mi piel ardía, mi corazón volvía a latir
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ALLEN
Las rejas cerrándose detrás de nosotros, mis ojos estaban puestos en los barrotes de hierro que tantas veces fueron mi punto de fijación. Añoraba el momento en que pudiera ser libre, en que la puertas se abrieran y pudiera respirar el aire con aroma a libertad.
Se sentía mejor que en mis sueños.
Ese era un lugar al que jamás quería regresar.
—Vamos a casa.
Mi hermano colocó su mano en mi hombro y con un leve empujón me hizo girar, alejar mi vista de los barrotes.
Y como un pequeño niño que sigue a su hermano mayor en toda situación lo seguí, dejándolo ser mi guía. Como cuando tenía cinco años y nos perdimos en aquel campamento de verano, aún recuerdo haber temblando de miedo porque estaba firmemente convencido de que en aquel lugar había osos enormes que nos comerían en un segundo. Aaron tomó mi mano esa tarde, y con paciencia me guió de regreso a donde el resto de los niños permanecían ajenos a nuestra travesía.
Ahora era lo que necesitaba, alguien que guiara mi camino.
Ojos verdes.
Una sonrisa que curaba mis heridas más internas.
No podía evitar que esas pequeñas imágenes abarrotaran mi cabeza.
Mi hermano me llevó hasta su auto, uno diferente al que recordaba que le había heredado el abuelo. Ahora tenía uno de esos sacado de agencia, nuevo. Había pasado tanto tiempo desde que el aroma a cuero de los asientos de un auto se había instalado en mi olfato. Todo era podredumbre, aroma a caño y transpiración del resto de los presos.
No había disfrutado de pequeñas cosas como esas en años.
Los rayos cálidos del sol en invierno.
El viento helado golpeando mi rostro.
Cada uno de los distintos aromas que nos rodeaban.
Me arrestaron una fría noche de mediados de febrero y mi salida casi tres años después había sido acercándose a esa estación del año.
Me permití por primera vez en mucho tiempo sentarme en un asiento que no fuera una superficie plana y fría. Fundiéndome con la suavidad del asiento del auto de mi hermano.
Era como estar en un par de nubes de cuero oscuro.
—Coloca tu cinturón —dijo Aaron con tranquilidad, si hubiera sido el mismo adolescente inmaduro de hace tres años quizá hubiera rodado los ojos por su paranoia de adulto.
Sin embargo, en esa ocasión hice así como mi hermano me pidió sin rechistar, sin hacer muecas, sin sentirme molesto por recibir órdenes aunque se tratara de una tan simple y vana.
Últimamente las conversaciones no eran nuestro fuerte, o lo que recordaba tenía que ver con abogados, nada de pláticas casuales. Yo siempre perdido en mi rostro inexpresivo; con el paso de los meses esa máscara de frialdad se había acentuado aún más.
—Esperé tanto por este momento —comentó Aaron de una manera animada.
—¿Por qué no ha venido mamá? —pregunté con voz distante, mi vista perdida en el camino, intentando reconocer cada árbol, cada línea en el pavimento.
—Se quedó preparando algo especial para la cena. —Aaron sonrió de manera sutil.
Su mano se dirigió al estéreo del auto para encenderlo, ni siquiera recordaba eso, el sonido de la música.
Era relajante.
Cerré los ojos por un par de segundos. La noche anterior no había podido dormir, tal vez de ansiedad, quizá de nerviosismo, no lo sé. Tenía tantas emociones que me era imposible descifrarlas. No me di cuenta en que momento me quedé profundamente dormido la mitad del camino, hasta que el reflejo del sol en mi rostro me hizo apretar los párpados con fuerza para así abrirlos con lentitud.
El camino a casa había sido largo, y ahora entre las calles de ciudad que recordaba me encontraba a la expectativa de lo que pudiera ver diferente y aunque no quería admitirlo la imaginaba a ella; caminando tal vez, sonriendo de esa manera en que solía hacerlo. Su esbelto cuerpo de adolescente con movimientos gráciles. Cabello hasta la cintura, quizá despeinado por el viento, la luz de sus ojos sobre mí al momento en que cruzaramos miradas.
—Allen. —Y como si hubiera estado en un túnel lleno de recuerdos reaccioné ante el llamado de mi hermano —. No hay alguien a quien quieras ver antes de llegar a casa.
Cuestionó con una voz mimética.
El trayecto se volvió uno que ya conocía, teníamos que pasar por ese lugar para llegar a nuestra casa, tenía que ver de frente el edificio en donde conocí a Edén, en donde no pude despedirme de ella.
Sin poder evitarlo mis ojos recorrieron la parte frontal del hospital, como si ella fuera a salir de ese lugar, internamente deseaba verla, era la imagen que guardaba en mis recuerdos; quien me mantuvo de pie todo ese tiempo en el abismo que había caído, era mi imagen en sus ojos, unos ojos que me habían visto de la manera más amorosa que un ser humano puede experimentar, porque era yo quien me reflejaba en sus pupilas. Y ella era el fantasma del pasado adherido a mi piel.
—No.
Porque no era capaz.
Nada había cambiado, quizá solo el silencio y la soledad que se sentía en ese momento.
La misma casa en la que había vivido con mis padres, en donde fueron tantas de mis fiestas de cumpleaños. En donde los juegos con mi hermano duraban horas, hasta que el cansancio aparecía. Ahí en donde varios encuentros infructuosos con mi padre se cubrían con el silencio de cuatro paredes y unas rejas parecidas a las de mi encierro.
El mismo inmueble que te recordaba cuando mi madre intentó quitarse la vida, una de las tantas imágenes que conservaba en mi cabeza.
La misma que vio a Edén llegar a mi lado, al lado de mi familia después de que comprendí lo que era realmente importante, aunque cuando ese momento hubo llegado el daño que había hecho era irreparable.
Bajé con cautela, tenía todo ese tiempo sin saber de mi padre y lo que menos quería era volver a verlo.
—Él ya no vive aquí —habló Aaron como si estuviera viendo a través de mis pensamientos.
Fue hasta ese momento que me relajé un poco.
Habían pasado varios años pero todo se mantenía como si hubiera estado apenas ayer en ese lugar, los árboles ya sin hojas, las ramas temblaban cada vez que el viento helado soplaba haciéndolas chocar entre sí ayudando a que las últimas hojas cayeran al suelo.
—Estos días ha comenzado a bajar la temperatura.
Asentí, recordaba mi última estancia en esa casa, el clima poco a poco se asimilaba a esa temporada. No tenía expectativa sobre mi regreso, recordaba las últimas noches, cuando llegaba del instituto, como la casa se encontraba en silencio total.
Con mi madre encerrada en su habitación dormida a causa de algunos antidepresivos.
Mi hermano se colocó frente a la puerta y con una sonrisa amable abrió. Invitándome a entrar.
No pude evitar cambiar mi expresión tranquila a una llena de asombro cuando la calidez del lugar me golpeó en el rostro. La casa se encontraba decorada, lista para recibir la navidad, un gran árbol permanecía en el centro de la estancia y bajo él algunos regalos ya envueltos. El aroma de galletas recién horneadas llegó a mi olfato, odiaba las cosas dulces, pero en ese momento ese aroma tan dulce me abría el apetito. La iluminación era diferente, también los cuadros familiares soberbios habían sido sustitutos por otros, algunos solamente de mi hermano y yo cuando éramos niños, otro en donde mi madre nos abrazaba llenos de lodo, pero con una sonrisa de felicidad en su estado más puro.
No quedaba ni una sola pizca de la presencia de mi padre.
—Allen —escuché la voz de mamá desde el umbral de la puerta que daba al comedor.
Ahí estaba mi madre, con una expresión tranquila, con ojos llenos de alegría. Sin pensarlo caminó hacía mi; desesperada, con movimientos torpes y temblorosos. Y enredando sus brazos en mi cuello me abrazó, como cuando era solo un pequeño. No pude evitar que un par de lágrimas resbalaran por mis mejillas, como un niño a quien le han arrebatado a su madre, y ella como una madre que nunca ha dejado de amar a su hijo.
Esa noche comí como nunca, como tenía años sin hacerlo, disfrutando de cada bocado. Había olvidado que mi madre cocinaba como los dioses. El sazón que tenía era exquisito.
Solo los cubiertos resonaba en el comedor, tan hambriento estaba que no me di cuenta de que ambos me veían con los rostros perplejos.
—Si has comido lo mismo que cien hombres —comentó mi hermano burlón.
—La comida de la prisión no era la mejor —respondí sin molestarme por su insistente mirada. Todavía me sentía avergonzado, como si todo lo que estaba disfrutando no lo mereciera.
—Apuesto a que extrañabas la comida del hospital —soltó riendo.
No dije nada sobre eso, solo seguí llenándome la boca de alimento.
—Te has puesto tan guapo —comentó mi madre quien se encontraba a mi lado, descubriendo la cortina oscura que tapaba un poco de mi rostro —. ¿Qué te pasó? —Su sonrisa se borró abriendo paso a una expresión consternada cuando vio el hematoma que tenía en ese lado, cerca del ojo; ya había pasado por sus distintas tonalidades, solo un círculo amarillento predominaba haciendo entender que en cualquier momento desaparecería.
—No es nada.
Mamá me dirigió una sonrisa triste, pero entendió que era algo de lo cual no quería hablar, agradecí por ello. Quería olvidar todo lo que había vivido ahí adentro. Dejando que la cena transcurriera en silencio.
No era que estuviera molesto, solamente no sabía cómo actuar, antes me sentía el rey del mundo, el que todo podía, ahora no creía merecer nada de lo que la vida me regresaba.
—Todo está como lo dejaste —dijo mi madre desde la puerta de mi habitación, eché una mirada, era verdad, era como lo recordaba.
—Gracias.
Mi rostro bajo, mi soberbia y orgullo había quedado a un lado, quizá encerrados tras las rejas.
—Por cierto —dijo mi hermano tomando mi atención —, ya estás inscrito en la universidad. Tus materias van a ser revalidadas, comienzas en enero.
Si bien al principio no me apasionaba hacer una carrera, ahora lo veía como algo bueno e importante, de esa manera podía ayudar a mi madre y hermano, no ser una carga. Además, le había tomado un amor muy grande a la arquitectura. Porque eran tras las líneas perfectas en las que me perdía fingiendo que podía estar en cualquier otro lugar que no fuera encerrado en una pequeña celda como un animal peligroso.
—Imagino que has de estar exhausto—comentó mi madre —. Descansa hijo, mañana será un día mejor. — Mamá besó mi mejilla y me volvió a abrazar con fuerza —. No tienes idea lo feliz que me hace tenerte de vuelta.
Mi hermano nos veía desde la puerta, con una pequeña sonrisa plasmada.
—Descansa Allen.
Ambos salieron cerrando la puerta, dejándome en silencio con mis miedos, con mis recuerdos; suspiré profundo y antes de
cualquier otra cosa caminé en dirección al baño para tomar una ducha.
Giré la llave del agua caliente, no había tomado una ducha de agua caliente en años, incluso en época de invierno tenía que bañarme con agua fría.
Pasé mi sudadera por mi cabeza, aventandola en el cesto de la ropa sucia, mi camiseta, todo el resto de mi ropa.
Era diferente, la sensación del agua caliente, percibir esa temperatura en mi cuerpo. Me daba cuenta que el agua así ayudaba a que la tensión en mis músculos disminuyera. Cerré los ojos, sintiendo cómo poco a poco me relajaba y cuando estuve seguro de que había sido suficiente salí, tal vez había durado una hora ahí adentro, pero lo necesitaba.
Tomé una toalla y después ropa de dormir, hasta la diferencia de telas era evidente con relación a la ropa que solían darnos en prisión. La lana caía como una cortina parecida a las nubes blancas en el cielo.
Esa noche por fin podría dormir.
O eso era lo que quería, olvidarme por un segundo de todo, del pasado, del futuro, de ella.
Y como si el destino se burlara de mí escupiendome en el rostro justamente junto a la mesa contigua a mi cama se encontraba aquel viejo móvil, lo tomé en mis manos sabiendo lo que encontraría, una vez la pantalla se encendió vi esa fotografía que yo mismo le había tomado días antes de que todo terminara.
La sensación de revoloteos incesantes en mi estómago volvió a tomar forma, mis ojos estaban fijos en la imagen detallando cada línea, cada curva. Cada porción de su piel iluminada por las luces de los faroles que se acababan de encender logrando que la iridiscencia siguiera el contorno a su figura. Tenía envidia de los ampos que acariciaba su piel; el reflejo inmaculado de sus ojos me había arrebatado el sueño.
No había olvidado lo hermosa que era, y por mucho tiempo me cuestioné si seguiría igual, llena de luz como siempre. ¿Su sonrisa sería la misma? Quizá habría crecido, tal vez ya no tendría ese cuerpo de niña, eso no lo sabía; y aunque dentro de mí moría por volver a verla, escucharla, sentirla; estaba convencido que el daño que le había causado era más que suficiente.
No me lo perdonaría ni aunque pasaran mil años.
Varios días transcurrieron, en los cuales no salí de mi hogar. Dormía más de la cuenta, no estaba en depresión, simplemente necesitaba descansar.
Por todas aquellas noches en las que no lograba conciliar el sueño a causa de la desesperación, del miedo quizá a morir ahí adentro.
La temperatura había disminuido considerablemente, los rumores de la primer nevada comenzaban a esparcirse en los noticieros. Mis hematomas habían desaparecido por completo y poco a poco comenzaba a desenvolverme más con mi madre y hermano, poco a poco comenzaba a sonreír.
Esa mañana en particular hacía bastante frío, inclusive siendo medio día la temperatura no había aumentado.
—Han dicho que es bastante probable que la primer nevada se desate en un par de horas —dijo mi hermano. Todo el día las nubes grisáceas habían abarrotado el cielo, los vidrios de la casa se encontraban empañados y aunque la calefacción y chimenea de la estancia mantenían un ambiente agradable, estaba ansioso, por ver de nuevo la nieve caer.
Regresé la vista a mi cena, definitivamente esa noche me iría temprano a dormir.
—Está nevando —dijo mamá de pie frente a la gran ventana de la estancia que daba al jardín, no pude evitar levantarme de la mesa para ver los copos de nieve caer.
Era todo un espectáculo.
Como las ramas secas comenzaban a ser cubiertas poco a poco, la forma en que se acumulaba de una manera lenta en el suelo, y lo hermosa que se veía al cruzarse con los rayos de los faroles que alumbraban la oscuridad del jardín.
Los recuerdos regresaron a mi cabeza.
De una niña dando vueltas con los brazos abiertos, recibiendo cada copo en el rostro.
De un chico con un par de muletas.
Un par de bolas de nieve impactando en mi cuerpo, contra mi pecho. La risa dulce saliendo de sus labios, ese pensamiento que no dejaba de llenar mi cabeza; haberla engañado había sido tan simple, su inocencia seguía intacta. El recuerdo de cuando caí sobre ella, en dónde nuestros cuerpos estaba tan cerca, siendo solamente separados por un par de batas de tela simple.
La sensación del frío en mi rostro, mientras sus puños impactaban llenos de nieve en mi cara, o el sonrojo de sus mejillas y el brillo de sus labios. La creciente necesidad de besarla, de saber si sabría tan dulce como se veía, era tan hermosa.
La memoria de sus labios en los míos permanecía, de los besos torpes que me otorgaba, y que aunque así fuera no podía evitar sentirme complacido por su perfecta pureza.
Tal vez los recuerdos buenos no se borraban, pero, el invierno significaba también dolor, el escenario blanco cubierto de carmín que jamás sería desarraigado de mi conciencia.
—Que sorpresa, no esperaba una llamada tuya. —La voz de mi hermano llamó un poco mi atención, tan perdido estaba viendo los copos blancos caer que no había puesto atención al sonido del teléfono al fondo, aunque realmente yo no respondía las llamadas telefónicas en casa, por lo menos no desde que regresé —. No. No sé nada sobre ella. ¿No has hablado con el chico? Es probable que esté con él. —No tenía idea de con quien hablaba Aaron pero la plática hasta cierto punto llamaba mi atención, dejé de ver el paisaje para observar a mi hermano quien seguía con el teléfono pegado al oído, apretándolo con fuerza en su mano —. No. Él no ha salido desde que llegó. —Esta vez estaba seguro de que se refería a mí, y como si leyera mis pensamientos clavó su mirada en la mía —. No debe de estar muy lejos, la temperatura ha comenzado a descender. —Silencio por un par de segundos —. Tienes razón, no ha sido muy sensata últimamente, cualquier cosa házmelo saber.
Aaron observó el teléfono por un momento después de haber colgado, parecía estar meditando.
—¿Sucede algo hijo? —preguntó mamá haciendo la misma pregunta que yo quería formular.
—Edén ha desaparecido de su casa.
«Edén ha desaparecido de su casa.»
«Edén ha desaparecido de su casa.»
Soltó con la voz firme pasando su mirada a mí, como si fuera yo quien hubiera preguntado.
—Eso no es posible —habló mi madre—, ha comenzado a nevar, no puede estar afuera con este clima.
Se veía sumamente afectada, y yo por mi parte seguía en silencio, sin poder hacer algún comentario sobre ello.
Estaba preocupado era más que obvio, pero tampoco era capaz de hacer algo, sentía miedo, tanto como aquella noche de invierno.
La mirada insistente de Aaron seguía puesta en mí.
—¿No vas a decir nada? —cuestionó mi hermano entre molesto y asombrado al darse cuenta de que yo no reaccionaba.
Y aún con la lengua pegada al paladar caminé en dirección a las escaleras, tal vez mi rostro tenía plasmada una mueca ilegible de miedo, preocupación, agonía, pero no podía hacer nada.
—¿A dónde crees que vas? —preguntó Aaron tomándome del brazo, impidiendo que siguiera avanzando.
—Suéltame. —Le reté con un cambio en mi expresión a una seria, con mi voz grave e imponente, era evidentemente más alto que él.
En todo el tiempo que llevaba en mi hogar no me había alterado por ninguna situación, hacía todo lo que me pedían, mantenía una actitud serena. No me exhaltaba como cuando tenía aquellas riñas con Anthony o con Aaron. Pero ella...
Escuchar su nombre ser mencionado me causaba una agonía interna que intentaba salir a base de comportamientos defensivos.
—¿Realmente no te importa? —cuestionó incrédulo.
«¿Importarme?» Todo era sobre ella, mi distancia, mi solitaria existencia. Vivía día a día pensando en Edén, muriendo por dentro porque deseaba fervientemente acabar con la distancia, pero cada vez que me planteaba buscarla nuevamente bajaba a la tierra y la culpabilidad me inundaba por completo, no la merecía.
—Lo que ella haga no me concierne.
«Era la única manera, mentir.»
Y safándome de su agarre subí las escalera directo a mi habitación. Sin mirar atrás, dejando a mi hermano y mi madre atónitos por mi falta de interés en el asunto.
La puerta fue sellada detrás de mí, los pensamientos en mi cabeza no se ordenaban.
¿Qué podía hacer?
Intentar estar con ella casi le cuesta la vida, Edén estaba mucho más segura si yo no me encontraba a su lado, escuché el movimiento afuera, en el pasillo. Los pasos apresurados de mi madre y Aaron.
—¿Tienes alguna idea de a dónde pudo haber ido? —cuestionó mi madre, la voz muy apenas pasaba a través de la puerta.
—Realmente no, pero no puedo dejar a Carter con este problema. Él nos ayudó con Allen, le debemos demasiado —dijo él.
—Ve con cuidado, pobre niña. Elizabeth me dijo que había estado batallando un poco con ella, pero que últimamente estas semanas había mejorado su actitud.
Dejé de respirar un poco ante las palabras de mi madre, no parecía Edén. La chica de la que hablaban no tenía ningún parecido con mi Edén.
—Lo sé. Espero que alguno de nosotros podamos dar con ella.
Caminé hacia mi cama dejando las luces apagadas. El silencio lograba que los minutos transcurrieran con lentitud, acostado boca arriba observaba el techo.
No tenía porqué buscarla.
Ella y yo teníamos un pasado, pero no significaba que hubiera futuro para nosotros.
La nieve seguía cayendo con constancia. Pasé mi vista al otro extremo de la cama, en donde había dejado el móvil y con un simple movimiento de muñeca lo tomé con fuerza, desbloqueandolo, dejando que la luz de la pantalla iluminara la habitación casi por completo a causa de la oscuridad.
Una vez más observé la imagen, su fotografía.
«Edén ha desaparecido de su casa», se repitió en mi cabeza.
—Maldición —mascullé al momento que me impulsaba para levantarme de mi cama.
Con rapidez me vestí, colocandome unas botas parecidas a las que solía utilizar, y mi chaqueta de cuero que seguía guardada en el closet después de que Aaron fuera a recoger mis cosas cuando le informaron del arresto, ahora la llenaba bastante bien de las mangas, ya no me quedaba grande. Y sin tomar alguna bufanda salí por la ventana, con aquella playera simple en tono oscuro.
Las calles me resultaron familiares, la ciudad no había cambiado en absoluto, salvo algunos nuevos negocios y otros desaparecidos. Caminé por un buen rato viendo el ritmo de la nieve incrementar, hasta ese momento no había sentido en frío y mi corazón no dejaba de resonar acelerado.
Llegué hasta aquella cafetería, en donde años atrás habíamos plasmado nuestros nombres en una pared negra, aunque no era igual a como lo recordaba al parecer la habían remodelado hace no mucho tiempo y estaba seguro de que las palabras no seguían escritas allí.
Las personas entraban y salían ignorando la añoranza que me causaba, pasando por alto mi mirada perdida en los recuerdos.
Desvíe el rostro y continúe con mi trayecto, con mi búsqueda. El viento helado golpeaba mi cuerpo, mi cabello se movía suavemente con la leve ventisca.
«¿En dónde estás?»
Cuestioné internamente sin dejar de sentir la opresión en mi pecho. Podría parecer tranquilo pero estaba ansioso, más porque el tiempo transcurría.
Hice a mi mente trabajar, si bien antes hubiera deseado que los recuerdos desaparecieran ahora necesitaba traerlos todos a mi cabeza.
Recordaba muy pocos lugares, pero la imagen de uno en particular hizo conexión en mi cabeza.
«El lago»
En donde intentamos patinar, el mismo lugar en donde charlamos en el puente, uno de los lugares que le había mostrado a Edén.
Caminé casi corriendo, para ser sincero, como si el tiempo fuera crucial, como si un mal presentimiento se estancara en mi corazón que ahora latía desesperado.
La nieve sin ceder.
El vaho escapando de mi boca.
Mi pecho siendo golpeado por la ventisca.
Mi garganta siendo quemada por las respiraciones jadeantes, sin cuidado.
—Ella no ha dejado de preguntar por ti, realmente ha intentado sonreír pero no lo hace como lo hacía cuando estaba contigo.
—Si con estar bien te refieres a fingir frente a quienes te rodean entonces es así como se encuentra. Vale, esa chica no está bien, es evidente que algo le falta, le haces falta tú.
—Allen amaba a Edén, él no sería capaz de lastimarla.
Algunos comentarios, que había escuchado sobre ella comenzaron a aparecer, aterrandome aún más.
¿Sería posible que lo que todos decían sobre ella fuera verdad?
¿Tanto habría cambiado?
No podía creer que su sonrisa se hubiera extinguido.
Me detuve en seco, con los pies entorpecidos por la nieve, con el rostro congelado y la respiración errática.
Mis ojos se encontraban perdidos en la imagen frente a mí, en la belleza de aquel ser perfecto, de la niña que amaba ahora convertida en mujer.
Sobre el puente de piedra que cruzaba el pequeño lago estaba ella.
Edén Fortier contrastaba a la perfección con el escenario nevado.
Pero la situación en la que se encontraba no era en la que hubiera deseado verla. Ella estaba con su cuerpo inclinado hacia abajo observando el fondo del lago con una expresión perdida. Su cabello danzaba al ritmo del viento entre la nieve; no era igual de largo como lo recordaba, quizá un poco abajo de los hombros. Desde el lugar en el que me encontraba veía su rostro siendo despejado por el baile de sus hebras, su perfil se veía más afilado, sus ojos de tonos esmeralda no tenían el mismo brillo, seguían siendo hermosos, pero su luz no estaba ahí. Era diferente. Sí, más bella de lo que recordaba, pero no era la niña llena de sueños que me obligaron a abandonar.
Su vista estaba clavada en el agua. Una capa ligera de hielo se habría formado aunque era bastante seguro que todavía no era lo suficientemente fuerte como para soportar el peso de una persona.
Edén subió un poco, trepando por las tablas gruesas que seguían siendo las mismas que recordaba, de madera firme y curtida. Extendió sus manos sobre la superficie lista para impulsarse.
No podía creer lo que ella estaba a punto de hacer.
Edén iba a saltar.
Mis pupilas se contrajeron y, contra la resistencia de la nieve corrí el tramo que me quedaba sintiendo mis pies pesar pero no me importaba, no tenía tiempo para quedarme solamente a observar.
—¡Edén! —vocifere al llegar al inicio del puente, mi voz en lugar de salir desgarradora resonó de manera autoritaria.
Su rostro se giró para verme, su expresión era ilegible. Fue en ese momento cuando nuestros ojos se cruzaron, como si el tiempo se detuviera, como si la nieve dejará de caer quedando solamente ella y yo, ajenos a lo que había a nuestro alrededor.
Con tan solo verla mi piel ardía, mi corazón volvía a latir.
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