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28


Lo invité a seguir. Me encontraba nerviosa. Con las piernas temblando. Al mismo tiempo que gritaba victoria en mi mente. Emiliano había sido el primero en buscarme. Yo no había tenido la necesidad de hacerlo. No había tenido que perder mi dignidad y eso me emocionaba de muchas maneras. 

Recibí lo que trajo para mí. 

—Si esto se supone que es tu disculpa —Hablé mientras colocaba el postre y las rosas sobre la mesa de centro—, déjame decirte que no es suficiente, Emiliano. —Crucé los brazos sobre mi pecho, de una forma insinuante que resaltaba mis senos. Los levantaba. La blusa de tirantes me permitía poner el foco de atención en ellos. Mi intención era provocarlo.

—Lo siento, Kelly. Siento tanto lo que sucedió. Fui un imbécil. No debí hablarte de esa forma. 

—Emiliano…, no soy la mujer para ti. Tú quieres hijos, yo no. No puedes atarte a mí, cuando vamos por rumbos diferentes. 

—No me interesa ya. Quiero estar contigo, Kelly. Te necesito. 

Sus palabras derritieron la dureza que quería demostrar. No había forma de resistirme ante su gesto de arrepentimiento. Antes sus ojos. Ante sus labios llamativos que me invitaban a besarlo. 

—¿Qué quieres, Emiliano? 

—Que vuelvas conmigo. Te extraño. 

Respiré profundo. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo debía actuar? 

Mis brazos cayeron a mis costados. No tenía el valor para decirle que no y pedirle que se marchara. Tampoco quería dar mi brazo a torcer tan rápido, no después de la forma en que se marchó de mi casa la última vez. 

Tenía dudas. Miedo. Ganas de correr a sus brazos. Me hallaba en un dilema. 

—¿Tú no quieres? —preguntó. 

—Eh… sí… pero… —No me dejó terminar de hablar y se abalanzó sobre mí. Sus manos acunaron mi rostro. Sus labios buscaron los míos con desesperación. Le respondí con la misma ansia y necesidad. Nos envolvimos en un beso cargado de pasión y deseo que dejó de lado el problema que tratábamos de resolver. 

En ese momento no hubo nada que me detuviera. Me dejé llevar por sus embriagantes besos. Sus abrasadoras caricias. 

Nos quitamos la ropa con rapidez. Mi cuerpo pedía sentirlo. Tocarlo. 

Me recosté sobre el mullido colchón. Emiliano se arrodilló frente a mí. Con una de sus manos empezó a juguetear con mi pezón. Al mismo tiempo que su lengua hábil y húmeda inició un juego en mi zona más sensible, entre mis piernas. Lamiendo. Chupando. Dejó de lado mis tetas, para introducir dos dedos dentro de mi vagina. Me hizo retorcer de placer, gemir su nombre y pedir más.  

Me sentía tan húmeda. Tan excitada. Tan anhelante de ese hombre. 

Empecé a tocarme los pezones, aumentando el placer que me recorría. Si seguía de ese modo me haría explotar en un orgasmo enloquecedor. 

—Ven, te necesito a ti. 

Y era así, lo necesitaba a él. No era el sexo lo que me gustaba, era hacerlo con Emiliano. Que fuera él quien me tocara y elevara hacía el cielo. 

Levantó la cabeza. Me miró con morbo. Sus pupilas dilatadas. Sus labios enrojecidos. La excitación que se marcaba en el boxer. Su melena despeinada por las incontables veces que mis dedos se enredaron en esta… Era una imagen que guardaría en mi memoria el resto de mis días.

Se subió con suavidad sobre mi cuerpo. Me dio un beso que sabía a mí. 

—Tu sabor… es adictivo —dijo en un susurro ronco, para luego penetrarme con rudeza. Él era así, rudo, áspero y al mismo tiempo tierno y delicado. Amaba cada parte suya. 

Fue así como sin esforzarse logró conseguir mi perdón. Sexo. Más sexo. Y eso me encantaba. No había necesidad de palabras, solo envolvernos en esa intimidad que disfrutaba al máximo. 



***


Mi espalda desnuda sintió el frío del respaldo de madera de la cama, en el instante en que me senté. La parte inferior de mi cuerpo se hallaba cubierta por la cobija. Aún no me vestía, ni me metía a la ducha a pesar de que tenía que trabajar; todavía era temprano, lo cual me tenía tranquila. 

Emiliano hizo presencia en la habitación, sostenía una bandeja con comida encima. También llevaba un jarrón verde, con una flor falsa en el interior. Arrugué el entrecejo. Me resultó curioso y gracioso al mismo tiempo. 

Se sentó a mi lado.

—Traje el desayuno —anunció con una sonrisa radiante en el rostro. Su torso se hallaba al descubierto, sentí la necesidad de acariciarlo, pero me contuve. Solo un boxer cubría la parte inferior de su cuerpo, lo cual me permitía observar minuciosamente. Descubrí que me encantaba mirarlo. Podría quedarme horas deleitándome con su imagen caminando desnudo por mi habitación. 

Colocó la bandeja en la mesa de noche y depositó un beso suave en mi frente. Me enterneció. 

Habíamos pasado toda la noche juntos, no dormimos demasiado. El deseo por el otro era inconmensurable. Llegábamos al orgasmo, nos dábamos un descanso y volvíamos a necesitar acariciarnos, besarnos, hacernos el amor. Pese a esto, no me sentía exhausta. Había logrado liberar un poco del estrés que cargaba. Me sentía feliz, llena de vida. Plena. Amada. 

De repente, me pellizcó el pezón. 

—Deja. —Le di un manotazo, entre risas. 

—Eso no me decías anoche. 

Recordar la intensidad de la noche anterior me hizo sonrojar. El calor invadió mi entrepierna de inmediato. 

—No te imaginas cuánto lo disfruté. —admití. 

—Lo sé. Tu cuerpo y tus gestos me lo informaron. —Me besó—. Te traje huevos revueltos, chocolate y pan. Desayuna. —Me acercó el plato que contenía los huevos—. Quise colocar flores naturales en el jarrón, así como hacen en las películas románticas, pero no encontré ninguna, solo esta falsa. Que además está fea. 

—¿Por qué no tomaste una de las rosas que trajiste ayer? 

Abrió la boca, sorprendido. Lo había olvidado. 

—Ya ni modos —dijo, sonriente. 

Negué con la cabeza. No podía creer que ese hombre que trataba de recrear escenas de películas para complacerme era mío, solo mío. 

Me llevé un bocado a la boca. 

—Gracias. Está rica. 

—No más que tú. 

Volví a sonreír. 

—Me tienes sonriendo como tonta. 

—Ese es mi objetivo. Ver una sonrisa en tu rostro siempre. 

Era inevitable que mi amor por Emiliano siguiera floreciendo. No cuando se comportaba de ese modo tan dulce y tierno conmigo. No cuando se molestaba en preparar el desayuno para que yo no tuviera que ir al trabajo con el estómago vacío. Aún cuando él pudo preferir dormir hasta tarde, ya que no tenía que trabajar. 

Emiliano era todo lo que había deseado en un hombre. Era todo lo que había idealizado y él lo había descubierto. Sabía que darme, como dármelo…

Consiguió tenerme a sus pies. 

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