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Aunque ella logró repararme, yo terminé por hundirla junto conmigo.

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ALLEN

Nada relevante se había suscitado ese día, salvo el ardor que subía desde mi abdomen hasta mi garganta al encontrarme a Edén con aquel traidor al ingresar al campus.

No pude evitar ver como se abstenía de tocar su rostro; esa proximidad entre ellos me había dado un verdadero dolor de estómago. Tal vez la sonrisa de idiota de Skyler, o el hecho de que Edén estaba intentando tocarlo, su mano suspendida en el aire una vez me vio llegar, y esos hermosos ojos que no pude evitar analizar mientras pasaba de largo junto a ellos.

No sabía quién era realmente mi enemigo.

¿De quién debía de protegerla?

Si del chico que había sacado provecho de mi ausencia, o del extraño que la había llevado a aquel bar.

En ese punto ya no lo sabía muy bien.

Mi prioridad sería siempre ella, estaba tan concentrado analizando la situación que ni siquiera me dí cuenta de nada hasta que mi atención pasó a ser un poco de quienes me rodeaban.

Miradas de miedo, murmullos mal intencionados.

Es él, el hijo menor de Anthony Anthore.

Escuché a alguien afirmar.

Dicen que su madre enloqueció.

No dolían.

Yo escuché que tuvo un intento de suicidio.

En absoluto me molestaban.

Mi rostro en alto, mi mirada pasando de largo por cada uno de los rostros de esos desconocidos.

Era de esperarse, que las noticias viajarán rápidamente, que los rumores superaran la realidad.

Asesinó a su novia. Dicen que Allen Anthore terminó con la vida de su novia.

No iba a darle importancia, si creían aquello por lo menos Edén no había sido estigmatizada por mis actos. Si ellos creían que mi «novia» había muerto, eso significaba que ninguno de ellos tenía conocimiento de quien era Edén. Solamente se habían dejando llevar por rumores.

Mi estancia en clases seguían sin tener relevancia. No había nada que no hubiera visto antes, no se me dificultaba en absoluto seguir los temas. Iba a eso, solamente a estudiar; ni siquiera al estúpido discurso de bienvenida había asistido. No quería mezclarme demasiado, hacerme de amigos no estaba en mis prioridades.

Después de clases necesitaba regresar a mi hogar, intentaba recuperar los años perdidos con mi madre y hermano. Evan también me visitaba con frecuencia, algunas veces solo, otras con Matt.

Regresé por el mismo camino para tomar mi motocicleta, el auto de Skyler ya no se encontraba  en el estacionamiento así que deduje que Edén también se habría ido ya; aunque quería verla una vez más ese día, no tenía la cara para eso.

Me monté en mi motocicleta, pasé el casco por mi cabeza para posteriormente encenderla escuchando el ronroneo del motor.

—¿Te vas tan pronto? —Detuve mi mano sobre la manivela y levanté la máscara del casco para poder ver a aquella chica frente a mi una vez más. Ámbar se encontraba cruzada de brazos con una sonrisa.

—¿Qué quieres? —Aunque no quisiera sonar grosero mi voz no podía evitar salir áspera cuando se trataba de ella, no confiaba en la pelirroja después de todo el daño que nos había ocasionado en el pasado.

—Nada, solo venía a saludar, me alegra verte «fuera» —dijo. Sabía a lo que se refería, ya que ella era una de las únicas que conocía la verdad de mi paradero —. Aunque no pensé que estudiarías aquí.

—Fue idea de mi hermano.

La chica frente a mí se acercó un par de pasos y pasó los dedos por la parte frontal de mi motocicleta.

—Eso es genial, que bueno que le hayas hecho caso.

Silencio un par de segundos, no tenía absolutamente nada de qué hablar con ella.

—Tengo que irme. —Pero, antes de que volviera a colocarme la máscara del casco volvió a hablar.

—¿Ya hablaste con ella? —preguntó esta vez observándome directo a los ojos, sabía que se refería a Edén.

—No tengo por qué hacerlo —respondí con falta de interés —. Y, si me disculpas tengo cosas importantes que hacer.

Bajé la máscara indicándole que la plática había terminado por mi parte, que no quería escuchar nada al respecto del tema, nada que tuviera que ver con ella.

—Es una lástima. La vi salir sola y de aquí hasta el hospital son alrededor cuarenta minutos en auto, creo que caminará hasta el hospital. Yo la llevaría pero tengo que quedarme a arreglar unas materias que no quiero tomar este semestre —se excuso. Ámbar se dio la media vuelta dejándome ahora con la ansiedad de saber si lo que acababa de decirme era verdad.

Puse en marcha mi motocicleta girando la manivela para salir del campus, tratando de borrar las palabras de aquella chica, y de convencerme de que no debía de interferir en la vida de Edén.

Pero era imposible mantenerme alejado de ella.

Mis ojos buscaban entre el camino su silueta, su cabello castaño. No tardé mucho en encontrarla.

Caminaba abrazándose a sí misma, con la cabeza hacía abajo, era tan distraída, tan confiada. Tanto que eso me irritaba, y al mismo tiempo me recordaba a la chica que conocí, la chica que había cambiado por mi culpa.

Me detuve cuando vi que dejó de caminar, y asegurando la motocicleta dejé el casco para caminar  un par de pasos hacia ella.

Mis pies se hundían en los pequeños montículos de nieve de nevadas anteriores. Pero antes de que pudiera darle alcance sus pies volvieron a moverse.

—¿A dónde vas? —cuestioné. No respondió, dio un par de pasos más. Niña infantil, ¿cómo era posible que esa chica me causará tantas emociones inexplicables? Desde las mariposas en mi estómago hasta irritación —Te estoy hablando Edén. — Mi voz había salido autoritaria, exigente obligándola a girarse; seguía haciendo lo que yo le pedía, no pude evitar sentir satisfacción internamente.

Un suspiro salió de sus labios y sus hombros se relajaron.

—Tuve que quedarme por una charla estúpida sobre el trato con pacientes y me quedé sin transporte ya que Sky tuvo que ir al hospital, y... Olvidé mi móvil. —Odiaba como salía aquel nombre de sus labios. Skyler Seyffert no era más que un maldito oportunista —. Ahora, si me permites necesito tomar un taxi para poder llegar al hospital.

No se si el impulso fue a causa de la mención de aquel chico. Quizá el verla partir, alejarse de mí. Pero, sin poner atención a mis movimientos mi mano había atrapado la suya, no lo había pensado; mi cuerpo era atraído por su presencia, después de tanto tiempo mi mundo aún giraba alrededor de Edén Fortier.

Su mano era igual de delicada que hace un par de años, quizá la sentía más suave que antes ya que mis manos se encontraban más ásperas que cuando era un adolescente; la cárcel me había cambiado tanto físicamente como internamente.

Sus ojos fijos en mi agarre, y mi corazón disparado mientras atesoraba cada una de sus nuevas facciones.

Su ojos más femeninos, menos aniñados; sus largas pestañas tupidas. Esa pequeña  nariz respingada, ahora su mentón era más suave y delicado, sus labios; esos labios que tanto me gustaba probar. La necesitaba, necesitaba a Edén tanto como al oxígeno para vivir, pero ella no me necesitaba a mí. Yo no era bueno para ella.

Sus ojos se fijaron en las míos. Una brisa removió su cabello haciéndolo danzar, acariciar su rostro; era esa mirada color jade la que me observaba con extrañeza, siendo oscurecida a causa de un pasado doloroso del cual yo era el principal culpable.

—Es peligroso que camines sola.  —Era mi única  excusa, la única que podía darle para que no se diera cuenta de que realmente deseaba estar cerca de ella, aunque fuera por un tiempo limitado.

Me observó  con confusión y antes de que pudiera responder de manera negativa hablé:

—Te llevaré. — Solté su mano con delicadeza; esperaba que aun tuviera aquel poder sobre ella, que no comenzará una discusión sin sentido ya que no quería gastar mi tiempo en eso —. Sube.

Escuché sus pasos tras de mí, no pude evitar sonreír. Edén  seguía siendo la misma, la chica que creía en mis palabras cuando ni siquiera yo podía creer en mí mismo.

Sus pasos rompiendo los cúmulos de nieve y su peso en la parte trasera de mi motocicleta. De inmediato, el aroma dulce que tanto recordaba llegó a mi olfato. La observé sobre mi hombro y ésta vez no lo impedí. Mii sonrisa se asomó, era casi imperceptible pero era a causa de ella que sus ojos no me perdieron  de vista. Tenía una expresión tan dulce, confusión mezclada con un sonrojo que estaba seguro del cual ni siquiera se había percatado.

—Usa esto. —Le dí mi casco, ella lo necesitaba más que yo. Cual fuera el caso siempre vería primero por su seguridad.

—Pero lo necesitas. —Al igual que la preocupación se asomaba por sus ojos.

Que... ¿Qué es esto?

—Dame eso

—¿Qué es eso Allen? Eso no es...

—No es nada que te incumba.

—Lo... Lamento

—¿Confías en mí? Entonces no te preocupes por eso, no es nada importante.

Era esa misma expresión, pudiera ser que los años se habían quedado atrás, pero la facilidad de poder ver tras sus expresiones seguía intacta, me causaba gracia y al mismo tiempo me dejaba un sabor amargo en la boca.

—Tú lo necesitas más — respondí. Sus mejillas se tiñeron aún más.

Regresé mi vista al frente tratando de no perder el control.

—Sujetate bien —ordené. Sus brazos se enredaron en mi torso y sus manos descansaron en mi abdomen. La misma corriente eléctrica que atravesaba mi piel en el pasado apareció una vez más. Sentía todo su cuerpo cerca de mí, no era igual, no era el de la niña escuálida y pequeña, Edén ahora era una mujer, no una niña.

El trayecto por la carretera fue bastante largo; sin embargo, lo había sentido tan corto, deseaba que no terminará, que no tuviera que despedirme de ella y seguir fingiendo que no me importaba.

—¿Es el mismo hospital? —cuestioné con la voz elevada para que pudiera escucharme.

—Sí. Pero aun tengo un par de horas, puedes dejarme en el centro de la ciudad, de ahí caminaré.

Como si eso fuera a suceder.

—¿Qué crees que haces? —se azoró una vez se dio cuenta de que había tomado otro camino, cambiando la dirección.

Necesitaba investigar, sacarle información sobre aquel chico, aunque eso significara sobrepasar aquella barrera que yo mismo había forjado. Por su bien.

—Tranquila, no te hará daño que me acompañes a almorzar.

Su agarre se tensó en mis costados, sin embargo no rechistó.

Doblé por la esquina y llegamos a aquel lugar; a la misma cafetería de hace algunos años atrás.

Bajó primero ella, quedándose aturdida, observando el lugar al quitarse el casco. Sus ojos escrutaron cada espacio, su boca se mantuvo en una línea recta y sus pies inmóviles, sin intenciones de avanzar.

Me coloqué a su lado, como si los recuerdos no me atormentaran a mí también.

—Vamos.

Escuché como colocaba el casco sobre la motocicleta y avanzaba con pasos firmes entre los montículos de nieve sobre la acera.

El aroma a café me golpeó en el rostro al momento de que entraba al lugar, la calidez era sofocante tomando en cuenta que traía aquella chaqueta que solía usar; giré para observarla entrar, su mirada perdida mientras desenrollaba la bufanda de su cuello, y fue hasta ese momento que me di cuenta de que era mi bufanda, aquella que le había regalado; la misma que mi madre había tejido para mí.

Todavía la conservaba.

El lugar era diferente, mantenía el mismo estilo vintage pero algunas cosas habían sido sustituidas, la música suave estilo Lo-Fi resultaba agradable, di un par de pasos pero me di cuenta de que Edén se había quedado de pie frente al mostrador.

Pasmada, con los ojos bien puestos en algo, fue cuando la vista de la chica del mostrador se dirigió a ella, era la misma chica de años atrás, estaba seguro de ello. Quizá tenía otro color de cabello, pero su rostro —ahora más maduro— era el mismo.

—Vaya, son ustedes —aludió con una gran sonrisa, yo la observe mientras Edén no dejaba de ver la pared frente al mostrador, por el ángulo en el que me encontraba no era consciente de que era lo que tanto llamaba su atención —. Pensé que jamás volverían a venir por estos rumbos.

No dije nada, me quedé en silencio cuando vi que Edén tomó la iniciativa de hablar.

—Porqué ... ¿Por qué  conservas eso? — preguntó Edén apuntando con su dedo índice en lo que sus ojos estaban puestos.

—¿Eh? —La chica giró su rostro y sonrió al ver lo que ella señalaba —. Ah, esto. Me pareció muy lindo y antes de que quitaran la pared de firmas le tomé una fotografía, por si algún día volvían a pasar por aquí. Es una obra de arte que no merecía ser olvidada —dijo y le guiñó un ojo.

La chica dio un par de pasos y desprendió la impresión entregándosela a Edén quien extendió su mano y la recibió un tanto contrariada.

—Ten, es de ustedes. Edén y Allen, ¿cierto? —La chica del mostrador sonrió, sin embargo no causó ninguna sonrisa en Edén, quien mantenía la vista en el dibujo.

—Gracias —hablé para sacarla del aprieto, y, tomando la muñeca de la chica que amaba la hale guiandola al fondo del lugar. Ella con pasos vacilantes me siguió, sin dejar de observar la imagen del pequeño gato azul y el conejo rosado, en donde nuestros nombres estaban plasmados.

Tomamos asiento, cerca de la ventana, como la primera y única vez que estuvimos en ese lugar. Mis ojos no la perdieron de vista, su rostro lleno de emociones, su batalla interna era visible.

—Aún la conservas —aseguré llamando su atención.

Sus párpados se movieron y su cabeza negó, como cuando intentas regresar al presente, reiniciar tu cerebro.

—¿Qué cosa? —preguntó con confusión, bastante perdida.

—La bufanda.

Señale como la mano que no sostenía aquella hoja se aferraba a la bufanda con fuerza, de inmediato sus ojos viajaron al objeto y sus mejillas se tiñeron de rosa.

Era adorable.

—Ah. Sí.

Rostro bajo, mirada perdida.

—¿Qué estúpida no? —Pasó un poco de su cabello detrás de su oreja, una sonrisa triste se dibujó en sus labios.

—Buenas tardes, ¿Puedo tomar su orden? —dijo una de las meseras al acercarse a nuestra mesa, antes de que pudiera decir algo sobre lo que Edén acababa de decir.

No tener que darle cara con otra mentira me causaba alivio, era todo menos estúpida. Porque la realidad de las cosas era que me hacía feliz saber que aún la conservaba, que tenía algo que le recordaba nuestros días felices.

—Un café negro para mí —dije sin prestarle atención a la camarera y antes de que Edén pudiera hacer su pedido hablé —. Y para la señorita un frappe de caramelo con m&m's y un trozo de pastel de coco con helado de vainilla.

La boca de Edén se quedó semi abierta, demasiado sorprendida de que todavía  recordará lo que había pedido en aquella ocasión.

—En un momento se los traigo —afirmó la chica y se alejó de la mesa.

—Cómo... ¿Cómo es qué lo recuerdas? —preguntó Edén. Me encogí de hombros ante su cuestionamiento restándole importancia al asunto sin tener la intención de darle una respuesta concreta. Un suspiro cargado de frustración salió de su boca —. No lo entiendo. Ni siquiera entiendo porqué estás aquí conmigo si todo este tiempo has estado evitandome.

Odiaba esa expresión en su rostro, una llena de dolor.

—El que las cosas hayan terminado entre nosotros no significa que dejemos de hablarnos —expliqué de manera estúpida, porque no era eso lo que quería.

En un instante la mesera apareció con nuestro pedido y lo colocó en la mesa con cuidado.

—Provecho —dijo antes de retirarse del lugar.

—Gracias. —Fue Edén  quien habló dirigiendole una sonrisa débil a la chica antes de que saliera de nuestro campo de visión.

Su tenedor picó la punta del pastel y con cuidado la llevó a su boca. Recordaba la expresión en su rostro la primera vez que la vi comer tal cantidad de azúcar en ese mismo lugar; en cambio, ahora  ni siquiera el exceso de glucosa le levantaba el ánimo o cambiaba esos ojos llenos de tristeza.

—¿Cómo está tu madre? — preguntó mientras yo le daba un sorbo a mi café.

—Bien.

Silencio nuevamente.

—¿Aaron está bien? —preguntó cuando se dio cuenta de que no daría más información, moví mi cabeza asintiendo —. Lo vi en televisión dando una conferencia de prensa sobre el puesto que era de tu padre. Se ve diferente. Maduró.

No me gustaba tocar el tema de mi padre, ni siquiera sabía nada de él y no pretendía  buscarlo para recuperar los años perdidos, tampoco preguntaba sobre su paradero, pero hasta cierto punto era un tema que podía soportar. Había aprendido a vivir con un dolor más grande, con un vacío más profundo.

—Ha madurado. Ya no es el mismo cabeza hueca —dije y sonreí ligeramente, mi hermano era alguien digno de respeto, se había convertido en un hombre formidable.

—Me alegra escuchar eso. ¿Qué tal tu estancia en el extranjero? —Y era ese momento en el que tenía que volver a mentir para que no se diera cuenta de la verdad.

—Bien, supongo.

Dio un pequeño sorbo a su bebida antes de continuar con su interrogatorio, la temperatura del lugar había logrado calentarnos lo suficiente como para no tener que depender  de nuestras chaquetas. Edén se quitó la suya dejando al descubierto una blusa de cuello redondo y manga larga en color azul que dejaba un poco de piel al descubierto, era inevitable no fijar mi vista en el contorno de sus clavículas; pero fue también el brillo de una cadena dorada que recordaba a la perfección lo que más llamó mi atención, aunque preferí no entrar a discusión con el tema.

—¿Conociste a alguien? —cuestionó sin observarme, su pregunta me causó gracia, y más por el hecho de que solo había visto presos en ese tiempo.

—Nadie interesante.

Una respuesta sin mucha información pero dejando la interrogante a cuestionamiento.

Su semblante decayó un poco, sabía exactamente lo que ella pensaba.

La forma en que había escuchado rumores sobre mí, sobre lo que hacía con las chicas y la poca seriedad que le daba a las relaciones.  Estaba seguro de que creía firmemente que había estado con muchas en el tiempo que estuvimos separados.

Aunque la verdad fuera otra.

Solamente ella llenaba mis pensamientos.

Su nombre perdido entre murmullos en sueños y pesadillas. Sentía aún mis labios quemar a causa de todas las sensaciones que ella me produjo, el como su piel fue trazada lentamente por mis besos.

Era solamente ella, la dueña de mis pensamientos.

Era en parte lo que quería, que ella siguiera creyendo que era un completo patán; sin embargo, la curiosidad me carcomía, por saber que había hecho todo este tiempo, del porque Skyler la seguía como un perro faldero.

Dio una probada más a su postre con mucho cuidado, elevé una ceja ante su poco entusiasmo por su comida dulce, ella amaba todo eso, una escena completamente diferente a aquella vez.

—¿Qué hay de ti? —pregunté sin mostrar  ninguna emoción en mi mirada, como si fuera simple curiosidad de saber un poco sobre su vida, o como si solamente continuará una plática sin rumbo, para dar un tema de conversación.

—¿Sobre qué?

Cuestionó, ella sabía perfectamente de qué hablaba, pero quería que se lo preguntara directamente, la forma en que su ceja se elevaba con presunción.

—Sales con Skyler, ¿no es así? O quizá con el chico del otro día. —Otra pregunta más, nuevamente mi rostro inexpresivo.

—Sky… — musitó como quien piensa en alguien con cariño, podía darme cuenta de que en ese momento el chico estaba en sus pensamientos por la forma en que su mirada se perdía en el centro de la mesa, tomé un poco de mi café sin premura —. Él... Ha sido bastante bueno conmigo, cuando yo... —Una pausa más, sus pensamientos ordenando sus palabras —. Cuando desperté fue él quien estaba a mi lado —musitó, sus ojos se fijaron en mí —. No eras tú. Tú te habías marchado.

Un dolor punzante atravesó mi pecho, yo no me había ido por voluntad propia, ella no conocía la cruda realidad, ella no sabía que por estúpido había caído en prisión. Que cada noche anhelaba su presencia. Que la culpa me estaba matando a cada segundo.

Llegué al punto de no querer vivir.

Ella no conocía esa verdad, de cómo había luchado por mi vida a toda costa y que el hecho de saber que ella estaba bien me bastaba para seguir respirando.

Quería decírselo. Que jamás la dejé. Que lo último que quería era alejarme de ella; sin embargo guardé silencio, una vez más tenía que callar.

Fue hasta ese momento que me di cuenta de que unos ligeros caminos de lágrimas aparecían bajando por sus mejillas, su rostro estaba bajo, apretaba los labios con fuerza  evitando los sollozos.

—Por qué... ¿Por qué no regresaste? —preguntó sin poder evitar que espasmos aparecieran entre sus palabras.

Me rompía el corazón.

Un nudo en mi garganta estaba formado.

No podía. Simplemente no quería verla en ese estado, pero tenía que seguir fingiendo.

—Necesitaba huir de la ciudad —respondí de manera repentina —. Cuándo te estabilizaron me di cuenta de que todo era una locura, que estaba cansado de todo esto. — Mentira tras mentira —. Primero el problema con mi padre después mi madre; no podía seguir así, no podía sobrellevar tu enfermedad.

Su cuerpo se contrajo, un sollozo se escapó entre sus labios, no pasaron un par de segundos cuando Edén pasó el dorso de su mano arrastrando los vestigios de lágrimas que quedaban.

—Fui demasiado egoísta —musitó con tranquilidad —, al pensar que te podría retener a mi lado.

Ella era todo menos egoísta, su misma respuesta me lo demostraba una vez más, que debajo de todo ese dolor aún estaba la chica fuerte, la que conocí.

Acomodó sus cosas, la fotografía fue a dar dentro de su bolso, estaba incomoda, eso se notaba en su rostro a simple vista.

—Creo que me tengo que ir, no puedo llegar tarde a mi primer día en el hospital como practicante. —Se excusó, intentaba normalizar su voz y en un movimiento repentino se puso de pie jalando su bolso y sus cosas, no sin antes dejar el equivalente al costo del pedazo de pastel y aquel frappe que yacían casi intactos.

Edén no estaba estable, la forma en que se había levantado me lo había afirmado. Y eso se debía al poco tacto que había tenido con ella. Suspire profundo, y, aunque tenía mis dudas aún así la seguí haciendo lo mismo que ella.

La puerta se ondeó, mis ojos no la perdieron en ningún segundo, todavía  la podía ver por el cristal de la ventana de la cafetería, ella caminaba llorando, con el rostro bajo.

Salí sintiendo el frío de inmediato, el viento era helado, como en todos los crudos inviernos en esa ciudad. Ella esquivaba a las personas y yo intentaba hacer lo mismo siendo entorpecido a mi paso.

—Edén —hablé antes de que pudiera cruzar la calle. Sus pasos no se detuvieron.

El tránsito era constante las personas pasaban por la acera ajenas a nuestra persecución.

—Edén —repetí esta vez con más fuerza, estaba seguro de que me escuchaba, pero no quería voltear a verme.

Caminaba absorta, sin siquiera poner atención, un par de chicos toparon con ella, pero no se detuvo; siguió caminando y al llegar al cruce de la calle no tomó en cuenta que no era el momento de cruzar.

Vi el semáforo parpadear a verde, los autos a punto de avanzar. Ella sin escucharme, huyendo de mi, de la forma en que la había vuelto a rechazar.

Mi corazón se aceleró porque no podía esquivar a las personas sin producirles algún daño, mi hombro chocó contra un hombre  que pareció frenarme por unos segundos.

El conductor no respetó el semáforo en rojo... Por su condición mi madre se desangró antes de llegar al hospital.

—Quedate conmigo.

«El  carmín permanece en mis pesadillas, tiñendo mis manos, impregnado a mi piel. El color rojo de su sangre decorando la nieve, recordándome que su único pecado había sido conocerme, amarme más de lo que valoraba su vida.»

—¡Edén!

El sonido ensordecedor de la bocina  de un auto atrapó al resto de los transeúntes, mis ojos observaron el terror en su rostro y antes de que sus pasos se perdieran bajando la acera mis dedos se enredaron en su brazo con fuerza, halandola, uniendo nuestros cuerpos en un abrazo en donde ella había quedado aprisionada entre mi pecho de forma protectora, su rostro cerca de mi corazón, una de mis manos alrededor de sus hombros y la otra en su cabeza.

La cercanía me quemaba, el miedo no dejaba que la soltara. Tampoco quería que me viera, que observará como en mis ojos se leía el terror reflejado, el terror de perderla.

Aunque los latidos de mi corazón me delataban.

Unos segundos pasaron.

Las personas siguieron su paso, no sin antes hacer algunos comentarios aliviados de que haya evitado una desgracia.

—¿Estas bien? —susurré solo para que ella escuchará, sus brazos empujaron mi pecho con cuidado para que su rostro quedara alineado con el mio.

Sus ojos brillaban, sus labios ligeramente abiertos, esa expresión de anhelo y miedo; un mechón largo caía exactamente por en medio de su rostro, no podía apartar mi mirada de ella, no era consciente de mis acciones. Pasé mis dedos arrastrando su cabello para despejar su rostro, en silencio, sin dejar de ver como el vaho salía de su boca; de cómo su aliento dulce se perdía entre el viento helado de enero.

Asintió lentamente sin desprenderse de mi cuerpo, los murmullos se habían  vuelto inexistentes, el ruido de los autos no existía más.

—¿Por qué me salvaste? —Me encogí de hombros, era la primera vez después de tantos años que la tenía de esta forma, tan cerca que dolía.

—No lo sé.

El brillo de aquella cadena resaltó a mi vista, y sin pedir su consentimiento tomé aquel relicario entre mis dedos, dejando al descubierto el contenido.

Seguía intacto, seguía aquella fotografía mía en su interior.

Ella no me había olvidado, su amor por mí permanecía.

—No lo hagas. —Su voz se había cortado, sus mejillas se volvieron a humedecer —. No finjas que te importo. No quiero que vuelvas a lastimarme.

Cerró los ojos con fuerza, evitando verme fijamente.

Era lo que menos quería hacer, me odiaba por todo el daño que le había causado, porque aunque ella logró repararme yo terminé por hundirla junto conmigo.

Sus brazos se alzaron pasando las manos por detrás de su cuello, y con movimientos torpes liberó el broche de la cadena dejándola caer, dejando que rozara contra el dorso de mis dedos en donde el relicario seguía aprisionado.

—Es tuyo, te lo regreso.

Dio un par de pasos hacía atrás, su mano derecha arrastró las lágrimas de sus mejillas. Me había quedado estático con el corazón en la mano, observando como la chica que amaba ahora estaba a unos pasos de distancia de mí.

Quería acercarme a ella, volver a sentir el calor de su piel.

Decirle que eso no era lo que quería, que mi corazón le pertenecía a ella y era algo que jamás podría recuperar; sin embargo me quedé de pie observando una sonrisa falsa dibujarse en su rostro.

—Te regreso tu corazón, el mío jamás podré recuperarlo.

Reaccioné hasta que la vi alejarse, caminando con el rostro en alto mirando al frente, pretendiendo que nada había sucedido entre nosotros, que éramos un par de extraños nuevamente.

Sus silueta se perdió entre el tumulto.

Yo tampoco podría recuperarlo, mi corazón le pertenecía a ella.

Siempre, sería de esa manera.

Este capítulo me dolió mucho cuando lo escribí, realmente intentaba no llorar. Me resulta doloroso porque ellos dos se aman tanto.

Él no es ese chico malo que maltrata a la chica buena, es solo alguien que tiene miedo de volver a lastimar a la persona que más ama y cree que alejándose de ella podrá salvarla.

Pero no es consciente, o más bien. No quiere creer que de verdad él es el único que puede regresar ese lado bueno de Edén.

Ella, está muy lastimada. Cree que Allen la dejó, que él nunca la amó aunque la verdad es otra.

Estuve editando este capítulo mientras escuchaba el playlist que le hice al libro uno, recopilé todas las canciones en spotify en un playlist. Por si alguien quiere el link me puede enviar un mensaje por privado para dárselos.

También, no sé si alguien escucha las canciones que pongo en cada capítulo, esta, el lo personal me encanta. La letra es tan bella y acorde a la situación. La reproduje como mil veces jeje su nombre es «Better with you» y es de una banda que se llama «This wild life»

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