No fui el único que notó cómo la temperatura corporal de Maya repentinamente aumentó, pues antes de que pudiera alejarla de mi hijo, Zaira se metió en medio y la empujó. 

—¡Aléjate de mi hijo! — su rostro se transformó, la furia brotó por cada poro. 

No sé lo que estaba ocurriendo, pero evidentemente su reacción fue justamente cuando mi hijo se le acercó. Solo me trajo recuerdos de la primera vez que Zaira estuvo en celo. Su temperatura corporal se había elevado, esparciéndose a sus pechos y más abajo de su vientre. 

—¿Qué te sucede, hijo? ¿Por qué has hecho eso? — le cuestioné.

Maya no lucía bien, su palidez en los labios y los temblores en su cuerpo lo confirmaban. Estaba jadeando, suspirando y retrocediendo. 

—Ella huele muy bien, papá — sus ojos se estaban opacando, pero no quitaba la mirada de Maya. 

Jamás había presentado esto. No me agrada para nada lo que está sucediendo y este presentimiento tan malo que me está agobiando. 

—¿Cómo que huele bien? 

—El abuelo dijo que éramos los únicos. ¿Por qué mintió? 

—¿Qué es lo que percibes? 

—Su estómago está vacío, papá. Ella va a morir si no come. ¿No te das cuenta? 

—No, hijo. 

—Ella me necesita — ladeó la cabeza, para no perderla de vista—. Me gusta su perfume.

Tenía muchas preguntas para hacerle, porque su comportamiento no era normal, mucho menos lo que estaba ocurriendo y percibiéndose en el aire. Mis suegros se acercaron, y quise proteger a mi hijo, llevándolo a mi espalda. No quería perderlo de vista y que fuera tras ella. Todo lo que me ha dicho mi papá, ahora se ha vuelto más preocupante. Tengo claro que mi hijo, aunque tenga el cuerpo de un niño, se ha desarrollado muy rápido y cada día crece y crece más. Es como un hombre encerrado en el cuerpo de un niño. Aun así, me niego a creer que se sienta atraído de alguna manera a Maya. ¿Cómo puede asegurar que ella es como nosotros? En primer lugar, ¿cómo podría ser posible eso?

—¿Qué está sucediendo aquí? ¿Por qué hay tanto alboroto? ¿Por qué no nos avisaron que habían llegado? 

—Les pedimos una disculpa. Nosotros nos tendremos que marchar — le dije. 

—¿Te sientes bien? — Aníbal le tocó la frente a Maya, y se sacudió la mano—. ¿Por qué estás ardiendo tanto? Tú no estabas así. ¿Acaso estás resfriada? 

Mi hijo trató de pasar por el lado mío, pero le agarré el brazo. Entrecerró los ojos, mirando detenidamente a Aníbal y no sé por qué razón, tuve la breve sospecha de que debía estar planeando algo. Tengo que sacar a mi hijo de aquí inmediatamente. Debo alejarlo a toda costa de esa mujer que está provocando estos cambios en él. Lo levanté en mis brazos y, sin siquiera saludar adecuadamente o despedirme de mis suegros, lo llevé al auto conmigo.

—Zaira, vámonos de aquí — le pedí. 

Zaira miró a Maya y le señaló con el dedo. 

—¡Él es un niño! No te quiero cerca de mi hijo — le advirtió en un tono amenazante—, o no respondo de lo que te pase, depravada. 

Ella también lo notó, significa que no soy el único que se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Mi papá tiene que saber esto.