Jamás había experimentado un dolor tan desesperante. No podía levantarme, ni siquiera podía pronunciar palabra alguna, de mí solo se escapaban quejidos. 

La reacción de ambos fue espeluznante. Los dos parecían haberse sincronizado, pues, mientras mi hijo había ido por esa señora, Dereck saltó hacia esos hombres que nos lastimaron. El rostro de ambos lucía transformado. Principalmente por el repentino cambio de color en sus ojos. Me trajo recuerdos de ese día en que Dereck actuó de forma agresiva y mordió a uno de los hombres que intentaba llevarme.  

—Te has metido con las personas equivocadas —  la mano de mi hijo presionaba el cuello de esa señora, manteniéndola en el aire. 

Dereck estaba convertido en una bestia, no paraba de arañar el rostro de ambos hombres con tanta furia que desde este ángulo lucían irreconocibles. Solo se podían oír los gritos de desesperación y dolor. 

Mi hijo arrojó el cuerpo de esa señora contra la pared de cemento y saltó sobre el escritorio con intenciones de ir tras ella nuevamente. Quería reponerme, hacer algo, detenerlos, pero no podía. La impotencia lo hacía más inquietante.

Esa señora no tuvo oportunidad siquiera de defenderse, mi hijo la acribilló en solo un instante, dándole una mordida en la barbilla, tan fuerte que su alarido retumbó en cada rincón del laboratorio. Fue escalofriante cómo escupió la piel que había arrancado en esa mordida. Su barbilla, labios y camisa estaban teñidos de sangre. 

—Ahí tienes tu juventud eterna. 

Se la estaba comiendo prácticamente viva. Hubiera querido evitar a toda costa que mi hijo se ensuciara las manos de esta manera. En primer lugar, jamás lo creí capaz de una atrocidad como esta. Independientemente de lo que haya hecho esa señora, había otras formas de lidiar con esto, sin llegar a estos extremos. 

Lágrimas brotaban de mis ojos son posibilidades de retenerlas. No quería ver nada más, solo deseaba que todo terminara, que fuera todo una pesadilla. 

Unas cálidas manos levantaron mi cuerpo y ese dolor que sentía minutos antes, se fue desvaneciendo poco a poco. El abrazo de Dereck fue lo que me despertó de ese trance. Sus temblores, esa respiración agitada y sus lágrimas fueron cesando a medida que nos manteníamos abrazados. 

—Tranquila. Ya todo pasó — su mano se posó por detrás de mi cabeza, presionándome contra su pecho y tuve la sensación de flotar. 

Las cargas se volvieron livianas. Fue reconfortante su calidez. 

—Nuestro hijo… 

—Lo sé. Ya todo acabó. 

—¿Qué pasará con nuestro hijo? 

—Nadie sabrá lo que aquí ocurrió. Este lugar tiene que venirse abajo. 

—¿Cómo te sientes? ¿Todavía duele? — escuchamos la voz de nuestro hijo, y los dos lo miramos—. Te sacaré de aquí. 

Su expresión y color de ojos habían regresado a la normalidad, igual que Dereck. Aun así, todavía había rastros de sangre en su rostro, manos y ropa. Antes de que le dijera algo sobre su aspecto, mi hermana se adelantó, limpiando la sangre de su boca con la mano. 

—Lo siento, solo quise limpiarte — nuestras miradas coincidieron, y luego volvió a mirar a mi hijo—. ¿Por qué me miras así, sobrino? 

—Yo no soy tu sobrino. 

—¿No lo eres? 

Noté que mi hijo se aproximó a su rostro y me metí en medio de los dos. 

—Hay que salir de aquí ya. 

—¿Cómo te sientes, mamá? 

—Mejor. ¿Y tú, mi amor? 

—Bien, mamá. Quiero que vayan al auto ustedes dos. Mi papá y yo nos encargamos del resto. Este lugar se tiene que venir abajo. 

—Espero ahora nos hagan caso. Yo también quiero que se vayan al auto — dijo Dereck. 

—Ayuden a Aníbal. Según Maya, él está en una habitación amarrado. 

Ellos nos escoltaron con cuidado al auto, luego de haber inmovilizado a los empleados restantes. En otras circunstancias hubiera insistido en estar con ellos, pero esta oportunidad que tuve a solas con Maya quise aprovecharla. 

—¿Qué sientes por mi hijo? — la enfrenté. 

—¿Otra vez esa pregunta? ¿Qué se supone que sienta? 

—Acabo de ver cómo lo miras. Solo dime la verdad. ¿Qué sientes hacia él? No hace falta que me ocultes algo que a simple vista se puede notar. Te haré la pregunta directamente y dame una respuesta lo más honesta posible. ¿Te gusta mi hijo? 

—¿Cómo podría gustarme mi sobrino? ¿Qué cosas dices? 

—A mi parecer, sí está sucediendo. Maya, eres mi hermana, y sí, es cierto que tenemos nuestras diferencias, pero te conozco. Ahora mismo ni siquiera te puedo culpar si te fijas en él, no solo por su parecido con Dereck, sino porque ustedes dos ahora mismo tienen un lazo inquebrantable, el mismo que me unió a Dereck. 

—¿Qué lazo? 

—Este virus, más que una desgracia, para mí ha sido una bendición. Me brindó la oportunidad de encontrar a un hombre maravilloso, de tener un hijo increíble y conocer lo que es la verdadera felicidad. Estoy segura de que mi hijo se imprimió contigo. Desde que te conoció, él no deja de hablar y preguntar por ti. Él fue quien nos convenció de ir a visitarte, fue quien quiso mover mar y tierra con tal de encontrarte. Esta situación duele mucho, pero para que sea alguien más de ahí fuera, alguien que no conozco, o que sea capaz de lastimarlo, prefiero que seas tu. 

—¿Yo?

—Estas palabras que te voy a decir me duelen en el alma, y solo Dios sabe cuánto me duele. Por favor, si estás sintiendo algo hacia él, sea lo que sea, sé honesta y demuéstralo. Si no lo estás, entonces será mejor que te mantengas lejos de mi hijo y así evito que sufra. 

—Desde el primer día que lo vi, algo me atrajo hacia él. Me sentía muy confundida porque él era un niño. Ahora de la nada ha crecido, teniendo ese parecido con Dereck. A pesar de ser tan idénticos físicamente, son muy distintos en otros aspectos. No sé qué siento hacia él, pero sea lo que sea, lo mejor será que lo mantengas lejos de mí. 

—¿Por qué lo dices? 

—Estoy embarazada, Zaira. No me preguntes cómo pasó o de quién es, porque no lo sé. No he estado con nadie desde hace más de cuatro años, pero ese señor me mostró el resultado hace varios días. Tengo miedo; miedo de que esa noticia sea real y que aquí dentro hay algo desconocido creciendo.