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Vida

—¿Qué? ¿Cómo es posible? ¿Cómo pasó?

—La primera vez que perdiste el control y trataste de atacar a tu madre, tuve que intervenir y me mordiste. Luego de eso, perdiste el conocimiento y nunca más lo mencionaste. Asumí que ibas a sufrir amnesia luego de cada episodio, pero con el tiempo, has logrado mantenerte consciente y alerta a lo que sucede a tu alrededor, aunque no puedas controlar el impulso. Después de ese día, pensé dos cosas; primero que era inmune al virus o que simplemente este se activaba cuando había alguna estimulación, pero nunca presenté ningún síntoma. No, hasta ahora. 

—Entonces, ¿fui yo quien te contagió también? Definitivamente lo mejor será no acercarme a nadie. Debí aislarme cuando me lo pediste. 

—Por esa misma razón no te lo había dicho, porque sabía que esto sería una carga más para ti. Es lo menos que merezco, hijo. Si hay alguien culpable de todo lo que estás viviendo; ese soy yo. Hay algo más que me tiene preocupado. 

—¿Qué cosa? 

—Siento que ustedes no son los únicos infectados y que debe haber otra manera de contagiarse sin contacto físico. Es solo que aún no comprendo cómo funciona. 

—¿Por qué piensas eso?

—Semanas después del incidente en el laboratorio, recibí dos reportes de dos empleados que habían muerto. Ambos presentaban algo en común; y es que según sus familiares y el reporte del hospital, presentaron una deshidratación severa y sufrieron convulsiones que les provocaron la muerte. 

—¿Y qué podría tener eso que ver con el virus?

—Según la familia, se rehusaban a alimentarse y su comportamiento en algunas ocasiones se volvía errático y desconcertante. No obstante, mi temor fue tanto de que alguien más se hubiese infectado que le realicé pruebas a varios empleados y enfermeras que estuvieron presentes el día del incidente y, aunque ninguno aparentaba estar infectado, fue algo que no me dejaba dormir tranquilo. Si hay alguien más ahí fuera infectado, puede ser un peligro, porque puede contagiar a más personas sin siquiera saberlo. 

—¿Qué tienes pensado hacer? 

—No hay nada seguro, así que no es mucho lo que puedo hacer. Esperemos que ese no sea el caso. 

—¿Le harás otras pruebas a Zaira? 

—Definitivamente. Debemos asegurarnos de que no esté embarazada. 

—Y si lo está, ¿qué procede?

—Tendremos que realizarle un aborto. Hay un riesgo muy alto de que el feto contraiga el virus, y este pueda nacer con malformaciones o enfermedades. Aparte de eso, no sabemos si su cuerpo pueda soportarlo. Si se diera el caso, no creo que quieran traer un bebé al mundo a sufrir lo mismo que están pasando ustedes. Lo estarían condenando — salió de la oficina, sin decir nada más. 

Me he vuelto a equivocar. No he hecho nada más que no sea meter la pata y poner en riesgo a todos a mi alrededor. Si tan solo le hubiese hecho caso a mi padre, nada de esto estaría ocurriendo. 

—No te eches la culpa por lo que está pasando. No tenías forma de saberlo. Te dije que no estás solo, estamos juntos en esto —recostó su cabeza de vuelta en mi pecho, y descansé mi mejilla en ella. 

Sus palabras son las únicas capaces de calmarme y a la misma vez causar muchas cosas aquí dentro. Se supone que sea yo quien le dé ánimo, pero ella siempre se adelanta. 

Mi padre nos realizó unas pruebas de sangre y tuvimos que esperar un largo rato por ellas. La verdad es que me sentía muy ansioso y preocupado. Creo que era el único así, pues Zaira lucía tranquila y continuaba abrazándome muy fuerte. No se ha despegado de mí en ningún momento, ni siquiera cuando le extrajeron la sangre. Mi papá entró como un demente a la oficina y ambos nos sobresaltamos por su actitud. 

—Necesitamos intervenir con ella de inmediato. No podemos esperar más. 

—¿Qué sucede? ¿Cómo salieron las pruebas?

—La prueba salió positiva. ¿Entiendes el riesgo ahora? Se necesitaba un milagro para que esto no ocurriera por tu irresponsabilidad. 

—Pero ¿cómo no pudieron determinar eso en el hospital? A ella le realizaron muchas pruebas. 

—No lo sé, pero hay que tomar medidas con esto ya y extraer lo que sea que esté creciendo ahí. 

No había procesado toda la información en mi cerebro, cuando Zaira se despegó de mí y se levantó abruptamente de la silla. 

—¿Lo que sea que esté creciendo aquí? —enfrentó a mi papá con una expresión de disgusto—. Se dice bebé. 

—Entiéndelo, eso no es un bebé, jovencita. Ni siquiera puedo asegurarte que sea humano lo que está creciendo en tu vientre. No estarán pensando tenerlo, ¿o sí? 

—No voy a quitarle la vida a mi propio bebé. ¿Qué le sucede a usted? 

—Todavía ni ha nacido. Ni siquiera pienso que esté formado para catalogarse como un “bebé”. Todavía están a tiempo de interrumpir el embarazo. ¿Qué es lo que vas a hacer, hijo?

Zaira me miró y supe de inmediato que estaba inquieta por escuchar mi respuesta. No esperaba que las cosas llegaran hasta aquí. Mi cabeza estaba hecha un lío. Conozco el riesgo en que los pongo a los dos, pero a la misma vez, no tengo el corazón como para negarle el derecho a la vida a mi propio bebé. Tampoco quisiera poner en riesgo a Zaira, pero su postura para mí estaba clara. Mentiría si no admito que dentro de todo, a pesar de las inseguridades y temores, una parte dentro de mí se sentía feliz con la noticia. Tal vez porque todo este tiempo creí que debía resignarme a no ser ni la mitad del hombre que era, a haber perdido la supuesta posibilidad de convertirme algún día en papá. 

—Esto no era algo que estaba en nuestros planes, pero sé que, no importa cuantas dificultades nos toque enfrentar, sé que juntos vamos a sobrepasar lo que sea. No me pidas que le arrebate el derecho a la vida a mi propio bebé, porque sería incapaz de hacerlo. 

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