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23

Después del último mensaje de texto de la mujer, decidí no responder nada más. 

No sabía qué decir o hacer con lo recién descubierto. Por otro lado, debía asistir al trabajo y quedarme en la cama lamentando lo sucedido no era una opción. 

Aunque las lágrimas picaban en mis ojos, no derramé ninguna. No quería ir con los ojos hinchados a dar clases. Tomé una bocanada de aire y me puse de pie. 

Me di un baño, sin alejar de la mente lo que decían los mensajes. Sin apartar la sensación de vacío e impotencia del pecho. Las gotas del grifo salían y salían incesantes, mientras mi mente devastada solo podía rememorar momentos vividos con Emiliano. Lo quería más de lo que imaginaba; de lo contrario, ¿por qué sentía que me desgarraban el pecho poco a poco? 

Era un dolor asfixiante que quemaba. 

Me vestí, me peiné, me apliqué un poco de maquillaje en el rostro, todo eso con un nudo en la garganta que se apretaba cada vez más. 

Pero no iba a llorar.

Desayuné rápido, cereal con leche. Entonces, golpearon la puerta. Se me detuvo el corazón para reanudar su marcha a una velocidad indescriptible. Era él. Solo Emiliano llamaría al apartamento a esa hora. 

Aparté el taburete con una lentitud increíble. Temblaba de pies a cabeza y el corazón parecía querer salir disparado hacia el exterior. ¿Y si mejor no abría? Podía fingir que no me encontraba en casa. Deseché la idea de inmediato, actuar de ese modo me hubiese hecho sentir cobarde. Además, lo conveniente era acabar con todo lo más pronto posible. Alargarlo traería más dolor y tristeza. Por lo tanto, me obligué a mover los pies hasta la puerta. Sostuve el pomo en la mano, respirando seguido para normalizar mis descontrolados nervios. ¿Qué le diría? ¿Sería capaz siquiera de enfrentarlo?

La puerta quedó abierta. Frente a mí un Emiliano estaba parado, llevaba una ropa distinta al uniforme. Sonrió. Todo en mi interior se estremeció al ver esos ojos radiantes. Sus labios rosados, instando a besarlo. Él hizo ademán de acercarse, pero no se lo permití. Aspirar el olor de su perfume me descolocó por un momento. 

—¿Qué quieres? —pregunté, mis extremidades temblaban de anticipación. 

Debí avisarle por teléfono que no quería saber de él, porque tenerlo tan cerca implicaba un riesgo: podía caer ante sus encantos. De todos modos, ya estaba considerando cambiar de apartamento. Irme lejos, a donde los recuerdos de mamá no me atacaran con tanta potencia, ni las experiencias con Emiliano invadieran mi mente. 

Respiré profundo. Tenía que ser fuerte. 

—Hola, Emiliano ¿Cómo estás? Yo bien ¿y tú?

Habló con él mismo. 

—Hola, Emiliano. —Mantuve el gesto serio. 

Al ver que no cambiaba mi actitud, sus hombros cayeron.

—¿Sucede algo? —preguntó con evidente inquietud.

—Suceden muchas cosas, entre ellas que debo irme a trabajar. 

—Dejame llevarte y hablamos lo que sea que te esté pasando en el camino. ¿Qué te parece? 

No creí que estar encerrada en un auto con él sería buena idea para mantanerme inflexible. Sin embargo, acepté. Mientras más rápido lo habláramos, mejor. Luego la rabia se esfumaría de mi mente, y no podría enfrentarlo de la misma manera. 

Una vez dentro del automóvil, me quedé muda. No sabía por dónde empezar.

—Kelly… ¿Hice algo malo? ¿Por qué estás enojada conmigo?

No respondí. Saqué el celular de mi maleta, luego de desbloquearlo busqué la prueba de los mensajes que escribió la mujer. Empecé a leer uno a uno todo lo que decía. 

Cuando terminé, analicé su rostro en busca de algún gesto que delatara las mentiras que estaba segura me diría. Sin embargo, no obtuve nada. Su gesto fue de una tranquilidad absoluta. 

—¿Es todo? —Para este momento no podía estar más sorprendida.

—¿Cómo que es todo? 

—Kelly, ella trabaja en el hospital, tuvimos guardia anoche. —Debido a mi gesto incrédulo añadió—: Seguro usó mi celular cuando no la veía. 

—¿Cómo es eso posible? ¿No guardas tus cosas bajo llave?

—Tendrá alguna copia. No lo sé. No le tengo clave al celular, aunque veo que debo empezar a ponerle. 

—Emiliano… —No sabía qué decir. ¡Qué fácil le creí!

Su mano se apoyó sobre la mía, entrelazó nuestros dedos. Calidez. La única palabra para describir la sensación que embargó mi pecho. Aunque fue extraño porque su mano se sentía fría. 

—Confía en mí, Kelly. No te haría daño nunca. Creo que te he demostrado que me gustas mucho, que quiero empezar una relación seria contigo. 

Si antes había enmudecido, para ese momento fue como si me hubiera atragantado con mi propia lengua. ¿Estaba jugando con mi mente?

—Emiliano, no bromees. 

—No lo hago. 

Estacionó frente al colegio. Nuestras miradas se encontraron y sentí que me derretía por la intensidad de esta. Me bastaba con verlo a los ojos para perderme de la realidad. Para naufragar en ese azul magnético que me tenía hechizada. 

Todo raciocinio se esfumó de mi mente; solo podía pensar en una cosa: necesitaba un abrazo, un beso. Algo que me confirmara que era real y estaba frente a mí. Que no se iba a esfumar. Necesitaba su calor calentando mi cuerpo. Su aroma impregnando mi piel. 

Lo necesitaba a él y eso me parecía suficiente para sonreír. 

Apoyó mi mano contra la piel de su mejilla; rasposa por el vello que comenzaba a crecer. Los violentos latidos de mi corazón chocaron contra mi pecho una y otra vez. 

—Te hablo en serio. Me gustas como jamás me había sucedido con una mujer. Kelly, eres espléndida y me es imposible no caer rendido ante ti. 

Respiré profundo. 

—Tú también me gustas mucho. 

Las comisuras de sus labios se elevaron en una sonrisa que dejó a la vista sus perfectos dientes. 

—De ahora en adelante confiaremos en el otro. Cualquier cosa que suceda lo hablaremos de inmediato. ¿si?

Asentí de acuerdo. 

Me besó. Fue un beso rápido, ya que debía entrar al colegio. 

—Nos vemos por la noche. Hoy descanso. 

—Hasta la noche —dije, sonriendo. Cerré la puerta. Todo mi temor se esfumó. Caminando al colegio sentía que flotaba en una nube esponjosa. Dichosa. Emocionada porque pensaba que había encontrado al hombre de mi vida, a alguien maravilloso. 

Cualquiera podía notar mi cambio de humor desde que Emiliano entró a mi vida. Aunque nadie más que mi amiga sabía que la causa se trataba de él. 

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