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8

Me tranquilizó saber que había dejado a mi madre en buenas manos. Me dirigí al colegio sintiéndome calmada y relajada, aunque con un poco de sueño, ya que después de despertar no pude volver a dormir. 

Bostecé cuando cerraba el cuaderno, y guardaba mis cosas dentro del cajón del escritorio de madera, lista para ir a almorzar. El turno de la mañana había terminado y debía comer lo más pronto posible para atender al turno de la tarde, pues era una de las pocas profesoras que tenían a su cargo a dos grupos de alumnos.  

—¿Lista? —preguntó Sara, una compañera de trabajo y amiga desde que inicié en el colegio con su flameante sonrisa, que dejaba a la vista unos relucientes y rectos dientes. 

Asentí, me puse la maleta y en compañía de mi amiga abandoné la institución. Subimos al auto de ésta, quien condujo hasta el restaurante que solíamos frecuentar. Era un lugar pequeño, con apenas seis mesas de madera, que, a pesar de lo sencillo, era bastante agradable y familiar.

Cabe destacar que la comida de allí era exquisita y además económica. 

—¿Cómo está tu madre? —preguntó Sara cuando la mesera se apartó, tras dejar nuestros almuerzos. 

—Bien —respondí observando el plato frente a mí, que emanaba un olor delicioso. Mis tripas gruñeron, anunciando que debía comer. 

—Me alegra —dijo y prosiguió a darle un bocado al alimento—. ¿Qué harás este sábado? —Inquirió al cabo de un momento. 

Sara era una joven de pelo corto y rubio teñido; ese día pude fijarme que las raíces ya delataban su color natural, pues se tornaron oscuras. 

Otro motivo para no teñirme el pelo y dejarlo castaño. 

—Ni idea —contesté, para luego coger un poco de arroz con la cuchara. 

—Vamos a la disco con los chicos. 

Medité un momento su oferta. Me pareció una buena idea. Necesitaba salir, disfrutar de mi juventud e incluso, pegarme una borrachera. Aunque recordar la responsabilidad que tenía en casa me hizo negar, alejar la idea de mi mente. 

—No podré —respondí un poco desanimada. 

—Kel, por Dios, debes salir, aunque sea una vez al mes. ¿Cuánto llevas que no te distraes? ¿Seis meses, siete, ocho? 

—Sara, no podría dejar a mamá sola.

—Y no la dejarás, dile a la enfermera que la cuide. Si es posible yo pago lo que valga que la cuide; pero amiga, ya pareces una abuelita. 

—No lo creo conveniente. 

Ella bufó. 

—Ni li crio cinvinienti. —Se burló en un tono que me resultó chistoso—. A ver, niña, necesitas salir un rato. No sé… ir a un bar y emborracharte hasta terminar cogiendo con un desconocido. ¿Desde cuándo no tienes sexo con nadie?

Abrí los ojos estupefacta al notar que las personas a nuestro alrededor pusieron la vista en nosotras en el momento en que ella soltó semejante comentario. 

Sara no conocía de discreción. No sabía hablar en voz baja. Dios…Qué vergüenza sentí. 

—Cállate. ¡Qué mujer más imprudente! Y yo si he tenido sexo, duro y salvaje —mentí. 

Yo creía que ya me estaba convirtiendo en la mismísima virgen María. Aunque venga, mi segundo nombre es María, así que posiblemente sí. 

Sara soltó una carcajada. 

—Y me dices a mí que me calle, cuando tu dijiste un comentario peor y casi gritado. 

Sin poder evitarlo reí escandalosamente. 

Al diablo lo que el resto dijera. Al diablo lo que las personas que escucharon pudiesen pensar; al fin y al cabo, ninguno me conocía. 

—Entonces, ¿vas o no? Mira que Héctor estará ahí —dijo, moviendo las cejas de arriba abajo, cuando paramos de reír. 

—Pues, si lo que querías era que no fuera con ustedes, lo lograste. 

—¿Por qué? Héctor te ha gustado desde hace mucho. 

—Porque es un patán ¿No recuerdas lo que hizo la última vez que salimos?

Ella movió la cabeza en señal de negación. 

—Ay, querida, yo estaba muy ebria como para recordarlo. 

Rodé los ojos. 

No me sorprendió su respuesta. Era común. Tomaba tanto que luego no podía ni con su propio cuerpo, y terminaba vomitando en cualquier baño. 

Siempre me tocaba cuidar de ella, llevarla de arrastras hasta mi apartamento y dormir juntas en mi cama. Claro que hacía mucho tiempo no hacíamos algo como eso. Las salidas habían terminado. 

—¡Me usó! —expresé dolida por cómo habían resultado las cosas entre ambos—. Bailamos, nos besamos… Pensé que esa sería mi noche, que al fin me prestaría atención ¿Y qué sucedió? ¡Se fue con otra! Lo encontré teniendo sexo en el baño con una desconocida. —Mis palabras salieron cargadas de frustración al recordar esa noche. 

Llevaba tanto tiempo embobada con Héctor que cuando lo vi, sentí como si me hubiese caído un balde de agua fría con cubos de hielo encima. Me dolió, pues pensaba que era un buen hombre y resultó ser lo contario. Desde entonces decidí concentrarme en Laura, mi trabajo y nada más. 

—Sí, ya recuerdo. Luego lloraste como una tarada —comentó la rubia teñida, señalándome con un tenedor—. Y perdona que te llame de ese modo, pero solo a ti se te ocurre creer en un hombre como Héctor. A leguas se le notaba lo que buscaba. Cómo no se lo diste lo busco en otro lado. 

—Me dio tanto coraje. Es un gamín. ¡No quiero saber nada de él! ¡Qué vaya y coma mucha mierda si piensa que estaré detrás suyo! 

—Tienes razón. Ese tipo no vale la pena. Mejor ni hablemos más del tema. 

Su gesto pasó de serio a uno divertido. Se le iluminó el rostro. Fruncí el ceño. No me agradó para nada el cambio repentino. Levantó la comisura del labio como media sonrisa y, finalmente, abrió la boca para decir: 

—Vamos el sábado ¿Sí? Y te presento a un amigo que está para comérselo —Se llevó los dedos a la boca, para hacer un gesto exagerado como cuando nos referimos a que la comida está deliciosa. 

—Yo paso —respondí tajante—. Me presentaste a Héctor y mira como acabó todo. 

—Ven… él es lindo y tierno. Tiene una hija —insistió, y luego hizo un puchero. 

Levanté la ceja. 

—¿Hija? Más rápido paso. 

—¿Qué? ¿Por qué? 

—Porque los hombres que tienen hijos nunca dejan de estar con la ex. Se vuelven algo como amigos con derechos. 

—No todos, Kelly. 

—Igual no me interesa. No tengo cabeza para nada. Quise intentar con Héctor y no funcionó, así que me retiro de esa cosa que se llama amor. 

Sara soltó aire. 

—Bien… me rindo. 

Cambiamos el tema de conversación. Hablamos sobre mamá, la vida libertina de mi amiga. Vida que de vez en cuando envidiaba y anhelaba.  Cuando terminamos de comer, volvimos al colegio.

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