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10


Para el fin de semana, invité a Emiliano a almorzar como forma de pagarle el cuidado de mamá y la salida a comer pizza. Me propuse en preparar algo delicioso, que al finalizar se chupara los dedos. Llegó casi de inmediato. Ni siquiera había colgado la llamada con Carlota cuando escuché que golpearon a la puerta. 

Incluso me arrepentí de no guardar su número de teléfono cuando tuve la oportunidad, podría haberlo llamado directamente a él y no molestar a su mamá. A ella también le invité, pero había quedado con sus amigas. Por lo tanto, seríamos solo mi mamá, Emiliano y yo. 

Mientras preparaba el alimento, él permaneció sentado en el taburete junto a la encimera de la cocina. Ofreció ayuda, pero no se lo permití. Quería hacerlo sola, era mi forma de pago para no deberle favores. Aunque, aún me pregunto si esa fue la verdadera causa, o era que deseaba compañía.

—¿Pensaste en la propuesta? —Su silencio me puso nerviosa, por eso cuando abrió la boca me tranquilicé. 

Volteé a verlo, al mismo tiempo que batía los huevos. 

Su mano izquierda estaba apoyada debajo del mentón. Mechones dorados de cabello le caían a un lado, perfectamente organizado. Debido a la posición y anchura de sus hombros, la camiseta parecía a punto de estallar. Pasé saliva. Una imagen bastante agradable. 

—Eh… no, no lo he pensado. 

—Kelly, ¿a que le temes? 

Se me arrugó el entrecejo. 

—¿Yo?

—Si, ¿Por qué no dejas que me encargue de la señora?

Me quedé en silencio. Temía a muchas cosas, entre ellas que Laura escapara, se lastimara. Además, no lo conocía. Emiliano era un recién aparecido, ¿sería correcto dejar a mi madre en sus manos? Decía ser doctor, pero eso no me aseguraba que no fuera un enfermo violador. 

Podría resultar exagerado, pero en un mundo en el que un padre termina abusando de su bebé, en el que todos los días una chica muere por ser mujer… no queda más remedio que ser precavida.

—Si desconfías de mí, no pasa nada. Te entiendo. No puedo obligarte. A penas me conoces, y… con tanto enfermo que hay en la calle está bien que estés alerta. 

Se recargó sobre la silla. 

—Está bien —acepté dubitativa—. Hazlo. Tienes mi permiso. 

Aunque no debí, lo hice. Aunque desconfiaba acepté. Necesitaba la ayuda. De cualquier modo, Laura no estaría sola. Tendría a Doris. 

Y ahí fue cuando yo empecé a cometer errores. 

Emiliano esbozó una sonrisa ladina que exaltó mi corazón. Me volteé con disimulo, evitando que se diera cuenta. 

De repente, se paró a mi lado, escasos centímetros nos separaban. Recargó la espalda en el borde de la encimera. Me empezaron a temblar las manos. Coloqué el tazón sobre el mesón. Tomé un muslo de pollo para untarlo con la mezcla y harina. 

Me sentí torpe. 

Hacía mucho tiempo no tenía a un hombre demasiado cerca. Su sola presencia me hizo sentir extraña. Ni siquiera podía recordar cuando fue la última vez que coqueteé con alguien, o dejé que mi cuerpo sintiera las caricias de un hombre. 

Me frustró descubrirme divagando en esas cosas.

—¿En qué pensabas esa mañana que te caíste? —su pregunta me hizo sonreír. Recordar la vergüenza que pasé me causó gracia, olvidando por completo mi anterior pensamiento. 

—¿Qué? ¿Nunca habías visto a alguien bajar las escaleras con tanto estilo? 

—Eres la primera persona. Eso sin duda es auténtico. 

Giré mi cuerpo, de modo que quedamos frente al otro. 

—Y tú, en vez de ayudar te burlaste. 

—De haberte tocado estoy seguro de que me habrías metido un puñetazo. 

Sus palmas quedaron a la vista, indicando un gesto de: Yo paso. 

Hice una mueca. 

—Es posible. No funciono muy bien a esa hora. Es como que mi cerebro no ha terminado de encender. Ya sabes. —comenté con gesto divertido. 

Una carcajada ronca brotó de su garganta. Sus ojos se achinaron. De pronto, me sentí bien a su lado. Pude mostrar esa parte de mí que estaba oculta hace mucho. Mi lado conversativo, alegre, divertido. 

Esa era la Kelly que extrañaba y Emiliano la trajo a la luz. 

Me gustó. 

Repentinamente, el silencio se hizo presente en el lugar. Nuestras miradas se encontraron. Noté que la suya se oscureció, provocando que todo en mi interior se helara. Se mordió el labio inferior, mirando fijamente mis labios. Las piernas me temblaron. 

Respiré profundo. 

Se estaba acercando a mi rostro, aproximándose a mi cuerpo. 

Olía delicioso. 

Sin embargo, confundida por la situación carraspeé, acabando con cualquier cosa que estuviera a punto de suceder. 

Él se apartó, para volver al taburete en donde se encontraba antes. Me concentré en la comida, tratando de no pensar en la posibilidad de que me iba a besar. Quise darme un golpe. En serio era urgente que saliera. Jamás había huido de un hombre. Antes de que mamá enfermara no temía acercarme a ninguno. Sabía como controlar mis emociones. Luego de conseguir el placer que buscaba, no los volvía a ver, de ese modo evitaba algún enamoramiento. 

Respiré profundo. Me urgía una salida.

Terminé de cocinar. Mi madre nos acompañó a comer. Se mantuvo en silencio. 

Había preparado ajiaco, pollo apanado, acompañado de arroz, ensalada de frutas. Y un delicioso pastel de naranja.

—¿Dónde aprendiste a cocinar de esta forma? —preguntó. Me hizo sentir orgullosa el gesto complacido de su rostro. Lo sucedido anteriormente quedó en el olvido; lo cual me tranquilizó. 

—Aunque no lo creas, mi madre fue muy buena cocinera. Derretía el paladar de quien sea con sus platillos. 

—Déjame decirte que te enseñó muy bien. 

—De niña la acompañaba en la cocina, observando lo que preparaba. —Una vez empecé a relatar, no pude parar. Me generó cierta confianza y seguridad hablarle de esto. Era un bonito recuerdo que conservaba de mi madre—. De adolescente hice más que solo chismosear. Empezó por enseñarme cosas sencillas. Luego, me fui por recetas de internet; hasta el día de hoy. —Solté un suspiro—. Siempre me gustó la cocina. 

Él dejó la cuchara a un lado. Se enderezó, mirándome a los ojos. 

—Como chef te iría muy bien. 

Sonreí. 

—Soy una novata.

—Una novata con mucho talento. Deberías estudiar gastronomía. 

Sus palabras se quedaron en mi mente. Me gustaba ser profesora; pero mi decisión de escoger la carrera fue porque era la única que podía pagar. Aunque mi pasión era la cocina. No me la pasaba metida allí preparando suculentos platillos, porque llegaba exhausta del colegio, y solo éramos mi mamá y yo. No me quedaban ánimos, ya que la mayoría del tiempo se negaba en comer. ¿Qué sentido tenía preparar algo cuando no había quien lo consumiera?

Desde ese día, empecé a invitar todos los fines de semana a Emiliano a comer. En eso pasó un mes. La señora Carlota también se nos unió en varias ocasiones, aunque prefería quedarse en casa o salir con sus amigas.

Por otro lado, permitir que llevara a pasear a mamá fue una de las mejores decisiones que pude tomar. Ella se notaba mas extrovertida… feliz. No lo hacía todos los dias debido a sus horarios en el hospital. Cuando las guardias eran de noche, por la tarde no faltaba a sus encuentros con Laura y la enfermera. 

La señora Montero también era partícipe en esta dinámica de acompañamiento. Empezó a visitarla durante las mañanas, conversaba un largo rato con ella. Ambas se hacían compañía. 

Sin embargo, había algo que no cuadraba, ¿Por qué de la noche a la mañana Emiliano se había mudado a la casa de su madre? Había muchas cosas que desconocía de él.

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