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4

Emiliano me acompañó hasta la puerta de mi apartamento. Seguía en silencio. Me paré de espaldas a la entrada y él frente a mí. Le agradecí la ayuda. 

—No es nada —respondió—. Estar acompañado de alguien como tú… es un completo privilegio. 

Una sonrisa coqueta decoró su rostro. Su mirada recorrió mi cuerpo. Me puse nerviosa, pero logré disimularlo.

Eso no me lo esperaba.

—Algún día te devolveré el favor. 

Ignoré su comentario. No podía darle pies al algo que no tenía ni cabezas. Acaso, ¿Estaba intentando coquetear conmigo? Pues se había equivocado de persona. Aunque también cabía la posibilidad de que solo tratara de comportarse amable. 

—¿Quién dijo que debes hacerlo? 

—Igual lo haré. No es agradable deber favores.

Negó con la cabeza. 

—El chocolate caliente podría contar cómo pago —Su voz varonil envió oleadas de calor por todo mi cuerpo. 

«El chocolate no era lo único caliente». Debía empezar a controlar mis hormonas. No me estaba haciendo bien. Quizás la abstinencia empezaba a pasarme factura.

—Otro día podría invitarte a tomar algo aquí. 

Lo propuse como forma de agradecimiento. Había llegado a casa sin congelarme gracias a él. 

—Me encantaría. 

El corazón me empezó a latir desenfrenado por la forma en que lo dijo. Había hablado suave, con la voz ligeramente ronca. Me estremeció. La sonrisa que no se le borraba del rostro causando estragos en mi interior. 

Asentí. Traté de disimular mi reacción. Necesitaba que se marchara de inmediato. Tenerlo lejos era lo mejor que podía hacer.

Quise quitarme la chaqueta para entregarla, pero me detuvo. 

—Devuelvela después. De ese modo tendré una excusa para venir. 

¿Cómo se respiraba luego de ese comentario? 

—No creo que necesites excusas. —Sonreí. 

¿Que me estaba ocurriendo? Decía que no le daría pies y ahí estaba, invitándolo a mi casa, coqueteando descaradamente. 

—Solo por si acaso. 

Se acercó a mí, pero no lo suficiente como para invadir mi espacio personal. No me moví cuando extendió el brazo y metió la mano en la chaqueta. Me obligué a respirar con calma, manteniendo el semblante en blanco mientras veía atenta cada movimiento que realizaba. ¿Qué buscaba si no había nada en los bolsillos? Al apartarse una radiante sonrisa decoraba su rostro. 

—Espero que puedas descansar. —dijo, se dio media vuelta y empezó a subir las escaleras que daban al tercer piso. Me quedé viendo cómo se alejaba. 

Sin duda alguna, era un hombre atractivo. 

Lejos de su vista, introduje la mano en el bolsillo que él había tocado. Descubrí un trozo de papel que antes no se hallaba allí. Lo saqué para revisar. Me sorprendió lo que encontré. Estaba escrito su número de teléfono. Sonreí, pero fue de esas sonrisas pequeñas que son casi imperceptibles. Una vez adentro en la vivienda, arrugué el trozo de papel y lo eché a la basura. No pensaba llamarlo. Ni loca haría algo como eso.

Recordé que en la panadería, mientras yo pagaba, él escribía algo sobre una libreta que había sacado de la maleta. En ese momento me pregunté que podría ser. 

Luego de echarme un baño, me quedé un rato con mamá. Empecé a leer un libro que le gustaba antes de que la enfermedad empezara a corroer su cerebro: Niebla en Tánger. 

Ella escuchaba atenta. Pese a que lo habíamos leído incontable veces juntas no se aburría. Era algo que lograba mantenerla ocupada y entretenida. 

Aún recuerdo los ataques de pánico que le daban de repente, cuando el Alzheimer a penas iniciaba. Se ponía a llorar. Temblaba.

—¿Por qué me pasa esto? —se preguntaba agarrándose la cabeza—. ¿Por qué no puedo recordar? ¿Por qué siento que no soy yo y que no estoy aquí? 

Yo lloraba a su lado, intentaba calmarla. Incluso le preparaba arepas con queso, sus favoritas. Se emocionaba con solo olerlas.

Solía acomodarse en el taburete frente a la barra del desayuno, mientras yo cocinaba. Pasaba el rato jugando con el ajedrez, aunque me tocaba estar explicándole lo que debía hacer. De vez en cuando tarareaba alguna canción que llegaba a su memoria de forma fugaz. Luego, dejó de hacerlo, ya no había canción que pudiera recordar; solo el silencio empezó a envolvernos. Eran momentos difíciles. Momentos dolorosos. Tanto para ella como para mí. Mi madre no lograba entender muchas cosas y yo no sabía cómo explicarselas. 

Esos ataques disminuyeron. Las palabras también se fueron de a poco. 

Pese a su compañía, me sentía extremadamente sola. Sin embargo, no imaginaba mi vida sin ella. 

Leí varios capítulos, cerré el libro cuando lo creí suficiente. 

Ella se mecía en la silla. Yo me encontraba en el piso, a sus pies. Noté que se inclinó. De repente su mano se apoyó en mi mejilla derecha. Me quedé estática. Fue algo que me sorprendió demasiado, ya que no era común. No desde que enfermó. 

No puedo negar que tuve miedo. No sabía cuál sería su siguiente movimiento y con ella cualquier cosa era posible. 

—Eres muy linda, Kelly.

Me había recordado. ¡Mi madre había pronunciado mi nombre! Me sentí tan feliz que quería brincar de la emoción, pero me contuve. 

Sonreí. 

—Gracias, mamá.

Posó la mirada en la ventana a su lado. No respondió. Volvió a perderse en su silencio. Me puse de pie. Guardé el libro en el cajón de la mesita de noche.

Ella no leía, pero se lo dejaba por la costumbre.

Finalmente me fui a la cocina a preparar la cena, sin poder borrar de mi mente la voz de Laura pronunciando mi nombre, el cual no había salido de sus labios hacía muchísimo tiempo.

****

Doble actualización. ¡Hurra!

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