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6


El sonido incesante del móvil me despertó; con los ojos todavía cerrados, busqué el objeto en la mesita de noche y, después de tantear logré encontrarlo. Sin observar la pantalla, llevé el Samsung a la oreja para contestar a la llamada.

—¿Aló? —Mi voz salió ronca, sentí un leve ardor en la tráquea por la sequedad de esta. 

Kelly… —Hundí las cejas en un acto de confusión. Se trataba de Doris, la enfermera—. Se me presentó un problema, mi abuela está en el hospital. No podré ir hoy. Lo siento tanto… —Ella habló como si no tuviera fin. Antes de que pudiera caer en cuenta de lo que decía, añadió—: No te avisé antes porque hasta ahora me llamaron. Lo siento mucho… 

—¿Qué? 

Fue lo único que mi mente me permitió emitir en ese momento. Todo vestigio de sueño se eliminó de mi cuerpo de inmediato. Me senté en el borde de la cama, con los pies colgados. 

—¿Qué haré? —continué diciendo, mientras intentaba encontrar las chanclas—. ¿Con quién dejaré a mi madre? Tengo que trabajar.

Lo sé y lo siento. Lo siento demasiado. 

Luego de hallar el calzado debajo de la cama, me puse de pie, sintiendo la frustración recorrer cada parte de mi cuerpo. 

Desvié la vista hacia el reloj que colgaba de la pared, encima de la puerta. Ya pasaban las cinco de la mañana. A las siete debía presentarme en el colegio. 

Si pedía permiso estuve segura de que me lo negarían. Si volvía a llegar tarde me harían otra acta en el libro, lo cual provocaría que llamaran al consejo de profesores. Me lo habían advertido: a la próxima queja podrían despedirme y no estaba en condiciones de quedar sin trabajo. 

¿Cómo pagaría las cuentas? ¿Con qué pagaría el tratamiento de mamá? Me preocupé muchísimo. Pensar en que no podría sostenernos a Laura y a mí me aterraba.

Tenía que buscar solución a ese gran problema lo más rápido posible. El tiempo se convirtió en mi enemigo.

—¿No conoces a alguien que te pueda suplantar? —pregunté con la esperanza de que su respuesta fuera un tan anhelado

No

Entonces todo tipo de esperanzas que tuviera se esfumó. 

Pese a que no tenía idea de que hacer, una cosa era clara en mi mente: dejar a mi madre sola era imposible. 

—Okey… adiós —Sin darle oportunidad de responder colgué la llamada. Luego dejé el móvil sobre la cama. 

Una idea surgió de pronto, como sin un ser desconocido hubiese iluminado mi mente. Solo podía rogar que funcionara y que la persona a la que estaba a punto de pedirle ayuda no se negara. 

Por consiguiente, me apresuré a salir a la sala, cogí las llaves y después de abrir la puerta, corrí hacia las escaleras que me llevaban hacia el tercer piso. Subía escalón por escalón con demasiada rapidez, tanto, que en un momento casi me caigo. Las escaleras como que no eran mis amigas. 

Al pararme frente a la puerta de metal que me separaba del apartamento de la señora Carlota, golpeé seguidas veces y con fuerza el material. 

Ella era la dueña del edificio. La que me arrendó el lugar en donde vivía. 

«Que abran, por favor. Que abran» Le pedía con fervor a Dios.

Era mi única opción. No tenía a quien más acudir. Carolina —mi hermana— vivía cerca, pero ella no iba a estar dispuesta a colaborar, aunque fuera solo por ese día; y yo tampoco deseaba dejar a mi madre en manos de una persona que no tenía idea de cómo cuidarla, que, además, no se molestaba en visitarla.

Seguí golpeando con el puño, mientras pensaba en lo que haría en caso de no contar con la colaboración de la señora a la que llamaba con insistencia y, por más que buscara otra solución no la hallaba.

Mis nervios se pusieron al borde de la locura en vista de que nadie abría. Estaba impaciente y me sentía abrumada, pero rendirme no era una opción, así que continué insistiendo un poco más. Mientras mis nudillos golpeaban la madera de la puerta seguí pensando en otras posibilidades, pero nada llegaba a mi mente.

Sin saber cuánto tiempo llevaba allí parada con las piernas temblando, llamando a un lugar en el que no era escuchada, me di por vencida —a pesar de que dije que no lo haría— y cuando me di la vuelta para marcharme, la puerta quedó abierta. 

—Buenos días. —Escuché que dijeron con voz ronca y profunda detrás de mí.

Reconocí la voz de inmediato. No podía creerlo. El corazón se me aceleró. Me di vuelta para confirmar que se trataba de Emiliano.

¿Por qué se encontraba en ese apartamento y vistiendo únicamente un short? 







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M

ás tarde estaré subiendo el siguiente capitulo.


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