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5


Mi mañanas cada vez eran peores. Esa en particular había sido un desastre. Salí de casa apresurada. Era tarde. Iba a tener problemas —de nuevo— en el colegio. Ni siquiera alcancé a echarme un baño. Esperaba que nadie lo notara y que el perfume que rocié fuera suficiente para ocultar mi falta de aseo. Necesitaba hacer algo para cambiar mi situación. 

Corrí escaleras abajo, esta vez con cuidado para evitar un accidente. No soportaría otra caída y que un nuevo vecino apareciera en ese preciso momento. 

Me dirigí a la parada de autobuses. No estaba en forma y fue exhaustivo ese maratón. Tuve que detenerme en varias ocasiones a tomar aire. Cuando debía correr de ese modo sentía el camino más largo, díficil de recorrer. Pero saber que iba tarde a la clase me hacía sacar energías de donde no las tenía. 

Finalmente logré llegar a la parada. Tomé una bocanada de aire. Me ardía la garganta. Tenía sueño. Deseaba con todas mis fuerzas que algo sucediera y cancelaran las clases. Ameritaba un buen descanso. Una siesta de por lo menos diez horas. 

Tenía la cabeza gacha cuando un pañuelo fue puesto frente a mis ojos. Alcé la mirada. Emiliano iba vestido con un pantalón claro y camiseta azul. El cabello lucía revuelto. Sus ojos electrizantes me impactaron. 

—Estás sudando. Lo necesitas —aclaró. 

Lo tomé y formulé un gracias. 

—¿Por qué siempre andas a las carreras? —Se posicionó a mi lado.

—Ja… —Respiré profundo—. Problemas. 

Empecé a secarme el rostro con el trapo. Por suerte no llevaba maquillaje o este se hubiera arruinado. Cuando no te da tiempo ni de desayunar, prefieres invertir unos cuantos minutos en descansar antes que arreglarte. En mi vida esas cosas pasaron a un segundo plano. No le veía importancia. No con la vida tan atrajeada que llevaba. A veces ni tiempo de peinarme me daba. Agarraba el pelo y lo enrrollada en una cola sobre la cabeza. 

Mi amiga Sara decía que parecía una vieja con treinta y tres años. 

—No llamaste. —Habló de pronto. 

A nuestro alrededor las personas que iban llegando hablaban fuerte, se revolvía lo que decían y ese ruido opacaba nuestra conversación.

—¿Por qué tendría que haberlo hecho? —respondí con una ceja arqueada.

—No lo sé. Quizás para pagar tu deuda. 

—Pensé que no había necesidad de eso. Fue lo que dijiste. 

—Creo que cambié de opinión. 

Su sonrisa pícara me estremeció, pero logré ignorarla. Miré los edificios que se hallaban enfrente, cruzando la calle. No tenían nada de relevancia, y estaba acostumbrada a verlos cada día que usaba el bus, pero en ese instante fue suficiente para ignorar al hombre que se encontraba a mi lado. 

—Bien. —No dije nada más. Mis pensamientos se fueron a otro lado. A mi apartamento. 

¿Mi mamá estaría mejor? Me puse inquieta. 

Esa mañana había gritado enfurecida. Me había golpeado la cara. Doris intentaba ayudarme a calmarla, pero nada de lo que hacíamos lograba retener sus impulsos. 

Ese fue el motivo por el cual se me había hecho tarde. 

Saqué el móvil de la maleta. Marqué el número de la enfermera, quién contestó al tercer tono. 

—¿Cómo está? 

Mejor. Está tranquila. Le estaba dando el desayuno. 

Solté un suspiro de alivio. 

—Muchas gracias. Por favor, cualquier cosa no dudes en llamarme. 

Por supuesto. 

Entonces, colgué. 

—Deben ser muy serio esos problemas. —Su voz atrajo toda mi atención. Me volteé a verlo—. Tienes una cara de cansancio y estrés que no puedes disimular. 

Tomé una bocanada de aire. Sí, me sentía exhausta mentalmente. No estaba durmiendo bien. Había llegado el momento de colocarle pañal a Laura porque se estaba haciendo en la cama durante las noches. Tenía que estar pendiente de que no se lo quitase. Al tanto de que se encontrara bien. Vigilando. Todo eso me consumía, me quitaba el sueño. 

Me sentía increíblemente frustrada y triste. Por Laura. Por mi trabajo. Por el sermon que me daría la directora. Porque no tenía con quién llorar y desahogarme. Eso era lo que deseaba: Llorar y llorar. Mi amiga Sara hubiera estado dispuesta a escucharme, sin embargo, no quería agobiarla con mis cosas, siempre era con quién hablaba y me daba miedo empezar a molestarla. 

—¿Estás bien?

Seguro notó el cambio en mi expresión. La mirada se me nubló. 

—Eh —parpadeé para dejar las lágrimas escondidas en mis ojos—. Sí, lo estoy. Creo que me entró un sucio —Hice que me limpiaba el ojo. 

—¿En ambos? 

Agradecí que el autobús apareciera. Tuve que pasar saliva para deshacer el nudo de mi garganta. Hubiera preferido quedarme en casa cuidando a Laura, pero no podía. Debía asistir al trabajo. 

Al subir, casi me voy contra el piso, en cuánto el chofer arrancó sin esperar siquiera a que estuviera sujeta. Rápidamente dos manos me tomaron de la cintura, evitando que me fuera de bruces. Me puse rígida. Emiliano me estaba tocando. Sosteniendo. Nos quedamos en esa posición unos cuantos segundos que parecieron eternos. 

—Estás tensa —susurró en mi oído—. Te hace falta un masaje. 

Todos los problemas que invadían mi mente desaparecieron, dejando lugar a su voz que empezó a rebotar en mis pensamientos. 

—Hueles delicioso —continuó murmurando—. ¿Que perfumes usas? 

Ni siquiera era de marca. Lo había comprado en una tienda debido a que me gustó la fragancia.

—No recuerdo cómo se llama. Y creo que es hora de que me sueltes. 

Sentí que me dejaba libre lentamente. 

—Puedes ir a sentarte. ¿O prefieres continuar aquí conmigo? 

Pasé saliva y me aparté. Quedaba un asiento disponible, el cual ocupé. No tardó en pararse a mi lado. Su parte íntima quedó casi a la altura de mi rostro. ¿No podía buscar otro sitio para pararse? ¿Lo estaba haciendo a propósito? Pasé saliva. Lo miraba de reojo. Aunque resultaba un poco incomodo, no podía apartar la mirada. 

De repente se inclinó y me habló al oído: 

—Quedarte viendo de esa forma podría traerte problemas que no sabrás cómo resolver. Y no creo que seas capaz de contener lo que estás encendiendo.

Me paralizó su respuesta. ¿Qué se supone debía responder? Quedé sorprendida. 

Se enderezó.  

Me apenaba que se diera cuenta de que lo observaba. Tenía que dejar de hacerlo. 

No me volví a voltear durante el trayecto. Iba con la mirada puesta en el asiento de enfrente. 

El autobús se detuvo en la parada, frente al colegio. Mientras recorría el pasillo, sentí un cosquilleo en la nuca, cómo cuando alguien nos ve demasiado. Me volteé sospechando de quién se trataba. Efectivamente, era emiliano. Su mirada intensa envío oleadas de corriente eléctrica por todo mi cuerpo. Sonrió, quizás consciente de lo que me causaba. Arqueé una ceja y también sonreí, coqueta. Se lamió los labios con lentitud y ese gesto fue suficiente para impulsarme a hacer mi siguiente movimiento. Lo miré de pies a cabezas sin disimulo. Luego, me mordí el labio sin apartar la vista. 

No supe cuál fue su reacción porque bajé del autobús rápidamente.

Posiblemente me arrepentiría de lo que acababa de hacer, pero ahora mismo me sentía increíblemente bien. Hacía muchísimo que no interactuaba de ese modo con nadie.

A la mañana siguiente busqué a Emiliano con la mirada. Esperaba encontrarlo en la parada, pero no apareció. Ni tampoco en los días siguientes. 

 





***

Buenas, buenas... Hasta hoy pude actualizar. Han pasado muchas cosas esta semana que me tienen ocupada. Pero bueno, lo logré. ¡Si!

¿Que les pareció?

¿Cómo han estado? ¿Si están tomando suficiente agua?

*Lo dice quién no toma agua* XD

Les dejo mis redes por si les interesa:

Instagram: eralda087
Facebook: Iza Lu. (Esta sí tienen que avisar porque no acepto solicitudes de todo el mundo)

Me despido, besos y cuídense.

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